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Antofagasta International School
                  Depto. Lengua Castellana y Comunicación
                  Enseñanza Media 2012




DISCURSO PÚBLICO

Son textos escritos u orales que desarrollan un tema de interés para un gran número de personas;
su emisor está investido de autoridad. Su finalidad es convencer a quien lo recibe, llevándolo a
tomar una determinada postura frente a lo dicho. Los discursos en situación orales son discursos
emitidos ante una audiencia: debates, foros, discursos políticos, etc.

DISCURSO PRIVADO

Es el tipo de discurso que se emite en situaciones de interacción privada o personal entre el
emisor y el receptor. Debido a la cercanía o vínculo que establecen los participantes, son discursos
que manejan algunos supuestos en el intercambio de significados.En situaciones orales, el discurso
privado se manifiesta, fundamentalmente, a través del diálogo; en cambio, los discursos privados
escritos, se presentan en cartas, mensajes, diarios de vida, etc.

 CUADRO DE FACTORES DE LA COMUNICACIÓN EN EL DISCURSO PÚBLICO Y
                            PRIVADO
     FACTORES                    DISCURSO PÚBLICO                      DISCURSO PRIVADO
    1. EMISOR            Generalmente posee autoridad o Relación              personal.    Relación
                         cumple un rol distinto al receptor. simétrica y asimétrica.
                         Relación asimétrica y en ocasiones
                         simétrica.
                         Perspectivas o posiciones frente al
                         tema:
                             a) Objetiva
                             b) Crítica
                             c) Admirativa
                             d) reflexiva
                             e) Problematizadora:       intenta
                                 crear cuestionamientos en
                                 los receptores.
                         Uso de la enciclopedia o conjunto
                         de saberes.

                                                                                                  1
2. RECEPTOR   Colectivo o público. No identificable.      Uno    o    grupos     pequeños.
                                                          Conocidos e identificables.
3. MENSAJE    Estructura de DISCURSO                      Estructura de DIÁLOGO
                  I.        PARTES:                          a) oral: conversaciones.
              Exordio o motivación.                          b) escrito: cartas, recados,
                  Introducción o presentación del                diarios de vida, etc.
                  tema.
              Exposición     o   desarrollo     de   la
                  argumentación.
              Síntesis del tema.
              Peroratio o apelación al receptor.
                  II.       OBJETIVO:
                  Pretende          convencer        y
                  persuadir/ Tomar decisiones o
                  adoptar           una        postura
                  determinada.
                  III.      TIPOS DE DISCURSOS:
                         a) Según       la    situación
                            comunicativa:
                          Comunitario
                          Político
                          Religioso
                          Ceremonial
                          Conmemorativo
                         b) según el contenido:
                          Académico
                          Forense (tribunal)
                          Militar (arenga)
                         c) Otros tipos:
                          Apología
                          Panegírico
                          Alocución
4. TEMA       De interés público y controvertible.        Interés personal. Ámbito privado.


                                                                                         2
5. SITUACIÓN           Formal (normas y ritos)                  Formal e informal
   6. CÓDIGO              Registro culto formal, sin ser técnico Registro coloquial y a veces culto.
                          especializado, sino de divulgación.
                          Utiliza recursos verbales, no verbales
                          y paraverbales.
   7. CANAL               Medios masivos de comunicación o         Depende de si la comunicación
                          directamente.                            es oral o escrita.



EJERCICIOS:

   1. Desde las posiciones que asume el emisor frente al tema, podemos decir que el texto
      presenta un punto de vista:
   a) Objetiva
   b) Crítica
   c) Admirativa
   d) reflexiva
   e) Problematizadora

   2.    El receptor del discurso público NO puede ser:
   a)    colectivo
   b)    público
   c)    no identificable
   d)    masivo
   e)    individual

   3.    Identifica a qué parte del discurso corresponde el fragmento:
   a)    Exordio
   b)    Introducción
   c)    Exposición
   d)    Síntesis
   e)    Peroratio

   4. La situación del discurso público es:
         I.   formal
        II.   informal
       III.   normal
       IV.    masiva

    a)   sólo I
    b)   I y II
    c)   I y III
    d)   II y IV
    e)   todas




                                                                                                  3
5.    ¿Cuál es la intención del emisor en el fragmento del discurso anterior?
   a)    Informar sobre
   b)    Agradecer el premio recibido.
   c)    Exponer sus conocimientos de.
   d)    Convencer a sus receptores de .
   e)    Exponer el por qué de su vocación de .

   6.    ¿A qué tipo de discurso público corresponde el fragmento citado?
   a)    Comunitario
   b)    Académico
   c)    Religioso
   d)    Ceremonial
   e)    Literario

   7.    Entre los canales que utiliza los discursos públicos NO se encuentra:
    a)   Televisión
    b)   Cine
    c)   Internet
    d)   diario de vida
    e)   Diario



TEXTO 1

Discurso de Adolfo Bioy Casares al recibir el premio Cervantes (1990)

Antes de leer el Quijote, en dos ocasiones tomé la pluma para escribir literariamente. En
la primera lo hice para llamar la atención de una muchacha; en la segunda para imitar a
ConanDoyle y a GastonLeroux. Debo aclarar que en aquella época mis ambiciones no
eran literarias. Lo que yo realmente quería era correr cien metros en nueve segundos y
ser campeón de box y de tenis.
Cuando leí el inolvidable comienzo y todo aquel primer capítulo que nos refiere cómo era
Don Quijote, dónde y con quiénes vivía, sentí una emoción muy fuerte. Había en ella un
dejo de ansiedad, porque Don Quijote abandonaría esa vida apacible, para salir en
busca de aventuras, y una fascinación que probablemente el despreocupado tono del
relato exacerbaba.

Si mal no recuerdo, antes de concluir el primer capítulo supe que yo quería ser escritor.
Sin duda lo quise para contar, en tono despreocupado, historias de héroes que dejan la
seguridad de su casa o de su patria y el afecto de su gente, para aventurarse por
mundos desconocidos. No tardé ciertamente en emprender la composición de una
larguísima novela, en cuyas páginas iniciales un joven español llegaba a Buenos Aires
para hacer la América.
Nuestro futuro es inexcrutable y los caminos de la vida trazan extraños dibujos. Quién
me hubiera dicho que al cabo de 60 años felices, ocupados en contar historias, yo


                                                                                            4
recibiría el premio que lleva el nombre del querido escritor que me inició en las letras.
Tengo por afortunada casualidad la circunstancia de que mi primera ambición literaria
no haya sido de gloria, sino de suscitar algún día en los lectores una fascinación como la
que despertó en mí una novela. Quien aspira a la gloria, piensa en sí mismo y ve a su
libro como un instrumento para triunfar. Sospecho que para escribir bien, debemos
pensar en el libro, no en nosotros.

Poco tiempo después, en una antología escolar, encontré las coplas de Jorge Manrique A
la muerte de su padre. Con emoción jubilosa admiré el fluir de los versos y escuché la
tranquila enunciación de las inexorables verdades de nuestro destino. Diríase que la
conjunción de limpidez poética y de veracidad profunda no dejaron lugar para que la
tristeza del tema me acongojara. Vi en el poema cuanto parecía confirmar mi convicción
de que la vida es para una sola vez y que por ello debemos estar atentos mientras la
recorremos. Reparé asimismo en los versos que podían servirme de talismanes contra la
vanidad. Desde luego, los de la primera estrofa, pero también:
¿Qué se fizo el rey don Juan?Los infantes de Aragón¿Qué se fízieron?¿Qué fue de tanto
galán,qué fue de tanta invención,comotrujeron?En aquellos días, mi plan de trabajo
consistía en leer todos los libros y escribir otros tantos. Como la novela en preparación
postergaba las historias que se me ocurrían, la hice a un lado y, con alivio, me puse a
escribir un libro de relatos que no gustó a nadie. Borges atribuyó mis errores al
apresuramiento; no me dejé engañar por su generosa hipótesis: comprendí que los
errores provenían de la inmadurez de mi criterio. Para mejorarlo estudié manuales de
técnica literaria y, cuando descubrí Agudeza y arte de ingenio de Gracián, proyecté un
libro similar.

Muy pronto hubo un cambio de planes. Yo publicaría un arte de escribir, a imitación de
uno "en veinte lecciones" de Valbuena, que me prestó mi tío Miguel Casares. Estaba
seguro de que en el análisis de los errores cometidos en mi libro de relatos, encontraría
leyes valiosas. Debió de parecerme que nada mejor podía hacer con mi experiencia de
fracaso como escritor, que emplearla para la composición de un arte de escribir. No me
pregunté qué opinarían los lectores. En una tarde muy lejana, mi padre me habló de fray
Luis de León; se refirió, conmovido, a las famosas palabras "como decíamos ayer" y
recordó estrofas de Vida retirada.




