2. E n Ro ma …
_ ¡B ueno s días, Ma dre!
– ¡B ueno s días, niños! Ve nid, venid conmigo . Os felicito
p orque S or Rafaela me ha dicho que hoy os ha béis p orta do
mu y bien ; por eso, le he dicho que os prepa re una buena
me rienda .
– G racias, Ma dre. Tú estás siempre contenta con nosotros
a unqu e a veces no no s portamos b ien. S onríes siempre ...
– E star con vosotros me llen a el corazón de ale gría , pero
Jesús está aún más contento porq ue soi s buen os y o s está is
h aciendo mayores...
3. – Tú h ablas distinto que nosotros. ¿Por qué ?
– Sí, es verd ad, mi acento e s diferente del vuestro sencillamen te por que no he
nacido aq uí, en Italia. Apren dí esta he rmosa le ngua despué s...
– ¿Y d ónde naciste ?
– En Francia, un pa ís grand e q ue limi ta con Italia .
– ¿Y d esde cuá ndo vi ves aquí? ¿Desde niñ a?
– No. Vivo aquí desde hace poco tiempo .
– ¿ Y qué ha cías a nte s?
– Pero … ¡cu ántas pre guntas!
– ¡Por favo r, háb lanos un p oco d e ti!
– De acue rdo, os diré algo de mi vid a, au nque no os
pue do con ta r todo porq ue necesitar íamos much o tiempo.
Como veis no so y ta n j ove n.
4. Nací en Avranches, u na ciu dad
que está muy lejos de aquí, en el
noro este de Francia. Mi padr e se llamaba
Félix Al ejandr o, mi a buelo ha bía
sido co nse jero del rey y después fu e
jefe de co rreos. Mi mad re, María Te resa,
proven ía de una familia noble . Se casa ron
en 180 8 y yo nací a l añ o sigu iente
de su b oda. E ra el 2 2 d e ma yo de 180 9
y me bautizaron al día después.
5. Pasé una infancia
fe liz ro deada del
amor de mis pad res y d e
mis dos hermano s, Eduar do y
Aug usto, con qui en comp artía
los j uegos. También me gusta ba
leer , gracias a mi primer maestro , que
me tran smitió la afición a la lectu ra.
Y desde muy peq ueña me gusta ba comp oner
poe sías p ara leérselas a mi fa mi lia
dura nte la s va ca cio nes.
6. Desde muy peq ueña siempre he quer ido
mucho al Señor .
Deseaba conocerlo mejo r y, cuand o
empecé a ir a la catequesis, me se ntía
muy feliz.
A los 1 2 a ños hi ce
mi Primera Comunión .
Fue un día mara vil loso .
Cuand o r eci bí a Je sús en mi corazón,
le prome tí q ue me consagra ría
a Él para siempre.
Yo era un a n iña, pe ro sa bía qu e e l
Señ or me qu ería toda pa ra Él.
7. Se lo conté a mis p adres co n
mucha aleg ría, p ero no les
par eci ó b ien Po rque ello s te nía n
otros p lanes sob re mí.
Decía n q ue era inte ligente,
gua pa y rica, y p ensaban qu e
pod ría triunfar e n l a socieda d,
sin embargo yo ten ía un pro yecto que me p arecía mucho más impor tan te: la
ide a d e p ertenecer co mp leta me nte a Dios ll enaba mi co razó n de una alegr ía
que no se puede d escrib ir. Mis pad res, a pesar de mi insiste ncia, no que ría n
hab lar de este asunto. Y po r miedo a qu e mi decisión se hicie ra más firme,
decidi eron matri cul arme en un cole gio laico en Ren nes, con la esp eranza de
que ol vid ara esa id ea.
8. Estuve en el colegio vario s
añ os y a prendí mu ch as
cosas impo rtan tes duran te
ese ti empo. Estudiar la
literatura , la cie nci a y las
artes, especialmen te la
música, me ayu dó en mi
crecimiento personal . Solía
volver a casa dura nte las
vacaciones y apre cia ba eso s
momentos; esta r con mi
familia siempre me da ba
mucha aleg ría.
– ¿Y Jesús estaba siempre
en tu co razó n?
– Sí, Jesús esta ba sie mpre
conmigo y me ayudó a vivir
cada día co n sere nidad.
