1. La economia de la sensatez
La economia de la sensatez
"No es probable que nos encontremos al borde de otra depresión. Algunos empecinados
optimistas hasta afirmarían que el mercado bursátil se recuperará para justificar las
cotizaciones sobrevaloradas". Al menos eso decía Kevin Hassett, autor del libro Dow36.000,
que hacía la epónima predicción —el índice Dow Jones es un índice bursátil, creado en
1883, que refleja el valor del mercado de las 30 compañías más importantes y reconocidas
de Estados Unidos—, no sintieron nin-gún arrepentimiento en agosto del año 2002, después
de que el Dow se derrumbara hasta alrededor de los 8.000 puntos, y siguieron defen-diendo
su libro. Señalaron, acertadamente, que nadie podía vaticinar el comportamiento del
mercado a corto plazo y pronosticaron que, con el transcurrir del tiempo, el mercado subiría.
(Ya no enfatizan el hecho de que en Dow 36.000 presagiaron que podría llevarle al mercado
«tres o cinco años» recuperarse... es decir, hasta finales del 2004.) Glass man y Hassett
sostienen que, dado que el mercado bursátil lleva cien años siendo infravalorado, la
información histórica suministrada por Robert Shiller no es una prueba de que los inversores
cometerán el mismo error nuevamente. Tal vez sea verdad que los inversores se han
equivocado en el siglo pasado. Como ya hemos visto, una vez que los economistas
abandonamos la idea de que las personas actúan con sensatez, nos resulta muy difícil decir
algo al respecto.
Una línea de investigación más productiva a la hora de preguntarse como se gana dinero
con las inversiones es preguntarse si, como
losugerían las cotizaciones burbuja, las ganancias de las empresas serán radicalmente
2. superiores en los años venideros. Resulta tentador pensar que lo que aquí se discute es el
poder de Internet, de los teléfonos móviles, de los ordenadores y de otros nuevos avances
tecnológicos. Muchos fanáticos de Internet, de hecho, sostuvieron que era razonable pagar
una enorme suma de dinero por una empresa como Amazon, ya que Internet estaba
«transformándolo todo».
Desafortunadamente, esa es la cuestión. Tal vez. Internet verdaderamente sea una
tecnología transformadora, como la electricidad la producción química en masa o los
ferrocarriles, l.a rcspucta se sabrá con el tiempo, pero, en realidad, no tiene mucha
importancia para el mercado bursátil. La premisa que subyace es que, ante una revolución
económica, las acciones deberían ser muy valiosas. Esta premisa es incorrecta. El precio de
las acciones debería asimilar únicamente si existe una buena razón para pensar que las
ganancias futuras de la empresa serán elevadas. Como sabemos, las ganancias provienen
de la escasez. Por ejemplo, la posesión de territorios (protegida por un título legal de
propiedad), una marca «escasa» (protegida, legalmente, por una marca comercial) o una
organización con aptitudes únicas (protegida nada más que por el hecho de que las
organizaciones más efectivas son difíciles de imitar). Así pues, el precio de las acciones
debería elevarse unicamente si la transformación económica aumenta el grado de control
que tienen las organizaciones sobre los recursos escasos.
Es fácil darse cuenta de que podría existir un vínculo entre transformación económica y
control de la escasez. Mucho menos fácil es entender cuál es ese vínculo y parece poco
probable que sea tan sencillo como decir que «las nuevas tecnologías aumentarán el control
de las empresas sobre los recursos escasos». Algunas compañías saldrán ganando; otras
perderán. Históricamente, para la empresa media no ha habido una clara relación entre
transformación económica y altos beneficios. De hecho, lo contrario sí que es cierto con
frecuencia: la transformación económica destruye la rentabilidad de las viejas empresas (al
reemplazar o copiar sus escasos activos), mientras que las nuevas empresas que las
sustituyen se enfrentan a un elevado índice de fracasos y a unos muy cuantiosos costes de
puesta en marcha de sus negocios. Las ventajas son aprovechadas por los trabajadores, a
quienes, en promedio, se les pagan salarios superiores; y por los clientes, que pagan un
precio menor u obtienen mejores productos y servidos. Por ejemplo, los 30 millones de
dólares que Amazon obtuvo en 2003 deberían ser puestos en la balanza al lado de la caída
de los beneficios sufrida, a nivel mundial, por la industria de la música, que en ese mismo
año fue de alrededor de 2.500 millones de dólares, una
informacion de los ejecutivos de esa industria atribuyeron a la descarga de musica a través
de Internet y al fácil pirateo. Internet puede destruir ganancias tan facilmente como puede
posibilitarlas
3. .
Lo mismo ha sucedido siempre con las tecnologías revolucionarias anteriores, como, por
ejemplo, los ferrocarriles o la electricidad. Cuando todavía no comprendía bien esta
cuestión, cometí el error de realizar una apuesta con el economista John Kay, a quien
intrigaba saber qué habría sucedido si alguien hubiera comprado acciones de la empresa
Great Western Railway, la empresa de trenes más famosa de Gran Bretaña, donde nació el
viaje en tren. Él especulaba con que, incluso si alguien hubiese comprado acciones el primer
día en que estuvieron a la venta y las hubiese conservado durante un largo período de
tiempo, sus beneficios habrían sido bastante modestos, digamos, menos del 10 por ciento
anual. Yo no podía imaginar que una de las empresas de mayor éxito de aquellas que
habían surgido con la revolución del ferrocarril pudiera proporcionar a los accionistas un
rédito tan moderado. Rápidamente recorrí las páginas de las polvorientas ediciones del siglo
XIX de la revista The Economist y descubrí la respuesta. Por supuesto, Kay estaba en lo
cierto. No mucho tiempo después de que las acciones de la Great Western Rail- way fuesen
puestas a la venta, en 1835, a un precio de 100 dólares por acción, se produjo un enorme
estallido especulador sobre las acciones de los trenes. En 1845, diez años después del
nacimiento de la empresa, sus acciones alcanzaron su punto máximo y llegaron a las 224
libras. Más tarde, cayeron en picado y nunca más volvieron a alcanzar ese nivel durante los
cien largos años de vida de la empresa. El inversor a largo plazo hubiera recibido el pago de
dividendos y hubie-ra logrado un respetable, pero poco reseñable, beneficio del 5 por ciento
anual por su inversión inicial de 100 libras. Quien hubiese com- prado acciones en el
4. momento de máximo furor habría perdido dine-ro, pero le habría ido mucho mejor que a los
que apostaron por las innumerables empresas de ferrocarril que, simplemente, quebraron
sin llegar a terminar de construir sus vías.
Así pues, ni siquiera las mejores empresas de ferrocarril representaban las mejores
inversiones; y las peores se convirtieron en grandes desastres financieros. Y, sin embargo,
nadie pone en cuestión el hecho
de que los ferrocarriles transformaron por completo las economías arrolladas. Los cálculos
más moderados establecen que se vio afectado entre un 5 y un 15 por ciento al valor total
de la economía estadounidense de 1890 (si lo piensas bien, es una cantidad abrumadora),
pero la competencia por crear y poner en funcionamiento líneas de ferrocarril mantuvo las
ganancias en un modesto nivel. Dado que la competencia era fuerte, los ferrocarriles tenían
poco poder debido a la escasez.