No creo haber olvidado esos versos. Fray Luis no proponía tópicos retóricos; decía las
verdades que yo quería oír. Mostraba cuán insustanciales son los triunfos de la vanidad
y recomendaba la vida retirada. A ésta la interpreté, primero, como una isla remota y
                                                                                          5
solitaria, a la que nunca llegué, salvo en mis novelas; después, como la casa de campo
donde viví durante cinco años; por último, como la vida privada, que llevo mientras
puedo.
De los poemas de fray Luis pasé a sus hermosas traducciones de Horacio. Una lectura
lleva a otra: la suerte me deparó Horacio en España, el encantador libro de Marcelino
Menéndez y Pelayo. En sus páginas se cotejan traducciones de Horacio por numerosos
escritores españoles, portugueses y latinoamericanos, de diversas épocas. Este cotejo,
en el que participé como lector, me pareció un utilísimo ejercicio literario. Las
traducciones de los Argensola me agradaron particularmente, pero la mayor revelación
para mí fue la espléndida Epístola a Horacio de Menéndez y Pelayo. Asombra cómo,
para la fama, un mérito oculta a otro. Porque se admira en Menéndez y Pelayo al
erudito, se le olvida como poeta. Carta a unos amigos de Santander para agradecerles el
regalo de una biblioteca es otro poema suyo que siempre releo. De este modo, con
aciertos de lector y con errores de escritor, fui internándome en el ancho mar de la
literatura o, para saludar una vez más a don Marcelino, en El ancho mar de Píndaro y de
Safo.
Doy las gracias a sus majestades los Reyes, que honran con su presencia este acto; a
quienes me confirieron el premio y a quienes ahora me acompañan tan amistosamente;
a los colegas y a los periodistas de España, de nuestra América y de mi país que, al
enterarse de la decisión del jurado, escribieron sobre mí y sobre mis libros, con una
generosidad que nunca olvidaré; a los amigos que me hicieron sentir que se alegraban
aún más que yo; a mucha gente que por las calles de Madrid y, después, por las calles de
Buenos Aires, me detuvo para felicitarme. Quiero también expresar mi gratitud a un
escritor que no está aquí, pero que está presente: Cervantes, a quien le debo la
literatura, que dio sentido a mi vida.



                                           La aventura del idioma

                                                     Por Jorge Edwards*
Majestades, distinguidas autoridades, señoras y señores:
Si alguien me hubiera anunciado, cuando empecé a escribir versos y fragmentos de prosa en cuadernos escolares,
que algún día recibiría un Premio con el nombre de Miguel de Cervantes, y que lo recibiría de las manos del Rey de
España en persona, no sólo me habría costado mucho creerlo. Habría tenido que decirme, además, que la vida
puede ser una aventura inesperada y enteramente extraordinaria. La concesión de este premio es un honor insigne
y que me conmueve en forma profunda. También, y así lo comprendí desde el primer instante, es un
reconocimiento que se hace a través mío de la literatura chilena en su tradición y en su rica diversidad. Es el
homenaje a una rama de la literatura del idioma que comienza con don Alonso de Ercilla, uno de los primeros
españoles chilenizados, conquistador conquistado, que sigue con maestros coloniales como Alonso de Ovalle y
Manuel de Lacunza, que continúa con Vicente Pérez Rosales y Alberto Blest Gana, figuras señeras de nuestro
siglo XIX, que llega hasta Pablo Neruda, José Santos González Vera y Nicanor Parra, hasta José Donoso y Jorge
Teillier, entre muchos otros, y que todavía no termina. Agradezco, pues, con emoción, en nombre propio y en
nombre de todos. La literatura es un espacio mental, una corriente, un río invisible que corre por el interior de todos
nosotros, y la de Chile es una nota particular dentro del gran conjunto hispánico: una estrella lejana, periférica, y a
la vez curiosamente cercana, entrañablemente familiar, dentro de la maravillosa constelación de nuestra lengua.
Debo decir que nunca estuve destinado por las circunstancias, por mi formación, por el ambiente en el que me tocó
crecer, a convertirme en un autor de artefactos verbales en verso o en prosa. En el Colegio de San Ignacio de mi
niñez, el viejo edificio de la calle del barrio bajo de Santiago que llevaba el nombre, precisamente, del jesuita
Alonso de Ovalle, el autor de la Histórica Relación del Reino de Chile, predominaba todavía lo peor del gusto estético
de fines del siglo XIX. Teníamos que aprender de memoria y recitar en un estrado, entre cortinajes y dorados de
estuco, poemas de Quintana y de Gabriel y Galán, o traducciones laboriosamente rimadas del francés Sully-


                                                                                                                     6
Prudhomme, quien hoy sólo es conocido en París como nombre de una calle y de una plazoleta, a pesar de que
obtuvo en su tiempo uno de los Premios Nobel de Literatura. La verdad es que aquellos suplicios infantiles me
hicieron desdeñar e incluso aborrecer la poesía. Había, sin embargo, signos, indicios dispersos, y que apuntaban en
otras direcciones, aun cuando todavía no sabía interpretarlos. En mis años de preparatorias publiqué en la revista
del Colegio dos textos que había pergeñado no sé en qué momentos perdidos: uno trataba de las ventajas de la
navegación por mar; el otro era una biografía mínima de Cristóbal Colón, nada menos, pero no atribuí el asunto a
un gusto inexplicable y repentino por la escritura, sino a un deseo adolescente de ser capitán de barco y de correr
mundos. En aquellos mismos tiempos, una vieja tía abuela, lectora infatigable, conspiradora familiar, me llevaba a
un lado y me mostraba las portadas de las novelas de otro sobrino suyo, Joaquín Edwards Bello. «¿No sabes que
tienes un pariente escritor?», me preguntaba. Yo lo sabía en forma confusa, y sólo tenía la imagen de un personaje
más bien estrafalario, que había viajado hasta muy lejos, que había perdido su herencia en ruletas del sur de
Europa, y que después, para colmo, había regresado a instalarse en un sector mal visto de Santiago.
Tres o cuatro años después, en una casa de lo que ya se llamaba el barrio alto, el dueño, un arquitecto avanzado
para el Chile de esos tiempos, se acercó al grupo de adolescentes del que yo formaba parte y nos presentó a un
poeta de voz nasal, de tez aceitunada, vestido con un traje de gabardina de color verde botella. Era una casa
diferente de todas las que había visto antes, con un cuadro del entonces joven Roberto Matta encima de un piano
de cola negro, con dos dibujos de Pablo Picasso en una esquina. «A la edad de ustedes», nos dijo el poeta, cuyo
nombre, Pablo Neruda, sonaba tan extraño como su voz, «yo estudiaba matemáticas en un banco del Cementerio
General, debajo de grandes magnolias, y le tenía un miedo pánico a los exámenes...». Ya conocía el primero de
sus Veinte Poemas de Amor, otro de mis textos de iniciación, y devoré cada una de sus palabras como un maná.
Pasaron años, sin embargo, antes de que supiera del miedo a las matemáticas de uno de sus maestros, uno de los
grandes sudamericanos de lengua francesa, el Conde de Lautréamont: «¡Oh, matemáticas severas!».
Ahora bien, por aquellos días había aparecido en mis programas de estudios un texto curioso, una «obrecilla que se
me cayó de las manos», como explicaba su autor citando a Fray Luis, el Manual de Técnica Literaria de don Eduardo
Solar Correa. Don Eduardo era un fantasma de aquellos años: un caballero de patillas y de polainas, que hacía
revolotear su bastón por los terraplenes de la antigua Alameda de las Delicias y que era blanco de toda clase de
chirigotas y de bromas escolares. Pues bien, a pesar de su aura estrafalaria, don Eduardo tenía, cosa que nosotros
ni siquiera podíamos sospechar, un gusto literario impecable. Empecé a seguir sus ejemplos de figuras literarias, de
cláusulas rítmicas, de formas métricas, y me vi sumergido sin saberlo en la gran corriente, en la gran aventura de la
lengua, en el río invisible. Don Eduardo definía la figura de la paradoja y citaba: que «muero porque no muero». La
concesión: pero también que «me confieses quiero / que es tanta la beldad de su mentira...». La gradación, y daba
como ejemplo: «Acude, corre, vuela / traspasa la alta sierra, ocupa el llano...». Hipérbole: «Érase un hombre a una
nariz pegado...». Perífrasis: «La blanca hija de la blanca espuma...». Aliteración: «El ruido con que rueda la ronca
tempestad...».
Me descubrí empeñado en buscar por bibliotecas, librerías, desvanes, otros poemas de Góngora, de don Francisco
de Quevedo, de Garcilaso, de Argensola y Fray Luis de León. Y desemboqué pronto en la prosa de la generación del
98. Azorín y Unamuno, sensibilidades opuestas, en cierto modo complementarias, me acompañaron de diferentes
maneras, y aquí puedo dar un pequeño ejemplo de parodia, en mi viaje al corazón de Cervantes. Los ejemplos de
don Eduardo Solar Correa, en buenas cuentas, habían sido como las breves notas musicales que anuncian un
destino, como el primer compás de una Quinta Sinfonía literaria. Y la literatura, tan remota en un principio, tan
ajena, fue la tarea a la que nadie, precisamente, me había destinado, y que asumí a pesar de todo y contra casi
todos.


