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LA INTERMITENCIA DE LAS CIUDADES
NOVELA BREVE - PRIMERA PARTE
GASTON MATUTE
Tan real que parece fantasía.
Índice.
Dedicatoria.
Personajes.
Intro.
Capítulo 1. La intermitencia de las ciudades.
Capítulo 2. Sabio. El hombre más sabio.
Voz de las cavernas. Saber de posguerra, de la tierra.
Capítulo 3. La Legión de los Poetas. ¿Cómo son los poetas?
Visceral, literal. Literatura, academia. Propia voz. Estructura, alma libre.
Llenar espacios vacíos.
Capítulo 4. Poeta y Musa. ¿Qué hacer con tanta pasión? Se escribe. Se vive.
Un canto de sirena. Un oasis en un desierto de gente. Un mar de tinta. Un
puerto de papel.
Capítulo 5. La razón. El sentido práctico de la vida.
Capítulo 6. Los caminos. Solo se puede ver gigantes.
Capítulo 7. Buenos Aires. El caos.
Capítulo 8. Fantasía. No era de este mundo.
Capítulo 9. Poesía. La realidad.
Capítulo 10. LA Niña. La otra cara de la sabiduría.
Capítulo 11. Los Gemelos. A sol y sombra.
Capítulo 12. El Mago. Personajes fascinantes.
Capítulo 13. La Ciudad Durmiente. Los sueños.
Capítulo 14. La Ciudad de los Vientos. La soledad.
Dedicatoria.
1
Quiero dedicar este libro a mí y a varias personas. En una estaba pensando
cuando di el primer paso. Pero luego se sumaron varias a lo largo de la novela.
En cada una de ellas pensaba cuando escribía. Cada personaje es cada una de
ellas.
Entonces, a mí como Poeta, y a Musa, a mis musas.
Personajes.
Poeta. Musa. Sabio. Buenos Aires. Fantasía. Poesía. La Niña. Los Gemelos. El
Mago. Narrativa. La Legión de los Poetas.
Intro.
La primera vez que Poeta vio a Musa le pareció maravillosa. Fue como
encontrar un oasis en un desierto de gente. Y Poeta no supo hacer mejor cosa
que acercarse, como mejor sabía, con un poema.
-Serás mi Musa- le había dicho. Y le dejo un poema.
-¿Y se puede saber quién sos?- le había preguntado Musa.
-Un Poeta- dijo sin más Poeta.
Musa quedo fascinada, pero no sabía si Poeta hablaba en serio. Si era realidad
o puras fantasías.
-¿Y qué dice el poema?- quiso saber Musa.
-El poema es la historia de un Poeta y una musa. De cuartetas y notas
semifusas. De cometas en planetas y de blusas sin excusas.
Musa se sintió un poco mareada, desconcertada. Habría sido por el vendaval
de la poesía, o el suave susurro de la voz de canto de sirena de Poeta.
-Vení- dijo de pronto Musa mirando el cielo que relampagueaba de repente-
vamos debajo de ese alero, está por empezar a llover. Y llovió.
-La ciudad intermitente- dijo Poeta ante la mirada de Musa y ante la lluvia. Y
así comenzó esta historia.
Capítulo 1. La intermitencia de las ciudades.
2
Llueve, sale el sol, se cae el cielo a mares, vuelve a salir el astro rey.
Relampaguea. Ese clima intermitente que tienen algunas ciudades. Musa era
parecida a la ciudad intermitente. Tenía sus días. Tormentosa, a veces, se
declaraba en rebeldía. Una suave brisa, cuando se decidía.
Un cerrar y abrir de ojos de Musa era noche y día todo en un momento. Verla
venir era brillante, arrojaba luz sobre mis sombras, al irse dejaba un espacio
vacío, los recovecos en penumbra, la ciudad desolada. El paisaje sin su
primavera, los vientos sin su aire.
Yo podía llenar esos espacios con otras cosas, pero no era lo mismo. Eran
otros vientos, otras luces, otras intermitencias.
Se llamaba Musa, bueno así le gustaba que la llamara. Así era, como una
musa, como el tiempo, como las ciudades. Caprichosa. Llena de furia e ira a
veces. Me recordaba a mí. Entusiasmada, y con pasión vehemente. Me
entendía. Y yo sabía todo de Musa. A veces Musa era Poeta. Y Poeta era tantas
veces Musa.
-¿La ciudad intermitente?- le había preguntado Musa a Poeta.
-Sí, es como esos faros que relampaguean. Como esas historias como
hogueras en la noche. Te encuentras y te pierdes. Te ilumina y te deja en la
más completa oscuridad.
Así, caprichosa, Musa no respondía a pronóstico alguno. Si tenía que llorar, le
llovía la mirada a mares. Y eso era lo que le encantaba a Poeta de Musa.
Convengamos que Poeta era igual. Musa podía disimularlo un poco,
controlarlo un poco, hacerlo que jugara a su favor. Poeta no, por eso
necesitaba a Musa, para aprender. Sin ella, Poeta ardería en llamas, No tendría
ya más versos. Al menos ardería si no escribía.
Poeta iba a salir, aunque se avecinaba una tormenta. Iba a buscarla, aunque se
atormentara. El día era esplendido, soleado. Poeta estaba radiante, feliz. Pero
las voces se lo advertían, el viento se lo arrojaba a la cara, el pronóstico se lo
anunciaba. Mira que más tarde lloverá, llorarás luego. En una ciudad
intermitente, inestable, debes tener cuidado. A Poeta no le importaba, no le
interesaban los pronósticos. Si estaba soleado, salía. Y si lo sorprendía una
tormenta, se mojaría. Aunque anunciarán tormenta. En todo caso ya
acamparía, ya habría lugar luego, para salir a chapotear.
-Créeme, la intermitencia de las ciudades, es como la intermitencia de los
corazones, de las palabras- le dijo Poeta a Musa- ¿Esas tormentas, nubes,
relámpagos, salidas de sol, todo en el mismo día, alternándose en tan poco
3
tiempo. Esos corazones que laten y dejan de latir, esa sensación de amor y
odio todo en un mismo instante. Esas palabras que se dicen y se dejan de
decir, y vuelven a repetirse? No te aflijas Musa, todo tiene su ritmo. La música
sus notas y sus silencios, el tiempo sus días y sus noches. Nosotros nuestra
propia luz y nuestra oscuridad.
Musa miraba a Poeta, no quería escucharlo, lo odió, no quería llorar, pero hizo
lo que mejor sabía hacer, llorar, y lloró. Lloró tanto que hizo callar a Poeta.
-Si te callarás, si dejaras de escribir, y te quedaras tan solo a mi lado- le dijo
Musa con ese tono de voz desolado, angustiado y desesperado, casi suplicante,
como una beata pidiendo ante un dios, escupiendo toda su bronca a la cara-
No me hables cuando estás atormentado, ¿Por qué no me atormentás como
haces, de besos, de versos, de lluvia que empapa hasta mis venas?- rabió
Musa.
Y poeta que no sabía hacer otra cosa, la atormentó, tanto de besos, que despejó
todos las aflicciones de Musa y la dejo leyendo un cuento de hadas en su
cama.
Es que poeta tenía que terminar su novela, el tiempo se lo exigía, sus
sentimientos se lo reclamaban. Somos animales de sentimientos y relaciones
pensó, y para calentar su pluma comenzó escribiendo un soneto. Fue al living,
puso el agua para unos mates y empezó:
Nada quedará más que no salga de tu boca,
Ni poesía que no salga de entre mis labios.
Has como la fantasía que no mira y te toca,
Escribe por callar como aconsejan los sabios.
No diré nada que no garabatee mi pluma,
Y que se diga más de lo que se cuenta.
Haré como la marea, con su sal y espuma,
Que corrige las lluvias y las tormentas.
Un teórico susurro en mi práctico alarido,
Se convierte mi voz en la flechas de cupido,
Que dispara versos a todo corazón que ama.
Puedo ser cualquier cosa, pero nunca olvido,
Difícil desoír a la pasión cuando a gritos llama,
No tardes que termina la canción en mi cama.
4
Poeta miró a Musa como se mira ciertas ciudades. Y le pareció maravillosa.
De día era una cosa, tenía su esplendor, de noche era otra, un refugio con
hoguera. Intransitable, bulliciosa, de a ratos, por momentos te sentías uno más
entre la multitud, a sus ojos. Luego era silenciosa, cálida, nocturna. En esas
noches en que estaba solo en la ciudad, es decir con ella, Poeta no quería que
amaneciera nunca.
Las ciudades tienen esas particularidades, que no se encuentran ni en las
praderas, ni en los bosques, ni en los mares. El remolino de los vientos, los
caminos y sus cuentos. Los rascacielos que intentan hacerles cosquillas al
cielo, y el cielo se ríe de ironía. Los lobos al acecho del asfalto. Los altos
valles son los altos de las calles. Las tormentas ciudadanas arrasan con todo
barquito de papel. Y ahí estaba Musa, un oasis en un desierto de gente, un
canto de sirena en un mar de indulgentes. Una princesa habitando un castillo
de arena y el séptimo cielo de Poeta.
Capítulo 2. Sabio. El hombre más sabio.
Voz de las cavernas. Saber de posguerra, de la tierra.
El hombre más sabio del mundo, no sabía leer ni escribir, pero sabía que me
quería. No necesitaba tener nada documentado, ni haber leído cien tratados
sobre el amor.
No necesitaba leer historias, como Poeta hacía, para contarlas, porque él era
todas las historias, porque las había conocido, las había vivido, se las habían
contado. Cada persona era un historia, y Sabio había conocido tantas personas,
había visto tanto, había caminado suficiente, que era las mil y una historias,
todas las noches, él era historias. Podríamos decir y sonaría poético, mítico,
que Sabio no necesitaba igual saber demasiado, podría haber pasado sin
conocer nada y de todas maneras saberlo todo, porque tenía ese saber ancestral
de las cavernas, el saber de los tiempos, ese que se lleva en la sangre, el saber
esencial de la humanidad, el saber de humanidad. Sabio era ante todo
humanidad.
