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LEYENDAS PRUEBA
NOVIEMBRE / 2014

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EL TRAUCO
Leyenda de Chiloé!
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El Trauco, es un hombre pequeño, no mide más de ochenta centímetros de alto, de formas
marcadamente varoniles, de rostro feo, aunque de mirada dulce, fascinante y sensual; sus piernas
terminan en simples muñones sin pies, viste un raído traje de quilineja y un bonete del mismo material,
en la mano derecha lleva un hacha de piedra, que reemplaza por un bastón algo retorcido, el
Pahueldún, cuando está frente a una muchacha.
Es el espíritu del amor fecundo, creador de la nueva vida, padre de los hijos naturales. Habita en los
bosques cercanos a las casas chilotas.
Para las muchachas solteras, constituye una incógnita que les preocupa y las inquieta. Según opinión
de unas, se trata de un horrible y pequeño monstruo, que espanta y de cuya presencia hay que privarse,
a toda costa. Otras opinan distinto y manifiestan, que si bien es feo, no es tan desagradable, sino, muy
por el contrario, atractivo... Otras en lucha tenaz y permanente, dicen haberlo eliminado de sus
pensamientos, en los que alguna vez vibró quemando sus entrañas...
Las madres toman todas las precauciones, para evitar que sus hijas, ya “solteras”, viajen solas al monte,
en busca de leña o de hojas de “radal”, para el “caedizo” de las ovejas, generalmente es en el curso de
estas faenas, cuando “agarra”, o con más propiedad “sopla”, con su “pahueldún”, a las niñas solitarias,
pero nunca si van acompañadas, aún de sus hermanitos menores.
El Trauco no actúa frente a testigos...éste, siempre alerta, pasa gran parte del día colgado en el gancho
de un corpulento “tique”, en espera de su víctima.
En cuanto obscurece, regresa a compartir la compañía de su mujer, gruñona y estéril, la temida Fiura.
Cuando desea conocer de cerca, las características de su futura conquista, penetra en la cocina o fogón,
donde se reúne, al atardecer toda la familia, transformado en un manojo de quilineja, que en cuanto
alguien intenta asirlo, desaparece en las sombras.
A las muchachas que le tiene simpatía, les comunica su presencia depositando sus negras excretas,
frente a la puerta de sus casas.
Todo su interés se concentra hacia las mujeres solteras, especialmente si son atractivas. No le interesan
las casadas. Ellas podrán ser infieles, pero jamás con él. Cuando divisa desde lo alto de su observatorio
a una niña, en el interior del bosque, desciende veloz a tierra firme y con su hacha, da tres golpes en el
tronco de tique, donde estaba encaramado, y tan fuerte golpea, que su eco parece derribar
estrepitosamente todos los árboles. Con ello produce gran confusión y susto en la mente de la
muchacha, que no alcanza a reponerse de su impresión, cuando tiene junto a ella, al fascinante Trauco,
que la sopla suavemente, con el Pahueldún. No pudiendo resistir la fuerza magnética, que emana de
este misterioso ser, clava su mirada en esos ojos centellantes, diabólicos y penetrantes y cae rendida
junto a él, en un dulce y plácido sueño de amor.... Transcurridos minutos o quizás horas, ella no lo
sabe, despierta airada y llorosa; se incorpora rápidamente, baja sus vestidos revueltos y ajados, sacude
las hojas secas adheridas a su espalda y cabellera en desorden, abrocha ojales y huye, semiaturdida,
hacia la pampa en dirección a su casa.
A medida que transcurren los meses, van apreciándose transformaciones, en el cuerpo de la muchacha,
poseída por el Trauco. Manifestaciones que en ningún instante trata de ocultar, puesto que no se siente
pecadora, sino víctima de un ser sobrenatural, frente al cual, sabido es, ninguna mujer soltera está lo
suficientemente protegida...
A los nueve meses nace el hijo del Trauco, acto que no afecta socialmente a la madre ni al niño, puesto
que ambos, están relacionados con la magia de un ser extraterreno; quien no siempre responde al
“culme”, lanzado con el objeto de alejarlo y escapar de los efectos de su presencia; o los azotes, dados a
su Pahueldún, que debería afectarlo intensamente; como en igual forma a la quema de sus excrementos.
Su potencia es tal, que en ciertas ocasiones, nada ni nadie puede detenerlo…
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El regalo de los Antepasados
(Leyenda Mapuche)      
Antes de que los Mapuches descubrieran como hacer el fuego, vivían en grutas de la montaña; a las
que llamaban "casa de piedra".
Temerosos de las erupciones volcánicas y de los cataclismos, sus dioses y sus demonios eran
luminosos. Entre estos, el poderoso Cheruve. Cuando se enojaba, llovían piedras y ríos de lava. A veces
el Cheruve caía del cielo en forma de aerolito.
Los Mapuches creían que sus antepasados revivían en la bóveda del cielo nocturno. Cada estrella era
un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias.
El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez
que salía el Sol, los saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses.
Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos; para abrigarse en
tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían
domesticado.
Tenían horror a la oscuridad que era signo de enfermedad y muerte.
En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre y Licán, la hijita.
Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vio un signo nuevo, extraño, en el
poniente: una enorme estrella con una cabellera dorada.
Preocupado, no dijo nada a su mujer y tampoco a los indios que vivían en las grutas cercanas.
Aquella luz celestial se parecía a la de los volcanes, ¿traería desgracias?, ¿quemaría los bosques?.
Aunque Caleu guardó silencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir
que podría significar el hermosos signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas.
El verano estaba llegando a su fin y las mujeres subieron una mañana muy temprano a buscar frutos de
los bosques para tener comida en el tiempo frío.
Mallén y su hijita Licán treparon también a la montaña.
-Traeremos piñones dorados y avellanas rojas -dijo Mallén.
-Traeremos raíces y pepinos del copihue -agregó Licán
La niña acompaño otras veces a su madre en estas excursiones y se sentía feliz.
-Vuelvan antes de que caiga la noche -les advirtió Caleu.
-Si nos sorprende la noche, nos refugiaremos en una gruta que hay allá arriba, en los bosques -lo
tranquilizó Mallén.
Las mujeres llevaban canastos tejidos con enredaderas. Parecía una procesión de choroyes,
conversando y riendo todo el camino.
Allá arriba había gigantescas araucarias que dejaban caer lluvias de piñones. Y los avellanos lucían sus
frutas redondas, pequeñas, rojas unas, color violeta y negras otras, según iban madurando.
No supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por
ocultarse.
Asustadas, las mujeres se echaron los canastos a la espalda y tomaron a sus niños de la mano.
-¡Bajemos, bajemos! -se gritaban unas a otras.
-No tendremos tiempo. Nos pillará la noche y en la oscuridad nos perderemos para siempre -advirtió
Mallén.
-¿Qué haremos entonces? -dijo la abuela Collalla, que no por ser la más vieja, era la más valiente.
-Yo sé donde hay una gruta por aquí cerca, no tenga miedo, abuela -dijo Mallén.
Guió a las mujeres con sus niños por un sendero rocoso. Sin embargo, al llegar a la gruta, ya era de
noche. Vieron en el cielo del poniente la gran estrella con su cola dorada.
La abuela Collalla se asustó mucho. -Esa estrella nos trae un mensaje de nuestros antepasados que
viven en la bóveda del cielo -exclamó.
Licán se aferró a las faldas de su madre y lo mismo hicieron los demás niños.
-Vamos, entremos a la gruta y dormiremos bien juntas para que se nos pase el miedo -dijo Mallén.
-Eso sería lo mejor, murmuró Collalla, temblorosa.
Ella conocía viejas historias, había visto reventarse volcanes, derrumbarse montañas, inundarse
territorios, incendiarse bosques enteros.
No bien entraron a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y la
Luna, sus espíritus protectores.
Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer cascajos del techo de la gruta. El grupo se
arrinconó, aterrorizado.
Cuando pasó el terremoto, la montaña siguió estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso.
Las mujeres palparon a sus hijos, no, nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia la boca
blanquecina de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas.
-¡Miren! -gritó Collalla. ¡Piedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo.
Cómo luciérnagas de un instante, las piedras rodaron cerro abajo y con sus chispas encendieron un
enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada.
El fuego iluminó la noche y las mujeres se tranquilizaron al ver la luz.
-La estrella con su espíritu protector mandó el fuego para que no tengamos miedo -dijo la abuela
Collalla riendo.
Niños y mujeres también rieron, aplaudiendo el fuego.
El grupo silencioso contempló las llamas como si fueran el mismo Padre Sol que hubiera venido a
acompañarlas.
Se sentaron junto a la gruta, oyendo crepitar las llamas como música desconocida.
Al rato, llegaron los hombres desafiando las tinieblas por buscar a sus niños y mujeres.
Caleu se acercó al incendio y cogió una llama ardiente; los otros lo imitaron y una procesión
centelleante bajó de los cerros hasta sus casas.
Por el camino iban encendiendo otras ramas para guiarse.
Al otro día, oyendo el relato de las piedras que lanzaban chispas, los indios subieron a recogerlas y al
frotarlas junto a ramas secas lograron encender pequeñas fogatas.
 
Habían descubierto el pedernal. Habían descubierto cómo hacer el fuego.
Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus
alimentos.

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La gran inundación
(Leyenda Kawéscar - Chile)
(Se llamaban a sí mismos kaweskar, pero sus vecinos, en forma despectiva, los denominaron alacalufes
-come mejillones- por su costumbre de alimentarse de mariscos).
Se cuenta entre los Kawéskar, que hace mucho tiempo, un joven salió en busca de una nutria tabú y la
mató. Esto lo hizo cuando sus padres estaban ausentes. Ellos habían partido lejos, en la caza de nutrias
y aves, para su sustento.
Cuando el joven mató a la nutria, se desató un gran viento y una fuerte tormenta comenzó a rugir.
Una gran marejada cubrió la tierra. El joven que había matado la nutria, logró sobrevivir junto a su
mujer y para salvar su vida, huyó a la cima de un cerro. Allí aguardó hasta que la gran marea bajó.
Decidió descender entonces, aprovechando la marea baja, pero se percató que su hermano y sus padres
habían muerto ahogados. Más allá, se dio cuenta que todos se habían ahogados y al retirarse el mar, vio
animales, orcas y ballenas esparcidos por el bosque.
Se fueron los dos tristes y comenzaron a construir una choza. Como no tenían con que cubrir la choza,
lo hicieron con pasto y allí permanecieron hasta el nuevo día.
Con el frío, el joven soñó que veía un coipo; y soñó con comida también. Mientras soñaba que comía,
se despertó.
-"¿Por qué estaba soñando con un coipo?-
Yo mataba al coipo, me lo comía cuando soñaba.
- ¿Y con qué fuego?"
Después se quedó dormido nuevamente, se quedó dormido y luego despertó y despertó a su mujer. 
-Oye, mira, ve a traer un palo quebrado, pues estaba soñando y sé que va a entrar un coipo y tú lo vas a
matar, para comer.- 
Se quedó dormido y, nuevamente vio en sueños lo mismo.
Su mujer seguía despierta, cuando, de pronto entró una manada de coipos y ella los iba matando con un
garrote uno por uno, con lo que obtuvieron la comida necesaria para sobrevivir.
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LOS SIETE EXPLORADORES
Leyenda de la Isla de Pascua
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La leyenda cuenta que, precediendo al viaje de su rey y por instrucciones de un vidente, siete
navegantes llegaron a la isla de Pascua buscando un lugar adecuado para instalarse y sembrar ñame,
(tubérculo base de la alimentación de los inmigrantes). Dos de ellos traían, además, un moai y un
collar de madreperlas, que escondieron y que luego dejaron abandonados cuando regresaron a su tierra
de Hiva. Sólo un explorador se quedó en la isla.
Por eso, que cuando Hotu Matúa llegó a la isla, ésta ya estaba poblada; ya existía en ella el ñame; y
también había moais.
Algunos estudiosos opinan que los siete exploradores simbolizan a siete generaciones que habitaron el
lugar; o quizás a siete tribus inmigrantes, de las cuales sólo una sobrevivió y se mezcló con la gente de
Hotu Matúa.
El rey Hotu Matúa murió 20 años después de su llegada a la isla y le sucedió su hijo mayor, Tuu
Maheke. El último de esta dinastía fue Gregorio o Roroko he tau, llamado también el rey niño, que
falleció en 1886, y aunque algunos lugareños tienden a pensar que la sucesión dinástica no tuvo
desvíos ni interrupciones, hay varios indicios de que el linaje dinástico tuvo muchas alteraciones.
Se cuenta que poco después de los primeros polinesios llegó a la isla una segunda inmigración. El
origen de estos nuevos pobladores es polémico, ya que sus características raciales difieren de las de
aquellos que se consideraban nativos.
Estos nuevos habitantes fueron llamados Hanau eepe, que significa “raza ancha”, y en efecto, éstos eran
más corpulentos y robustos que los Hanau momoko o raza delgada que ocupaban desde antes el lugar.
Los Hanau eepe tenían muy desarrollados los lóbulos de las orejas característica por la cual muchos
antropólogos los asocian con los incas y sus grandes pabellones descriptos por Francisco Pizarro en sus
informes.
Aunque éste es un tema no desentrañado aún, y los orejas cortas y los orejas largas tienen un origen
confuso, pero cuya existencia está afianzada por testimonios en el pasado.

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Leyenda Mapuche
DOMO Y LITUCHE
Hace infinidad de lluvias, en el mundo no había más que un espíritu que habitaba en el cielo. Solo él
podía hacer la vida. Así decidió comenzar su obra cualquier día.
Aburrido un día de tanta quietud decidió crear a una criatura vivaz e imaginativa, la cual llamó "Hijo",
porque mucho le quiso desde el comienzo. Luego muy contento lo lanzó a la tierra. Tan entusiasmado
estaba que el impulso fue tan fuerte que se
golpeó duramente al caer. Su madre desesperada quiso verlo y abrió una ventana en el cielo. Esa
ventana es Kuyén, la luna, y desde entonces vigila el sueño de los hombres.
El gran espíritu quiso también seguir los primeros pasos de su hijo. Para mirarlo abrió un gran hueco
redondo en el cielo. Esa ventana es Antú, el sol y su misión es desde entonces calentar a los hombres y
alentar la vida cada día. Así todo ser viviente lo reconoce y saluda con amor y respeto. También es
llamado padre sol.
Pero en la tierra el hijo del gran espíritu se sentía terriblemente solo. Nada había, nadie con quién
conversar. Cada vez más triste miró al cielo y dijo: ¿Padre,
porqué he de estar solo?
En realidad necesita una compañera -dijo Ngnechén, el espíritu progenitor.
Pronto le enviaron desde lo alto una mujer de suave cuerpo y muy graciosa, la que cayó sin hacerse
daño cerca del primer hombre. Ella estaba desnuda y tuvo mucho frío. Para no morir helada echó a
caminar y sucedió que a cada paso suyo crecía la hierba, y cuando cantó, de su boca insectos y
mariposas salían a raudales y pronto llegó a Lituche el armónico sonido de la fauna.
Cuando uno estuvo frente al otro, dijo ella: - Qué hermoso eres. ¿Cómo he de llamarte? . Yo soy
Lituche el hombre del comienzo. Yo soy Domo la mujer, estaremos juntos y haremos florecer la vida
amándonos -dijo ella-. Así debe ser, juntos llenaremos el vacío de la tierra -dijo Lituche.
Mientras la primera mujer y el primer hombre construían su hogar, al cual llamaron ruka, el cielo se
llenó de nuevos espíritus. Estos traviesos Cherruves eran torbellinos muy temidos por la tribu.
Lituche pronto aprendió que los frutos del pewén eran su mejor alimento y con ellos hizo panes y
esperó tranquilo el invierno. Domo cortó la lana de una oveja, luego con las dos manos, frotando y
moviéndolas una contra otra hizo un hilo grueso. Después en cuatro palos grandes enrolló la hebra y
comenzó a cruzarlas.
Desde entonces hacen así sus tejidos en colores naturales, teñidos con raíces.
Cuando los hijos de Domo y Lituche se multiplicaron, ocuparon el territorio de mar a cordillera. Luego
hubo un gran cataclismo, las aguas del mar comenzaron a subir guiadas por la serpiente Kai-Kai. La
cordillera se elevó más y más porque en ella habitaba Tren-Tren la culebra de la tierra y así defendía a
los hombres de la ira de Kai-Kai. Cuando las aguas se calmaron, comenzaron a bajar los sobrevivientes
de los cerros. Desde entonces se les conoce como "Hombres de la tierra" o Mapuches.
Siempre temerosos de nuevos desastres, los mapuches respetan la voluntad de Ngnechén y tratan de no
disgustarlo. Trabajan la tierra y realizan hermosa artesanía con cortezas de árboles y con raíces tiñen
lana. Con fibras vegetales tejen canastos y con lana, mantas y vestidos.
Aún hoy en el cielo Kuyén y Antú se turnan para mirarlos y acompañarlos. Por eso la esperanza de un
tiempo mejor nunca muere en el espíritu de los mapuches, los hombres de la tierra.

