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Decrecimiento: vivir con menos, para vivir mejor 
Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de la Universidad de León 
(enrique.diez@unileon.es) 
Leonardo Viteri, representante de la Organización de los Pueblos Indígenas del Pastaza, 
proclamaba: “ustedes, los occidentales viven en las cabinas lujosas de un Titanic que 
avanza a toda marcha hacia el desastre y ni siquiera se dan cuenta de ello”. 
Efectivamente, la tragedia del Titanic representa el resumen más escueto y completo 
de la acelerada historia que vivimos en las últimas décadas. Una soberbia nave 
navegando al límite de su velocidad, con la orquesta de música amenizando el viaje, para 
tratar de olvidar u ocultar que va avanzando, con los motores a toda máquina, hacia el 
abismo. Este parece ser el destino de la humanidad, si seguimos obstinados en el modelo 
capitalista del crecimiento. 
1. El crecimiento nos lleva al abismo 
No es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. 
La economía del “crecimiento” del sistema capitalista, la denominada sociedad del 
“desarrollo”, no ha generado un verdadero progreso humano. El crecimiento lejos de 
producir bienestar y satisfacción de las necesidades para toda la humanidad, lo que ha 
conseguido es asentar la denominada sociedad el 20/80: que unos pocos, cada vez 
menos, sean muchísimo más ricos, mientras que la mayoría de las personas del mundo 
se precipitan en el abismo de la pobreza, la explotación y la miseria. Al mismo tiempo, 
el planeta es esquilmado, saqueado en sus recursos limitados y empujado hacia una 
catástrofe ecológica que pone en serio peligro la vida sobre la Tierra y la supervivencia 
de las generaciones venideras. 
Todo el mundo lo sabe. Todos y todas somos conscientes, de una forma o de otra, que 
la humanidad corre hacia el precipicio con nuestro actual modo de vida, basado en el 
aumento del crecimiento de la producción y el consumo. 
Sabemos que únicamente la ruptura con el sistema capitalista, con su consumismo y 
su productivismo, puede evitar la catástrofe. Mientras perviva el modo de producción 
capitalista existirá un conflicto manifiesto entre la destrucción de la naturaleza para 
obtener beneficios y la conservación de la misma para poder sobrevivir. El sistema 
capitalista está basado en el crecimiento compulsivo, el sobreconsumo, la depredación 
y el despilfarro. El crecimiento constante de la economía que exige el capitalismo 
conduce a un agotamiento claro de los recursos y al deterioro de los ecosistemas 
mediante la contaminación de tierras, aguas y aire. 
Lo sabemos, pero nos negamos a asumirlo porque este capitalismo ha colonizado 
nuestro imaginario mental y utópico. De hecho, los planes de recuperación de las crisis
de los grandes partidos, las organizaciones internacionales e incluso de los grandes 
sindicatos europeos se asientan en el imperativo del aumento del crecimiento, de la 
productividad y competitividad (término mágico donde los haya), del poder de compra 
y, en consecuencia, del consumo. Apuntaré más adelante una reflexión sobre el mito de 
la indisoluble unidad entre crecimiento y más empleo. 
Sabemos, pues, cuál es la solución. Lo sabemos, pero procuramos mirar hacia otra 
parte, porque nos veríamos obligados a cuestionar las bases del sistema capitalista y 
nuestra propia forma de vida social y personal. 
2. Un primer intento de solución: el desarrollo sostenible 
Esta extraordinaria invención lingüística del “desarrollo sostenible” es un bonito 
oxímoron (dos conceptos de significado opuesto). Es para oponerse al “desarrollo 
sostenible”, que se ha convertido en la ideología dominante de la globalización, para lo 
que se ha utilizado este eslogan de “decrecimiento”. Porque el desarrollo sostenible no 
pone en cuestión es la sociedad capitalista del crecimiento. De hecho este término, 
“desarrollo”, aparentemente más suave y benigno, viene a sustituir el vigor de términos 
duros como “acumulación de capital”. Es un término además que parece venir bien a 
todos: a ricos y a pobres, a patrones y obreros, a Norte y a Sur, a multinacionales y 
conferencias internacionales de medio ambiente…, algo que parece sospechoso, de ahí 
los intentos de matizar su significado con adjetivos como sostenible o duradero. Parece 
que hubiera incluso que matizar postulando una “sostenibilidad sostenible”. 
El desarrollo sostenible parte de la idea de que a más automóviles, más contaminación 
y por tanto menos sostenibilidad... Sin embargo, esta lógica puede variarse con 
vehículos que consuman menos carburante, menos contaminantes. Pero sigue 
manteniendo el mismo esquema: La idea de que resolveremos los problemas de la mano 
de una mayor eficiencia en el uso de los recursos, sin reducir el consumo y el 
crecimiento, es una crasa equivocación. Porque la contaminación no se ciñe a eso oscuro 
que sale del tubo de escape. Poner el automóvil a mi disposición (fabricar sus 
componentes, montarlos y transportar el resultado hasta mis manos) ha implicado una 
huella ecológica muy importante. Que el automóvil sea eléctrico no reduce un ápice la 
huella previa. Es más, la electricidad ¿cómo se produce? Si se genera a partir de 
combustión de petróleo o de carbón, el remedio es peor que la enfermedad, pues en los 
procesos de transformación de energía se pierde parte de ésta. 
No se trata de producir más coches ecológicos o verdes, que gasten menos o que sean 
menos contaminantes, sino que se trata de desmontar la gran industria del automóvil y 
de plantearnos la necesidad del sobretransporte individual que tenemos. No se trata de 
orientarse hacia un consumo responsable, sino hacia un no‐consumo. No se trata de 
hacer lo mismo, pero en menos cantidad. 
