1. LA SABIDURÍA CISTERCIENSE
SEGÚN SAN BERNARDO
TEMA V. –
SITUACIÓN DESGRACIADA DE LA LIBERTAD, DE LA
VERDAD Y DEL AMOR
Una de las ocupaciones más
importantes del monje, para san
Bernardo, es la de la consideración.
La llega a identificar con la
disposición esencial de toda vida
religiosa: la piedad. En su tratado
dedicado a La Consideración,
escribe al Papa Eugenio III, antiguo
monje de Claraval, que es
absolutamente necesaria y que
idealmente convendría preferirla a cualquier otra ocupación 1. Una vida vacía de consideración
es una vida perdida2. La consideración consiste en reflexionar inteligentemente sobre la
existencia que se lleva y sobre los movimientos de nuestro corazón, bajo la mirada de Dios.
Es también una forma de adoración, de culto divino. Entre las ventajas de este ejercicio de
piedad, se halla el de purificar el espíritu, porque la consideración purifica su fuente. A
continuación viene el control de las emociones afectivas y el juicio que debe darse a la
actividad interior o exterior. Al abordar el estudio de la antropología espiritual de san
Bernardo, es interesante recordar con qué espíritu reflexionó nuestro autor. En la base de la
vida emocional se hallan cuatro pasiones principales: temor y tristeza, gozo y amor. San
Bernardo las ha descrito mostrando cómo pueden ser orientadas hacia la vida del espíritu y de
la santidad3. Dice con toda claridad que la pasión principal del alma es el amor. Y da a
1
Cons I, 7, 8.
2
Id. I, 8, 11.
3
Div 50, 2-3.
2. 2
continuación el principio de esta ordenación “natural”, diciendo que lo más justo es que lo
natural se emplee al servicio del Creador de la naturaleza, y que por ello se debe amar a Dios 4.
Pero la naturaleza está desordenada, y aunque el desorden es más visible en el ámbito del
amor, como lo va a demostrar, existen también otros dos campos de la conciencia donde se
siente la situación desgraciada del ser espiritual: la libertad y la verdad. Existe un conflicto
interno en el alma sobre estas tres exigencias de la existencia. Usando la expresión de los
existencialistas podemos hablar de una situación insuperable de desgracia. A la vez que
somos cómplices de una cierta duplicidad y libremente esclavos, hemos conservado la
nostalgia de una libertad primera, que es en cierto modo la voz de la imagen sepultada en
nosotros y que permanece intacta. El espíritu busca su verdad más allá de las desviaciones del
error cegador del orgullo. Y el amor, que anima las otras dos búsquedas, desea el objeto que
lo colme calmando su inquietud e insatisfacción.
Podemos resumir de este modo la situación: la libertad es prisionera de ella misma, la
verdad está corrompida y el amor se halla extraviado, pero la imagen divina permanece
intacta, viva, dinámica y activa en esos tres deseos fundamentales de toda existencia. Ese
fondo que permanece intacto e incorruptible es lo que san Bernardo llama “el bien de la
naturaleza”, designando por naturaleza en su vocabulario teológico al ser tal como nace
(nascitur), tal como salió de las manos de Dios, en su semejanza perfecta. La naturaleza que
permanece fundamentalmente buena, aunque actualmente deteriorada, necesita la gracia para
recuperar su belleza original, pero ha conservado en la libertad una especie de deseo implícito
de responder a ella. La conversión consiste en el consentimiento a la gracia, la cual, en cierto
modo, es una respuesta de Dios al deseo de su libertad. Como dos seres que se aman, la gracia
y la libertad desean unirse... La perversión consiste en rechazar lo que de manera confusa
espera la naturaleza.
La deformación de la imagen divina es, pues, ante todo un estado de división interior y de
conflicto, y por ello la paz, que para san Bernardo es la meta de la vida monástica, se presenta
bajo la forma de simplicidad y unidad. La simplicidad es el atributo divino que más le atrae 5.