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Leyenda Mapuche
HISTORIA DE LA MONTAÑA QUE TRUENA
Cuentan que hace muchísimo tiempo vivía en la cordillera un pueblo de guerreros, un pueblo al que los
otros llamaban "El enemigo invencible". No tenían vecinos ni aliados, porque el primero que se
animaba a entrar en su territorio sin autorización era esclavizado o aniquilado. Dicen que no hubo país
donde las piedras y las flores fueran más rojas, porque allí la sangre de las guerras había penetrado
hasta las capas mas profundas de la tierra. Entre los invencibles no había lugar para los débiles: los
niños mamaban el valor, de los pechos ceñidos de sus madres y allí mentándose con carne cruda se
convertían en hombres altos y fuertes como montes.
Este pueblo tuvo un jefe valiente y formidable llamado Linko Nahuel, el “tigre que salta”. Era tan
valeroso como feroz, y cuentan que si alguien hubiera podido navegar en los ríos de sus venas hubiera
visto hervir la sangre. Entre todas las montañas del país de Linko Nahuel se distinguía el pico nevado
del cerro Amun-Kar, el monte sagrado que es el trono de Dios. Dominaba el paisaje con sus laderas que
subían verdes y boscosas. A veces, la montaña se transformaba, lanzaba humo y fuego hacia el cielo,
bombardeando a los Mapuches con rocas
incandescentes que parecían las tokikuras de Dios. Y la gente le tenia más miedo que a la furia de
Linko Nahuel.
Un amanecer, mientras acampaban en el gran valle que se encontraba a los pies del Amun-Kar, los
centinelas, bajaron corriendo las laderas para contar lo que habían visto. Miles y miles de enanos
armados, avanzaban por la cuesta de la
montaña sagrada.
Linko Nahuel sintió como la cólera le subía por el pecho, como sus brazos ansiaban descargar un golpe
contra los invasores que ni permiso habían pedido; él los aplastaría, una vez más la sangre correría por
las sendas y los arroyos. Pero Linko Nahuel también era astuto, y conocía el valor de los planes. Por
eso llamo a sus segundos y les ordeno:
“Vayan a entrevistarse con el jefe de los enanos. Cúbranse con cueros de guanacos y puma, píntense la
cara del modo más horroroso y adórnense con las plumas de choike más largas y oscuras que tengan. Y
sobre todo, ya saben, mirada severa y pocas palabras. Así los intimidaremos. Ya van a ver cuando
comiencen la retirada, ahí caeremos sobre ellos”.
Los emisarios se fueron confiados, pero volvieron humillados y furiosos a rendir cuentas ante Linko
Nahuel: - “Los enanos son gente de montañas y planean quedarse a vivir en el Amun-Kar, no conocen
tu nombre y no tienen miedo de la ira de Dios. Son tan chiquitos como un anchimallen, pero hay que
reconocer que son valientes y tantos, que cuando nos rodearon no veíamos nada mas allá”.
Entonces Linko se dispuso para la guerra y partió. Trepaban la cuesta, cuando sorpresivamente los
enanos se lanzaron desde arriba sobre ellos, hiriéndolos con miles de flechas y lanzas diminutas.
Defenderse era difícil. Linko alentaba a los suyos para alcanzar a los pigmeos, pero estos se protegían
detrás de paredones y salientes, y desde allí empujaban la nieve y piedras que caían en alud sobre el
ejercito invencible. Los enanos eran muchos y rodearon a los mapuches. La tierra y la nieve se teñían
de sangre, y Linko Nahuel, enfurecido, pedía refuerzos con gritos desaforados.
Los enanos se dieron vuelta y comenzaron a huir con extraordinaria agilidad montaña arriba dejando
atrás a Linko Nahuel, que los perseguía. Pero los guerreros de Linko eran gente de los valles y de las
hondonadas y no podían competir con sus enemigos, que milagrosamente se perdieron de vista.
La trampa estaba tendida: los enanos salieron de sus escondites y los atraparon uno por uno.
El cacique de los enanos dictaminó su sentencia: “Todos los prisioneros mapuches deberían subir hasta
la cumbre y desde allí serian precipitados; él último en caer sería Linko Nahuel, para que viera la
muerte muchas veces antes de dar su último salto”.
Penosamente subía el tigre derrotado pisando por primera vez las rocas de la cima. Cuando el enano dio
la orden de detenerse ataron a los prisioneros de pies y manos y comenzó el castigo.
Empujaron al primer mapuche al precipicio. Erguido y rígido, Linko miraba la distancia, ese paisaje
nuevo que no lo dejaba recordar, que aplacaba por primera vez su sangre huracanada. Entonces se
escucho el primer estruendo, los estallidos interiores de la montaña de Dios. Las rocas volaron en mil
pedazos. Un viscoso lago de fuego arrastró a los mapuches y enanos, que mezclaron sus gritos y
quedaron confundidos en la misma ceniza.
Y Dios dispuso que los dos jefes se sentaran frente a frente, para que contemplaran juntos el horror,
provocado por la osadía de llevar la guerra a su montaña. Para que el castigo fuera eterno los convirtió
en piedra; y desde ese entonces fueron cubiertos muchas veces por la lava ardiente o el hielo,
condenados a escuchar el tronar intermitente de su furia. Por eso la gente del valle ya no llama al cerro
Amun-Kar sino Tronador, y dicen los mapuches que los dos caciques esperan en vano el día en que
Dios se duerma y puedan despertar ellos
para vengar a sus pueblos.

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Los colosos de Tierra del Fuego
(Leyenda Ona de Chile y Argentina)      
Kenós un enorme coloso de treinta y ocho metros pisó por primera vez el planeta cuando la tierra era
tan joven, que sobre ella no existía nada más que una grande, inmensa y desolada pampa.
Temaukel, su padre, y padre de todo el universo lo envió a dar forma y vida sobre la superficie del
mundo. Al tiempo de estar habitando en la soledad, necesitó alguien para compartir y entretenerse, un
amigo. Miró hacia el cielo; Temaukel escuchó su lamento, dándole entonces la capacidad para crear
otros dioses grandes y semejantes a él.
Puso manos a la obra, y pronto contó Kenós con tres hermanos gigantes; ellos fueron Cenuque, Cóoj y
Taiyín, junto a quienes recorrió de arriba a abajo y de un lado para otro poniendo las montañas donde
no existían, las nieves en sus cumbres, los bosques, los animales grandes y pequeños, los que viven de
día y los de la noche. Crearon las plantas, entre ellas las que tienen raíces para afirmarse por sí solas y
aquellas que cuelgan largas voladoras desde un árbol. Todos, cada uno de los seres y cosas que dan
vida y forman la tierra fueron establecidas por Kenós, Cenuque, Cóoj y Taiyín.
Las largas travesías agotaron el cuerpo de Kenós, quien un día sintiéndose viejo llamó a sus tres
compañeros para avisarles que había llegado su tiempo de morir. Les pidió lo acompañaran hacia el
Sur, pues mirando al Sur mueren los guerreros. Cuando llegaron al lugar elegido les indicó como
debían sepultarlo a tres pisos bajo el suelo mirando a Temaukel. Viendo a sus tres hermanos ancianos y
cansados les dijo:
-Todas las formas tiene su tiempo, esperen y verán.
Poco debieron aguardar los colosos, quienes con gran alegría, a las tres semanas vieron a Kenós pararse
en sus pies.
Era maravilloso ser inmortales y cada cierta cantidad de años volver a ser jóvenes; luego
comprenderían algo más sobre la vida y la muerte.
Largos siglos vivieron estos gigantes de Tierra del Fuego transformando la enorme pampa original, en
el mundo que hoy conocemos con sus infinitos senderos y colores.
La tarea estaba tocando a su fin cuando Cóoj el más enérgico y puro, se acercó a Kenós diciéndole:
-Amigo, nuevamente ha llegado mi hora del reposo, pero esta vez no deseo volver a renacer. Mi cuerpo
está cansado y mi caspi anhela su sitio final junto a Temaukel nuestro creador.
Lo miró Kenós con tristeza sabiendo que su naturaleza como inmortales no podía aspirar a estar
eternamente junto a Temaukel, sino que debía permanecer por toda la eternidad cumpliendo una misión
para El, y para las obras de su creación. Le hizo saber a Cóoj que el reposo de su caspi sólo encontraría
su lugar definitivo aquí en la tierra o en el espacio cósmico de las estrellas siendo una más entre todas.
Nada supo decir Cóoj. Se había equivocado. Más bien, no había comprendido el significado de ser
inmortal. Muy triste se retiró a llorar su pena.
Caminó hacia el este, solitario, derramando torrentes de lágrimas. Los gruesos goterones que rodaron
por sus pómulos cayeron sobre la tierra cubriéndola de agua salada de amargura, agua que no alcanzó
a secar el calor del sol. Su llanto anegó profundas quebradas y valles por el oriente, rebasando los
límites de las altas cumbres hundiéndolas con su peso.
Tanta y tan enorme fue su pena, que cuando se detuvo y miró hacia el oeste pensando en regresar junto
a Kenós, su mirada no divisó los territorios caminados en su peregrinar.
Las lágrimas formaban enormes lagos los cuales serían llenados posteriormente por el agua de las
nieves y glaciares que cubrieron la superficie terrestre con su blanca capa de hielos, cuando el norte se
enojó con el sur.
Vio Cóoj el resultado de su último trabajo comprendiendo cual era el destino final de su caspi;
entonces reclinando su cuerpo, besó por última vez la roca seca y se sumergió.
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Leyenda Nortina
EL TATU Y SU CAPA DE FIESTA
(Mito Aymará Bolivia)
Las gaviotas andinas se habían encargado de llevar la noticia hasta los últimos rincones del Altiplano.
Volando de un punto a otro, incansables, habían comunicado a todos que cuando la luna estuviera
brillante y redonda, los animales estaban cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago. El
Titicaca se alegraba cada vez que esto sucedía.
Cada cual se preparaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y limpiaban sus plumajes y
sus pieles con los mejores aceites especiales, para que resplandecieran y todos los admiraran. Todo esto
lo sabía Tatú, él quirquincho, ya había asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido
amigo Titicaca gustaba de organizar. En esta ocasión deseaba ir mejor que nunca, pues recientemente
había sido nombrado integrante muy principal de la comunidad. Y comprendía bien lo que esto
significaba... Él era responsable y digno. Esas debían haber sido las cualidades que se tuvieron en
cuenta al darle este título honorífico que tanto lo honraba. Ahora deseaba íntimamente deslumbrarlos a
todos y hacerlos sentir que no se habían equivocado en su elección.
Todavía faltaban muchos días, pero en cuanto recibió la invitación se puso a tejer un manto nuevo,
elegantísimo, para que nadie quedara sin advertir su presencia espectacular. Era conocido como buen
tejedor, y se concentró en hacer una trama
fina, fina, a tal punto, que recordaba algunas maravillosas telarañas de esas que se suspenden en el aire,
entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido extraordinario. Ya llevaba bastante adelantado,
aunque el trabajo, a veces, se le
hacia lento y penoso, cuando acertó a pasar cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter siempre su
nariz en lo que no le importaba.
Al verlo, le preguntó con curiosidad que hacía y este le respondió que trabajaba en su capa para
ponérsela el día de la fiesta en el lago, el zorro le respondió que cómo iba a alcanzar a terminarla si la
fiesta era esa noche. El quirquincho pensó
que había pasado el tiempo sin notarlo. Siempre le sucedía lo mismo... Calculaba mal las horas... Al
pobre Tatú se le fue el alma a los pies. Una gruesa lágrima rodó por sus mejillas. Tanto prepararse para
la ceremonia... El encuentro con sus
amigos lo había imaginado distinto de lo que sería ahora. ¿Tendría fuerzas y tiempo para terminar su
manto tan hermosamente comenzado?
El zorro captó su desesperación, y sin decir más se alejó riendo entre dientes. Sin buscarlo había
encontrado el modo de inquietar a alguien...y eso le producía un extraño placer. Tatú tendría que
apurarse mucho si quería ir con vestido nuevo a
la fiesta. Y así fue. Sus manitos continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y destreza, pero debió
recurrir a un truco para que le cundiera. Tomó hilos gruesos y toscos que le hicieron avanzar más
rápido. Pero, la belleza y finura iniciales del tejido se fueron perdiendo a medida que avanzaba y
quedaba al descubierto una urdimbre más suelta. Finalmente todo estuvo listo y Tatú se engalanó para
asistir a su fiesta.
Entonces respiró hondo, y con un suspiro de alivio miró al cielo
estirando sus extremidades para sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese instante advirtió el
engaño... ¡Si la luna todavía no estaba llena! Lo miraba curiosa desde sus tres cuartos de creciente...
Un primer pensamiento de cólera contra el viejo zorro le cruzó su cabecita. Pero al mirar su manto
nuevamente bajo la luz brillante que caía también de las estrellas, se dio cuenta de que, si bien no había
quedado como él lo imaginara, de todos
modos el resultado era de auténtica belleza y esplendor. No tendría para qué deshacerlo. Quizás así
estaba mejor, más suelto y aireado en su parte final, lo cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El
zorro se asombraría cuando lo viera... Y, además, no le guardaría rencor, porque sido su propia culpa
creerle a alguien que tenía fama de travieso y juguetón. Simplemente él no podía resistir la tentación
de andar burlándose de todos... y siempre encontraba alguna víctima.
Pero esta vez todo salió bien: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se lució efectivamente, y
causó gran sensación con su manto nuevo cuando llegó, al fin, el momento de su aparición triunfal en
la fiesta de su amigo Titicaca.

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Leyenda de Tierra del Fuego
YINCIHAUA
(Leyenda Selk’nam - Ona)
Todos los años en la primavera, las jóvenes mujeres onas se juntaban en una choza especial, para la
importante fiesta llamada “yincihaua”. Acudían desnudas, con el cuerpo pintado y en sus rostros
máscaras multicolores. Tenían gran imaginación para hacerse hermosos dibujos geométricos, que
representaban los distintos espíritus que viven en la naturaleza. Ellos les daban los poderes que ejercían
sobre los hombres.
Ese día una de las niñas tomó con mucho cuidado un poco de tierra blanca y empezó lentamente a
trazar las cinco líneas que pensaba pintar desde su nariz hasta las orejas. Las otras jóvenes trataron de
imitarla, ya que las figuras en el rostro eran muy importantes.
La fantasía de cada una se echó a volar y se pintaron de arriba abajo con armoniosas figuras. Unas a
otras se ayudaban, pero para no ser reconocidas, se pusieron en sus rostros unas máscaras talladas.
Blanco, negro y rojo eran los colores preferidos. En un momento dado, cuando ya estaban todas
preparadas, salieron de la choza con grandes chillidos y mucho alboroto para asustar a los hombres que
las esperaban afuera.
La bulliciosa ceremonia se encontraba en su apogeo y todos daban gritos, cuando sobre el tremendo
ruido reinante se escuchó una fuerte discusión entre el hombre sol y su hermana, la mujer-luna.
-Yo no te necesito- insistía con altivez la luna.
-Sin mí, no puedes vivir- le contestó sarcástico el sol.
-Perdería mi brillo quizás, pero seguiría viviendo.
-Sin el brillo que yo te doy no vales nada.
-No seas tan presumido, hermano sol.
-Tú deberías ser más humilde, hermana luna.
Y así siguieron la disputa como dos niños chicos. Todos los hombres se pusieron de parte del sol y las
mujeres apoyaron a la luna. La discusión fue creciendo, creciendo y ni siquiera el marido de la mujer
luna, que era el arcoiris o “akaynic”, pudo lograr que la armonía volviera a reinar entre la gente de la
tribu.
De pronto, un gran fuego estalló en la choza del “yincihaua”, donde las mujeres habían ido a buscar
refugio cuando la pelea se hizo más fuerte. Allí estaban encerradas cuando las alcanzaron las llamas.
Aunque el griterío fue inmenso, ninguna logro salvarse. Todas murieron en el incendio. Pero se
transformaron en animales de hermosa apariencia, según había sido su maquillaje. Hasta hoy
mantienen esas características y las podemos ver, por ejemplo, en el cisne de cuello negro, en el cóndor
o en el ñandú.
Afortunadamente ellas nunca supieron lo que había sucedido. Les habría dado mucha pena, porque
fueron los propios hombres los que prendieron el fuego. Es que tenían envidia del poder que en el
comienzo de los tiempos ostentaban las mujeres, y querían quitárselo.
Después de este penoso episodio, la mujer-luna se fue con su esposo “akaynic” hasta el firmamento.
Detrás de ellos, queriendo alcanzarlos, se fue corriendo el hombre-hermano-sol, pero no pudo lograrlo.
Todos se quedaron, sin embargo, en la bóveda celestial y no volvieron a bajar a las fiestas de los
hombres.

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La Añañuca
Es una flor típica de la zona norte de nuestro país, que crece específicamente entre Copiapó (Región de
Atacama) y el valle de Quilimarí (Región de Coquimbo). Pocos saben que su nombre proviene de una
triste historia de amor.
Cuenta la leyenda que en tiempos previos a la Independencia de Chile, en la localidad de Monte Patria,
vivía Añañuca, una bella joven indígena que todos los hombres querían conquistar, pero nadie lograba.
Un día llegó al pueblo un minero que andaba en busca de un tesoro. Al conocer a Añañuca, surgió el
amor entre ambos, por lo que decidieron casarse.
La pareja fue feliz durante un tiempo, pero una noche, el joven tuvo un sueño donde un duende le
revelaba el lugar en donde se encontraba la mina que por tanto tiempo buscó. A la mañana siguiente,
sin avisarle a nadie, ni siquiera a su mujer, partió a buscarla.
Añañuca, desolada, lo esperó y esperó, pero pasaban los días, las semanas, los meses y el joven minero
nunca regresó.
Se dice que éste habría sido víctima del espejismo de la pampa o de algún temporal, causando su
desaparición y, presuntamente, su muerte.
Añañuca pronto murió, producto de la gran pena de haber perdido a su amado. Fue enterrada por los
pobladores en pleno valle en un día de suave lluvia. Al día siguiente, salió el sol y todos los vecinos del
pueblo pudieron ver un sorprendente suceso. El lugar donde había sido enterrada la joven se cubrió por
una abundante capa de flores rojas.
Desde ese momento, se asegura que esta joven se convirtió en flor, como un gesto de amor a su esposo,
ya que de esta manera permanecerían siempre juntos. Así fue que se le dio a esta flor el nombre de
Añañuca.

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La Laguna del Inca
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Escondida en las alturas de la Cordillera de los Andes, en Portillo, se encuentra una hermosa laguna
que hoy se conoce como Laguna del Inca. Algunas personas aseguran que sus tranquilas aguas color
esmeralda se deben a una romántica historia de amor.
Antes que los españoles llegaran a estas tierras, los incas habían extendido sus dominios hasta las
riberas del río Maule, y como se consideraban hijos del Sol, las cumbres andinas eran el escenario ideal
para realizar sus rituales y ceremonias religiosas.
Según cuenta la leyenda, el inca Illi Yupanqui estaba enamorado de la princesa Kora-llé, la mujer más
hermosa del imperio. Decidieron casarse y escogieron como lugar de la boda una cumbre ubicada a
orillas de una clara laguna. Cuando la ceremonia nupcial concluyó, Kora-llé debía cumplir con el
último rito, que consistía en descender por la ladera del escarpado cerro, ataviada con su traje y joyas,
seguida por su séquito. Pero el camino era estrecho, cubierto de piedras resbalosas y bordeado por
profundos precipicios. Fue así como la princesa, mientras cumplía con la tradición, cayó al vacío.
Illi Yupanqui, al escuchar los gritos, se echó a correr, pero cuando llegó al lado de la princesa, ella
estaba muerta. Angustiado y lleno de tristeza, el príncipe decidió que Kora-llé merecía un sepulcro
único, por lo que hizo que el cuerpo de la princesa fuera depositado en las profundidades de la laguna.
Cuando Kora-llé llegó a las profundidades envuelta en blancos linos, el agua mágicamente tomó un
color esmeralda, el mismo de los ojos de la princesa. Se dice que desde ese día la Laguna del Inca está
encantada. Incluso hay quienes aseguran que en ciertas noches de plenilunio el alma de Illi Yupanqui
vaga por la quieta superficie de la laguna emitiendo tristes lamentos. 