Podemos convenir que Sabio era como un semidiós, parte lo había sabido por
todo lo que había vivido, y parte porque ya lo llevaba dentro desde siempre.
Tenía esa sabiduría que llaman, o que poeta llamaba, de posguerra, esa
sabiduría que se obtiene, de después de la guerra, porque las ha pasado. Y la
sabiduría que también llamaba, de la tierra, esa que se sabe desde siempre.
Sabio y poeta venían de las mismas tierras, de la misma sangre, por eso a
poeta le dio un no sé qué cuando Sabio se fue. Es que todos los caprichos de
5
poeta, todos sus deseos, eran velados y protegidos por Sabio. A poeta le
costaba encontrar sabios tras la partida de Sabio. Alguien que lo amara tanto
como lo amaba Sabio, así sin más.
Poeta aprendió de Sabio el saber racional de posguerra, la experiencia de lo
que había pasado, y el descubrir intuitivo de la tierra, lo que se sabe sin
saberlo. Por alguna razón el de posguerra le abría las puertas al futuro, el
intuitivo al pasado. Pero lo que más aprendió Poeta es a vivir, sin razón y
futuro, sin intuición y pasado, y tan solo vivir, acá y ahora.
A Poeta le encantaba cuando se encontraba con Sabio. Poeta quería escuchar,
Sabio callaba, como suelen hacer los sabios.
De pronto como Sabio era sabio, pero tenía un corazón enorme, que es la
primera condición de un sabio, y veía en la cara de Poeta la fascinación por
escuchar la voz y las palabras de Sabio, empezó a hablar:
-Poeta, un sabio muchas veces calla, porque al hablar será odiado por los
estúpidos. Si me siento jovial y divertido, me tomarán de pedante y frívolo. Si
río, que no puedo festejar, ante tanto llanto. ¿Quieres un consejo?- comenzó a
decir Sabio, pero fue interrumpido por Poeta.
-Sabes que no me llevo bien con los consejos, y que no vine por ellos, vine tan
solo a escucharte- dijo Poeta.
Sabio, como todo hombre sabio, no usaba palabras. Se suele pensar que un
hombre sabio te dirá frases reveladoras, será un oráculo, una estrella
intermitente que llama la atención y te guía en el medio de la noche. Pues no,
Sabio no era de esos sabios charlatanes, hacia poesía pero no escribía, era todo
un poema y hacía poemas de las personas, es decir sacaba lo mejor de cada
uno, los volvía maravillosos, sin saber métrica, ni retórica ni gramática.
Bueno, digamos que si sabía métrica, sabía la medida de las cosas, de solo
mirarlas, de tocarlas. Cuando hablaba no necesitaba de ideas ni oraciones
grandilocuentes o rimbombantes. Quizás fuera algo en su tono de voz, decían
que su voz tenía musicalidad, el son de la vida. Su gramática era parda, esa
inteligencia natural o aprendida, de posguerra, porque las ha vivido, o de la
tierra porque ya le venía dada.
-Me encanta tu gramática parda, Sabio- le dijo Poeta a Sabio.
-Vos te maravillas ante cualquier cosa- le dijo Sabio y se rio, luego siguió-
Suelen llamarme temerario, quieres dicen que no planeo las cosas, que no
trazo un mapa del territorio, que me meto en él y voy resolviendo las cosas a
medida que voy avanzando. ¿Acaso la vida no es eso, avanzar y resolver?
Hacer las cosas sin saberlo demasiado, y salir airoso de las situaciones. Por un
lado la planificación te llevaría mucho tiempo, y te perderías la vida
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planificando, te perderías el terreno, y dejarías de ser auténtico. Además,
¿Gramática? ¿Saber que viene primero? Si el sujeto o el predicado. Yo no
estoy sujeto a ningún predicado. Supongo que el primero está el Sujeto, y
luego los dogmas, los lemas, los predicados. No necesitas las palabras para
explicar mucho las cosas, para decirlas. Las cosas están ahí a la vista, las
puedes ver, las puedes tocar.
Poeta miraba a Sabio, la fascinación que le causaba escucharlo. Le causaba
sorpresa que supiera de sujetos y predicados. Pero lo supo de repente. Sabio
no usaba muchas palabras, porque sabio no decía, Sabio hacía. Sabio no
mandaba mensajes, Sabio estaba.
-¿Debo quedarme callado Sabio?- dijo de repente Poeta.
-No, ni se te ocurra. Vos jugas con las palabras, es tu juguete. Hacer malabares
con ellas, y entretienes a las personas. Diviertes. A mí me divierte escucharte,
cuando juegas con el vocabulario, cuando vienes con ese aire grandilocuente,
provocador.
Poeta, miró a Sabio. Con Sabio, te sentías grande, grandilocuente. Por eso a
Poeta le seguía dando un no sé qué cuando Sabio se fue. Poeta quería que
Sabio se enterara que se había convertido en poeta.
Sabio no era palabra, pero si era una intermitencia que iluminaba la oscuridad.
Y Poeta lo recordaba cada tanto a intermitencias. Las intermitencias de la
memoria.
Sabio era poesía sin palabras. Te dejaba sin palabras.
Sabio había venido de otras tierras a la ciudad intermitente. Venía con el olor
de la posguerra, de otras tierras. Olía a tierra quemada, pero también olía a
monte, a toro bravío, a sangre derramada en la arena. Venía huyendo, si bien la
ciudad de donde venía no era intermitente, con su determinismo, con su las
cosas como eran, cuadradas en el sentido más estricto de las cosas, su rigidez,
su tozudez, tuvo que irse, porque la posguerra la había vuelto intermitente, a
fuerza de cañón, de sangre derramada, los fogonazos eran de balas. Los
relámpagos de estallidos. Y vino a una ciudad de intermitencias, circulas, pero
de otra clase de intermitencias. El del caos, la algarabía, el desconcierto, las
diferencias, y a mezclarse con otras gentes, que también como Sabio venían a
hacerse la América, la tierra prometida. Caótica, pero prometedora,
encantadora.
-¿Cuál es una de las formas de la belleza?- le preguntó Poeta a Sabio.
-¿Una de sus formas? Más que sus formas, la belleza deforma. Más que
construir, es deconstructivista, desencaja, muchas veces te saca de la
normalidad, es rara.
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-¿Qué debería decirle a la belleza?- siguió a modo de indagación Poeta.
-Otra de las formas de las bellezas, te diría un sabio- dijo Sabio- es no decir
nada. No enturbiar el viento, dejar que sople, que susurre. Pero vos sos Poeta,
su virtud es enviciar el viento con tus cuentos. Sos uno de los pocos que tiene,
¿Como llaman ustedes, licencias poéticas?
-Si- dijo poeta.
-Bueno son los únicos que tienen vía libre. Los que limpian la hojarasca. Los
que convierten los rocíos en tormentas. Los que hacen mover las hojas. Sin
ustedes, la calma sería tediosa, y hasta los sabios tendríamos que hablar,
llegado el caso. Y ya sabés que a los sabios no nos gusta hablar mucho.
Sabio era un sabio, pero ante todo era puro amor, pensó Poeta.
-¿Para qué estamos acá?- quiso saber Poeta, que no era nada propenso a
preguntarse sobre el sentido de la vida, y sabía para qué estaba. El único
propósito que le encontraba era divertirse, sin filosofar mucho sobre el asunto-
pero quería escucharlo de Sabio.
Sabio cerró los ojos, y comenzó de decir, como invocando a vaya uno saber a
quién, como en trance, como rebuscando en su interior, como tomando toda su
fuerza.
-Voy a decírtelo con voz de poeta, sin olvidar mi voz de sabio- comenzó a
decir Sabio-. Eso que parece tan cursi, pero que suena bien: Para torcer un
poco el eje del mundo. A veces para hacerlo girar más de prisa, a veces para
que gire despacio, casi hasta detenerlo. Para estrellar los cielos. Inundar los
mares de poesía, que las olas azoten los puertos. Que la marea mesa las barcas
de papel y los mensajes en botellas. Para hacer más respirables los vientos,
para hacer más habitables este suelo.
Sabio dejó la tensión en la que se encontraba, dejó caer sus hombros, y apoyo
una de las manos que tenía gesticulando en el aire, en su rodilla. Su mueca de
seriedad se transformó en sonrisa. Y ya con calma dijo: Y para estar aquí, para
divertirse.
Capítulo 3. La Legión de los Poetas. ¿Cómo son los poetas?
Visceral, literal. Literatura, academia. Propia voz. Estructura, alma libre.
Llenar espacios vacíos.
-Te aclaro y no debo aclararte, vos ya lo sabes, y ya lo he aclarado cien veces,
que no hace falta que nadie venga a decirme si esto o cual otro lo escribí
pensando en tan o tal persona. Las historias por lo general, ocurridas a un
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escritor, o imaginarias, suelen sucederle a cualquiera, por eso esa
identificación con el relato, como diciendo, este me pasó a mí, o me está
hablando a mí. Debes saber también, que un escritor crea a partir de vivencias
que le pasaron, o a lo sumo que le pasan o que quisiera que el pasen. Jamás
escribe de la nada. El escritor que inventa o usa mucho la imaginación miente,
parte de lo que escribe siempre le pasa, o son sus interrogantes, respuestas e
intereses hablando. Me da pena no poder preguntarle a Cervantes si el Quijote
no era él, y también Sancho, porque lo afirmaría sin lugar a duda. Podría
Cervantes haber hablado en una novela de tono costumbrista, o una
autobiografía, sobre sus ideas, pero es más entretenido hacerlo en la voz de un
caballero andante, loco y a lomos de un caballo, con lanza y escudero.
Bueno a lo que voy, que solo tengo este párrafo, no sé quiénes serán los
personajes, como se llamarán, pero sí que será una ciudad intermitente. Luego
vendrá todo lo que la imaginación, vivencias, y la escritura traiga a la novela.