Llegué al Quijote, como digo, de la mano de sus grandes exegetas del 98, y encontré en ese libro algo que después
no he encontrado en ningún otro autor: ni en el Dante, ni en Rabelais, ni en Moliere, ni en el mismo Goethe. Algo
que Cervantes sólo comparte, quizás, con Shakespeare, aunque de otra manera, de un modo más fantasioso, más
aéreo, más bromista: un elemento de compasión profunda, de humanidad, de ironía, una distancia que consuela y
que redime, transmitidos con una gracia única. Los narradores se multiplican, le hacen guiños al lector, le toman el
pelo y a la vez lo cogen amistosamente de la mano y lo llevan en su trayecto narrativo. Los personajes se salen de
las páginas, se transforman, se contagian unos con otros, en un proceso en que la locura es cordura, en que el
disparate es lúcido. «Loco, y no tonto», dice por ahí, en su Vida de Don Quijote y Sancho, Unamuno, y yo me
detengo en ese final de párrafo, pensativo.
Para mí, el gran realismo mágico de la literatura en lengua española, el de una fantasía superior, es el de la
segunda parte del Quijote, el de la Cueva de Montesinos, el de Clavileño, el del Caballero de los Espejos. El
maravilloso desfile de la imaginación medieval en el interior de la cueva de Montesinos anuncia el desfile del mundo
moderno en el Aleph de Jorge Luis Borges. En ambos textos, el personaje, llevado por un guía libresco y más o
menos absurdo, sufre un golpe, una caída de alguna especie, medio deliberada y medio involuntaria, entra en un
estado de sueño profundo, no se sabe por cuánto rato, y despierta para contemplar el espectáculo del universo.
Cervantes es nuestro contemporáneo, como Borges, como Neruda cuando viaja al corazón de don Francisco de
Quevedo, y esto significa que el centro del idioma está aquí, en esta sala, en esta vieja e ilustre universidad, y
también en todos nuestros vastos territorios, desde la Araucanía de don Alonso de Ercilla y de Neruda hasta el
Cómala de Juan Rulfo, y desde la meseta polvorienta de don Antonio Machado hasta el Genil de los viejos poetas
andaluces. Es un privilegio, un don extraordinario, y una deuda, un compromiso de por vida.


                                                                                                                   7
Llego a la conclusión de que eran locos, estrafalarios, inútiles, pero que de tontos no tenían nada, aquellos
precursores y anunciadores de una vocación: el profesor de las polainas con sus ejemplos a menudo deslumbrantes,
pura energía verbal concentrada, y la vieja tía lectora y conspiradora, muy pequeña de estatura, enormemente
simpática, y que parecía, precisamente, ejemplo de hipérbole, una mujer a una nariz pegada; el extremado y
apasionado Joaquín Edwards Bello, con su genio atrabiliario, y desde luego, el poeta del traje de gabardina, que
parecía cargar en la voz y en los ojos con el misterio de toda la poesía del mundo. No supe muy bien en un
comienzo de qué se trataba, en qué consistía con exactitud aquel llamado a leer y a escribir, y cuando comencé a
saber ya era tarde. Fue fascinante y, muchas veces, endiabladamente duro e intrincado. Tuve que salir de un orden
bien protegido e instalarme en suburbios más bien inciertos. Hice muchas cosas, pero siempre la tarea principal, de
noche, de madrugada, en espacios de tiempo robado, al margen de documentos oficiales, fue la de escribir
ficciones, o la de introducir en la multiplicidad de los sucesos, en el enigma del pasado, en los recovecos de la
memoria, una coherencia, una estructura narrativa que siempre, en definitiva, era imaginación, arte de la palabra.
Las circunstancias me obligaron a escribir, algunas veces, en contra de la corriente, de la moda, del pensamiento al
uso, y traté de hacerlo con naturalidad, sin pretensiones, sintiendo que la escritura, antes que nada, es una forma
de fidelidad, la exigencia de un acuerdo consigo mismo, y que uno tiene el derecho y quizás hasta la obligación de
transmitir la experiencia a los demás. Todo el recorrido, en su desarrollo a veces accidentado, no ha sido actividad
demasiado diferente, en realidad, que la del acompañante de don Quijote a la Cueva de Montesinos, el primo del
Bachiller de las bodas de Camacho, hombre cuya profesión, según quiso contar, era la de humanista, y que había
escrito una enumeración de setecientas y tantas libreas, aparte de unos Metamorfóseos y de un Suplemento.
Después de todo, él tuvo la suerte de acompañar al Caballero de la Triste Figura hasta el borde mismo del abismo y
de escuchar después, de primera mano, su deslumbrante relato. Nosotros también, a nuestra manera, hemos
podido estar cerca de don Quijote, o de los Quijotes nuestros, locos y no tontos, y hemos escuchado sus
extraordinarias historias. ¡Qué privilegio, y qué regalo!


En conclusión, sólo tengo motivos para agradecer. Nunca me arrepentí de haber seguido la línea excéntrica, el
llamado cuyas consecuencias no supe calcular en un comienzo y que implicaba internarse por un camino más
accidentado, más escabroso y dificultoso de lo que parecía a simple vista. En una de sus últimas vueltas, sin
embargo, me ha conducido hasta aquí, hasta esta sala llena de memorias ilustres, y les repito que estoy conmovido
y que mi agradecimiento es hondo y duradero. Seguiré en la ruta durante todo el tiempo que pueda quedarme,
puesto que se trata, como ya lo he dicho, de un destino, y lo haré con plena conciencia de que el Premio Miguel de
Cervantes, esta gran institución de la España democrática y moderna, me dará fuerzas para el resto del viaje.


Muchas gracias, pues, a todos ustedes.

(*) Tomado de Edwards, Jorge. «La aventura del idioma». [Discurso de recepción del Premio Cervantes 1999]. El Quijote en Chile.
Introducción y selección de textos Sergio Macías. Santiago de Chile: Aguilar, 2005. 215-222.




                                           "I                   HAVE                      A                 DREAM"
TRADUCCIÓN          DEL    DISCURSO         PRONUNCIADO           EN    WASHINGTON,            CAPITAL       FEDERAL       DE

LOS   ESTADOS UNIDOS, EL 28 DE AGOSTO DE 1963 POR MARTIN LUTHER KING, JR.

Al final de la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, que tuvo lugar el
28 de agosto de 1963, Martin Luther King pronunció el discurso conocido por una de


                                                                                                                             8
las expresiones clave del mismo: “I have a dream”, “Tengo un sueño”, que es a la vez
construcción anafórica en la organización retórico-comunicativa del discurso, tema
central de su macroestructura semántica y base de su construcción pragmática, social
y política.
       Mi principal intención al traducir este discurso es rendir homenaje a Martin
Luther King por su lucha por la libertad y por todos los derechos del ser humano, al
cumplirse cuarenta años de la ocasión en la que lo pronunció, con el convencimiento
de que el discurso contribuyó de un modo importante y significativo a cambiar,
mejorándola, la realidad. También deseo con esta traducción contribuir al conjunto de
traducciones castellanas de este discurso. He intentado que la traducción reprodujera
en la lengua de llegada los recursos retórico-comunicativos utilizados por Martin Luther
King en el discurso original en inglés. También he intentado mantener en la traducción
las decisiones lingüísticas del orador en cuanto a género y he tenido en cuenta los dos
géneros al traducir palabras inglesas que los incluyen. He traducido “the Negro” por
“las personas negras” y “a Negro” por “una persona negra”, así como “you” por
“vosotros y vosotras”, “Negro slaves” por “esclavos negros y esclavas negras” y
“citizens” por “ciudadanos y ciudadanas” y “ciudadanas y ciudadanos”.
       Me ha sorprendido la existencia de varias versiones impresas del discurso en
inglés que presentan algunas pequeñas diferencias entre sí. Por esta razón, he
comparado las distintas versiones en inglés de que disponía con la grabación
magnetofónica del discurso y, finalmente, para mi traducción al castellano he seguido
el texto original del discurso de los Douglass Archives of American PublicAddress, en
edición preparada por D. Oetting. Dicho texto original puede ser leído (y también oído,
si se instala o si se dispone del software necesario) en la siguiente dirección
electrónica:   http://www.hpol.org/transcript.php?id=72

       Agradezco a Marjorie Woods, de TheUniversity of Texas at Austin, que me haya
informado de algunos aspectos de la cultura política de los Estados Unidos,
especialmente sobre la canción America (“My country „tis of thee, sweetland of liberty,
of thee I sing...”), de 1831 (ó 1832). A David Pujante, de la Universidad de Valladolid,
le agradezco la identificación de citas bíblicas en el discurso y que me haya facilitado
su traducción castellana de la Biblia protestante española de Casiodoro de Reina, de
1569, revisada por Cipriano de Valera en 1602 (“Pero corra el juicio como las aguas, y
la justicia como impetuoso arroyo”, Amós, 5, 24; “Todo valle sea alzado, y bájese todo
monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la
gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha
hablado”, Isaías, 40: 4-5), que, aunque no he incluido en su literalidad con el fin de
atenerme al original inglés del discurso, he tenido en cuenta para mi traducción. A
Paloma Biglino Campos, de la Universidad de Valladolid, y a Concha Martínez-Carrasco


                                                                                      9
Pignatelli, de la Universidad Complutense de Madrid, les estoy agradecido por sus
respuestas a cuestiones jurídico-políticas sobre las que les he consultado en relación
con el discurso.


