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Vía Translsmica, Urb. Industrial
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. Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus' Alfaguara S'A'
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¡ Santillana Ediciones Generales S'L'
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ISBN: 9962-650-58-5
Primera Edición México, 1999
Primera Edición en Colombia,2002
Undécima reimpresióry marzo de 2008
Diseño de Ia colección:
José CresPo, Rosa Marín, Jesús Sanz
Diseño de cubierta:
O FernandoRuizZaragoza
Impreso por Impresión Gráfica del Este. S'A'
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por fátocopi4 o cualquier otrq sin el permiso
previo por escrito de la editorial'
o
@
Ojüos de angel
A mis rriñas lindas: Susana y Raquel
AJorge Consuegra,
quien prefiere las historias tiernas
a las violentas
¡
Que canten los niños, que alcen la voz,
que hagarr al mundo escuchar.
Que urran sus voces y lleguen al sol,
en ellos está la verdad.
Canción popular
De ciet'to os digo, que el que no recibe
el reino de Dios como un niño,
rro entrará en é1.
(Lucas 18:17)
Yebosbua ben Josepb
Et ur.¡o abre los ojos lentamente. No recuerda nada. Ni
quién es. Ni dónde está. Ni en qué día, mes y año vive.
Trata de moverse, pero algo se lo impide.
La penumbra que 1o rodea se va aclarando y logra
vislumbrar los detalles del techo. Es blanco, con una
lámpara de focos alargados en su centro. Está apagada.
'Tic, tic, tic', un ruido rítmico se apodera de su
atención. "Debe ser un reloj", concluye, "aunque no un
ejemplar de mecanismo sofisticado, sino eléctrico; ba-
tato" .
Abre un poco más sus párpados y logra divisar el
círculo redondo, de plástico antl, de un reloj de pared
colgado encima de un agujero que parece una puerta.
Escucha de nuevo el 'tic, tic, tic'. Deduce que el
ruido no procede del reloj redondo. Su origen está de-
trás de é1.
Trata de virarse pero no puede. Al hacer el mo-
vimiento ve una cama a su lado. }{ay una sombra sobre
ella. No logra enfocarla. El esfuerzo 1o cansa y tiene que
regresar a su posición original, mirando el techo.
Cierra de nuevo los ojos. No puede reunir ningún
pensamiento en su mente salvo el sonido rítmico, 'tic,
tic, tic', detrás suyo.
Pasa el tiempo. Descansa.
Se entretiene escuchando su propia respiración.
Siente cómo su pecho sube, baja.
10
Entreabre sus ojos. Todo sigue igual. El techo, la
lámpara, el ruido...,'tic, tic, tic'.
Un pensamiento lo sobresalta: "¡Mi maletín! ¿Dón-
de está mi maletín?" En é1 hay cosas muy importantes
que nadie puede vet. Trata de revolverse nervioso en la
cama, pero no puede. Está amartado.
Observa hacia abajo. Hacia donde deben de estar sus
piernas. No las ve. Sólo logra entrever dos cilindros blancos,
largos, sujetos con cables que desaparecen en 1o alto.
Trata de establecer comunicación con ellas.
Nada. Trata con los brazos. Nada. Con las manos, pies. Nada.
Lo único que puede controlar son los párpados. Abrir-
los, cerrarlos, volverlos a abrir. También puede girar
levemente la cabeza, aunque no lo suficiente para des-
cubrir de dónde viene el ruido. 'Tic, tic.'
De repente siente que empieza a emerger del es-
tado en que se encuentra. Comienza a recordar. Su ca-
rro. La noche. Un destello de luz. Un ruido inmenso. El
silencio. La imagen de una mulata, con sus curvas
inmensas repletas de carne turbadora. Sonríe. ,,¡Ah!
¡Nitzia! ¡Qué mujer!"
Mueve la cabeza de lado a lado. Su cerebro sigue
soltando recuerdos. Poco a poco. En dosis calculadas.
Disfruta con la imagen de Nitzia. Continúa son-
riendo. Es la única sensación externa que percibe.
De repente un aguijonazo de dolór ló penetra. Su
rostro se contrae en una mueca angustiosa. No sabe de
dónde procede aquella sensación tan horrenda. ,,Debe
ser de alguna parte de mi cuerpo, pero no puedo ubi-
carla." Trata de levantar una mano pero no sucede nada.
La oúa. Nada. El dolor desaparece tan rápido como llegó.
Mira el techo. Nada ha cambiado. Observa la lámpara
apagada. Larga. Cubierta de una pantalla con rombos
cincelados en el plástico que la cubre.
Cierra los ojos. Espera. Se aburre. Los abre y em-
pieza a contar los dibujos geométricos en la lámpara del
t
11
techo. Se pierde en aquel mar inmenso de cocadas. In-
tenta de nuevo contar. No tiene éxito. Ya a iniciar otra
vezla operación, pero desde muy adentro surge un esta-
llido de dolor tan agudo que, por primera vez, lo siente
en todo su cuerpo. En los brazos, piernas, abdomen.
Todo su ser se sumerge en aquel dolor lacerante,
inmenso.
Su boca se abre sin control y surge un grito:
-¡Aaaahhhhh!Él mismo se asombra por la intensidad del sonido.
Trata de controlarse, pero no puede. Hay otro pnepara-
do, listo para despegar:
Ruido de sillas moviéndose, de zapatos corriendo.
Se abre una puerta. Lo percibe claramente. Es fácil dis-
tinguir el sonido de una puerta cuando la abren con vio-
lencia.
Tres manchas blancas vuelan hacia é1. Lo rodean.
Se inclinan sobre su cuerpo. Alumbran uno de sus ojos
con una luz pequeña, intensa. Luego el otro.
El viejo parpadea, fija su mkada; analiza las figu-
ras que lo examinan. Poco a poco se comienzan a deli-
near rostros; uniformes blancos.
Siente cómo el dolor que anida en su interior de
nuevo se libera y saltahacia afuera. Asciende y lo inva-
de todo.
-¡Aaaahhh! -no
puede reprimirse.
Una de las figuras blancas toma lo que parece ser
su brazo, lo levanta. Siente un ligero pinchazo, parecido
a cuando de niño una de sus "novias" le dio un pellizco
utilizando sus uñas como herramienta.
De repente el dolor desaparece; tan rápido como
llegó.
-No
le dolerá más
-escucha
que la enfermera le
dice-. Le acabo de inyectar un analgésico que lo man-
tendrá calmado.
t2
El hombre trata de sonreír, pero se da cuenta de
que le es difícil dibujar la expresión en su cara. De todas
formas no es una sonrisa verdadera la que se perfila en
su rostro, sino la que siempre utlliza paru indicar que
está satisfecho, complacido. Mueve ligeramente los ojos
y ve a otras dos enfermeras que 1o observan desde el
final de la cama; en el lugar donde deberían estar sus
pies.
Trata dehablar. De pregunfar algo. Ningún sonido
sale de su garganta. La mujer debe haber notado su in-
tención pues dice enseguida:
-No
se preocupe, señor Vargas. Todo está bien.
Tuvo usted un accidente. Estaba anestesiado. Tuvimos
que operarlo, ¿sabe?
-señala
hacia sus piernas-. Se
quebró todo...
Intenta hablar de nuevo. La enfermera se inclina y
le da algunos golpes en el hombro:
-No,
no hable, señor Vargas. Se va a cansar y no
conviene.
Cierra los ojos. ¡Cómo odia que alguien le dé pal-
maditas! Lo encuentra denigrante; de mal gusto. Ese
movimiento de intimidad hecho por alguien que no 1o
conoce le repugna. Se contiene. "Yahabrá un momento
en que le diré a esta enfermera que vaya a darle palma-
ditas a otro... Que no toque más mi cuerpo."
Recuerda su anatomía. Los ejercicios diarios en el
gimnasio. La satisfacción de ver en el espejo una figura
de menos años de los que tiene. El goce que 1o invade
cuando en la piscina del Club Deportivo se encuentra
con sus amigos y compara su cuerpo bronceado y bien
cuidado con el de ellos. Los hay gordos, con el tejido
adiposo colgando por todos lados. Otros están flacos y
sin músculos, los huesos sobresaliendo por doquier. Sin
embargo él está en la situación ideal: ni gordo, ni flaco.