Bueno no sé, quería decirlo, y por decir algo, empecé con la intermitencia de
la ciudades- dijo Poeta ante Narrativa, uno que jamás escribía poemas, decía,
pero cuentos, todos-. Y a cuatro manos, estamos escribiendo. No obedecen a la
gramática, no respetan las leyes de la realidad ni la fantasía, tiene falsa poesía,
pero deberán leerlas porque son encantadoras- finalizó Poeta.
-Siempre tan ocurrente Poeta- dijo Narrativa- ¿Pero una novela justo vos que
sos Poeta?
-Bueno es que la novela es una de las formas de la poesía, más alargada. ¿Te
acordás que me preguntaste una vez que son los poetas, que son los escritores?
Bueno en parte alguien que cuentas historias, parar entretener, para divertir. Y
en parte como espina, como recuerdo, en verso. Para que el mundo gire.
-Pero el mundo sigue girando perfectamente sin nosotros- dijo Narrativa.
-Sí pero los que no podemos parar de girar somos nosotros, y además
podemos torcer un poquito tu eje, refrescarlo.
-Hacerlo girar, refrescarlo puede hacerlo cualquiera.
-El caso es quien pueda escribir un poco de poesía, y quien pueda ser poesía
sin escribir una solo palabra.
-¿Y a vos te pasa o la escribes?- quiso saber Narrativa.
-Todo lo que me pasa es el material sensible con el que construyo mis novelas
y poemas, supongo- volvió a finalizar Poeta. A veces literal, a veces visceral, a
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veces a metáforas. La idea es llenar a veces los espacios vacíos, de palabras de
recuerdos. Bueno, ¿Te anotas en la Legión de los Poetas?
-Ya soy uno de ellos, no tenés que preguntarme- dijo Narrativa.
Capítulo 4. Poeta y Musa. ¿Qué hacer con tanta pasión? Se escribe. Se vive.
Un canto de sirena. Un oasis en un desierto de gente. Un mar de tinta. Un
puerto de papel.
Lo que más le gustaba a Musa, era despertarse temprano por la mañana y sin
que Poeta se diera cuenta, ir acercándose y por su hombro mirar lo que
escribía. Luego, ponía una mano sobre poeta, y besaba su cuello. Muchas
veces pegaba un salto de sorpresa, al estar concentrado, no sabía si era Musa
que le tocaba el hombro, alguno de sus demonios, o un ángel, pero para su
tranquilidad era Musa, no necesitaba darse vuelta para saberlo, podía sentir su
mano en su piel. Poeta podía sentir todo el amor de Musa, se relajaba un
segundo, y le preguntaba a Musa algo que estuviese escribiendo: ¿Te parece
que las ciudades sean intermitentes?- por ejemplo.
Musa lo miraba y volvía a besar el cuello de poeta. Sabía que aunque nadie
leyera lo que poeta escribía, ver la fascinación de poeta escribir, y el
entusiasmo que le ponía, era la mejor paga, para Poeta y para Musa.
A veces las palabras caen a los años. Musa empezó a escuchar los te quiero de
Poeta al año. Se fue olvidando de los te quiero de otras personas y empezó a
escuchar los te quiero de Poeta. Es como cuando te dicen algo y no das
importancia, y un día sin saber ni cómo ni cuándo, eso que te habían dicho,
que no habías prestado atención, y te habías olvidado, se te viene de repente,
como una revelación. Y ya nunca más dejas de escucharlo. De hacerle caso.
Quizás siempre estuvo ahí, presente, pero nunca lo miraste. Hasta que un día
cobra tanta luz, tanta fuerza, que la idea se vuelve cegadora, deslumbrante, y
no tienes otros ojos nada más que para eso.
Musa, ya les dije, tenía sus días. El día que la hice enojar, la vi maravillosa.
Como una tormenta cuando se desata con toda su furia. Un viento
ensordecedor azota en tu ventana, latigazos de lluvia como lenguas insidiosas,
truena como tronaba su voz haciéndote temblar. A veces un rayo de luz, en
medio de la tormenta te iluminaba la noche, y te dejaba desnudo. Verla con esa
cara de: no te atrevas a acercarte, no me toques, era fascinante. Como esas
tormentas que te asustan, que no te atreves a adentrarte en ellas, y sin
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embargo, no puedes evitarlas, y te empapas en ellas.
Poeta dejo de escribir. Así era Musa.
Todos necesitamos alguien que nos proteja. De las tormentas, de la oscuridad,
de la intermitencia. Musa era un refugio, de calma, de claridad, y
paradójicamente, de intermitencia. Algo tiene que tener un poeta para escribir
en sus tinteros. Inquietudes, sensibilidades. Cuando a Poeta le entraban, de
frente y de costado, por la cabeza y todos los poros de la piel, las tormentas de
la desesperación, desolación, exterminación, Musa era una sirena que guiaba
el barquito de papel de Poeta, capeaba sus tormentas y lo hacía llegar a buen
puerto, en un poema. A veces le exigía una canción, otras le alcanzaba un lápiz
y un papel. Y ahí se encontraba Poeta intentando detener toda la tormenta del
mundo, empapándose solo bajo la lluvia, de brazos extendidos, con un papel y
su poema en una mano y la pluma en la otra. Como diciendo: Acá me tenés,
puedo desterrar todos los males de un plumazo. Y en verdad que lo hacía,
porque al escribir, era un dios que reinaba sobre la tierra, y podía detener las
tormentas, sus tormentas y las que asolaban a todos los demás, al mundo. Un
poema de poeta podía irradiar luz, dar cobijo, tanto para el como para los
otros. Algunos decían que esa luz se la daba Musa, otros que su entusiasmo,
de la intermitencia. Esos raptos de luz que se encontraban entre las negras
tormentas. Poeta esperaba esos ratos de luz que lo iluminaban y escribía. En
realidad escribía para encontrar esos ratos, para producirlos.
Poeta y Musa caminaban por el louvre. Musa quería llegar a la mona Lisa,
quería ver su sonrisa. A poeta le daba igual, decía que no se reía, que ¿Qué le
habían visto a esa señora?, ¿Qué les llamaba tanto la atención. Que les
producía verla.
Entraron al salón, ahí estaba. No era una época ni un horario muy concurrido,
así que pudieron llegar sin mayores obstáculos, hasta el frente de la obra.
Musa miró a la Gioconda y esbozo una mueca de sonrisa, y miro a Poeta. En
su cara se reflejaba la desilusión, el desencanto, casi se podría decir que hasta
se había enojado, cuando dijo:
-Tanto revoloteo, para esta pintura que ni debe tener 30 por 40 cm, y además
no se ríe.
Musa se reía, le daba gracia cuando Poeta se enojaba sin tener muchas
razones, cuando desterraba años de conocimiento y esteticismo con un simple
comentario de desdén.
-Pero si se ríe, lo que pasa que quizás no sabes vislumbrar la sonrisa de una
dama- dijo Musa entre risas.
-Podría saber que te estas riendo aunque me pongas la mejor cara de enojo- le
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dijo Poeta a Musa- ¿Quizás Da Vinci se reía de nosotros, del arte, y reflejó su
sonrisa en ella, en esa mueca burlona de sonrisa.
-Ha, ¿Entonces reconoces que se ríe?- dijo Musa.
-En todo caso no se ríe, se nos burla.
Musa se fue dándole miles de explicaciones a Poeta sobre la Gioconda para
tratar de convencerlo.
En eso al dar la vuelta a otra de las salas, Musa venía mirando el mapa del
museo, cuando al levantar la vista vio la cara de fascinación con que Poeta
miraba. Había visto ese semblante en poeta tantas veces, ante el capricho de
un niño, al mirar sus películas preferidas, cuando terminaba un verso que le
había gustado, ante una dama insultando a un chofer que casi la pisa, como
cuando a un niño le dan un caramelo. Y al mirar hacia adelante ahí estaba, la
Venus de Milo.
-No necesito que me den millones de explicaciones sobre su producción, ni
saber de dónde vino. Tan solo verla me impacta. No sé qué es pero no puedes
dejar de mirarla, Se te impone ante tus sentidos. Quizás esa sensación de
invalidez, mitad vestida, mitad desnuda, inacabada, lacerada por el tiempo-
dijo Poeta que miraba su rodete y su ombligo.
-¿Qué te conmueve?- quiso saber más Musa.
-No sé, son esas obras que te llaman, como el grito de Munch, esa desolación.
El café terrace at night, y sus ganas de habitarlo al verlo, esa sensación de paz
y tranquilidad, la bohemia, el amparo de la noche y la soledad en una terracita
de un café por la noche. Hay algo en ellas que encuentras diferentes, como
Venecia, con sus calles inundadas, sus pasadizos laberínticos, sus recovecos.
El puente de los suspiros. Es eso, son esas cosas que te hacen pasar de un
lugar a otro, y te dejan sin respiración por un instante.
-Me voy un mes afuera, por trabajo- le dijo Musa a Poeta-. Supongo que
podrás soportar la ciudad intermitente por un tiempo.
-Claro, los poetas vivimos a intermitencias- le dijo Poeta a Musa mientras se
iba a preparar unos mates.
Puso la pava, la tostadora al fuego, espero unos instantes. Al querer dar vueltas
las tostadas, se quemó el brazo.
-Ay- dijo poeta, que no era a dar muchos alaridos salvo en versos y en algunas
contadas excepciones.
-¿Qué pasa?- dijo Musa desde el living.
-Nada- dijo Poeta mientras volvía a apoyaba todo sobre la mesa.
-Pero si te hiciste una marca en el brazo- dijo Musa.
-Sí pero no es nada, solo una marca que anuncia tu despedida. Nada,
comparado con las marcas que dejare en tu piel al irte, en tu memoria, en tu
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alma- dijo Poeta.
-Ya empezás- dijo musa y se miró el cuerpo, quizás buscando alguna marca,
miró un poco más en su interior, y lloró.
Su voz era un canto de sirenas. En un susurro podía llevar tu barca por mares
interminables, un mar de tinta, azotando una costa de papel.
Tanto podía con un grito como un fuerte vendaval, azotar todos tus sentidos,
como acurrucarte en susurros como en una suave brisa.
Un puerto de papel, un mar de tinta.
Y entre tanto filosofar, retoricas y divagar sobre la vida, a poeta se le escapo
un te quiero.
