Las trabajadoras sexuales en algunas imágenes. Testimonio sobre la Organización Nacional de Activistas por la Emanicipación de la Mujer, ONAEM - Bolivia.
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Una noche de octubre en El Alto
1. Una noche y mil días
Luis A. Gómez*
Una noche de octubre en El Alto, con harto frío y con harto miedo, estaba de pie frente
a unas 200 trabajadoras sexuales. Reunidas en las ruinas del bar de un hospedaje, me
miraban en silencio, me rodeaban en silencio. Era 2007 y durante varios días los locales
de la zona 12 de Octubre habían sido saqueados por los vecinos alteños... ellas, dentro y
fuera de sus lugares de trabajo, habían sido golpeadas, escupidas, robadas, maltratadas
por grupos de personas llenas de rabia.
Y ahora, mientras una camioneta de la policía recorría esas cuadras arrestando mujeres,
cerrando locales con granadas de gas lacrimógeno, estábamos ahí todas, en silencio...
esperando que a mí, que no era sino un desconocido, se me ocurriera algo en mi calidad
de asesor de ONAEM. ¿Qué podía yo decirles? No conocía sus vidas, ni su trabajo, ni lo
que sentían luego de ser pateadas, lo que sufrían al ver cómo robaban sus cosas de los
cuartos... que no sentí como ellas el peligro en las amenazas de linchamiento.
Dije mi nombre mientras giraba para mirarlas a todas... y vi solamente mujeres. Mujeres
de pollera, mujeres jóvenes y mujeres ya mayores. Vi mujeres asustadas y solas, vi madres
y amas de casa. Todas querían volver a trabajar por su necesidad: la joven beniana que así
se pagaba el colegio, la señora con cuatro hijos abandonada por un borracho sin nombre.
“Ustedes son mis jefas”, fue lo primero que dije. Y les prometí que íbamos a pelear por
su derecho al trabajo, para que la policía no las robara, para que los vecinos dejaran de
golpearlas y robarles ropa, garrafas de gas, cualquier cosa. “Vamos a llegar tan lejos como
ustedes quieran, jefas”, dije también, “A lo mejor no sirvo para mucho pero las
acompaño y las ayudo a llegar hasta donde quieran”.
Luego les dije que tenían que decir su palabra en esa asamblea para marcar el rumbo... y
en ese momento los policías fueron a interrumpir, pensando que el hospedaje estaba
funcionando. Imposible, pues, le dijimos al teniente, cómo pues va a poder un varoncito
con 200 reinas... y las risas calmaron a todas, que comenzaron a contar sus dolores, su
miedos, su bronca, todo lo que podían. A mi lado estaba la jefa mayor, presidenta y seria,
la Yessica Flores (o sea, la Evelia Yucra). Me miraba y sonreía; siempre que recuerdo esa
noche no sé si estaba algo asustada con el chenko que estábamos armando con las
chicas... pero no creo, oye, estábamos organizando una movilización bien firme.
Habló la señora veterana de la lucha contra la policía. Era una mujer seria y de voz dulce
que andaba en un abrigo de actriz de cine. Habló una señora de pollera que ni me dijo su
nombre, pero llorando por sus dos hijos y la bronca de no poder salir a la calle porque
unos hipócritas no saben cuidar a sus chicos ni cumplir en su casa. Habló una chica
menudita, asustada pero decidida a no dejarse abusar por la policía. Hablaron ellas y
anoté decenas de palabras al principio, con ese vicio de reportero que tengo...
Hubo acuerdo al final, entre gritos y carcajadas. Hubo acuerdo pactado con lágrimas y
con aplausos... y nos fuimos todas a casa con el corazón menos arrugado.
