PPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptx
Un patio de dudas TALLER DE ÉTICA E INTERCULTURALIDAD RED MUSEISTICA DE LUGO
1.
2. Hay épocas en que el hombre racional y el hombre intuitivo caminan codo con codo
(Friedrich Nietzsche, Verdad y mentira en sentido extramoral)
Propuesta de taller de ética e interculturalidad de acuerdo con los objetivos de
la UNESCO para el año Internacional de Acercamiento entre Culturas 2010,
complementado por una representación teatral: fragmentos de “Unha dúbida
razoable” - adaptación de Doce hombres sin piedad, de Reginald Rose, a cargo
de la Compañía de Teatro de la USC del Campus de Lugo, adaptada y dirigida
por Alberte Cabarcos -. Los objetivos de la UNESCO para el Año Internacional de
Acercamiento entre Culturas 2010 son los siguientes: “poner el sello de la
aproximación entre las culturas en cada política, a nivel local, nacional, regional
o internacional, involucrando al mayor número de participantes; integrar los
principios del diálogo y del mutuo conocimiento en todas las políticas,
particularmente, en educación, ciencia, cultura y comunicación, con la
esperanza de corregir representaciones culturales y valores erróneos así como
estereotipos, y demostrar que la diversidad enriquece a la humanidad”.
Objetivos generales
Implementar el valor de la diversidad cultural, del diálogo y de la duda en una sociedad
democrática.
Encontrar o crear espacios de convivencia adecuados en el contexto gallego con las
personas inmigrantes.
Buscar nuevas maneras de contribuir a preservar la paz y la armonía social, a nivel
local.
Reconocer la gran diversidad de culturas en el mundo así como los nexos que las unen.
Demostrar los beneficios de la diversidad cultural mediante el reconocimiento de la
importancia de las transferencias e intercambios entre culturas.
Desarrollar la conciencia social ante la inmigración.
Concienciar del derecho de expresión cultural de las minorías, los inmigrantes, los
grupos indígenas y otros grupos excluidos o desaventajados para fomentar el respeto y
el mutuo entendimiento, así como para lograr la cohesión social.
Idear canales de comunicación artísticos innovadores y atractivos.
3. Alcanzar el máximo grado posible de asertividad ante la diferencia.
Objetivos específicos
• Subrayar entre la gente joven procesos que impliquen el diálogo intercultural y el
acercamiento entre culturas diferentes.
• Clarificar conceptos, interiorizar significados y rechazar lo políticamente correcto pero
ideológicamente incorrecto.
• Reflexionar sobre la diversidad en la sociedad a través de un recorrido por conceptos
como “conflicto”, “prejuicio”, “estereotipo”, “interculturalidad”, “derechos”,
“discriminación”, “exclusión”, “educación”, “identidad”, “tolerancia”, “solidaridad”,
“libertad”, “igualdad”, “paz” o “mediación”, entre otros.
• Contribuir al mutuo conocimiento y entendimiento entre las personas, en especial, en
los adolescentes, desarrollando e incrementando los significados de la comunicación.
• Aprovechar los recursos educativos del entorno.
• Aprender a argumentar y a manifestar razonadamente opiniones y pensamientos.
• Contribuir a desterrar estereotipos y prejuicios acerca de todo aquello que
desconocemos.
• Diseñar pautas para el análisis de problemas producidos por el choque de culturas
diferentes.
• Ayudar a resolver conflictos derivados de la prioridad de una cultura sobre otra/s que
pasa/n a compartir su mismo espacio.
• Poner el acento en las raíces comunes y los valores compartidos que unen a las
distintas culturas sirviéndonos para ello del arte y la creatividad; en particular, del
teatro.
• Hacer presentes entre la sociedad, y en especial, entre el alumnado adolescente, una
preocupación y una sensibilización que nos lleven a un conocimiento y experiencia
profundos en torno a la interculturalidad.
