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La Visión Sacramental
DIAkONi.co
Jacob salió de Berseba y fue a Jarán. Llegando a cierto lugar, se dispuso a pasar la noche
allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por
cabezal y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño. Soñó con una escalera apoyada en
tierra, cuya cima tocaba los cielos, y vio que los ángeles de Dios subían y bajaban por
ella. Vio también que Yahvé estaba sobre ella y que le decía: Yo soy Yahvé, el Dios de tu
padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy a ti y a tu
descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás al
poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se bendecirán todos los linajes de la
tierra, y por tu descendencia. Yo Estoy contigo; te guardaré por donde vayas y te
devolveré a este solar. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho.
Despertó Jacob de su sueño y se dijo: ¡Así pues, está Yahvé en este lugar y yo no lo sabía!
Y, asustado, pensó: ¡Qué temible es este lugar! Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y
la puerta del cielo! Jacob se levantó de madrugada y, tomando la piedra que se había
puesto por cabezal, la erigió como estela y derramo aceite sobre ella. Y llamo a aquel
lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz.
Jacob hizo un voto, diciendo: Si Dios me asiste y me guarda en este camino que recorro, y
me da pan que comer y ropa con que vestirme, y vuelvo sano y salvo a casa de mi padre,
entonces Yahvé será mi Dios; y esta piedra que he erigido como estela será Casa de Dios;
y de todo lo que me des, te pagaré el diezmo Gn 28, 10-22.
Cuando una mujer esta embarazada, al ver su vientre pronunciadamente
visible como tal, sabemos de la criatura que lleva en sí.
Cuando a lo lejos vemos el humo, sabemos sin verlo, del fuego del cual se
desprende.
Así mismo el sol anuncia la aurora de un nuevo día, sin haber este
transcurrido; el sonido del agua nos evoca su cierta presencia; la fatiga del
cuerpo es signo de su manifiesta deshidratación y carencia de nutrientes.
Y el tiempo con sus circunstancias, de como, quienes, donde, igualmente
significando expresiones vivas, nos comunican con todas sus
interpelaciones, el impreso vivo de la fuerza que hace al hombre.
No se puede entender la vida sin los signos vivos que significan la existencia.
Signos vivos, no meramente simbólicos como los de las señales de las
maquinas; pues son además la comprobación de la realidad significada.
No nacería un niño sin ver en el vientre de su madre, la patente muestra de
la nueva vida que lleva consigo. No viviríamos una enfermedad sin “beber”
de ella una experiencia dolorosa y por demás pedagógica.
En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad
por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.
Dijo Dios: <Haya luz>, y hubo luz.
Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad. Gn 1, 1-3
Esta es la Visión continuamente manifiesta en la creación, en todo lo
concebible, en todo lo posible y en lo imposible, que significan la prevalencia
del Bien ante el mal, del Orden ante el caos, de la Vida ante la muerte, que
enriquece a los hijos de Dios, continuamente invitados y favorecidos por la
Fe, al Reino que comienzan a interpretar, viniéndo a ser la creación entera el
gran signo del Amor de Dios, que en el tiempo concurrido, personal y
universal, son la manifestación del Designio Divino, que el hombre en su
maduración encuentra o desatiende.
Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco
de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido 1Co 13, 12.
Es la Visión de la peregrinación hacia la Visión Plena, una Visión de “paso”,
de salida de este mundo hacia el Eterno, en la pascua de los sentidos del
mundo velado y borroso, que no obstante puede esclavizarnos, hacia el
conocimiento en el Amor, justificado por Fe Redentora en el Verbo de Dios.
Buscarla, es entrar en la contemplación del Misterio de la Vida: del Verbo de
Dios, Jesucristo, nuestro Libertador.
La Sagrada Escritura es fuente y puente de esta impronta de Dios en su Palabra:
Tras romper la Alianza con su Dios, el Señor dispone de Asiria para aleccionar a
su pueblo; pero Israel busca quebrantar este yugo. Luego dice a Isaías,
Sacramento de su Voluntad:
Ve y desata el saco de tu cintura, y quítate las sandalias de los pies. Él lo hizo así, y
anduvo desnudo y descalzo.
Dijo Yahvé: Así como ha andado mi siervo desnudo y descalzo tres años como señal y
presagio respecto a Egipto y Cus, así conducirá el rey de Asiria a los cautivos de Egipto y
a los deportados de Cus, mozos y viejos, desnudos, descalzos y nalgas al aire -desnudez
de Egipto-. Se quedarán asustados y confusos por Cus, su esperanza, y por Egipto, su
prez. Y dirán los habitantes de esta costa aquel día: Ahí tienen en qué ha parado la
esperanza nuestra, adonde acudíamos en busca de auxilio para librarnos del rey de
Asiria Is 20, 2-6.
Cosa aborrecible es para Dios que su Pueblo quiera volver a Egipto, signo de la
tiranía y la esclavitud Cf. Ex 1, de donde el Señor los liberó. ¡Ay de los que bajan a
Egipto por ayuda! En la caballería se apoyan, y fían en los carros por que abundan y en
los jinetes porque son muchos, mas no han puesto su mirada en el Santo de Israel, ni a
Yahvé han buscado Is 31, 1.
Este Éxodo es Sacramento de la Vida Cristiana. Refiriéndose a el leemos en el
Nuevo Testamento: Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los
que hemos llegado a la plenitud de los tiempos 1Co 10, 11.
