Este documento narra la historia de Lucía, una maestra rural que conoce de cerca la dura realidad de sus alumnos a través de Franco, un niño que sueña con conocer una cancha de fútbol. Lucía visita la casa de Franco y se conmueve al verlo trabajando en la fabricación de ladrillos. A pesar de las dificultades, organiza un viaje de estudio a Buenos Aires para que Franco pueda cumplir su sueño, pero él fallece de neumonía antes del viaje.
Diapositivas unidad de trabajo 7 sobre Coloración temporal y semipermanente
Sueños de Barro
1. Seudónimo: Quiyoc
Categoría: 4
Título del texto: ¨Sueños de barro¨
Un día más…Lucía cierra los ojos, suspira profundamente y deja caer el peso de sus
hombros cansados, sus brazos, su cuerpo, sobre la dura silla que ocupa en el aula. Todavía
se notan en el aire las partículas del polvillo levantado por sus alumnos al salir
desordenadamente luego del toque de timbre… ¡Qué manía de salir corriendo! Si igual
deben esperar un buen rato en la puerta principal, hasta que vayan pasando…en fin. Un día
más…
Da un vistazo al salón vacío, como cada jornada, recogiendo elementos que van dejando
“sus niños” (adolescentes casi, pero siguen siendo “sus niños”), recoge lápices, biromes,
una bufanda, una cartuchera…lo de siempre. Un montón de hojas, amarillentas, llama su
atención segundos antes de que se dispusiera a arrojarlas al cesto de basura.
Cuidadosamente alisa las hojas y trata de descifrar los garabatos, una lucha cotidiana
entender la letra de sus alumnos. ¡Hum! Franquito, ¿qué andaba haciendo? Nunca me hace
las tareas…Los ojos de Lucía van parpadeando mientras avanza en la lectura, una lágrima
se le escapa, arruga con fuerza y bronca el manojo de hojas…y las vuelve a alisar. Guarda
sus cosas en su destartalado maletín y sale caminando lentamente del colegio, mientras las
lágrimas atropellan y salen sin pedir permiso, a empujones, como sus alumnos al tocar el
timbre de salida.
“Yo quisiera poder visitar la cancha de River, con mi papá y mi mamá, y mi hermanito,
aunque sea de Boca. Pero ya sé que no vamos a poder, porque Buenos Aires está muy
lejos, y es para la gente que tiene plata. Igual no me enojo. Por suerte nos alcanza para
2. comer…aunque si vendemos más ladrillos, capaz que me pueda comprar las zapatillas
para el futbol, ya es…”
La tarea en clase de Tutoría, era escribir, entre otras cosas, cuál es tu mayor sueño. Lucía
había hecho toda una introducción, pensando en motivar a sus alumnos para que vayan
diagramando su proyecto de vida, tratando de identificar qué futuro se imaginaban los
jóvenes, que carreras irían perfilándose como las elegidas al llegar al quinto año de
estudios, en fin, que esperaban de la vida. Y Franco, el “dolorcito de cabeza”, como le
decía cariñosamente Lucía, sólo aspiraba a conocer una cancha de fútbol, o comprarse de
última, un par de zapatillas sólo para jugar al fútbol.
Ser docente había sido, en primera instancia, la única salida que había encontrado la
joven, ya que no podía costearse estudios en la universidad, más allá de ser gratuita nadie
repara en que para la gente del interior, que desea seguir una carrera universitaria, los
gastos son elevados, empezando por el alquiler, los materiales de estudio…en fin. Una
carrera docente era lo que estaba a su alcance, en su pueblo. Y luego del primer contacto
con los alumnos, amó la profesión.
Siempre tuvo altibajos, la burocracia, a veces el clima entre los colegas, que no era del
todo propicio, pero podía superarlo. Tras quince años de docencia, sentía que era lo que
más amaba, lo que más plena la hacía sentir, pero no podía evitar hacer carne en ella las
dificultades de “sus niños”. A pesar de todas las advertencias, el instinto sobreprotector
siempre vencía…y le acarreó más de un llamado de atención. “¡Siempre los estás
defendiendo!.... ¡Te toman el pelo y no te das cuenta!”, etc. Pero ya estaba acostumbrada a
resignar horas de descanso, a insistir entre los colegas para que apoyen algún proyecto
extra, de esos que nadie reconoce, pero que quedan grabados en la memoria de los chicos.
Campamentos, jornadas de convivencia, bicicleteadas, talleres de música, de artes, de
3. armado de barriletes… ¡tantas tardes invertidas en el colegio! Ah, pero qué lindo era verlos
felices, corriendo tras una pelota, compartiendo una taza de mate cocido, intentando
arrancar una nota a los instrumentos musicales…Si, el resultado se sentía en la convivencia
diaria, en el aula, en las ganas que le imprimían a los trabajos, a las clases. Era otra cosa. Se
vivía de otra manera. Y Lucía lo sentía.