-No lo digas si no vas a cumplirlo- dijo Musa.
-No es cuestión de promesas, ya estas adentro mío.
Hay quienes tienen toda la teoría y suena maravillosa, pero no pueden escribir
dos palabras. Y hay quienes escriben poesía sin saber nada de poética.
Siempre recuerda eso- le dijo poeta a musa.
Capítulo 5. La razón. El sentido práctico de la vida.
Poeta como Musa, también sufría de intermitencia. Algunos días estaba alegre,
otros triste. Algunos días le resultaban indiferentes, y podía reunirse con el
mundo y su cofradía. Otros se sentía solo en un mar de gente, y se encerraba
por las noches a escribir en su séptimo cielo. Necesitaba el bullicio de la
multitud donde acallaba su alma, como del silencio de su departamento, donde
afloraban sus pensamientos. Por eso se querían tanto Poeta y Musa, porque
unas veces eran tormentosos, y otros una suave brisa.
Le encantaba la gente, pero a veces, cuando se ponía caprichosa, insidiosa, y
lo único que quería era sacar ventaja de poeta, para sus ruines fines, poeta se
alejaba, no quería ni verlos.
Por eso Poeta adoptaba un sentido práctico de la vida. Intentaba no
preocuparse, y hacer las cosas, sin bien iba por ellas, como sucedieran.
Pensó en escribir algo.
A la hora que se despierta la luna,
Y la noche se estrella de princesas,
A la hora que no te pareces a ninguna,
Y tu boca se convierte en fresa.
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A la hora que el rapsoda sueña con poesía,
Y escribe a cuatro manos buenas cuartetas,
A la hora que con una corona de fantasía,
Ya me coronan el rey de los poetas.
A la hora que se pueblan los rincones,
De tu corazón con cuentos de hadas,
A la hora que termino una canción,
Para tus dulces sueños de almohadas.
Las heridas producidas, por las palabras, no dejan cicatrices, pero duelen por
dentro, destrozan tus entrañas, en el alma.
Capítulo 6. Los caminos. Solo se puede ver gigantes.
¿Qué escribiría Cervantes, en un siglo 21, sin ventas, ni molinos, polvo en los
caminos, princesas, castillos? Lo más cercano al cielo es un rascacielos. Ya no
hay Sanchos, ni se ven gigantes.
Musa miraba como Poeta escribía y para no molestarlo se puso a mirar que
podía leer, un rato, de la biblioteca, cuando posó su mirada en una figura del
Quijote sobre el estante custodiando la primera y segunda parte de el
ingenioso hidalgo y caballero y no pudo resistir la pregunta:
-¿Que imaginación para crear semejante personaje?- le dijo Musa.
-Más que imaginación, además debe ser un poco de coraje- dijo Poeta
pensando un segundo, pero sabiendo bien lo que decía-. Decir o dar a conocer
lo que se piensa. Los personajes que un escritor creo muchas veces son el
mismo. El Quijote no hubiese nacido si Cervantes no hubiese estado un poco
vehemente, no se le hubiese secado el seso de tanto leer libros, hambre de
desfacer entuertos, sed de justicia. Si no hubiese ofrecido al mundo un
banquete de amor y libertad.
Capítulo 7. Buenos Aires. El caos.
Loca, caótica y fascinante, así era ella, como las grandes ciudades. Así era
Buenos Aires.
Le gustaban mis frases cortas, pero yo tenía que terminar una novela.
14
-Escribo demasiado, poemas que nadie lee- le dijo un día Poeta a Buenos
Aires.
-A mí me gusta esto que escribiste, déjalo así- sugirió Buenos Aires.
-Una frase poderosa, que encante al lector que lo fascine. Pero luego hay que
seguir- le dijo Poeta a Buenos Aires.
Capítulo 8. Fantasía. No era de este mundo.
No era para este mundo. Era demasiado sensible para su época, para todas las
épocas. No encajaba en un mundo ordinario. Así era Fantasía. La realidad la
desencajaba, la desesperaba, la irritaba. Este mundo era demasiado pensado,
demasiado científico. Debía crear un mundo a su medida.
Entrar en sus mundos y tener el propio. Esa era su misión, y podías entrar en
sus mundos, pero a Poeta le gustaba crear los suyas y hacerlos realidad.
Capítulo 9. Poesía. La realidad.
Poesía era diferente. Poesía era un poco como Fantasía, pero todo realidad.
Poesía agitaba los deseos, las pasiones, los corazones. Poesía si usaba la
fantasía era para hacer todo más real. Si Fantasía era imaginación, Poesía era
movimiento. Todo lo que Fantasía imaginaba, Poesía lo hacía. Fantasía te
contaba un mundo, ideales. Poesía te llevaba de la mano a ese mundo.
Capítulo 10. LA Niña. La otra cara de la sabiduría.
Eran las 7 de la tarde. Atardecía a pleno sol. Aún estaba el cielo de un azul
intenso y despejado. Poeta charlaba con Musa y un par de señoras. La Niña
miraba al cielo, entretenida, y de la nada dijo:
-Mirá, se despertó la luna- y siguió mirando el cielo como si nada, como quien
dice cualquier cosa, como quien no mide el alcance de sus palabras.
Ahí estaba la luna cuando se deja ver a plena luz del día.
Poeta miro a la niña fascinado, Musa y las demás señoras hablaban, quizás sin
escuchar lo que había dicho Niña. Los niños son poetas en potencia. A la hora
que se despierta la luna, pensó. Es un buen comienzo para un poema.
15
Las verdades más reveladoras, las he encontrado, siempre, en un viejo sabio, o
en un niño. Se dijo para sí mismo.
Capítulo 11. Los Gemelos. A sol y sombra.
Los gemelos estaban en esa edad en que todo lo preguntaban, y todo se lo
respondían. Es decir, uno preguntaba y el otro respondía. Se complementaban.
Pregunta y respuesta. A uno le gustaba todo lo que sonara a poesía, fantasías
de día. Al otro cuentos de hadas, entre almohadas, por las noches hasta la
madrugada. Día y noche. Alegría y melancolía, así eran los gemelos.
A plena luz del día uno, al amparo de la noche, el otro.
Capítulo 12. El Mago. Personajes fascinantes.
Fascinar, encantar y crear magia. Buscaba lo que de mágico tenia cada uno. El
mago tenía eso. Escapar de los trances ordinarios, crear sucesos grandiosos,
extraordinarios. El Mago te hacía sentir mágico, te hacia pasar un momento
mágico. Mago nunca te dejaba de sorprender, porque no sabía hacer otra cosa.
Capítulo 13. La Ciudad Durmiente. Los sueños.
A diferencia de las ciudades agitadas esas que nunca duermen, que tienen su
encanto, estaba la ciudad durmiente. Sus habitantes caían en un sueño
profundo. Era encantadora porque era una ciudad de ensueños.
Uno llegaba a la ciudad Durmiente y soñaba.
Capítulo 14. La Ciudad de los Vientos. La soledad.
Poeta a cada lugar que llegaba, sacaba su brújula, localizaba el Norte, y se iba
en dirección al Sur. Lejos de los trazados regulares, la cuadrícula de las calles,
los rascacielos eran las nuevas torres de babel, el asfalto, donde podían pasar
camiones pero jamás hadas. Decía que nada podía crecer en el asfalto, y era
verdad. Ni la fantasía, mucho menos la poesía. Solo tenía tolerancia y
predilección por las esquinas, los cruces de caminos. Lejos de las catedrales y
sus ángeles caídos, lejos de los Municipios y sus grandes relojes coronando su
cúpula. Iba al sur. A la biblioteca, donde se sentía a gusto entre hermanos. Al
16
mar, miraba el horizonte, y no le parecía tan lejano. Norte, pensó. N. N de
nombre, de notario. Sur, S. S de soledad, de Suave Susurro de brisa.
Definitivamente, debía ir al Sur.
Esta ciudad extraña, y a intermitencias se extraña. Los cantos de sirenas, los
castillos de arena. Por eso Poeta necesitaba de las ciudades con mar, para estar
cerca de todo eso. Muchas veces el mundo le resultaba ajeno, con ideas
distintas a las propias. No era que despotricara contra el mundo, le gustaba.
Pero le resultaba extraño a veces. Es por eso que cuando se encontraba a gusto
con una rareza que no encajaba mucho con el mundo, a Poeta le causaba
fascinación, admiración.
Es que poeta a veces se sentía en una ciudad extraña, distinta a lo habitual,
natural o normal, y a todo lo que tiene algo de extraordinario o inexplicable,
que excita la curiosidad sorpresa y admiración. Musa era un poco de todo eso.
Esta ciudad extraña, y que a intermitencias, te extraña.
Poeta venía de la calle pensando en un poema, esperando llegar a su séptimo
cielo y jugando con un verso, cuando se metió en el ascensor.
-Subo, subo- escuchó poeta con insistencia.
Abrió la puerta que recién había cerrado del ascensor.
-Poeta- le dijo la del 5A-. No me escuchabas que te llamaba- terminó de decir
mientras se metía en el ascensor.
-Hola- dijo poeta sin saber el nombre de la vecina que de vez en cuando
saludaba- diculpame, es que venía pensando, y no te escuché. Es como cuando
soñás y el timbre del despertador se te mete en el sueño, hasta que lo haces
realidad y te despertás. Bueno así fue tu voz, que le fue ganando a mis
pensamientos, hasta escucharte y abrirte.
La vecina se rió, le encantaban las ocurrencias de Poeta.
-¿Y en que pensabas?- quiso saber la vecina.
-En un poema- dijo poeta-. A la hora de los sueños, bien despierta la realidad,
bien se te meten los cantos de sirena. Bien la alarma del despertador. Poética
del ascensor- dijo Poeta y se rió.
-Un día de estos me escribís un poema- dijo la vecina.
-Dale, te lo dejo debajo de la puerta- dijo Poeta, la saludo y siguió hasta su
séptimo cielo.
17
Al mes Musa volvió. Había traído de regalo un anotador y un par de plumas
para Poeta.