A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza
en lo inseguro de las riquezas sino en Dios, que nos provee esplendidamente de todo para
que lo disfrutemos 1Tm 6, 17.
El Éxodo de nuestra condición pecadora, hacia la liberación de aquella
esclavitud por obra de la Gracia de Dios, resulta ser el Sacramento mismo de
nuestra condición de hijos de Dios, que se deja transformar según su Voluntad,
conforme a esta Divina Invitación:
Palabra que Yahvé dirigió a Jeremías: Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te
haré oír mis palabras. Bajé a la alfarería, y resulta que el alfarero estaba haciendo un
trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del
alfarero, y éste volvió a empezar, transformándolo en otro cacharro diferente, como
mejor le pareció al alfarero. Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: ¿No
puedo hacer yo con ustedes, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? -oráculo de
Yahvé-. Lo mismo que el barro en la mano del alfarero, así son ustedes en mi mano, casa
de Israel Jr 18, 1-6.
Bajo entre tanto de Judea un profeta llamado Ágabo; se acercó a nosotros, tomó el
cinturón de Pablo, se ató a sus pies y a sus manos y dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así
atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en
manos de los gentiles. Al oír esto nosotros y los de aquel lugar le rogamos que no
subiera él a Jerusalén. Entonces Pablo contestó: ¿Por qué han de llorar y destrozarme
el corazón? Pues yo me encuentro dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también
en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Como no se dejaba convencer, dejamos de
insistir y dijimos: Hágase la voluntad del Señor Hch 21, 10b-14.
Ahora es el Apóstol quien se hace Sacramento del Señor, quien a su vez nos ha
enviado a ser sus Testigos:
Al amanecer, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre; y viendo una higuera junto al
camino, se acercó a ella, pero no encontró en ella más que hojas. Entonces le dice: ¡Que
nuca jamás brote fruto de ti! Y al momento se secó la higuera Mt 21, 18-19.
Jesús lanza esta sentencia, dirigida a los que no dan fruto, castigando su
esterilidad.
Esta enseñanza enriquecida de imágenes, al punto de encontrarle (a Él) en
ellas, es la semilla de esta Visión Cristiana acontecida en el lenguaje de las
parábolas. Jesús mismo es Sacramento como Impronta del Padre y de todo lo
que de Él se dispensa para la Salvación del hombre Cf. Heb 1, 1-4.
De este modo, vemos en la Barca del Señor con sus apóstoles, un signo de la
Iglesia, la que sacramentalmente se conforma en la primera Comunidad
Creyente, cuando lo ven dominar las aguas del mar, signo de las potencias del
mal, de las que salva a los discípulos, representados en sus temores y dudas en
la persona de Pedro, que grita: ¡Señor, sálvame!
Luego los dos suben a la barca tras el auxilio del Señor. Y los que estaban en la
barca se postraron ante él diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios Mt 14, 33.
La Visión Sacramental nos lleva al encuentro con el Tesoro Escondido, con la
Perla buscada del Reino Cf. Mt 13, 44-46, escondida tras lo común; y que la Gracia
logra hacer ver de aquello entre lo demás, como lo Sacro y Verdadero que es.
El Sacramento nos lleva de lo que, actuando bajo la evidencia de este mundo,
nos lleva a la Fuente de su potencia, a lo que acontece en el Corazón de Dios,
pues no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas
visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas 2Co 4, 18.
De ahí que no puede ser una visión arbitraria, ya que no edificaría la
inteligencia de la Fe común(católica); ha de buscarse en el Espíritu de
Comunión con el Señor y la Comunión Espiritual de la Iglesia, que de ser eficaz
aportaría a la Visión toda su riqueza.
En los Sacramentos la Verdad esta oculta tras lo visible, lo aparente soporta
algo insondable, que no se puede ver con los ojos de la mera razón, sino que
además, necesita de una mirada espiritual para alcanzarlo. El núcleo del
Misterio se esconde tras esos velos externos, la Gracia Invisible se apoya en los
signos visibles. En ellos, tras el agua natural, la simpleza del aceite, el pan, el
vino o las palabras, hay un Poder que excede a la ciencia y la razón.
Ahora bien, todo Sacramento nos lleva a Jesucristo, porque en él fueron creadas
todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles Col 1, 16 viniendo
de Él la eficacia que nos permiten como accesos sensibles.
El Bautismo por ejemplo, o inmersión en el agua, realiza la regeneración del
hombre Cf. Jn 3; Rm 6, 3-11; Col 2, 9-15, por el baño en el agua que Él mismo ha
santificado con su propio Bautismo Cf. Mt 3, 13-17. Y así, recreando en sí todas
las cosas, para restablecerlas al orden perdido por causa del pecado, ha de ser
sepultado el hombre viejo para renacer a la Vida de la Gracia, Vida que no
obstante puede perder al olvidar su condición de bautizado, como hijo de Dios.
Entendamos entonces como el agua previamente bendecida, con la sensibilidad
de sus propiedades, nos lleva por la Fe a palpar la Nueva Sustancia que ahora
porta: lo que hace Dios, lo que Dios es, y a lo que nos invita, en un vivo coloquio
con la esencia de su Bondadosa Acción.
Por el Sacramento llegamos a “tocar” al Señor que se hace presente, siendo la
vía que el creyente encuentra hacia al Misterio, aquella insondable riqueza del
Amoroso Designio Divino.