9. Alo s 18 año s, cua ndo
terminé los estudio s, mi
de seo se había hecho más
fuerte. A sí q ue, un día habl é
con valentía y decisió n a mis
pa dres. Les dije que seguía
de cid ida a d edicar mi vida al
Se ñor. E llos se opusiero n
en érgicamente, y me
invitaron a que lo pen sa ra
bie n, pro me tié ndome que,
cuand o tuviera 20 añ os, si
todavía q uería seg uir
ad elante, n o se interpon dría n
en mi ca min o. Per o la verda d
era q ue mi pad re sab ía que
pro nto se tr asl adaría a u na
ciuda d g rande por motivos de
traba jo, y p ensaba que allí yo
tendr ía un montón de
op ortunidad es par a
distraerme y cambiar de ide a.
10. E n a quella ép oca Fran cia
e staba pa san do por tie mp os
d ifíciles. Sufrí mucho porq ue en
todo s los sitios h abía viole ncia,
a sesina tos, o dio... Mucha s
ig lesias fuero n saqu eadas y en
la s calles había mul titud de
n iños a bando nados, sin pad res
y sin casa...
– ¡Bu eno, niños, po r ho y termino
a quí mi histo ria, la
con tinu aremos mañ ana!
– No, mad re, todavía n o
e stamos can sad os, cu éntanos
a lgo más. Tu historia es tan
in te resante q ue nos gu staría
seg uir escuchán dote.
– ¡Bu eno! En esa d ramáti ca
situación, Jesús, me hizo sen tir
más cla ra e i nte nsa la voz de
q ue me qu ería p ara Él, y a sí
p oder rep arar las nu me rosas
o fen sa s que recibía de la gente.
Yo in te nta ba
11. Inesperad amente, mi
que rido herman o E duard o,
un joven de
20 año s siempre se reno y
ale gre, cayó gravemente
enfermo y,
a pesar de la ate nción de
los mé dicos, mu rió. Dios le
hab ía
llamad o. ¡Qué
desesper ació n l a d e mis
pad res! Esta ban
desconsolad os.
Compren dí que no po día
dej arlos solos y qu e
mi trab ajo por la
reconcilia ción tenía que
espera r.
12. Pasó el tiempo . Un d ía, mi madre me invitó a acompañ arla a P arís porq ue
te nía qu e h ace r a lgunas co sas en la ca pita l.
Acepté encantada y ap rove ché p ara ir a u n Instituto de mo njas con la
esperan za de cumplir mi sueño . Yo me se ntía fel iz porq ue pensaba qu e
había llegad o a la meta deseada. Pero no era así. Mi s pad res seguían
opo niéndo se con to das sus fuer zas.
Esta ban preocup ados p or mí, po r
mi salud y mi futu ro.
No e nte ndían que mi felicidad fuera
l a vida reli giosa... y, ad emás,
estab an su frie ndo much o p or la
pérd ida
de nuestro querid o
Edua rdo. A sí que tu ve que volver a
casa .
13. Te nía l ibertad para ora r y dedicarme a los ne cesitados, pe ro el deseo de
seguir el camino que el Seño r me mostra ba crecía cad a vez má s dentro de mí
y no estaba tr anquil a
14. Un d ía , co n la ayud a d e u n sacerdo te amigo de la familia, de cid í volve r a l
convento, per o ¡q ué su frimie nto! Mi madr e me suplicó que me q uedar a y mi
pad re se negó a despe dirme...
Sufrí mucho y un os meses d esp ués caí g ravemente e nfe rma . Los Super iores
avisaron a mi familia, y mi madre vino inmed iatame nte . Yo era feliz de volver
a abra zarl a y tambié n d e leer la cari ñosa car ta que mi padre me había
enviad o. Me con sol ó mucho saber que él todavía me llevaba de ntro de
su cora zó n.
15. –Así qu e reza ste y rezaste, y, al fina l, tu o ración fue escuchada .
¿Se acabaron en ton ce s tu s prob lemas?
– ¡Ah, h ijos míos, no es tan se ncillo como creéis! Jesús n os recomiend a
que vayamos a Él con fe, pero no nos ha prometido que los que oran se libren
de las dificultade s de la vi da. Nos in vita a no ten er mie do, po rque Él si empre
está con nosotros, y no s da la fu erza q ue necesitamos para supera r todo s los
obstáculos.
– ¿Y de sp ués te cu raste?
– Sí, sí, le ntamen te me fu i recup erand o y vo lví a estar bien.
16. P oco d esp ués d e mi curación, supe q ue mi madre, repen tin ame nte ,
h abía caído enferma y ha bía ido a l cielo.
