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3ª Jornada "Problemáticas contemporáneas del diseño" _
FACULTAD DE ARQUITECTURA, DISEÑO Y URBANISMO – UBA (19-11-2011)
El concepto de cartografía aplicado a la investigación
en ciencias sociales, cultura y humanidades
Ed. Martín Gonzalo Gómez
Proyecto UBACyT A048: Cartografías del diseño social en Argentina (2005-2010)
“En aquel Imperio, el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola Provincia
ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos
mapas desmesurados no satisficieron y los Colegios de cartógrafos levantaron un mapa del
Imperio que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al
estudio de la cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era
inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los inviernos. En los
desiertos del Oeste perduran despedazadas ruinas del mapa, habitadas por animales y por
mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las disciplinas geográficas.”
Jorge Luis Borges, “Del rigor de la ciencia”.
En: El hacedor, Buenos Aires, 1960.
Totalidad y transformación
Esta cita representa el arte de la cartografía como un proceso de objetivación por mimesis: el mapa
es cada vez más, y más fielmente, una réplica del territorio. Cuando la asimilación es total, el mapa
se torna inútil, y las nuevas generaciones lo despedazan en innumerables partes. Así, el fragmento
que representaba una totalidad, cuando se torna la totalidad misma, vuelve a ser fragmentos.
Esta es una metáfora que da cuenta del proceso que Wallerstein observa en las estructuras modernas
del saber, cuando se caracterizan por tener como posición dominante la afirmación de la existencia
de un saber universal, abarcativo, omnipresente, aun sin nombrarlo de forma explícita. Pero, la
fragmentación y la transformación dada por el uso y desuso por cuenta de cada próxima generación
demuestran que la validez de las conclusiones científicas está subordinada a las tensiones del
espacio y el lugar de origen, a las condiciones de formación y consolidación social. De esto da
cuenta, precisamente, la reformulación del concepto de cartografía realizada por Deleuze y Guattari.
La extensión del concepto de “cartografía”
La extensión del concepto de “cartografía” siempre estuvo latente en los vaivenes disciplinarios del
término. De hecho ya en el siglo XVI la cartografía convivía con la navegación y la geometría, y su
conceptualización excedía ampliamente la hechura de mapas: por ejemplo, en el carácter filosófico
que le imprimía su estrecha relación con la astronomía. Posteriormente, se ha ido reservando hasta
mediados del siglo XX para el ámbito técnico de la geografía; desde entonces, y hasta la actualidad,
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ha alcanzado un uso extendido en el amplio espectro de las ciencias sociales y las humanidades: así
lo relevamos en historia del arte, el diseño gráfico, la filosofía, el psicoanálisis, la antropología
sociocultural, las ciencias de la comunicación y los estudios literarios, entre otros. El alcance
metodológico que en cada uno de estos campos se observa actualmente, tiene un origen común o
bien toma como punto de partida la conceptualización hecha originalmente por Deleuze y Guattari
en 1976 en Rizoma, que es el prólogo al desarrollo posterior, en 1980, de Mil mesetas.
Significar vs. Cartografiar
Los autores parten de la evidencia de que la cultura preexiste al individuo que se integra a ella, bajo
la forma de una “arborescencia significante” que domina la realidad y el pensamiento occidental, y
se asienta en sus sistemas estables de pensamiento, en la biología, la teología, la ontología, la
filosofía, etc. Para observar este planteo toman un producto cultural: el libro, y de allí se extienden a
todo nodo simbólico donde se crucen formas y materiales de circulación cultural.
Lo primero que señalan es que el hecho cultural no tiene objeto ni sujeto: está elaborado de materias
distintamente formadas y entrelazadas, y es ese trabajo material el que se proponen observar.
Así, en un libro, tanto como en un producto de diseño o cualquier otro evento cultural, coexistirían
entonces líneas de articulación de significados, lo que los autores llaman “territorialidades” que
conviven dialécticamente con “líneas de fuga” y movimientos de “desterritorialización” del sentido.
Los hechos culturales entonces, tanto como sus productos, no pueden sencillamente “significarse”,
en tanto que se hallan en permanente reformulación y en diálogo con otros eventos y actores
sociales. El estudio de la complejidad de tales reformulaciones y diálogos permanentes, es lo que,
antes que “significarse”, por su propia condición existencial, los autores se proponen “cartografiar”.
Cartografiar es observar las relaciones, con qué otros actores funciona un dispositivo, y en conexión
con qué hace pasar o no determinadas intensidades de sentido. Para una cartografía cultural, sus
productos existen por lo exterior y en el exterior. Se trata de saber a qué otros dispositivos pueden
conectarse como máquinas significantes para que puedan funcionar. Los autores ejemplifican con la
escritura literaria de Kafka, que funciona en conexión a una máquina burocrática inconmensurable.
En suma, el análisis cartográfico implica asumir el hecho cultural como un rizoma, potencialmente
aleatorio y dialógico, antes que como una raíz de funcionamiento racional y dicotómico. De esta
forma, antes que unidades totalitarias, se da paso al estudio relacional de las multiplicidades.