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El Basilisco
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Criatura que tiene cabeza de gallo y un cuello largo como el de una serpiente. Nace de un pequeño
huevo incubado por una gallina vieja o un gallo rojo.
Cuando en los gallineros aparece, de vez en cuando, un pequeño huevo blanco-grisáceo, de
aproximadamente un centímetro de diámetro, redondo, de cáscara gruesa y rugosa, el pánico se
apodera de la gente de Chiloé, ya que de él nace el terrible y despiadado monstruo llamado Basilisco,
también conocido como Fasilisco, Athrathrao o Lagarto. Si se desea evitar que nazca, el huevo, puesto
por una gallina vieja o un gallo rojo, se debe quemar de inmediato.
El aspecto del Basilisco es una mezcla entre ave y reptil. Tiene cabeza de gallo, un cuello largo y
ondulante como de serpiente, cuerpo con forma de ave, con alas y patas pequeñas.
En el día se esconde bajo el piso de la casa en donde vive. En la noche, cuando todos duermen, sale de
su guarida emitiendo un hipnotizante canto parecido al gallo, que hace caer en una especie de coma a
los moradores. De esta forma, se introduce en los dormitorios y les absorbe el aliento y la saliva a sus
ocupantes, robándoles su fuerza interna.
Quien es atacado comienza a sufrir una tos seca y a enflaquecer, hasta que queda reducido a un
esqueleto. El final es trágico, pues uno a uno los habitantes de la casa enferman y fallecen. La única
forma de terminar con este monstruo es quemar la casa.
El Basilisco no sólo seca a los moradores de las viviendas, sino que también puede sorprender a una
madre que está amamantando. Cuando esta duerme, le succiona la leche de sus pechos, mientras
entretiene a su bebé dándole a chupar su cola.
Este engendro también posee el poder de matar a quien lo vea, sólo con su mirada. Si solamente le
alcanza a divisar un brazo o pierna, el individuo no muere, pero queda con aquel miembro paralizado
por el resto de sus días.

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Las tres Pascualas
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Las tres pascualas vivían en la naciente ciudad de Concepción, allá por el siglo XIX. Las tres eran
hermanas. Ellas, siendo jóvenes, lindas y lavanderas, solían ir diariamente a lavar la ropa en una laguna
cercana. Allí, entre lavado y lavado, cantaban canciones de amor. Y al caer la tarde, le pedían a la
laguna que, por favor, les trajera el verdadero amor de sus vidas.
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Un día vieron llegar por la orilla opuesta a un gallardo joven que, al verlas, se acercó hacia ellas y les
ofreció tertulia. Compartieron con el joven su comida y este las acompañó hasta que el sol se puso. Las
encontró muy lindas y malvadamente se propuso hacerlas suyas.
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Por otro lado, las tres Pascualas regresaron a su casa en silencio, arrobadas y cada una de ellas
convencida de que el hermoso joven había venido por ella ¡solo por ella!
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Por su lado, el joven regresó día a día a la laguna, dispuesto a rendirlas, una por una, a su pérfido
deseo.
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Llegaba por la mañana, ayudaba a la Pascuala menor a llevar la ropa a su cabaña, y en el trayecto, le
declaraba su ardiente amor. Cuando la Pascuala mayor partía al pueblo a comprar las provisiones,
enamoraba a la de al medio. Y cuando la menor preparaba la comida, juraba amor eterno a la mayor.
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Así, las tres Pascualas se enamoraron locamente. Como cada una se sentía la elegida, no se atrevían a
mirarse de frente, temerosas de despertar sus celos. Ya no cantaban: solo suspiros llenaban el atardecer.
La laguna ya no era verde y clara, si no turbia y revuelta como sus pobres almas, que le habían dado
todo a su bien amado.
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Y, entonces, el dichoso bien amado, habiendo logrado su propósito, ya no acudió a la cita. Esperaron
en vano, hora tras hora, día tras día. Por fin, se miraron cara a cara y sus propios ojos revelaron su triste
secreto.
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Muertas de pena, fuéronse internando calladas en las aguas, estas se agitaron formando un remolino.
Un temblor sacudió su fondo. La aguas se desbordaron, y al volver a su cauce, este tomó la forma de la
luna en cuarto menguante.
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Según cuentan los lugareños,desde entonces ciertas noches suelen verse las tres Pascualas, luego de
luna llena, lavando y lavando en la laguna que lleva su nombre. Creen que sus aguas no son buenas y
evitan su cercanía.
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LA LLORONA
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Quienes le han visto dicen que es una mujer revuelta y enlodada, ojos rojizos, vestidos sucios y
deshilachados. Lleva entre sus brazos un bultico como de niño recién nacido. No hace mal a la gente,
pero causan terror sus quejas y alaridos gritando a su hijo.
 
Las apariciones se verifican en lugares solitarios, desde las ocho de la noche, hasta las cinco de la
mañana. Sus sitios preferidos son las quebradas, lagunas y charcos profundos, donde se oye el chapaleo
y los ayes lastimeros. Se les aparece a los hombres infieles, a los perversos, a los borrachos, a los
jugadores y en fin, a todo ser que ande urdiendo maldades.
 
Dice la tradición que la llorona reclama de las personas ayuda para cargar al niño; al recibirlo se libra
del castigo convirtiéndose en la llorona la persona que lo ha recibido. Otras eversiones dicen que es el
espíritu de una mujer que mató por celos a la mamá y prendió fuego a la casa con su progenitora
dentro, recibiendo de ésta, en el momento de agonizar la maldición que la condenara: "Andarás sin
Dios y sin santa María, persiguiendo a los hombres por los caminos del llano".
 
Durante la guerra civil, se estableció en la Villa de las Palmas o Purificación, un Comando General,
donde concentraban gentes de distintas partes del país.
 
Uno de sus capitanes, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura
divertida para desahogar su pasado luctuoso de asalto y crimen, se instaló con su esposa en esta villa,
que al poco tiempo abandonó para seguir en la lucha.
 
Su afligida y abandonada mujer se dedicó a la modistería para no morir de hambre mientras su marido
volvía y terminaba la guerra.
 
Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la pobre señora
guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que formaba parte del batallón de reclutas que
venían de la capital hacia el sur, pero que por circunstancias especiales, debía demorar en aquella
localidad algunas semanas.
 
La viuda convencida de las aseveraciones sobre la muerte de su marido, creyó encontrar en aquel
nuevo amor un lenitivo para su pena, aceptó al joven e intimó con él.
 
Los días de locura pasional pasaron veloces y nuevamente la costurera quedó saboreando el abandono,
la soledad, la pobreza y sorbiéndose las lágrimas por la ausencia de su amado.
 
Aquella aventurera dejó huellas imborrables en la atribulada mujer, porque a los pocos días sintió
palpitar en sus entrañas el fruto de su amor.
 
El tiempo transcurría sin tener noticias de su amado. La añoranza se tornaba tierna al comprobar que se
cumplían las nueve lunas de su gestación.
 
Un batallón de combatientes regresaba del sur el mismo día que la costurera daba a luz un niño
flacuchento y pálido. Aquel cartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñín.
 
Al atardecer de aquel mismo día, llegó corriendo a su casa una vecina amiga, a informarle que su
esposo el capitán, no había muerto, porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo
de tropa que arribaba al campamento.
 
En tan importuno momento, esa noticia era como para desfallecer, no por el caso que pocas horas antes
había soportado, como por el agotamiento físico en que se encontraba. Miles de pensamientos fluían a
su mente febril. Se levanto decidida de su cama. Se colocó un ropón deshilachado, sobre sus hombros,
cogió al recién nacido, lo abrigó bien, le agarró fuertemente contra su pecho creyendo que se lo
arrebatarían y sin cerrar la puerta abandonó la choza, corriendo con dificultad. Se encaminó por el
sendero oscuro bordeado de arbusto y protegida por el manto negro de la noche.
 
Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, seguía corriendo, los nubarrones eran más densos, la
ptempestad se desato con más furia. La luz de los relámpagos le iluminaba el camino. La naturaleza
sacudía con estertores de muerte. La demente lloraba. Los arroyos crecieron, se desbordaron. Al
terminar la vereda encontró el primer riachuelo, pero ya la mujer no veía. Penetró a la corriente
impetuosa que la arrolló rápidamente. Las aguas bramaron. En sus estrepitosos rugidos parecía
percibirse el lamento de una mujer.

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La leyenda del perro negro
Escrita por: Luis Talamilla (Chile)
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Cuenta la leyenda que en el sector portuario, donde hoy se encuentran una serie de almacenes de
contenedores en donde antiguamente se levantaba una conocida población que fue desalojada producto
de los daños sufridos por el último terremoto que asoló a la región vivía un extraño personaje,
solitario, oscuro, y del cual se tejieron muchas historias. Una de ellas señala que este hombre tenía un
muy buen pasar, vestía ropas elegantes y siempre tenía mucho lujo a su alrededor, sin embargo quienes
le conocían, nunca supieron de un trabajo o actividad que desarrollara. Se comentaba por entonces que
este extraño personaje debía su fortuna a un tenebroso negocio.
Cuenta la leyenda que cuando ocurrió aquel terremoto y las autoridades comenzaron a desalojar a los
habitantes de esta población, en su casa no había rastros del propietario y según los vecinos desde la
mañana de ese mismo día nadie más lo vio.
En el desalojo fueron encontradas sus pertenencias, joyas, ropas e incluso un extraño libro negro sobre
su mesa de noche, un libro tan extraño como su dueño, escrito en una lengua poco común que entonces
quienes lo encontraron no consiguieron descifrar.
En su cuarto y a los pies de su cama sólo una pequeña imagen se movía, era un pequeño cachorro ,
un perro, que atentamente observaba las actividades de los extraños que ahí ingresaron. Uno de los
funcionarios tomó al pequeño guardián y lo sacó de la vivienda con el fin de despejar el área, el can en
silencio sólo observaba lo que ocurría con atención.
Pasó el tiempo y nadie volvió a ver al cachorro, en el lugar se levantaron una serie de bodegas en los
terrenos que fueron comprados por empresas del rubro portuario.
Luego de un año de este hecho ya en pleno funcionamiento del almacén portuario una noche un voraz
incendio se desató en el lugar, las llamas ardieron hasta quemar por completo las oficinas que en el
lugar se levantaron, ni el trabajo del personal de seguridad ni de bomberos que acudió al sitio lograron
evitar que el fuego consumiera toda la estructura. Entre los curiosos, uno de los funcionario detectó
entre las sombras una figura extraña, que desde las sombras observaba cada movimiento, se acercó y
consiguió ver en su total dimensión lo que ahí se encontraba.... sentado sobre sus patas traseras, un
perro negro , tan negro como la noche sin luna, con un pelaje brillante que en total calma observaba lo
ocurrido. El animal era totalmente negro, sólo sus ojos resplandecían con un brillo singular en la
oscuridad. Sentado miró atentamente durante las largas horas que duró el siniestro. Nuevamente, al
salir el sol, nadie más consiguió ver al extraño animal.
Pasado un año de este accidente, mientras en la bodega se realizaban trabajos de desestiva durante la
noche, repentinamente una cuerda que sostenía un pesado contenedor, cedió... cayendo desde una gran
altura mientras era sostenido por una grúa, el jefe de las bodegas quien dirigía las obras no libró con
vida, quedando mortalmente atrapado bajo la estructura.
Mientras los equipos de rescate trataban de liberar el cuerpo sin vida del administrativo, el mismo
funcionario que participó en la anterior emergencia sintió una extraña sensación que lo obligó a mirar
hacia el fondo del sitio... en la oscuridad, dos luces llamaron su atención, como dos intensos rubíes  
resplandecían en la noche... lentamente se acercó... y pudo comprobar con escalofríos nuevamente la
presencia de aquel extraño ser... sí, era él, nuevamente sentado en sus dos patas traseras y con la
misma calma observando todo lo que ocurría .
Luego de esta experiencia y con el temor a contarlo a sus compañeros de trabajo, el funcionario
comenzó a tener extrañas pesadillas, en las que veía a aquel can persiguiéndole por el patio de
contenedores, el miedo y la angustia comenzaron a demacrar al trabajador quien incluso se vio en la
obligación de pedir a sus jefes que por ningún motivo le destinaran el turno de noche en aquel lugar.
Así, otro año se fue, el funcionario no podía evitar sus reiteradas pesadillas en que veía la imagen de
esa criatura y más aún sus brillantes y rojos ojos que con un tenebroso brillo inundaban la noche.
Llegó la mañana de aquel día en que se recordaban las tragedias ocurridas en la bodega, el trabajador
como cada jornada se despertaba agotado por los terribles sueños en que era perseguido por la figura
del perro. Pasado el mediodía repentinamente el teléfono de su casa sonó... del otro lado al contestar su
jefe directo le informaba que una extraña enfermedad afectó a uno de sus compañeros de trabajo y se
veía en la obligación de pedirle que tomara su turno; él al pensar en su amigo y en lo inesperado del
llamado aceptó sin dudar y colgó el teléfono. Entonces se dispuso a sentarse a la mesa para almorzar
mientras narraba a su esposa la tragedia que ocurría con su colega de faenas, la esposa quien sabía de
las pesadillas de su marido pero no las causas comenzó a preparar un termo con café y unos
sándwiches, el hombre se la quedó mirando y le preguntó para qué era eso, ella le respondió:
- ¿Que acaso no vas a reemplazar a tu compañero enfermo?
- Sí -le respondió.
- Bueno, es que mientras tú te preparabas para el almuerzo tu jefe volvió a llamar para recordarte que
el turno que le correspondía a tu amigo... era el turno de noche.
Al escuchar esa palabra, a la que tanto temía, "noche", un escalofrío recorrió todo su cuerpo, la
angustia y la imagen de esa figura extraña no se alejaba de su mente.
Llegó la noche, y sus sudorosas manos se despidieron con una caricia en el rostro de su mujer, la que
no comprendía el rostro de angustia de su esposo. Se dirigía caminando lentamente como queriendo no
llegar al lugar, con el miedo a que ocurriera otra catástrofe como la de los años anteriores y peor aún
toparse nuevamente con aquella imagen en las sombras.
Llego así a su lugar de trabajo, abrió aquel portón de metal por el cual debía ingresar, recibió el turno
sin novedad  y se dirigió hacia la caseta donde pasaría la noche, solo ya que no habría faenas en la
jornada. Esto último le tranquilizó un poco ya que sin faenas el riesgo de algún accidente disminuía,
sin embargo su angustia seguía en su corazón y sus pensamientos.
Pasaron las horas, y justo a la medianoche decidió salir a hacer una ronda por el lugar, encendió un
cigarrillo y comenzó a caminar; con su linterna alumbraba a cada paso todos los rincones del almacén,
sin embargo sus ojos estaba preocupados por lo que la luz no alanzaba a tomar, las sombras aquellas
que tanto temor le producían.
Luego de caminar algunos metros y pasando frente a las instalaciones que hace un par de años fueron
víctimas del incendio, nuevamente un escalofrío tomó su cuerpo, una extraña sensación le advertía de
que no estaba solo.... de repente sin explicación su linterna se apagó, el cigarrillo no se pudo sostener
en su boca y cayó al piso, desde el fondo en la oscuridad, nuevamente esas luces rojas que se hacían
cada vez más intensas, su corazón comenzó a latir a mil por hora y su cuerpo totalmente paralizado no
le permitía mover ni un músculo.
Sin poder ver nada, en las sombras sus oídos comenzaron a sentir unos pequeños pasos muy leves que
se acercaban, eran pasos de un animal... era él, la causa de sus pesadillas, el miedo que cada noche le
aterraba al ir a la cama. De repente sin saber cómo logró salir del trance y comenzó a correr, se dirigió
a la puerta del almacén pero no estaba, la puerta había desaparecido, no había manera de salir del lugar,
siguió corriendo, buscando un lugar para refugiarse, a sus espaldas el ruido de las patas del can que
lo seguían cada vez más cerca , cada vez más fuerte, las puertas de las oficinas estaban cerradas, no
había un solo lugar para estar a salvo y al fin llegó al fondo del patio donde no encontró salida.
Se detuvo. Volteó y allí estaba, a unos pasos, la bestia totalmente negra, con sus intensos ojos rojos. De
repente entre las sombras sin saber de donde, apareció la oscura sombra de un señor, un hombre de fina
estampa, alto, delgado, que vestía completamente de negro. Se acercó, acarició la cabeza del can, soltó
una leve risa y miró a los ojos del angustiado trabajador. Dio otros pasos, se acercó y le habló:
- Veo que ya conoces a mi guardián, él cuida de mi casa mientras no estoy, no temas ya que sólo
defiende lo que es de su amo.
Luego una diabólica carcajada se escuchó en lo extenso del almacén de contenedores.
Al llegar las primeras horas del día, quienes llegaron al turno de mañana se encontraron con una
extraña imagen, el trabajador estaba sentado en su caseta, con la mirada perdida, desde ese día no dijo
una palabra más, los médicos aún no se explican qué ocurrió. Hoy se encuentra internado, su voz se
extinguió, sólo él sabe lo que ocurrió esa noche y su familia se angustia al ver que cada noche al
cumplirse un año desde ese extraño hecho sólo se acerca a la ventana y con los ojos llenos de lágrimas
y su rostro empapado de miedo observa la luna que ilumina la ciudad.
Cuenta la leyenda que desde entonces cada noche de tormenta, es posible ver deambular por las calles
de la ciudad la extraña y misteriosa figura de aquel animal de pelaje negro como la noche y de ojos
rojos como rubíes, es él, el perro negro, y no camina solo, a su lado siempre a su lado, su amo, el
hombre de oscura estampa y de diabólica carcajada, cuyo nombre mejor no diremos, para que usted
pueda dormir tranquila, esta noche.
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La Carreta Bruja
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Cuentan que desde hace mucho tiempo, y hasta la fecha, todos los viernes por las noches, en algunos
pueblos de El Salvador, al filo de la media noche se escucha el sonar de una carreta que comienza en lo
profundo de los llanos y se acerca lentamente, se puede escuchar claramente el chirrido de las ruedas al
rozar con los ejes con resequedad de grasa.
 