2
3. La alternativa es el decrecimiento 
Si el crecimiento es insostenible por definición, y el desarrollo sostenible es insuficiente, 
parece razonable entonces admitir que la salida esté en la dirección contraria al 
crecimiento, es decir, en el decrecimiento. 
El decrecimiento es un concepto paraguas en construcción, donde poder empezar a 
deshacer el imaginario común de que el crecimiento es necesario para seguir adelante, 
un espacio donde desarrollar experiencias alternativas. Y es tarea de todos y todas 
llenarlo de contenido, imaginar la sociedad futura. Es evidente que el proyecto de una 
sociedad de decrecimiento es una etiqueta que constituye todavía un proyecto por 
definir. 
El decrecimiento presenta una enmienda a la totalidad del sistema económico, social y 
mental del capitalismo. Por lo tanto, el decrecimiento es un proyecto esencialmente 
político, una forma de entender la organización social, económica y política que se 
enfrenta radicalmente con el sistema capitalista en que nos movemos, planteando que 
este sistema no es ni el único, ni el mejor. Supone un cambio de mentalidad y una lucha 
por el cambio global para salir de este sistema capitalista voraz e insaciable. No 
pretende sustituir a las contestaciones históricas al capitalismo. Es un agregado 
importante. Cualquier contestación al capitalismo debe ser decrecentista, como 
también antipatriarcal. Si le falta cualquiera de estos pivotes estará haciendo el juego al 
sistema. 
Pero simultáneamente, el decrecimiento es la opción deliberada por un nuevo estilo de 
vida, individual y colectivo, que ponga en el centro los valores humanistas: las 
relaciones cercanas, la cooperación, la participación democrática, la solidaridad, la 
educación crítica, el cultivo de las artes, etc. 
En el decrecimiento, el índice de bienestar se mide por los valores que contribuyen a 
mejorarnos como personas. Es aquello que quizás hemos oído tantas veces: es más 
importante ser que tener. Se trata de dar la vuelta a la tortilla del nefasto dicho popular 
“tanto tienes, tanto vales”, y reafirmar la confianza en que el auténtico bienestar, la 
felicidad de las personas, la igualdad entre los pueblos y la preservación del planeta, 
pasan por una nueva forma de vivir donde lo importante sea crecer en valores, los 
valores que han inspirado los mejores logros de la humanidad: fraternidad, justicia, 
igualdad, dignidad humana. 
La llamada a este estilo de vida de simplicidad voluntaria puede quedarse en una 
propuesta de transformación individual, pero el enfoque es político, es decir, que es 
necesario que se trabaje políticamente para que dé lugar lo más democráticamente 
posible a otro modelo social. Si no, corre el riesgo de transformarse en un integrismo 
3
ascético con resonancias místicas (que no está ausente en las filas de los ‘decrecientes’). 
Por eso es importante articular esta ética del decrecimiento voluntario con el proyecto 
político. 
Ahora bien, es necesario no malinterpretar la palabra decrecimiento. No se trata de vivir 
todos en la miseria, ni renunciar a las conquistas de la ciencia y la técnica y volver a vivir 
alumbrándonos con velas y yendo en burro. Son caricaturas que nada tienen que ver 
con lo que significa el decrecimiento. 
El término de‐crecer suscita tanta curiosidad como aversión, puesto que se encuentra 
situado en las antípodas del discurso hegemónico sobre la dinámica social, económica o 
política y porque la contención es psicológicamente desagradable. Considerando el 
estilo de vida estándar o modélico en estos momentos, la contención se percibe 
inevitablemente como una acción aversiva, un retroceso en el bienestar, un 
anquilosamiento en épocas ya superadas. Imaginemos a alguien que padece numerosos 
trastornos asociados con la alimentación y que muestra una visible obesidad. Que tome 
la decisión de perder peso no es retroceder a la infancia, sino progresar hacia una vida 
más saludable. 
4. En qué se traduce en lo práctico 
Apunto algunas propuestas concretas que se vienen formulando: 
Sobriedad voluntaria. La sobriedad voluntaria (austeridad, en términos de Julio Anguita) 
supone adoptar un estilo de vida que sea universalizable a todo el planeta. Es de sobra 
conocido que si todos los habitantes del planeta viviesen al estilo norteamericano o 
europeo se necesitarían 150 planetas para mantener esa forma de vida. La sobriedad 
consiste en la reducción sustancial de nuestro consumo: romper el modelo de 
obsolescencia programada, cuestionar el consumo innecesario y la propaganda (que nos 
hace desear lo que no tenemos y despreciar lo que ya disfrutamos: insatisfacción 
permanente). Se puede vivir mejor con menos. Es preciso reducir y limitar los deseos y 
las necesidades. 
Riqueza 0. El decrecimiento no puede aceptar que lo que unos poseen de más es porque 
otros lo tienen de menos; que la riqueza de unos se fundamente sobre la miseria de la 
mayoría. En ese sentido, hay que poner límites a la riqueza y establecer un ingreso 
máximo autorizado: la reducción de los niveles de producción y consumo debe centrarse 
en producir para satisfacer las necesidades (comida, viajar) no los deseos (restaurantes 
de lujo o un jet privado). Mientras no sepamos por qué y para qué la gente necesita 
lujos, no estaremos tratando los problemas de la desigualdad en serio. 
4
Redistribución de los recursos: desde renta básica de ciudadanía, universal, 
incondicional y personal a software libre; desde supresión de paraísos fiscales a banca 
pública y Democracia directa y participativa. 