-Escribe en estos anotadores todo lo que me has extrañado- dijo Musa.
Coda.
Lo bueno de la literatura es que no tiene que haber nada documentado, ni
responder a la realidad, puede mentirte como bellaco, y sin embargo sonará
maravillosa. Musa parecía que mentía. Pero era genial.
Musa era tan real, tan maravillosa, que parecía de fantasía.
No quería dar vuelta la página, ni terminar un capítulo, menos cerrar la
historia.
Quería que las cosas sucedieran. Poblaba la ciudad intermitente de historias,
como la casa, como ella, poblada de recuerdos.
18

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La intermitencia de las ciudades

  • 1. LA INTERMITENCIA DE LAS CIUDADES NOVELA BREVE - PRIMERA PARTE GASTON MATUTE Tan real que parece fantasía. Índice. Dedicatoria. Personajes. Intro. Capítulo 1. La intermitencia de las ciudades. Capítulo 2. Sabio. El hombre más sabio. Voz de las cavernas. Saber de posguerra, de la tierra. Capítulo 3. La Legión de los Poetas. ¿Cómo son los poetas? Visceral, literal. Literatura, academia. Propia voz. Estructura, alma libre. Llenar espacios vacíos. Capítulo 4. Poeta y Musa. ¿Qué hacer con tanta pasión? Se escribe. Se vive. Un canto de sirena. Un oasis en un desierto de gente. Un mar de tinta. Un puerto de papel. Capítulo 5. La razón. El sentido práctico de la vida. Capítulo 6. Los caminos. Solo se puede ver gigantes. Capítulo 7. Buenos Aires. El caos. Capítulo 8. Fantasía. No era de este mundo. Capítulo 9. Poesía. La realidad. Capítulo 10. LA Niña. La otra cara de la sabiduría. Capítulo 11. Los Gemelos. A sol y sombra. Capítulo 12. El Mago. Personajes fascinantes. Capítulo 13. La Ciudad Durmiente. Los sueños. Capítulo 14. La Ciudad de los Vientos. La soledad. Dedicatoria. 1
  • 2. Quiero dedicar este libro a mí y a varias personas. En una estaba pensando cuando di el primer paso. Pero luego se sumaron varias a lo largo de la novela. En cada una de ellas pensaba cuando escribía. Cada personaje es cada una de ellas. Entonces, a mí como Poeta, y a Musa, a mis musas. Personajes. Poeta. Musa. Sabio. Buenos Aires. Fantasía. Poesía. La Niña. Los Gemelos. El Mago. Narrativa. La Legión de los Poetas. Intro. La primera vez que Poeta vio a Musa le pareció maravillosa. Fue como encontrar un oasis en un desierto de gente. Y Poeta no supo hacer mejor cosa que acercarse, como mejor sabía, con un poema. -Serás mi Musa- le había dicho. Y le dejo un poema. -¿Y se puede saber quién sos?- le había preguntado Musa. -Un Poeta- dijo sin más Poeta. Musa quedo fascinada, pero no sabía si Poeta hablaba en serio. Si era realidad o puras fantasías. -¿Y qué dice el poema?- quiso saber Musa. -El poema es la historia de un Poeta y una musa. De cuartetas y notas semifusas. De cometas en planetas y de blusas sin excusas. Musa se sintió un poco mareada, desconcertada. Habría sido por el vendaval de la poesía, o el suave susurro de la voz de canto de sirena de Poeta. -Vení- dijo de pronto Musa mirando el cielo que relampagueaba de repente- vamos debajo de ese alero, está por empezar a llover. Y llovió. -La ciudad intermitente- dijo Poeta ante la mirada de Musa y ante la lluvia. Y así comenzó esta historia. Capítulo 1. La intermitencia de las ciudades. 2
  • 3. Llueve, sale el sol, se cae el cielo a mares, vuelve a salir el astro rey. Relampaguea. Ese clima intermitente que tienen algunas ciudades. Musa era parecida a la ciudad intermitente. Tenía sus días. Tormentosa, a veces, se declaraba en rebeldía. Una suave brisa, cuando se decidía. Un cerrar y abrir de ojos de Musa era noche y día todo en un momento. Verla venir era brillante, arrojaba luz sobre mis sombras, al irse dejaba un espacio vacío, los recovecos en penumbra, la ciudad desolada. El paisaje sin su primavera, los vientos sin su aire. Yo podía llenar esos espacios con otras cosas, pero no era lo mismo. Eran otros vientos, otras luces, otras intermitencias. Se llamaba Musa, bueno así le gustaba que la llamara. Así era, como una musa, como el tiempo, como las ciudades. Caprichosa. Llena de furia e ira a veces. Me recordaba a mí. Entusiasmada, y con pasión vehemente. Me entendía. Y yo sabía todo de Musa. A veces Musa era Poeta. Y Poeta era tantas veces Musa. -¿La ciudad intermitente?- le había preguntado Musa a Poeta. -Sí, es como esos faros que relampaguean. Como esas historias como hogueras en la noche. Te encuentras y te pierdes. Te ilumina y te deja en la más completa oscuridad. Así, caprichosa, Musa no respondía a pronóstico alguno. Si tenía que llorar, le llovía la mirada a mares. Y eso era lo que le encantaba a Poeta de Musa. Convengamos que Poeta era igual. Musa podía disimularlo un poco, controlarlo un poco, hacerlo que jugara a su favor. Poeta no, por eso necesitaba a Musa, para aprender. Sin ella, Poeta ardería en llamas, No tendría ya más versos. Al menos ardería si no escribía. Poeta iba a salir, aunque se avecinaba una tormenta. Iba a buscarla, aunque se atormentara. El día era esplendido, soleado. Poeta estaba radiante, feliz. Pero las voces se lo advertían, el viento se lo arrojaba a la cara, el pronóstico se lo anunciaba. Mira que más tarde lloverá, llorarás luego. En una ciudad intermitente, inestable, debes tener cuidado. A Poeta no le importaba, no le interesaban los pronósticos. Si estaba soleado, salía. Y si lo sorprendía una tormenta, se mojaría. Aunque anunciarán tormenta. En todo caso ya acamparía, ya habría lugar luego, para salir a chapotear. -Créeme, la intermitencia de las ciudades, es como la intermitencia de los corazones, de las palabras- le dijo Poeta a Musa- ¿Esas tormentas, nubes, relámpagos, salidas de sol, todo en el mismo día, alternándose en tan poco 3
  • 4. tiempo. Esos corazones que laten y dejan de latir, esa sensación de amor y odio todo en un mismo instante. Esas palabras que se dicen y se dejan de decir, y vuelven a repetirse? No te aflijas Musa, todo tiene su ritmo. La música sus notas y sus silencios, el tiempo sus días y sus noches. Nosotros nuestra propia luz y nuestra oscuridad. Musa miraba a Poeta, no quería escucharlo, lo odió, no quería llorar, pero hizo lo que mejor sabía hacer, llorar, y lloró. Lloró tanto que hizo callar a Poeta. -Si te callarás, si dejaras de escribir, y te quedaras tan solo a mi lado- le dijo Musa con ese tono de voz desolado, angustiado y desesperado, casi suplicante, como una beata pidiendo ante un dios, escupiendo toda su bronca a la cara- No me hables cuando estás atormentado, ¿Por qué no me atormentás como haces, de besos, de versos, de lluvia que empapa hasta mis venas?- rabió Musa. Y poeta que no sabía hacer otra cosa, la atormentó, tanto de besos, que despejó todos las aflicciones de Musa y la dejo leyendo un cuento de hadas en su cama. Es que poeta tenía que terminar su novela, el tiempo se lo exigía, sus sentimientos se lo reclamaban. Somos animales de sentimientos y relaciones pensó, y para calentar su pluma comenzó escribiendo un soneto. Fue al living, puso el agua para unos mates y empezó: Nada quedará más que no salga de tu boca, Ni poesía que no salga de entre mis labios. Has como la fantasía que no mira y te toca, Escribe por callar como aconsejan los sabios. No diré nada que no garabatee mi pluma, Y que se diga más de lo que se cuenta. Haré como la marea, con su sal y espuma, Que corrige las lluvias y las tormentas. Un teórico susurro en mi práctico alarido, Se convierte mi voz en la flechas de cupido, Que dispara versos a todo corazón que ama. Puedo ser cualquier cosa, pero nunca olvido, Difícil desoír a la pasión cuando a gritos llama, No tardes que termina la canción en mi cama. 4
  • 5. Poeta miró a Musa como se mira ciertas ciudades. Y le pareció maravillosa. De día era una cosa, tenía su esplendor, de noche era otra, un refugio con hoguera. Intransitable, bulliciosa, de a ratos, por momentos te sentías uno más entre la multitud, a sus ojos. Luego era silenciosa, cálida, nocturna. En esas noches en que estaba solo en la ciudad, es decir con ella, Poeta no quería que amaneciera nunca. Las ciudades tienen esas particularidades, que no se encuentran ni en las praderas, ni en los bosques, ni en los mares. El remolino de los vientos, los caminos y sus cuentos. Los rascacielos que intentan hacerles cosquillas al cielo, y el cielo se ríe de ironía. Los lobos al acecho del asfalto. Los altos valles son los altos de las calles. Las tormentas ciudadanas arrasan con todo barquito de papel. Y ahí estaba Musa, un oasis en un desierto de gente, un canto de sirena en un mar de indulgentes. Una princesa habitando un castillo de arena y el séptimo cielo de Poeta. Capítulo 2. Sabio. El hombre más sabio. Voz de las cavernas. Saber de posguerra, de la tierra. El hombre más sabio del mundo, no sabía leer ni escribir, pero sabía que me quería. No necesitaba tener nada documentado, ni haber leído cien tratados sobre el amor. No necesitaba leer historias, como Poeta hacía, para contarlas, porque él era todas las historias, porque las había conocido, las había vivido, se las habían contado. Cada persona era un historia, y Sabio había conocido tantas personas, había visto tanto, había caminado suficiente, que era las mil y una historias, todas las noches, él era historias. Podríamos decir y sonaría poético, mítico, que Sabio no necesitaba igual saber demasiado, podría haber pasado sin conocer nada y de todas maneras saberlo todo, porque tenía ese saber ancestral de las cavernas, el saber de los tiempos, ese que se lleva en la sangre, el saber esencial de la humanidad, el saber de humanidad. Sabio era ante todo humanidad. Podemos convenir que Sabio era como un semidiós, parte lo había sabido por todo lo que había vivido, y parte porque ya lo llevaba dentro desde siempre. Tenía esa sabiduría que llaman, o que poeta llamaba, de posguerra, esa sabiduría que se obtiene, de después de la guerra, porque las ha pasado. Y la sabiduría que también llamaba, de la tierra, esa que se sabe desde siempre. Sabio y poeta venían de las mismas tierras, de la misma sangre, por eso a poeta le dio un no sé qué cuando Sabio se fue. Es que todos los caprichos de 5