Hay muchas historias de la carreta bruja, os contaré hoy la experiencia de Majin un señor que
avanzada edad que vivía, cuando era joven, en un pueblito del norte de El Salvador, sucede que una
noche que él venía de visitar unos parientes en la noche, era casi media noche pero él ya estaba
acostumbrado a caminar por aquellos caminos oscuros, solo con la luz de la luna.
 
A Majin ya nada le asustaba, se había topado con el Cipitillo, la Siguanaba y en ocasiones le
acompañaba el Cadejo, pero esa noche ni Palomo su perro guardián iba con él. De repente faltando
unos 2 kilómetros para llegar a su pueblo sintió el ruido de una carreta que se acercaba, de repente
pensó, será don Concho que viene noche de traer zacate, o será que se les había arruinado, en fin
muchas ideas pasaron por su cabeza.
 
Cada vez aquel ruido se hacia más cercano y estrepitoso, para eso Majin estaba por llegar al pueblo,
solo le faltaba pasar junto al cementerio, siempre sentía escalos fríos al pasar por ese lugar, así que solo
se persignó y siguió su camino, al lograr pasar la carreta estaba casi a sus espaldas, cuando sintió una
corriente de frío helado que recorrió toda su espalda.
 
Lo que más le encrespó el cabello fue cuando las gallinas comenzaron con su característico chillar de
miedo, los perros salieron espantados asustados, eso infundió mas miedo, él sabia que la carreta no era
nada bueno, así que se persignó y medio se brincó un alambrado y se refugió detrás de unos piñales
cuando sintió que la carreta esta casi enfrente, rezó oraciones.
 
En ese momento se iba apareciendo un bulto, que al ver más de cerca pudo ver la figura de una carreta
resquebrajada que avanzaba lentamente, además no tenía bueyes, y en la punta de sus trinquetes
llegaban calaveras, en su interior yacían cuerpos de personas, a las cuales no reconoció, y tras ella
avanzaban seres con la cabeza de zacate, pasó frente a él y se alejó, Majin no se acuerda como llegó a
su casa, solo que paso 3 días con fiebre, desde ese día ya no se deja agarrar más de la noche y peor si es
viernes.
 
Muchos dicen que la carreta pasaba por los pueblos llevándose el alma de las personas malas y otros
dicen que esta leyenda comienza cuando un hombre fue ganado por el diablo y obligaba a sus bueyes a
entrar a una iglesia, pero los bueyes se resistían y no lo hicieron, sino que reventaron sus coyundas y
escaparon, la carreta rodó sin bueyes cuesta bajo lo raro es que nunca la encontraron, pero la carreta
siempre recorre las calles de pueblos y ciudades solitarias en busca de almas malas.
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La niña de nieve
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Sentada en el rincón de la chimenea, la anciana suspiraba quedamente mientras revolvía la sopa:
nunca se había sentido tan triste. Muchos, muchos años habían pasado y habían dejado el peso de
los inviernos sobre sus hombros y habían encanecido sus cabellos sin traerle siquiera un hijito.
Tanto a ella como a su viejo y
querido esposo les apenaba su falta, porque fuera había muchos niños jugando en la nieve. Les
resultaba duro aceptar que ninguno fuera en verdad el suyo. Pero, ¡ay!, ahora ya no les quedaban
esperanzas de obtener tal bendición. No verían nunca un gorrito de piel colgado de la repisa de la
chimenea, ni dos zapatillas secándose junto al fuego.
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El anciano trajo un haz de leña y se sentó. Luego, mientras oía a los niños reírse y batir palmas,
miró por la ventana. Allí estaban, bailando alegremente alrededor del muñeco de nieve que
acababan de hacer.
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Se sonrió al ver el evidente parecido que el muñeco tenía con el alcalde del pueblo, tan gordo y
pomposo era.
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-Mira, Marusha -le dijo a su mujer-. Ven a ver el muñeco que han hecho.
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Juntos ante la ventana, se rieron al ver cuánto se divertían los niños. De repente, el anciano se
volvió hacia Marusha con una brillante idea.
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-Salgamos a ver si nosotros también podemos hacer un muñequito de nieve.
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Pero la anciana se rió de él.
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-¿Qué dirían los vecinos? Se burlarían de nosotros, seríamos el hazmerreír del pueblo. Ya somos
demasiado viejos para jugar como niños.
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-Sólo uno pequeño, Marusha, solamente un muñeco pequeñín. Yo me ocuparé de que nadie nos
vea.
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-De acuerdo, de acuerdo –dijo ella riéndose-, haremos lo que quieras, Youshko, como siempre.
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Dicho esto, apartó la olla del fuego, se puso un gorro y salieron. Al pasar junto a los niños, se
detuvieron y se quedaron jugando un momento con ellos, porque ahora ellos también se sentían
casi como niños. Luego avanzaron con dificultad por la nieve hasta llegar a un bosquecillo; y,
detrás de él, allí donde la nieve era blanca y hermosa y nadie podía verlos, se sentaron a hacer el
muñeco.
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Youshko se empeñó en que debía ser muy pequeño y su mujer estuvo de acuerdo en que debía
tener
casi el tamaño de un recién nacido. Arrodillados en la nieve, modelaron el cuerpecito en un abrir
y cerrar de ojos. Ahora únicamente les faltaba la cabeza para finalizar. Dos gordas bolas de nieve
formaron las mejillas y el rostro, y una muy grande la cabeza. Luego colocaron un puñado para
la nariz e hicieron dos agujeros, uno a cada lado, a modo de ojos.
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No bien estuvo terminado, retrocedieron para mirarlo, riéndose y aplaudiendo como dos niños.
De pronto, se detuvieron. ¿Qué había ocurrido? ¡Algo muy extraño, por cierto! Allí donde
estaban los agujeros, vieron dos melancólicos ojos azules que les miraban.
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Luego, el rostro del pequeño muñeco dejó de ser blanco. Las mejillas se volvieron redondas,
tersas y brillantes, y dos labios rosados comenzaron a sonreírles.
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Un soplo de viento barrió la nieve de la cabeza, transformándola en unos bucles muy rubios que
escapaban de un blanco gorro de piel y caían sobre sus hombros. Al mismo tiempo, un poco de
nieve, resbalando por el cuerpecito, cayó y tomó la forma de una bonita prenda blanca. Luego,
de repente y antes de que pudieran reaccionar, el muñeco se había convertido en la más bella
niñita que jamás hubieran visto. Se miraron el uno al otro de soslayo e, incrédulos, se rascaron la
cabeza.
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Pero aquello era tan real como la vida misma. Allí ante ellos estaba de pie la niña, toda de rosa y
blanco. Estaba viva de verdad, pues corrió hacia ellos. Y cuando se agacharon para alzarla, puso
un brazo alrededor del cuello de la anciana y con el otro cogió el del anciano y les dio a cada uno
un beso y un abrazo.
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Rieron y lloraron de felicidad y, luego, recordando súbitamente cuán reales pueden parecer
algunos sueños, se pellizcaron el uno al otro. Aun así no se creyeron seguros, pues los pellizcos
podían ser parte del sueño. Y, ante el temor de despertarse y que se rompiera el encanto,
arroparon rápidamente a la pequeña y emprendieron el regreso a casa.
!
Por el camino encontraron a los niños, que todavía jugaban con su muñeco; las bolas de nieve
que les lanzaron por detrás eran muy reales, pero, aun así, también podían haber sido parte del
sueño. Aunque cuando estuvieron dentro de la casa y vieron la chimenea, la olla de sopa junto al
fuego, el haz de leña a un costado y todo tal cual lo habían dejado, se miraron con lágrimas en los
ojos y ya no volvieron a temer que todo aquello fuera un sueño.
!
De pronto, allí estaban el gorrito blanco de piel colgando de la repisa de la chimenea y los
zapatitos secándose al calor del fuego, mientras la anciana cogía a la niña en su regazo y le
cantaba suavemente una nana. El anciano puso la mano sobre el hombro de su esposa y ella alzó
la vista.
!
-¡Marusha!
!
-¡Youshko!
!
-¡Al fin tenemos una niñita! La sacamos de la nieve, así que la llamaremos Snegorotchka.
!
La anciana asintió con la cabeza y luego se besaron. Cuando terminaron de cenar se fueron a la
cama seguros de que, por la mañana temprano, encontrarían a la niña todavía con ellos. Y no se
equivocaron.
!
Allí estaba, de pie entre los dos, parloteando y riéndose. Pero había crecido y su cabello era
ahora dos veces más largo que la noche anterior. Cuando ella los llamó «papá» y «mamá»,
sintieron un placer tan grande como si fueran jóvenes y estuvieran bailando ágilmente; pero, en
lugar de bailar, se abrazaron y lloraron de alegría. Aquel día lo celebraron con un gran banquete.
Marusha estuvo ocupada toda la mañana cocinando todo tipo de delicias, mientras su marido
daba vueltas por el pueblo para reunir a los violinistas.
!
Todos los niños y las niñas del lugar fueron invitados; comieron, cantaron, bailaron y se
divirtieron hasta el amanecer. Mientras volvían a casa, las niñas hablaban de lo bien que lo
habían pasado, pero los niños estaban muy silenciosos; pensaban en la bella Snegorotchka, con
sus ojos azules y sus dorados cabellos.
!
Después de aquel día la pequeña de Marusha y Youshko jugó con los otros niños y les enseñaba
cómo hacer castillos y palacios de nieve con salones de mármol, tronos y hermosas fuentes.
Parecía que con la nieve y sus finos dedos podía hacer todo lo que quisiera, como si se construyese
ella misma. Todos estaban encantados, y, sobre todo, cuando les enseñaba cómo bailaban los
copos de nieve, primero con enérgicos remolinos y luego suave y delicadamente, ninguno podía
pensaren ninguna otra cosa que en la Niña de Nieve.  Era la pequeña reina mágica de los niños,
la alegría de los mayores y la luz de las vidas de Marusha y Youshko.
!
Pero ya se iban terminando los meses de invierno. Con pasos suaves y firmes se retiraban de las
cumbres de las montañas y se perdían detrás del horizonte. La tierra comenzaba a cubrirse de
verde, los árboles vestían su desnudez y los pájaros del año anterior cantaban las canciones de
este año.
!
Las flores tempranas derramaban su aroma en la brisa y una ráfaga de aire cálido acariciaba las
mejillas y alentaba una grata promesa en el aire. Los bosques, los prados y las fuentes estaban
inquietos y conmovidos y un nuevo espíritu todo lo envolvía: Era como si la Primavera,
amarrada durante el largo invierno, quisiese pegar el estirón definitivo para poder expandirse
libre.
!
Una tarde, Marusha, sentada en el rincón de la chimenea, mientras revolvía la sopa, cantaba una
canción, pues nunca se había sentido tan llena de felicidad. El anciano Youshko acababa de traer
un haz de leña que dejó en el suelo. Todo parecía igual que aquella tarde de invierno cuando
vieron a los niños bailando alrededor del muñeco de nieve; pero lo que hacía que ahora todo
fuera diferente era Snegorotchka, la luz de sus ojos, que, sentada junto a la ventana, contemplaba
la verde hierba y el follaje de los árboles. Youshko, que la estaba mirando, se dio cuenta de que su
rostro estaba pálido y sus ojos tenían un tono menos azul de lo habitual.
!
-¿No te sientes bien, pequeña? -le preguntó.
!
-No, padre -respondió con tristeza-. ¡Ay, añoro tanto la blanca nieve! La hierba verde no es ni la
mitad de bonita. Me gustaría que la nieve llegase otra vez.
!
-Pues ¡claro que sí! La nieve llegará nuevamente -contestó el anciano-. ¿Acaso no te gustan las
hojas de los árboles y las flores?
!
-No son tan bonitas como la pura nieve blanca -y la niña tembló.
!
Al día siguiente ella tenía un aspecto tan triste y estaba tan pálida que sus padres se asustaron y
se dirigieron una mirada de inquietud.
!
-¿Qué le pasa a la niña? -dijo Marusha.
!
Youshko movió la cabeza mirando alternativamente a Snegorotchka y al fuego.
!
-Hija mía -dijo al fin-, ¿Por qué no sales a jugar con los demás niños? Están todos divirtiéndose
en el bosque; pero he notado que ahora nunca juegas con ellos. ¿Por qué, querida mía?
!
-Padre, no lo sé, pero mi corazón parece que se convierte en agua cuando el suave y tibio viento
me trae el perfume de las flores.
!
-Nosotros iremos contigo, hija mía -dijo el anciano-, pondré mi brazo sobre ti y te protegeré del
viento. Ven, te mostraremos todas las bellas flores del campo, te diremos sus nombres y tú
acabarás amándolas..
!
Marusha retiró la olla del fuego y los tres juntos salieron de casa. Youshko rodeó a la niña con su
brazo para protegerla del viento, pero no habían ido muy lejos cuando el cálido perfume de las
flores llegó hasta ellos flotando en la brisa, y la Niña de Nieve tembló como una hoja. Los
ancianos la besaron y consolaron y se dirigieron al campo, al lugar donde crecían las flores más
bonitas.
!
De repente, mientras atravesaban un bosquecillo de grandes árboles, un brillante rayo de sol se
cruzó como un dardo y Snegorotchka se puso la mano sobre los ojos y lanzó un grito de dolor.
!
Se detuvieron y la miraron. Por un momento, mientras se desmayaba en brazos del anciano, sus
ojos se encontraron con los suyos. Y por su rostro se deslizaban lágrimas que, al caer, brillaban a
la luz del sol.
!
Y comenzó a volverse más y más pequeña, hasta que al fin todo lo que quedó de Snegorotchka -
Niña de Nieve, Nievecita- era una gota de rocío brillando sobre la hierba, una lágrima que había
caído en la corola de una flor. Youshko la recogió con delicadez y, sin decir palabra, se la ofreció
a Marusha.
!
En ese preciso momento los dos ancianos, Marusha y Youshko, comprendieron que su pequeña y
querida niña estaba hecha simplemente de nieve y se había derretido al calor del sol.
!
!
La Leyenda de los Volcanes
!
Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.
Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en las
calles y en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del
Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y
Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el
que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos destrozados y las ropas tremolando
al viento en jirones ensangrentados.
Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era
el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios
cojo de la guerra. Los estándares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios
maestros del arte de la estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus
propios labios la explicación de su vergonzosa derrota.
Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son
de conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y
los Vixtotis a quienes era preciso ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían
transcurrido y se pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los
guerreros abatidos y llenos de vergüenza.
Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su
valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era así llamada la
Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos
los escudos aunque ensangrentados con la sangre de sus enemigos.
Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras
de sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el
orgullo de su estirpe.
Ocultaban los hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos
para que no fueran testigos de a que retorno deshonroso.
Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante
altivo y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra un abrumador
número de hombres de las razas del Sur.
La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada del
guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así se llamaba la
mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de improviso, porque aquel guerrero
azteca era su amado y le había jurado amor eterno.
Se revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho su
esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el guerrero azteca, su
dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los zapotecas.
--¡Me has mentido, hombre vil y más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así se llama el
escorpión-; me has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre lo he
amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para siempre!
Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su huipil echó a
correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor.
Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de Texcoco,
cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del marido y pudo comprobar
que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de la macana y separándose de las filas de
guerreros humillados se lanzó en seguimiento de los dos.
Pocos pasos separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les dio alcance el
guerrero azteca.
No hubo ningún intercambio de palabras porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca
extrajo el venablo que ocultaba bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de
dientes de jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí. Chocaron el amor y la mentira.
El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca mandaba furioso
golpes de macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su amada haciendo uso de arteras
engañifas.
Y así se fueron yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas donde
saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las orillas limosas. Mucho tiempo
duró aquél duelo.
El tlaxcalteca defendiendo a su mujer y a su mentira.
El azteca el amor de la mujer a quien amaba y por quien tuvo arrestros para regresar vivo al Anáhuac.
Al fin, ya casi al atardecer, el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien huyó hacia su país, hacia
su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del azteca.
El vencedor por el amor y la verdad regresó buscando a su amada Xochiquétzal.
Y la encontró tendida para siempre, muerta a la mitad del valle, porque una mujer que amó como ella
no podía vivir soportando la pena y la vergüenza de haber sido de otro hombre, cuando en realidad
amaba al dueño de su ser y le había jurado fidelidad eterna.
El guerrero azteca se arrodilló a su lado y lloró con los ojos y con el alma. Y cortó maravillas y flores
de xoxocotzin con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa Xochiquétzal. Corono sus
sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es la flor del corazón y trajo un incensario en donde
quemó copal. Llegó el zenzontle también llamado Zenzontletole, porque imita las voces de otros
pajarillos y quiere decir 400 trinos, pues cuatrocientos tonos de cantos dulces lanza esta avecilla.
Por el cielo en nubarrones cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte.
Y cuenta la leyenda que en un momento dado se estremeció la tierra y el relámpago atronó el espacio y
ocurrió un cataclismo del que no hablaban las tradiciones orales de los Tlachiques que son los viejos
sabios y adivinos, ni los tlacuilos habían inscrito en sus pasmosos códices. Todo tembló y se anubló la
tierra y cayeron piedras de fuego sobre los cinco lagos, el cielo se hizo tenebroso y las gentes del
Anáhuac se llenaron de pavura.
Al amanecer estaban allí, donde antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la forma
inconfundible de una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas y otra alta y elevada adoptando
la figura de un guerrero azteca arrodillado junto a los pies nevados de una impresionante escultura de
hielo.
Las flores de las alturas que llamaban Tepexóchitl por crecer en las montañas y entre los pinares, junto
con el aljófar mañanero, cubrieron de blanco sudario las faldas de la muerta y pusieron alba blancura
de nieve hermosa en sus senos y en sus muslos y la cubrieron toda de armiño.
Desde entonces, esos dos volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por
nombres Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatepetl, que se traduce por montaña que
humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso pebetero.
En cuanto al cobarde engañador tlaxcalteca, según dice también esta leyenda, fue a morir desorientado
muy cerca de su tierra y también se hizo montaña y se cubrió de nieve y le pusieron por nombre
Poyauteclat, que quiere decir Señor Crepuscular y posteriormente Citlaltepetl o cerro de la estrella y
que desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca podrá ya separar.
Eran los tiempos en que se adoraba al dios Coyote y al Dios Colibrí y en el panteón azteca las
montañas eran dioses y recibían tributos de flores y de cantos, porque de sus faldas escurre el agua que
vivifica y fertiliza los campos.
Durante muchos años y poco antes de la conquista, las doncellas muertas en amores desdichados o por
mal de amor, eran sepultadas en las faldas de Iztaccihuatl, de Xochiquétzal, la mujer que murió de
pena y de amor y que hoy yace convertida en nívea montaña de perenne armiño.