Trabajar menos para trabajar todos y todas y vivir mejor. El decrecimiento propone 
reorganizar el modelo de producción de modo que se pueda repartir el trabajo. Esto 
tiene dos consecuencias: que toda persona tenga un empleo y la reducción de la 
cantidad de trabajo, lo cual ayuda a tener una vida más tranquila y equilibrada, a poder 
conciliar la vida laboral con la vida familiar, a reconquistar el tiempo personal, un tiempo 
vinculado con la lentitud y con dedicar tiempo a otras actividades que nos ayudan a 
realizarnos: la participación en el barrio, la vida asociativa, las visitas a los amigos, el 
desarrollo cultural, etc. “Una nación es verdaderamente rica si en vez de doce horas 
trabaja seis” (Carlos Marx). 
Antes de criticar al decrecimiento por la posibilidad de que genere desempleo es 
necesario tener claro que el crecimiento es una fábrica insaciable de paro. No sólo la 
experiencia actual lo demuestra de forma contundente, también el análisis de los 
modelos teóricos. Sabemos que la apuesta del crecimiento es la internacionalización, la 
deslocalización y el crecimiento exponencial de las empresas. Para conseguirlo hay que 
despegarse de las empresas pequeñas y construir grandes criaturas que se descubren 
especialistas en la creación de paro. Pensemos que si cien pequeñas empresas 
mantienen doscientos puestos de trabajo, su fusión en una gran empresa (IKEA) 
conseguirá producir mucho más con mucha menos mano de obra. Esa tendencia se 
llama eficiencia, uno de los mantras clave en el modelo del crecimiento. Crecer, es decir, 
aumentar la producción estimulando el consumo, no crea empleo sino paro, pues la 
principal herramienta para estimular el consumo es hacer los productos atractivos, 
entre otros aspectos, mediante los bajos precios que permiten unas reducciones de 
gastos asentados principalmente en la reducción de los costes en mano de obra (24 
céntimos de euro el litro de leche). 
Supongamos no obstante que: 1) el decrecimiento genera paro; y 2) el crecimiento 
estimula el empleo. Aun así, ¿es un argumento suficiente para mantener el crecimiento? 
Pensemos, por ejemplo, en la violencia. Lo más esperable es que cualquier persona 
suscriba el deseo de que toque a su fin toda forma de violencia en el mundo: nada de 
guerras, asesinatos, terrorismo, violencia machista, robos, opresiones diversas, etc. No 
obstante, si se termina con la violencia, ¿qué pasa con los policías, la guardia civil, el 
ejército, los abogados, el ministerio del interior, el del exterior, las empresas de 
seguridad, las fábricas de armamento, las de cerraduras y llaves, etc.? ¿Qué pasa con 
todos los establecimientos comerciales donde compran y los servicios que contratan los 
millones de personas que se encargan de lo anterior? En definitiva ¿Qué impresionante 
suma de puestos de trabajo directos e indirectos se perderían si desapareciera la 
violencia? En otros términos ¿hemos de mantener la violencia para crecer? 
5
¿Asumiríamos el decrecimiento derivado de su desaparición? El argumento del empleo 
debe ser matizado desde concepciones éticas. 
El regreso a una agricultura tradicional y ecológica conllevará la creación de millones de 
empleos en este sector. La utilización de energías renovables también los creará, al igual 
que el sector de la reparación y del reciclaje. 
Soberanía alimentaria. El decrecimiento postula una relocalización de la economía, 
especialmente alimentación. Producir e intercambiar a escala local y sostenible, 
consumir productos de temporada, las asociaciones directas entre productores y 
consumidores... El yogur que hemos comido ha recorrido 9.000 kilómetros –la leche, las 
fresas cultivadas en Polonia, el aluminio, el transporte…‐ que tiene que ver con otra 
propuesta que se deriva de ésta… 
Políticas territoriales orientadas a reducir la necesidad de transporte. Reducir las 
dimensiones de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte: fin de 
nuestro modelo de transporte y consumo. Esto también se ha de aplicar a la industria 
del turismo: La edad de oro del consumismo en kilómetros ha quedado atrás. El deseo 
de viajar y la necesidad de aventura están, sin duda, inscritas en la esencia del hombre 
y son fuentes de enriquecimiento que no deberían desaparecer, pero la industria del 
turismo ha convertido la legítima curiosidad y la investigación educativa en una industria 
de consumo destructiva. Lo mismo le ha sucedido a la cultura y el tejido social de los 
países "de destino". El vicio de viajar cada vez más lejos, más rápido, más a menudo (y 
siempre con los precios más bajos) se debe reconsiderar a la baja. 
Resumen: reevaluar –revisar valores que rigen nuestra vida‐; relocalizar, redistribuir – 
repartir la riqueza y el acceso al patrimonio natural‐, reducir –rebajar el impacto de la 
producción y el consumo sobre la biosfera‐, reutilizar –en vez de desprenderse de un 
sinfín de dispositivos‐, reciclar y todas las r que queramos… 
5. Descolonizar el imaginario dominante 
La construcción de una sociedad del decrecimiento requiere no sólo luchas y acciones; 
exige simultáneamente un planteamiento estratégico fundamental a más largo plazo: 
hay que acometer todo un trabajo de liberación de las mentalidades y de descolonizar 
el imaginario dominante. 
¿En qué temporada estamos, tras las navidades? ¿cuál es el mantra para salir de la crisis? 
Porque el pensamiento dominante ha colonizado nuestro sentido común estableciendo 
una relación directa entre crecimiento económico (más producción, más consumo) y 
desarrollo, prosperidad; entendiendo que “más” (un coche más nuevo, más grande, con 
más cilindrada) es igual a “mejor”. 
