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El regalo maria landeo
Recuerdo claramente cuando Alejandro, un mozalbete de tan solo quince años, inseguro, torpe
en su dicción, con una mirada triste, de faz bien parecido, y de un comportamiento timorato ante las
féminas se solía encerrar en su cuarto cuando se deprimía por éstas. Era recurrente en él. No podía
controlar el hecho de que una chica no se fije en él, y más aún, si la chica que él amaba ni siquiera sabía
de la existencia de éste.
Se había enamorado de Yeli, una doncella que vivía a solo tres cuadras, y que también
continuaba en el colegio al igual que él, cursaba el cuarto grado de secundaria en un colegio no tan
conocido, pero que ostentaba una gran banda musical, pues siempre ganaban algún concurso distrital.
Yeli era la chica más linda pensaba él, la amaba en silencio, la veía por el mercado de su barrio, siempre
en compañía de su madre.
Un día, deambulando por su barrio, pensando en cómo haría para conquistarla, se decía: Iré a su
casa y le dejaré una carta bajo su puerta, pues ella habría de recogerlo, ya que es la que sale temprano
a comprar el pan. Y al asirlo entre sus manos, sepa que hay alguien que se desvive por ella.
Efectivamente acaeció lo que se esperaba, ella empuñó la carta y la escondió, no quería que nadie en
casa sepa de lo ocurrido. Al llegar a casa después de la escuela, se estremecía para saber de quién era
esta misiva, y sola en su cuarto con mucho tiento, despacio la abrió.
En ella decía: Eres la niña más bella que he visto en mi vida, tú sonrisa me encandila, tus ojos
me atraen y sucumbo ante esa mirada esquiva que no es para mí, siempre de lado te he visto venir y
llegar, más mis ansias de tenerte no me dejan callar este sentimiento profundo que me hace soñar, y no
es un devaneo lo que siento por ti, sino, un amor puro y sincero que te vengo a profesar. Las estrellas
brillan en la noche, pero mi amor es tuyo, y tómalo sin reproches…
Yeli quedó estupefacta al leerla y pensó; ¿Quién será esta persona que osa escribirme de esta
manera?, pues en su delirio y llena de vacilaciones no atinó a descifrar de quién se trataba, mas al pie de
la carta había un nombre, que dejaba entrever que Alejandro sería el boquirrubio. La guardó.
Pasaron los días y Alejandro notaba la ausencia de Yeli, no era difícil darse cuenta que ya no
salía, no iba a pasear en derredor con su amigas, no iba al mercado con su madre, algo estaba pasando
se decía, y más aún si ella no iba a la escuela. Y más desventura llegó a sus días cuando el recelo que
sentía era verdad, caminando por la casa de su amada, logró oír que la niña hermosa y frágil de quien él
estaba enamorado, sufría de una enfermedad que la tenía postrada en la cama de un hospital, y que si
los galenos no hacían nada al respecto podía fenecer en cualquier momento. Necesitaba de sangre.
Sintió un fuerte dolor en el pecho como si alguien le hubiese clavado un puñal, como si su vida
se apagara en un abrir y cerrar de ojos, como si el hálito de la vida lo abandonase en ese preciso
instante, así estaba él, sumido en lo inefable. ¿Por qué?, se preguntaba una y otra vez.
Pasaron los minutos para que su vigor y espíritu se reincorporasen en él nuevamente, y pregunto
a una señora que minutos antes se encontraba en la cháchara, sobre la ubicación del hospital donde se
hallaba ella; al obtener respuesta se marchó de inmediato. Al llegar al nosocomio pudo ver que la madre
de Yeli se encontraba muy mal, no dejaba de llorar. Se le acerco el doctor preguntándole si es que ya
había encontrado a la persona que le pudiese donar sangre a la niña. No dijo ella. No puedo encontrar a
alguien que tenga la misma sangre que ella respondió. El doctor le dijo: señora si no encontramos a
alguien dentro de una hora su hija puede morir, además el tipo de sangre AB+ lo tendremos dentro de
una semana todavía, así que esperemos un milagro.
Alejandro recordó, que una vez tuvo que ir al hospital para hacerse un análisis de sangre para
una prueba de anemia, y que coincidentemente era la misma que tanto necesitaba Yeli, su hermosa y
frágil niña. Sin dudarlo se acercó a la sala del laboratorio, y pidió que le extrajeran la suficiente cantidad
de sangre que necesitaba la niña para su pronta recuperación; y que, por favor, no le dijeran ni al doctor
ni a la madre de Yeli que él había sido quien había donado la sangre, sólo díganle que lo hice por amor;
pero dejo una dirección donde podían ubicarlo. Se marchó.