  • 6. poeta, todos sus deseos, eran velados y protegidos por Sabio. A poeta le costaba encontrar sabios tras la partida de Sabio. Alguien que lo amara tanto como lo amaba Sabio, así sin más. Poeta aprendió de Sabio el saber racional de posguerra, la experiencia de lo que había pasado, y el descubrir intuitivo de la tierra, lo que se sabe sin saberlo. Por alguna razón el de posguerra le abría las puertas al futuro, el intuitivo al pasado. Pero lo que más aprendió Poeta es a vivir, sin razón y futuro, sin intuición y pasado, y tan solo vivir, acá y ahora. A Poeta le encantaba cuando se encontraba con Sabio. Poeta quería escuchar, Sabio callaba, como suelen hacer los sabios. De pronto como Sabio era sabio, pero tenía un corazón enorme, que es la primera condición de un sabio, y veía en la cara de Poeta la fascinación por escuchar la voz y las palabras de Sabio, empezó a hablar: -Poeta, un sabio muchas veces calla, porque al hablar será odiado por los estúpidos. Si me siento jovial y divertido, me tomarán de pedante y frívolo. Si río, que no puedo festejar, ante tanto llanto. ¿Quieres un consejo?- comenzó a decir Sabio, pero fue interrumpido por Poeta. -Sabes que no me llevo bien con los consejos, y que no vine por ellos, vine tan solo a escucharte- dijo Poeta. Sabio, como todo hombre sabio, no usaba palabras. Se suele pensar que un hombre sabio te dirá frases reveladoras, será un oráculo, una estrella intermitente que llama la atención y te guía en el medio de la noche. Pues no, Sabio no era de esos sabios charlatanes, hacia poesía pero no escribía, era todo un poema y hacía poemas de las personas, es decir sacaba lo mejor de cada uno, los volvía maravillosos, sin saber métrica, ni retórica ni gramática. Bueno, digamos que si sabía métrica, sabía la medida de las cosas, de solo mirarlas, de tocarlas. Cuando hablaba no necesitaba de ideas ni oraciones grandilocuentes o rimbombantes. Quizás fuera algo en su tono de voz, decían que su voz tenía musicalidad, el son de la vida. Su gramática era parda, esa inteligencia natural o aprendida, de posguerra, porque las ha vivido, o de la tierra porque ya le venía dada. -Me encanta tu gramática parda, Sabio- le dijo Poeta a Sabio. -Vos te maravillas ante cualquier cosa- le dijo Sabio y se rio, luego siguió- Suelen llamarme temerario, quieres dicen que no planeo las cosas, que no trazo un mapa del territorio, que me meto en él y voy resolviendo las cosas a medida que voy avanzando. ¿Acaso la vida no es eso, avanzar y resolver? Hacer las cosas sin saberlo demasiado, y salir airoso de las situaciones. Por un lado la planificación te llevaría mucho tiempo, y te perderías la vida 6
  • 7. planificando, te perderías el terreno, y dejarías de ser auténtico. Además, ¿Gramática? ¿Saber que viene primero? Si el sujeto o el predicado. Yo no estoy sujeto a ningún predicado. Supongo que el primero está el Sujeto, y luego los dogmas, los lemas, los predicados. No necesitas las palabras para explicar mucho las cosas, para decirlas. Las cosas están ahí a la vista, las puedes ver, las puedes tocar. Poeta miraba a Sabio, la fascinación que le causaba escucharlo. Le causaba sorpresa que supiera de sujetos y predicados. Pero lo supo de repente. Sabio no usaba muchas palabras, porque sabio no decía, Sabio hacía. Sabio no mandaba mensajes, Sabio estaba. -¿Debo quedarme callado Sabio?- dijo de repente Poeta. -No, ni se te ocurra. Vos jugas con las palabras, es tu juguete. Hacer malabares con ellas, y entretienes a las personas. Diviertes. A mí me divierte escucharte, cuando juegas con el vocabulario, cuando vienes con ese aire grandilocuente, provocador. Poeta, miró a Sabio. Con Sabio, te sentías grande, grandilocuente. Por eso a Poeta le seguía dando un no sé qué cuando Sabio se fue. Poeta quería que Sabio se enterara que se había convertido en poeta. Sabio no era palabra, pero si era una intermitencia que iluminaba la oscuridad. Y Poeta lo recordaba cada tanto a intermitencias. Las intermitencias de la memoria. Sabio era poesía sin palabras. Te dejaba sin palabras. Sabio había venido de otras tierras a la ciudad intermitente. Venía con el olor de la posguerra, de otras tierras. Olía a tierra quemada, pero también olía a monte, a toro bravío, a sangre derramada en la arena. Venía huyendo, si bien la ciudad de donde venía no era intermitente, con su determinismo, con su las cosas como eran, cuadradas en el sentido más estricto de las cosas, su rigidez, su tozudez, tuvo que irse, porque la posguerra la había vuelto intermitente, a fuerza de cañón, de sangre derramada, los fogonazos eran de balas. Los relámpagos de estallidos. Y vino a una ciudad de intermitencias, circulas, pero de otra clase de intermitencias. El del caos, la algarabía, el desconcierto, las diferencias, y a mezclarse con otras gentes, que también como Sabio venían a hacerse la América, la tierra prometida. Caótica, pero prometedora, encantadora. -¿Cuál es una de las formas de la belleza?- le preguntó Poeta a Sabio. -¿Una de sus formas? Más que sus formas, la belleza deforma. Más que construir, es deconstructivista, desencaja, muchas veces te saca de la normalidad, es rara. 7
  • 8. -¿Qué debería decirle a la belleza?- siguió a modo de indagación Poeta. -Otra de las formas de las bellezas, te diría un sabio- dijo Sabio- es no decir nada. No enturbiar el viento, dejar que sople, que susurre. Pero vos sos Poeta, su virtud es enviciar el viento con tus cuentos. Sos uno de los pocos que tiene, ¿Como llaman ustedes, licencias poéticas? -Si- dijo poeta. -Bueno son los únicos que tienen vía libre. Los que limpian la hojarasca. Los que convierten los rocíos en tormentas. Los que hacen mover las hojas. Sin ustedes, la calma sería tediosa, y hasta los sabios tendríamos que hablar, llegado el caso. Y ya sabés que a los sabios no nos gusta hablar mucho. Sabio era un sabio, pero ante todo era puro amor, pensó Poeta. -¿Para qué estamos acá?- quiso saber Poeta, que no era nada propenso a preguntarse sobre el sentido de la vida, y sabía para qué estaba. El único propósito que le encontraba era divertirse, sin filosofar mucho sobre el asunto- pero quería escucharlo de Sabio. Sabio cerró los ojos, y comenzó de decir, como invocando a vaya uno saber a quién, como en trance, como rebuscando en su interior, como tomando toda su fuerza. -Voy a decírtelo con voz de poeta, sin olvidar mi voz de sabio- comenzó a decir Sabio-. Eso que parece tan cursi, pero que suena bien: Para torcer un poco el eje del mundo. A veces para hacerlo girar más de prisa, a veces para que gire despacio, casi hasta detenerlo. Para estrellar los cielos. Inundar los mares de poesía, que las olas azoten los puertos. Que la marea mesa las barcas de papel y los mensajes en botellas. Para hacer más respirables los vientos, para hacer más habitables este suelo. Sabio dejó la tensión en la que se encontraba, dejó caer sus hombros, y apoyo una de las manos que tenía gesticulando en el aire, en su rodilla. Su mueca de seriedad se transformó en sonrisa. Y ya con calma dijo: Y para estar aquí, para divertirse. Capítulo 3. La Legión de los Poetas. ¿Cómo son los poetas? Visceral, literal. Literatura, academia. Propia voz. Estructura, alma libre. Llenar espacios vacíos. -Te aclaro y no debo aclararte, vos ya lo sabes, y ya lo he aclarado cien veces, que no hace falta que nadie venga a decirme si esto o cual otro lo escribí pensando en tan o tal persona. Las historias por lo general, ocurridas a un 8
  • 9. escritor, o imaginarias, suelen sucederle a cualquiera, por eso esa identificación con el relato, como diciendo, este me pasó a mí, o me está hablando a mí. Debes saber también, que un escritor crea a partir de vivencias que le pasaron, o a lo sumo que le pasan o que quisiera que el pasen. Jamás escribe de la nada. El escritor que inventa o usa mucho la imaginación miente, parte de lo que escribe siempre le pasa, o son sus interrogantes, respuestas e intereses hablando. Me da pena no poder preguntarle a Cervantes si el Quijote no era él, y también Sancho, porque lo afirmaría sin lugar a duda. Podría Cervantes haber hablado en una novela de tono costumbrista, o una autobiografía, sobre sus ideas, pero es más entretenido hacerlo en la voz de un caballero andante, loco y a lomos de un caballo, con lanza y escudero. Bueno a lo que voy, que solo tengo este párrafo, no sé quiénes serán los personajes, como se llamarán, pero sí que será una ciudad intermitente. Luego vendrá todo lo que la imaginación, vivencias, y la escritura traiga a la novela. Bueno no sé, quería decirlo, y por decir algo, empecé con la intermitencia de la ciudades- dijo Poeta ante Narrativa, uno que jamás escribía poemas, decía, pero cuentos, todos-. Y a cuatro manos, estamos escribiendo. No obedecen a la gramática, no respetan las leyes de la realidad ni la fantasía, tiene falsa poesía, pero deberán leerlas porque son encantadoras- finalizó Poeta. -Siempre tan ocurrente Poeta- dijo Narrativa- ¿Pero una novela justo vos que sos Poeta? -Bueno es que la novela es una de las formas de la poesía, más alargada. ¿Te acordás que me preguntaste una vez que son los poetas, que son los escritores? Bueno en parte alguien que cuentas historias, parar entretener, para divertir. Y en parte como espina, como recuerdo, en verso. Para que el mundo gire. -Pero el mundo sigue girando perfectamente sin nosotros- dijo Narrativa. -Sí pero los que no podemos parar de girar somos nosotros, y además podemos torcer un poquito tu eje, refrescarlo. -Hacerlo girar, refrescarlo puede hacerlo cualquiera. -El caso es quien pueda escribir un poco de poesía, y quien pueda ser poesía sin escribir una solo palabra. -¿Y a vos te pasa o la escribes?- quiso saber Narrativa. -Todo lo que me pasa es el material sensible con el que construyo mis novelas y poemas, supongo- volvió a finalizar Poeta. A veces literal, a veces visceral, a 9