Mi pad re se que dó so lo y las Hermana s me a co nse jaron que volviera
con él . Me di jeron que en ese momento l a ob ra de ca ridad más
i mp ortante qu e podía hacer, era ayud arle.
L o pensé mu cho , vi qu e la s monjas te nía n ra zó n y me fui.
17. Me o cu pé de mi familia co n todo el cariño qu e p ude. Recé mucho, me
ded iqué a las ob ras de carida d, tuve total con fia nza en el Señ or y me d ejé
guia r p or Él. Lue go, mi hermano Au gusto cayó gravemente e nfermo. Había
hecho sufrir mucho a mis pad res po rque era poco responsab le… pero murió
tr anqui lo y reconciliado con Dios.
18. Ahora el úni co miembro de la fa milia que me q uedab a e ra mi pad re.
El tiempo ha bía pa sa do y co n é l mi juventud. P or o tra pa rte yo no
gozaba de bue na sal ud. Po r eso pare cía que iba a te ner que renu nciar
al deseo que albe rgaba en mi cora zó n. Mi pa dre me permitió
tra nsformar una ha bitaci ón d e l a casa en capilla, d onde venía a r eza r
mu ch a ge nte .
19. Ahora el úni co miembro de la fa milia que me q uedab a e ra mi pad re.
El tiempo ha bía pa sa do y co n é l mi juventud. P or o tra pa rte yo no
gozaba de bue na sal ud. Po r eso pare cía que iba a te ner que renu nciar
al deseo que albe rgaba en mi cora zó n. Mi pa dre me permitió
tra nsformar una ha bitaci ón d e l a casa en capilla, d onde venía a r eza r
mu ch a ge nte .
20. Me ll eva ron en una camilla al lugar
don de unos a ños an tes la Virgen se
hab ía apa reci do a d os niñ os, Mela nia
y Maximino. E n e stas a paricione s la
Virg en Ma ría llor ó vien do la mald ad de
los h ombres y nos p idió rezar y repa rar
el mal que se estaba haciend o e n e l
mundo ...
Ta l vez no lo cre áis, pero du rante el
vi aje fu i curad a d e r epente.
Le esta ba mu y agra decida a la V irgen
y volví alg una ve z más en
pere grinación pa ra darle gracias.
Después d e la mue rte de mi padre,
regr esé al lí y, de rodilla s ante la
Virg en, sentí que el Se ñor me pe día
que trabaj ara por la repar ación y
reconciliación de l mund o.
21. - Pero , ¿Qué hay q ue repara r? ¿Cómo se h ace eso?
– Debemos ayu dar a l os hombre s a vivir en el amor para qu e su corazón crezca
en armon ía, reconciliado consigo mismo . Es el gra n men sa je q ue Jesús nos
comunicó y deb emos da rlo a cono cer a todos.
Pre cisamen te por eso empecé a viaja r. Conocí al cura de Ars, Juan María
Via nney, y a mucha gente importante, amigo s de Jesú s… Me animaro n a fund ar
una Cong regación asegu rándome qu e la ob ra estaba be ndecida por Dios.
– ¡Por fin!
– Sí, por fin, per o n o fue fácil.
22. Pad ecí persecuciones,
malen ten didos, dificultades econ ómica s,
calumnia s... pero nunca per dí el ánimo
ni la fu erza. Confiaba en Dios y e so me
bastaba. Él tambié n h abía sufrido
par a salvar a los ho mb res y yo que ría
seguir su ejemplo. De cid í ir a Roma.
Tuve la g racia e xtraord inaria de ser
recibid a e n a udiencia po r el Pap a Pío IX,
que escuchó mi historia y acogi ó mi
deseo . Antes de de sp edirme me be ndijo ,
me animó y apro bó la fun dación de una nue va Congre gación relig iosa qu e
que ría qu e se llamara Religi osa s de Jesús Reden tor. Ju nto con mis Hermana s
me dediq ué a la ad oración y a to das la s obr as de misericordia en el mundo
según las necesidade s, l os tiempos y los lug ares.
– Pero con tanta s hora s ded icad as a la oración , ¿te qued aba tiempo para
atende r a los pobre s?
– ¡Sí, por supue sto! ¡Estad seguro s de que nun ca me he olvidado de ello s!
Debéis sa ber que hab lando con Je sús se re cib e mucha fuerza y valor para
ayuda r a los demás.
