2. Capitulo primero
Fines di una y otra ciudad, de la terrena de la
celestial, declararé en primer lugar (cuanto fuere
necesario para finalizar esta obra) los argumentos con
que han procurado los hombres constituirse la
bienaventuranza en la desventura de la vida presente
3. CAPITULO II
Marco Varrón, señalando estas cuatro diferencias, es a saber, de la vida
social, de
los académicos nuevos, de los cínicos y de estos tres géneros de vivir, llegó
a referir hasta
doscientas ochenta y ocho sectas, y aunque haya otras semejantes que
puedan añadirse; deja todas aparte porque no afectan a la cuestión del
sumo bien, y ni son ni deben llamarse sectas
4. CAPITULO III
Dice que el hombre ni es el alma sola, ni sólo el cuerpo, sino
juntamente el alma y el cuerpo; por lo cual añade que el sumo bien del
hombre con que viene a ser bienaventurado consta de los bienes del;
alma y de cuerpo.
5. CAPITULO IV
Sumo bien y del Sumo mal
La Escritura dice «que el justo vive por la fe»;
6. CAPITULO V
Por ventura no está llena ellas del todo y por todo la vida
humana, en la cual experimentamos agravios, sospechas, enemistades, guerra como
males
ciertos? La paz la experimentamos como bien incierto y dudoso; porque no sabemos,
ni la
limitación de nuestras luces puede penetrar los corazones de aquellos con quienes la
deseamos tener y conservar, y cuando hoy los pudiésemos conocer, sin duda no
sabríamos
cuáles serían mañana
7. CAPITULO VI
Del error en los actos judiciales de los hombres, cuando está oculta la
verdad
8. CAPITULO VII
Así que todo el que considera con dolor estas calamidades tan
grandes, tan horrendas, tan inhumanas, es necesario que confiese la
miseria; y cualquiera que las padece, o las considera sin sentimiento de
su alma, errónea y miserablemente se tiene por bienaventurado, pues
ha borrado de su corazón todo sentimiento humano.
9. CAPITULO VIII
Cómo la amistad de los buenos no puede ser segura, mientras sea
necesario temer los peligros de esta vida Aunque suceda que no haya una
ignorancia tan depravada, como ordinariamente ocurre en la miserable
condición de esta vida, que, o tengamos por amigo al que realmente es
enemigo, o por enemigo al que es amigo, ¿qué objeto hay que nos pueda
consolar en esta sociedad humana, tan llena de errores y trabajos, sino la
fe no fingida Y el amor que se profesan unos a otros los verdaderos y
buenos amigos?
10. CAPITULO IX
ANGELES BUENOS
Es necesaria grande misericordia de Dios: para que ninguno, cuando
piensa que tiene por amigos a los ángeles buenos, no tenga por
amigos fingidos a los malos demonios, que le sean enemigos, tanto
más dañosos y perjudiciales cuanto son más astutos y engañosos
11. CAPITULO X
Ni los santos ni los fieles que adoran a un solo, verdadero y sumo
Dios están seguros de los engaños y varias tentaciones
12. CAPITULO XI
Cómo en la bienaventuranza de la paz eterna tienen los santos su fin
esto la verdadera perfección Podemos, decir que el fin nuestros bienes
es la paz.
paz que queremos manifestar que es la final.
13. CAPITULO XII
Quien considere en cierto modo las cosas humanas y la naturaleza
común, advertirá que así como no hay quien no guste de
alegrarse, tampoco hay quien no guste de tener paz. Pues hasta los
mismos que desean la guerra apetecen vencer, y, guerreando, llegar a
una gloriosa paz.
14. CAPITULO XIII
La paz del cuerpo es la ordenada disposición y templanza de las
partes. La paz del alma irracional, la ordenada quietud de sus apetitos.
La paz del alma racional, a ordenada conformidad y concordia de la
parte intelectual y activa. La paz del cuerpo y del alma, la vida
metódica y la salud del viviente.
15. CAPITULO XIV
El hombre posee alma racional, todo esto que tiene de común con las
bestias lo sujeta a la paz del alma racional, para que pueda contemplar
con el entendimiento, y con esto hacer también alguna cosa, para que
tenga una ordenada conformidad en la parte intelectual y activa, la
cual dijimos que era la paz del alma racional
16. CAPITULO XV
De la libertad natural y de, la servidumbre, cuya primera causa es
pecado, por lo cual el hombre que de perversa voluntad, aunque no
sea esclavo de otro hombre, lo es de su propio apetito Esto prescribe
la ley natural, y crié Dios al hombre.