6
Ya en La ideología alemana, Marx afirmaba que la clase dominante da a sus ideas una 
forma de universalidad, y las presenta como las únicas racionales y universalmente 
válidas (Marx y Engels, 1970, 77). Gramsci (1981), igualmente, argüía que las clases 
dominantes ejercen su poder no sólo por medio de la coacción, sino porque logran 
imponer su visión del mundo, una filosofía, unas costumbres, un "sentido común" a las 
clases dominadas. Efectivamente, esta ideología del crecimiento ha penetrado y 
moldeado el imaginario social, la vida cotidiana, los valores que orientan nuestros 
comportamientos. Es lo que Jürgen Habermas (1989) ha denominado la colonización del 
mundo de la vida. La ideología del crecimiento capitalista estructura nuestro 
pensamiento, nuestra forma de ver la cosas; trazando un horizonte sobre lo que es y no 
es posible, sobre lo que podemos y no podemos hacer, pensar o imaginar. 
Se conforma así un “círculo virtuoso” en el que se logra convencer a las propias víctimas 
de las múltiples bondades de este modelo, presentándolo como el único de los mundos 
posibles ante el que no caben oposiciones retrógradas ni críticas trasnochadas. Y son 
esas mismas “víctimas”, muchas veces, las que participando de esta construcción 
ideológica, acaban defendiendo sus actuaciones, justificando su primacía, impulsando 
sus estrategias y difundiendo al tiempo sus supuestas virtudes. Se convierte así en un 
paradigma definitivo y absoluto. 
De esta forma, los discursos de esta utopía neoliberal han ganado la batalla del sentido 
común. Han empleado muchos millones de dólares en campañas, propaganda, 
publicidad, fundaciones, financiación de investigaciones y publicaciones con una 
orientación determinada. Pero lo han conseguido. Han conseguido “naturalizar” 
determinados valores, consiguiendo que los asumamos como inevitables y 
configuradores del “sentido común”. Esta ideología prácticamente ha dejado de 
necesitar justificación. Se ha convertido en el sentido común de un naciente consenso 
mundial. 
6. Conclusión 
Woody Allen dijo que hemos llegado a una bifurcación decisiva. Un camino nos lleva a 
la extinción de la especie y el otro a la desesperación. Añade: "Espero que seamos 
capaces de tomar la decisión correcta". 
El primer desvío, el capitalismo depredador, es el que hemos tomado. 
El segundo, el de un decrecimiento forzado por la crisis y la escasez, lo que generará será 
más paro, los recortes de los programas sociales, sanitarios, educativos, culturales y 
medioambientales, el aumento de la brecha entre ricos y pobres, las guerras 
neocoloniales por el petróleo y los recursos que van despareciendo, y un mundo 
7
probablemente controlado por un poder ecofascista o ecototalitario, cuyas premisas 
estamos ya experimentando. 
El decrecimiento representa una tercera vía: elegir la sobriedad. Para eso tenemos que 
crear otra manera de relacionarnos con el mundo, con la naturaleza, con las cosas y los 
seres que pueda ser universalizada en una escala humana. 
El decrecimiento tan sólo puede tenerse en consideración en una "sociedad de 
decrecimiento", es decir, como parte de un sistema basado en otra lógica. La alternativa 
es, por tanto, decrecimiento o barbarie. 
Una sociedad que elija vivir con sobriedad implicaría trabajar menos para vivir mejor, 
consumir menos pero mejor, producir menos residuos y reciclar más. En pocas palabras 
recuperar el sentido de proporcionalidad y una huella ecológica sostenible. Todo esto 
requiere una seria descolonización de nuestras mentes y de nuestras prácticas. 
7. El decrecimiento desde el sur 
Los habitantes de los países “desarrollados” del Norte (y las elites privilegiadas del Sur) 
no tenemos derecho a exigir a los países del Sur que decrezcan: La propuesta 
decrecentista es que los países del Sur sigan su propio camino y que no imiten nuestro 
modelo de desarrollo que se muestra poco válido para proporcionar bienestar a las 
personas en armonía con la naturaleza. 
Es absurdo reclamar políticas de decrecimiento en lugares en los que la pobreza es 
lacerante, pero es absurdo proponer que repitan los desafueros que han marcado el 
crecimiento en el Norte. 
Es más, el Decrecimiento en el Norte es una condición para el surgimiento de cualquier 
forma de alternativa en el Sur. No se podrá erradicar nunca la pobreza si antes no se 
limita la riqueza y el desaforado consumo de los países ricos, el expolio que éstos ejercen 
sobre los recursos de los pobres y la destrucción sistemática de sus ecosistemas para 
mantener este nivel actual de consumo. 
Además, el decrecimiento de la economía mundial no implica un decrecimiento de 
todas sus partes. Seguramente el bienestar de sectores muy numerosos de la 
humanidad requiere crecimiento de algunas dimensiones de la economía: producción 
de alimentos, de viviendas dignas, de electricidad, de infraestructuras hidrológicas, etc. 
Un crecimiento que garantice unos mínimos de calidad de vida sin cometer los mismos 
errores que en occidente. Se materializaría en centros de enseñanza, hospitales y todas 
aquellas infraestructuras que sienten las bases para un desarrollo humano. Es lo que se 
denomina un “crecimiento mesurado”. Lo que necesitamos urgentemente decrecer es 
8
el consumo de los privilegiados y una sustitución de fuentes de energía y de procesos 
técnicos que redujera la huella ecológica de la humanidad. 