– ¿Y te hiciste monja?
– ¡To davía no , todavía no !
23. V olví a Fr ancia, a Avranches, mi ci udad natal, q ue se
e ncuentra fre nte al Monte San Mi guel. Un os meses de sp ués
e l o bisp o me dio pe rmiso pa ra in ici ar e l p roye cto que hab ía
soñ ado duran te tanto tiempo y a sí, ju nto con una joven, empecé
l a a doración en la casa de mi padr e.
24. Pron to no s invita ron para que fuéramo s a realizar nuestro tra bajo en el Mo nte
San Migue l. Es u na gran aba día en medio de l mar. Allí, duran te muchos a ños,
los mo njes ha n a labad o a l Se ñor, y en tiemp o d e la Revolución se había
convertido en una prisión. Los lo cal es estaban en pésimas cond icio nes. Nos
asigna ron los más i ncó mo dos de todo el edi ficio y tuvi mo s que trabaja r mucho
para acon dici onarlo s y ha cer los hab ita bles… pero éra mo s fe lices. El Obispo
me pidió que cuidár amos de los niños aband onado s. A co gía mo s tamb ién a
los p eregr inos qu e q uerían disfru tar de un tiempo de si lencio y oración .
25. A los p oco s meses se nos un ieron varias jóvenes. Y cuando finalmente
hice los votos hu bo una gran fiesta . ¡Me sen tía mu y fe liz! ¿S abíais qu e
algu nos re ligiosos cambia n su nombre cuand o se consagran a Dios? Es
una forma de decir que han eleg ido una nue va vida. A nte s me llamaba
Victorine y, de monja, e legí e l no mb re de Sor Ma ría José de Je sús.
26. Ensegu ida llegar on los pr ime ros niñ os po bres y desnutridos. Lo s acogimos
con los br azos abie rtos en me dio de una gra n al egría. Po r la no che ,
cuando se queda ban dormido s, prepa rábamos l a ro pa que se tenían que
pon er a l d ía siguien te. Estos n iños e staba n a bso luta me nte solo s en el
mundo , y no tenían nada ni a nadie en qu ien con fia r... Nosotras no
te níamos muchos med ios, pero hicimos todo lo posible , para qu e se
sinti eran quer idos y nunca les faltara lo necesario para vivir.
27. -¡Lo s niño s esta ría n muy fel ices!
- Sí, lo estab an. An tes de llegar al Monte San Miguel hab ían vivido momentos
muy d ifíciles y p ara ellos era un gran rega lo sen tirse seguro s con gente que les
que ría . Esta ban encantados co n e l mar y la pla ya don de iban a juga r... Pasaba n
el tiempo pesca ndo y se ponían muy contentos cuand o p odían ofrece r e l fruto de
su trab ajo a los bie nhechore s que iba n a visita rlos...
Era n u nos n iños muy vivaces y tambié n algo tr avi esos, y por la noche, creyen do
que na die los veía, se divertían da ndo sa lto s sobre las camas antes de dor mir se.
28. Una de las Herman as les ense ñaba a lee r y escribi r. Les dábamos tod o e l
cariño que po día mo s, como haría una madre . Quie n se siente a ma do es feliz
con el má s mínimo reg alo. Igual que vosotros ¿no? Po r la expre sió n d e
vu estro s rostr os, puedo ver que estáis contentos y que os g usta la naran ja
que os he prepa rado.
– Y ¿qu é pasó d esp ués? No te p ares, continúa …
29. - De a cu erdo. ¿Dónd e n os hab íamos
qu edado ? A h, sí…
La s Hermanas pasábamos largas horas en
ad oración, de día
y d e n oche. Só lo Jesús, qu e no s ama de
verda d, pue de
en señ arnos a ama r a nu estros hermano s...
Estábamos tambié n
en ca rgadas de ate nder a la gente que
vivía en el Monte S an
Migue l, especialmente a las familias
po bres y a los enfermos.
El domin go ve nían a rezar con nosotras...
Todos esta ban encantados.
30. Un d ía lleg ó u n sacerd ote cuyo o bjetivo e ra restaur ar l a a badía. Él no
va lorab a n uestro traba jo y destin aba a las ob ras de restauració n el din ero
que los bienh ech ores d aban para lo s niño s... Nu estra comunida d care cía de
to do… Él hub iera quer ido que estos niños tr abajara n e n l ugar de estud iar
y disfrutar del tie mp o n ece sa rio p ara descansar y juga r. Y co mo no sotras
defend íamos a lo s niño s para qu e n o fuer an expl ota dos, el sa ce rdote me
oblig ó a marchar me ... Dejé el Mon te Sa n Mig uel co n g ran su frimien to, pues
pen sab a e n todo s los n iños q ue ten ía que de jar allí...
