1. La familia era la base de la civilización romana.
Estaba formada por todas aquellas personas,
emparentadas o no, que estaban vinculadas a
una domus, vivían juntas y dependían de un
mismo patrimonio y de la autoridad de un pater
familias.
Las personas principales de una familia eran el
padre (pater) y la madre (mater), que en su
conjunto se llamaban parentes. Los hijos de
ambos sexos (filius et filia) se llamaban liberi
porque habían nacido libres.
El padre y la madre eran llamados dominus y domina por los esclavos (servi),
que también formaban parte de la familia.
2. El padre (PATER), el cabeza de familia y el encargado de dirigirla, recibía el título de pater
familias. Este papel correspondía al varón de mayor edad de la familia (por ejemplo, el
abuelo) y, a su muerte, los hijos pasaban a su vez a ser pater familias de sus propias familias).
El pater familias tenía la obligación de mantener la familia, representarla políticamente y
oficiar los ritos religiosos domésticos.
El padre tenía la autoridad jurídica sobre los hijos (patria potestas) y también la autoridad
jurídica sobre los esclavos (manus). Según el tipo de matrimonio, el padre también podía tener
la manus sobre su esposa. Así pues, dentro del hogar el pater controlaba todo el dinero, tenía
autoridad sobre su esposa, clientes, libertos y sobre todo sobre sus hijos, a los que concertaba
los matrimonios, pudiendo incluso decidir sobre su vida o su muerte.
3. La esposa (UXOR) era la señora de la casa (DOMINA).
Por ley, toda mujer romana dependía de un varón, ya
fuera su marido, su padre o el pariente masculino más
próximo. Podía haber realizado una matrimonio cum
manu, la autoridad y su patrimonio pasaba al marido, o
sine manu, donde la mujer seguía bajo la patria potestas
de su padre y podía disponer de sus bienes y herencia.
La esposa poseía las llaves de la despensa, dirigía las
tareas del hogar y su obligación era darle hijos a su
marido. Para promover la natalidad, la ley romana
otorgaba privilegios a las madres de tres hijos por haber
cumplido con su deber.
4. Se consideraba hijos a los niños nacidos de matrimonio legítimo entre ciudadanos que
hubiesen sido aceptados por el padre. Para ello el niño era depositado a sus pies, si el
padre lo alzaba en brazos, ésta era la señal de que lo reconocía como propio. Con ello lo
legitimaba y le comprometía a su crianza y educación.
De no ser reconocido, el niño podía ser adoptado por otra familia, o incluso ser
abandonado o vendido como esclavo. Desde finales de la República, el hijo no
reconocido por el padre podía ser criado por la madre independientemente de la familia,
y a partir del siglo III d. de C. se deroga la ley que permite al padre ejercer su derecho de
vida y muerte sobre los hijos.
5. Los romanos eran muy supersticiosos; al recién
nacido le colgaban en el cuello una bola (bulla) de
metal, que era una especie de amuleto destinado
a protegerlo de los maleficios.
Desde pequeños, los niños vestían una túnica
corta, de lana o de lino, con cinturón, y sobre ella
la toga praetexta. Con un ancho bordado de
púrpura. A los 17 años el joven cambiaba la bulla
y la toga praetexta por la toga viril.
6. Los esclavos (SERVI) no poseían la
categoría de personas sino de cosas.
Eran una propiedad y como tal podían
ser comprados o vendidos.
Los esclavos lo eran porque habían
sido derrotados y capturados en alguna
guerra, porque habían sido vendidos por
no haber podido hacer frente a las
deudas, por castigo legal o simplemente
porque nacían de padres esclavos.
Todo hijo de mujer esclava era
considerado como tal, aunque el padre
fuera un ciudadano.
7. En Roma, los esclavos podían llegar a comprar su libertad e incluso llegar a
ser ciudadanos romanos.
Cuando un esclavo era manumitido por su amo (es decir, liberado) se
convertía en LIBERTO, añadía los apellidos de su antiguo amo a su nombre y
pasaba a formar parte de los CLIENTES de su antiguo propietario con quien, a
partir de entonces, le unirán lazos de fidelidad y dependencia.