Los músculos situados en donde deben estar.
-Señor
Vargas, ¿me escucha?
1.3
De nuevo siente la molesta lucecita que transita so-
bre sus ojos. Los abre. Enfoca ala enfermera, quien sonríe.
Nota que es gorda. De cara ovalada y mejillas colgantes.
Sus labios no están pintados y se notan pálidos. Tiene las
cejas pobladas. El cabello negro, recogido. El uniforme
limpio pero viejo, usado. "No es una enfermera de prime-
ra", deduce. "¿Dónde estaré?", se pregunta.
La mujer, como si le hubiera leído la fnente, le informa:
-Está
en el Hospital SanJuan, señor Vargas. Tuvo
un accidente cerca de este lugar y lo trajeron aquí esta
madrugada.
"¡El Hospital SanJuan!", repite mentalmente el ac-
cidentado. "¡Pero si es un hospital público; gratuito! ¡Para
pobres! ¿Qué hago yo aquí?"
Intenta incorporarse sin éxito. Sus esfuerzos no
pasan desapercibidos para las enfermeras, quienes lo
sujetan por ambos hombros.
-Cálmese,
señor Vargas. Cálmese. No es tan graye.
"¡No es por lo grave que me estoy moviendo; es
que no quiero estar aquíl", intenta decir, pero sólo soni-
dos incomprensibles salen de su boca.
Se concentra en el ruido monótono que surge
detrás de su cabeza.'Tic, tic, tic.' Respira profundo. AI
fin se tranqluiliza. Se concentra. Intenta hablar de nuevo.
-Noooo
quier...
-Tranquilo,
señor Vargas *1o interrumpe la en-
fermera de Ia cara redonda. Lo palmea en el hombro.
¡Cómo odia que 1o toquen!-. Todo va a ir muy bien.
Está usted en buenas manos.
"¿Cómo voy a estar en buenas manos en un hospi-
tal de cuarta calegoria? ¡Tengo que salir de aquí!", pien-
sa. Intenta hablar de nuevo.
-Poorrr
f...
-¡Cálmese!Más palmaditas. Otra inyección. Sensación de pla-
cidez... Cierra los ojos. Se deja llevar...
L
r4
Intenta abrir los párpados. No logra ver nada. Está tan
oscuro como cuando los tenía cerrados. Ve un haz de
luz difusa a través de la ventana al lado de la puerta.
Ahora discierne más claramente las sombras al otro lado
de Ia pared. Las persianas están abiertas. Hay una mesa
larga y varias enfermeras sentadas a 1o largo. Sus caras
están iluminadas por un resplandor que parece salir del
frente. Vuelve la cara hacia el otro lado. Otra ventana.
Ésta tiene las persianas cerradas . Gira ahora st¡ cabeza a
la posición original. Se siente más libre. Más ágll. No hay
dolor. Observa hacia abajo. Hacia donde deberían estar
sus piernas. No están. Una mole blanca de vendas las
suplanta. "¿Habré perdido mis piernas?", el pensamiento
entra de repente. "¡No! Están allí. Sólo que cubiertas de
vendas." Respira hondo. "Hospital público", recuerda.
Se estremece. Ha escuchado historias horrendas de es-
tos lugares para pobres. No hay medicamentos. Los
médicos no atienden bien. Las enfermeras no esfán gra-
duadas. Falta equipo. Ahora está en uno de ellos. Irre-
mediablemente. No puede partir. No tiene piernas.
Trata de sentirlas, sin éxito. Un gran vacío ha tomado
el lugar de su torso inferior. Intenta con los brazos. El
derecho, nada. EI izquierdo, siente un movimiento. Los
dedos se mueven. Prueba la mano: la encuentra. Flexiona
el brazo. Lo dobla por el codo. Lo trae hasta los ojos.
Mira su mano izquierda. Pálida pero real. Mueve los
dedos. Se alegra. Le dan ganas de llorar. No lo hace por
temor a que entre una enfermera. Vuelve elbrazo a st
lugar. Reposa. Sonríe. Cierra los ojos. Se duerme.
lJna voz dulce lo despierta:
-Buenos
días, señor Vargas. Es hora de levan-
tarse.
Alguien 1o sacude levemente. ¡Odia que lo toquen!
Furioso, abre los ojos. Tiene frente a él a una enfermera
r5
que sonríe. De un vistazo aptecia sus facciones delica-
das; sus labios finos y tersos.
*Ha dormido más de un dia... *agrega la mu-
jer-. Es hora de que salga del mundo de los sueños.
-¿Qué
me sucedió? *logra preguntar con voz
temblorosa.
*Tuvo un accidente, señor. Un accidente bastante
gtaYe,
-Mi auto, ¿cómo quedó?
-pregunta
con voz en-
trecortada.
Recuerda su auto. Un deportivo último modelo.
Doce cilindros (hay pocos automóviles con doce cilin-
dros). Dos carburadores. Suficientes caballos de fuerza
parahacerlo despegar si tuviera alas. ¡Su bebé adorado!
-Destrozado.
Pérdida total, tengo entendido --dice
la enfermera moviendo su cabeza de lado alado.
El viejo cierra los ojos. Se pone triste.
-¿No
va a preguntar por usted? ¿Qué le sucedió?
¿No le interesa si mató a otros? ¿Sólo su cato?
-pregun-ta la enfermera con tono de reproche.
Mira el rostro hermoso. Facciones aindiadas. Siem-
pre le han parecido lindas las mujeres de su país. Con
sus cabellos negros, rasgos finos, combinación de razas.
Perfectas para la cama, pero nada más. Nitzia es así.
Mezcla de negra, india y blanca. Revoltijo angustioso que
produce las mejores mujeres...; o las peores. No como
sll esposa. Al momento de decidir con quién casarse, no
cludó un instante que su consorte debía de ser blanca.
I)e pelo negro, pero blanca. "Blanca de Castilla", como
clecía su abuela. No importó su insipidez, la superficia-
lidad, ajena a todo salvo sus amigas, sus baral'as y sus
sesiones de té. Y, por supuesto, su lglesia. Siempre su
Iglesia. Para todo su Iglesia. Cuando lo esperaba tarde
cn la noche *ya no 1o hace-, usaba a Dios y al diablo
lrara asustarlo, para úatar de retenerlo en casa. ¡Qué
rrlrurrido! Hubiera preferido que tuviera un amante, dos...
h
r6
Sería más divertido. Mejores discusiones. Intercambio de
información. Pero, ¿la Iglesia? ¡Uggg!
-A
ver, señor Vargas. ¿Me escucha?
-.oye a la
enfermera decir con su tono dulce, aunque alto.
El viejo hace un gesto con la mano y balbucea:
-¡Basta,
basta! No tiene que gritar. La escucho...
-Se
nota que está bien
-palmaditas-. Que se
va a recuperar
-palmaditas-.
Voy a buscar al doctor.
No desea más palmaditas. Ni consuelo, ni compa-
sión. No quiere nada. Él tampoco da nada nunca. No
distribuye palmaditas. Sabe siempre en qué posición es-
tán sus manos. Sin excesos descontrolados. Toda su vida
ha practicado la disciplina corporal. Es tan importante...
Muchas cosas dependen de ello. Un contrato. Una con-
quista. No mover un músculo de la cara es esencial en
momentos cruciales de la vida. IJn gesto involuntario
puede delatarnos. Unos ojos demasiado ansiosos pue-
den ser ventanas por donde el contrario atisba nuestra
alma. }{ay que desviarlos. Cerrarlos. Apartarlos.
Mira a su alrededor. Ve :una cama con sábanas
revueltas y un cuerpecito contorsionado yaciendo sobre
ellas. Parpadea. Abre bien los ojos para captarlo todo.
"¡No estoy solo en el cuarto!", piensa sobresaltado. Nota
los remiendos en las sábanas de la cama vecina. Están
limpias, pero zurcidas en muchas partes. Son verdes.