A la semana siguiente, la profe inició la recorrida por los hogares de sus alumnos, tarea
que no estaba contemplada entre sus funciones, pero que sentía necesaria, como manera de
acercarse más a sus alumnos y entender su realidad. Eran largas tardes de recorrer en su
bicicleta las calles polvorientas del pueblo, esquivando pozos y perros mientras se iba
alejando de las calles céntricas. ¡Cuánto ha crecido el pueblo!, pensó. Cada vez conozco
menos…
Hasta que llegó el turno de conocer la casa de Franco…”Allá por el “Rolan Garrós vive
profe”, Roland Garros era el nombre con que identificaban al gran barrio donde vivían las
familias que se dedicaban a la fabricación de ladrillos, el ingenio argentino siempre
presente, enseguida le encontraron un nombre, considerando la característica del polvo de
ladrillo, presente en el patio de cada uno de los ranchitos del lugar.
“Allá profe, la casita que está en la esquina, justo están trabajando… ¡guarda con los
perros nomás!” Siguiendo las indicaciones, Lucía llegó al hogar de Franco…y el corazón
se le encogió de golpe, se le fue el aliento, se le arrugó el alma. Ahí estaba Franco, su
“dolorcito de cabeza”, el que se le dormía en clases o se la pasaba peleando, el que no le
completaba las tareas. Ahí estaba, con los pies metidos en el barro, pisoteando el mazacote
marrón, con energía, ¿con bronca? Un pie, y luego el otro, y de nuevo…un par de cuscos
flacos jugueteaban a la orilla del pozo de barro, un pequeño de no más de cuatro años
4. jugaba con un camión de juguete, sin ruedas, cargando palitos y cascotes, en un circuito
improvisado.
No alcanza a decir nada, Franco alza la vista y una mezcla de miedo y vergüenza asoma
en sus ojos al ver a la profesora. Lucía lo nota y saluda como si nada. ¡Hola Franco! Veo
que estás ayudando en casa, qué bueno. ¿Tu mamá está?, las palabras surgen lastimando su
garganta, tratando de abrirse paso entre los nudos que ahogan las ganas de gritar y gritar,
contra el mundo, contra las injusticias, contra la burocracia…
De adentro de un precario ranchito, sale una joven mujer que carga el peso de la dura vida
en sus pómulos flacos, en sus ojos entristecidos, en las manos curtidas por el barro seco
convertido en ladrillos. ¿Qué macana te mandaste ya? ¡Ya vas a ver cuando venga el
papá!, es lo primero que atina a decir, mirando seriamente al niño que tenía las rodillas
hundidas en el barro. ¡No hice nada! ¿Qué no, seño?, se defiende Franco, que no alcanzaba
a descifrar la razón de la presencia de Lucía en su casa.
Tranquila señora, Franco es un buen alumno (guiño cómplice de la profesora y sonrisa
picarona del alumno, cuántas travesuras que le costarían un buen reto, si la seño hablara),
sólo estoy recorriendo las casas de mis alumnos, para conocerlos un poco mejor, nada
más.
Bueno doñita, ¿gusta unos mates?... ¡Franco, tráele una silla a la profesora!, grita
mientras saca de adentro de la piecita ennegrecida por el humo, una vieja pava, el mate y un
pedazo de tortilla1
envuelta en un viejo, pero limpio, repasador. La tarde se pasa entre mate
y mate, charlando acerca del desempeño de Franco en el colegio (Lucía evita profundizar
en cada uno de los reclamos que tenía pensado hacer en un primer momento), la mamá de
1
Tortilla: torta santiagueña, mezcla de harina, grasa y salmuera, amasada y cocida a la parrilla o al horno,
muy consumidas en provincias del norte argentino, para acompañar al mate
5. Franco le cuenta entusiasmada que están trabajando duro porque tienen un pedido grande
de ladrillos, y con eso van a poder agrandar el ranchito, comprar algunas chapas para la
piecita, y hacerle un revoque a las paredes…Se siente el calor del horno donde ya se cuece
una tanda de ladrillos, mientras el niño sigue pisando y pisando el barro negro. “Mi marido
se ha ido pa’la muni, a ver si nos mandan un poco de agua, porque ya casi no
tenemos,vio?. Ahorita viene y se pone a cortar más ladrillos…sino no llegamos. Ah, pero
eso sí, este changuito tiene prohibido faltar al colegio. Ya sabe que tiene que estudiar…”
De regreso a casa, Lucía pedalea su bicicleta sin sentir los ladridos de los perros, ni
siquiera se da cuenta de que un par de ellos rozan sus tobillos, en unas mordidas que no
llegaron a concretarse. En su mente confluían tantas cosas. “¡Derechos humanos!
