3. Los pueblos cazadores nómadas cambiaban de lugar
constantemente buscando alimento. Su vida estaba
llena de peligros y de imprevistos. La caza, a demás, era
realizada mayoritariamente por los hombres.
4. Los dioses en los que creían eran divinidades
masculinas, como dioses padre exigentes e
imprevisibles, muchas veces dioses representados
como pastores del rebaño o como un macho
dominante.
5. La necesidad de colaboración que implicaba una
actividad de riesgo como la caza influyó también en
que la región se viera más como algo que como algo
individual.
7. Los pueblos sedentarios agricultores se nutrían de lo
que obtenían de la tierra. Tenían una vida más
estable, el tiempo estaba marcado por una repetición
cíclica, como los ciclos de los vegetales, las estaciones o
los ciclos de la Luna.
8. La relación con la tierra era
equiparable a la que se
tiene con la madre que
nutre y cuida. La
agricultura, por otra parte,
solía ser una actividad
llevada a cabo por las
mujeres.
Por todo ello, se tendía a
imaginar la divinidad como
algo femenino, la diosa
madre relacionada con la
fertilidad de la tierra, con
los ciclos de la naturaleza,
como las semillas y las
plantas que nacen, se
desarrollan y mueren para
renacer en otra planta.