Con buen éxito le intervinieron a Yeli. Ya estaba casi recuperada. Aún le dolía la cabeza, y
también los pequeños orificios en los brazos por los piquetes de las agujas. Su madre estaba muy feliz,
¿Quién será el chico que le devolvió la vida a mi hija?, se lo agradeceré eternamente. Al día siguiente le
dieron de alta a Yeli, y ella en vez de reposar, se dirigió a buscarlo, pues ella si quería conocer a
Alejandro para poder agradecerle por lo que había hecho por ella, y preguntarle del porqué lo había
hecho, ¿Acaso será el mismo chico que me escribió la carta pensó?, no creo se dijo.
Yeli, quien esta vez no iba acompañada de su madre, ya estaba cerca de la casa de Alejandro,
cuando a lo lejos de la casa de éste, pudo ver que en esa morada había un ataúd, y que muchas
personas lloraban alrededor de el. Cuando llegó a la casa, ella preguntó: ¿Quién había muerto?, a lo que
la pobre madre de él dijo: Mi pobre hijo Alejandro, entre lágrimas, sin que nadie la pudiese consolar.
Afirmó que su hijo estaba bien, cuando ayer por la tarde llegó muy cansado, no quiso comer, solo quería
dormir, y al buscarlo en la noche para que cene, mi pobre hijo yacía en la cama inerte, y me pareció muy
raro cuando vi un pequeño piquete en su brazo derecho, no sé qué le habrá pasado a mi pobre hijo.
Siguió llorando.
Yeli al escuchar esto, se estremece y se echa a llorar, porque ella sí sabía que había pasado.
Era él, Alejandro, aquel joven enamorado de sus ojos, cabellos, y de su piel, cuan lozana y suave como
la seda, tan niña como él la pensó en su carta de amor. Ella que era todo para él y que no le interesó
regalarle su vida en una tarde de otoño, cuando las hojas caen de los árboles sin pedir permiso al aura
del este. Así sucumbió la vida de Alejandro, un joven con un espíritu noble, puro y lleno de ilusiones.
Desde entonces Yeli, visita la tumba de Alejandro, en honor al amor diáfano que él le profesaba
día a día sin que ella pudiese nunca saber si el amor que él sentía por ella pudo en algún momento ser
correspondido, tal como él lo hubiese deseado. Frecuentemente se arrodilla ante él, va todos los
domingos y lleva rosas rojas y amarillas en señal de amor y agradecimiento eterno.

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La donación de sangre de Alejandro que le salvó la vida a su amada Yeli

  • 1. El regalo maria landeo Recuerdo claramente cuando Alejandro, un mozalbete de tan solo quince años, inseguro, torpe en su dicción, con una mirada triste, de faz bien parecido, y de un comportamiento timorato ante las féminas se solía encerrar en su cuarto cuando se deprimía por éstas. Era recurrente en él. No podía controlar el hecho de que una chica no se fije en él, y más aún, si la chica que él amaba ni siquiera sabía de la existencia de éste. Se había enamorado de Yeli, una doncella que vivía a solo tres cuadras, y que también continuaba en el colegio al igual que él, cursaba el cuarto grado de secundaria en un colegio no tan conocido, pero que ostentaba una gran banda musical, pues siempre ganaban algún concurso distrital. Yeli era la chica más linda pensaba él, la amaba en silencio, la veía por el mercado de su barrio, siempre en compañía de su madre. Un día, deambulando por su barrio, pensando en cómo haría para conquistarla, se decía: Iré a su casa y le dejaré una carta bajo su puerta, pues ella habría de recogerlo, ya que es la que sale temprano a comprar el pan. Y al asirlo entre sus manos, sepa que hay alguien que se desvive por ella. Efectivamente acaeció lo que se esperaba, ella empuñó la carta y la escondió, no quería que nadie en casa sepa de lo ocurrido. Al llegar a casa después de la escuela, se estremecía para saber de quién era esta misiva, y sola en su cuarto con mucho tiento, despacio la abrió. En ella decía: Eres la niña más bella que he visto en mi vida, tú sonrisa me encandila, tus ojos me atraen y sucumbo ante esa mirada esquiva que no es para mí, siempre de lado te he visto venir y llegar, más mis ansias de tenerte no me dejan callar este sentimiento profundo que me hace soñar, y no es un devaneo lo que siento por ti, sino, un amor puro y sincero que te vengo a profesar. Las estrellas brillan en la noche, pero mi amor es tuyo, y tómalo sin reproches… Yeli quedó estupefacta al leerla y pensó; ¿Quién será esta persona que osa escribirme de esta manera?, pues en su delirio y llena de vacilaciones no atinó a descifrar de quién se trataba, mas al pie de la carta había un nombre, que dejaba