Edita el gato descalzo 13. la fortaleza junto al río. carlos herrera novoa
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La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.
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Créditos
La fortaleza junto al río
Carlos Herrera Novoa
Edita El gato descalzo
Director: Germán Atoche Intili
cosasquemepasan@gmail.com
elgatodescalzo.wordpress.com
Primera edición en formato Pdf, ePub y Mobi:
Lima, 10 de agosto 2012.
La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.
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Diseño de portada y corrección de estilo:
Germán Atoche Intili.
Imagen: Beverly & Pack,
Fire Breathing Mythical Dragon.
Licencia de atribución de Creative Commons.
Interiores:
1 y 2: Anverso y reverso de una moneda de la tribu
de los Osismii del norte de Francia o las galias,
como era conocida por los romanos.
Alrededor del siglo I aC.
Las imágenes 3, 4 y 5 pertenecen a Robartesm,
Licencia de atribución Creative Commons.
3: Celtic chariot warrior 2.
4: Celtic warrior 5.
5: Celtic warrior 10.
6: Lucas Cranach el viejo, Jabalí.
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Presentación
Estimados amigos en este número de
Edita El gato descalzo, el temido 13, compartimos
La fortaleza junto al río, e-book con el que Carlos
Herrera Novoa incursiona en la literatura.
Este autor cuenta en su escrito con influencias
de las culturas escandivas y célticas, también de la
arqueología, la historia y la antropología, como él
mismo explica líneas abajo.
Él nos muestra en la siguiente historia a un
héroe de la edad de hierro europea, que comparte
con aquellos de las leyendas, la búsqueda de su
destino, uno diverso a aquel de los mortales
comunes.
La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.
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Nota
La historia que se relata aquí es completamente ficticia, sin embargo
el contexto en que se desarrolla no lo es. Los elementos culturales que
aparecen en ésta corresponden a la llamada cultura La Tène, una cultura de
la edad de hierro europea que se desarrolló entre los siglos V y I aC, antes
de ser destruida por los romanos. La fortaleza junto al río que sirve como
punto de anclaje al cuento todavía existe. Todavía se ven sus restos en un
recodo del río Danubio en el estado federado de Baviera a unos 100 km al
sur de la actual ciudad de Nüremberg. Se trata de una estructura
pseudourbana construida por los señores locales para controlar y
administrar el territorio circundante y los pasos del río. Sus ruinas fueron
excavadas en los años 50's y 60's por el arqueólogo alemán Werner
Krämer y últimamente por Ferdinand Maier y Susane Sievers.
Sobre su génesis no sabemos casi nada, posiblemente fue edificada a
mediados del siglo III aC con métodos de construcción que no se
diferencian mucho de los que se describen en este relato. La historia en sí,
sin embargo, no se centra en este episodio introductorio sino que retrocede
cincuenta años y describe los pormenores de la ocupación mítica del país.
Los paisajes descritos en el relato corresponden a lo que ahora son el sur y
el centro de Alemania y tanto estos como las armas ropajes, nombres de
lugares y dioses han sido tomados de las tradiciones culturales de la edad
de hierro. Los seres a los que se consagra la fortaleza se refieren a los
cuatro grandes dioses Llew o Lug, Nudd o Nuada, Ogma y Dagda cuyo
culto estaba muy extendido en esa época entre Irlanda y el Danubio y que
corresponderían a las tres funciones rituales indoeuropeas: la del rey
(Llew), la del guerrero (en su versión justiciera, Nudd, y en su versión
turbulenta, Ogma) y la del sacerdote o druida (Dagda). Mi referencia a los
druidas en este relato sin embargo es puramente especulativa. No se sabe
cuando apareció esta casta sacerdotal y es posible que en el siglo III todavía
no existieran. Sin embargo, su presencia en otras leyendas de fundación me
sugirió ponerlos de refilón en la parte introductoria en la que se construye
la fortaleza. Las medidas que estos utilizan durante su edificación también
son propias de esa época en que las longitudes se medían en codos de 0,45
cm y cuerdas con nudos eran utilizadas para marcar circunferencias, medir
sus diámetros y calcular sus perímetros. La medición de circunferencias era
uno de los elementos básicos de la arquitectura de la época pues la creación
de un círculos mágicos constituía un elemento esencial en los rituales
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utilizados para propiciar a las fuerzas infernales antes de una construcción
importante. Estas fuerzas por cierto, en las tradiciones de la época no se
diferencian gran cosa de las fuerzas celestiales y en mi cuento ambas
aparecen englobadas con el término “Sidhe”, los seres del país de la magia,
palabra de origen irlandés que describe tanto a los espíritus habitantes del
mundo sobrenatural como al mundo sobrenatural mismo.