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  • 2. ! EL TRAUCO Leyenda de Chiloé! ! El Trauco, es un hombre pequeño, no mide más de ochenta centímetros de alto, de formas marcadamente varoniles, de rostro feo, aunque de mirada dulce, fascinante y sensual; sus piernas terminan en simples muñones sin pies, viste un raído traje de quilineja y un bonete del mismo material, en la mano derecha lleva un hacha de piedra, que reemplaza por un bastón algo retorcido, el Pahueldún, cuando está frente a una muchacha. Es el espíritu del amor fecundo, creador de la nueva vida, padre de los hijos naturales. Habita en los bosques cercanos a las casas chilotas. Para las muchachas solteras, constituye una incógnita que les preocupa y las inquieta. Según opinión de unas, se trata de un horrible y pequeño monstruo, que espanta y de cuya presencia hay que privarse, a toda costa. Otras opinan distinto y manifiestan, que si bien es feo, no es tan desagradable, sino, muy por el contrario, atractivo... Otras en lucha tenaz y permanente, dicen haberlo eliminado de sus pensamientos, en los que alguna vez vibró quemando sus entrañas... Las madres toman todas las precauciones, para evitar que sus hijas, ya “solteras”, viajen solas al monte, en busca de leña o de hojas de “radal”, para el “caedizo” de las ovejas, generalmente es en el curso de estas faenas, cuando “agarra”, o con más propiedad “sopla”, con su “pahueldún”, a las niñas solitarias, pero nunca si van acompañadas, aún de sus hermanitos menores. El Trauco no actúa frente a testigos...éste, siempre alerta, pasa gran parte del día colgado en el gancho de un corpulento “tique”, en espera de su víctima. En cuanto obscurece, regresa a compartir la compañía de su mujer, gruñona y estéril, la temida Fiura. Cuando desea conocer de cerca, las características de su futura conquista, penetra en la cocina o fogón, donde se reúne, al atardecer toda la familia, transformado en un manojo de quilineja, que en cuanto alguien intenta asirlo, desaparece en las sombras. A las muchachas que le tiene simpatía, les comunica su presencia depositando sus negras excretas, frente a la puerta de sus casas. Todo su interés se concentra hacia las mujeres solteras, especialmente si son atractivas. No le interesan las casadas. Ellas podrán ser infieles, pero jamás con él. Cuando divisa desde lo alto de su observatorio a una niña, en el interior del bosque, desciende veloz a tierra firme y con su hacha, da tres golpes en el tronco de tique, donde estaba encaramado, y tan fuerte golpea, que su eco parece derribar estrepitosamente todos los árboles. Con ello produce gran confusión y susto en la mente de la muchacha, que no alcanza a reponerse de su impresión, cuando tiene junto a ella, al fascinante Trauco, que la sopla suavemente, con el Pahueldún. No pudiendo resistir la fuerza magnética, que emana de este misterioso ser, clava su mirada en esos ojos centellantes, diabólicos y penetrantes y cae rendida junto a él, en un dulce y plácido sueño de amor.... Transcurridos minutos o quizás horas, ella no lo sabe, despierta airada y llorosa; se incorpora rápidamente, baja sus vestidos revueltos y ajados, sacude las hojas secas adheridas a su espalda y cabellera en desorden, abrocha ojales y huye, semiaturdida, hacia la pampa en dirección a su casa. A medida que transcurren los meses, van apreciándose transformaciones, en el cuerpo de la muchacha, poseída por el Trauco. Manifestaciones que en ningún instante trata de ocultar, puesto que no se siente pecadora, sino víctima de un ser sobrenatural, frente al cual, sabido es, ninguna mujer soltera está lo suficientemente protegida... A los nueve meses nace el hijo del Trauco, acto que no afecta socialmente a la madre ni al niño, puesto que ambos, están relacionados con la magia de un ser extraterreno; quien no siempre responde al “culme”, lanzado con el objeto de alejarlo y escapar de los efectos de su presencia; o los azotes, dados a su Pahueldún, que debería afectarlo intensamente; como en igual forma a la quema de sus excrementos. Su potencia es tal, que en ciertas ocasiones, nada ni nadie puede detenerlo… !
  • 3. ! El regalo de los Antepasados (Leyenda Mapuche)       Antes de que los Mapuches descubrieran como hacer el fuego, vivían en grutas de la montaña; a las que llamaban "casa de piedra". Temerosos de las erupciones volcánicas y de los cataclismos, sus dioses y sus demonios eran luminosos. Entre estos, el poderoso Cheruve. Cuando se enojaba, llovían piedras y ríos de lava. A veces el Cheruve caía del cielo en forma de aerolito. Los Mapuches creían que sus antepasados revivían en la bóveda del cielo nocturno. Cada estrella era un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias. El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez que salía el Sol, los saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses. Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos; para abrigarse en tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían domesticado. Tenían horror a la oscuridad que era signo de enfermedad y muerte. En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre y Licán, la hijita. Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vio un signo nuevo, extraño, en el poniente: una enorme estrella con una cabellera dorada. Preocupado, no dijo nada a su mujer y tampoco a los indios que vivían en las grutas cercanas. Aquella luz celestial se parecía a la de los volcanes, ¿traería desgracias?, ¿quemaría los bosques?. Aunque Caleu guardó silencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir que podría significar el hermosos signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas. El verano estaba llegando a su fin y las mujeres subieron una mañana muy temprano a buscar frutos de los bosques para tener comida en el tiempo frío. Mallén y su hijita Licán treparon también a la montaña. -Traeremos piñones dorados y avellanas rojas -dijo Mallén. -Traeremos raíces y pepinos del copihue -agregó Licán La niña acompaño otras veces a su madre en estas excursiones y se sentía feliz. -Vuelvan antes de que caiga la noche -les advirtió Caleu. -Si nos sorprende la noche, nos refugiaremos en una gruta que hay allá arriba, en los bosques -lo tranquilizó Mallén. Las mujeres llevaban canastos tejidos con enredaderas. Parecía una procesión de choroyes, conversando y riendo todo el camino. Allá arriba había gigantescas araucarias que dejaban caer lluvias de piñones. Y los avellanos lucían sus frutas redondas, pequeñas, rojas unas, color violeta y negras otras, según iban madurando. No supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por ocultarse. Asustadas, las mujeres se echaron los canastos a la espalda y tomaron a sus niños de la mano. -¡Bajemos, bajemos! -se gritaban unas a otras. -No tendremos tiempo. Nos pillará la noche y en la oscuridad nos perderemos para siempre -advirtió Mallén. -¿Qué haremos entonces? -dijo la abuela Collalla, que no por ser la más vieja, era la más valiente. -Yo sé donde hay una gruta por aquí cerca, no tenga miedo, abuela -dijo Mallén. Guió a las mujeres con sus niños por un sendero rocoso. Sin embargo, al llegar a la gruta, ya era de noche. Vieron en el cielo del poniente la gran estrella con su cola dorada. La abuela Collalla se asustó mucho. -Esa estrella nos trae un mensaje de nuestros antepasados que viven en la bóveda del cielo -exclamó. Licán se aferró a las faldas de su madre y lo mismo hicieron los demás niños. -Vamos, entremos a la gruta y dormiremos bien juntas para que se nos pase el miedo -dijo Mallén. -Eso sería lo mejor, murmuró Collalla, temblorosa. Ella conocía viejas historias, había visto reventarse volcanes, derrumbarse montañas, inundarse territorios, incendiarse bosques enteros.
  • 4. No bien entraron a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y la Luna, sus espíritus protectores. Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer cascajos del techo de la gruta. El grupo se arrinconó, aterrorizado. Cuando pasó el terremoto, la montaña siguió estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso. Las mujeres palparon a sus hijos, no, nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia la boca blanquecina de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas. -¡Miren! -gritó Collalla. ¡Piedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo. Cómo luciérnagas de un instante, las piedras rodaron cerro abajo y con sus chispas encendieron un enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada. El fuego iluminó la noche y las mujeres se tranquilizaron al ver la luz. -La estrella con su espíritu protector mandó el fuego para que no tengamos miedo -dijo la abuela Collalla riendo. Niños y mujeres también rieron, aplaudiendo el fuego. El grupo silencioso contempló las llamas como si fueran el mismo Padre Sol que hubiera venido a acompañarlas. Se sentaron junto a la gruta, oyendo crepitar las llamas como música desconocida. Al rato, llegaron los hombres desafiando las tinieblas por buscar a sus niños y mujeres. Caleu se acercó al incendio y cogió una llama ardiente; los otros lo imitaron y una procesión centelleante bajó de los cerros hasta sus casas. Por el camino iban encendiendo otras ramas para guiarse. Al otro día, oyendo el relato de las piedras que lanzaban chispas, los indios subieron a recogerlas y al frotarlas junto a ramas secas lograron encender pequeñas fogatas.   Habían descubierto el pedernal. Habían descubierto cómo hacer el fuego. Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus alimentos.

  • 5. ! La gran inundación (Leyenda Kawéscar - Chile) (Se llamaban a sí mismos kaweskar, pero sus vecinos, en forma despectiva, los denominaron alacalufes -come mejillones- por su costumbre de alimentarse de mariscos). Se cuenta entre los Kawéskar, que hace mucho tiempo, un joven salió en busca de una nutria tabú y la mató. Esto lo hizo cuando sus padres estaban ausentes. Ellos habían partido lejos, en la caza de nutrias y aves, para su sustento. Cuando el joven mató a la nutria, se desató un gran viento y una fuerte tormenta comenzó a rugir. Una gran marejada cubrió la tierra. El joven que había matado la nutria, logró sobrevivir junto a su mujer y para salvar su vida, huyó a la cima de un cerro. Allí aguardó hasta que la gran marea bajó. Decidió descender entonces, aprovechando la marea baja, pero se percató que su hermano y sus padres habían muerto ahogados. Más allá, se dio cuenta que todos se habían ahogados y al retirarse el mar, vio animales, orcas y ballenas esparcidos por el bosque. Se fueron los dos tristes y comenzaron a construir una choza. Como no tenían con que cubrir la choza, lo hicieron con pasto y allí permanecieron hasta el nuevo día. Con el frío, el joven soñó que veía un coipo; y soñó con comida también. Mientras soñaba que comía, se despertó. -"¿Por qué estaba soñando con un coipo?- Yo mataba al coipo, me lo comía cuando soñaba. - ¿Y con qué fuego?" Después se quedó dormido nuevamente, se quedó dormido y luego despertó y despertó a su mujer.  -Oye, mira, ve a traer un palo quebrado, pues estaba soñando y sé que va a entrar un coipo y tú lo vas a matar, para comer.-  Se quedó dormido y, nuevamente vio en sueños lo mismo. Su mujer seguía despierta, cuando, de pronto entró una manada de coipos y ella los iba matando con un garrote uno por uno, con lo que obtuvieron la comida necesaria para sobrevivir. !
  • 6. ! LOS SIETE EXPLORADORES Leyenda de la Isla de Pascua ! La leyenda cuenta que, precediendo al viaje de su rey y por instrucciones de un vidente, siete navegantes llegaron a la isla de Pascua buscando un lugar adecuado para instalarse y sembrar ñame, (tubérculo base de la alimentación de los inmigrantes). Dos de ellos traían, además, un moai y un collar de madreperlas, que escondieron y que luego dejaron abandonados cuando regresaron a su tierra de Hiva. Sólo un explorador se quedó en la isla. Por eso, que cuando Hotu Matúa llegó a la isla, ésta ya estaba poblada; ya existía en ella el ñame; y también había moais. Algunos estudiosos opinan que los siete exploradores simbolizan a siete generaciones que habitaron el lugar; o quizás a siete tribus inmigrantes, de las cuales sólo una sobrevivió y se mezcló con la gente de Hotu Matúa. El rey Hotu Matúa murió 20 años después de su llegada a la isla y le sucedió su hijo mayor, Tuu Maheke. El último de esta dinastía fue Gregorio o Roroko he tau, llamado también el rey niño, que falleció en 1886, y aunque algunos lugareños tienden a pensar que la sucesión dinástica no tuvo desvíos ni interrupciones, hay varios indicios de que el linaje dinástico tuvo muchas alteraciones. Se cuenta que poco después de los primeros polinesios llegó a la isla una segunda inmigración. El origen de estos nuevos pobladores es polémico, ya que sus características raciales difieren de las de aquellos que se consideraban nativos. Estos nuevos habitantes fueron llamados Hanau eepe, que significa “raza ancha”, y en efecto, éstos eran más corpulentos y robustos que los Hanau momoko o raza delgada que ocupaban desde antes el lugar. Los Hanau eepe tenían muy desarrollados los lóbulos de las orejas característica por la cual muchos antropólogos los asocian con los incas y sus grandes pabellones descriptos por Francisco Pizarro en sus informes. Aunque éste es un tema no desentrañado aún, y los orejas cortas y los orejas largas tienen un origen confuso, pero cuya existencia está afianzada por testimonios en el pasado.

  • 7. ! Leyenda Mapuche DOMO Y LITUCHE Hace infinidad de lluvias, en el mundo no había más que un espíritu que habitaba en el cielo. Solo él podía hacer la vida. Así decidió comenzar su obra cualquier día. Aburrido un día de tanta quietud decidió crear a una criatura vivaz e imaginativa, la cual llamó "Hijo", porque mucho le quiso desde el comienzo. Luego muy contento lo lanzó a la tierra. Tan entusiasmado estaba que el impulso fue tan fuerte que se golpeó duramente al caer. Su madre desesperada quiso verlo y abrió una ventana en el cielo. Esa ventana es Kuyén, la luna, y desde entonces vigila el sueño de los hombres. El gran espíritu quiso también seguir los primeros pasos de su hijo. Para mirarlo abrió un gran hueco redondo en el cielo. Esa ventana es Antú, el sol y su misión es desde entonces calentar a los hombres y alentar la vida cada día. Así todo ser viviente lo reconoce y saluda con amor y respeto. También es llamado padre sol. Pero en la tierra el hijo del gran espíritu se sentía terriblemente solo. Nada había, nadie con quién conversar. Cada vez más triste miró al cielo y dijo: ¿Padre, porqué he de estar solo? En realidad necesita una compañera -dijo Ngnechén, el espíritu progenitor. Pronto le enviaron desde lo alto una mujer de suave cuerpo y muy graciosa, la que cayó sin hacerse daño cerca del primer hombre. Ella estaba desnuda y tuvo mucho frío. Para no morir helada echó a caminar y sucedió que a cada paso suyo crecía la hierba, y cuando cantó, de su boca insectos y mariposas salían a raudales y pronto llegó a Lituche el armónico sonido de la fauna. Cuando uno estuvo frente al otro, dijo ella: - Qué hermoso eres. ¿Cómo he de llamarte? . Yo soy Lituche el hombre del comienzo. Yo soy Domo la mujer, estaremos juntos y haremos florecer la vida amándonos -dijo ella-. Así debe ser, juntos llenaremos el vacío de la tierra -dijo Lituche. Mientras la primera mujer y el primer hombre construían su hogar, al cual llamaron ruka, el cielo se llenó de nuevos espíritus. Estos traviesos Cherruves eran torbellinos muy temidos por la tribu. Lituche pronto aprendió que los frutos del pewén eran su mejor alimento y con ellos hizo panes y esperó tranquilo el invierno. Domo cortó la lana de una oveja, luego con las dos manos, frotando y moviéndolas una contra otra hizo un hilo grueso. Después en cuatro palos grandes enrolló la hebra y comenzó a cruzarlas. Desde entonces hacen así sus tejidos en colores naturales, teñidos con raíces. Cuando los hijos de Domo y Lituche se multiplicaron, ocuparon el territorio de mar a cordillera. Luego hubo un gran cataclismo, las aguas del mar comenzaron a subir guiadas por la serpiente Kai-Kai. La cordillera se elevó más y más porque en ella habitaba Tren-Tren la culebra de la tierra y así defendía a los hombres de la ira de Kai-Kai. Cuando las aguas se calmaron, comenzaron a bajar los sobrevivientes de los cerros. Desde entonces se les conoce como "Hombres de la tierra" o Mapuches. Siempre temerosos de nuevos desastres, los mapuches respetan la voluntad de Ngnechén y tratan de no disgustarlo. Trabajan la tierra y realizan hermosa artesanía con cortezas de árboles y con raíces tiñen lana. Con fibras vegetales tejen canastos y con lana, mantas y vestidos. Aún hoy en el cielo Kuyén y Antú se turnan para mirarlos y acompañarlos. Por eso la esperanza de un tiempo mejor nunca muere en el espíritu de los mapuches, los hombres de la tierra.