                                                                       Tomás Albaladejo
                                                      (Universidad Autónoma de Madrid)




                             Martin Luther King, Jr.


                                  Tengo un sueño

        Estoy contento de reunirme hoy con vosotros y con vosotras en la que pasará a
la historia como la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestra nación.



      Hace un siglo, un gran americano, bajo cuya simbólica sombra nos
encontramos, firmó la Proclamación de Emancipación. Este trascendental decreto llegó
como un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros y esclavas negras,
que habían sido quemados en las llamas de una injusticia aniquiladora. Llegó como un
amanecer dichoso para acabar con la larga noche de su cautividad.



        Pero cien años después, las personas negras todavía no son libres. Cien años
después, la vida de las personas negras sigue todavía tristemente atenazada por los
grilletes de la segregación y por las cadenas de la discriminación. Cien años después,
las personas negras viven en una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto
océano de prosperidad material. Cien años después, las personas negras todavía
siguen languideciendo en los rincones de la sociedad americana y se sienten como
exiliadas en su propia tierra. Así que hemos venido hoy aquí a mostrar unas
condiciones vergonzosas.



         Hemos venido a la capital de nuestra nación en cierto sentido para cobrar un
cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magnificientes
palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, estaban firmando un
pagaré del que todo americano iba a ser heredero. Este pagaré era una promesa de
que a todos los hombres —sí, a los hombres negros y también a los hombres blancos—
se les garantizarían los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de
la felicidad.



       Hoy es obvio que América ha defraudado en este pagaré en lo que se refiere a
sus ciudadanos y ciudadanas de color. En vez de cumplir con esta sagrada obligación,
América ha dado al pueblo negro un cheque malo, un cheque que ha sido devuelto
marcado “sin fondos”.

                                                                                       10
Pero nos negamos a creer que el banco de la justicia está en bancarrota. Nos
negamos a creer que no hay fondos suficientes en las grandes arcas bancarias de las
oportunidades de esta nación. Así que hemos venido a cobrar este cheque, un cheque
que nos dé mediante reclamación las riquezas de la libertad y la seguridad de la
justicia. También hemos venido a este santo lugar para recordar a América la intensa
urgencia de este momento. No es tiempo de darse al lujo de refrescarse o de tomar el
tranquilizante del gradualismo. Ahora es tiempo de hacer que las promesas de
democracia sean reales. Ahora es tiempo de subir desde el oscuro y desolado valle de
la segregación al soleado sendero de la justicia racial. Ahora es tiempo de alzar a
nuestra nación desde las arenas movedizas de la injusticia racial a la sólida roca de la
fraternidad. Ahora es tiempo de hacer que la justicia sea una realidad para todos los
hijos de Dios.



       Sería desastroso para la nación pasar por alto la urgencia del momento y
subestimar la determinación de las personas negras. Este asfixiante verano del
legítimo descontento de las personas negras no pasará hasta que haya un estimulante
otoño de libertad e igualdad. Mil novecientos sesenta y tres no es un fin, sino un
comienzo. Quienes esperaban que las personas negras necesitaran soltar vapor y que
ahora estarán contentos, tendrán un brusco despertar si la nación vuelve a su
actividad como si nada hubiera pasado. No habrá descanso ni tranquilidad en América
hasta que las personas negras tengan garantizados sus derechos como ciudadanas y
ciudadanos. Los torbellinos de revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de
nuestra nación hasta que nazca el día brillante de la justicia.



        Pero hay algo que debo decir a mi pueblo, que está en el caluroso umbral que
lleva al interior del palacio de justicia. En el proceso de conseguir nuestro legítimo
lugar, no debemos ser culpables de acciones equivocadas. No busquemos saciar
nuestra sed de libertad bebiendo de la copa del encarnizamiento y del odio. Debemos
conducir siempre nuestra lucha en el elevado nivel de la dignidad y la disciplina. No
debemos permitir que nuestra fecunda protesta degenere en violencia física. Una y
otra vez debemos ascender a las majestuosas alturas donde se hace frente a la fuerza
física con la fuerza espiritual. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la
comunidad negra no debe llevarnos a desconfiar de todas las personas blancas, ya que
muchos de nuestros hermanos blancos, como su presencia hoy aquí evidencia, han
llegado a ser conscientes de que su destino está atado a nuestro destino. Han llegado
a darse cuenta de que su libertad está inextricablemente unida a nuestra libertad. No
podemos caminar solos.



       Y mientras caminamos, debemos hacer la solemne promesa de que siempre
caminaremos hacia adelante. No podemos volver atrás. Hay quienes están
preguntando a los defensores de los derechos civiles: “¿Cuándo estaréis satisfechos?”
No podemos estar satisfechos mientras las personas negras sean víctimas de los
indecibles horrores de la brutalidad de la policía. No podemos estar satisfechos
mientras nuestros cuerpos, cargados con la fatiga del viaje, no puedan conseguir
alojamiento en los moteles de las autopistas ni en los hoteles de las ciudades. No
podemos estar satisfechos mientras la movilidad básica de las personas negras sea de
un ghetto más pequeño a otro más amplio. No podemos estar satisfechos mientras
nuestros hijos sean despojados de su personalidad y privados de su dignidad por
letreros que digan “sólo para blancos”. No podemos estar satisfechos mientras una

                                                                                     11
persona negra en Mississippi no pueda votar y una persona negra en Nueva York crea
que no tiene nada por qué votar. No, no, no estamos satisfechos y no estaremos
satisfechos hasta que la justicia corra como las aguas y la rectitud como un impetuoso
torrente.



       No soy inconsciente de que algunos de vosotros y vosotras habéis venido aquí
después de grandes procesos y tribulaciones. Algunos de vosotros y vosotras habéis
salido recientemente de estrechas celdas de una prisión. Algunos de vosotros y
vosotras habéis venido de zonas donde vuestra búsqueda de la libertad os dejó
golpeados por las tormentas de la persecución y tambaleantes por los vientos de la
brutalidad de la policía. Habéis sido los veteranos del sufrimiento fecundo. Continuad
trabajando con la fe de que el sufrimiento inmerecido es redención.



        Volved a Mississippi, volved a Alabama, volved a Carolina del Sur, volved a
Georgia, volved a Luisiana, volved a los suburbios y a los ghettos de nuestras ciudades
del Norte, sabiendo que de un modo u otro
esta situación puede y va a ser cambiada.



       No nos hundamos en el valle de la
desesperación. Aun así, aunque vemos
delante las dificultades de hoy y mañana,
amigos míos, os digo hoy: todavía tengo un
sueño.   Es    un    sueño   profundamente
enraizado en el sueño americano.



       Tengo un sueño: que un día esta
nación se pondrá en pie y realizará el
verdadero   significado   de   su  credo:
“Sostenemos que estas verdades son
evidentes por sí mismas: que todos los
hombres han sido creados iguales”.



       Tengo un sueño: que un día sobre las
colinas rojas de Georgia los hijos de quienes
fueron esclavos y los hijos de quienes fueron
propietarios de esclavos serán capaces de
sentarse juntos en la mesa de la fraternidad.



       Tengo un sueño: que un día incluso el estado de Mississippi, un estado
sofocante por el calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se
transformará en un oasis de libertad y justicia.



       Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no
serán juzgados por el color de su piel sino por su reputación.

                                                                                    12
Tengo un sueño hoy.



       Tengo un sueño: que un día allá abajo en Alabama, con sus racistas
despiadados, con su gobernador que tiene los labios goteando con las palabras de
interposición y anulación, que un día, justo allí en Alabama niños negros y niñas
negras podrán darse la mano con niños blancos y niñas blancas, como hermanas y
hermanos.

          Tengo un sueño hoy.