Veamos algunos ejemplos, apreciando como la Iglesia se ha enriquecido de esta
Visión conducente al Señor, dándonos a conocer el misterio de su voluntad Ef 1, 9:
En esta contemplación, San Juan Crisóstomo favorecido por la participación
mística con la Sangre del Señor, es decir, en unión a la acción de su Misterio,
nos dice: “¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las
figuras que profetizaron y recorramos las Antiguas Escrituras.
Inmolad –dice Moisés- un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas
y el dintel de la casa.«¿Qué dices Moisés? La sangre de un cordero irracional,
¿puede salvar a los hombre dotados de razón?» «Sin duda –responde Moisés-:
no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una
profecía de la sangre del Señor.»
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre
simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo,
la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos.
¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde
brotó y cuál es su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el
costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio. Uno de los
soldados se acercó con la lanza y le traspasó el costado, y al punto salió agua y
sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía.
El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo,
y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue
lo que ocurrió con el cordero:
los judíos sacrificaron el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio.
Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado oyente, que pases con
indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra
interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del
bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la
Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es
decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del
costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue
formada Eva.
Por esta misma razón, afirma San Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formado de
sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que
Dios hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el
agua y la sangre salida de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma
manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así
también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.
Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué
alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos.
De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza
a alimentar con su propia sangre, y con su leche a aquel a quien ha dado a luz,
así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes Él
mismo ha hecho renacer.”
Orígenes, un sacerdote del segundo siglo cristiano, adentrando en la
configuración de los Patriarcas con el Misterio de la Cruz, nos dice: “Abrahán
tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el
cuchillo. Los dos caminaban juntos. El hecho de que llevara Isaac la leña de su
propio sacrificio era figura de Cristo, que cargó también con la cruz; además,
llevar la leña del sacrificio es función propia del sacerdote. Así, pues, Cristo es,
a la vez, víctima y sacerdote. Esto mismo significan las palabras que vienen a
continuación: Los dos caminaban juntos. En efecto, Abrahán, que era el que había
de sacrificar, llevaba el fuego y el cuchillo, pero Isaac no iba detrás de él, sino
junto a él, lo que demuestra que él cumplía también una función sacerdotal.
¿Qué es lo que sigue? Isaac –continúa la Escritura– dijo a Abrahán, su padre:
«Padre». Esta es la voz que el hijo pronuncia en el momento de la prueba. ¡Cuán
fuerte tuvo que ser la conmoción que produjo en el padre esta voz del hijo, a
punto de ser inmolado! Y, aunque su fe lo obligaba a ser inflexible, Abrahán,
con todo, le responde con palabras de igual afecto: «Aquí estoy, hijo mío». El
muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?»
Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío».
Resulta conmovedora la cuidadosa y cauta respuesta de Abrahán. Algo debía
prever en espíritu, ya que dice, no en presente, sino en futuro: Dios proveerá el
cordero; al hijo que le pregunta acerca del presente le responde con palabras
que miran al futuro.
Es que el Señor debía proveerse de cordero en la persona de Cristo.
Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el
cielo: ·¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: «Aquí me tienes». El ángel le ordenó: «No
alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios».
Comparemos estas palabras con aquellas otras del Apóstol, cuando dice que
Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Ved cómo
Dios rivaliza con los hombres en magnanimidad y generosidad. Abrahán
ofreció a Dios un hijo mortal, sin que de hecho llegara a morir; Dios entregó a
la muerte por todos al Hijo inmortal.
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Creo
que ya hemos dicho antes que Isaac era figura de Cristo, mas también parece
serlo este carnero. Vale la pena saber en qué se parecen a Cristo uno y otro:
Isaac, que no fue degollado, y el carnero, que sí fue degollado. Cristo es la
Palabra de Dios, pero la Palabra se hizo carne.
Cristo padeció, pero en la carne; sufrió la muerte, pero quien la sufrió fue su
carne, de la que era figura este carnero, de acuerdo con lo que decía Juan: Este
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La Palabra permaneció en la
incorrupción, por lo que Isaac es figura de Cristo según el espíritu. Por esto,
Cristo es, a la vez, víctima y pontífice según el espíritu. Pues el que ofrece el
sacrificio al Padre en el altar de la cruz es el mismo que se ofrece en su propio
cuerpo como víctima.”
Siendo innumerables las maravillas del Señor, lancémonos a la comprensión
del Misterio Divino, asomado en la Sagrada Escritura y también latente en la
creación, como lo cantan los salmos. Aquí un ejemplo:
Los cielos cuentan la gloria de Dios,
el firmamento anuncia la obra de sus manos;
el día al día comunica el mensaje,
la noche a la noche le pasa la noticia.
Sin hablar y sin palabras,
y sin voz que pueda oírse,
por toda la tierra resuena su proclama,
por los confines del orbe sus palabras. Sal 19 (18), 1-6
A estas palabras presentes en los signos de los tiempos, nos manda el Señor
atender, así lo deja ver en respuesta a los signos que piden los fariseos: ¡Conque
saben discernir el aspecto del cielo y no pueden discernir los signos de los tiempos! Un
signo pide y no se le dará otro signo que el de Jonás Mt 16, 3b-4. Es el signo de su
muerte y resurrección, el gran Sacramento de la Salvación, mediante la Gracia
conferida por la participación en Él.