CH Novoa.
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La fortaleza junto al río
Carlos Herrera Novoa
Yo te daré lo que tú quieras. Solo ven a ver verme de vez en cuando
y te daré toda la fuerza que desees. Ni los hombres ni los grandes Sidhe
podrán tocarte. Solo dime qué quieres. Te daré un círculo de piedra dentro
del cual construiré una fortaleza para ti, un lugar en donde no entrarán ni
demonios ni hombres, un lugar en donde aún los espíritus del Sidhe tendrán
que pedirte permiso para entrar. Te daré hijos e hijas a las que el mundo
pagará tributo, que consagrarán pozos y fuentes y vestirán ropajes de oro.
En mí dejarás tu destino. Entonces sabrás qué hacer, podrás cerrar los ojos
y dormir tranquilo. Acércate a mí y dime lo que quieres y eso te daré. El
viento soplará entre los árboles, la noche cerrada convertirá el río en un
pozo obscuro, una parte más de la noche, violentamente obscura, sin luna
ni estrellas; esta envolverá la tierra. Y sin embargo tú no tendrás miedo y
avanzarás seguro entre las tinieblas, las zarzas y el bosque.
Bajo la guía de los grandes Sidhe, Llew, Nudd, Dagda y Ogma, los
druidas trazaron la circunferencia y apuntalaron los cimientos de la
fortaleza mediante grandes fosas acordonadas de postes de madera afilados
con hacha y sierras, por donde escapaba un aire frío y denso. En ellas
enterraron primero una estatua, hecha de madera basta, cerámica, un árbol,
trozos de carne y huesos humanos, las cubrieron con tierra y las rellenaron
con piedras y cascajo. Luego, con varas y cuerdas, calcularon el perímetro
de la noche en 400 nudos y su radio en 50. Con las mismas cuerdas
trazaron dos ejes y calcularon la ubicación de las dos puertas. Recitando
sus cantos a cada paso que daban y con cada sílaba que pronunciaban, la
noche pronto se disolvió. El calor que se desprendía de la región encantada
fue deshaciéndose en una niebla leprosa, que colaba restos de frío venidos
del fondo de la tierra, impregnado de olor a agua y a cañas frescas. El sol
salió por el horizonte al este y por primera vez en siglos, en la región
encantada dejo de llover.
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Interior 1
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I
En otras épocas cuando el viento reía entre los árboles de los bosques
cercanos, durante los días y las noches de luna clara, una niebla color de
plata cubría el valle, dejando algunas veces pasar el sol y otras ocultándolo,
de tal manera que siempre parecía de noche. Se contaba que miles de
jabalíes de ojos resplandecientes surgían de las orillas del Dana y
desfilaban entre los matorrales del monte bajo, como un ejército de
espectros que desaparecía al despuntar el día. Otras veces, cuando se
formaban nubarrones obscuros y rayos y relámpagos aparecían en el cielo,
el día adoptaba una apariencia de lluvia que nunca dejaba de caer y su frío
se impregnaba de la fuerza desatada de los Sidhe, de música que traía el
viento consigo, de risa y pura bulla y cantos demoníacos, cuyas notas
perduraban sobre la campiña, en los corrales y campos de trigo por días y
días, por noches enteras en los oídos de los campesinos y los pastores de las
colinas del norte. Esta música a veces adquiría un tono melancólico,
parecido al gemido de la floresta durante las noches de otoño. Cuando esto
ocurría, las cosechas amanecían destrozadas, las vallas de las casas
derribadas, sin que se hubiera visto quien lo había hecho, el pan se
enmohecía, la leche se agriaba y la mantequilla se ponía rancia. Días
después podía ocurrir que la peste matara al ganado y arruinara el grano
que nunca secaba, que los nacimientos abortaran sin razón alguna y que
pronto comenzaran a nacer niños con cabeza de perro, cerdo, con plumas o
escamas de pescado. Los jóvenes desaparecían también misteriosamente y
nadie los volvía a ver. Quizás se marchaban atraídos por los opresivos
sonidos de bulla y fiesta que traía el viento del norte, ese ruido angustioso y
fatal que espantaba a los animales de los caseríos y obligaba a los hombres
a permanecer encerrados de puro miedo. Él lo había sentido, una vez, en
una roca junto al río al intentar tomar un poco de aire fresco en esa región
que parecía nunca atraer al sol. Al escucharlo, sin saber porque, decidió
quedarse. La región según sus hombres era el peor lugar que hubieran
podido escoger. El viento aullaba de manera desbocada y cantos que
sonaban como maullidos de gato impregnaban las tardes, en la piel se
sentía el suelo sólido y cálido y el silencio de las fiestas de los espíritus del
río, de música que no sonaba y de pisadas presurosas que no golpeaban,
una inexistencia, un vacío, pues en ese valle no había nada, ni pueblos, ni
casas, ni animales. Los campesinos habían fugado de allí hacía mucho
tiempo y nadie se atrevía a acercarse.