        Tengo un sueño: que un día todo valle será alzado y toda colina y montaña será
bajada, los lugares escarpados se harán llanos y los lugares tortuosos se enderezarán
y la gloria del Señor se mostrará y toda la carne juntamente la verá.

       Ésta es nuestra esperanza. Ésta es la fe con la que yo vuelvo al Sur. Con esta fe
seremos capaces de cortar de la montaña de desesperación una piedra de esperanza.
Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes disonancias de nuestra
nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe seremos capaces de
trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a la cárcel juntos, de ponernos
de pie juntos por la libertad, sabiendo que un día seremos libres.


       Éste será el día, éste será el día en el que todos los hijos de Dios podrán cantar
con un nuevo significado “Tierra mía, es a ti, dulce tierra de libertad, a ti te canto.
Tierra donde mi padre ha muerto, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera
suene la libertad”.



        Y si América va a ser una gran nación, esto tiene que llegar a ser verdad. Y así,
suene la libertad desde las prodigiosas cumbres de las colinas de New Hampshire.
Suene la libertad desde las enormes montañas de Nueva York. Suene la libertad desde
los elevados Alleghenies de Pennsylvania.



        Suene la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve de Colorado. Suene la
libertad desde las curvas vertientes de California.



          Pero no sólo eso; suene la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia.



          Suene la libertad desde el Monte Lookout de Tennessee.



          Suene la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada
ladera.




                                                                                       13
Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad
suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y
cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de
Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos,
serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro:
“¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!”



                                                     (Traducción de Tomás Albaladejo)




