La llegada del ferrocarril, si bien no concluyó con los arreos, acortó las distancias; bastaba con arrear hasta la estación más próxima y allí cargar la hacienda en los vagones jaula del tren que estaban estacionados en el brete. A mediados del siglo pasado aparecieron los camiones de transportar hacienda, que van directamente y a cualquier día y hora a la puerta del establecimiento donde se encuentra la hacienda que se desea transportar. Esto concluyó con los arreos, con las tropas y con los troperos. Ya no se ven pasar más por los caminos rurales las tropas en viaje, ni se oye el grito de los troperos animando el arreo, ni el tañido de los cencerros de las madrinas tropilleras que iban a la cabecera. Hasta no hace muchas décadas, quienes