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Para él en cambio el lugar era apremiante. Mientras la tarde avanzaba
se maravillaba al notar que desde la ribera del bosque del crepúsculo no se
viera sino retazos que apenas se reflejaban en el silencio de los festejos y
del vendaval de la danza. En el cielo se formaban lentamente nubarrones y
se podían ver también algunos relámpagos. Por momentos parecía que las
nubes se caían a trozos. Entonces a sus hombres les crujían los dientes de
miedo. Allí la tierra se les empantanaba entre los pies y a través de ella
sentían el frío del agua que parecía correr por algún lado debajo de ellos y a
cada revolverse de las hojas regadas sentían también como se formaban
espinas invisibles que les laceraban la ropa o la carne o brotaban raíces que
nadie sabía de donde aparecían, entorpeciendo el camino y tironeándoles
las piernas y los brazos. Los campesinos habían intentado varias veces, con
ayuda de los señores y los caciques locales, encender el bosque y en todas
éstas jabalíes de ojos de fuego habían destruido las cercas y las chozas que
los leñadores habían construido para protegerse, apagado los incendios,
asesinado o mutilado a los trabajadores y a los ejércitos que se habían
reunido para detenerlos. Pero él no le temía a esos bosques. Cuando sus
hombres lo apuraban o hacían algún comentario él solo reía tranquilo, con
indiferencia, como alguien que hubiera visto en su vida cosas peores y
supiera a que se enfrentaba. El origen de su interés se encontraba en otro
sitio. Cuando dejó su hogar signos extraños aparecieron delante suyo, en
las copas de los árboles y en la superficie de los lagos. Hasta ese momento
no lo habían abandonado. Ahora se mostraban con más fuerza en la peor
comarca del mundo y él quería saber por qué.
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Interior 2
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II
Había partido de la tierra de su clan en el río Ualfar con 50 hombres
que su tío le había encomendado además de su mujer y sus hijos.
Anduvieron por los bosques y llanuras de los príncipes que se repartían la
tierra entre los ríos Muin y Dubr, el río de las piedras. En medio del monte
las residencias de los caciques locales parecían coronar los cerros con sus
terraplenes de tierra o los armazones de sus muros de piedra
entremezclados con troncos. Otras veces las veía entremezcladas entre los
campos sembrados, protegidas por fosas o empalizadas. Desde ellas
docenas de hombres armados de espadas, lanzas y algunos con cascos de
melenas doradas los espiaban desconfiados, siguiéndolos con la mirada, sin
dejarlos aproximarse mucho, hasta que se perdían entre los recodos de la
floresta. Le explicaron que en esa región la vida bullía con violencia y que
la gente era belicosa y audaz. Lo comprobaron en el recodo de un río,
cuando tuvieron que rechazar, a punta de espada, un duro ataque de un
grupo de guerreros armados, uno de los cuales mandaba un carro de dos
caballos adorablemente repujado en plata fina. Él mató a este jinete y los
guerreros se desvanecieron entre los guijarros como si hubieran venido
desde el fondo de un sueño, entonces supo que no había sido una victoria
cualquiera la que había logrado sino una que valía la pena y que le confería
a él mismo un aire sobrenatural, que los hombres notarían fácilmente. Sin
embargo cuando observaron más detenidamente al guerrero desconocido
no encontraron en él nada que pudiera identificarlo, ni a su clan ni a su
grupo. Los signos de sus armas no eran de la región, los carros allí no se
engarzaban en plata y la pintura de sus ojos sugería que podría ser de más
al sur. La capa si era de manufactura local, pero nadie supo informarle de
donde había venido y que hacía en posesión de ese hombre desconocido.
