Para esa fusión o cooperación humano-máquina, parece inevitable pensar en la conveniencia de una preparación mínima del humano en el conocimiento y en la operativa de la máquina (de las máquinas), una alfabetización. Intento aclararme yo mismo acerca de lo que debemos entender por alfabetización y le voy a añadir por mi cuenta el término o concepto de “cultura”. Alfabetizar, aunque lo generalicemos a nuestra conveniencia, en origen es prácticamente un concepto lingüístico, porque se refiere a leer y escribir una lengua. En el pensamiento no lineal y complejo del maestro Morin, cerebro, lengua (o lenguaje), cultura y mente forman un bucle recursivo. La mente (y por consiguiente una de sus manifestaciones, la inteligencia) es una emergencia del cerebro, con y por el lenguaje en el seno de una cultura. En el núcleo de toda cultura está el lenguaje, que contribuye a su vez a formar las conexiones neuronales del sujeto. Con el lenguaje entramos y vivimos en una cultura. Los instrumentos técnicos tienen su propio lenguaje, instrucciones de uso y reglas que hay que aprender para insertarse en la cultura que crean esos instrumentos, cultura en el sentido del texto de Morin aquí recogido. Por eso la brecha digital es siempre más cultural que estrictamente lingüística, porque incluye una diferenciación que va más allá de las reglas operativas del instrumento, para entrar en la dimensión práctica y en la significación de su funcionalidad social. Lo que aquí llamamos semántica y pragmática. De paso implica a la mente y por tanto al cerebro. Es esencial comprender que la tecnología introduce cambios en todos los elementos que componen el bucle de Morin, que, con cada tecnología importante y suficientemente diferencial se reinicia en un proceso nuevo.