Multiplicidades y retículas
Lo múltiple, tratado como multiplicidad, deja de tener relación con la unidad de un sujeto y un
objeto, o de una imagen con el mundo. Las multiplicidades son rizomáticas: estarían compuestas de
dimensiones que al crecer cambian de naturaleza. La combinación crece mediante la multiplicidad:
no remite a la discrecionalidad de un artista, un pensador, un diseñador, sino a la multiplicidad de
los diálogos que entabla, de forma tácita o manifiesta, con otros actores y eventos de la cultura.
En un diseño rizomático no hay puntos fijos, como en una estructura arbórea, sino sólo líneas. Sus
multiplicidades de sentido conforman un plano de consistencia, de dimensión creciente conforme el
número de conexiones que establece. La noción de unidad sólo aparece en una multiplicidad cuando
hay una toma de poder por el significante, o un proceso naturalizado de subjetivación.
El plano de consistencia es la retícula, la parte exterior de una multiplicidad. Lo ideal de un
producto cultural sería exponer todo sobre tal plano de exterioridad, en una sola superficie, página,
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pantalla o lienzo: acontecimientos vividos, determinaciones históricas, conceptos, individuos,
grupos y formaciones sociales. Los autores ejemplifican con la escritura de Heinrich von Kleist, que
realiza con el lenguaje un encadenamiento de velocidades variables y transformaciones constantes
siempre en conexión con lo externo, y de esa forma se opone, a principios del siglo XIX, a la obra
cultural romántica, por entonces constituida por la interioridad de una sustancia o de un sujeto.
El principio de cartografía
El principio de cartografía sería entonces el adecuado para observar crítica y reflexivamente las
producciones de la cultura, sus multiplicidades y sus retículas constitutivas, en tanto que se postula
a partir de las propiedades existenciales de aquello que se pretende observar. Con ello los autores se
oponen al pensamiento occidental tradicional, el de la reproducción, el calco, el árbol y la mimesis.
En este sentido, señalan que tal forma de pensamiento se ha perpetuado muy concretamente en las
esferas de conocimiento contemporáneas. En ciencias naturales, por ejemplo, en el diseño genético,
como unidad pivotal objetiva sobre la que se organizan las codificaciones múltiples de los seres. Por
su parte, en ciencias humanas, lo mismo en la estructura profunda de la sintaxis transformacional,
como serie de base descomponible en un repertorio de constituyentes. En todos los casos, se intenta
reestabilizar relaciones intersubjetivas en el momento en que se tornan inabarcables, calcando algo
que se da por hecho, a partir de una estructura que sobrecodifica todo nuevo elemento.
Por el contrario, el rizoma es mapa y no calco. El mapa no reproduce un inconsciente cerrado sobre
sí, sino que lo construye, siendo a su vez susceptible de constantes modificaciones. Un mapa tiene
entradas múltiples y es cuestión de praxis, mientras el calco vuelve siempre a sí mismo y su propia
competencia. A su vez, advierten los autores que es propio del mapa que pueda ser calcado. No
reproducido, sino fotografiado. El calco traduce el mapa en imagen y transforma el rizoma en una
totalidad autosuficiente. El calco estructuraliza el rizoma, y luego se reproduce a sí mismo mientras
cree reproducir otra cosa. Es contraproducente para el producto cultural: le inyecta redundancias y
las propaga, reproduciendo del mapa los bloqueos y los puntos de estructuración. Así por ejemplo,
el psicoanálisis saca fotos–calcos del inconsciente, y la lingüística hace lo propio con el lenguaje.
El mapa, como el rizoma, tiene entradas múltiples: a través de su cuerpo pasan poderes significantes
y afectaciones subjetivas, así como también líneas de fuga que proyectan nuevas conexiones.
El análisis no debe efectuarse entonces, para Deleuze y Guattari, a partir de universales, sino con
una pragmática que pueda recomponer las multiplicidades y sus distintas intensidades. Por ejemplo,
la contabilidad y la burocracia, que proceden por calco, pueden brotar como rizomas en la literatura
de Kafka, donde logran constituir una crítica de sí mismas. Del mismo modo sucede con el diseño,
cuando se compromete con la crítica social, y proyecta un trazo creador que toma la realidad y la
resignifica por su cuenta. Son estos recorridos los que se proyectan como mutaciones irreverentes
que logran poner en cuestión la hegemonía de aquello que en la realidad se significa a sí mismo.
Bibliografía:
Deleuze, G. y Guattari, F. 2005. Rizoma. Valencia: Pre-Textos.
____________________. 2008. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos.
Guattari, F. 1995. Cartografías del deseo. Buenos aires: La Marca.
Julier, G. 2010. La cultura del diseño. Barcelona: Gustavo Gili.
Wallerstein, I. 2005. Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido. Buenos Aires: Siglo XXI.