Todos los Sacramentos administrados por la Iglesia devienen de esta victoria
sobre la muerte Cf. 1Co 15, 55-57.
Porque así como Jonás fue signo para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para
esta generación Lc 11, 30.
Jesús mismo es el Sacramento del Padre. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre
Jn 14, 9b, como Palabra del Padre, pues dice: las palabras que les digo, no las digo por
mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras Jn 14, 10b-c. Y por
este Sacramento vivo, alimentado por la Voluntad del Padre Cf. Jn 4, 34, también
los son de Él los niños, los por Él envidiados Cf. Mc 9, 37 los pobres, los presos y
los enfermos Cf. Mt 25, 31-46.
El gran educador San Juan Bosco, haciéndose Sacramento del Maestro, nos
enseña a darle crecimiento a los hijos, velando en ellos como el Maestro nos
enseño:
“Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna
autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para
obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener
incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de
ser para servirlos mejor.
Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con
ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con
los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad,
de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros,
pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el
perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de
corazón.”
Jesus es el mejor signo de los líderes y caudillos, profetas, reyes y sacerdotes
del Antiguo Testamento, ellos son figuras del Mesías, quien ha de llevarlo todo
a plenitud Cf. Mt 5, 17-20. Ejemplo de ello sería la Sabiduría concedida a Salomón
Cf. 1R 3, 4-15, por aquel que es la misma Sabiduría, y dice: Aquí hay algo más que
Salomón Mt 12, 42. De ellos participa el cristiano, que comparte ya la realeza de
Cristo, en la Unión de Voluntades con el Padre, hablando con Dios en la oración
y de Él ante los hombres como profeta, y ofreciendo en unión al sacrificio de
Cristo, su vida toda en cada Eucaristía y en la participación como miembro del
Cuerpo, de los sufrimientos de Cristo, cabeza de los cristianos. Así la Iglesia
toda lo reza, con la oración del Padre Nuestro que Jesús nos enseñó.
Por esta participación en Cristo, el creyente es insertado a la Vid Verdadera Cf.
Jn 15, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados Rm 8, 17.
Jesús nos revela insertos en Él, la relación de hijos coherederos del Padre,
movidos por la dinámica del Espíritu de filiación, capaz de santificarnos a su
Imagen, gracias a la incorporación ofrecida por la Iglesia, cuya acción es
Sacramento del Cuerpo de Cristo Resucitado, en el que se juntan todo el Mundo
Divino y todo el mundo creado Cf. Ef 1.
Santo Rosa de Lima nos exhorta a esta participación:
“¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de
las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al
acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los
carísimas. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y
fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!»
Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio
de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de
cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen:
Oíd, pueblo; oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras
tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer
aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la
participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la
perfecta hermosura del alma.
Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura
de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que
ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de
romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad, se había de ir por el mundo,
dando voces:
¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué
noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos
júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en
buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias,
enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro
inestimable de la gracia. Esta es la mercancía y logro último de la constancia en
el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en
suerte, si conociera las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los
hombres.”
Son pues estas las balanzas, donde el Señor a pocas penas y sufrimientos,
regala las abundantes bendiciones que subyacen del Amor, para la Salvación de
los hombres, gracias a la participación en el Sufrimiento Redentor del Salvador
Cf. 2Co 1, 3-14; 4, 7-6, 10; Col 1, 24.
El Papa Pío XII, concluye: “Tremendo misterio, nuca suficientemente meditado,
que la salvación de muchos depende de las oraciones y sacrificios de otros.”
Sacramento del cual es Jesús en la cruz, dando muerte al pecado a Él afligido
para la Salvación de muchos. Y así nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las
flaquezas de los débiles y no buscar nuestro propio agrado Rm 15, 1. Este es el signo de
la Iglesia, participe de su divino Esposo y Sacramento de Salvación; mensaje
que ha recordado insistentemente la Santísima Virgen María en su apariciones.
Bastaría leer la Carta a los Amigos de la Cruz de San Luis María Grignion de
Montfort, una recomendable síntesis de la experticia y enseñanza de los
Santos, para exhortarnos a vivir la gran riqueza del signo contradictorio Lc 1, 34
de la Cruz: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; mas para los llamados, lo
mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura
divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres
1Co 1, 23-25.
El gran tesoro de Gracias escondido tras el signo del velo, ya no es una cortina
como lo era en la Antigua Alianza Cf. Heb 9, sino la lepra del pecado que nos
cubre por la impenitencia Cf. 2Co 3, 12-18, el Nuevo Altar de la Cruz: donde se
levanta inmolado el Cordero Inmaculado, en donde la Palabra Encarnada,
unida a aquella Espada Cortante de dos filos que examina los corazones Cf. Hb 4,
12, es ahora, la mejor y más eficaz arma contra el pecado, a la que Dios-Hijo
mediando entre el cielo y la tierra se rebajo a sí mismo, haciéndose obediente hasta
la muerte y una muerte de Cruz Fl 2, 8; la Gloriosa y Triunfante Cruz que atravesó a
Satanás, y con la cual estamos seguros de vencerle.
La insistente doctrina de la Cruz, será para la Iglesia Caminante un recurrente
motivo de su predicación, para la Gloria de esta Clara Señal del Señor, ante el
inmanente endurecimiento del pecado del hombre.