Sin preocuparse demasiado él lo tomó como un signo de los dioses. Su
espada grabada con un follaje de ámbar y de coral tenía una fuerza que él
podía sentir y se maravillaba de ella. En las noches no podía dejar de
contemplarla y lentamente empezó a poblar sus sueños. Su poder parecía
impregnarse en sus huesos y en sus músculos pero sobre todo en sus
sentidos y en su conciencia. Podía ver cosas que ninguno de sus hombres
veía y sentir formas y voces que nadie más percibía. Poco a poco comenzó
a volverse taciturno y pensativo. Se vistió con la capa del desconocido,
empuñó sus brazaletes, su casco de bronce y el penacho celeste de crines de
caballo. A veces desaparecía por largos períodos sin que nadie supiera a
donde había ido, cuando regresaba no respondía ni a las preguntas de sus
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hombres ni a las palabras de su mujer o de su hijo. En los días que
siguieron a la batalla pudo pasearse delante de los fuertes vecinos sobre una
resplandeciente cabalgadura, cubierto de hierro, un torques de oro, un
manto escarlata y una tropa de guerreros que conforme pasaban los meses
completaban su equipo con lanzas cada vez más lustrosas, espadas de filos
cada más monstruosos y joyas que resplandecían como varios soles de
bronce y oro. Era como si la armadura y las vestimentas del guerrero
fantasma lo hubieran dotado no solo de fuerza sino de suerte. Él se
contemplaba, curioso, durante las pausas de sus marchas. No descubría
nada que lo hubiera hecho mejor o peor de lo que era antes, se sentía quizás
más ligero, confiado y más fuerte pero eso también podía ser consecuencia
de sus victorias o de la sensación de poderlo todo que cualquiera tenía
cuando sabía que el viento de los dioses soplaba a su favor.
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III
A pesar de su éxito no decidieron detenerse, emigraban cada vez más
hacia el sur en dirección hacia las montañas del sol en un viaje que ya
comenzaba a hacerse demasiado largo, pronto llegaron a una llanura baja
cubierta de bosques de alisos y hayedos, cruzada por caminos fantasmales,
sendas de tierra afirmada que no llevaban a ninguna parte, poblados de
barro y cañas en donde vivían a veces pastores, a veces campesinos de
aspecto feroz, a los que cuando se les preguntaba algo respondían en un
dialecto anárquico, gutural e incomprensible.
Después de algún tiempo los matorrales dieron paso a una tierra
sembrada de campos cuidadosamente labrados y fortines de tierra y piedra,
un poco más pobres que los del norte pero más hospitalarios y
definitivamente más acogedores que los bosques que acababan de
atravesar. No se detuvieron allí, siguieron vagando de un lado a otro, de
fortín en fortín, dando tumbos entre los matorrales y los campos de avena.
De todas partes recibieron regalos de los airé, los nobles locales, quienes
querían que se unieran a ellos, torques, collares y perlas, espadas
engarzadas de coral y nácar que cortaban como fuego, una lanza rematada
en plata, capas cocidas con hilos de oro que incluso el rey de los boios le
mandó en su honor y viejos broches modelados con rostros de dioses de
largas barbas onduladas que parecían mirarlo con ironía. Él nunca aceptó
nada. Un par de veces combatió junto a los boios para pagar su hospitalidad
aunque renunció a atarse a algún señor pues en ninguna parte se sentía
cómodo.
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Interior 4
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IV
Crearé un manto de niebla bajo el cual podrás aproximarte a mi
durante la noche sin ser visto, cuando todos estén dormidos, a través de él
podrás acercarte, cruzar el bosque sin atravesar las puertas del Sidhe y
cuando aparezcas allá nadie te verá. Llevarás una honda y una sola piedra,
no la lanza ni un escudo pero si la espada que obtuviste en el combate en el
río y un manto para protegerte. No necesitaras más. Tus compañeros sin
embargo podrán ir armados como quieran. Yo te recogeré en el lindero del
bosque pero no te acompañaré. La vida y la muerte sí puedo juzgarlas
aunque no voy a verlas ese día. Cuando regreses te explicaré porque.