31. _ ¿Yqu é p asó con los niños pobre s?
– S e qu edaro n con las hermana s dura nte alg ún tie mp o, pero
d espués fue imposible vivir a llí, pues ni siqui era había agua
p ara bebe r... Hubo qu e cerra r la casa y buscar o tro al ojamiento
p ara ellos.
32. Yo esta ba e n San Ma ximino , una ciuda d d el sur de Francia. Despué s
las Herman as fueron al lí conmigo. V ivíamos e n u na gran pob reza y
co n muchas dificu lta des. Algun os malin ten cio nados aconsejaron a las
He rmanas q ue se fuera n. Entonces me qu edé so la, pe ro, a pesar de
los sufrimientos q ue pasé, nun ca pe rdí la espera nza , porq ue sab ía
que Dios nu nca a bando na a sus hijos... Después de un tie mp o, tuve
que dej ar la casa, qu e fue subastada. Me qued é sin na da.
33. Fui a París, donde encon tré aloj amiento en un ático en muy malas co ndiciones.
El inviern o e ra muy frío y el día de Na vid ad puse a he rvi r po r tercera vez un
hue so pa ra poder comer algo caliente... Un día oí llamar a la pue rta. Abrí. Y me
llevé la so rpresa y la aleg ría de ver que Sor Micaela, arrepe nti da por haber me
aba ndona do, venía de nuevo conmigo. Nos abrazamos y lloramos de alegr ía.
34. Poco despu és me llamó el P refecto, u na autorida d civil q ue había oíd o h ablar
de lo que ha bíamos hecho en el Mo nte S an Mig uel. Habl amo s mucho tie mp o y
me pregu ntó si yo esta ría di spue sta a acoger a alguno s niño s pob res y
hué rfa nos d e aq uella gra n ciud ad. No pedía más: ayu dar a los niñ os que se
veía n obliga dos a vivir en la calle... Acepté e nseguida . Así acogí a los dos
prime ros niñ os y, apro vecha ndo la bonda d d e u n le ch ero que nos dejó usar su
carro, partimos hacia Aul nay, a las afuer as de la capital. Lo s niño s estab an muy
contentos... yo n o ten ía nad a, pero confiaba en Dios.
35. En Au lnay me alojé en un a
casa a lquila da. Alg unas
Hermana s
reg resaron y a los primeros
niñ os se les sumaron muchos
más... No fu e fácil con se guir lo
necesario pa ra a limentar a
todos. Así q ue, a primera ho ra
de la mañan a, despué s de
rezar, sol ía ir a París a pedi r
limosna... nunca lo había
hecho , pero
el amor a estos peque ños q ue
carecían de todo me llevó a
hacer frente a cual quier
dificultad...
Alg unas p ersonas nos
contestab an con du reza, pe ro
muchas n os ayuda ban.
36. Los niños iban a la escue la y a la
par roquia , dond e se les
enseñ aba el catecismo. Yo solía
acompañ ar las canciones
con el armonio y o rganizába mo s unas
fiestas hermosas...
Cuand o se portaba n b ien, le s premiab a
con un paseo por el río
en una ba rca qu e yo misma gu iaba.
¡Qué a legría ve rlos jug ar co nte ntos!
37. Está bamos muy a ten tas a las per son as ne cesitadas del pueb lo y
hacía mos to do lo posible para ayuda rlas. En cada herman o d ebemos
ve r e l ro stro de Je sú s, a sí nos lo ha enseñ ado Él mi smo en el Eva ngeli o.
38. Para mí y para las Her ma nas qu e me hab ían segui do, la mayor riqueza era
Jesú s y pa sáb amos la rgas h oras con Él en oración . Nos sentía mos fe lice s de
esta r con Él y con los p obres, especial me nte con los n iños, a los qu e
ayudáb amos a crecer e n la a le gría y en el amor.
In te ntá bamos ayuda r a las persona s a reconciliarse co n e l S eñor, a p erdona r
y a constr uir l a p az, co mo la Virg en Ma ría ha bía pe dido en La Salette.