Observa las letras negras pintadas en dos o tres lados:
"Hospital San Juan". "iHay que pintarle el nombre a las
sábanas para que no se las roben! ¡En qué lugar estoy!"
Observa su propia camai las mismas sábanas la cubren.
"¡Hospital de pobres! ¡Tengo que salir de aquí!" Mira de
nuevo a su acompañante. Es pequeño. Su piel es oscura.
Tiene atado a él un tubo que asciende auna bolsa sus-
pendida sobre la cama. Pelo muy corto. Cenizo. Con
parches sin cabello a través de los que se le ve clara-
mente el cuero cabelludo. Las pljamas
-también
ver-
des, con el nombre del hospital pintado de negro en
r7
varios lugares- cuelgan como si hubiera poca carne.
Mira los pies. Pequeños. Raquíticos. Igual que los bra-
zos. Igual que el cuello, que la cara, (tnicas partes de la
piel que se ven. Está abrazado a 1o que parece un muñe-
co de trapo, hecho de retazos de telas remendadas. No
se mueve el cuerpo pequeño. Parece enfermo. Muerto.
Aparta Ia vista disgustado. Reflexiona: "tengo su-
ficiente dinero para pagar el mejor hospital. Para úaer
un avión-ambulancia y volar a un mejor hospital, en un
mejor pais. Para comprar entero el hospital. ¿Qué se
creen? ¡No pueden retenerme! ¡Darme palmaditas y tra-
tar de calmarme! ¡Hospedarme en un cuarto junto con
un ser raquítico y a punto de morir! ¡Qué atrevimiento!"
Regresa la enfermera. La acompaña un hombre
joven vestido con bata blanca. Se acercan. La enfermera
desliza su mano por las vendas blancas que cubren las
piernas. No siente nada. "¿Estarán mis extremidades
debajo de este vendaje? ¿Las habré perdido? ¿Estarán
amputadas? ¿Es ésa Ia razón de tantas gasas blancas?" Un
sentimiento de pánico se apodera de é1. Dura los segun-
dos que toma el joven en colocarse a su lado, levantar,
le el brazo izquierdo, el que no tiene quebrado, apretarle
la muñeca buscándole el pulso, y decirle:
-Tiene
mucha suerte, señor Yargas. Otro estaría
invitado a su propio velorio en estos momentos
-ríecon su propia ocurrencia.
El viejo no hace ningún gesto. No le encuentra Ia
gracia al comentario. Mira al visitante. "Pero si es un niño.
¿Es que no hay en este lugar alguien de peso? ¿Alguien
t cargo?"
-¿Usted
es responsable de mi?
-pregunta
con es-
f'rrerzo en voz lent.a, baia.
-Sí,
sí. Por supuesto *responde el joven, mientras
intenta medir el pulso del accidentado mirando su reloj.
-¡Pero
si usted es un infante!
-responde
el viejo
( ()n tono más fuerte.
L
18
El joven sonríe. No dice nada, La enfermera res_
ponde por é1.
-Es
un médico interno. Está haciendo su práctica.
Es el mejor que hay por aquí _-afirma con su voz dulce.
-¿Está
practicando conmigo?
-responde
el viejo,
haciendo intentos por recuperar elbrazo que el médico
tiene sujetado con firmeza.
-Quieto.
No se mueva, por favor _ordena el
médico.
Termina de tomar el pulso. Anota algo en una li_
breta que extrae del bolsillo de su bata.
-¿Quiere
saber cómo se encuentra, señor yargas?
-pregunta
el doctor con tono profesional.
El viejo detiene todo pensamiento. Uno solo inva_
de enseguida todo su ser: puede estar al borde de la
muerte. Puede que no tenga piernas. Testículos. pene.
Existe la posibilidad de que haya perdido más de lo que
imagina. Recuerda su automóvil. Le parece ridículo aho_
ra su preocupación por su auto. Es él quien importa, y
puede que esté destrozado. Murmura:
-Sí,
doctor. Dígame cómo estoy...
-Tuvo
un accidente muy grave. Un poco más y
se mata. El auto quedó...
-Sí,
ya sé cómo quedó el auto
-interrumpe
el
viejo-. Necesito ahoru saber cómo estoy yo.
-Sí.
Claro. Usted no está muy bien, señor yargas.
-¿Qué
me pasa?
-Tiene
quebrada una de las piernas en múltiples
pafies. La otra en tres, La cadera también está fracturada
en dos lugares.
-¿Tengo
mis piernas todavía?
El doctor ríe.
-¡Claro! ¡Por supuesto que las tiene! Allí están _toca
con sus nudillos las vendas. Suena hueco, ,Toc,
toc.,
"No son vendas. Es yeso bien duro,,, deduce ense_
guida el viejo.
r9
-Además,
tiene quebrado también el brazo cle-
recho
-lo
señala . Ya a darle un golpecito, pero el viej<r
le detiene la mano.
-No
tiene que golpearlo
-dice-.
Le creo.
-Sí,
sí. Por supuesto...
-responde
el médico, y
retira su mano.
-¿Tengo
algo más, doctor?
-Sí.
Un golpe serioTen la cabeza y cortadas por
todos lados.
El viejo se lleva la mano sana ala cabeza y pal¡x
un vendaje que le cubre a mayor parte del cráneo.
-Lo
trajeron aquí inconsciente. Tuvimos que t()-
mar una decisión rápida: o mandarlo a un hospital mejor
equipado
-principalmente
por su herida enla cabeza yir
que no tenemos los aparatos adecuados para contusi<>ncs
craneales-, o moverlo lo menos posible por el riesgo
que implicaban sus múltiples quebraduras. Deciclintr¡s
dejarlo aqui, y creo que no nos equivocamos. Su herich
en la cabeza fio era tan gtaye como parecia.
-¿Cómo
1o saben si no tienen los aparatos ack.-
cuados?
-pregunta
el viejo con tono molesto.
El doctor sonríe.
-La
experiencia...
-¿La
experiencia?
-continúa
el viejo airado-. ¡Si
Lrsted es un bebé! ¡Nada más y nada menos que un cl«rc'-
tor bebé!
-No,
no. No se preocupe. No fui yo quien lo
rrr"rxilió anoche. Fueron los doctores de turno, quicnt,s
ticnen mucha más experiencia que yo.
El viejo está furioso, pero no responde. El ulisnro
¡x:nsamiento lo invade de nuevo: tiene que salir clc allí. Al
('()sto que sea. No tienen los aparatos adecuados. Las t.n
li'r'rrreras dan palmaditas. Los doctores son niños t<¡cllrviir.
-¿Cuántos
días tendré que quédarme aqrríi,
-¿Dias? -responde
el doctor sonricnck¡-. No
tllrs. Semanas o, quizá, meses.
20
-¿Meses?
*el viejo abre bien los ofos y trata cle
incorporarse.
La enfermera se inclinahacia adelante y ayuda al
doctor a mantener al viejo acostado.
-Meses
si insiste en moverse demasiado, señor
Vargas. Depende de su cooperación y de cómo respon_
dan sus huesos. Está muy quebrado. No es un joven.
Demorará un tiempo.
El viejo gruñe.
-Además,
ya nos visitó ayer su abogado. Lo man_
dó su esposa. Le explicamos todo y estuvo de acuerdo
en que éste es el mejor lugar para usted.
-¿Los
visitó mi abogado?
-pregunra,el
viejo con
2s6¡¡!¡s-. Y mi esposa, ¿no vino?
-No
sabemos nada de su esposa
-responde
el
médico-. Só1o su abogado llegó hasta aquí. Firmó to_
dos los papeles necesarios.
-¿Por
qué mandó al abogado? ¿por qué no pudo
venir ella?
-pregunta
confuso.
-Eso
no 1o sabemos, señor Vargas.
El viejo recuerda a su esposa. poco es lo que se
ven. De vez en cuando cenan juntos, cuando coinci_
den en la casa. La convers ación es superficial. *¿Cómo
está el negocio?; ¿cómo va la iglesia?,, Después, el si_
lencio. El tragar apresurado, queriend o acabar rápido
para salir de ese mutismo embarazoso para ambos. A
veces asisten juntos a alguna fiesta o función social.
