1. De camino a casa, después de haberme enterado de la muerte de mi hijo de 5 años que
estaba en el hospital. Ahora estaba completamente sola, el era lo último que me
quedaba.
Ese día estaba lloviendo. Mi abuela me decía, de pequeña, que cuando llovía era porque
los ángeles lloraban por ti.
Un poco distraída, crucé el paso de cebra, sin darme cuenta de que el semáforo estaba
en rojo.
De repente siento como una moto, a gran velocidad, que me arrastra unos metros.
El dolor era indescriptible, estaba allí tirada en el suelo. No sabía que hacer, no tenía
fuerzas. A penas podía respirar, me dolían las costillas. Lo único que quería hacer era
revolcarme en el suelo, del dolor, pero mi cuerpo ni siquiera era capaz de eso en ese
momento.
Después de un buen rato allí tirada, abrí mis ojos para ver lo que había ocurrido con el
chico de la moto. Estaba llorando, sentado en el suelo. Su amigo, que iba de
acompañante en la moto, estaba llamando por el móvil, dando vueltas a un árbol.
Sentía como algo me bajaba por el labio, lo toque y vi que era sangre, probablemente no
era el único lugar por el que me sangraba.
Al cabo de unos minutos, el chico de la moto, que por cierto se llamaba Tomás, se dio
cuenta de que tenía los ojos abiertos. Se le notó como una pequeña expresión de alivio y
esperanza apareció en su cara, y se acercó a mí. Me tocó, con sumo cuidado, el hombro
y volvió a llorar.
Traté de abrir mi boca y decirle que no se preocupara, pero me dolía demasiado, así que
simplemente toque su mano y sonreí un poco.
Pronto también vino su amigo, dijo que ya vendría una ambulancia.
Estaba sangrando sin parar, lo último que recuerdo fue como una sirena de ambulancia
se acercaba cada vez más, y como poco a poco todo se hizo más oscuro. Perdí la
conciencia.
Cuando me desperté, estaba en una camilla en el hospital y Tomás estaba sentado a mi
lado con un ramo de flores, me sentí muy aliviada al verlo.
Me tuve que quedar un mes más en el hospital. Sufrí una grave perdida de sangre y
muchas lesiones.
Tomás venía casi a diario a visitarme. Siempre me traía algo para animarme, sino eran
flores, eran chocolates, sino eran chocolates, era una película que mirábamos juntos.
Después de salir del hospital nos hicimos grandes amigos.
Casi los fines de semana íbamos en bici juntos o tomábamos un café.
2. Gracias a Tomás, gracias a un amigo de verdad, pude vencer mis depresiones y salir de
la oscuridad. Ya no estaba sola.