Lo anterior nos conduce al Sacramento más admirable, al centro mismo de
toda esta Visión. Ciertamente me refiero a la Eucaristía, memorial vivo de la
Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, en el Pan Vivo y en el Vino
Sacramental de la Sangre, celebrado en las vísperas de nuestra liberación, a
puertas, como lo estamos en nuestra peregrinación, de entrar a la Plena Visión.
Somos invitados al Banquete de la Unidad entre Dios y su Pueblo. Es la
mencionada Unidad de la parábola del banquete nupcial y de las diez vírgenes,
pregustada en la multiplicación de los panes y luego revelada en la acción de
gracias de la Cena del Señor. Ezequiel 16 y Oseas 1-3 narran esta trama
sacramental de la Salvación, y el Salmo 45 (44) canta la alegría que encontramos
también al final de la Escritura: Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria,
porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado Ap 19, 7.
San Pablo nos llama a conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz Ef 4, 3.
De ahí que la Iglesia, Cuerpo del Señor, sea Sacramento de la Unidad, siendo
Ella misma Sacramento de la Salvación y dispensadora de los mismos, en cuyo
actuar María, la Santa Madre y Virgen es a Ella, espejo y dinámica, en la
participación de su Maternidad Inmaculada.
En verdad, en verdad les digo: verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y
bajar sobre el Hijo del hombre Jn 1, 51.

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La Visión Sacramental

  • 2. Jacob salió de Berseba y fue a Jarán. Llegando a cierto lugar, se dispuso a pasar la noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño. Soñó con una escalera apoyada en tierra, cuya cima tocaba los cielos, y vio que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Vio también que Yahvé estaba sobre ella y que le decía: Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra, y por tu descendencia. Yo Estoy contigo; te guardaré por donde vayas y te devolveré a este solar. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho. Despertó Jacob de su sueño y se dijo: ¡Así pues, está Yahvé en este lugar y yo no lo sabía! Y, asustado, pensó: ¡Qué temible es este lugar! Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo! Jacob se levantó de madrugada y, tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramo aceite sobre ella. Y llamo a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz. Jacob hizo un voto, diciendo: Si Dios me asiste y me guarda en este camino que recorro, y me da pan que comer y ropa con que vestirme, y vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces Yahvé será mi Dios; y esta piedra que he erigido como estela será Casa de Dios; y de todo lo que me des, te pagaré el diezmo Gn 28, 10-22.
  • 3.
  • 4. Cuando una mujer esta embarazada, al ver su vientre pronunciadamente visible como tal, sabemos de la criatura que lleva en sí. Cuando a lo lejos vemos el humo, sabemos sin verlo, del fuego del cual se desprende. Así mismo el sol anuncia la aurora de un nuevo día, sin haber este transcurrido; el sonido del agua nos evoca su cierta presencia; la fatiga del cuerpo es signo de su manifiesta deshidratación y carencia de nutrientes. Y el tiempo con sus circunstancias, de como, quienes, donde, igualmente significando expresiones vivas, nos comunican con todas sus interpelaciones, el impreso vivo de la fuerza que hace al hombre. No se puede entender la vida sin los signos vivos que significan la existencia. Signos vivos, no meramente simbólicos como los de las señales de las maquinas; pues son además la comprobación de la realidad significada. No nacería un niño sin ver en el vientre de su madre, la patente muestra de la nueva vida que lleva consigo. No viviríamos una enfermedad sin “beber” de ella una experiencia dolorosa y por demás pedagógica.
  • 5. En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: <Haya luz>, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad. Gn 1, 1-3 Esta es la Visión continuamente manifiesta en la creación, en todo lo concebible, en todo lo posible y en lo imposible, que significan la prevalencia del Bien ante el mal, del Orden ante el caos, de la Vida ante la muerte, que enriquece a los hijos de Dios, continuamente invitados y favorecidos por la Fe, al Reino que comienzan a interpretar, viniéndo a ser la creación entera el gran signo del Amor de Dios, que en el tiempo concurrido, personal y universal, son la manifestación del Designio Divino, que el hombre en su maduración encuentra o desatiende.
  • 6.
  • 7. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido 1Co 13, 12. Es la Visión de la peregrinación hacia la Visión Plena, una Visión de “paso”, de salida de este mundo hacia el Eterno, en la pascua de los sentidos del mundo velado y borroso, que no obstante puede esclavizarnos, hacia el conocimiento en el Amor, justificado por Fe Redentora en el Verbo de Dios. Buscarla, es entrar en la contemplación del Misterio de la Vida: del Verbo de Dios, Jesucristo, nuestro Libertador.
  • 8. La Sagrada Escritura es fuente y puente de esta impronta de Dios en su Palabra: Tras romper la Alianza con su Dios, el Señor dispone de Asiria para aleccionar a su pueblo; pero Israel busca quebrantar este yugo. Luego dice a Isaías, Sacramento de su Voluntad: Ve y desata el saco de tu cintura, y quítate las sandalias de los pies. Él lo hizo así, y anduvo desnudo y descalzo. Dijo Yahvé: Así como ha andado mi siervo desnudo y descalzo tres años como señal y presagio respecto a Egipto y Cus, así conducirá el rey de Asiria a los cautivos de Egipto y a los deportados de Cus, mozos y viejos, desnudos, descalzos y nalgas al aire -desnudez de Egipto-. Se quedarán asustados y confusos por Cus, su esperanza, y por Egipto, su prez. Y dirán los habitantes de esta costa aquel día: Ahí tienen en qué ha parado la esperanza nuestra, adonde acudíamos en busca de auxilio para librarnos del rey de Asiria Is 20, 2-6. Cosa aborrecible es para Dios que su Pueblo quiera volver a Egipto, signo de la tiranía y la esclavitud Cf. Ex 1, de donde el Señor los liberó. ¡Ay de los que bajan a Egipto por ayuda! En la caballería se apoyan, y fían en los carros por que abundan y en los jinetes porque son muchos, mas no han puesto su mirada en el Santo de Israel, ni a Yahvé han buscado Is 31, 1.