Es lo mismo. Silencio en el auto. Silencio entre ambos
en la reunión, cada uno conversando por su cuenta
con amistades que saben más de ellos que el uno del
otro.
-¿Mi
esposa aceptó que no me trasladaran al hos-
pital de Pedernal?
-No
fue su esposa quien tomó esa'decisión, se_
ñor Vargas. Fue su abogado. Le explicamos su situación
y é1, sabiamente, aceptó nuestros consejos.
21
-¿Cómo
puede haber aceptado que aquí estoy
mejor que en Pedernal? *pregunta el viejo, irritado.
*Para lo que usted sufre, aquí está igual que
en el hospital de Pedernal, señor Vargas. Tenemos el
equipo y el personal adecuado para úatat sus dolen-
cias.
-Me acaban de confesar que no tienen la máqui-
na para analizar lo que tengo en la cal5eza.
-A
estas alturas no es necesario. No es grave su
herida en el cráneo.
*¿Cómo están tan seguros?
-Si
lo fuera no estaria hablando tan tranquilo con
nosotros...
-¡Espero
que tenga razónl ¡Si no los demandaré a
todos ustedes y a su maldito hospital!
El médico borra una sonrisa que tenía en el ros-
tro. Todo su cuerpo se tensa. Él también es del otro
lado de Ia ciudad. Del mismo sector de donde viene
este hombre. Pero, para é1, el Hospital SanJuan no está
"maldito", como acaba de acusar el accidentado. En su
corta experiencia en ese edificio ha salvado muchas
vidas. Le ha cogido cariño. Es un hospital pobre, pero
eficiente, aun tomando en cuenta sus estrecheces. Allí
todos se esmeran. Sonríen. Hay solidaridad. La misma
solidaridad que produ ce la falta de recursos en barria-
clas pobres. Conoce el hospital de Pedernal. Es un lu-
¡lar muy eficiente, sin duda. Tienen la última tecnología.
'l'ambién caras frías como el acero de los aparatos que
lray por todos lados.
Va a decir algo. Siente e¡ el brazo la presión de la
r)reno cle la enfermera. La mira'. Ésta mueve la cabeza de
lrrclcr a lado. Se lleva un dedo a los labios. Laética de su
¡>xrf'esión le impide contestarle al enfermo. Se controla.
No clice nada.
-¿Por
qué no me pueden mudar a Pedernal?
f)regunta el accidentado.
¡
22
-Está
muy quebrado
-responde
la s¡fs¡rns¡2-.
Podria quedar peor. No es aconsejable moverlo ahora
que hemos podido ponerle los huesos en su sitio.
-Y
si decido irme, ¿me lo pueden impedir?
-Usted
está inválido, por el momento, señor ----esta
vez responde el médico-. Tendríamos que recibir una
orden de su esposa, o de su representante. Si no, no
dejaríamos que saliera.
-Entonces
estoy prisionero...
-Como
usted lo considere, señor...
-dice
fi-
nalmente el médico. Da media vuelta y pafte sin des-
pedirse.
La enfermera se acerca. Dice:
-Debe
tener paciencia, señor Vargas. y resigna-
ción. Todo sucede por algo, y nada sucede por nada...
Dios nos lo mandó a nosotros, y por algo debe ser.
Termina el sermón. Abre los ojos. Allí está la en-
fermera sonriéndole. Recorre con su vista el rostro fino,
exótico. Ha visto rostros similares en el Oriente; en islas
de los mares del sur. Parecidos a los que transitan por
las calles de su ciudad. Achinados; aindiados. Sólo que
en su país han perdido el orgullo, la identidad. Además,
están pésimamente arreglados. La cara sin maquillaje.
Los cuerpos mal vestidos; sucios. Las mejillas flacas, sin
brillo. Con hambre. Él ha descubierto el secreto. La be-
lleza está allí, casi a flor de piel. Solamente hay que es-
catbar un poco. Invertir en vestidos, polvos, maquillaje.
Pagar un apartamento. Dades dinero. Te reciben como
a un dios; un salvador. Tu inversiónpaga con creces. Es
másbarato que pagar por hora, por dia. Y, además, hay
cariño, hay gratitud. Le sonríe a 7a enfermera.
-Hola,
preciosa. ¿Cómo estás?
-¿Tan
rápido se ha repuesto, señor Yargas? Hasta
me llama preciosa...
El viejo está contento. Va por buen camino. A la
enfermera le gustó su lisonja.
23
-Bueno...
Ahora altrabajo. Hora de sus necesida-
des
-añade
la enfermera mientras se agacha y saca de
debajo de la cama una bacinilla plana y alargada. La
empuja y la coloca debajo del viejo. Entre el yeso que
cubre la cintura y la cama.
-A
ver, haga ya. La bacinilla está en posición.
El viejo enrojece. Gruñe.Jamásleha sucedido esto.
Se siente humillado. Cierra los ojos. No se mueve. Se
niega a cooperar.
-¿No
tiene ganas? No importa. Puedo esperar.
La mujer se queda allí, a su lado. Quieta. paciente.
Él no la ve, pero siente su presencia. Siente el calor de
su cuerpo llegar hasta é1. No es algo que imagina. Es
real. Tiene ese don de captar la presencia femenina. La
tlbieza, el olor, la esencia de la hembra. Se siente bien.
Confortado, cuidado.
-Me
voy. Tengo quehacer. Ahora vuelvo. Mien-
tras tanto, lléneme la bacinilla, ¿sí?
Abre los ojos. Mira a su alrededor. Aquel cuarto lo
oprime. Ve a través de la ventana. Es de día. Temprano
en la mañana. El sol empieza abrillar afuera. Alcanza a
ver una arboleda cerca del hospital. Más allá, pequeños
cerros repletos de chozas miserables. Algunas brillan al
reflejarse el sol en sus techos fabricados de hojas de zinc.
Hay verdor entre las casas. "Por lo menos siembran",
deduce. "seguro habitan allí muchos campesinos emi-
grantes a la ciudad, que traen con ellos sus hábitos de
trabajar la tierra y siembran lo que pueden en aquellas
lomas áridas."
Vuelve Ia vista haciala cama vecina. Su compañe-
ro de cuarto se encuentra alli todavia. Famélico; tirado
scrbre las sábanas mal arregladas. Medio difunto. Abra-
t,xJo a su peluche de trapo. Amarrado el bracito a un
trrbo de alimentos. Nada más. No hay monitores de apa-
rlrtos sofisticados que dan vida, que espantan la muerte.
lln sentimiento de disgusto por la presencia de aquel
¡
24
ser cerca de él recorre su cuerpo. Sube la vista y mira
por la ventana interna. Observa la mesa larga con va_
rias enfermeras sentadas frente a ella. Las caras ilumina_
das por el resplandor que surge de la mesa. Ahora
entiende: es un cuarto de cuidados intensivos. Las en_
fermeras están afuera, cetca, listas para auxiliar. ,,¿por
qué no ayudan a aquel pequeño renacuajo en la cama
de al lado?
-se
pregunta-. ¿por qué no se lo llevan a
otro lugar? ¿Podrán dejarlo a él en el cuarto solo? Nece_
sita su privacidad. Él es alguien; es importante. El enano
a su lado es un pobre ser; no es nadie.,,
Mira el reloj. Son las siete. La puerta se abre. Cierra los
ojos. Siente el movimiento de un grupo de personas que
entran a su cuarto. Hablan en murmullos.Trabajan. Abre
los párpados. Dos enfermeras y un médico joven, dife_
rente al que lo atendió, rodean al ser postrado en la otra
c ma. Una enfermera sostiene el btazo raquítico bus_
cando el pulso. La otra le quita el camisón dél hospital y
procede a limpiarlo con una esponja.'En¡uaga rrm y otm
vez la piel amarilla colocada sobre huesos que sobresa_
len por doquier. Se pueden contar las vértebras, seguir
con un dedo el contorno del esqueleto, percibir las pro_
tuberancias óseas de aquel cuerpecito enfermo. Erfin,
"se podría usar aquel espantaio para una clase de anato_
mía. ¿Por qué está a mi lado?,,
-Enfermera... -llama.