Detrás del eslogan de decrecimiento y su correspondiente ruptura con la sociedad de 
crecimiento está la apertura en positivo a proyectos extremadamente diversos que 
simplemente tienen en común proyectos de sociedad austera, de no ser sociedades de 
despilfarro, de sobreconsumo, etc. Pero ser una sociedad austera para un país africano 
quiere decir producir y consumir más, porque no están actualmente en la situación de 
austeridad, están por debajo de ella. Para nosotros, es evidente que tenemos que 
producir y consumir menos dependiendo de cada país, incluso entre los países del Norte. 
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E Díez y B Mallo - artículo - Decrecimiento del imperativo del decrecimiento al buen vivir

  • 1. 1 Decrecimiento: vivir con menos, para vivir mejor Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de la Universidad de León (enrique.diez@unileon.es) Leonardo Viteri, representante de la Organización de los Pueblos Indígenas del Pastaza, proclamaba: “ustedes, los occidentales viven en las cabinas lujosas de un Titanic que avanza a toda marcha hacia el desastre y ni siquiera se dan cuenta de ello”. Efectivamente, la tragedia del Titanic representa el resumen más escueto y completo de la acelerada historia que vivimos en las últimas décadas. Una soberbia nave navegando al límite de su velocidad, con la orquesta de música amenizando el viaje, para tratar de olvidar u ocultar que va avanzando, con los motores a toda máquina, hacia el abismo. Este parece ser el destino de la humanidad, si seguimos obstinados en el modelo capitalista del crecimiento. 1. El crecimiento nos lleva al abismo No es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. La economía del “crecimiento” del sistema capitalista, la denominada sociedad del “desarrollo”, no ha generado un verdadero progreso humano. El crecimiento lejos de producir bienestar y satisfacción de las necesidades para toda la humanidad, lo que ha conseguido es asentar la denominada sociedad el 20/80: que unos pocos, cada vez menos, sean muchísimo más ricos, mientras que la mayoría de las personas del mundo se precipitan en el abismo de la pobreza, la explotación y la miseria. Al mismo tiempo, el planeta es esquilmado, saqueado en sus recursos limitados y empujado hacia una catástrofe ecológica que pone en serio peligro la vida sobre la Tierra y la supervivencia de las generaciones venideras. Todo el mundo lo sabe. Todos y todas somos conscientes, de una forma o de otra, que la humanidad corre hacia el precipicio con nuestro actual modo de vida, basado en el aumento del crecimiento de la producción y el consumo. Sabemos que únicamente la ruptura con el sistema capitalista, con su consumismo y su productivismo, puede evitar la catástrofe. Mientras perviva el modo de producción capitalista existirá un conflicto manifiesto entre la destrucción de la naturaleza para obtener beneficios y la conservación de la misma para poder sobrevivir. El sistema capitalista está basado en el crecimiento compulsivo, el sobreconsumo, la depredación y el despilfarro. El crecimiento constante de la economía que exige el capitalismo conduce a un agotamiento claro de los recursos y al deterioro de los ecosistemas mediante la contaminación de tierras, aguas y aire. Lo sabemos, pero nos negamos a asumirlo porque este capitalismo ha colonizado nuestro imaginario mental y utópico. De hecho, los planes de recuperación de las crisis
  • 2. de los grandes partidos, las organizaciones internacionales e incluso de los grandes sindicatos europeos se asientan en el imperativo del aumento del crecimiento, de la productividad y competitividad (término mágico donde los haya), del poder de compra y, en consecuencia, del consumo. Apuntaré más adelante una reflexión sobre el mito de la indisoluble unidad entre crecimiento y más empleo. Sabemos, pues, cuál es la solución. Lo sabemos, pero procuramos mirar hacia otra parte, porque nos veríamos obligados a cuestionar las bases del sistema capitalista y nuestra propia forma de vida social y personal. 2. Un primer intento de solución: el desarrollo sostenible Esta extraordinaria invención lingüística del “desarrollo sostenible” es un bonito oxímoron (dos conceptos de significado opuesto). Es para oponerse al “desarrollo sostenible”, que se ha convertido en la ideología dominante de la globalización, para lo que se ha utilizado este eslogan de “decrecimiento”. Porque el desarrollo sostenible no pone en cuestión es la sociedad capitalista del crecimiento. De hecho este término, “desarrollo”, aparentemente más suave y benigno, viene a sustituir el vigor de términos duros como “acumulación de capital”. Es un término además que parece venir bien a todos: a ricos y a pobres, a patrones y obreros, a Norte y a Sur, a multinacionales y conferencias internacionales de medio ambiente…, algo que parece sospechoso, de ahí los intentos de matizar su significado con adjetivos como sostenible o duradero. Parece que hubiera incluso que matizar postulando una “sostenibilidad sostenible”. El desarrollo sostenible parte de la idea de que a más automóviles, más contaminación y por tanto menos sostenibilidad... Sin embargo, esta lógica puede variarse con vehículos que consuman menos carburante, menos contaminantes. Pero sigue manteniendo el mismo esquema: La idea de que resolveremos los problemas de la mano de una mayor eficiencia en el uso de los recursos, sin reducir el consumo y el crecimiento, es una crasa equivocación. Porque la contaminación no se ciñe a eso oscuro que sale del tubo de escape. Poner el automóvil a mi disposición (fabricar sus componentes, montarlos y transportar el resultado hasta mis manos) ha implicado una huella ecológica muy importante. Que el automóvil sea eléctrico no reduce un ápice la huella previa. Es más, la electricidad ¿cómo se produce? Si se genera a partir de combustión de petróleo o de carbón, el remedio es peor que la enfermedad, pues en los procesos de transformación de energía se pierde parte de ésta. No se trata de producir más coches ecológicos o verdes, que gasten menos o que sean menos contaminantes, sino que se trata de desmontar la gran industria del automóvil y de plantearnos la necesidad del sobretransporte individual que tenemos. No se trata de orientarse hacia un consumo responsable, sino hacia un no‐consumo. No se trata de hacer lo mismo, pero en menos cantidad. 2