  • 10. veces a metáforas. La idea es llenar a veces los espacios vacíos, de palabras de recuerdos. Bueno, ¿Te anotas en la Legión de los Poetas? -Ya soy uno de ellos, no tenés que preguntarme- dijo Narrativa. Capítulo 4. Poeta y Musa. ¿Qué hacer con tanta pasión? Se escribe. Se vive. Un canto de sirena. Un oasis en un desierto de gente. Un mar de tinta. Un puerto de papel. Lo que más le gustaba a Musa, era despertarse temprano por la mañana y sin que Poeta se diera cuenta, ir acercándose y por su hombro mirar lo que escribía. Luego, ponía una mano sobre poeta, y besaba su cuello. Muchas veces pegaba un salto de sorpresa, al estar concentrado, no sabía si era Musa que le tocaba el hombro, alguno de sus demonios, o un ángel, pero para su tranquilidad era Musa, no necesitaba darse vuelta para saberlo, podía sentir su mano en su piel. Poeta podía sentir todo el amor de Musa, se relajaba un segundo, y le preguntaba a Musa algo que estuviese escribiendo: ¿Te parece que las ciudades sean intermitentes?- por ejemplo. Musa lo miraba y volvía a besar el cuello de poeta. Sabía que aunque nadie leyera lo que poeta escribía, ver la fascinación de poeta escribir, y el entusiasmo que le ponía, era la mejor paga, para Poeta y para Musa. A veces las palabras caen a los años. Musa empezó a escuchar los te quiero de Poeta al año. Se fue olvidando de los te quiero de otras personas y empezó a escuchar los te quiero de Poeta. Es como cuando te dicen algo y no das importancia, y un día sin saber ni cómo ni cuándo, eso que te habían dicho, que no habías prestado atención, y te habías olvidado, se te viene de repente, como una revelación. Y ya nunca más dejas de escucharlo. De hacerle caso. Quizás siempre estuvo ahí, presente, pero nunca lo miraste. Hasta que un día cobra tanta luz, tanta fuerza, que la idea se vuelve cegadora, deslumbrante, y no tienes otros ojos nada más que para eso. Musa, ya les dije, tenía sus días. El día que la hice enojar, la vi maravillosa. Como una tormenta cuando se desata con toda su furia. Un viento ensordecedor azota en tu ventana, latigazos de lluvia como lenguas insidiosas, truena como tronaba su voz haciéndote temblar. A veces un rayo de luz, en medio de la tormenta te iluminaba la noche, y te dejaba desnudo. Verla con esa cara de: no te atrevas a acercarte, no me toques, era fascinante. Como esas tormentas que te asustan, que no te atreves a adentrarte en ellas, y sin 10
  • 11. embargo, no puedes evitarlas, y te empapas en ellas. Poeta dejo de escribir. Así era Musa. Todos necesitamos alguien que nos proteja. De las tormentas, de la oscuridad, de la intermitencia. Musa era un refugio, de calma, de claridad, y paradójicamente, de intermitencia. Algo tiene que tener un poeta para escribir en sus tinteros. Inquietudes, sensibilidades. Cuando a Poeta le entraban, de frente y de costado, por la cabeza y todos los poros de la piel, las tormentas de la desesperación, desolación, exterminación, Musa era una sirena que guiaba el barquito de papel de Poeta, capeaba sus tormentas y lo hacía llegar a buen puerto, en un poema. A veces le exigía una canción, otras le alcanzaba un lápiz y un papel. Y ahí se encontraba Poeta intentando detener toda la tormenta del mundo, empapándose solo bajo la lluvia, de brazos extendidos, con un papel y su poema en una mano y la pluma en la otra. Como diciendo: Acá me tenés, puedo desterrar todos los males de un plumazo. Y en verdad que lo hacía, porque al escribir, era un dios que reinaba sobre la tierra, y podía detener las tormentas, sus tormentas y las que asolaban a todos los demás, al mundo. Un poema de poeta podía irradiar luz, dar cobijo, tanto para el como para los otros. Algunos decían que esa luz se la daba Musa, otros que su entusiasmo, de la intermitencia. Esos raptos de luz que se encontraban entre las negras tormentas. Poeta esperaba esos ratos de luz que lo iluminaban y escribía. En realidad escribía para encontrar esos ratos, para producirlos. Poeta y Musa caminaban por el louvre. Musa quería llegar a la mona Lisa, quería ver su sonrisa. A poeta le daba igual, decía que no se reía, que ¿Qué le habían visto a esa señora?, ¿Qué les llamaba tanto la atención. Que les producía verla. Entraron al salón, ahí estaba. No era una época ni un horario muy concurrido, así que pudieron llegar sin mayores obstáculos, hasta el frente de la obra. Musa miró a la Gioconda y esbozo una mueca de sonrisa, y miro a Poeta. En su cara se reflejaba la desilusión, el desencanto, casi se podría decir que hasta se había enojado, cuando dijo: -Tanto revoloteo, para esta pintura que ni debe tener 30 por 40 cm, y además no se ríe. Musa se reía, le daba gracia cuando Poeta se enojaba sin tener muchas razones, cuando desterraba años de conocimiento y esteticismo con un simple comentario de desdén. -Pero si se ríe, lo que pasa que quizás no sabes vislumbrar la sonrisa de una dama- dijo Musa entre risas. -Podría saber que te estas riendo aunque me pongas la mejor cara de enojo- le 11
  • 12. dijo Poeta a Musa- ¿Quizás Da Vinci se reía de nosotros, del arte, y reflejó su sonrisa en ella, en esa mueca burlona de sonrisa. -Ha, ¿Entonces reconoces que se ríe?- dijo Musa. -En todo caso no se ríe, se nos burla. Musa se fue dándole miles de explicaciones a Poeta sobre la Gioconda para tratar de convencerlo. En eso al dar la vuelta a otra de las salas, Musa venía mirando el mapa del museo, cuando al levantar la vista vio la cara de fascinación con que Poeta miraba. Había visto ese semblante en poeta tantas veces, ante el capricho de un niño, al mirar sus películas preferidas, cuando terminaba un verso que le había gustado, ante una dama insultando a un chofer que casi la pisa, como cuando a un niño le dan un caramelo. Y al mirar hacia adelante ahí estaba, la Venus de Milo. -No necesito que me den millones de explicaciones sobre su producción, ni saber de dónde vino. Tan solo verla me impacta. No sé qué es pero no puedes dejar de mirarla, Se te impone ante tus sentidos. Quizás esa sensación de invalidez, mitad vestida, mitad desnuda, inacabada, lacerada por el tiempo- dijo Poeta que miraba su rodete y su ombligo. -¿Qué te conmueve?- quiso saber más Musa. -No sé, son esas obras que te llaman, como el grito de Munch, esa desolación. El café terrace at night, y sus ganas de habitarlo al verlo, esa sensación de paz y tranquilidad, la bohemia, el amparo de la noche y la soledad en una terracita de un café por la noche. Hay algo en ellas que encuentras diferentes, como Venecia, con sus calles inundadas, sus pasadizos laberínticos, sus recovecos. El puente de los suspiros. Es eso, son esas cosas que te hacen pasar de un lugar a otro, y te dejan sin respiración por un instante. -Me voy un mes afuera, por trabajo- le dijo Musa a Poeta-. Supongo que podrás soportar la ciudad intermitente por un tiempo. -Claro, los poetas vivimos a intermitencias- le dijo Poeta a Musa mientras se iba a preparar unos mates. Puso la pava, la tostadora al fuego, espero unos instantes. Al querer dar vueltas las tostadas, se quemó el brazo. -Ay- dijo poeta, que no era a dar muchos alaridos salvo en versos y en algunas contadas excepciones. -¿Qué pasa?- dijo Musa desde el living. -Nada- dijo Poeta mientras volvía a apoyaba todo sobre la mesa. -Pero si te hiciste una marca en el brazo- dijo Musa. -Sí pero no es nada, solo una marca que anuncia tu despedida. Nada, comparado con las marcas que dejare en tu piel al irte, en tu memoria, en tu 12