-Sí,
señor
-responde
una de ellas deteniendo su
trabaio.
-Acérquese,
por favor. Tengo algo que solicitarle.
La enfermera se acerca ala carna con una esponja
en la mano.
-¿En
qué puedo ayttdarlo? No soy su enfermera,
pero dígame qué desea para ver si lo puedo asistir.
-Deseo
un cuarto privado.
25
-¿Perdón?
-Sí.
Así es. Tal y como escuchó
-repite
con más
fuerza-. Deseo un cuarto privado.
-¿Un
cuarto privado? Aquí no hay nada privado,
señor. Esto es una sección de cuidados intensivos, y no
hay nada privado
-responde
confundida la mujer.
-¿No
podrían sacar a ese...
-se
queda pensando
unos segundos-, muchacho de aquí?
La enfermera rie. Mueve la cabeza de lado a lado.
-Imposible,
señor. Estamos llenos hasta el tope.
Muchos accidentados en el fin de semana, ¿sabe?
-¿Y
si pago algo?
-insiste
esperanzado.
La mujer ríe de nuevo,
-¿No
sabe dónde está? Esto es un hospital públi-
co, señor. No nos damos abasto...
-Estoy
seguro que con un poquito de buena vo-
luntad
-frota
sus dedos con el signo del dinero- se
ptrede arreglar todo...
-sonríe
y le guiña un ojo.
La enfermera se pone seria. Ya no sonríe.
-En
este hospital las cosas no funcionan como
usted piensa. Aquí estamos para trabajar por quien lo
necesita. No nos fijamos en quién es, ni qué posee. Tie-
ne suerte que está en intensivos. Si estuviera en otro
departamento tendría cuatro o cinco compañeros por
cuarto. Aunque, a veces, si recibimos muchos pacientes,
ponemos una cama extra aquí
-señala
con su mano el
espacio vacío cerca de la puerta*. Y ahora, me disculpa
que tengo quehacer.
Da media vuelta y prosigue lalimpieza del cuerpo
a su lado.
El viejo vira la cara para ocultar una expresión de
clisgusto. "¡Tengo que salir de aquí!", decide. "¡Tengo
clue salir de aquí!"
Los ruidos a su lado continúan por algunos minu-
tos. Poco después distingue el sonido de personas diri-
giéndose ala salida y el golpe de la puerta al cerrarse.
¡
26
Pasa el riempo. El viejo piensa. Está disgustado por la
falta de interés de su esposa. También se pregunta por
quéJulio, su hijo varón, único vástago, no se há apareci_
do por el hospital. "Debe ser que sí ha venido, peró no lo
han dejado entÍar", reflexiona. ^Esta átea es resffingida.,,
"¿Qué estará haciendo Julito ahora?', , se pregunta.
Lo recuerda alto, delgado, con un ligero parecido a é1,
pero portador de más rasgos de su madre, físicos y espi_
rituales. Nunca heredó el caráctet, determinación y fár_
faleza que caracterizan a su persona. La personalidad de
su hijo es más serena, menos anc¡lladora. Siempre medita
antes de hablar. Muchas veces de su boca no sale nada,
aunque se nota que su cerebro guarda pensamientos que
mantiene en reserva. Otro tema que le disgusta es que
está convencido de que su hijo le riene temor. y é1, Julio
Yargas, no respeta a nadie que sienta el más mínimo
miedo hacia su persona, incluyendo su hijo. Es cierto
queJulito ha demostrado independencia algunas veces,
como cuando decidió ir a estudiar a Europa en contra de
su criterio de que Norteamérica era mejor; o sus múlti_
ples intentos de trabajar paraotros, despreciando el tra_
bajo que le habia ofrecido en sus empresas, iniciativas
que pudo contrarrestar sólo ofreciéndole acciones y rei_
terando la promesa de que algún dia é1, Julio Vargas,
hilo, estaria a cargo de todo, sin que su padre se lnÁis-
cuya en nada. El viejo sabe que todas esas promesas no
son verdad. Que mientras esté vivo, o, por lo menos,
mientras mantenga integra su capacidad de raciocinio,
nadie podrá impedir que visite su oficina rodos los días.
Y nadie podrá evitar que todas las decisiones recaigan
finalmente en é1.
Mira a su alrededor. Nada ha cambiado. El reloj
sigue su lento andar. El sonido detrás de su cabe za, ,tic,
tic', está allí, invariable. Hace un esfuerzo, mira hacia
arriba y descubre el misterio: el ,tic, tic,proviene de un
monitor que, solitario, vigila su pulso y latidos. Se queda
27
mirando lapantalla. Le fascina. Cadayez que su corazón
se encoge una lucecita se enciende, la máquina emite
un 'tic', y un grupo de rayas se contorsionan y adquie-
ren formas elevadas y bajas. ¡Qué gracioso! Todo eso
refleja lo que es su corazónr un músculo más dentro de
su cuerpo. Hace un esfuerzo e intenta acelerarlo. Mira el
monitor. Nada sucede. El corazón no se puede manejar
con la voluntad.
En ese momento una pregunta penetra en su cere-
bro. ¿Por qué lo tienen amanado a aquel aparato? ¿Por
qué escuchan su corazón? ¿Les preocupa que esté daia-
do? ¿Que pueda detenerse? Observa la máquina con in-
certidumbre. Le obsesiona el 'tic, tic'. ¿Y si de repente
deja de escucharlo? ¿Si su corazón se paraliza? ¿Lo sa-
brán ellos allá afuera? Mira por la ventana y ve a las
enfermeras sentadas en la mesa larga, El 'tic, tic' es un
sonido leve, insignificante, incapaz de traspasar la ba-
rrera de la puerta, la pared o el vidrio de la ventana.
Jamás escucharían si se detuviera. Además, ¿cuántos'tic,
tics' habrá en aquel recinto? Muchos. Dijeron que era
una sala de cuidados intensos, o algo así, y en aquel
barrio debe haber muchos enfermos y heridos.
Mira hacia un lado y ve unos ojos grandes obser-
vírndolo. No ve nada más. Sólo dos ojos grandes, increí-
l>lemente hermosos. Se abren redondos como preciosas
rnonedas de plata. En su centro, una pupila negra, pro-
firnda, flota tranquila. El viejo cierra los párpados. Los
vrrclve a abrir. Los ojos están allí. Mirándolo. Curiosos.
Nota las pestañas largas; las cejas espesas, negras; todo
rr¡clcando aquellos globos inquisitivos, intensos, pero al
rrrismo tiempo delicados. Concluye que su compañero de
( ulrrto ha sido trasladado o que está muerto. Que lo reti-
rrrrrn sin que él se diera cuenta y que en su reemplazo
lurn traído auna niña preciosa, dueña de esos ojos que
l);rr'('cen extraídos de una pintura de ángeles. Observa un
¡xrr'«r más y nota que es el mismo cuerpo raquítico, fa-
¡
28
mélico, enfermo, el que rodea aquellos ojos maravillosos. La
niña abraza con fuerza al muñeco de trapo, hecho de reta_
zos de tela de muchos diseños y colores. ,,¡No
puede ser!,,,
reacciona. Recorre de nuevo con su vista la cama vecina y
concluye que nada hacambiado. Están allílasmismas sába-
nas verdes, zurcidas, con el nombre del hospital inscrito
por todos lados, y el mismo cuerpecito flaco y cansaclo.
Voltea su cabeza y piensa. ,,No es un niño... ¡Es
una niña!, y está muy mal. pero esos ojos, ¡Dios mío,
esos ojos...l No puede estar tan enferma.,,
Escucha entonces una vocecita que le dice:
-Te
pareces un poco a mi abuelo...