  • 3. 3. La alternativa es el decrecimiento Si el crecimiento es insostenible por definición, y el desarrollo sostenible es insuficiente, parece razonable entonces admitir que la salida esté en la dirección contraria al crecimiento, es decir, en el decrecimiento. El decrecimiento es un concepto paraguas en construcción, donde poder empezar a deshacer el imaginario común de que el crecimiento es necesario para seguir adelante, un espacio donde desarrollar experiencias alternativas. Y es tarea de todos y todas llenarlo de contenido, imaginar la sociedad futura. Es evidente que el proyecto de una sociedad de decrecimiento es una etiqueta que constituye todavía un proyecto por definir. El decrecimiento presenta una enmienda a la totalidad del sistema económico, social y mental del capitalismo. Por lo tanto, el decrecimiento es un proyecto esencialmente político, una forma de entender la organización social, económica y política que se enfrenta radicalmente con el sistema capitalista en que nos movemos, planteando que este sistema no es ni el único, ni el mejor. Supone un cambio de mentalidad y una lucha por el cambio global para salir de este sistema capitalista voraz e insaciable. No pretende sustituir a las contestaciones históricas al capitalismo. Es un agregado importante. Cualquier contestación al capitalismo debe ser decrecentista, como también antipatriarcal. Si le falta cualquiera de estos pivotes estará haciendo el juego al sistema. Pero simultáneamente, el decrecimiento es la opción deliberada por un nuevo estilo de vida, individual y colectivo, que ponga en el centro los valores humanistas: las relaciones cercanas, la cooperación, la participación democrática, la solidaridad, la educación crítica, el cultivo de las artes, etc. En el decrecimiento, el índice de bienestar se mide por los valores que contribuyen a mejorarnos como personas. Es aquello que quizás hemos oído tantas veces: es más importante ser que tener. Se trata de dar la vuelta a la tortilla del nefasto dicho popular “tanto tienes, tanto vales”, y reafirmar la confianza en que el auténtico bienestar, la felicidad de las personas, la igualdad entre los pueblos y la preservación del planeta, pasan por una nueva forma de vivir donde lo importante sea crecer en valores, los valores que han inspirado los mejores logros de la humanidad: fraternidad, justicia, igualdad, dignidad humana. La llamada a este estilo de vida de simplicidad voluntaria puede quedarse en una propuesta de transformación individual, pero el enfoque es político, es decir, que es necesario que se trabaje políticamente para que dé lugar lo más democráticamente posible a otro modelo social. Si no, corre el riesgo de transformarse en un integrismo 3
  • 4. ascético con resonancias místicas (que no está ausente en las filas de los ‘decrecientes’). Por eso es importante articular esta ética del decrecimiento voluntario con el proyecto político. Ahora bien, es necesario no malinterpretar la palabra decrecimiento. No se trata de vivir todos en la miseria, ni renunciar a las conquistas de la ciencia y la técnica y volver a vivir alumbrándonos con velas y yendo en burro. Son caricaturas que nada tienen que ver con lo que significa el decrecimiento. El término de‐crecer suscita tanta curiosidad como aversión, puesto que se encuentra situado en las antípodas del discurso hegemónico sobre la dinámica social, económica o política y porque la contención es psicológicamente desagradable. Considerando el estilo de vida estándar o modélico en estos momentos, la contención se percibe inevitablemente como una acción aversiva, un retroceso en el bienestar, un anquilosamiento en épocas ya superadas. Imaginemos a alguien que padece numerosos trastornos asociados con la alimentación y que muestra una visible obesidad. Que tome la decisión de perder peso no es retroceder a la infancia, sino progresar hacia una vida más saludable. 4. En qué se traduce en lo práctico Apunto algunas propuestas concretas que se vienen formulando: Sobriedad voluntaria. La sobriedad voluntaria (austeridad, en términos de Julio Anguita) supone adoptar un estilo de vida que sea universalizable a todo el planeta. Es de sobra conocido que si todos los habitantes del planeta viviesen al estilo norteamericano o europeo se necesitarían 150 planetas para mantener esa forma de vida. La sobriedad consiste en la reducción sustancial de nuestro consumo: romper el modelo de obsolescencia programada, cuestionar el consumo innecesario y la propaganda (que nos hace desear lo que no tenemos y despreciar lo que ya disfrutamos: insatisfacción permanente). Se puede vivir mejor con menos. Es preciso reducir y limitar los deseos y las necesidades. Riqueza 0. El decrecimiento no puede aceptar que lo que unos poseen de más es porque otros lo tienen de menos; que la riqueza de unos se fundamente sobre la miseria de la mayoría. En ese sentido, hay que poner límites a la riqueza y establecer un ingreso máximo autorizado: la reducción de los niveles de producción y consumo debe centrarse en producir para satisfacer las necesidades (comida, viajar) no los deseos (restaurantes de lujo o un jet privado). Mientras no sepamos por qué y para qué la gente necesita lujos, no estaremos tratando los problemas de la desigualdad en serio. 4