39. Sin embarg o, encon tráb amos muchos o bstáculos en nuestro ca min o.
Me di cuen ta de que tenía que buscar a yu da en Roma , donde n uestra
Co ngre gaci ón había sid o a probad a mucho s años antes. Dejé a lo s niño s
co n l as Hermanas y me fu i. ¡Sabía que estaba dejan do tod o e n buenas
manos!
40. Lleg ué a Roma, la ciud ad donde estamos ah ora. No fu e fácil encontrar un
sitio pa ra vivir y tuve qu e ir a comer al comed or d e l os pob res... per o e ra
fe liz, porq ue sen tía dentro de mí que Dios me amaba; y el deseo de volve r a
acoger a tanto s niño s que sufren, me animab a mucho.
Ensegu ida vin o con mig o Sor María José, un a monj ita que se había
que dado en Francia. P oco de spu és un a j ove n muy val iente tambié n p idió
fo rmar parte d e n uestra familia relig iosa. Se llamab a Tarsila, ahora se llama
Sor Rafaela y vosotros la conocéis mu y bien . Ta l vez n o sab éis cuánto
tr abajó y cuán to hizo por todos n osotro s... ¡Vale mucho. Es una mujer
estu penda! Lo co mp rende réis mejo r cuan do seá is mayores.
41. Mu ch as p erso nas g enerosas n os ha n a yu dado y sigue n h aci éndolo cada
día como la marque sa Se rlupi, e sa no ble dama que nos h a p ermitid o vivir
en esta casa grande y aco gedora . Pero también es mu y importante la
ayuda que recibi mo s de aque llos qu e, au nque no son rico s, compa rte n con
nosotros l o qu e tien en...
42. Tod o lo b ueno viene del Señ or, siempre pr esen te en la Eucaristía . Esa
es la razón por la que pe dí permiso al Cardena l p ara ce lebrar la Misa
en nuestra casa para continuar la ado ración y repa ración, l a ora ció n d e
la que os he ha blado .
¡Estoy mu y feliz de h aber recibido po r fin ese p ermiso!
43. –Niños, o s he co ntado brevemente algun os ep isod ios de mi vid a, que ha sido
bastante ajetreada y, a ve ce s, d ifícil.
– ¿Y q ué pasó con los niños de Fra ncia?
– Nuestra s herman as siguie ron cui dando de el los, y no sólo eso sino que
ade má s abr ieron otras casas p orque muchas p ersonas e n el mun do necesitan
ayuda . Me g ustaría pode r cumplir esta misión, incl uso en pa íses l ejanos, pe ro,
como vei s, ya so ya nci ana, y aunqu e teng o muchos deseos e n mi corazón,
Ya no tengo muchas fue rzas.
– Nosotro s te ayud aremos...
– ¡Muy bie n, niñ os! ¡Estup endo!
Eso es lo qu e el Se ñor quie re.
La misión que hacemos n o e s sólo
de las He rmanas sino de todo el mundo
y de todo s los tiempos… pu ede
ser vivida po r cualq uiera: niños,
adu lto s, familias, sacerdo tes...
¡Vosotros ta mbi én podéis se r
peq ueños apóstoles d e la re paración
y la re con cil iació n p ara
constr uir un mun do mejor!
44. La semilla que el Seño r pu so
en el corazón de Victorine
creció con el tiempo.
Ho y las Rel igiosas de Jesús Rede nto r
co ntin úan la obra iniciad a po r e lla.
El 26 de octubr e d e 1 884, la Fund adora , después de una vida
llena de amor, antes de aba ndona r e sta tie rra, les encomendó
los ni ños, y les dijo que vivie ran en la paz, en la humilda d y en
el perdón ; y a todos d ejó un me nsaje sie mp re a ctual: lo que
cu enta en la vida no es e l é xito, sino el amor y la espera nza.
De sd e el cielo pro teg e y guía a todos los q ue con tinú an la misión
que ella comenzó en un mu ndo dond e a bunda la violencia,
la pobreza, l a d ivisión y la marg inación… en Francia, Italia,
España, Col ombia, Rumanía, Nige ria...
45. “¡Que su amor brille en todo el mundo!
¡Amor, am or, amor!”
V ictorin e L e Dieu
46. Tú tambié n p uedes se r
constr uctor de paz, de
justicia , de perd ón,
de reconciliación… en la familia, e n
el cole gio, con tus compañe ros...
¡Ven! Formem os juntos una cadena de amor, para construir así un
mundo más reconciliado.