Aquello no le gusta. Él no puede parecerse al abue-
lo de esa chiquilla. El color de la piel de la niña es mo-
reno y el de él es blarrco. Ella es ,¡na mezclay él es puro,
de ascendencia conocida. Las personas de su claie se
enferman en el hospital de pedernal, y no en los de
caridad. Además, los nietos de hombres parecidos a él
jamás contraerían una enfermedad como la que tiene
esa pobre infante, producto, estaba seguro, de la desnu_
trición y el descuido.
Decide ignorarla. Cierra los ojos y se queda dor-
mido.
Lo despierta el bullicio que tiene lugar a un lado de su
cama. Gira su cabeza y observa a una multitud que rodea
a su compañera de cuafto. Aunque no es exactamente una
"multitud", sino que en la pequeñez de la pieza las cinco
personas danla impresión de muchedumbre. Nadie se da
cuenta de su presencia. Lo ignoran y ponen toda su aten_
ción en la pequeña, que está con la cabeza recostada en
una almohada grande. Ella sí se da cuenta de que él los
observa. Fija sus ojos grandes en é1, como bolas de luz, y
sonríe. Un escalofrío 1o recorre de aniba a abajo. Hay algo
en aquella mirada, en aquella sonrisa, que lo perturba.
29
Mira nuevamente a los seres que han invadido su
habitación y un sentimiento de furia lo cubre por com-
pleto. ¡¿Cómo puede el hospital permitir una violación
de su privacidad en forma tan flagrante?!
Recuerda su tiempo de estudiante universitario en
el norte cuando tuvo que compartir su habitación con
un joven alto, desgarbado, procedente de un pueblo de
Kansas, que se pasaba la mitad de la noche con todas las
luces prendidas estudiando, y la otra mitad lanzando
eructos y gases. Eran pocas las palabras que habia
intercambiado con é1. La principal: "Hi". Quizá por eso
su primer reclamo habia sido tímido. El gringo lo habia
mirado con curiosidad, de arriba a abajo, no respondió
y se volvió a sumergir en sus tareas, sin apagar la Luz. El
sentimiento que lo invadió fue tal que estuvo a punto de
atacarlo, aunque se contuvo en el último momento, ins-
pirado por una chispa de sapiencia: el norteamericano
era más grande y fuerte, y estaban rodeados por otros
de su clase que no hubieran dudado en acudir en ayuda
clel agredido en contra del extranjero. Se limitó a pedir
su traslado, y cuando no obtuvo ningún resultado, se
compró un protector de ojos y unos audífonos que co-
l<lcaba en sus orejas hasta que, arrullado por la música,
se quedaba dormido.
Ese mismo sentimiento de cólera Io invade esa
rrr¿rñana en el hospital. Pero esta yez no se tiene que
('()ntener. Los que lo rodean no son fuertes e intocables.
Son criaturas inferiores a é1. Sus ojos recorren los vesti-
tlos humildes, las pieles oscuras, los zapatos gastados y
¡r«rlvorientos. Hay una señora vieja, con el cabello ne-
gro, lacio, cayéndole en cascada en sus espaldas, reco-
giclo en parte por un trapo de colorines. Dos aretes
sinrples cuelgan de sus orejas, de huecos exageradamente
:rl;rrgados y grandes. Su piel está toda arrugada. Es la
¡rr.irrrera que se vuelve hacia é1, siguiendo la mirada de
l.r rriña. La vieja no sonríe. Lo mira primero con curiosi-
30
dad, después con un trazo de temor, quizás al observar
que el accidentado no es de la misma clase que ella. Se
vuelve y continúa mirando a la pequeñu, ,r.rqr. de vez
en cuando vuelve los ojos furtivamente sobre él hombro
clavando las pupilas en las del viejo.
El hombre observa de nuevo a la niña. Está dis_
ttaida, contenta de estar rodead"a por aquellas perso_
nas. La sonrisa nunca abandona sus labios. Se ha
transformado. Aquel cuerpo débil y esquelético ha ad_
quirido un áurea de dignidad que no se ve, pero que
impregna todo a su alrededor. Igual a como quedan ios
zapatos fatigados de tanto andar cuando saien de ser
reparados. El viejo aprovecha paÍa recorrer con su
mirada el pequeño cuerpo enfermo. La misma cabelle_
ra está al7i, corta y repleta de agujeros a través de los
cuales se dibuja el cráneo. La cubre la misma bata ver_
de de hospital, salpicada de manchones negros con el
nombre de la institución por todos lados. De ella sur_
gen dos bracitos delgados, como ramiÍ.as sin hojas des_
pués de una tormenta. A uno de ellos está sujeto el
único tubo que sale de su cuerpo, y que asciende a una
bolsa plástica que la suple de un líquido denso, trans_
parente. El otro abraza contra su pecho a su muñeco
de trapo. La niña sonríe. A su lado sus acompañantes
parlotean, todos al mismo tiempo. Los dos niÁos gran_
des, la niñita pequeña, el hombre y la mujer. Tá¿os
hablan y ríen, menos lavieja, quien permanece callad,a
en la parte inferior de la cama.
La mujer lo mira de reojo. parece preocupada.
Vuelve la vista a sus acompañantes, y nuevamente hacia
é1. Parece ser la única que está consciente de su presen_
cia. Todos hablan y ríen en voz baja, pero, aún asi, la
mujer está intranquila. El viejo lo nota y a ella dirige su
comentario:
-¡Estamos
en un hospital y necesito descansar!
¡Hagan el favor todos de salir!
3t
Todos se vuelven hacia é1. El hombre, la mujer,
los tres niños y la niña enferma. La señora mantiene en
él la mirada que tenía antes de que el viejo hablara.
La que responde es la niña:
-Me
están visitando, señor. Son mi familia y me
están visitando
-trata
de sonreír.
En ese mismo instante el hombre rodea la camay
se acerca a la del viejo. Tiene un sombrero agarrado
nerviosamente entre sus manos. Está vestido con una
camisa raida pero limpia, desteñida de tanto lavarse,
pantalón que le queda grande y zapalos gastados. Pelo
negro y lacio, como la niñ.a, y rasgos también pareci-
dos a los de ella. El viejo piensa que es el padre, pero
se equivoca.
-Perdone,
señor. Pero venimos a visitar a mi so-
brina que está muy enferma.
-Yo
también estoy muy enfermo y necesito re-
f)oso
-responde
molesto.
-Js¡srn6s
derecho a visitar...
El viejo no espera que el hombre termine. Lo inte-
rrLlmpe exclamando:
-iY
yo también tengo derecho a mi tranquilidad!
¡Sulgan de aquí, por favor!
El hombre intenta hablar de nuevo, pero es inte-
llrrrnpido por segunda vez'.
-¡Me
importa nada...t ¡Estoy todo roto y tengo que
t lt'st:ansar!
El viejo observa alrededor del hombre. Ve que
( ir)('() pares de ojos están clavados en é1. Se detiene por
un instante en los ojos de la niña. Están dilatados, refle-
¡.rrrtlo un ligero destello de temor. La mujer tiene tomada
.r lrr niña por una mano, y con la otra libre le acaricia
l('ntilnlente el cabello.
'-El señor no nos puede impedir visitar a la niña
rli«'t' el hombre, satisfecho por haber podido al fin
, ,rnlllt'tllr una frase.
t
32
- El vieio escucha aquello y está a punto de ex_
plotar. ¿Cómo un hombre con ropas viejai, dicción im_
perfecta, rasgos de pobre, se atieve a'informarte qre
é1, Julio- Yargas, promotor inmobiliario de ,".ro-br",puntal de la sociedad, no puede impedir que esa .hrr_
ma le
_interrumpa el sueño? Comienza a ponerse rojo
y estalla:
-iPedazo
de imbécill ¡Largo todos de aquí o los
mando a sacar a patadast.
-¿A
quién va a mandar a sacar a patadas, señor
Yargas?
-se
oye üna voz desde la puerfa.
Entra la enfermera de la mañana, la del pelo negro
y rasgos finos. pero él no nota nad,a. Está furioso. eüre
la boca para decir algo,.pero la enferme ra se acerca a la
cama rápidamente, le pone las dos manos sobre los
hombros, y 1o empuja lévement e hacia abajo, recostán_
dolo nuevamente sobre el colchón. Le dice con tono
calmado:
-Usted
no puede sacar a nadie de aquí, señor.