                                                                                    14

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Discurso público mecc2

  • 1. Antofagasta International School Depto. Lengua Castellana y Comunicación Enseñanza Media 2012 DISCURSO PÚBLICO Son textos escritos u orales que desarrollan un tema de interés para un gran número de personas; su emisor está investido de autoridad. Su finalidad es convencer a quien lo recibe, llevándolo a tomar una determinada postura frente a lo dicho. Los discursos en situación orales son discursos emitidos ante una audiencia: debates, foros, discursos políticos, etc. DISCURSO PRIVADO Es el tipo de discurso que se emite en situaciones de interacción privada o personal entre el emisor y el receptor. Debido a la cercanía o vínculo que establecen los participantes, son discursos que manejan algunos supuestos en el intercambio de significados.En situaciones orales, el discurso privado se manifiesta, fundamentalmente, a través del diálogo; en cambio, los discursos privados escritos, se presentan en cartas, mensajes, diarios de vida, etc. CUADRO DE FACTORES DE LA COMUNICACIÓN EN EL DISCURSO PÚBLICO Y PRIVADO FACTORES DISCURSO PÚBLICO DISCURSO PRIVADO 1. EMISOR Generalmente posee autoridad o Relación personal. Relación cumple un rol distinto al receptor. simétrica y asimétrica. Relación asimétrica y en ocasiones simétrica. Perspectivas o posiciones frente al tema: a) Objetiva b) Crítica c) Admirativa d) reflexiva e) Problematizadora: intenta crear cuestionamientos en los receptores. Uso de la enciclopedia o conjunto de saberes. 1
  • 2. 2. RECEPTOR Colectivo o público. No identificable. Uno o grupos pequeños. Conocidos e identificables. 3. MENSAJE Estructura de DISCURSO Estructura de DIÁLOGO I. PARTES: a) oral: conversaciones. Exordio o motivación. b) escrito: cartas, recados, Introducción o presentación del diarios de vida, etc. tema. Exposición o desarrollo de la argumentación. Síntesis del tema. Peroratio o apelación al receptor. II. OBJETIVO: Pretende convencer y persuadir/ Tomar decisiones o adoptar una postura determinada. III. TIPOS DE DISCURSOS: a) Según la situación comunicativa:  Comunitario  Político  Religioso  Ceremonial  Conmemorativo b) según el contenido:  Académico  Forense (tribunal)  Militar (arenga) c) Otros tipos:  Apología  Panegírico  Alocución 4. TEMA De interés público y controvertible. Interés personal. Ámbito privado. 2
  • 3. 5. SITUACIÓN Formal (normas y ritos) Formal e informal 6. CÓDIGO Registro culto formal, sin ser técnico Registro coloquial y a veces culto. especializado, sino de divulgación. Utiliza recursos verbales, no verbales y paraverbales. 7. CANAL Medios masivos de comunicación o Depende de si la comunicación directamente. es oral o escrita. EJERCICIOS: 1. Desde las posiciones que asume el emisor frente al tema, podemos decir que el texto presenta un punto de vista: a) Objetiva b) Crítica c) Admirativa d) reflexiva e) Problematizadora 2. El receptor del discurso público NO puede ser: a) colectivo b) público c) no identificable d) masivo e) individual 3. Identifica a qué parte del discurso corresponde el fragmento: a) Exordio b) Introducción c) Exposición d) Síntesis e) Peroratio 4. La situación del discurso público es: I. formal II. informal III. normal IV. masiva a) sólo I b) I y II c) I y III d) II y IV e) todas 3
  • 4. 5. ¿Cuál es la intención del emisor en el fragmento del discurso anterior? a) Informar sobre b) Agradecer el premio recibido. c) Exponer sus conocimientos de. d) Convencer a sus receptores de . e) Exponer el por qué de su vocación de . 6. ¿A qué tipo de discurso público corresponde el fragmento citado? a) Comunitario b) Académico c) Religioso d) Ceremonial e) Literario 7. Entre los canales que utiliza los discursos públicos NO se encuentra: a) Televisión b) Cine c) Internet d) diario de vida e) Diario TEXTO 1 Discurso de Adolfo Bioy Casares al recibir el premio Cervantes (1990) Antes de leer el Quijote, en dos ocasiones tomé la pluma para escribir literariamente. En la primera lo hice para llamar la atención de una muchacha; en la segunda para imitar a ConanDoyle y a GastonLeroux. Debo aclarar que en aquella época mis ambiciones no eran literarias. Lo que yo realmente quería era correr cien metros en nueve segundos y ser campeón de box y de tenis. Cuando leí el inolvidable comienzo y todo aquel primer capítulo que nos refiere cómo era Don Quijote, dónde y con quiénes vivía, sentí una emoción muy fuerte. Había en ella un dejo de ansiedad, porque Don Quijote abandonaría esa vida apacible, para salir en busca de aventuras, y una fascinación que probablemente el despreocupado tono del relato exacerbaba. Si mal no recuerdo, antes de concluir el primer capítulo supe que yo quería ser escritor. Sin duda lo quise para contar, en tono despreocupado, historias de héroes que dejan la seguridad de su casa o de su patria y el afecto de su gente, para aventurarse por mundos desconocidos. No tardé ciertamente en emprender la composición de una larguísima novela, en cuyas páginas iniciales un joven español llegaba a Buenos Aires para hacer la América. Nuestro futuro es inexcrutable y los caminos de la vida trazan extraños dibujos. Quién me hubiera dicho que al cabo de 60 años felices, ocupados en contar historias, yo 4
  • 5. recibiría el premio que lleva el nombre del querido escritor que me inició en las letras. Tengo por afortunada casualidad la circunstancia de que mi primera ambición literaria no haya sido de gloria, sino de suscitar algún día en los lectores una fascinación como la que despertó en mí una novela. Quien aspira a la gloria, piensa en sí mismo y ve a su libro como un instrumento para triunfar. Sospecho que para escribir bien, debemos pensar en el libro, no en nosotros. Poco tiempo después, en una antología escolar, encontré las coplas de Jorge Manrique A la muerte de su padre. Con emoción jubilosa admiré el fluir de los versos y escuché la tranquila enunciación de las inexorables verdades de nuestro destino. Diríase que la conjunción de limpidez poética y de veracidad profunda no dejaron lugar para que la tristeza del tema me acongojara. Vi en el poema cuanto parecía confirmar mi convicción de que la vida es para una sola vez y que por ello debemos estar atentos mientras la recorremos. Reparé asimismo en los versos que podían servirme de talismanes contra la vanidad. Desde luego, los de la primera estrofa, pero también: ¿Qué se fizo el rey don Juan?Los infantes de Aragón¿Qué se fízieron?¿Qué fue de tanto galán,qué fue de tanta invención,comotrujeron?En aquellos días, mi plan de trabajo consistía en leer todos los libros y escribir otros tantos. Como la novela en preparación postergaba las historias que se me ocurrían, la hice a un lado y, con alivio, me puse a escribir un libro de relatos que no gustó a nadie. Borges atribuyó mis errores al apresuramiento; no me dejé engañar por su generosa hipótesis: comprendí que los errores provenían de la inmadurez de mi criterio. Para mejorarlo estudié manuales de técnica literaria y, cuando descubrí Agudeza y arte de ingenio de Gracián, proyecté un libro similar. Muy pronto hubo un cambio de planes. Yo publicaría un arte de escribir, a imitación de uno "en veinte lecciones" de Valbuena, que me prestó mi tío Miguel Casares. Estaba seguro de que en el análisis de los errores cometidos en mi libro de relatos, encontraría leyes valiosas. Debió de parecerme que nada mejor podía hacer con mi experiencia de fracaso como escritor, que emplearla para la composición de un arte de escribir. No me pregunté qué opinarían los lectores. En una tarde muy lejana, mi padre me habló de fray Luis de León; se refirió, conmovido, a las famosas palabras "como decíamos ayer" y recordó estrofas de Vida retirada. No creo haber olvidado esos versos. Fray Luis no proponía tópicos retóricos; decía las verdades que yo quería oír. Mostraba cuán insustanciales son los triunfos de la vanidad y recomendaba la vida retirada. A ésta la interpreté, primero, como una isla remota y 5
  • 6. solitaria, a la que nunca llegué, salvo en mis novelas; después, como la casa de campo donde viví durante cinco años; por último, como la vida privada, que llevo mientras puedo. De los poemas de fray Luis pasé a sus hermosas traducciones de Horacio. Una lectura lleva a otra: la suerte me deparó Horacio en España, el encantador libro de Marcelino Menéndez y Pelayo. En sus páginas se cotejan traducciones de Horacio por numerosos escritores españoles, portugueses y latinoamericanos, de diversas épocas. Este cotejo, en el que participé como lector, me pareció un utilísimo ejercicio literario. Las traducciones de los Argensola me agradaron particularmente, pero la mayor revelación para mí fue la espléndida Epístola a Horacio de Menéndez y Pelayo. Asombra cómo, para la fama, un mérito oculta a otro. Porque se admira en Menéndez y Pelayo al erudito, se le olvida como poeta. Carta a unos amigos de Santander para agradecerles el regalo de una biblioteca es otro poema suyo que siempre releo. De este modo, con aciertos de lector y con errores de escritor, fui internándome en el ancho mar de la literatura o, para saludar una vez más a don Marcelino, en El ancho mar de Píndaro y de Safo. Doy las gracias a sus majestades los Reyes, que honran con su presencia este acto; a quienes me confirieron el premio y a quienes ahora me acompañan tan amistosamente; a los colegas y a los periodistas de España, de nuestra América y de mi país que, al enterarse de la decisión del jurado, escribieron sobre mí y sobre mis libros, con una generosidad que nunca olvidaré; a los amigos que me hicieron sentir que se alegraban aún más que yo; a mucha gente que por las calles de Madrid y, después, por las calles de Buenos Aires, me detuvo para felicitarme. Quiero también expresar mi gratitud a un escritor que no está aquí, pero que está presente: Cervantes, a quien le debo la literatura, que dio sentido a mi vida. La aventura del idioma Por Jorge Edwards* Majestades, distinguidas autoridades, señoras y señores: Si alguien me hubiera anunciado, cuando empecé a escribir versos y fragmentos de prosa en cuadernos escolares, que algún día recibiría un Premio con el nombre de Miguel de Cervantes, y que lo recibiría de las manos del Rey de España en persona, no sólo me habría costado mucho creerlo. Habría tenido que decirme, además, que la vida puede ser una aventura inesperada y enteramente extraordinaria. La concesión de este premio es un honor insigne y que me conmueve en forma profunda. También, y así lo comprendí desde el primer instante, es un reconocimiento que se hace a través mío de la literatura chilena en su tradición y en su rica diversidad. Es el homenaje a una rama de la literatura del idioma que comienza con don Alonso de Ercilla, uno de los primeros españoles chilenizados, conquistador conquistado, que sigue con maestros coloniales como Alonso de Ovalle y Manuel de Lacunza, que continúa con Vicente Pérez Rosales y Alberto Blest Gana, figuras señeras de nuestro siglo XIX, que llega hasta Pablo Neruda, José Santos González Vera y Nicanor Parra, hasta José Donoso y Jorge Teillier, entre muchos otros, y que todavía no termina. Agradezco, pues, con emoción, en nombre propio y en nombre de todos. La literatura es un espacio mental, una corriente, un río invisible que corre por el interior de todos nosotros, y la de Chile es una nota particular dentro del gran conjunto hispánico: una estrella lejana, periférica, y a la vez curiosamente cercana, entrañablemente familiar, dentro de la maravillosa constelación de nuestra lengua. Debo decir que nunca estuve destinado por las circunstancias, por mi formación, por el ambiente en el que me tocó crecer, a convertirme en un autor de artefactos verbales en verso o en prosa. En el Colegio de San Ignacio de mi niñez, el viejo edificio de la calle del barrio bajo de Santiago que llevaba el nombre, precisamente, del jesuita Alonso de Ovalle, el autor de la Histórica Relación del Reino de Chile, predominaba todavía lo peor del gusto estético de fines del siglo XIX. Teníamos que aprender de memoria y recitar en un estrado, entre cortinajes y dorados de estuco, poemas de Quintana y de Gabriel y Galán, o traducciones laboriosamente rimadas del francés Sully- 6