¡Derechos de los niños y adolescentes!”, mascullaba. Tantas horas de charlas y
capacitaciones, largas jornadas debatiendo sobre la importancia de la educación, proyectos,
seminarios, congresos, propagandas… “¿Realmente les importa?” Ahogó la pregunta que
quería salir en un grito cargado de ira.
Y qué podía hacer. No mucho, pensó. Pero no se quedaría de brazos cruzados. Golpeando
puertas, acudiendo a los colegas incondicionales, soñadores como ella, pensó en cumplirle
el sueño a Franco. “Bueno chicos, vamos a hacer un viaje de estudios para conocer lugares
importantes para nuestra historia. Así que conseguimos un viaje a Buenos Aires, para
conocer el Congreso, el Museo de Malvinas…”, mientras la profesora hablaba, una
algarabía inundó el salón, los alumnos ya estaban deliberando quien se sentaría con quién,
que llevarían para el camino, “…y ya que estamos, vamos a aprovechar el viaje para
conocer los estadios de River y de Boca” El grito de júbilo fue tal, que la preceptora acudió
al salón, para ver qué sucedía. El rostro de Franco era como un bello amanecer de verano,
iluminado, cálido, feliz.
6. Los preparativos para el viaje fueron agotadores, papeles y más papeles, padres que no se
ponían de acuerdo, tramitar los permisos necesarios para salir de viaje con los alumnos, a
otra provincia, varios días, desde Chaco…muy lejos, muchos días. Hasta que estuvo todo
listo.
Y llegó el gran día. Los profesores iban pasando lista, a medida de que los alumnos iban
subiendo al colectivo, controlando que todo estuviera en orden. Lucía buscaba entre los
curiosos que fueron a observar la partida. Faltaba aún Franco. Ya estaba retrasado. “Franco
no viene seño, dice su mamá que le avise, porque está muy engripado y lo llevan a Sáenz
Peña2
”.
Los días en Buenos Aires pasaron rápidamente, a pesar de que el proyecto había nacido
pensando en cumplirle el sueño a Franco (motivo que pocos profes conocían), Lucía veía
que cada uno de sus alumnos disfrutaba y se asombraba en cada recorrido. Del
Monumental, tomó las mejores fotos y consiguió un par de autógrafos, en una camiseta que
compró especialmente para Franco.
De regreso, se sorprendió al ver que su alumno no asistió a clases. Decidió acercarle los
recuerdos a su casa, pero se encontró con que no había nadie. “Hola profe, todavía andan
por Sáenz Peña, el Franco no se cura”, le comenta una vecina, que estaba tendiendo la
ropa recién lavada en el tejido lindero.
Una mañana, mientras estaban en la sala de profesores, la directora avisa que Franco
había fallecido. “Tenía neumonía, lo llevaron muy tarde, no se pudo recuperar”. “Y si…”,
comenta alguien, de esos que nunca faltan, que no entienden, que no conocen ni intentan
conocer a sus alumnos, “que se puede esperar, mal comidos, seguro andaba vagando todo
el día, viste que en clases siempre se dormía…gente ignorante, que querés”. Lucía se
2
Localidad de gran importancia del interior del Chaco, la segunda más poblada.
7. contuvo para no saltar sobre su colega, era en vano. ¿Para qué enredarse en una discusión
acerca de lo poco que se ocupaban de los niños, docentes, políticos, autoridades? Era más
fácil endilgarle la culpa a su ignorancia, que preocuparse por sacarlos de ella. No
entendería. Para mucha gente es mejor culpar a los demás, en vez de ocuparse de los
demás.
Al sepelio de Franco asistieron todos sus compañeros, en bicicletas, algunos en moto,
acompañaron el sencillo cortejo hasta el cementerio municipal. Su madre se acercó a la
profesora, “Sabe seño, él estaba muy contento con el viaje, aunque no podía ir se puso
contento por sus compañeros. No era malo, a veces un poco cabezudo, vió? Pero él quería
estudiar, le costaba un poco, pero tenía ganas. Qué le vamo’hacer, así nomás es el destino
del pobre.”
Las palabras resonaron en la mente y en el corazón de Lucía. Siglo XXI, Argentina,
cientos de páginas escritas acerca de los derechos de los niños y adolescentes, cientos de
horas de programas de televisión con políticos de todos los colores e ideologías, hablando
del tema. Y acá, en un rincón perdido del Chaco, Franco se nos fue, con la piel curtida y
reseca, con los sueños simples y frescos, y una camiseta autografiada se quedó sin dueño,
dormida en un cajón.-