Ellos se aproximaron a un claro, cercano al río con el suelo prensado
de fango y hojas muertas fundidas con la tierra y los torrentes subterráneos,
una lluvia seca caía sobre ellos, calaba sus huesos pero no los mojaba, una
fogata emitía una humedad azulada y no calentaba. La superficie del suelo
se parecía a la de la noche, había que tener cuidado para no hundirse o ser
arrastrado a cada paso que se daba. Él sentía que las piernas de sus
compañeros temblaban de miedo y que su marcha se movía espantada
alrededor de las copas de los árboles, la tierra y el cielo, luces y estrellas
que parpadeaban y estallaban como castañas, revoloteaban o corrían
encima del agua del río o trepaban entre los carrizos y las cañas que crecían
en sus orillas. Era imposible penetrarlas con la mirada y seguirlas desde el
momento en que se desprendían del cielo, aparecían y desaparecían al azar
mecidas por pífanos, laudes y arpas agudas e impredecibles, envueltas en
bulla y furor, para desvanecerse finalmente apagándose en el río con un
crujido seco. El corro de sombras que danzaba con ellas agitaba las hojas
del bosque y el viento soplaba torturando su piel y sus huesos. Las figuras
delante suyo no tenían frio, solo vestían cueros y bracas de colores, todas
estaban descalzas y ninguna se cubría la cabeza. Allí no se respiraba aire
sino el humo de las fogatas o más bien el aire parecía brotar de sus propios
cuerpos, congelado allí mismo en sus pulmones, atravesaba también su
corazón, sus oídos y su cabeza. Las antorchas que llevaban no lo
ahuyentaban sino parecían aumentarlo dentro de sus propias mentes. Era el
sonido de una flauta que se filtraba por todos los rincones del universo,
entre las piedras, las hojas de los robles, como burbujas de rocío o
goterones en las puntas de los matorrales caídos o las sombras desdibujadas
por los fuegos de la pradera.
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Esa música adquiría conforme avanzaban un tono cortante y una
intensidad crecientes, las tonadas se desintegraban en arpas y laudes y los
que las tocaban desaparecían dentro de ese corro anárquico. Pisadas y
carreras, el susurro de las hojas secas del que se desprendía un huracán. Los
danzantes y las llamas coloradas, azules, giraban y giraban confundiéndose
entre sí, aturdían la noche a la que miraban por encima de ochenta pasos de
altura, un vendaval de brazos y piernas. La luna se reflejaba en una figura
que de a pocos se hacía más clara, en cuyos ojos brillaba un resplandor
plateado, su torso se retorcía lentamente de un lado a otro y agitaba su
cuello, sus brazos y sus piernas hechas de viento, la figura giraba en torno a
un eje mágico al compás de chirimías que en algún momento habían
comenzado a sonar. Se sentían envueltos en la bulla y el furor, se llenaba el
aire de un olor helado e insoportable del que ellos querían desprenderse,
sacárselo de las piernas y de los brazos. Sin embargo, brotaba de ellos
mismos y la música también parecía hacerlo en forma de hielo y escarcha,
esta vez de una flauta que tocaba un hombre de rostro cetrino y cejas
pobladas de una mirada extraña que ellos parecían distinguir y no
distinguir, en medio de las chispas de los incendios que centelleaban sobre
él y su rostro, ocultándolo o rebelando partes de él, sus labios, sus orejas,
su pelo o sus ojos, una brasa en la que el fuego del universo parecía
concentrarse, inmóvil pero a la vez animado. De ella nacían árboles y
arbustos, líquenes y musgos, las nubes de la noche que se revolvían en un
todo confuso y húmedo, una lluvia fría, un acalambrarse de brazos y
piernas y la tierra misma que les chupaba las pantorrillas y los llenaba de
terror. Él no sentía miedo, caminó solo, tranquilo, hasta encontrarse a
doscientos veinte pasos del corro. Antes de que notaran su presencia cogió
su honda y la piedra que le habían entregado, la hizo girar tres veces con
fuerza y expulsando el proyectil a gran velocidad quebró el cielo y la figura
que giraba encima del fuego se derrumbó, la piedra le rompió el cráneo, el
frío disipó sus huesos, estos se deshicieron y sus hombres adquirieron de
pronto la facultad de moverse. La humedad se dispersó por el bosque
reemplazándola un haz de viento seco que agitó las fogatas heladas. Sin
ésta los sonidos de la flauta, los insectos y el agua se filtraron entre las
piedras, entre la tierra, los juncos y los árboles, la atmósfera se secó y las
hojas, los troncos y la maleza empezaron a arder con un bramido tétrico,
sin quemar y sin calentar, solo una inmensidad de flores en un mar calmado
agitado por una brisa suave, en éste nada se movía, nada sonaba. Entonces
pudieron ver su rostro claramente, cetrino, de pelo blanco y a veces
obscuro, su mirada concentrada y tranquila rodeada de profundos surcos.