  • 7. Prudhomme, quien hoy sólo es conocido en París como nombre de una calle y de una plazoleta, a pesar de que obtuvo en su tiempo uno de los Premios Nobel de Literatura. La verdad es que aquellos suplicios infantiles me hicieron desdeñar e incluso aborrecer la poesía. Había, sin embargo, signos, indicios dispersos, y que apuntaban en otras direcciones, aun cuando todavía no sabía interpretarlos. En mis años de preparatorias publiqué en la revista del Colegio dos textos que había pergeñado no sé en qué momentos perdidos: uno trataba de las ventajas de la navegación por mar; el otro era una biografía mínima de Cristóbal Colón, nada menos, pero no atribuí el asunto a un gusto inexplicable y repentino por la escritura, sino a un deseo adolescente de ser capitán de barco y de correr mundos. En aquellos mismos tiempos, una vieja tía abuela, lectora infatigable, conspiradora familiar, me llevaba a un lado y me mostraba las portadas de las novelas de otro sobrino suyo, Joaquín Edwards Bello. «¿No sabes que tienes un pariente escritor?», me preguntaba. Yo lo sabía en forma confusa, y sólo tenía la imagen de un personaje más bien estrafalario, que había viajado hasta muy lejos, que había perdido su herencia en ruletas del sur de Europa, y que después, para colmo, había regresado a instalarse en un sector mal visto de Santiago. Tres o cuatro años después, en una casa de lo que ya se llamaba el barrio alto, el dueño, un arquitecto avanzado para el Chile de esos tiempos, se acercó al grupo de adolescentes del que yo formaba parte y nos presentó a un poeta de voz nasal, de tez aceitunada, vestido con un traje de gabardina de color verde botella. Era una casa diferente de todas las que había visto antes, con un cuadro del entonces joven Roberto Matta encima de un piano de cola negro, con dos dibujos de Pablo Picasso en una esquina. «A la edad de ustedes», nos dijo el poeta, cuyo nombre, Pablo Neruda, sonaba tan extraño como su voz, «yo estudiaba matemáticas en un banco del Cementerio General, debajo de grandes magnolias, y le tenía un miedo pánico a los exámenes...». Ya conocía el primero de sus Veinte Poemas de Amor, otro de mis textos de iniciación, y devoré cada una de sus palabras como un maná. Pasaron años, sin embargo, antes de que supiera del miedo a las matemáticas de uno de sus maestros, uno de los grandes sudamericanos de lengua francesa, el Conde de Lautréamont: «¡Oh, matemáticas severas!». Ahora bien, por aquellos días había aparecido en mis programas de estudios un texto curioso, una «obrecilla que se me cayó de las manos», como explicaba su autor citando a Fray Luis, el Manual de Técnica Literaria de don Eduardo Solar Correa. Don Eduardo era un fantasma de aquellos años: un caballero de patillas y de polainas, que hacía revolotear su bastón por los terraplenes de la antigua Alameda de las Delicias y que era blanco de toda clase de chirigotas y de bromas escolares. Pues bien, a pesar de su aura estrafalaria, don Eduardo tenía, cosa que nosotros ni siquiera podíamos sospechar, un gusto literario impecable. Empecé a seguir sus ejemplos de figuras literarias, de cláusulas rítmicas, de formas métricas, y me vi sumergido sin saberlo en la gran corriente, en la gran aventura de la lengua, en el río invisible. Don Eduardo definía la figura de la paradoja y citaba: que «muero porque no muero». La concesión: pero también que «me confieses quiero / que es tanta la beldad de su mentira...». La gradación, y daba como ejemplo: «Acude, corre, vuela / traspasa la alta sierra, ocupa el llano...». Hipérbole: «Érase un hombre a una nariz pegado...». Perífrasis: «La blanca hija de la blanca espuma...». Aliteración: «El ruido con que rueda la ronca tempestad...». Me descubrí empeñado en buscar por bibliotecas, librerías, desvanes, otros poemas de Góngora, de don Francisco de Quevedo, de Garcilaso, de Argensola y Fray Luis de León. Y desemboqué pronto en la prosa de la generación del 98. Azorín y Unamuno, sensibilidades opuestas, en cierto modo complementarias, me acompañaron de diferentes maneras, y aquí puedo dar un pequeño ejemplo de parodia, en mi viaje al corazón de Cervantes. Los ejemplos de don Eduardo Solar Correa, en buenas cuentas, habían sido como las breves notas musicales que anuncian un destino, como el primer compás de una Quinta Sinfonía literaria. Y la literatura, tan remota en un principio, tan ajena, fue la tarea a la que nadie, precisamente, me había destinado, y que asumí a pesar de todo y contra casi todos. Llegué al Quijote, como digo, de la mano de sus grandes exegetas del 98, y encontré en ese libro algo que después no he encontrado en ningún otro autor: ni en el Dante, ni en Rabelais, ni en Moliere, ni en el mismo Goethe. Algo que Cervantes sólo comparte, quizás, con Shakespeare, aunque de otra manera, de un modo más fantasioso, más aéreo, más bromista: un elemento de compasión profunda, de humanidad, de ironía, una distancia que consuela y que redime, transmitidos con una gracia única. Los narradores se multiplican, le hacen guiños al lector, le toman el pelo y a la vez lo cogen amistosamente de la mano y lo llevan en su trayecto narrativo. Los personajes se salen de las páginas, se transforman, se contagian unos con otros, en un proceso en que la locura es cordura, en que el disparate es lúcido. «Loco, y no tonto», dice por ahí, en su Vida de Don Quijote y Sancho, Unamuno, y yo me detengo en ese final de párrafo, pensativo. Para mí, el gran realismo mágico de la literatura en lengua española, el de una fantasía superior, es el de la segunda parte del Quijote, el de la Cueva de Montesinos, el de Clavileño, el del Caballero de los Espejos. El maravilloso desfile de la imaginación medieval en el interior de la cueva de Montesinos anuncia el desfile del mundo moderno en el Aleph de Jorge Luis Borges. En ambos textos, el personaje, llevado por un guía libresco y más o menos absurdo, sufre un golpe, una caída de alguna especie, medio deliberada y medio involuntaria, entra en un estado de sueño profundo, no se sabe por cuánto rato, y despierta para contemplar el espectáculo del universo. Cervantes es nuestro contemporáneo, como Borges, como Neruda cuando viaja al corazón de don Francisco de Quevedo, y esto significa que el centro del idioma está aquí, en esta sala, en esta vieja e ilustre universidad, y también en todos nuestros vastos territorios, desde la Araucanía de don Alonso de Ercilla y de Neruda hasta el Cómala de Juan Rulfo, y desde la meseta polvorienta de don Antonio Machado hasta el Genil de los viejos poetas andaluces. Es un privilegio, un don extraordinario, y una deuda, un compromiso de por vida. 7
  • 8. Llego a la conclusión de que eran locos, estrafalarios, inútiles, pero que de tontos no tenían nada, aquellos precursores y anunciadores de una vocación: el profesor de las polainas con sus ejemplos a menudo deslumbrantes, pura energía verbal concentrada, y la vieja tía lectora y conspiradora, muy pequeña de estatura, enormemente simpática, y que parecía, precisamente, ejemplo de hipérbole, una mujer a una nariz pegada; el extremado y apasionado Joaquín Edwards Bello, con su genio atrabiliario, y desde luego, el poeta del traje de gabardina, que parecía cargar en la voz y en los ojos con el misterio de toda la poesía del mundo. No supe muy bien en un comienzo de qué se trataba, en qué consistía con exactitud aquel llamado a leer y a escribir, y cuando comencé a saber ya era tarde. Fue fascinante y, muchas veces, endiabladamente duro e intrincado. Tuve que salir de un orden bien protegido e instalarme en suburbios más bien inciertos. Hice muchas cosas, pero siempre la tarea principal, de noche, de madrugada, en espacios de tiempo robado, al margen de documentos oficiales, fue la de escribir ficciones, o la de introducir en la multiplicidad de los sucesos, en el enigma del pasado, en los recovecos de la memoria, una coherencia, una estructura narrativa que siempre, en definitiva, era imaginación, arte de la palabra. Las circunstancias me obligaron a escribir, algunas veces, en contra de la corriente, de la moda, del pensamiento al uso, y traté de hacerlo con naturalidad, sin pretensiones, sintiendo que la escritura, antes que nada, es una forma de fidelidad, la exigencia de un acuerdo consigo mismo, y que uno tiene el derecho y quizás hasta la obligación de transmitir la experiencia a los demás. Todo el recorrido, en su desarrollo a veces accidentado, no ha sido actividad demasiado diferente, en realidad, que la del acompañante de don Quijote a la Cueva de Montesinos, el primo del Bachiller de las bodas de Camacho, hombre cuya profesión, según quiso contar, era la de humanista, y que había escrito una enumeración de setecientas y tantas libreas, aparte de unos Metamorfóseos y de un Suplemento. Después de todo, él tuvo la suerte de acompañar al Caballero de la Triste Figura hasta el borde mismo del abismo y de escuchar después, de primera mano, su deslumbrante relato. Nosotros también, a nuestra manera, hemos podido estar cerca de don Quijote, o de los Quijotes nuestros, locos y no tontos, y hemos escuchado sus extraordinarias historias. ¡Qué privilegio, y qué regalo! En conclusión, sólo tengo motivos para agradecer. Nunca me arrepentí de haber seguido la línea excéntrica, el llamado cuyas consecuencias no supe calcular en un comienzo y que implicaba internarse por un camino más accidentado, más escabroso y dificultoso de lo que parecía a simple vista. En una de sus últimas vueltas, sin embargo, me ha conducido hasta aquí, hasta esta sala llena de memorias ilustres, y les repito que estoy conmovido y que mi agradecimiento es hondo y duradero. Seguiré en la ruta durante todo el tiempo que pueda quedarme, puesto que se trata, como ya lo he dicho, de un destino, y lo haré con plena conciencia de que el Premio Miguel de Cervantes, esta gran institución de la España democrática y moderna, me dará fuerzas para el resto del viaje. Muchas gracias, pues, a todos ustedes. (*) Tomado de Edwards, Jorge. «La aventura del idioma». [Discurso de recepción del Premio Cervantes 1999]. El Quijote en Chile. Introducción y selección de textos Sergio Macías. Santiago de Chile: Aguilar, 2005. 215-222. "I HAVE A DREAM" TRADUCCIÓN DEL DISCURSO PRONUNCIADO EN WASHINGTON, CAPITAL FEDERAL DE LOS ESTADOS UNIDOS, EL 28 DE AGOSTO DE 1963 POR MARTIN LUTHER KING, JR. Al final de la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, que tuvo lugar el 28 de agosto de 1963, Martin Luther King pronunció el discurso conocido por una de 8