Toda otra unidad será según esta ultra-simple unidad de Dios. Pero donde más se siente esta
duplicidad es en el campo de la vida moral. La ambigüedad radical del ser humano (su
mentira) afecta profundamente a este apasionado que es el abad de Claraval 6.
4
AmD 23.
5
SC V, 16-17.
6
En la caracteriología de Le Senne aparece clasificado entre los apasionados. Pascal, otro gran
apasionado, sentía también muy al vivo la ambigüedad humana: “Esta duplicidad del hombre es tan
3. 3
Se ha observado con razón en san Bernardo “lo que podemos llamar el principio del orden,
el principio de la ordenación, es decir: una tendencia fundamental a considerar todas las
cosas, incluyendo al hombre y la vida espiritual, bajo el ángulo del orden existente o que hay
que establecer”7. La realización humana de la unidad aparece frecuentemente enfocada bajo
este aspecto de poner en orden o de ordenación. Pero si Bernardo habla tanto del orden o de
la armonía es, tal vez, como reacción contra el desorden que le ocasionaba más sufrimiento
que lo demás. Como todos los apasionados, él experimenta vivamente las vicisitudes del
humor e intenta reducir la distancia entre la exaltación y el abatimiento8. Estas “vicisitudes”
vienen a su tiempo y nadie puede evitarlas en esta vida. Si le gusta citar el versículo de la
Sabiduría donde se dice que todo está regulado con número, peso y medida (11, 20), es para
expresar su deseo de que este orden sea superado y salga del tiempo:
“¡Oh Jerusalén...en ti ya no hay peso ni medida, sino saciedad y total abundancia!
Tampoco tienes número, porque todos participan de lo mismo. Pero yo que estoy inmerso
en el cambio y en número, ¿cuándo llegaré a la unidad que busco?”9
Por todas partes hallamos esta tensión escatológica que colorea la espiritualidad monástica
de san Bernardo:
“Jerusalén es visión de la paz. Visión, no posesión, porque el Señor estableció la paz al
final, no en su comienzo ni en su centro. Si no tenéis la paz, más aún, como nunca la
podréis tener perfecta en esta vida, al menos vedla, miradla, contempladla y deseadla.
Hacia allí se dirijan los ojos de vuestro corazón, hacia la paz se orienten vuestras
intenciones, y todo lo que hagáis sea por el deseo de esa paz que supera todo
sentimiento”10.
Pero el amor desborda el orden y la medida, y san Bernardo lo señala cuando la esposa
pregunta bruscamente a los guardias de la ciudad: ¿Habéis visto al amor de mi alma? (Cant 3,
3). “¡Oh amor arrebatado, impetuoso, abrasado...! Desbaratas el orden, desorganizas el género
visible que algunos piensan que tenemos dos almas. Un solo sujeto les parece incapaz de tales y tan
frecuentes variedades, pasar de una presunción desmesurada a un horrible abatimiento” Pensamientos,
417.
7
M. STANDAERT, o.c.s.o., Le Principe de l’ordination dans la théologie spirituelle de saint
Bernard, en Collectanea o.c.r., 8, 1946, 178-216 (178).
8
Es muy sensible al fracaso, como puede verse con motivo de la marcha de Claraval de su primo
Roberto, Cart. 1, y con la segunda cruzada, Cons. II, 1, 1-4. El cap. 12 de ese libro II lo titula: “Cómo
conducirse en la prosperidad y en la adversidad”.
9
Sept I, 3.
10
VigNav II, 1.
4. 4
de vida, desconoces la medida” 11. Tal es la sabiduría desconcertante del
amor, y es que aunque vive en el tiempo, él está ya en la eternidad 12.
Fr. Abdón de la Cruz, OCSO
11
SC 79, 1.
12
Ver C. DUMONT, o.c.s.o., L’Action contemplative, le temps dans l’eternité d’après saint Bernard,
en Collectanea Cisterciensia, 54, 1992, 269-283. Reeditado en Une éducation du coeur, Oka, Abadía
de Notre-Dame-du-Lac (Pain de Cîteaux, 10), 1996, p. 57-77.