  • 5. Redistribución de los recursos: desde renta básica de ciudadanía, universal, incondicional y personal a software libre; desde supresión de paraísos fiscales a banca pública y Democracia directa y participativa. Trabajar menos para trabajar todos y todas y vivir mejor. El decrecimiento propone reorganizar el modelo de producción de modo que se pueda repartir el trabajo. Esto tiene dos consecuencias: que toda persona tenga un empleo y la reducción de la cantidad de trabajo, lo cual ayuda a tener una vida más tranquila y equilibrada, a poder conciliar la vida laboral con la vida familiar, a reconquistar el tiempo personal, un tiempo vinculado con la lentitud y con dedicar tiempo a otras actividades que nos ayudan a realizarnos: la participación en el barrio, la vida asociativa, las visitas a los amigos, el desarrollo cultural, etc. “Una nación es verdaderamente rica si en vez de doce horas trabaja seis” (Carlos Marx). Antes de criticar al decrecimiento por la posibilidad de que genere desempleo es necesario tener claro que el crecimiento es una fábrica insaciable de paro. No sólo la experiencia actual lo demuestra de forma contundente, también el análisis de los modelos teóricos. Sabemos que la apuesta del crecimiento es la internacionalización, la deslocalización y el crecimiento exponencial de las empresas. Para conseguirlo hay que despegarse de las empresas pequeñas y construir grandes criaturas que se descubren especialistas en la creación de paro. Pensemos que si cien pequeñas empresas mantienen doscientos puestos de trabajo, su fusión en una gran empresa (IKEA) conseguirá producir mucho más con mucha menos mano de obra. Esa tendencia se llama eficiencia, uno de los mantras clave en el modelo del crecimiento. Crecer, es decir, aumentar la producción estimulando el consumo, no crea empleo sino paro, pues la principal herramienta para estimular el consumo es hacer los productos atractivos, entre otros aspectos, mediante los bajos precios que permiten unas reducciones de gastos asentados principalmente en la reducción de los costes en mano de obra (24 céntimos de euro el litro de leche). Supongamos no obstante que: 1) el decrecimiento genera paro; y 2) el crecimiento estimula el empleo. Aun así, ¿es un argumento suficiente para mantener el crecimiento? Pensemos, por ejemplo, en la violencia. Lo más esperable es que cualquier persona suscriba el deseo de que toque a su fin toda forma de violencia en el mundo: nada de guerras, asesinatos, terrorismo, violencia machista, robos, opresiones diversas, etc. No obstante, si se termina con la violencia, ¿qué pasa con los policías, la guardia civil, el ejército, los abogados, el ministerio del interior, el del exterior, las empresas de seguridad, las fábricas de armamento, las de cerraduras y llaves, etc.? ¿Qué pasa con todos los establecimientos comerciales donde compran y los servicios que contratan los millones de personas que se encargan de lo anterior? En definitiva ¿Qué impresionante suma de puestos de trabajo directos e indirectos se perderían si desapareciera la violencia? En otros términos ¿hemos de mantener la violencia para crecer? 5
  • 6. ¿Asumiríamos el decrecimiento derivado de su desaparición? El argumento del empleo debe ser matizado desde concepciones éticas. El regreso a una agricultura tradicional y ecológica conllevará la creación de millones de empleos en este sector. La utilización de energías renovables también los creará, al igual que el sector de la reparación y del reciclaje. Soberanía alimentaria. El decrecimiento postula una relocalización de la economía, especialmente alimentación. Producir e intercambiar a escala local y sostenible, consumir productos de temporada, las asociaciones directas entre productores y consumidores... El yogur que hemos comido ha recorrido 9.000 kilómetros –la leche, las fresas cultivadas en Polonia, el aluminio, el transporte…‐ que tiene que ver con otra propuesta que se deriva de ésta… Políticas territoriales orientadas a reducir la necesidad de transporte. Reducir las dimensiones de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte: fin de nuestro modelo de transporte y consumo. Esto también se ha de aplicar a la industria del turismo: La edad de oro del consumismo en kilómetros ha quedado atrás. El deseo de viajar y la necesidad de aventura están, sin duda, inscritas en la esencia del hombre y son fuentes de enriquecimiento que no deberían desaparecer, pero la industria del turismo ha convertido la legítima curiosidad y la investigación educativa en una industria de consumo destructiva. Lo mismo le ha sucedido a la cultura y el tejido social de los países "de destino". El vicio de viajar cada vez más lejos, más rápido, más a menudo (y siempre con los precios más bajos) se debe reconsiderar a la baja. Resumen: reevaluar –revisar valores que rigen nuestra vida‐; relocalizar, redistribuir – repartir la riqueza y el acceso al patrimonio natural‐, reducir –rebajar el impacto de la producción y el consumo sobre la biosfera‐, reutilizar –en vez de desprenderse de un sinfín de dispositivos‐, reciclar y todas las r que queramos… 5. Descolonizar el imaginario dominante La construcción de una sociedad del decrecimiento requiere no sólo luchas y acciones; exige simultáneamente un planteamiento estratégico fundamental a más largo plazo: hay que acometer todo un trabajo de liberación de las mentalidades y de descolonizar el imaginario dominante. ¿En qué temporada estamos, tras las navidades? ¿cuál es el mantra para salir de la crisis? Porque el pensamiento dominante ha colonizado nuestro sentido común estableciendo una relación directa entre crecimiento económico (más producción, más consumo) y desarrollo, prosperidad; entendiendo que “más” (un coche más nuevo, más grande, con más cilindrada) es igual a “mejor”. 6