  • 9. las expresiones clave del mismo: “I have a dream”, “Tengo un sueño”, que es a la vez construcción anafórica en la organización retórico-comunicativa del discurso, tema central de su macroestructura semántica y base de su construcción pragmática, social y política. Mi principal intención al traducir este discurso es rendir homenaje a Martin Luther King por su lucha por la libertad y por todos los derechos del ser humano, al cumplirse cuarenta años de la ocasión en la que lo pronunció, con el convencimiento de que el discurso contribuyó de un modo importante y significativo a cambiar, mejorándola, la realidad. También deseo con esta traducción contribuir al conjunto de traducciones castellanas de este discurso. He intentado que la traducción reprodujera en la lengua de llegada los recursos retórico-comunicativos utilizados por Martin Luther King en el discurso original en inglés. También he intentado mantener en la traducción las decisiones lingüísticas del orador en cuanto a género y he tenido en cuenta los dos géneros al traducir palabras inglesas que los incluyen. He traducido “the Negro” por “las personas negras” y “a Negro” por “una persona negra”, así como “you” por “vosotros y vosotras”, “Negro slaves” por “esclavos negros y esclavas negras” y “citizens” por “ciudadanos y ciudadanas” y “ciudadanas y ciudadanos”. Me ha sorprendido la existencia de varias versiones impresas del discurso en inglés que presentan algunas pequeñas diferencias entre sí. Por esta razón, he comparado las distintas versiones en inglés de que disponía con la grabación magnetofónica del discurso y, finalmente, para mi traducción al castellano he seguido el texto original del discurso de los Douglass Archives of American PublicAddress, en edición preparada por D. Oetting. Dicho texto original puede ser leído (y también oído, si se instala o si se dispone del software necesario) en la siguiente dirección electrónica: http://www.hpol.org/transcript.php?id=72 Agradezco a Marjorie Woods, de TheUniversity of Texas at Austin, que me haya informado de algunos aspectos de la cultura política de los Estados Unidos, especialmente sobre la canción America (“My country „tis of thee, sweetland of liberty, of thee I sing...”), de 1831 (ó 1832). A David Pujante, de la Universidad de Valladolid, le agradezco la identificación de citas bíblicas en el discurso y que me haya facilitado su traducción castellana de la Biblia protestante española de Casiodoro de Reina, de 1569, revisada por Cipriano de Valera en 1602 (“Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo”, Amós, 5, 24; “Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado”, Isaías, 40: 4-5), que, aunque no he incluido en su literalidad con el fin de atenerme al original inglés del discurso, he tenido en cuenta para mi traducción. A Paloma Biglino Campos, de la Universidad de Valladolid, y a Concha Martínez-Carrasco 9
  • 10. Pignatelli, de la Universidad Complutense de Madrid, les estoy agradecido por sus respuestas a cuestiones jurídico-políticas sobre las que les he consultado en relación con el discurso. Tomás Albaladejo (Universidad Autónoma de Madrid) Martin Luther King, Jr. Tengo un sueño Estoy contento de reunirme hoy con vosotros y con vosotras en la que pasará a la historia como la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestra nación. Hace un siglo, un gran americano, bajo cuya simbólica sombra nos encontramos, firmó la Proclamación de Emancipación. Este trascendental decreto llegó como un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros y esclavas negras, que habían sido quemados en las llamas de una injusticia aniquiladora. Llegó como un amanecer dichoso para acabar con la larga noche de su cautividad. Pero cien años después, las personas negras todavía no son libres. Cien años después, la vida de las personas negras sigue todavía tristemente atenazada por los grilletes de la segregación y por las cadenas de la discriminación. Cien años después, las personas negras viven en una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, las personas negras todavía siguen languideciendo en los rincones de la sociedad americana y se sienten como exiliadas en su propia tierra. Así que hemos venido hoy aquí a mostrar unas condiciones vergonzosas. Hemos venido a la capital de nuestra nación en cierto sentido para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magnificientes palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, estaban firmando un pagaré del que todo americano iba a ser heredero. Este pagaré era una promesa de que a todos los hombres —sí, a los hombres negros y también a los hombres blancos— se les garantizarían los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Hoy es obvio que América ha defraudado en este pagaré en lo que se refiere a sus ciudadanos y ciudadanas de color. En vez de cumplir con esta sagrada obligación, América ha dado al pueblo negro un cheque malo, un cheque que ha sido devuelto marcado “sin fondos”. 10
  • 11. Pero nos negamos a creer que el banco de la justicia está en bancarrota. Nos negamos a creer que no hay fondos suficientes en las grandes arcas bancarias de las oportunidades de esta nación. Así que hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dé mediante reclamación las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia. También hemos venido a este santo lugar para recordar a América la intensa urgencia de este momento. No es tiempo de darse al lujo de refrescarse o de tomar el tranquilizante del gradualismo. Ahora es tiempo de hacer que las promesas de democracia sean reales. Ahora es tiempo de subir desde el oscuro y desolado valle de la segregación al soleado sendero de la justicia racial. Ahora es tiempo de alzar a nuestra nación desde las arenas movedizas de la injusticia racial a la sólida roca de la fraternidad. Ahora es tiempo de hacer que la justicia sea una realidad para todos los hijos de Dios. Sería desastroso para la nación pasar por alto la urgencia del momento y subestimar la determinación de las personas negras. Este asfixiante verano del legítimo descontento de las personas negras no pasará hasta que haya un estimulante otoño de libertad e igualdad. Mil novecientos sesenta y tres no es un fin, sino un comienzo. Quienes esperaban que las personas negras necesitaran soltar vapor y que ahora estarán contentos, tendrán un brusco despertar si la nación vuelve a su actividad como si nada hubiera pasado. No habrá descanso ni tranquilidad en América hasta que las personas negras tengan garantizados sus derechos como ciudadanas y ciudadanos. Los torbellinos de revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que nazca el día brillante de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi pueblo, que está en el caluroso umbral que lleva al interior del palacio de justicia. En el proceso de conseguir nuestro legítimo lugar, no debemos ser culpables de acciones equivocadas. No busquemos saciar nuestra sed de libertad bebiendo de la copa del encarnizamiento y del odio. Debemos conducir siempre nuestra lucha en el elevado nivel de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra fecunda protesta degenere en violencia física. Una y otra vez debemos ascender a las majestuosas alturas donde se hace frente a la fuerza física con la fuerza espiritual. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra no debe llevarnos a desconfiar de todas las personas blancas, ya que muchos de nuestros hermanos blancos, como su presencia hoy aquí evidencia, han llegado a ser conscientes de que su destino está atado a nuestro destino. Han llegado a darse cuenta de que su libertad está inextricablemente unida a nuestra libertad. No podemos caminar solos. Y mientras caminamos, debemos hacer la solemne promesa de que siempre caminaremos hacia adelante. No podemos volver atrás. Hay quienes están preguntando a los defensores de los derechos civiles: “¿Cuándo estaréis satisfechos?” No podemos estar satisfechos mientras las personas negras sean víctimas de los indecibles horrores de la brutalidad de la policía. No podemos estar satisfechos mientras nuestros cuerpos, cargados con la fatiga del viaje, no puedan conseguir alojamiento en los moteles de las autopistas ni en los hoteles de las ciudades. No podemos estar satisfechos mientras la movilidad básica de las personas negras sea de un ghetto más pequeño a otro más amplio. No podemos estar satisfechos mientras nuestros hijos sean despojados de su personalidad y privados de su dignidad por letreros que digan “sólo para blancos”. No podemos estar satisfechos mientras una 11
  • 12. persona negra en Mississippi no pueda votar y una persona negra en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar. No, no, no estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que la justicia corra como las aguas y la rectitud como un impetuoso torrente. No soy inconsciente de que algunos de vosotros y vosotras habéis venido aquí después de grandes procesos y tribulaciones. Algunos de vosotros y vosotras habéis salido recientemente de estrechas celdas de una prisión. Algunos de vosotros y vosotras habéis venido de zonas donde vuestra búsqueda de la libertad os dejó golpeados por las tormentas de la persecución y tambaleantes por los vientos de la brutalidad de la policía. Habéis sido los veteranos del sufrimiento fecundo. Continuad trabajando con la fe de que el sufrimiento inmerecido es redención. Volved a Mississippi, volved a Alabama, volved a Carolina del Sur, volved a Georgia, volved a Luisiana, volved a los suburbios y a los ghettos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de un modo u otro esta situación puede y va a ser cambiada. No nos hundamos en el valle de la desesperación. Aun así, aunque vemos delante las dificultades de hoy y mañana, amigos míos, os digo hoy: todavía tengo un sueño. Es un sueño profundamente enraizado en el sueño americano. Tengo un sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero significado de su credo: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres han sido creados iguales”. Tengo un sueño: que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad. Tengo un sueño: que un día incluso el estado de Mississippi, un estado sofocante por el calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se transformará en un oasis de libertad y justicia. Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel sino por su reputación. 12
  • 13. Tengo un sueño hoy. Tengo un sueño: que un día allá abajo en Alabama, con sus racistas despiadados, con su gobernador que tiene los labios goteando con las palabras de interposición y anulación, que un día, justo allí en Alabama niños negros y niñas negras podrán darse la mano con niños blancos y niñas blancas, como hermanas y hermanos. Tengo un sueño hoy. Tengo un sueño: que un día todo valle será alzado y toda colina y montaña será bajada, los lugares escarpados se harán llanos y los lugares tortuosos se enderezarán y la gloria del Señor se mostrará y toda la carne juntamente la verá. Ésta es nuestra esperanza. Ésta es la fe con la que yo vuelvo al Sur. Con esta fe seremos capaces de cortar de la montaña de desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes disonancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a la cárcel juntos, de ponernos de pie juntos por la libertad, sabiendo que un día seremos libres. Éste será el día, éste será el día en el que todos los hijos de Dios podrán cantar con un nuevo significado “Tierra mía, es a ti, dulce tierra de libertad, a ti te canto. Tierra donde mi padre ha muerto, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera suene la libertad”. Y si América va a ser una gran nación, esto tiene que llegar a ser verdad. Y así, suene la libertad desde las prodigiosas cumbres de las colinas de New Hampshire. Suene la libertad desde las enormes montañas de Nueva York. Suene la libertad desde los elevados Alleghenies de Pennsylvania. Suene la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve de Colorado. Suene la libertad desde las curvas vertientes de California. Pero no sólo eso; suene la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia. Suene la libertad desde el Monte Lookout de Tennessee. Suene la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera. 13
  • 14. Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!” (Traducción de Tomás Albaladejo) 14