entrever que Alejandro sería el boquirrubio. La guardó. Pasaron los días y Alejandro notaba la ausencia de Yeli, no era difícil darse cuenta que ya no salía, no iba a pasear en derredor con su amigas, no iba al mercado con su madre, algo estaba pasando se decía, y más aún si ella no iba a la escuela. Y más desventura llegó a sus días cuando el recelo que sentía era verdad, caminando por la casa de su amada, logró oír que la niña hermosa y frágil de quien él estaba enamorado, sufría de una enfermedad que la tenía postrada en la cama de un hospital, y que si los galenos no hacían nada al respecto podía fenecer en cualquier momento. Necesitaba de sangre. Sintió un fuerte dolor en el pecho como si alguien le hubiese clavado un puñal, como si su vida se apagara en un abrir y cerrar de ojos, como si el hálito de la vida lo abandonase en ese preciso instante, así estaba él, sumido en lo inefable. ¿Por qué?, se preguntaba una y otra vez. Pasaron los minutos para que su vigor y espíritu se reincorporasen en él nuevamente, y pregunto a una señora que minutos antes se encontraba en la cháchara, sobre la ubicación del hospital donde se hallaba ella; al obtener respuesta se marchó de inmediato. Al llegar al nosocomio pudo ver que la madre de Yeli se encontraba muy mal, no dejaba de llorar. Se le acerco el doctor preguntándole si es que ya había encontrado a la persona que le pudiese donar sangre a la niña. No dijo ella. No puedo encontrar a
  • 2. alguien que tenga la misma sangre que ella respondió. El doctor le dijo: señora si no encontramos a alguien dentro de una hora su hija puede morir, además el tipo de sangre AB+ lo tendremos dentro de una semana todavía, así que esperemos un milagro. Alejandro recordó, que una vez tuvo que ir al hospital para hacerse un análisis de sangre para una prueba de anemia, y que coincidentemente era la misma que tanto necesitaba Yeli, su hermosa y frágil niña. Sin dudarlo se acercó a la sala del laboratorio, y pidió que le extrajeran la suficiente cantidad de sangre que necesitaba la niña para su pronta recuperación; y que, por favor, no le dijeran ni al doctor ni a la madre de Yeli que él había sido quien había donado la sangre, sólo díganle que lo hice por amor; pero dejo una dirección donde podían ubicarlo. Se marchó. Con buen éxito le intervinieron a Yeli. Ya estaba casi recuperada. Aún le dolía la cabeza, y también los pequeños orificios en los brazos por los piquetes de las agujas. Su madre estaba muy feliz, ¿Quién será el chico que le devolvió la vida a mi hija?, se lo agradeceré eternamente. Al día siguiente le dieron de alta a Yeli, y ella en vez de reposar, se dirigió a buscarlo, pues ella si quería conocer a Alejandro para poder agradecerle por lo que había hecho por ella, y preguntarle del porqué lo había hecho, ¿Acaso será el mismo chico que me escribió la carta pensó?, no creo se dijo. Yeli, quien esta vez no iba acompañada de su madre, ya estaba cerca de la casa de Alejandro, cuando a lo lejos de la casa de éste, pudo ver que en esa morada había un ataúd, y que muchas personas lloraban alrededor de el. Cuando llegó a la casa, ella preguntó: ¿Quién había muerto?, a lo que la pobre madre de él dijo: Mi pobre hijo Alejandro, entre lágrimas, sin que nadie la pudiese consolar. Afirmó que su hijo estaba bien, cuando ayer por la tarde llegó muy cansado, no quiso comer, solo quería dormir, y al buscarlo en la noche para que cene, mi pobre hijo yacía en la cama inerte, y me pareció muy raro cuando vi un pequeño piquete en su brazo derecho, no sé qué le habrá pasado a mi pobre hijo. Siguió llorando. Yeli al escuchar esto, se estremece y se echa a llorar, porque ella sí sabía que había pasado. Era él, Alejandro, aquel joven enamorado de sus ojos, cabellos, y de su piel, cuan lozana y suave como la seda, tan niña como él la pensó en su carta de amor. Ella que era todo para él y que no le interesó regalarle su vida en una tarde de otoño, cuando las hojas caen de los árboles sin pedir permiso al aura del este. Así sucumbió la vida de Alejandro, un joven con un espíritu noble, puro y lleno de ilusiones. Desde entonces Yeli, visita la tumba de Alejandro, en honor al amor diáfano que él le profesaba día a día sin que ella pudiese nunca saber si el amor que él sentía por ella pudo en algún momento ser correspondido, tal como él lo hubiese deseado. Frecuentemente se arrodilla ante él, va todos los domingos y lleva rosas rojas y amarillas en señal de amor y agradecimiento eterno.