9. Cuando mi corazón
sobrecogido por el temor
de tu sentencia no se
atreva
a ir a Ti, entonces,
oh buen Jesús, llámame,
misericordioso y
perdonador.
10. Cuando las angustias de la
agonía y los afanes de la
muerte fuercen mi alma a
salir ya de este mundo,
llámame, oh buen Jesús.
11. Cuando abandonado a mi enfermedad,
no pueda ya soportar el peso de mi
flaqueza y baje lentamente hasta la
muerte,
como navío que zozobra,
que entonces me seas Tú el práctico a
bordo
y tu bondad el áncora final de mi
salvación.
12. Cuando mi alma,
abandonada de todos,
dejando el cuerpo
pálido,
frío y sin vida,
emprenda el viaje de la
misteriosa y temible
eternidad
y se encuentre sola ante
Ti,
su Juez, entonces oh
buen
16. Mía, porque es la primera y más
personal deuda contraída con Dios,
mi Creador ofendido.
17. Mía, porque mi muerte
revestirá características y
circunstancias tan
personales que la hagan
total y únicamente mía.
18. Pues, oh buen Jesús,
en la hora de mi
muerte,
que yo desconozco
y Tú conoces muy
bien, llámame.
19. Llámame con voz de perdón y
misericordia;
Con voz que trueque:
En visión mi fe,
En posesión mi esperanza,
Y en abrazo eterno mi amor
de desterrado.
22. Pues, Tú que me llamaste a
tu fe, a tu gracia y a tu
compañía;
en la hora de mi muerte,
en aquel momento
supremo del que
depende mi eternidad,
llámame.
24. Llámame, ¡Señor!
Cuando en un país extraño
donde nada somos, nadie nos
conoce,
y nuestro paso no despierta
interés alguno, una voz amiga
nos llama por nuestro nombre,
un vértigo feliz
se apodera de todo nuestro
ser;
25. Una sonrisa entusiasta se
dibuja
en nuestro rostro y nuestra
lengua se desborda en
jubilosa gratitud. No nos
sentimos solos;
ya tenemos un guía a nuestros
pasos indecisos.
26. Cuando en medio de una
tempestad de odios,
de rostros ceñudos,
de actitudes
amenazadoras, una voz
conocida y amiga
pronuncia cariñosa
nuestro nombre,
una inmensa gratitud
se apodera de nuestro
corazón.
27. Una voz así no puede
ser sino el testimonio
de una amistad
inquebrantable.
28. Por más familiar que nos sea el pensamiento
del Cielo, el primer encuentro con la
eternidad no lo podemos despejar de esa
impresión de tierra extraña.
29. El paso del tiempo a la eternidad, de la fugacidad presente
a la vida definitiva, de lo vacío a la plenitud, de las
tinieblas a la luz;
el paso a la región “cubierta de oscuridad y de muerte”
me intimida, Señor, y me sobrecoge y me hace desear
y esperar una dulce voz que me llame por mi nombre;
es la tuya Jesús, la que llamó a Zaqueo, la que llamó a
María.
30. Por más aligerada de culpas
que saliera mi alma,
y por más libre de
remordimientos
que se hallara mi conciencia,
31. El paso a vuestra eternidad,
Señor,
con su justicia incorruptible,
con su santidad sin mancha,
con su pureza sin soborno,
me sobrecoge y llena de
espanto
“porque pobre y miserable
soy yo”
32. Muy alto tiene que sonar la voz de
vuestra misericordia para que
ahogue las voces de mis culpas,
que piden venganza;
las voces de mis infidelidades,
que piden castigo.
33. Pues, Señor, que en medio
de la voz de vuestra
misericordia
que me llama.
34. Jesús, que en la hora de mi
muerte me llames amoroso y
que tu voz halle en mí un eco
de acción de gracias
por toda la eternidad.
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Que Dios te llene de bendiciones.
Y que permanezcamos unidos en el amor a
Jesús.