1. Mensaje de Año Nuevo – 29 de Diciembre de 1985
Con motivo del nuevo año y que está por comenzar, los Obispos del Paraguay dirigimos este Mensaje a
cuantos habitan este suelo bendito.
Deseamos que la unidad, la comprensión y el amor fraterno reinen en todos los hogares de la patria. En
este momento de augurios, éste es el nuestro, muy sincero por cierto.
Pero es también momento de evaluación y de proyectos. No pretendemos, en breves líneas, resumir la
vida del país y de la Iglesia, con sus luces y sombras, y trazar planes de acción. Pero queremos compartir
una relflexión y un anhelo de nuestra esperanza cristiana.
1. Imposible resultar ignorar, en este Mensaje, el problema que sacude y preocupa al país entero. En
1979, en la Carta Pas toral s obre “El Saneamiento Moral de la Nación”, ya s eñalaban los Obis pos
la gravedad de la cris is moral, pública y privada. “No es s olo una sucesión de desórdenes y actos
delictuosos, sino en definitiva es la destrucción del mismo hombre, de la persona humana, la
única portadora de los valores humanos ” (N. 4). Des graciadamente los años transcurridos no fueron de
reconocimiento y superación de este problema. Los ídolos del dinero, del placer y del poder, siguieron
reinando entre nosotros.
Los resultados están a la vista. Asistimos hoy a un espectáculo deprimente y escandaloso. Las
acusaciones van y vienen; el monto calculado de las operaciones ilícitas crece contínuamente; el
número de personas e instituciones afectadas aumenta día a día; las sospechas se extienden y
amenazan superar los límites de la cordura. Y todos nos preguntamos; ¿es posible que hayamos llegado
a estos extremos de deshonestidad, de corrupción, de inmoralidad?
Vivimos sin duda una hora de preocupación y de tristeza, de incertidumbre y de temor. Duele comprobar,
con todo, la real o aparente insensibilidad antes estos hechos. Se suceden situaciones de irritantes
desigualdades y de privilegios; las divisiones se ahondan reiteradamente; los excesos verbales y escritos
en desmedro de la verdad y de la justicia, no respetan personas e instituciones y lo que es más grave, el
fantasma de la impunidad para ciertos hechos y sus autores crea un clima de desconfianza en la
actuación de la justicia.
La posición de la Iglesia es clara y definida. La intervención de la justicia debe ser rápida y ecuánime. No
debe haber acepción de personas. Los culpables deben ser sancionados y los daños causados deben ser
reparados. No se trata de fomentar odios ni venganzas.
Pero tampoco es lícito cubrir, con el manto del silencio y echar al olvido faltas gravísimas contra el bien
común. Son el buen nombre del país, el patrimonio nacional y la misma dignidad del hombre paraguayo
los que hacen perentoria esta intervención.
2. La Iglesia ha continuado su misión evangelizadora, el camino más seguro para saneamiento moral de
la Nación. Bien podemos decir que el año 1985 quedará identificado con emprendimientos pastorales de
mucha importancia. Ha sido el Año Nacional de la Familia y el Año Internacional de la Juventud. En favor
de la institución familiar y bajo el lema de “Hagamos de nues tra familia una comunidad más humana y
cris tiana”, muchas fueron las iniciativas que s e realizaron.
En todo el país se procuró la conscientización y la promoción de familias sólidamente constituidas. El
fortalecimiento de los hogares ha sido la meta de una labor pastoral intensa. La campaña de la
Sagrada Familia Peregrina queda como expresión de un esfuerzo que debe tener continuidad, por medio
de los organismos de la Pastoral Familiar.
2. También en el campo juvenil se procuró una celebración eficaz y provechosa. Los Congresos y
Pregrinaciones de jóvenes constituyeron un elocuente testimonio de la nobleza de propósi tos y de la
generosa respuesta de la juventud. Reconstruir el tejido social de la nación y lograr que sean los jóvenes
los primeros evangelizadores de los jóvenes fueron los grandes objetivos del año. El 8 de diciembre
pasado hemos presentado a la Virgen de los Milagros de Caacupé el compromiso formal de seguir
trabajando tanto en la Pastoral Familiar como en la Pastoral Juvenil, convencidos del deber que tenemos
de proseguir los esfuerzos iniciados.
3. Los Obispos del Paraguay compartimos los gozos y esperanzas, las penas y aflicciones de nuestro
pueblo. En esta ocasión reiteramos, como modesto aporte de la Iglesia, el vivo deseo de un nuevo
año que sea del reencuentro de todos los paraguayos.
Que 1986 nos encuentre unidos en la gran tarea de formar “una sociedad más justa, fraternal y abierta a
Dios ” (P.P.O.N. 208). Es deber y derecho de todos y nadie puede excluirse y nadie debe ser excluido. El
esfuerzo debe partir de la propia conversión personal y familiar. Pero debe llegar a los organismos e
instituciones, a las empresas y a todos los modos de relacionamiento entre los miembros de nuestra
sociedad. Los grandes valores de la verdad, de la justicia, del trabajo honesto, de la solidaridad y del
respeto mutuo deben volver a ocupar lugar relevante en la vida nacional.
Bien sabemos que el camino es largo y difícil. Exhortamos a iniciarlo apelando al sano patriotismo, a la
buena voluntad, a la fe inquebrantable de todos. Pedimos a Dios Nuestro Señor, por intercesión de la
Santísima Virgen María, que nos ayude y bendiga para que el nuevo año nos encuentre “juntos como
hermanos y caminando al encuentro del Señor”.
Asunción, 29 de diciembre de 1985
Por la Presidencia de la CEP.
+ Jorge Livieres Banks
Obispo Titular de Utimmira y Secretario Gral. de la CE