Ellos están en su derecho. Es la hora de visitas.
-¡A
mí no me imp...l
-¡Shhh!-le dice quedamente la muchacha, mien_
tras le toca los labios con los dedos_. Sí debe importar_
le. No puede ir en conrra de los reglamentos del háspital.
El viejo mira a su alrededor. Todos en la hibita_
ción tienen la mirada puesta en é1. Siente entonces una
urgente necesidad de establecer su autoriclad, su posi-
ci6n. Trata de levantarse, y ruge:
-¡¿Quiénes
se han creído ustedes?l
La enfermera lo sujeta con firmeza por los dos
hombros e impide que se incorpore.
El viejo destila rabia. Su cára se enrojece , aprieta
los dientes. parece un globo demasiado inflido, apr.rro
de estallar. La enferme ra ensaya una sonrisa y le da tres
palmaditas en uno de sus hombros, diciendo al mismo
tiempo:
33
-Cálmese,
señor Vargas. Nada va a sacar con
enojarse, salvo ponerse peor.
-iNo
me regale más palmaditas, señora! ¡No las
necesito y me molestan mucho!
-responde
el viejo,
marcando cada silaba.
-Perdone
usted...
-¡Excusas
me deberían pedir por permitir este
"baile" aquí...! *señala con su mano sana a las personas
en la cama de al lado.
*Esta gente
-señala
al grupo a su lado, el cual se
ha compactado, como si buscaran protección los unos
de los otros- está en su derecho. Son las horas de visita
y se les permite entraÍ a ver a la niña.
-¡¿Y
mi privacidad?! ¡¿Ahh?! ¡¿Qué pasa con mi pri-
vacidad?l ¡Tengo derecho a ella, ¿o no?! *la mira desa-
liante.
-Por
supuesto que sí....
-responde
la enfermera
cn tono conciliador-. Pero tiene que ser un poco tole-
rxnte y esperar que la hora de visitas acabe.
El viejo no habla. La mira y recorre con los ojos el
grlrpo a su lado. Al final cierra los párpados.
-Trate
de descansar...
-concluye
la enfermera
r'on dos palmaditas más en el hombro del viejo.
Éste se controla. Cierra los ojos y escucha cuando
l:r ¡ruerta del cuarto se abre y la enfermera sale.
Su fnente se aparta de los susurros en los que se ha con-
vcrtido la conversación animada de l.a cama de al lado.
l)(' l)ronto intuye que hay algo que le hace falta. Siente
rrnrr <rpresión leve en el pecho, dentro, enla garganta.
l..r irrragen de un vaso de vino aparece, y la opresión
,nln(:nta. Comprende que tiene sed, y que aun si pide
,rliuir no podrá aliviar la resequedad que siente en sll
l.rrirrgr:. Concluye rápidamente que lo que necesita es
r rr r I rr rcn trago de vino. Recuerda el color rojo oscuro del
34
líquido tu_rbio, pesado, su olor áspero y seco, y aumentasu ansia de tener entre sus dedos una copa,y frente a éluna botella completa. Sus manos-.omi.nzan a temblarmientras recuerda la sensación a.t clelicioso caldo deuvas invadiendo su boca, chocando
bajand,o p
"r
rls^r"are. su lengua ..:;:#i3rTfl ::rl3:comienzan a secarse.
Entreabre un ojo. Observa el grupo de personascerca de é1. Se siente acorralad,o. No puede deshacersede los molesros visiranre_s, y
";;*;;. llamara la enfer_mera y pedirle una botella de vino. Eso no. Sería ilógico;en contra de las ,"glT de aquel lugar. Además,
"á;;;:siera exponer sus debilidader. ñ"-.o_prenderían. Leperderían el respeto. ¿eué hacer? Llamaráa su abogado.Le pedirá que le Íaiga una botell, A. Ur.., ir;;camuflada dentro de su maletin. fe-ár¿enará que le trai_ga una al dia. No, mejor dos. De
"*..1"r,. vino español.Denso y seco, como debe ,", ,oJo Lren vino tinto.En eso recuerda el maletín. No el a"f uUágáao,sino su maretín. Er que lrevó a tr.um de Nitzia con el
:rr:,i:::"-i:"":r3:!ur^
enseñarte a ta muchacha pobretrr arcance de su pod.er._Sie¡te pánico. ¿Dónde est¿ ál ma_letínz Estaba en el baúl de J ;;;; .'rando sucedió elaccidente. ,,Allí
debe estar,,, ,. .o.riorrr. ,,Nadie
lo pue_de haber tocado. pero, el auto está .o., t, policía. y Iapolicia es curiosa. seguro habran lbierto er maretero.,,Tiene que mandar a álguien , nrr.urfo. piensa en suabogado.,,¿Dónde esrará ese inútiliJ rV ,,
"rpo,
a? ¿Dón_de está? Debería estar,alli, junto a'á1. tgrrl que esaspersonas están iunto a la niña que quieren. pero, ¿acasoIo.quiere su esposa? nor.rprJrÁ¿;;
"". euiere a suIglesia, pero a él no. y é1, ¿ia nmal Ár.rr de su edadella se conserva delgada, *¡"rrf, ;,;, Sus manerasson pausadas y sus ojos revela., ,.r, inteligenci, ;;;y_sual.-Su.pelo negro, salpicado d" .r.rrr, recogido Iamayoría de las veces en un moño severo, se convierte
35
en cascada sensual las pocas veces que acepta irse a la
cama con é1. Allí se da cuenta de que ella lo quiere, y
que él tarhbién siente algo de cariño hacia elli. La re-
cuerda y le hace falta.
¿Seguirá el maletín en el maletero, o habráya sido
abierto por la policía y divulgado su contenido? Si esto
ha pasado, está perdido. Maldice su indiscreción. Se
arrepiente de haber querido darse aires de grandeza.
Nitzia es una pobre mujer, fácil de embaucai. No era
necesario deslumbrarla con el alcance de sus proyectos
ambiciosos. Era suficiente llegar en su automóvil iu¡oso,
vestir bien, y dejarle un par de billetes ahos al salir del
lr-rgar. Medita y concluye que, en el fondo, lo que suce_
clió es que él necesitaba comunicarle a alguien lo inge_
nioso de su plan; presumir acerca del detalle .o., qr. lo
lrabía concebido todo. ¡De nad,avale creaÍ, conquistar,
,4anar, si no hay público! pero como aquello que fragua_
lxr no podía ser conocido por nadie importante pues
lrabría ido a dar con sus huesos a la cárcil, había áeci_
tliclo pavonearse frente a un ser insignificante, sin con_
t;r('tos, que no podia más que aceptar sus planes como
,rlgo genial, proveniente casi de un dios. Se equivocó.
Nitzi¿r no sólo rechazí el proyecto, sino que discutió a
I, r vt ¡r <Je quienes serían afectados y, además-, esquivó toda
r¡rtirtridad. Al final, frustrado y con unas copas de más,
lr;rlría metido de nuevo los papeles en su maletin,y partió
r.rf slr auto a toda velocidad. A partir de allí es poco lo
(llr(' r'ccuerda: luces pasando a su lado, su vehículo sal_
l.rrrtlo cn los huecos de una carretera mal pavimentaday
rrrr ¡1«»lpe seco que se convirtió en estruendo al retorcer-
r,r, t'l nletal. Nada más.
Vc que sus vecinos se inclinan sobre la enferma y
l.r lrcsrrn. "¡Qué bien!", piensa. ,,Se
van. ¡Al fin podré te-
rrt'r :rlgo más de tranquilidad!,, Mira al hombrl que en
,r,¡rrcl rnorrento se despide de la pequeña, acariciándole
l,r ,,rlrt.z¿r y sonriendo, y piensa que quizás él poclría
¡
36
ayudarlo a encontrar su maletín. Si el auto quedó allí
algunos minutos antes de que alguien de autoridad lle_
gara, estaba seguro de que ,r, p.it..r. ncias habían sido
robadas. "Es el peor bairio de ia ciuda d,,, ,uronu,-,y'áÁ
un segundo pueden hacer desaparecer un erefant.,l. ,,8r,.
señor tiene cara de ser de ese territorio, de conocer el
submundo de relaciones que existen en toclo lugar en
donde impera la miseria, yposiblemente puede encon_
trar mi maletín.,, Comienza a fraguar un plán prru .rpto_
rar esa avenida.