  • 9. Este Éxodo es Sacramento de la Vida Cristiana. Refiriéndose a el leemos en el Nuevo Testamento: Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos 1Co 10, 11. A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas sino en Dios, que nos provee esplendidamente de todo para que lo disfrutemos 1Tm 6, 17. El Éxodo de nuestra condición pecadora, hacia la liberación de aquella esclavitud por obra de la Gracia de Dios, resulta ser el Sacramento mismo de nuestra condición de hijos de Dios, que se deja transformar según su Voluntad, conforme a esta Divina Invitación: Palabra que Yahvé dirigió a Jeremías: Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras. Bajé a la alfarería, y resulta que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar, transformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: ¿No puedo hacer yo con ustedes, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? -oráculo de Yahvé-. Lo mismo que el barro en la mano del alfarero, así son ustedes en mi mano, casa de Israel Jr 18, 1-6.
  • 10.
  • 11. Bajo entre tanto de Judea un profeta llamado Ágabo; se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató a sus pies y a sus manos y dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles. Al oír esto nosotros y los de aquel lugar le rogamos que no subiera él a Jerusalén. Entonces Pablo contestó: ¿Por qué han de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo me encuentro dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: Hágase la voluntad del Señor Hch 21, 10b-14. Ahora es el Apóstol quien se hace Sacramento del Señor, quien a su vez nos ha enviado a ser sus Testigos: Al amanecer, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre; y viendo una higuera junto al camino, se acercó a ella, pero no encontró en ella más que hojas. Entonces le dice: ¡Que nuca jamás brote fruto de ti! Y al momento se secó la higuera Mt 21, 18-19. Jesús lanza esta sentencia, dirigida a los que no dan fruto, castigando su esterilidad. Esta enseñanza enriquecida de imágenes, al punto de encontrarle (a Él) en ellas, es la semilla de esta Visión Cristiana acontecida en el lenguaje de las parábolas. Jesús mismo es Sacramento como Impronta del Padre y de todo lo que de Él se dispensa para la Salvación del hombre Cf. Heb 1, 1-4.
  • 12. De este modo, vemos en la Barca del Señor con sus apóstoles, un signo de la Iglesia, la que sacramentalmente se conforma en la primera Comunidad Creyente, cuando lo ven dominar las aguas del mar, signo de las potencias del mal, de las que salva a los discípulos, representados en sus temores y dudas en la persona de Pedro, que grita: ¡Señor, sálvame! Luego los dos suben a la barca tras el auxilio del Señor. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios Mt 14, 33. La Visión Sacramental nos lleva al encuentro con el Tesoro Escondido, con la Perla buscada del Reino Cf. Mt 13, 44-46, escondida tras lo común; y que la Gracia logra hacer ver de aquello entre lo demás, como lo Sacro y Verdadero que es. El Sacramento nos lleva de lo que, actuando bajo la evidencia de este mundo, nos lleva a la Fuente de su potencia, a lo que acontece en el Corazón de Dios, pues no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas 2Co 4, 18. De ahí que no puede ser una visión arbitraria, ya que no edificaría la inteligencia de la Fe común(católica); ha de buscarse en el Espíritu de Comunión con el Señor y la Comunión Espiritual de la Iglesia, que de ser eficaz aportaría a la Visión toda su riqueza.
  • 13. En los Sacramentos la Verdad esta oculta tras lo visible, lo aparente soporta algo insondable, que no se puede ver con los ojos de la mera razón, sino que además, necesita de una mirada espiritual para alcanzarlo. El núcleo del Misterio se esconde tras esos velos externos, la Gracia Invisible se apoya en los signos visibles. En ellos, tras el agua natural, la simpleza del aceite, el pan, el vino o las palabras, hay un Poder que excede a la ciencia y la razón.