Estos hacían que sus ojos parecieran hundidos dentro de dos pozos
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obscuros y entre ellos distinguieron sus rasgos finos de demonio, medio
iluminados por la luz de las fogatas. Parecía muy joven pero luego notaron
que tenía arrugas, su pelo oscilaba de negro a rubio, a veces era grande de
veinte pies de alto, otras veces parecía un enano, otras un árbol, otras una
piedra. Cuando lo observaban mejor se daban cuenta que sus ojos y sus
uñas eran de ámbar, sus dientes de oro, su piel parecía una fina capa de
bronce transparente, su rostro viejo y luego gordo y otras veces el de un ser
humano común, en sus ojos habían flores y en otras fuego y cenizas.
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Interior 5
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V
Tú hablaras conmigo y tus palabras sonarán tiernas, me atraerán
como un encanto. Te veré venir con ropas de seda y lino obscuro,
pantalones de rojo encarnado, rematados con costuras de oro muy puro y
botas cosidas de perlas azules. En tus brazos brillarán brazaletes de vidrio
fino, amarillos como el sol y también veré pintada la noche en tus ojos
apagados y en ella yo misma pondré un toque de luna, luego recogeré tu
mirada en una pequeña flama que perdurara miles de años. Ella me abrigará
cuando haga frío y le dará a mi corazón alivio cuando tú no estés pues en
realidad te irás muchas veces, te veré y te irás, te hablaré y te apartarás,
hasta el momento en que te quedes conmigo para siempre y yo misma te
acoja y te vea así, tal como eres, alto y fuerte. Solo entonces después de
que sepas quien eres, en el momento en que me veas tal y como soy,
cuando tus ojos estén abiertos y puedas escuchar todas las voces que te
rodean, comprenderás cual ha sido tu destino y ya no volveremos a
separarnos más.
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Interior 6
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VI
Los árboles saltaron y la tierra fue removida por un pavoroso
ventarrón de treinta millones de dientes que arrasó su ropa y su piel y los
fue arrastrando como si solo fueran un ligero montón de hojas secas. En su
mente parecía vibrar un pequeño campo de flores formado por estrellas y
más allá un prado revuelto por un viento suave. En él pudieron ver sus
orejas encarnadas, un mechón de su lomo formado por un millar de puntas
de acero, vieron sus pezuñas clavadas en la tierra del bosque e
inmediatamente se dieron cuenta que de su lomo brotaban ramas de las que
colgaban hojas y en cada una de ellas prendía una pequeña llama amarilla.
Él sintió entonces una flama que le abrasaba las manos, en ellas vio su
espada de ámbar y coral, un estremecimiento recorría su filo y con él
vibraban el aire y éste se llenaba de susurros. Él la enterró en el suelo del
bosque y vio como éste se disolvió en un mar de estrellas que se
extinguieron junto con las flores dejando una superficie tersa de terreno
húmedo poblado de matorral, el viento frío y la tierra empapada a orillas
del río Dana. La luz se filtraba débilmente entre las hojas del robledal y el
páramo en donde se había dado el combate, no era más que un pequeño
bosque de arbustos pues al jabalí se lo había llevado el río. Al día siguiente
cuando volvieron a la llanura encantada encontraron el campo empapado
de un vapor caliente que se condensaba en una extraña niebla carmesí. A la
espada ya no la encontraron más. A él tampoco volvieron a verlo.