  • 13. alma- dijo Poeta. -Ya empezás- dijo musa y se miró el cuerpo, quizás buscando alguna marca, miró un poco más en su interior, y lloró. Su voz era un canto de sirenas. En un susurro podía llevar tu barca por mares interminables, un mar de tinta, azotando una costa de papel. Tanto podía con un grito como un fuerte vendaval, azotar todos tus sentidos, como acurrucarte en susurros como en una suave brisa. Un puerto de papel, un mar de tinta. Y entre tanto filosofar, retoricas y divagar sobre la vida, a poeta se le escapo un te quiero. -No lo digas si no vas a cumplirlo- dijo Musa. -No es cuestión de promesas, ya estas adentro mío. Hay quienes tienen toda la teoría y suena maravillosa, pero no pueden escribir dos palabras. Y hay quienes escriben poesía sin saber nada de poética. Siempre recuerda eso- le dijo poeta a musa. Capítulo 5. La razón. El sentido práctico de la vida. Poeta como Musa, también sufría de intermitencia. Algunos días estaba alegre, otros triste. Algunos días le resultaban indiferentes, y podía reunirse con el mundo y su cofradía. Otros se sentía solo en un mar de gente, y se encerraba por las noches a escribir en su séptimo cielo. Necesitaba el bullicio de la multitud donde acallaba su alma, como del silencio de su departamento, donde afloraban sus pensamientos. Por eso se querían tanto Poeta y Musa, porque unas veces eran tormentosos, y otros una suave brisa. Le encantaba la gente, pero a veces, cuando se ponía caprichosa, insidiosa, y lo único que quería era sacar ventaja de poeta, para sus ruines fines, poeta se alejaba, no quería ni verlos. Por eso Poeta adoptaba un sentido práctico de la vida. Intentaba no preocuparse, y hacer las cosas, sin bien iba por ellas, como sucedieran. Pensó en escribir algo. A la hora que se despierta la luna, Y la noche se estrella de princesas, A la hora que no te pareces a ninguna, Y tu boca se convierte en fresa. 13
  • 14. A la hora que el rapsoda sueña con poesía, Y escribe a cuatro manos buenas cuartetas, A la hora que con una corona de fantasía, Ya me coronan el rey de los poetas. A la hora que se pueblan los rincones, De tu corazón con cuentos de hadas, A la hora que termino una canción, Para tus dulces sueños de almohadas. Las heridas producidas, por las palabras, no dejan cicatrices, pero duelen por dentro, destrozan tus entrañas, en el alma. Capítulo 6. Los caminos. Solo se puede ver gigantes. ¿Qué escribiría Cervantes, en un siglo 21, sin ventas, ni molinos, polvo en los caminos, princesas, castillos? Lo más cercano al cielo es un rascacielos. Ya no hay Sanchos, ni se ven gigantes. Musa miraba como Poeta escribía y para no molestarlo se puso a mirar que podía leer, un rato, de la biblioteca, cuando posó su mirada en una figura del Quijote sobre el estante custodiando la primera y segunda parte de el ingenioso hidalgo y caballero y no pudo resistir la pregunta: -¿Que imaginación para crear semejante personaje?- le dijo Musa. -Más que imaginación, además debe ser un poco de coraje- dijo Poeta pensando un segundo, pero sabiendo bien lo que decía-. Decir o dar a conocer lo que se piensa. Los personajes que un escritor creo muchas veces son el mismo. El Quijote no hubiese nacido si Cervantes no hubiese estado un poco vehemente, no se le hubiese secado el seso de tanto leer libros, hambre de desfacer entuertos, sed de justicia. Si no hubiese ofrecido al mundo un banquete de amor y libertad. Capítulo 7. Buenos Aires. El caos. Loca, caótica y fascinante, así era ella, como las grandes ciudades. Así era Buenos Aires. Le gustaban mis frases cortas, pero yo tenía que terminar una novela. 14
  • 15. -Escribo demasiado, poemas que nadie lee- le dijo un día Poeta a Buenos Aires. -A mí me gusta esto que escribiste, déjalo así- sugirió Buenos Aires. -Una frase poderosa, que encante al lector que lo fascine. Pero luego hay que seguir- le dijo Poeta a Buenos Aires. Capítulo 8. Fantasía. No era de este mundo. No era para este mundo. Era demasiado sensible para su época, para todas las épocas. No encajaba en un mundo ordinario. Así era Fantasía. La realidad la desencajaba, la desesperaba, la irritaba. Este mundo era demasiado pensado, demasiado científico. Debía crear un mundo a su medida. Entrar en sus mundos y tener el propio. Esa era su misión, y podías entrar en sus mundos, pero a Poeta le gustaba crear los suyas y hacerlos realidad. Capítulo 9. Poesía. La realidad. Poesía era diferente. Poesía era un poco como Fantasía, pero todo realidad. Poesía agitaba los deseos, las pasiones, los corazones. Poesía si usaba la fantasía era para hacer todo más real. Si Fantasía era imaginación, Poesía era movimiento. Todo lo que Fantasía imaginaba, Poesía lo hacía. Fantasía te contaba un mundo, ideales. Poesía te llevaba de la mano a ese mundo. Capítulo 10. LA Niña. La otra cara de la sabiduría. Eran las 7 de la tarde. Atardecía a pleno sol. Aún estaba el cielo de un azul intenso y despejado. Poeta charlaba con Musa y un par de señoras. La Niña miraba al cielo, entretenida, y de la nada dijo: -Mirá, se despertó la luna- y siguió mirando el cielo como si nada, como quien dice cualquier cosa, como quien no mide el alcance de sus palabras. Ahí estaba la luna cuando se deja ver a plena luz del día. Poeta miro a la niña fascinado, Musa y las demás señoras hablaban, quizás sin escuchar lo que había dicho Niña. Los niños son poetas en potencia. A la hora que se despierta la luna, pensó. Es un buen comienzo para un poema. 15
  • 16. Las verdades más reveladoras, las he encontrado, siempre, en un viejo sabio, o en un niño. Se dijo para sí mismo. Capítulo 11. Los Gemelos. A sol y sombra. Los gemelos estaban en esa edad en que todo lo preguntaban, y todo se lo respondían. Es decir, uno preguntaba y el otro respondía. Se complementaban. Pregunta y respuesta. A uno le gustaba todo lo que sonara a poesía, fantasías de día. Al otro cuentos de hadas, entre almohadas, por las noches hasta la madrugada. Día y noche. Alegría y melancolía, así eran los gemelos. A plena luz del día uno, al amparo de la noche, el otro. Capítulo 12. El Mago. Personajes fascinantes. Fascinar, encantar y crear magia. Buscaba lo que de mágico tenia cada uno. El mago tenía eso. Escapar de los trances ordinarios, crear sucesos grandiosos, extraordinarios. El Mago te hacía sentir mágico, te hacia pasar un momento mágico. Mago nunca te dejaba de sorprender, porque no sabía hacer otra cosa. Capítulo 13. La Ciudad Durmiente. Los sueños. A diferencia de las ciudades agitadas esas que nunca duermen, que tienen su encanto, estaba la ciudad durmiente. Sus habitantes caían en un sueño profundo. Era encantadora porque era una ciudad de ensueños. Uno llegaba a la ciudad Durmiente y soñaba. Capítulo 14. La Ciudad de los Vientos. La soledad. Poeta a cada lugar que llegaba, sacaba su brújula, localizaba el Norte, y se iba en dirección al Sur. Lejos de los trazados regulares, la cuadrícula de las calles, los rascacielos eran las nuevas torres de babel, el asfalto, donde podían pasar camiones pero jamás hadas. Decía que nada podía crecer en el asfalto, y era verdad. Ni la fantasía, mucho menos la poesía. Solo tenía tolerancia y predilección por las esquinas, los cruces de caminos. Lejos de las catedrales y sus ángeles caídos, lejos de los Municipios y sus grandes relojes coronando su cúpula. Iba al sur. A la biblioteca, donde se sentía a gusto entre hermanos. Al 16
  • 17. mar, miraba el horizonte, y no le parecía tan lejano. Norte, pensó. N. N de nombre, de notario. Sur, S. S de soledad, de Suave Susurro de brisa. Definitivamente, debía ir al Sur. Esta ciudad extraña, y a intermitencias se extraña. Los cantos de sirenas, los castillos de arena. Por eso Poeta necesitaba de las ciudades con mar, para estar cerca de todo eso. Muchas veces el mundo le resultaba ajeno, con ideas distintas a las propias. No era que despotricara contra el mundo, le gustaba. Pero le resultaba extraño a veces. Es por eso que cuando se encontraba a gusto con una rareza que no encajaba mucho con el mundo, a Poeta le causaba fascinación, admiración. Es que poeta a veces se sentía en una ciudad extraña, distinta a lo habitual, natural o normal, y a todo lo que tiene algo de extraordinario o inexplicable, que excita la curiosidad sorpresa y admiración. Musa era un poco de todo eso. Esta ciudad extraña, y que a intermitencias, te extraña. Poeta venía de la calle pensando en un poema, esperando llegar a su séptimo cielo y jugando con un verso, cuando se metió en el ascensor. -Subo, subo- escuchó poeta con insistencia. Abrió la puerta que recién había cerrado del ascensor. -Poeta- le dijo la del 5A-. No me escuchabas que te llamaba- terminó de decir mientras se metía en el ascensor. -Hola- dijo poeta sin saber el nombre de la vecina que de vez en cuando saludaba- diculpame, es que venía pensando, y no te escuché. Es como cuando soñás y el timbre del despertador se te mete en el sueño, hasta que lo haces realidad y te despertás. Bueno así fue tu voz, que le fue ganando a mis pensamientos, hasta escucharte y abrirte. La vecina se rió, le encantaban las ocurrencias de Poeta. -¿Y en que pensabas?- quiso saber la vecina. -En un poema- dijo poeta-. A la hora de los sueños, bien despierta la realidad, bien se te meten los cantos de sirena. Bien la alarma del despertador. Poética del ascensor- dijo Poeta y se rió. -Un día de estos me escribís un poema- dijo la vecina. -Dale, te lo dejo debajo de la puerta- dijo Poeta, la saludo y siguió hasta su séptimo cielo. 17
  • 18. Al mes Musa volvió. Había traído de regalo un anotador y un par de plumas para Poeta. -Escribe en estos anotadores todo lo que me has extrañado- dijo Musa. Coda. Lo bueno de la literatura es que no tiene que haber nada documentado, ni responder a la realidad, puede mentirte como bellaco, y sin embargo sonará maravillosa. Musa parecía que mentía. Pero era genial. Musa era tan real, tan maravillosa, que parecía de fantasía. No quería dar vuelta la página, ni terminar un capítulo, menos cerrar la historia. Quería que las cosas sucedieran. Poblaba la ciudad intermitente de historias, como la casa, como ella, poblada de recuerdos. 18