  • 8. ! Leyenda Mapuche HISTORIA DE LA MONTAÑA QUE TRUENA Cuentan que hace muchísimo tiempo vivía en la cordillera un pueblo de guerreros, un pueblo al que los otros llamaban "El enemigo invencible". No tenían vecinos ni aliados, porque el primero que se animaba a entrar en su territorio sin autorización era esclavizado o aniquilado. Dicen que no hubo país donde las piedras y las flores fueran más rojas, porque allí la sangre de las guerras había penetrado hasta las capas mas profundas de la tierra. Entre los invencibles no había lugar para los débiles: los niños mamaban el valor, de los pechos ceñidos de sus madres y allí mentándose con carne cruda se convertían en hombres altos y fuertes como montes. Este pueblo tuvo un jefe valiente y formidable llamado Linko Nahuel, el “tigre que salta”. Era tan valeroso como feroz, y cuentan que si alguien hubiera podido navegar en los ríos de sus venas hubiera visto hervir la sangre. Entre todas las montañas del país de Linko Nahuel se distinguía el pico nevado del cerro Amun-Kar, el monte sagrado que es el trono de Dios. Dominaba el paisaje con sus laderas que subían verdes y boscosas. A veces, la montaña se transformaba, lanzaba humo y fuego hacia el cielo, bombardeando a los Mapuches con rocas incandescentes que parecían las tokikuras de Dios. Y la gente le tenia más miedo que a la furia de Linko Nahuel. Un amanecer, mientras acampaban en el gran valle que se encontraba a los pies del Amun-Kar, los centinelas, bajaron corriendo las laderas para contar lo que habían visto. Miles y miles de enanos armados, avanzaban por la cuesta de la montaña sagrada. Linko Nahuel sintió como la cólera le subía por el pecho, como sus brazos ansiaban descargar un golpe contra los invasores que ni permiso habían pedido; él los aplastaría, una vez más la sangre correría por las sendas y los arroyos. Pero Linko Nahuel también era astuto, y conocía el valor de los planes. Por eso llamo a sus segundos y les ordeno: “Vayan a entrevistarse con el jefe de los enanos. Cúbranse con cueros de guanacos y puma, píntense la cara del modo más horroroso y adórnense con las plumas de choike más largas y oscuras que tengan. Y sobre todo, ya saben, mirada severa y pocas palabras. Así los intimidaremos. Ya van a ver cuando comiencen la retirada, ahí caeremos sobre ellos”. Los emisarios se fueron confiados, pero volvieron humillados y furiosos a rendir cuentas ante Linko Nahuel: - “Los enanos son gente de montañas y planean quedarse a vivir en el Amun-Kar, no conocen tu nombre y no tienen miedo de la ira de Dios. Son tan chiquitos como un anchimallen, pero hay que reconocer que son valientes y tantos, que cuando nos rodearon no veíamos nada mas allá”. Entonces Linko se dispuso para la guerra y partió. Trepaban la cuesta, cuando sorpresivamente los enanos se lanzaron desde arriba sobre ellos, hiriéndolos con miles de flechas y lanzas diminutas. Defenderse era difícil. Linko alentaba a los suyos para alcanzar a los pigmeos, pero estos se protegían detrás de paredones y salientes, y desde allí empujaban la nieve y piedras que caían en alud sobre el ejercito invencible. Los enanos eran muchos y rodearon a los mapuches. La tierra y la nieve se teñían de sangre, y Linko Nahuel, enfurecido, pedía refuerzos con gritos desaforados. Los enanos se dieron vuelta y comenzaron a huir con extraordinaria agilidad montaña arriba dejando atrás a Linko Nahuel, que los perseguía. Pero los guerreros de Linko eran gente de los valles y de las hondonadas y no podían competir con sus enemigos, que milagrosamente se perdieron de vista. La trampa estaba tendida: los enanos salieron de sus escondites y los atraparon uno por uno. El cacique de los enanos dictaminó su sentencia: “Todos los prisioneros mapuches deberían subir hasta la cumbre y desde allí serian precipitados; él último en caer sería Linko Nahuel, para que viera la muerte muchas veces antes de dar su último salto”. Penosamente subía el tigre derrotado pisando por primera vez las rocas de la cima. Cuando el enano dio la orden de detenerse ataron a los prisioneros de pies y manos y comenzó el castigo. Empujaron al primer mapuche al precipicio. Erguido y rígido, Linko miraba la distancia, ese paisaje nuevo que no lo dejaba recordar, que aplacaba por primera vez su sangre huracanada. Entonces se escucho el primer estruendo, los estallidos interiores de la montaña de Dios. Las rocas volaron en mil
  • 9. pedazos. Un viscoso lago de fuego arrastró a los mapuches y enanos, que mezclaron sus gritos y quedaron confundidos en la misma ceniza. Y Dios dispuso que los dos jefes se sentaran frente a frente, para que contemplaran juntos el horror, provocado por la osadía de llevar la guerra a su montaña. Para que el castigo fuera eterno los convirtió en piedra; y desde ese entonces fueron cubiertos muchas veces por la lava ardiente o el hielo, condenados a escuchar el tronar intermitente de su furia. Por eso la gente del valle ya no llama al cerro Amun-Kar sino Tronador, y dicen los mapuches que los dos caciques esperan en vano el día en que Dios se duerma y puedan despertar ellos para vengar a sus pueblos.

  • 10. ! Los colosos de Tierra del Fuego (Leyenda Ona de Chile y Argentina)       Kenós un enorme coloso de treinta y ocho metros pisó por primera vez el planeta cuando la tierra era tan joven, que sobre ella no existía nada más que una grande, inmensa y desolada pampa. Temaukel, su padre, y padre de todo el universo lo envió a dar forma y vida sobre la superficie del mundo. Al tiempo de estar habitando en la soledad, necesitó alguien para compartir y entretenerse, un amigo. Miró hacia el cielo; Temaukel escuchó su lamento, dándole entonces la capacidad para crear otros dioses grandes y semejantes a él. Puso manos a la obra, y pronto contó Kenós con tres hermanos gigantes; ellos fueron Cenuque, Cóoj y Taiyín, junto a quienes recorrió de arriba a abajo y de un lado para otro poniendo las montañas donde no existían, las nieves en sus cumbres, los bosques, los animales grandes y pequeños, los que viven de día y los de la noche. Crearon las plantas, entre ellas las que tienen raíces para afirmarse por sí solas y aquellas que cuelgan largas voladoras desde un árbol. Todos, cada uno de los seres y cosas que dan vida y forman la tierra fueron establecidas por Kenós, Cenuque, Cóoj y Taiyín. Las largas travesías agotaron el cuerpo de Kenós, quien un día sintiéndose viejo llamó a sus tres compañeros para avisarles que había llegado su tiempo de morir. Les pidió lo acompañaran hacia el Sur, pues mirando al Sur mueren los guerreros. Cuando llegaron al lugar elegido les indicó como debían sepultarlo a tres pisos bajo el suelo mirando a Temaukel. Viendo a sus tres hermanos ancianos y cansados les dijo: -Todas las formas tiene su tiempo, esperen y verán. Poco debieron aguardar los colosos, quienes con gran alegría, a las tres semanas vieron a Kenós pararse en sus pies. Era maravilloso ser inmortales y cada cierta cantidad de años volver a ser jóvenes; luego comprenderían algo más sobre la vida y la muerte. Largos siglos vivieron estos gigantes de Tierra del Fuego transformando la enorme pampa original, en el mundo que hoy conocemos con sus infinitos senderos y colores. La tarea estaba tocando a su fin cuando Cóoj el más enérgico y puro, se acercó a Kenós diciéndole: -Amigo, nuevamente ha llegado mi hora del reposo, pero esta vez no deseo volver a renacer. Mi cuerpo está cansado y mi caspi anhela su sitio final junto a Temaukel nuestro creador. Lo miró Kenós con tristeza sabiendo que su naturaleza como inmortales no podía aspirar a estar eternamente junto a Temaukel, sino que debía permanecer por toda la eternidad cumpliendo una misión para El, y para las obras de su creación. Le hizo saber a Cóoj que el reposo de su caspi sólo encontraría su lugar definitivo aquí en la tierra o en el espacio cósmico de las estrellas siendo una más entre todas. Nada supo decir Cóoj. Se había equivocado. Más bien, no había comprendido el significado de ser inmortal. Muy triste se retiró a llorar su pena. Caminó hacia el este, solitario, derramando torrentes de lágrimas. Los gruesos goterones que rodaron por sus pómulos cayeron sobre la tierra cubriéndola de agua salada de amargura, agua que no alcanzó a secar el calor del sol. Su llanto anegó profundas quebradas y valles por el oriente, rebasando los límites de las altas cumbres hundiéndolas con su peso. Tanta y tan enorme fue su pena, que cuando se detuvo y miró hacia el oeste pensando en regresar junto a Kenós, su mirada no divisó los territorios caminados en su peregrinar. Las lágrimas formaban enormes lagos los cuales serían llenados posteriormente por el agua de las nieves y glaciares que cubrieron la superficie terrestre con su blanca capa de hielos, cuando el norte se enojó con el sur. Vio Cóoj el resultado de su último trabajo comprendiendo cual era el destino final de su caspi; entonces reclinando su cuerpo, besó por última vez la roca seca y se sumergió. !
  • 11. ! Leyenda Nortina EL TATU Y SU CAPA DE FIESTA (Mito Aymará Bolivia) Las gaviotas andinas se habían encargado de llevar la noticia hasta los últimos rincones del Altiplano. Volando de un punto a otro, incansables, habían comunicado a todos que cuando la luna estuviera brillante y redonda, los animales estaban cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago. El Titicaca se alegraba cada vez que esto sucedía. Cada cual se preparaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y limpiaban sus plumajes y sus pieles con los mejores aceites especiales, para que resplandecieran y todos los admiraran. Todo esto lo sabía Tatú, él quirquincho, ya había asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba de organizar. En esta ocasión deseaba ir mejor que nunca, pues recientemente había sido nombrado integrante muy principal de la comunidad. Y comprendía bien lo que esto significaba... Él era responsable y digno. Esas debían haber sido las cualidades que se tuvieron en cuenta al darle este título honorífico que tanto lo honraba. Ahora deseaba íntimamente deslumbrarlos a todos y hacerlos sentir que no se habían equivocado en su elección. Todavía faltaban muchos días, pero en cuanto recibió la invitación se puso a tejer un manto nuevo, elegantísimo, para que nadie quedara sin advertir su presencia espectacular. Era conocido como buen tejedor, y se concentró en hacer una trama fina, fina, a tal punto, que recordaba algunas maravillosas telarañas de esas que se suspenden en el aire, entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido extraordinario. Ya llevaba bastante adelantado, aunque el trabajo, a veces, se le hacia lento y penoso, cuando acertó a pasar cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter siempre su nariz en lo que no le importaba. Al verlo, le preguntó con curiosidad que hacía y este le respondió que trabajaba en su capa para ponérsela el día de la fiesta en el lago, el zorro le respondió que cómo iba a alcanzar a terminarla si la fiesta era esa noche. El quirquincho pensó que había pasado el tiempo sin notarlo. Siempre le sucedía lo mismo... Calculaba mal las horas... Al pobre Tatú se le fue el alma a los pies. Una gruesa lágrima rodó por sus mejillas. Tanto prepararse para la ceremonia... El encuentro con sus amigos lo había imaginado distinto de lo que sería ahora. ¿Tendría fuerzas y tiempo para terminar su manto tan hermosamente comenzado? El zorro captó su desesperación, y sin decir más se alejó riendo entre dientes. Sin buscarlo había encontrado el modo de inquietar a alguien...y eso le producía un extraño placer. Tatú tendría que apurarse mucho si quería ir con vestido nuevo a la fiesta. Y así fue. Sus manitos continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y destreza, pero debió recurrir a un truco para que le cundiera. Tomó hilos gruesos y toscos que le hicieron avanzar más rápido. Pero, la belleza y finura iniciales del tejido se fueron perdiendo a medida que avanzaba y quedaba al descubierto una urdimbre más suelta. Finalmente todo estuvo listo y Tatú se engalanó para asistir a su fiesta. Entonces respiró hondo, y con un suspiro de alivio miró al cielo estirando sus extremidades para sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese instante advirtió el engaño... ¡Si la luna todavía no estaba llena! Lo miraba curiosa desde sus tres cuartos de creciente... Un primer pensamiento de cólera contra el viejo zorro le cruzó su cabecita. Pero al mirar su manto nuevamente bajo la luz brillante que caía también de las estrellas, se dio cuenta de que, si bien no había quedado como él lo imaginara, de todos modos el resultado era de auténtica belleza y esplendor. No tendría para qué deshacerlo. Quizás así estaba mejor, más suelto y aireado en su parte final, lo cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El zorro se asombraría cuando lo viera... Y, además, no le guardaría rencor, porque sido su propia culpa creerle a alguien que tenía fama de travieso y juguetón. Simplemente él no podía resistir la tentación de andar burlándose de todos... y siempre encontraba alguna víctima.
  • 12. Pero esta vez todo salió bien: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se lució efectivamente, y causó gran sensación con su manto nuevo cuando llegó, al fin, el momento de su aparición triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca.

  • 13. ! Leyenda de Tierra del Fuego YINCIHAUA (Leyenda Selk’nam - Ona) Todos los años en la primavera, las jóvenes mujeres onas se juntaban en una choza especial, para la importante fiesta llamada “yincihaua”. Acudían desnudas, con el cuerpo pintado y en sus rostros máscaras multicolores. Tenían gran imaginación para hacerse hermosos dibujos geométricos, que representaban los distintos espíritus que viven en la naturaleza. Ellos les daban los poderes que ejercían sobre los hombres. Ese día una de las niñas tomó con mucho cuidado un poco de tierra blanca y empezó lentamente a trazar las cinco líneas que pensaba pintar desde su nariz hasta las orejas. Las otras jóvenes trataron de imitarla, ya que las figuras en el rostro eran muy importantes. La fantasía de cada una se echó a volar y se pintaron de arriba abajo con armoniosas figuras. Unas a otras se ayudaban, pero para no ser reconocidas, se pusieron en sus rostros unas máscaras talladas. Blanco, negro y rojo eran los colores preferidos. En un momento dado, cuando ya estaban todas preparadas, salieron de la choza con grandes chillidos y mucho alboroto para asustar a los hombres que las esperaban afuera. La bulliciosa ceremonia se encontraba en su apogeo y todos daban gritos, cuando sobre el tremendo ruido reinante se escuchó una fuerte discusión entre el hombre sol y su hermana, la mujer-luna. -Yo no te necesito- insistía con altivez la luna. -Sin mí, no puedes vivir- le contestó sarcástico el sol. -Perdería mi brillo quizás, pero seguiría viviendo. -Sin el brillo que yo te doy no vales nada. -No seas tan presumido, hermano sol. -Tú deberías ser más humilde, hermana luna. Y así siguieron la disputa como dos niños chicos. Todos los hombres se pusieron de parte del sol y las mujeres apoyaron a la luna. La discusión fue creciendo, creciendo y ni siquiera el marido de la mujer luna, que era el arcoiris o “akaynic”, pudo lograr que la armonía volviera a reinar entre la gente de la tribu. De pronto, un gran fuego estalló en la choza del “yincihaua”, donde las mujeres habían ido a buscar refugio cuando la pelea se hizo más fuerte. Allí estaban encerradas cuando las alcanzaron las llamas. Aunque el griterío fue inmenso, ninguna logro salvarse. Todas murieron en el incendio. Pero se transformaron en animales de hermosa apariencia, según había sido su maquillaje. Hasta hoy mantienen esas características y las podemos ver, por ejemplo, en el cisne de cuello negro, en el cóndor o en el ñandú. Afortunadamente ellas nunca supieron lo que había sucedido. Les habría dado mucha pena, porque fueron los propios hombres los que prendieron el fuego. Es que tenían envidia del poder que en el comienzo de los tiempos ostentaban las mujeres, y querían quitárselo. Después de este penoso episodio, la mujer-luna se fue con su esposo “akaynic” hasta el firmamento. Detrás de ellos, queriendo alcanzarlos, se fue corriendo el hombre-hermano-sol, pero no pudo lograrlo. Todos se quedaron, sin embargo, en la bóveda celestial y no volvieron a bajar a las fiestas de los hombres.

  • 14. ! La Añañuca Es una flor típica de la zona norte de nuestro país, que crece específicamente entre Copiapó (Región de Atacama) y el valle de Quilimarí (Región de Coquimbo). Pocos saben que su nombre proviene de una triste historia de amor. Cuenta la leyenda que en tiempos previos a la Independencia de Chile, en la localidad de Monte Patria, vivía Añañuca, una bella joven indígena que todos los hombres querían conquistar, pero nadie lograba. Un día llegó al pueblo un minero que andaba en busca de un tesoro. Al conocer a Añañuca, surgió el amor entre ambos, por lo que decidieron casarse. La pareja fue feliz durante un tiempo, pero una noche, el joven tuvo un sueño donde un duende le revelaba el lugar en donde se encontraba la mina que por tanto tiempo buscó. A la mañana siguiente, sin avisarle a nadie, ni siquiera a su mujer, partió a buscarla. Añañuca, desolada, lo esperó y esperó, pero pasaban los días, las semanas, los meses y el joven minero nunca regresó. Se dice que éste habría sido víctima del espejismo de la pampa o de algún temporal, causando su desaparición y, presuntamente, su muerte. Añañuca pronto murió, producto de la gran pena de haber perdido a su amado. Fue enterrada por los pobladores en pleno valle en un día de suave lluvia. Al día siguiente, salió el sol y todos los vecinos del pueblo pudieron ver un sorprendente suceso. El lugar donde había sido enterrada la joven se cubrió por una abundante capa de flores rojas. Desde ese momento, se asegura que esta joven se convirtió en flor, como un gesto de amor a su esposo, ya que de esta manera permanecerían siempre juntos. Así fue que se le dio a esta flor el nombre de Añañuca.

  • 15. ! La Laguna del Inca ! Escondida en las alturas de la Cordillera de los Andes, en Portillo, se encuentra una hermosa laguna que hoy se conoce como Laguna del Inca. Algunas personas aseguran que sus tranquilas aguas color esmeralda se deben a una romántica historia de amor. Antes que los españoles llegaran a estas tierras, los incas habían extendido sus dominios hasta las riberas del río Maule, y como se consideraban hijos del Sol, las cumbres andinas eran el escenario ideal para realizar sus rituales y ceremonias religiosas. Según cuenta la leyenda, el inca Illi Yupanqui estaba enamorado de la princesa Kora-llé, la mujer más hermosa del imperio. Decidieron casarse y escogieron como lugar de la boda una cumbre ubicada a orillas de una clara laguna. Cuando la ceremonia nupcial concluyó, Kora-llé debía cumplir con el último rito, que consistía en descender por la ladera del escarpado cerro, ataviada con su traje y joyas, seguida por su séquito. Pero el camino era estrecho, cubierto de piedras resbalosas y bordeado por profundos precipicios. Fue así como la princesa, mientras cumplía con la tradición, cayó al vacío. Illi Yupanqui, al escuchar los gritos, se echó a correr, pero cuando llegó al lado de la princesa, ella estaba muerta. Angustiado y lleno de tristeza, el príncipe decidió que Kora-llé merecía un sepulcro único, por lo que hizo que el cuerpo de la princesa fuera depositado en las profundidades de la laguna. Cuando Kora-llé llegó a las profundidades envuelta en blancos linos, el agua mágicamente tomó un color esmeralda, el mismo de los ojos de la princesa. Se dice que desde ese día la Laguna del Inca está encantada. Incluso hay quienes aseguran que en ciertas noches de plenilunio el alma de Illi Yupanqui vaga por la quieta superficie de la laguna emitiendo tristes lamentos. 