17. CAPITULO XVI
De cómo debe ser justo y benigno el mando y gobierno de los
señores Aunque tuvieron siervos y esclavos los justos, nuestros
predecesores de tal modo gobernaban la paz de su casa que en lo
tocante a estos bienes temporales diferenciaban la fortuna y hacienda
de sus hijos de la condición de sus siervos.
18. CAPITULO XVII
Ciudad celestial viene a estar en paz con la Ciudad terrena.
La Ciudad celestial, o, por mejor decir, una parte de ella que anda peregrinando en
esta mortalidad y vive de la fe, también tiene necesidad de semejante paz, y mientras
en la Ciudad terrena pasa como cautiva la vida de su peregrinación, como tiene ya la
promesa de la redención y el don espiritual como prenda, no duda sujetarse a las
leyes en la Ciudad terrena, con que se administran y gobiernan las cosas que son a
propósito y acomodadas para sustentar esta vida mortal; porque así como es común
a ambas la misma mortalidad.
19. CAPITULO XVIII
La duda que la nueva Academia pone en todo es contraria a la
certidumbre y constancia de la fe cristiana Respecto a la diferencia
que cita Varrón
20. CAPITULO XIX
Por eso la diferencia que trae Varrón en el vestir de los cínicos, si no
cometen acción torpe o deshonesta, no cuida de ella. Pero en los tres
géneros de vida: ocioso, activo y compuesto, de uno y otro, aunque se
pueda en cada uno de ellos pasar la vida sin detrimento de la fe y
llegar a conseguir los premios eternos, todavía importa averiguar qué
es lo que profesa por amor de la verdad y qué es lo qué emplea en el
oficio de la caridad
21. CAPITULO XX
Que los ciudadanos de la ciudad de los santos, en esta vida
temporal, son bienaventurados en la esperanza Por lo cual, siendo el
sumo bien de la Ciudad de Dios la paz eterna y perfecta, no por la qué
los mortales pasan naciendo y muriendo, sino en la que perseveran
inmortales, sin padecer adversidad,
22. CAPITULO XXI
Descripión, que trae Cicerón en su diálogo, hubo jamás república romana
Ya es tiempo que lo más sucinta compendiosa y claramente que
pudiéremos, se averigüe lo que prometí manifestar en el libro segundo de
e obra, es a saber, que según las definiciones de que usa Escipión en los
libros de la república de Cicerón, jamás hubo república romana. Porque
brevemente define la república, diciendo que es cosa del pueblo, cuya
definición si es verdadera, nunca hubo república romana, porque nunca
hubo cosa pueblo, cual quiere que sea la definición de la república.
23. CAPITULO XXII
Quién es este Dios, o con qué testimonios se prueba ser digno de que
le debieran obedecer los romanos, no adorando ni ofreciendo
sacrificios a otro alguno de los dioses, a excepción de este nuestro
Dios y Señor?
24. CAPITULO XXIII
Dios se valdría para poder desviar a su mujer de la religión de los
cristianos, respondió Apolo con unos versos que comprenden estas
palabras, como si fueran de Apolo: «Antes podrás escribir en el agua o
aventando las ligeras plumas, como una ave, volar por el aire, que
separes de su propósito a tu impía mujer, una vez que se ha
profanado.
25. CAPITULO XXIV
Si definiésemos al pueblo; no de ésta, sino de otra manera, como si
dijésemos: el pueblo es una congregación de muchas personas, unidas
entre sí con la comunión y conformidad de los objetos que ama, sin
duda para averiguar que hay un pueble será menester considerar las
cosas que urna y necesita.
26. CAPITULO XXV
Que no puede haber, verdadera virtud donde no hay verdadera
religión.
Por más probablemente que parezca que manda el alma al cuerpo, y la
razón a los vicios, si el alma y la misma razón no sirven a Dios.
27. CAPITULO XXVI
De la paz que tiene el pueblo que no conoce a Dios.
«Bienaventurado es el pueblo cuyo Señor es su Dios.»
Luego miserable e infeliz será el pueblo que no conoce a este Dios.
28. CAPITULO XXVII
De la paz que tienen los que sirven a Dios, cuya perfecta tranquilidad
se puede con, seguir en esta vida temporal La paz, que es la propia de
nosotros, no sólo la disfrutamos en esta vida con Dios por la fe, sino
que eternamente la tendremos con él, y la gozaremos, no ya por la
fe, ni por visión sino claramente.
29. CAPITULO XXVIII
Qué fin han de tener los impíos Pero, al contrario, la miseria de los
que no pertenecen a esta ciudad será eterna, a la cual llaman también
segunda muerte. Porque ni el alma podrá decirse que vive allí, pues
estará privada de la vida de Dios, ni tampoco el cuerpo, puesto que
estará sujeto a los dolores y tormentos eternos.