A lo largo de este taller trataremos de hacer conscientes a los jóvenes del significado
y el sentido de algunas palabras que solemos manejar diariamente en nuestra relación
con los demás. Ahondando en los conceptos a través de un continuo preguntar y dudar,
así como de actividades compartidas, llegaremos a reflexionar acerca de su valor e
importancia.
Nos preocupa especialmente el modo en que nuestros jóvenes acceden a la
compleja sociedad de nuestros días, y el modo como se integran en ella, caracterizada
como está por la multiculturalidad, la multietnicidad y el multilingüismo. El aprendizaje
en una convivencia pacífica es continuo, un proceso constructivo sin vuelta atrás que
4. requiere una colaboración y coordinación intensas entre los centros educativos y las
familias, mediados éstos por la figura del educador.
Paralelamente, pretendemos promover entre los jóvenes la competencia
intercultural, cuyo fin último es la consecución de una sociedad más respetuosa con las
diferencias culturales, donde las personas aprendan a vivir en la diversidad, y lleguen a
percibir la diferencia cultural como una riqueza.
Porque la diversidad no es una característica de grupos minoritarios, sino de todo
grupo humano; evidenciar selectivamente unas diferencias en detrimento de otras no es
atender a la diversidad sino contribuir a poner el acento sobre lo que nos separa en lugar
de situarlo sobre lo que nos une: nos une la diversidad. En el fondo, no somos tan
diferentes.
Excurso: ¿Por qué? Inmigración e Interculturalidad
La performatividad inherente a los términos “inmigrante”, “migración”, impulsa
esa imagen estereotipada latente en el inconsciente colectivo a la protección permanente
contra una amenaza no tan real como construida.
Dentro del fenómeno migratorio de los últimos tiempos, la inmigración -
equiparada con formas de delincuencia, criminalidad o terrorismo - ocupa una posición
privilegiada como peligro potencial que acecha a los países del Norte; es el enemigo
encarnado, el estigma del mal, el chivo expiatorio de sus pecados, el culpable de sus
desgracias y la sublimación de su miedo a la pérdida de la condición social alcanzada.
La inmigración lo explica hoy todo: todo lo que ocurre desde mediados de los
años setenta remite, en primera o última instancia, a sus efectos. La crisis económica,
cultural e identitaria de los países de Occidente se debe – bajo esta perspectiva – a la
existencia de poblaciones ilegítimas que desestabilizan la sociedad occidental, fomentan
la competitividad, acaban con las posibilidades de encontrar empleo y sólo contribuyen
a incrementar las listas de parados.
Y tanto se habla de inmigración en las sociedades occidentales, que se prevén
como sociedades de acogida, que deberíamos preguntarnos si tal insistencia no revelará
algún tipo de patología en el Norte; si esta preocupación no será sino un síntoma de los
profundos cambios en los esquemas tradicionales de pertenencia o filiación a un
determinado contexto que están operando en la actualidad.
La pregunta de fondo clave en nuestra época es la pregunta por la identidad, por
la búsqueda de nosotros mismos en un mundo que ya no permanece, cuya estructura se
ha diluido por un superávit de inestabilidad. Y muy vinculado a ella, surge de pronto un
miedo: si nada permanece, si nada me asegura que mañana vaya a seguir siendo como
hoy y menos aun como ayer, si el mantenimiento de mi estatus social no es indudable,
no tengo certezas de que mi futuro será mejor o igual que mi presente, y de pronto,
caigo en la cuenta de que también pudiera ser peor o mucho peor. Nos sentimos
inseguros, más aun ante la situación social de los que vienen: rechazamos al inmigrante
por su desdicha, por su miseria, porque no queremos imaginar siquiera vernos en unas
circunstancias semejantes.