  • 16. ! El Basilisco ! Criatura que tiene cabeza de gallo y un cuello largo como el de una serpiente. Nace de un pequeño huevo incubado por una gallina vieja o un gallo rojo. Cuando en los gallineros aparece, de vez en cuando, un pequeño huevo blanco-grisáceo, de aproximadamente un centímetro de diámetro, redondo, de cáscara gruesa y rugosa, el pánico se apodera de la gente de Chiloé, ya que de él nace el terrible y despiadado monstruo llamado Basilisco, también conocido como Fasilisco, Athrathrao o Lagarto. Si se desea evitar que nazca, el huevo, puesto por una gallina vieja o un gallo rojo, se debe quemar de inmediato. El aspecto del Basilisco es una mezcla entre ave y reptil. Tiene cabeza de gallo, un cuello largo y ondulante como de serpiente, cuerpo con forma de ave, con alas y patas pequeñas. En el día se esconde bajo el piso de la casa en donde vive. En la noche, cuando todos duermen, sale de su guarida emitiendo un hipnotizante canto parecido al gallo, que hace caer en una especie de coma a los moradores. De esta forma, se introduce en los dormitorios y les absorbe el aliento y la saliva a sus ocupantes, robándoles su fuerza interna. Quien es atacado comienza a sufrir una tos seca y a enflaquecer, hasta que queda reducido a un esqueleto. El final es trágico, pues uno a uno los habitantes de la casa enferman y fallecen. La única forma de terminar con este monstruo es quemar la casa. El Basilisco no sólo seca a los moradores de las viviendas, sino que también puede sorprender a una madre que está amamantando. Cuando esta duerme, le succiona la leche de sus pechos, mientras entretiene a su bebé dándole a chupar su cola. Este engendro también posee el poder de matar a quien lo vea, sólo con su mirada. Si solamente le alcanza a divisar un brazo o pierna, el individuo no muere, pero queda con aquel miembro paralizado por el resto de sus días.

  • 17. ! Las tres Pascualas ! ! Las tres pascualas vivían en la naciente ciudad de Concepción, allá por el siglo XIX. Las tres eran hermanas. Ellas, siendo jóvenes, lindas y lavanderas, solían ir diariamente a lavar la ropa en una laguna cercana. Allí, entre lavado y lavado, cantaban canciones de amor. Y al caer la tarde, le pedían a la laguna que, por favor, les trajera el verdadero amor de sus vidas. ! Un día vieron llegar por la orilla opuesta a un gallardo joven que, al verlas, se acercó hacia ellas y les ofreció tertulia. Compartieron con el joven su comida y este las acompañó hasta que el sol se puso. Las encontró muy lindas y malvadamente se propuso hacerlas suyas. ! Por otro lado, las tres Pascualas regresaron a su casa en silencio, arrobadas y cada una de ellas convencida de que el hermoso joven había venido por ella ¡solo por ella! ! Por su lado, el joven regresó día a día a la laguna, dispuesto a rendirlas, una por una, a su pérfido deseo. ! Llegaba por la mañana, ayudaba a la Pascuala menor a llevar la ropa a su cabaña, y en el trayecto, le declaraba su ardiente amor. Cuando la Pascuala mayor partía al pueblo a comprar las provisiones, enamoraba a la de al medio. Y cuando la menor preparaba la comida, juraba amor eterno a la mayor. ! Así, las tres Pascualas se enamoraron locamente. Como cada una se sentía la elegida, no se atrevían a mirarse de frente, temerosas de despertar sus celos. Ya no cantaban: solo suspiros llenaban el atardecer. La laguna ya no era verde y clara, si no turbia y revuelta como sus pobres almas, que le habían dado todo a su bien amado. ! Y, entonces, el dichoso bien amado, habiendo logrado su propósito, ya no acudió a la cita. Esperaron en vano, hora tras hora, día tras día. Por fin, se miraron cara a cara y sus propios ojos revelaron su triste secreto. ! Muertas de pena, fuéronse internando calladas en las aguas, estas se agitaron formando un remolino. Un temblor sacudió su fondo. La aguas se desbordaron, y al volver a su cauce, este tomó la forma de la luna en cuarto menguante. ! Según cuentan los lugareños,desde entonces ciertas noches suelen verse las tres Pascualas, luego de luna llena, lavando y lavando en la laguna que lleva su nombre. Creen que sus aguas no son buenas y evitan su cercanía. !
  • 18. ! LA LLORONA ! Quienes le han visto dicen que es una mujer revuelta y enlodada, ojos rojizos, vestidos sucios y deshilachados. Lleva entre sus brazos un bultico como de niño recién nacido. No hace mal a la gente, pero causan terror sus quejas y alaridos gritando a su hijo.   Las apariciones se verifican en lugares solitarios, desde las ocho de la noche, hasta las cinco de la mañana. Sus sitios preferidos son las quebradas, lagunas y charcos profundos, donde se oye el chapaleo y los ayes lastimeros. Se les aparece a los hombres infieles, a los perversos, a los borrachos, a los jugadores y en fin, a todo ser que ande urdiendo maldades.   Dice la tradición que la llorona reclama de las personas ayuda para cargar al niño; al recibirlo se libra del castigo convirtiéndose en la llorona la persona que lo ha recibido. Otras eversiones dicen que es el espíritu de una mujer que mató por celos a la mamá y prendió fuego a la casa con su progenitora dentro, recibiendo de ésta, en el momento de agonizar la maldición que la condenara: "Andarás sin Dios y sin santa María, persiguiendo a los hombres por los caminos del llano".   Durante la guerra civil, se estableció en la Villa de las Palmas o Purificación, un Comando General, donde concentraban gentes de distintas partes del país.   Uno de sus capitanes, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura divertida para desahogar su pasado luctuoso de asalto y crimen, se instaló con su esposa en esta villa, que al poco tiempo abandonó para seguir en la lucha.   Su afligida y abandonada mujer se dedicó a la modistería para no morir de hambre mientras su marido volvía y terminaba la guerra.   Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que formaba parte del batallón de reclutas que venían de la capital hacia el sur, pero que por circunstancias especiales, debía demorar en aquella localidad algunas semanas.   La viuda convencida de las aseveraciones sobre la muerte de su marido, creyó encontrar en aquel nuevo amor un lenitivo para su pena, aceptó al joven e intimó con él.   Los días de locura pasional pasaron veloces y nuevamente la costurera quedó saboreando el abandono, la soledad, la pobreza y sorbiéndose las lágrimas por la ausencia de su amado.   Aquella aventurera dejó huellas imborrables en la atribulada mujer, porque a los pocos días sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su amor.   El tiempo transcurría sin tener noticias de su amado. La añoranza se tornaba tierna al comprobar que se cumplían las nueve lunas de su gestación.   Un batallón de combatientes regresaba del sur el mismo día que la costurera daba a luz un niño flacuchento y pálido. Aquel cartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñín.   Al atardecer de aquel mismo día, llegó corriendo a su casa una vecina amiga, a informarle que su esposo el capitán, no había muerto, porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo de tropa que arribaba al campamento.   En tan importuno momento, esa noticia era como para desfallecer, no por el caso que pocas horas antes había soportado, como por el agotamiento físico en que se encontraba. Miles de pensamientos fluían a
  • 19. su mente febril. Se levanto decidida de su cama. Se colocó un ropón deshilachado, sobre sus hombros, cogió al recién nacido, lo abrigó bien, le agarró fuertemente contra su pecho creyendo que se lo arrebatarían y sin cerrar la puerta abandonó la choza, corriendo con dificultad. Se encaminó por el sendero oscuro bordeado de arbusto y protegida por el manto negro de la noche.   Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, seguía corriendo, los nubarrones eran más densos, la ptempestad se desato con más furia. La luz de los relámpagos le iluminaba el camino. La naturaleza sacudía con estertores de muerte. La demente lloraba. Los arroyos crecieron, se desbordaron. Al terminar la vereda encontró el primer riachuelo, pero ya la mujer no veía. Penetró a la corriente impetuosa que la arrolló rápidamente. Las aguas bramaron. En sus estrepitosos rugidos parecía percibirse el lamento de una mujer.