Tenías que abandonar tu casa siguiendo las señas que yo te envié,
sentirte incómodo contigo mismo y con el mundo porque así lo quise,
matar a un hombre junto al río, un hombre al que mandé y apoderarte de su
espada, la que creé en los albores del tiempo para que un día la encontraras
y con ella pudieras realizar tu destino. Cuando te acerques a mí y ellos ya
no puedan verte comprenderás que no pisas el suelo ni sientes el frío ni la
humedad sino un olor a flores frescas y a rocío. Por entre la tibia lluvia, que
empezará a caer sobre tu cabello y tu espalda, me acercaré, allí donde podré
observar tu rostro, tan cerca, moverme, olerte y sentirte pues quiero que me
toques el cuello, que acaricies mi espalda y que te olvides de lo que hay
más allá de este prado de flores, de la lluvia y de la niebla y del sol después
de la niebla, que no quieras regresar, que detestes lo que hay más allá de
este lugar de ramas y brisa, todo lo que dejaste, todo lo que obtuviste con la
espada que yo te entregué.
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Títulos de Edita El gato descalzo
En nuestra biblioteca de e-books semana a
semana encontrarás narrativa, poesía, novelas,
ensayos, etc.
1. Mudanza obligada: Cuento, Colección Lo
fantástico (4 de mayo).
2. Más sabe el Diablo por
diablo: Cuento, Colección Lo fantástico (11 de
mayo).
3. Alargoplazo. M i c r o f i c c i ó
n: Selección de textos breves (18 de mayo).
4. Los sobrevivientes: Antología de Germán
Atoche Intili, Liliana Chaparro, Julio Meza
Díaz y Kevin Rojas Burgos, Colección Poesía
(25 de mayo).
5. Infierno Gómez contra el Vampiro
matemático: Novela, capítulo 1, La
granja. Colección Lo fantástico (1 de junio).
La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.
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27. Edita El gato descalzo 13.
6. Clase de Historia: Cuento de Daniel
Salvo, Colección CF (8 de junio).
7. El abejorro negro: Relato de Max Castillo
Rodríguez (15 de junio).
8. La señora M. y otras historias germinales:
Textos de Sebastián Andrés Olave (22 de
junio).
9. Infierno Gómez contra el Vampiro
matemático: Novela, capítulo 2, La aldea.
Colección Lo fantástico (6 de julio).
10. Blind mind: Cuento de Raúl Heraud.
Colección Lo fantástico (13 de julio).
11. Somos libres. Antología de literatura
fantástica y de ciencia ficción peruana:
Diversos autores. Colección Lo fantástico y
CF (20 de julio).
12. ¿Recuerdas? / Para no coger frío:
Cuentos de Anna Lavatelli (03 de agosto).
La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.
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28. Edita El gato descalzo 13.
13. La fortaleza junto al río: Cuento de Carlos
Herrera Novoa (10 de agosto).
14. Orestes: Cuento de Alexis Iparraguirre.
Lanzamiento: 17 de agosto.
y más...
La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.
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29. Edita El gato descalzo 13.
Datos del autor
Mi Nombre es Carlos Herrera Novoa (Lima, 1973). Podría
describirme como un escritor joven pero la verdad es que ya tengo 38 años
y hago mucho más cosas que escribir. Más bien me convendría
autocalificarme como un escritor principiante que paralelamente es un
pintor principiante, un arqueólogo del arte principiante, un aficionado a la
historia y al cine (El presente título de Edita El gato descalzo es su
primera publicación).
He vivido hasta agosto del 2003 en Perú, después me marché
siguiendo a una chica danesa y a pesar de que ya no estamos juntos me he
quedado en Europa. He vivido en Dinamarca y ahora resido en Berlín.
En Lima estudie artes plásticas y un poco de arqueología y
antropología en la Católica (PUCP). Acá en Alemania hago un triple
estudio de Historia del Arte, Antropología Americana y Arqueología
europea con eventuales incursiones en las literaturas celticas medievales y
en la literatura escandinava moderna. He aprendido por diversas razones a
hablar alemán, inglés, islandés, un poco de quechua y algo de irlandés y de
latín.
Actualmente estoy trabajando en dos libros de cuentos, uno de clara
inspiración céltica y otro inspirado en la novela policial escandinava, en los
dibujos animados japoneses y por supuestos en William Faulkner. Tengo
planeada una novela histórica y una de aventuras marinas de cáracter un
tanto místico.
La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.
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30. Edita El gato descalzo 13.
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publicar semanalmente en e-book a autores de
calidad, de forma gratuita y ambientalmente
amigable, a nivel mundial.
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¡Nos leemos la próxima semana en Edita El gato
descalzo!
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