Más que xenofobia, la inmigración despierta el miedo al cambio, la aversión a la
transformación en la configuración de la sociedad constituida y, sobre todo, a la pobreza
y sus consecuencias. Ante esta sociedad multiétnica y mestiza que se prepara, los
inmigrantes se ven forzados a definirse y tomar postura, puesto que son ellos
precisamente los que han de enfrentarse con el mayor cambio y acometerlo en su propia
piel: o bien intentan adaptarse a las normas y valores de la sociedad de acogida tan
pronto como puedan, o bien constituyen nuevos guetos en aquellas sociedades;
pequeños reductos marginales en los que seguir siendo y actuando como venían
5. haciendo en sus países de origen con orgullo. Hay quienes incluso sobreviven en la
invisibilidad fundiéndose en la sociedad de acogida y tratando de no llamar demasiado
la atención.
Los movimientos de población producto de la globalización económica de hoy
(que implican la movilización de capitales, bienes y mercancías pero también la
movilización de individuos), pese a producir importantes transformaciones en la
fisonomía de las naciones, todavía no han supuesto una amenaza para la configuración
identitaria de las sociedades; entre otras razones, porque la migración regulada supone
un proceso de integración por el cual la entrada al paraíso se salda con la asimilación,
esto es, con la capitulación de la propia identidad. No debiéramos dramatizar: hasta hoy,
las migraciones de carácter temporal sólo han tenido efectos positivos de dinamización
de los territorios de destino. Tal vez el problema mayor provenga de las denominadas
“migraciones de repoblación”, que sí pueden contribuir a desequilibrar la demografía, la
política, la economía y la sociedad, si no son bien gestionadas. La integración del
inmigrante sólo será eficaz si se realiza en un ambiente habitual favorable a la
solidaridad y a la igualdad; un proyecto compartido contrario al racismo y la xenofobia
en el que los deberes asumidos en materia de legalidad, reglas y valores de convivencia
sean respetados por las dos partes implicadas – extranjeros y sociedades de acogida - en
un esfuerzo para componer una sociedad de grupos integrados y no simplemente
asimilados.
Las relaciones entre los Estados están cambiando. La transformación de tipo
étnico y social ya no puede negarse. El proceso es imparable y obliga a la
reorganización de las sociedades, acostumbradas a percibirse y situarse ante el mundo
de una determinada manera y angustiadas hoy por la incertidumbre. Los conflictos de
coexistencia con los recién llegados provienen fundamentalmente del choque entre
prácticas culturales distintas o contradictorias. Especial relevancia en el proceso de
flujos migratorios están adquiriendo los llamados “países de tránsito”: zonas
estratégicas de contacto entre los países que exportan y los que acogen inmigrantes,
entre la pobreza y la riqueza. Son zonas de débil equilibrio social, intercambios
comerciales y vulneración de las normas del derecho. Nos referimos a la zona del
Mediterráneo, los países del Golfo, la frontera de México y la zona del Pacífico.
La persistencia de continuos focos de conflicto, tales como guerras entre
Estados, guerras civiles, movimientos guerrilleros o persecuciones de minorías, es una
prueba de la inestabilidad de la situación del planeta. Más de 50 millones de personas
vagan por el mundo a causa de la guerra, el hambre y la pobreza.
Resulta determinante que, cada vez en mayor medida, los distintos tipos de
inmigración (legal, ilegal y la que componen los refugiados y solicitantes de asilo)
aspiren a que el viaje sea definitivo: no pretenden volver a sus lugares de origen, lo cual
implica importantes modificaciones en materia de derecho. Una gran proporción de los
inmigrantes que llegan a los países occidentales muy bien podría justificar su
desplazamiento por verse forzados ante graves situaciones de miseria y malestar social.
Si es que las migraciones pueden plantearse como la respuesta a una necesidad
apremiante en la actualidad, también deberíamos cuestionarnos con ellas la dirección y
sentido de la humanidad.
Jeffrey Sachs, director del Instituto de Harvard para el Desarrollo Internacional,
distingue tres grupos de países pobres: los de clima tropical o desértico, los aislados del
comercio mundial por estar en el centro de los continentes sin salida al mar y los que
han abandonado regímenes comunistas. Si se exceptúa a India o China, el desfase entre
países pobres y ricos se incrementa. La ventaja de los ricos se debe, según Sachs, más a
factores como la naturaleza y la geografía que a la supuesta superioridad cultural o
6. política.