  • 14. Ahora bien, todo Sacramento nos lleva a Jesucristo, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles Col 1, 16 viniendo de Él la eficacia que nos permiten como accesos sensibles. El Bautismo por ejemplo, o inmersión en el agua, realiza la regeneración del hombre Cf. Jn 3; Rm 6, 3-11; Col 2, 9-15, por el baño en el agua que Él mismo ha santificado con su propio Bautismo Cf. Mt 3, 13-17. Y así, recreando en sí todas las cosas, para restablecerlas al orden perdido por causa del pecado, ha de ser sepultado el hombre viejo para renacer a la Vida de la Gracia, Vida que no obstante puede perder al olvidar su condición de bautizado, como hijo de Dios. Entendamos entonces como el agua previamente bendecida, con la sensibilidad de sus propiedades, nos lleva por la Fe a palpar la Nueva Sustancia que ahora porta: lo que hace Dios, lo que Dios es, y a lo que nos invita, en un vivo coloquio con la esencia de su Bondadosa Acción. Por el Sacramento llegamos a “tocar” al Señor que se hace presente, siendo la vía que el creyente encuentra hacia al Misterio, aquella insondable riqueza del Amoroso Designio Divino. Veamos algunos ejemplos, apreciando como la Iglesia se ha enriquecido de esta Visión conducente al Señor, dándonos a conocer el misterio de su voluntad Ef 1, 9:
  • 15. En esta contemplación, San Juan Crisóstomo favorecido por la participación mística con la Sangre del Señor, es decir, en unión a la acción de su Misterio, nos dice: “¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que profetizaron y recorramos las Antiguas Escrituras. Inmolad –dice Moisés- un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa.«¿Qué dices Moisés? La sangre de un cordero irracional, ¿puede salvar a los hombre dotados de razón?» «Sin duda –responde Moisés-: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor.» Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos. ¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál es su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio. Uno de los soldados se acercó con la lanza y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero:
  • 16. los judíos sacrificaron el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio. Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva. Por esta misma razón, afirma San Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formado de sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que Dios hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salida de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto. Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre, y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes Él mismo ha hecho renacer.”
  • 17.
  • 18. Orígenes, un sacerdote del segundo siglo cristiano, adentrando en la configuración de los Patriarcas con el Misterio de la Cruz, nos dice: “Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. El hecho de que llevara Isaac la leña de su propio sacrificio era figura de Cristo, que cargó también con la cruz; además, llevar la leña del sacrificio es función propia del sacerdote. Así, pues, Cristo es, a la vez, víctima y sacerdote. Esto mismo significan las palabras que vienen a continuación: Los dos caminaban juntos. En efecto, Abrahán, que era el que había de sacrificar, llevaba el fuego y el cuchillo, pero Isaac no iba detrás de él, sino junto a él, lo que demuestra que él cumplía también una función sacerdotal. ¿Qué es lo que sigue? Isaac –continúa la Escritura– dijo a Abrahán, su padre: «Padre». Esta es la voz que el hijo pronuncia en el momento de la prueba. ¡Cuán fuerte tuvo que ser la conmoción que produjo en el padre esta voz del hijo, a punto de ser inmolado! Y, aunque su fe lo obligaba a ser inflexible, Abrahán, con todo, le responde con palabras de igual afecto: «Aquí estoy, hijo mío». El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?» Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío». Resulta conmovedora la cuidadosa y cauta respuesta de Abrahán. Algo debía prever en espíritu, ya que dice, no en presente, sino en futuro: Dios proveerá el cordero; al hijo que le pregunta acerca del presente le responde con palabras que miran al futuro.
  • 19. Es que el Señor debía proveerse de cordero en la persona de Cristo. Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: ·¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: «Aquí me tienes». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios». Comparemos estas palabras con aquellas otras del Apóstol, cuando dice que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Ved cómo Dios rivaliza con los hombres en magnanimidad y generosidad. Abrahán ofreció a Dios un hijo mortal, sin que de hecho llegara a morir; Dios entregó a la muerte por todos al Hijo inmortal. Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Creo que ya hemos dicho antes que Isaac era figura de Cristo, mas también parece serlo este carnero. Vale la pena saber en qué se parecen a Cristo uno y otro: Isaac, que no fue degollado, y el carnero, que sí fue degollado. Cristo es la Palabra de Dios, pero la Palabra se hizo carne. Cristo padeció, pero en la carne; sufrió la muerte, pero quien la sufrió fue su carne, de la que era figura este carnero, de acuerdo con lo que decía Juan: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La Palabra permaneció en la incorrupción, por lo que Isaac es figura de Cristo según el espíritu. Por esto, Cristo es, a la vez, víctima y pontífice según el espíritu. Pues el que ofrece el sacrificio al Padre en el altar de la cruz es el mismo que se ofrece en su propio cuerpo como víctima.”
  • 20.
  • 21. Siendo innumerables las maravillas del Señor, lancémonos a la comprensión del Misterio Divino, asomado en la Sagrada Escritura y también latente en la creación, como lo cantan los salmos. Aquí un ejemplo: Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche le pasa la noticia. Sin hablar y sin palabras, y sin voz que pueda oírse, por toda la tierra resuena su proclama, por los confines del orbe sus palabras. Sal 19 (18), 1-6 A estas palabras presentes en los signos de los tiempos, nos manda el Señor atender, así lo deja ver en respuesta a los signos que piden los fariseos: ¡Conque saben discernir el aspecto del cielo y no pueden discernir los signos de los tiempos! Un signo pide y no se le dará otro signo que el de Jonás Mt 16, 3b-4. Es el signo de su muerte y resurrección, el gran Sacramento de la Salvación, mediante la Gracia conferida por la participación en Él.
  • 22. Todos los Sacramentos administrados por la Iglesia devienen de esta victoria sobre la muerte Cf. 1Co 15, 55-57. Porque así como Jonás fue signo para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación Lc 11, 30. Jesús mismo es el Sacramento del Padre. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre Jn 14, 9b, como Palabra del Padre, pues dice: las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras Jn 14, 10b-c. Y por este Sacramento vivo, alimentado por la Voluntad del Padre Cf. Jn 4, 34, también los son de Él los niños, los por Él envidiados Cf. Mc 9, 37 los pobres, los presos y los enfermos Cf. Mt 25, 31-46.