  • 20. ! La leyenda del perro negro Escrita por: Luis Talamilla (Chile) ! ! Cuenta la leyenda que en el sector portuario, donde hoy se encuentran una serie de almacenes de contenedores en donde antiguamente se levantaba una conocida población que fue desalojada producto de los daños sufridos por el último terremoto que asoló a la región vivía un extraño personaje, solitario, oscuro, y del cual se tejieron muchas historias. Una de ellas señala que este hombre tenía un muy buen pasar, vestía ropas elegantes y siempre tenía mucho lujo a su alrededor, sin embargo quienes le conocían, nunca supieron de un trabajo o actividad que desarrollara. Se comentaba por entonces que este extraño personaje debía su fortuna a un tenebroso negocio. Cuenta la leyenda que cuando ocurrió aquel terremoto y las autoridades comenzaron a desalojar a los habitantes de esta población, en su casa no había rastros del propietario y según los vecinos desde la mañana de ese mismo día nadie más lo vio. En el desalojo fueron encontradas sus pertenencias, joyas, ropas e incluso un extraño libro negro sobre su mesa de noche, un libro tan extraño como su dueño, escrito en una lengua poco común que entonces quienes lo encontraron no consiguieron descifrar. En su cuarto y a los pies de su cama sólo una pequeña imagen se movía, era un pequeño cachorro , un perro, que atentamente observaba las actividades de los extraños que ahí ingresaron. Uno de los funcionarios tomó al pequeño guardián y lo sacó de la vivienda con el fin de despejar el área, el can en silencio sólo observaba lo que ocurría con atención. Pasó el tiempo y nadie volvió a ver al cachorro, en el lugar se levantaron una serie de bodegas en los terrenos que fueron comprados por empresas del rubro portuario. Luego de un año de este hecho ya en pleno funcionamiento del almacén portuario una noche un voraz incendio se desató en el lugar, las llamas ardieron hasta quemar por completo las oficinas que en el lugar se levantaron, ni el trabajo del personal de seguridad ni de bomberos que acudió al sitio lograron evitar que el fuego consumiera toda la estructura. Entre los curiosos, uno de los funcionario detectó entre las sombras una figura extraña, que desde las sombras observaba cada movimiento, se acercó y consiguió ver en su total dimensión lo que ahí se encontraba.... sentado sobre sus patas traseras, un perro negro , tan negro como la noche sin luna, con un pelaje brillante que en total calma observaba lo ocurrido. El animal era totalmente negro, sólo sus ojos resplandecían con un brillo singular en la oscuridad. Sentado miró atentamente durante las largas horas que duró el siniestro. Nuevamente, al salir el sol, nadie más consiguió ver al extraño animal. Pasado un año de este accidente, mientras en la bodega se realizaban trabajos de desestiva durante la noche, repentinamente una cuerda que sostenía un pesado contenedor, cedió... cayendo desde una gran altura mientras era sostenido por una grúa, el jefe de las bodegas quien dirigía las obras no libró con vida, quedando mortalmente atrapado bajo la estructura. Mientras los equipos de rescate trataban de liberar el cuerpo sin vida del administrativo, el mismo funcionario que participó en la anterior emergencia sintió una extraña sensación que lo obligó a mirar hacia el fondo del sitio... en la oscuridad, dos luces llamaron su atención, como dos intensos rubíes   resplandecían en la noche... lentamente se acercó... y pudo comprobar con escalofríos nuevamente la presencia de aquel extraño ser... sí, era él, nuevamente sentado en sus dos patas traseras y con la misma calma observando todo lo que ocurría . Luego de esta experiencia y con el temor a contarlo a sus compañeros de trabajo, el funcionario comenzó a tener extrañas pesadillas, en las que veía a aquel can persiguiéndole por el patio de contenedores, el miedo y la angustia comenzaron a demacrar al trabajador quien incluso se vio en la obligación de pedir a sus jefes que por ningún motivo le destinaran el turno de noche en aquel lugar. Así, otro año se fue, el funcionario no podía evitar sus reiteradas pesadillas en que veía la imagen de esa criatura y más aún sus brillantes y rojos ojos que con un tenebroso brillo inundaban la noche. Llegó la mañana de aquel día en que se recordaban las tragedias ocurridas en la bodega, el trabajador como cada jornada se despertaba agotado por los terribles sueños en que era perseguido por la figura del perro. Pasado el mediodía repentinamente el teléfono de su casa sonó... del otro lado al contestar su
  • 21. jefe directo le informaba que una extraña enfermedad afectó a uno de sus compañeros de trabajo y se veía en la obligación de pedirle que tomara su turno; él al pensar en su amigo y en lo inesperado del llamado aceptó sin dudar y colgó el teléfono. Entonces se dispuso a sentarse a la mesa para almorzar mientras narraba a su esposa la tragedia que ocurría con su colega de faenas, la esposa quien sabía de las pesadillas de su marido pero no las causas comenzó a preparar un termo con café y unos sándwiches, el hombre se la quedó mirando y le preguntó para qué era eso, ella le respondió: - ¿Que acaso no vas a reemplazar a tu compañero enfermo? - Sí -le respondió. - Bueno, es que mientras tú te preparabas para el almuerzo tu jefe volvió a llamar para recordarte que el turno que le correspondía a tu amigo... era el turno de noche. Al escuchar esa palabra, a la que tanto temía, "noche", un escalofrío recorrió todo su cuerpo, la angustia y la imagen de esa figura extraña no se alejaba de su mente. Llegó la noche, y sus sudorosas manos se despidieron con una caricia en el rostro de su mujer, la que no comprendía el rostro de angustia de su esposo. Se dirigía caminando lentamente como queriendo no llegar al lugar, con el miedo a que ocurriera otra catástrofe como la de los años anteriores y peor aún toparse nuevamente con aquella imagen en las sombras. Llego así a su lugar de trabajo, abrió aquel portón de metal por el cual debía ingresar, recibió el turno sin novedad  y se dirigió hacia la caseta donde pasaría la noche, solo ya que no habría faenas en la jornada. Esto último le tranquilizó un poco ya que sin faenas el riesgo de algún accidente disminuía, sin embargo su angustia seguía en su corazón y sus pensamientos. Pasaron las horas, y justo a la medianoche decidió salir a hacer una ronda por el lugar, encendió un cigarrillo y comenzó a caminar; con su linterna alumbraba a cada paso todos los rincones del almacén, sin embargo sus ojos estaba preocupados por lo que la luz no alanzaba a tomar, las sombras aquellas que tanto temor le producían. Luego de caminar algunos metros y pasando frente a las instalaciones que hace un par de años fueron víctimas del incendio, nuevamente un escalofrío tomó su cuerpo, una extraña sensación le advertía de que no estaba solo.... de repente sin explicación su linterna se apagó, el cigarrillo no se pudo sostener en su boca y cayó al piso, desde el fondo en la oscuridad, nuevamente esas luces rojas que se hacían cada vez más intensas, su corazón comenzó a latir a mil por hora y su cuerpo totalmente paralizado no le permitía mover ni un músculo. Sin poder ver nada, en las sombras sus oídos comenzaron a sentir unos pequeños pasos muy leves que se acercaban, eran pasos de un animal... era él, la causa de sus pesadillas, el miedo que cada noche le aterraba al ir a la cama. De repente sin saber cómo logró salir del trance y comenzó a correr, se dirigió a la puerta del almacén pero no estaba, la puerta había desaparecido, no había manera de salir del lugar, siguió corriendo, buscando un lugar para refugiarse, a sus espaldas el ruido de las patas del can que lo seguían cada vez más cerca , cada vez más fuerte, las puertas de las oficinas estaban cerradas, no había un solo lugar para estar a salvo y al fin llegó al fondo del patio donde no encontró salida. Se detuvo. Volteó y allí estaba, a unos pasos, la bestia totalmente negra, con sus intensos ojos rojos. De repente entre las sombras sin saber de donde, apareció la oscura sombra de un señor, un hombre de fina estampa, alto, delgado, que vestía completamente de negro. Se acercó, acarició la cabeza del can, soltó una leve risa y miró a los ojos del angustiado trabajador. Dio otros pasos, se acercó y le habló: - Veo que ya conoces a mi guardián, él cuida de mi casa mientras no estoy, no temas ya que sólo defiende lo que es de su amo. Luego una diabólica carcajada se escuchó en lo extenso del almacén de contenedores. Al llegar las primeras horas del día, quienes llegaron al turno de mañana se encontraron con una extraña imagen, el trabajador estaba sentado en su caseta, con la mirada perdida, desde ese día no dijo una palabra más, los médicos aún no se explican qué ocurrió. Hoy se encuentra internado, su voz se extinguió, sólo él sabe lo que ocurrió esa noche y su familia se angustia al ver que cada noche al cumplirse un año desde ese extraño hecho sólo se acerca a la ventana y con los ojos llenos de lágrimas y su rostro empapado de miedo observa la luna que ilumina la ciudad. Cuenta la leyenda que desde entonces cada noche de tormenta, es posible ver deambular por las calles de la ciudad la extraña y misteriosa figura de aquel animal de pelaje negro como la noche y de ojos rojos como rubíes, es él, el perro negro, y no camina solo, a su lado siempre a su lado, su amo, el
  • 22. hombre de oscura estampa y de diabólica carcajada, cuyo nombre mejor no diremos, para que usted pueda dormir tranquila, esta noche. ! !
  • 23. La Carreta Bruja ! ! Cuentan que desde hace mucho tiempo, y hasta la fecha, todos los viernes por las noches, en algunos pueblos de El Salvador, al filo de la media noche se escucha el sonar de una carreta que comienza en lo profundo de los llanos y se acerca lentamente, se puede escuchar claramente el chirrido de las ruedas al rozar con los ejes con resequedad de grasa.   Hay muchas historias de la carreta bruja, os contaré hoy la experiencia de Majin un señor que avanzada edad que vivía, cuando era joven, en un pueblito del norte de El Salvador, sucede que una noche que él venía de visitar unos parientes en la noche, era casi media noche pero él ya estaba acostumbrado a caminar por aquellos caminos oscuros, solo con la luz de la luna.   A Majin ya nada le asustaba, se había topado con el Cipitillo, la Siguanaba y en ocasiones le acompañaba el Cadejo, pero esa noche ni Palomo su perro guardián iba con él. De repente faltando unos 2 kilómetros para llegar a su pueblo sintió el ruido de una carreta que se acercaba, de repente pensó, será don Concho que viene noche de traer zacate, o será que se les había arruinado, en fin muchas ideas pasaron por su cabeza.   Cada vez aquel ruido se hacia más cercano y estrepitoso, para eso Majin estaba por llegar al pueblo, solo le faltaba pasar junto al cementerio, siempre sentía escalos fríos al pasar por ese lugar, así que solo se persignó y siguió su camino, al lograr pasar la carreta estaba casi a sus espaldas, cuando sintió una corriente de frío helado que recorrió toda su espalda.   Lo que más le encrespó el cabello fue cuando las gallinas comenzaron con su característico chillar de miedo, los perros salieron espantados asustados, eso infundió mas miedo, él sabia que la carreta no era nada bueno, así que se persignó y medio se brincó un alambrado y se refugió detrás de unos piñales cuando sintió que la carreta esta casi enfrente, rezó oraciones.   En ese momento se iba apareciendo un bulto, que al ver más de cerca pudo ver la figura de una carreta resquebrajada que avanzaba lentamente, además no tenía bueyes, y en la punta de sus trinquetes llegaban calaveras, en su interior yacían cuerpos de personas, a las cuales no reconoció, y tras ella avanzaban seres con la cabeza de zacate, pasó frente a él y se alejó, Majin no se acuerda como llegó a su casa, solo que paso 3 días con fiebre, desde ese día ya no se deja agarrar más de la noche y peor si es viernes.   Muchos dicen que la carreta pasaba por los pueblos llevándose el alma de las personas malas y otros dicen que esta leyenda comienza cuando un hombre fue ganado por el diablo y obligaba a sus bueyes a entrar a una iglesia, pero los bueyes se resistían y no lo hicieron, sino que reventaron sus coyundas y escaparon, la carreta rodó sin bueyes cuesta bajo lo raro es que nunca la encontraron, pero la carreta siempre recorre las calles de pueblos y ciudades solitarias en busca de almas malas. !
  • 24. ! La niña de nieve ! ! Sentada en el rincón de la chimenea, la anciana suspiraba quedamente mientras revolvía la sopa: nunca se había sentido tan triste. Muchos, muchos años habían pasado y habían dejado el peso de los inviernos sobre sus hombros y habían encanecido sus cabellos sin traerle siquiera un hijito. Tanto a ella como a su viejo y querido esposo les apenaba su falta, porque fuera había muchos niños jugando en la nieve. Les resultaba duro aceptar que ninguno fuera en verdad el suyo. Pero, ¡ay!, ahora ya no les quedaban esperanzas de obtener tal bendición. No verían nunca un gorrito de piel colgado de la repisa de la chimenea, ni dos zapatillas secándose junto al fuego. ! El anciano trajo un haz de leña y se sentó. Luego, mientras oía a los niños reírse y batir palmas, miró por la ventana. Allí estaban, bailando alegremente alrededor del muñeco de nieve que acababan de hacer. ! Se sonrió al ver el evidente parecido que el muñeco tenía con el alcalde del pueblo, tan gordo y pomposo era. ! -Mira, Marusha -le dijo a su mujer-. Ven a ver el muñeco que han hecho. ! Juntos ante la ventana, se rieron al ver cuánto se divertían los niños. De repente, el anciano se volvió hacia Marusha con una brillante idea. ! -Salgamos a ver si nosotros también podemos hacer un muñequito de nieve. ! Pero la anciana se rió de él. ! -¿Qué dirían los vecinos? Se burlarían de nosotros, seríamos el hazmerreír del pueblo. Ya somos demasiado viejos para jugar como niños. ! -Sólo uno pequeño, Marusha, solamente un muñeco pequeñín. Yo me ocuparé de que nadie nos vea. ! -De acuerdo, de acuerdo –dijo ella riéndose-, haremos lo que quieras, Youshko, como siempre. ! Dicho esto, apartó la olla del fuego, se puso un gorro y salieron. Al pasar junto a los niños, se detuvieron y se quedaron jugando un momento con ellos, porque ahora ellos también se sentían casi como niños. Luego avanzaron con dificultad por la nieve hasta llegar a un bosquecillo; y, detrás de él, allí donde la nieve era blanca y hermosa y nadie podía verlos, se sentaron a hacer el muñeco. ! Youshko se empeñó en que debía ser muy pequeño y su mujer estuvo de acuerdo en que debía tener casi el tamaño de un recién nacido. Arrodillados en la nieve, modelaron el cuerpecito en un abrir y cerrar de ojos. Ahora únicamente les faltaba la cabeza para finalizar. Dos gordas bolas de nieve formaron las mejillas y el rostro, y una muy grande la cabeza. Luego colocaron un puñado para la nariz e hicieron dos agujeros, uno a cada lado, a modo de ojos. ! No bien estuvo terminado, retrocedieron para mirarlo, riéndose y aplaudiendo como dos niños. De pronto, se detuvieron. ¿Qué había ocurrido? ¡Algo muy extraño, por cierto! Allí donde estaban los agujeros, vieron dos melancólicos ojos azules que les miraban.
  • 25. ! Luego, el rostro del pequeño muñeco dejó de ser blanco. Las mejillas se volvieron redondas, tersas y brillantes, y dos labios rosados comenzaron a sonreírles. ! Un soplo de viento barrió la nieve de la cabeza, transformándola en unos bucles muy rubios que escapaban de un blanco gorro de piel y caían sobre sus hombros. Al mismo tiempo, un poco de nieve, resbalando por el cuerpecito, cayó y tomó la forma de una bonita prenda blanca. Luego, de repente y antes de que pudieran reaccionar, el muñeco se había convertido en la más bella niñita que jamás hubieran visto. Se miraron el uno al otro de soslayo e, incrédulos, se rascaron la cabeza. ! Pero aquello era tan real como la vida misma. Allí ante ellos estaba de pie la niña, toda de rosa y blanco. Estaba viva de verdad, pues corrió hacia ellos. Y cuando se agacharon para alzarla, puso un brazo alrededor del cuello de la anciana y con el otro cogió el del anciano y les dio a cada uno un beso y un abrazo. ! Rieron y lloraron de felicidad y, luego, recordando súbitamente cuán reales pueden parecer algunos sueños, se pellizcaron el uno al otro. Aun así no se creyeron seguros, pues los pellizcos podían ser parte del sueño. Y, ante el temor de despertarse y que se rompiera el encanto, arroparon rápidamente a la pequeña y emprendieron el regreso a casa. ! Por el camino encontraron a los niños, que todavía jugaban con su muñeco; las bolas de nieve que les lanzaron por detrás eran muy reales, pero, aun así, también podían haber sido parte del sueño. Aunque cuando estuvieron dentro de la casa y vieron la chimenea, la olla de sopa junto al fuego, el haz de leña a un costado y todo tal cual lo habían dejado, se miraron con lágrimas en los ojos y ya no volvieron a temer que todo aquello fuera un sueño. ! De pronto, allí estaban el gorrito blanco de piel colgando de la repisa de la chimenea y los zapatitos secándose al calor del fuego, mientras la anciana cogía a la niña en su regazo y le cantaba suavemente una nana. El anciano puso la mano sobre el hombro de su esposa y ella alzó la vista. ! -¡Marusha! ! -¡Youshko! ! -¡Al fin tenemos una niñita! La sacamos de la nieve, así que la llamaremos Snegorotchka. ! La anciana asintió con la cabeza y luego se besaron. Cuando terminaron de cenar se fueron a la cama seguros de que, por la mañana temprano, encontrarían a la niña todavía con ellos. Y no se equivocaron. ! Allí estaba, de pie entre los dos, parloteando y riéndose. Pero había crecido y su cabello era ahora dos veces más largo que la noche anterior. Cuando ella los llamó «papá» y «mamá», sintieron un placer tan grande como si fueran jóvenes y estuvieran bailando ágilmente; pero, en lugar de bailar, se abrazaron y lloraron de alegría. Aquel día lo celebraron con un gran banquete. Marusha estuvo ocupada toda la mañana cocinando todo tipo de delicias, mientras su marido daba vueltas por el pueblo para reunir a los violinistas. ! Todos los niños y las niñas del lugar fueron invitados; comieron, cantaron, bailaron y se divirtieron hasta el amanecer. Mientras volvían a casa, las niñas hablaban de lo bien que lo habían pasado, pero los niños estaban muy silenciosos; pensaban en la bella Snegorotchka, con sus ojos azules y sus dorados cabellos. !
  • 26. Después de aquel día la pequeña de Marusha y Youshko jugó con los otros niños y les enseñaba cómo hacer castillos y palacios de nieve con salones de mármol, tronos y hermosas fuentes. Parecía que con la nieve y sus finos dedos podía hacer todo lo que quisiera, como si se construyese ella misma. Todos estaban encantados, y, sobre todo, cuando les enseñaba cómo bailaban los copos de nieve, primero con enérgicos remolinos y luego suave y delicadamente, ninguno podía pensaren ninguna otra cosa que en la Niña de Nieve.  Era la pequeña reina mágica de los niños, la alegría de los mayores y la luz de las vidas de Marusha y Youshko. ! Pero ya se iban terminando los meses de invierno. Con pasos suaves y firmes se retiraban de las cumbres de las montañas y se perdían detrás del horizonte. La tierra comenzaba a cubrirse de verde, los árboles vestían su desnudez y los pájaros del año anterior cantaban las canciones de este año. ! Las flores tempranas derramaban su aroma en la brisa y una ráfaga de aire cálido acariciaba las mejillas y alentaba una grata promesa en el aire. Los bosques, los prados y las fuentes estaban inquietos y conmovidos y un nuevo espíritu todo lo envolvía: Era como si la Primavera, amarrada durante el largo invierno, quisiese pegar el estirón definitivo para poder expandirse libre. ! Una tarde, Marusha, sentada en el rincón de la chimenea, mientras revolvía la sopa, cantaba una canción, pues nunca se había sentido tan llena de felicidad. El anciano Youshko acababa de traer un haz de leña que dejó en el suelo. Todo parecía igual que aquella tarde de invierno cuando vieron a los niños bailando alrededor del muñeco de nieve; pero lo que hacía que ahora todo fuera diferente era Snegorotchka, la luz de sus ojos, que, sentada junto a la ventana, contemplaba la verde hierba y el follaje de los árboles. Youshko, que la estaba mirando, se dio cuenta de que su rostro estaba pálido y sus ojos tenían un tono menos azul de lo habitual. ! -¿No te sientes bien, pequeña? -le preguntó. ! -No, padre -respondió con tristeza-. ¡Ay, añoro tanto la blanca nieve! La hierba verde no es ni la mitad de bonita. Me gustaría que la nieve llegase otra vez. ! -Pues ¡claro que sí! La nieve llegará nuevamente -contestó el anciano-. ¿Acaso no te gustan las hojas de los árboles y las flores? ! -No son tan bonitas como la pura nieve blanca -y la niña tembló. ! Al día siguiente ella tenía un aspecto tan triste y estaba tan pálida que sus padres se asustaron y se dirigieron una mirada de inquietud. ! -¿Qué le pasa a la niña? -dijo Marusha. ! Youshko movió la cabeza mirando alternativamente a Snegorotchka y al fuego. ! -Hija mía -dijo al fin-, ¿Por qué no sales a jugar con los demás niños? Están todos divirtiéndose en el bosque; pero he notado que ahora nunca juegas con ellos. ¿Por qué, querida mía? ! -Padre, no lo sé, pero mi corazón parece que se convierte en agua cuando el suave y tibio viento me trae el perfume de las flores. ! -Nosotros iremos contigo, hija mía -dijo el anciano-, pondré mi brazo sobre ti y te protegeré del viento. Ven, te mostraremos todas las bellas flores del campo, te diremos sus nombres y tú acabarás amándolas.. !
  • 27. Marusha retiró la olla del fuego y los tres juntos salieron de casa. Youshko rodeó a la niña con su brazo para protegerla del viento, pero no habían ido muy lejos cuando el cálido perfume de las flores llegó hasta ellos flotando en la brisa, y la Niña de Nieve tembló como una hoja. Los ancianos la besaron y consolaron y se dirigieron al campo, al lugar donde crecían las flores más bonitas. ! De repente, mientras atravesaban un bosquecillo de grandes árboles, un brillante rayo de sol se cruzó como un dardo y Snegorotchka se puso la mano sobre los ojos y lanzó un grito de dolor. ! Se detuvieron y la miraron. Por un momento, mientras se desmayaba en brazos del anciano, sus ojos se encontraron con los suyos. Y por su rostro se deslizaban lágrimas que, al caer, brillaban a la luz del sol. ! Y comenzó a volverse más y más pequeña, hasta que al fin todo lo que quedó de Snegorotchka - Niña de Nieve, Nievecita- era una gota de rocío brillando sobre la hierba, una lágrima que había caído en la corola de una flor. Youshko la recogió con delicadez y, sin decir palabra, se la ofreció a Marusha. ! En ese preciso momento los dos ancianos, Marusha y Youshko, comprendieron que su pequeña y querida niña estaba hecha simplemente de nieve y se había derretido al calor del sol. !
  • 28. ! La Leyenda de los Volcanes ! Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra. Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en las calles y en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos destrozados y las ropas tremolando al viento en jirones ensangrentados. Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios cojo de la guerra. Los estándares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de la estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de su vergonzosa derrota. Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son de conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a quienes era preciso ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los guerreros abatidos y llenos de vergüenza. Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era así llamada la Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque ensangrentados con la sangre de sus enemigos. Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras de sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe. Ocultaban los hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos para que no fueran testigos de a que retorno deshonroso. Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante altivo y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra un abrumador número de hombres de las razas del Sur. La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada del guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así se llamaba la mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de improviso, porque aquel guerrero azteca era su amado y le había jurado amor eterno. Se revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho su esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el guerrero azteca, su dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los zapotecas. --¡Me has mentido, hombre vil y más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así se llama el escorpión-; me has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre lo he amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para siempre! Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su huipil echó a correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor. Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de Texcoco, cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del marido y pudo comprobar que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de la macana y separándose de las filas de guerreros humillados se lanzó en seguimiento de los dos. Pocos pasos separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les dio alcance el guerrero azteca. No hubo ningún intercambio de palabras porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el venablo que ocultaba bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de dientes de jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí. Chocaron el amor y la mentira.
  • 29. El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca mandaba furioso golpes de macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su amada haciendo uso de arteras engañifas. Y así se fueron yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas donde saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las orillas limosas. Mucho tiempo duró aquél duelo. El tlaxcalteca defendiendo a su mujer y a su mentira. El azteca el amor de la mujer a quien amaba y por quien tuvo arrestros para regresar vivo al Anáhuac. Al fin, ya casi al atardecer, el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien huyó hacia su país, hacia su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del azteca. El vencedor por el amor y la verdad regresó buscando a su amada Xochiquétzal. Y la encontró tendida para siempre, muerta a la mitad del valle, porque una mujer que amó como ella no podía vivir soportando la pena y la vergüenza de haber sido de otro hombre, cuando en realidad amaba al dueño de su ser y le había jurado fidelidad eterna. El guerrero azteca se arrodilló a su lado y lloró con los ojos y con el alma. Y cortó maravillas y flores de xoxocotzin con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa Xochiquétzal. Corono sus sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es la flor del corazón y trajo un incensario en donde quemó copal. Llegó el zenzontle también llamado Zenzontletole, porque imita las voces de otros pajarillos y quiere decir 400 trinos, pues cuatrocientos tonos de cantos dulces lanza esta avecilla. Por el cielo en nubarrones cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte. Y cuenta la leyenda que en un momento dado se estremeció la tierra y el relámpago atronó el espacio y ocurrió un cataclismo del que no hablaban las tradiciones orales de los Tlachiques que son los viejos sabios y adivinos, ni los tlacuilos habían inscrito en sus pasmosos códices. Todo tembló y se anubló la tierra y cayeron piedras de fuego sobre los cinco lagos, el cielo se hizo tenebroso y las gentes del Anáhuac se llenaron de pavura. Al amanecer estaban allí, donde antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la forma inconfundible de una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas y otra alta y elevada adoptando la figura de un guerrero azteca arrodillado junto a los pies nevados de una impresionante escultura de hielo. Las flores de las alturas que llamaban Tepexóchitl por crecer en las montañas y entre los pinares, junto con el aljófar mañanero, cubrieron de blanco sudario las faldas de la muerta y pusieron alba blancura de nieve hermosa en sus senos y en sus muslos y la cubrieron toda de armiño. Desde entonces, esos dos volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por nombres Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatepetl, que se traduce por montaña que humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso pebetero. En cuanto al cobarde engañador tlaxcalteca, según dice también esta leyenda, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra y también se hizo montaña y se cubrió de nieve y le pusieron por nombre Poyauteclat, que quiere decir Señor Crepuscular y posteriormente Citlaltepetl o cerro de la estrella y que desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca podrá ya separar. Eran los tiempos en que se adoraba al dios Coyote y al Dios Colibrí y en el panteón azteca las montañas eran dioses y recibían tributos de flores y de cantos, porque de sus faldas escurre el agua que vivifica y fertiliza los campos. Durante muchos años y poco antes de la conquista, las doncellas muertas en amores desdichados o por mal de amor, eran sepultadas en las faldas de Iztaccihuatl, de Xochiquétzal, la mujer que murió de pena y de amor y que hoy yace convertida en nívea montaña de perenne armiño.