Sea como fuere, las diferencias que se están produciendo dentro de los países del
Tercer Mundo han dado lugar a la aparición de un nuevo concepto: “Cuarto Mundo”. En
este grupo, además de Haití, en América, se encuentran todos los países africanos,
excepto los del norte y el sur del continente, y, en Asia, Afganistán, Pakistán, India,
Bangladesh, Myanmar, Laos, Camboya y Vietnam. Además de por su nefasta situación
económica, estos países se caracterizan por una estructura social con fuertes
desigualdades entre una mayoría de campesinos sin tierras y una minoría de
terratenientes. Estas desigualdades, vinculadas a veces a diferencias étnicas, han sido un
factor decisivo en los conflictos políticos, hasta hacer inviable el funcionamiento de
sistemas democráticos.
El fracaso del desarrollo económico en los países pobres unido a los efectos de
un crecimiento demográfico a menudo incontrolado es lo que empuja a grandes masas
de población a sentir como una necesidad la huida de sus países en busca de mejores
condiciones de vida. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Población
(FNUAP), y si se cumplen las previsiones, se pasará de los 5.800 millones de habitantes
que tenía el planeta hacia finales de 1997 a los 11.000 millones en el año 2200. Para ese
momento se prevé una estabilización de la población. Un 98% del crecimiento
demográfico tendrá lugar en los países del Sur: en África, Asia, mundo árabe y América
Latina. Por ejemplo, se prevé que la población africana se cuadruplique de aquí al 2150,
pasando de 700 millones a 2.800 millones. África es el continente más marginado del
mundo y el que más crece en población, por lo que constituirá la principal fuente de
migraciones a Europa en el futuro. El resultado es el de un fuerte crecimiento
económico en el Norte y un fuerte crecimiento demográfico en el Sur – pero no a la
inversa –, complementarios e interdependientes entre sí.
Con lo cual, podemos asegurar que las migraciones, los grandes movimientos de
población, desde las zonas pobres (las esferas que desde el siglo XIX han quedado al
margen del desarrollo económico) a los espacios de riqueza serán inevitables en el
futuro, y debemos estar preparados para ello. Sami Naïr lo expresa con una fórmula
concisa y directa: “Ellos vendrán”. Y vendrán por múltiples razones: en primer lugar,
porque en sus países no pueden tener cubiertas unas mínimas necesidades primarias o
básicas de alimentación, educación, trabajo, vivienda o libertad de expresión, no por
falta de recursos naturales, pero sí infraestructurales, financieros y formativos; después,
porque no pueden aspirar a conseguirlos a medio ni a largo plazo ya que su capacidad
de planificación se ve condicionada por el endeudamiento que mantienen respecto de
los países del Norte, acentuada por la apertura de mercados, que hace aun más patentes
las desigualdades de desarrollo entre unos y otros; y en último lugar, por una cuestión
de memoria: nadie olvida que los países desarrollados aprovecharon la explotación
colonial de los países pobres – de una manera cruelmente evidente en África - en su
beneficio y, desde entonces, los han convertido en fuentes de recursos a su sola
disposición. Este proceso marcó el devenir de toda una parte del planeta que ahora,
mediante un ejercicio de presión – literal - sobre las fronteras, está en condiciones de
exigir lo que es suyo para poder sobrevivir.
La tasa de migraciones internacionales ha sobrepasado la de la población
mundial, y se dirige principalmente de África hacia Europa, de América Latina hacia
Estados Unidos, y de Asia hacia todos los continentes. Además del crecimiento
demográfico, el fracaso del desarrollo, la destrucción de los sistemas de producción
tradicionales, el desempleo o la dualidad social, las causas de las migraciones obedecen
a un potente “efecto llamada” de las personas que han conseguido llegar a un país
occidental a sus familias, asociado a las economías informales, que necesitan para su
7. desarrollo de trabajadores poco cualificados, sin apenas formación, obedientes y
maleables. Esta situación beneficia a algunos empresarios sin escrúpulos, que prefieren
que los inmigrantes permanezcan en la ilegalidad y el miedo y no reivindiquen sus
derechos laborales para conseguir así una mano de obra mucho más barata y sumisa.