  • 23. El gran educador San Juan Bosco, haciéndose Sacramento del Maestro, nos enseña a darle crecimiento a los hijos, velando en ellos como el Maestro nos enseño: “Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor. Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.”
  • 24. Jesus es el mejor signo de los líderes y caudillos, profetas, reyes y sacerdotes del Antiguo Testamento, ellos son figuras del Mesías, quien ha de llevarlo todo a plenitud Cf. Mt 5, 17-20. Ejemplo de ello sería la Sabiduría concedida a Salomón Cf. 1R 3, 4-15, por aquel que es la misma Sabiduría, y dice: Aquí hay algo más que Salomón Mt 12, 42. De ellos participa el cristiano, que comparte ya la realeza de Cristo, en la Unión de Voluntades con el Padre, hablando con Dios en la oración y de Él ante los hombres como profeta, y ofreciendo en unión al sacrificio de Cristo, su vida toda en cada Eucaristía y en la participación como miembro del Cuerpo, de los sufrimientos de Cristo, cabeza de los cristianos. Así la Iglesia toda lo reza, con la oración del Padre Nuestro que Jesús nos enseñó. Por esta participación en Cristo, el creyente es insertado a la Vid Verdadera Cf. Jn 15, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados Rm 8, 17. Jesús nos revela insertos en Él, la relación de hijos coherederos del Padre, movidos por la dinámica del Espíritu de filiación, capaz de santificarnos a su Imagen, gracias a la incorporación ofrecida por la Iglesia, cuya acción es Sacramento del Cuerpo de Cristo Resucitado, en el que se juntan todo el Mundo Divino y todo el mundo creado Cf. Ef 1.
  • 25. Santo Rosa de Lima nos exhorta a esta participación: “¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carísimas. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!» Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: Oíd, pueblo; oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma. Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad, se había de ir por el mundo, dando voces:
  • 26. ¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro inestimable de la gracia. Esta es la mercancía y logro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conociera las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres.” Son pues estas las balanzas, donde el Señor a pocas penas y sufrimientos, regala las abundantes bendiciones que subyacen del Amor, para la Salvación de los hombres, gracias a la participación en el Sufrimiento Redentor del Salvador Cf. 2Co 1, 3-14; 4, 7-6, 10; Col 1, 24. El Papa Pío XII, concluye: “Tremendo misterio, nuca suficientemente meditado, que la salvación de muchos depende de las oraciones y sacrificios de otros.” Sacramento del cual es Jesús en la cruz, dando muerte al pecado a Él afligido para la Salvación de muchos. Y así nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestro propio agrado Rm 15, 1. Este es el signo de la Iglesia, participe de su divino Esposo y Sacramento de Salvación; mensaje que ha recordado insistentemente la Santísima Virgen María en su apariciones.
  • 27. Bastaría leer la Carta a los Amigos de la Cruz de San Luis María Grignion de Montfort, una recomendable síntesis de la experticia y enseñanza de los Santos, para exhortarnos a vivir la gran riqueza del signo contradictorio Lc 1, 34 de la Cruz: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres 1Co 1, 23-25. El gran tesoro de Gracias escondido tras el signo del velo, ya no es una cortina como lo era en la Antigua Alianza Cf. Heb 9, sino la lepra del pecado que nos cubre por la impenitencia Cf. 2Co 3, 12-18, el Nuevo Altar de la Cruz: donde se levanta inmolado el Cordero Inmaculado, en donde la Palabra Encarnada, unida a aquella Espada Cortante de dos filos que examina los corazones Cf. Hb 4, 12, es ahora, la mejor y más eficaz arma contra el pecado, a la que Dios-Hijo mediando entre el cielo y la tierra se rebajo a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz Fl 2, 8; la Gloriosa y Triunfante Cruz que atravesó a Satanás, y con la cual estamos seguros de vencerle. La insistente doctrina de la Cruz, será para la Iglesia Caminante un recurrente motivo de su predicación, para la Gloria de esta Clara Señal del Señor, ante el inmanente endurecimiento del pecado del hombre.
  • 28. Lo anterior nos conduce al Sacramento más admirable, al centro mismo de toda esta Visión. Ciertamente me refiero a la Eucaristía, memorial vivo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, en el Pan Vivo y en el Vino Sacramental de la Sangre, celebrado en las vísperas de nuestra liberación, a puertas, como lo estamos en nuestra peregrinación, de entrar a la Plena Visión. Somos invitados al Banquete de la Unidad entre Dios y su Pueblo. Es la mencionada Unidad de la parábola del banquete nupcial y de las diez vírgenes, pregustada en la multiplicación de los panes y luego revelada en la acción de gracias de la Cena del Señor. Ezequiel 16 y Oseas 1-3 narran esta trama sacramental de la Salvación, y el Salmo 45 (44) canta la alegría que encontramos también al final de la Escritura: Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado Ap 19, 7. San Pablo nos llama a conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz Ef 4, 3. De ahí que la Iglesia, Cuerpo del Señor, sea Sacramento de la Unidad, siendo Ella misma Sacramento de la Salvación y dispensadora de los mismos, en cuyo actuar María, la Santa Madre y Virgen es a Ella, espejo y dinámica, en la participación de su Maternidad Inmaculada.
  • 29.
  • 30. En verdad, en verdad les digo: verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre Jn 1, 51.