  • 7. Ya en La ideología alemana, Marx afirmaba que la clase dominante da a sus ideas una forma de universalidad, y las presenta como las únicas racionales y universalmente válidas (Marx y Engels, 1970, 77). Gramsci (1981), igualmente, argüía que las clases dominantes ejercen su poder no sólo por medio de la coacción, sino porque logran imponer su visión del mundo, una filosofía, unas costumbres, un "sentido común" a las clases dominadas. Efectivamente, esta ideología del crecimiento ha penetrado y moldeado el imaginario social, la vida cotidiana, los valores que orientan nuestros comportamientos. Es lo que Jürgen Habermas (1989) ha denominado la colonización del mundo de la vida. La ideología del crecimiento capitalista estructura nuestro pensamiento, nuestra forma de ver la cosas; trazando un horizonte sobre lo que es y no es posible, sobre lo que podemos y no podemos hacer, pensar o imaginar. Se conforma así un “círculo virtuoso” en el que se logra convencer a las propias víctimas de las múltiples bondades de este modelo, presentándolo como el único de los mundos posibles ante el que no caben oposiciones retrógradas ni críticas trasnochadas. Y son esas mismas “víctimas”, muchas veces, las que participando de esta construcción ideológica, acaban defendiendo sus actuaciones, justificando su primacía, impulsando sus estrategias y difundiendo al tiempo sus supuestas virtudes. Se convierte así en un paradigma definitivo y absoluto. De esta forma, los discursos de esta utopía neoliberal han ganado la batalla del sentido común. Han empleado muchos millones de dólares en campañas, propaganda, publicidad, fundaciones, financiación de investigaciones y publicaciones con una orientación determinada. Pero lo han conseguido. Han conseguido “naturalizar” determinados valores, consiguiendo que los asumamos como inevitables y configuradores del “sentido común”. Esta ideología prácticamente ha dejado de necesitar justificación. Se ha convertido en el sentido común de un naciente consenso mundial. 6. Conclusión Woody Allen dijo que hemos llegado a una bifurcación decisiva. Un camino nos lleva a la extinción de la especie y el otro a la desesperación. Añade: "Espero que seamos capaces de tomar la decisión correcta". El primer desvío, el capitalismo depredador, es el que hemos tomado. El segundo, el de un decrecimiento forzado por la crisis y la escasez, lo que generará será más paro, los recortes de los programas sociales, sanitarios, educativos, culturales y medioambientales, el aumento de la brecha entre ricos y pobres, las guerras neocoloniales por el petróleo y los recursos que van despareciendo, y un mundo 7
  • 8. probablemente controlado por un poder ecofascista o ecototalitario, cuyas premisas estamos ya experimentando. El decrecimiento representa una tercera vía: elegir la sobriedad. Para eso tenemos que crear otra manera de relacionarnos con el mundo, con la naturaleza, con las cosas y los seres que pueda ser universalizada en una escala humana. El decrecimiento tan sólo puede tenerse en consideración en una "sociedad de decrecimiento", es decir, como parte de un sistema basado en otra lógica. La alternativa es, por tanto, decrecimiento o barbarie. Una sociedad que elija vivir con sobriedad implicaría trabajar menos para vivir mejor, consumir menos pero mejor, producir menos residuos y reciclar más. En pocas palabras recuperar el sentido de proporcionalidad y una huella ecológica sostenible. Todo esto requiere una seria descolonización de nuestras mentes y de nuestras prácticas. 7. El decrecimiento desde el sur Los habitantes de los países “desarrollados” del Norte (y las elites privilegiadas del Sur) no tenemos derecho a exigir a los países del Sur que decrezcan: La propuesta decrecentista es que los países del Sur sigan su propio camino y que no imiten nuestro modelo de desarrollo que se muestra poco válido para proporcionar bienestar a las personas en armonía con la naturaleza. Es absurdo reclamar políticas de decrecimiento en lugares en los que la pobreza es lacerante, pero es absurdo proponer que repitan los desafueros que han marcado el crecimiento en el Norte. Es más, el Decrecimiento en el Norte es una condición para el surgimiento de cualquier forma de alternativa en el Sur. No se podrá erradicar nunca la pobreza si antes no se limita la riqueza y el desaforado consumo de los países ricos, el expolio que éstos ejercen sobre los recursos de los pobres y la destrucción sistemática de sus ecosistemas para mantener este nivel actual de consumo. Además, el decrecimiento de la economía mundial no implica un decrecimiento de todas sus partes. Seguramente el bienestar de sectores muy numerosos de la humanidad requiere crecimiento de algunas dimensiones de la economía: producción de alimentos, de viviendas dignas, de electricidad, de infraestructuras hidrológicas, etc. Un crecimiento que garantice unos mínimos de calidad de vida sin cometer los mismos errores que en occidente. Se materializaría en centros de enseñanza, hospitales y todas aquellas infraestructuras que sienten las bases para un desarrollo humano. Es lo que se denomina un “crecimiento mesurado”. Lo que necesitamos urgentemente decrecer es 8
  • 9. el consumo de los privilegiados y una sustitución de fuentes de energía y de procesos técnicos que redujera la huella ecológica de la humanidad. Detrás del eslogan de decrecimiento y su correspondiente ruptura con la sociedad de crecimiento está la apertura en positivo a proyectos extremadamente diversos que simplemente tienen en común proyectos de sociedad austera, de no ser sociedades de despilfarro, de sobreconsumo, etc. Pero ser una sociedad austera para un país africano quiere decir producir y consumir más, porque no están actualmente en la situación de austeridad, están por debajo de ella. Para nosotros, es evidente que tenemos que producir y consumir menos dependiendo de cada país, incluso entre los países del Norte. 9