Las economías europeas, formales e informales, necesitan de los trabajadores
inmigrantes. Además de ocupar sectores tradicionales de la actividad socioeconómica,
éstos aceptan trabajar por unos salarios bajos y de menor categoría con respecto a lo que
les correspondería por su grado de formación. De este modo es como se van
componiendo las nuevas diásporas.
La consecuencia es una organización de flujos migratorios mediante muros de
contención en la que los que quedan dentro están obligados a quedarse, y los que
quedan fuera están obligados a no entrar. La solución pasa por el respeto a los derechos
humanos y la transparencia en las actuaciones. Porque los movimientos migratorios,
resultantes del proceso de globalización económica, conducen al cuestionamiento, la
discusión y las transformaciones sociales, culturales y demográficas; abren la brecha
existente entre el “nosotros” y el “ellos”, intensificando algunas veces el sentimiento
nacional de pertenencia a un determinado lugar y colectivo.
A veces da la impresión de que el ideal de una sociedad multicultural al que
aspira Europa no puede ser posible en realidad, pues el choque de civilizaciones es
demasiado fuerte; el impacto, demasiado brutal y doloroso, especialmente, para aquellas
sociedades que, habiendo superado determinadas situaciones en determinados
momentos del pasado, tengan que volver a repetirlas y a enfrentarse a ellas debido a la
incursión de grupos humanos históricamente más atrasados.
La diferencia cultural es grave pero, ¿qué hacer ante su presencia irrebatible? El
multiculturalismo es sólo una solución provisional, que se desechará en cuanto
aparezcan signos de acción; en primer lugar, efectuando una correcta incorporación
económica, puesto que sin extensión económica no es posible lograr la paz social. La
incorporación social y cultural obedecería a una segunda fase. El multiculturalismo
parece un relato optimista que no asume la diferencia cultural de un modo realista:
supone que esta diferencia no es tal sino que no existe, dado que se entiende que ésta es
superable, conciliable.
Por otra parte, el interculturalismo no es – como se entiende frecuentemente - el
reconocimiento sin límites de la diversidad étnica, religiosa y cultural sino, más bien, el
reconocimiento de la diversidad sometida a un núcleo de valores comunes definido: los
valores democráticos. Lejos de provocar la fragmentación social, la falta de cohesión de
un país y el relativismo cultural, el interculturalismo favorece la interacción entre las
comunidades y el intercambio cultural bajo el límite que impone la democracia.
La premisa principal del interculturalismo supone la necesidad de imponer un
respeto ante las distintas tradiciones e identidades culturales, sin tratar de reducir o
anular la diferencia por conversión o asimilación a una sola de las tradiciones o culturas.
Ser realistas, pacientes, y negociadores con respeto y sin saltar las reglas del
juego democrático, son las condiciones fundamentales para gestionar las sociedades
multiculturales, es lo que nos dice Javier de Lucas. Europa se ha vuelto poliédrica y
mestiza en el siglo XXI; es imposible concebir ya el mundo y la historia desde un punto
de vista unitario; las posibilidades son infinitas. Ello plantea una profunda crisis de
identidad cultural y retos en los espacios comunes en materia de política, economía y
cultura. Ante el conflicto y toda la potencialidad que genera la interculturalidad, la
respuesta es la educación en la pertenencia a una raíz múltiple, en el diálogo y la
capacidad de relación, y en un concepto amplio de identidad, en perpetua construcción.
Puede que el mayor desafío que se le abre a la humanidad de cara al futuro sea
8. tan simple y tan complejo a la vez como reconocer al otro, asentir a la diferencia.