Al día siguiente las chicas se tomaron el servicio de salud en El Alto, en la sección donde
las atienden, y se sentaron ahí mismo en huelga durante varios días. Se cosieron los labios
en plena conferencia de prensa, en vivo y a todo color, exigiendo que las dejaran en paz y
hacer su trabajo. Algunas, como yapa para las cámaras, se metieron en unos ataúdes
brillantes que alquilamos para la ocasión: o trabajo o muerte, dijo una chica que le decían
la Panda justo antes de coserse los labios y recostarse como una virgen muerta en el
cajón de pino. Eran como cien ahí dentro, carajo, y había muchas afuera, todas riendo y
charlando sentadas muy juntas mientras los niños que llevaron trataban de no dormirse
ahí dentro.
Un corredero de periodistas ese día: fueron los canales de la tele, fueron Erbol y Radio
Ciudad de El Alto, hubo unos de periódicos y hasta un par de gringos de la BBC,
2. fascinados con la cordialidad y la fiereza de las trabajadoras sexuales de Bolivia... que por
supuesto que ganaron esa batalla como ganaron lo de quitarle el carnet sanitario a la
policía y han puesto en evidencia a médicos y fiscales corruptos en Sucre, en Santa Cruz
y en Cochabamba. Pero esa emocionante pelea en El Alto es más bien una excepción en
la vida...
Porque la verdad es que el trabajo más fuerte es el de los días. En el mostrador de la
oficinita en Cochabamba, en el celular de la presidenta (que no para de sonar), en las
decenas de cartas que mandamos durante años para que nos recibieran ministros,
abogados, el Defensor del Pueblo, alguna coronela de la policía y mucho funcionario de
la cooperación internacional que dice que las anda ayudando contra el sida, la
discriminación y el maltrato.
Como los que invitaron a La Paz a la Yessica (o bueno, a Evelia) a un taller sobre sida,
pagado por el PNUD de la ONU. Los mierdas pagaron aviones y hoteles de lujo para
todos los participantes de las ongs y de las instituciones... menos para la señora enferma
de sida y la trabajadora sexual que invitaron: a ellas flota y hospedaje barato nomás. De la
pura rabia les regresamos el dinero con una carta de protesta a la directora del PNUD en
Bolivia. Desde ese día, nos contaron, dicen por ahí que las de ONAEM somos
“problemáticas”, ¿a ver?
Dignas somos, pues. Y no nos dejamos tratar ni maltratar de nadie. Ya bastante tenemos
con aguantar borrachos babosos, policías que lo quieren gratis (o nos violan) y médicos
que nos cobran exámenes supuestamente gratuitos... y pese a todo ello, acá estamos y
seguimos siendo personas, mujeres con corazón y con necesidades como las otras.
Como la Cris, que tiene hijos y los quiere con locura, igual que la Angie de Santa Cruz.
Como doña Marcelina y la China, que son de Cochabamba: mujeres amables, bien
amorosas, que me recuerdan a mis vecinas de cuando era changuito, siempre sonriendo
aunque estuviera dura la crisis, siempre regalando una frutita o un dulcecito a los chicos
de la cuadra que, por supuesto que sí, les cargábamos la compra del mercado o hacíamos
encargos para ellas.
Por eso, pues: todos los días y a todas horas. Trabajando cada día más seguras (lo que
hay que pelear por que nos repartan condones), pero también aprendiendo a leer o
sacándose el carnet. Cosiendo uniformes de los chicos, asistiendo a talleres, peleando ahí
y en todas partes por ser reconocidas: yo soy trabajadora sexual, soy mujer, tengo
derechos, mírenme así (como yo me he mirado) y tengan respeto.
Por eso, pues, insisto: porque han decidido no ser abusadas, crecer, liberarse y exigir por
sus derechos y sus respetos. Porque en Bolivia de paso no es un crimen ser trabajadora
sexual, aunque los tenientitos de la policía digan otra cosa (tenemos ley, carajo). Porque
como esa noche en El Alto, y en esos mil días (millón de días), veo mujeres bien
valientes sufrir y no dejarse... por eso mismo es un orgullo estar con ellas en los locales,
en las marchas, en la oficina, en la vida.
* Luis A. Gómez es periodista, mexicano y ha trabajado con ONAEM desde sus
primeros pasos.