Las personas se van. El cuarto queda solo, salvo
por la niña que fija los ojos en é1. La mirade reo¡o. fogm
ver que está reclinada sobre sus almohadas, cán ,, Ir_beza ligeramente ladeada, mirando hacia su cama. Er
muñeco de trapo está firmemente apretado contra su
pecho. Intenta hacerse_el dormido p..o.ro lo logra.
-¿Te
puedo hablar? _llega iapiau la pregírrta.
_ El viejo emite un gruñido .-rrati de darle fí.rfáf_da ala niña, pero no lo áonsigue. Su cuerpo está fijo por
el yeso pesado que cubre sui piernas.
-¿Por
qué te molesta que me vengan a visitar?
-pregunta
la niña con voz cándid,a.
^
El viejo decide no responder. Mantiene cerrados
firmemente los párpados.
*¿Te estás haciendo el dormido? Mi abuelito tam-
bién se hacia el dormido cuando se cansaba de hablar
conmigo.
"El camino a los familiares es a través de la niña,,,
Íazona.
-¿Y
Io despertabas? _se vuelve hacia lapequeña
mientras hace Ia pregunta.
, Nota que la cara de la enfermita se ilumina con sus
palabras. Los ojos se agrandan y la boca se extiende en
una sonrisa limpia. Entonces ríe, y una cascada de soni-
dos alegres invade la habitacilrr.
'U
,i.¡o se siente incó_
modo, pero recuefda su objetivoy tfata a'suvezde sonreír.
37
-¿Cómo
te llamas?
-es
lo único que se le ocurre
preguntar.
*Mercedes
-responde
la niña-. Pero me dicen
"Mechi".
-Nechi... ¡Qué nombre tan lindo!
-dice
el viejo,
intentando ocultar la falta de interés que siente en Ia con-
versación.
-¡No
"Nechi"...! ¡Mechi! ¡Con,,eme', de,,mamá',!
-explica
la niña, agitando un poco sus bracito s para
hacer énfasis en la aclaración.
-Bueno,
"Mechi", con "eme". ¿Cómo estás, Mechi?
Yo me llamo Julio. Me puedes decir: "don Julio".
-Hola, Julio. ¿Cómo estás?
-saluda
la niña.
-Yo
muy bien. ¿Y tú?
*Yo estoy muy bien también. Contenta porque
me vino a ver mi familia.
-¿Vienen
todos los días?
-intenta
averiguar el viejo.
-No.
Solamente los fines de semana. Hoy es sá-
lrado, ¿sabes? Mi mamá sí viene todos los días.
"¡Es sábado yar.", cavila el viejo. "Mi visita a Nitzia
f r-re un miércoles. ¡He pasado tres días en este miserable
lugar!" Un sentimiento de contrariedad lo invade. "¡Tres
rlías perdidos en este hospital!"
-¿No
sabías que hoy es sábado?
-oye
que la
v<>cecita pregunta.
-No,
no sabía...
-se
oye responder.
El viejo decide dormirse. Ya habrá otros momen-
l()s para hablar con esa niña.
-¿Te
pones triste los sábados?
-pregunra
la niña.
El viejo no responde.
-Ya
sé. Estás triste porque nadie vino a visi-
l:tt'te, ¿nO?
Siente que la contrariedad que habia comenzado
;r irryadirlo momentos antes se expande, y que la rabia
r,t' rrpodera de é1. "¡Nadie ha venido a visitarlo! ¡Nadie!"
l,rr vocecita de la niña 1o saca de su abstracción:
¡
38
-No
te preocupes, Julio. yo sí te visitaré...
Es 1o último que escucha antes de que el sopor del
sueño lo invada.
Lo despierta un estremecimiento en el cuerp o y una voz
que le dice:
-¡Despierte,
despierte! ¡Es hora de tomar sus me_
dicinas!
Abre los ojos y observa que el rostro de la enfer_
mera está muy cerca de é1, sonriéndole.
-¿Cómo
ha dormido? ¿ya se calmó?
-¿Qué
pregunra usted?
-¡Ahhh!
Es de los que responde preguntas con
otras preguntas, ¿no?
-No
entiendo.,.
-dice
el viejo, confundido.
- -Todo
lo que quiero saber es si se encuentra ya
bien. Si se repuso del .,trauma,, (pronun cia la palaira
con ironía) que tuvo al ver atoda esa gente a su alrede_
dor.
El viejo, con trabajo , levanta un poco la cabeza y
observa sobre su hombro izquierdo el lecho vecino. La
niña está dormida, tirada sobre la sábana, sin cubrirse. Su
cuerpecito ha vuelto a adquirir esa calidad famélica que
notó en un principio. Sin sus ojos abiertos, la criatura
parece una caricatura de lo que es un ser humano, con
sus cabellos desordenados y el cuerpo flaco, macilento.
Parece una marioneta abandonada sobre la cama, con sus
extremidades inmóviles por la falta de movimiento en los
hilos. Un sentimienro de incredulidad roza al viejo. La
niña que hace unos momentos le hablaba no puede ser el
esperpento que está botado alli, a su lado. No obstante,
rápidamente 7a saca de la cabeza y le dedica su atención
a la enfermera-
-Señorita:
estoy muy bien, gracias. Aunque nece_
sito varias cosas, por favor.
39
-A
ver en qué podemos servirle, señor Vargas...
-contesta,
al mismo tiempo que sacude un termómetro
y trata de ponérselo en la boca.
-¿Cómo
voy a poder hablar si me mete eso en la
garganla?
-pregunta
el viejo, al mismo tiempo que con
slr mano sana toma el brazo de la enfermera e impide
que ésta lleve a cabo sus propósitos.
-Tiene
raz6n. Perdone
-dice
la enfermera,
retirando el termómetro-. Ahora, dígame, ¿qué se le
r¡fiece?
-Necesito
varias cosas. Primero, que llame a mi
rrbogado. Quiero que venga enseguida. Segundo, nece-
sito los periódicos. Todos los publicados en este país. Y
l<rclos los días. Y, tercero, desearía hablar con el taller en
rlonde está mi auto.
-Bueno,
veamos... Lo primero trataré de hacerlo
ill)cnas termine las rondas en la sala. Aunque, le advier-
l(), cs sábado y tengo entendido que los abogados no
I r rrlrajan los sábados.
-Llámelo
de todos modos.
-¿Tiene
el teléfono de su casa? Seria más fácil...
-No...
No lo tengo.
-Bueno.
Si quiere llamo a su esposa...
Lll viejo se imagina a la enfermera ll.amando a su
('sl)()sa. "Aló. ¿Sí? ¿Señora Yargas? Sí, de parte de su es-
¡r, rso. Que si puede venir al hospital. La quiere ver. Sí.
l'lst:r lrerido. ¿No lo sabia...? ¿Por qué no ha venido...?"
l'rr'lir:re que no haga esa llamada. Si ella no ha querido
vr:ritrrll<r él no Ie va a rogar. ¡Por supuesto que nol ¡Se
l)ut'tlc ir al diablo...!
'-No. Por favor, no la llame...
-¿Telefoneo a alguien más? ¿Tiene hijos?
Srr mente recuerda aJulito, convertido en un hom-
l,r,',r su sombra. Tampoco ha venido a visitarlo. ¡Maldi-
lr I r,(';l str hiiO!
N<t... No importa. Gracias.
¡
l;7-
40
-De
todas formas marcaré el número de su abo_
gado. Debe de estar en recepción. Estuvo hace dos días
por aquí.
"¿Hace ya dos dias?", piensa con sobresalto. ,,Vino,
arregló todo lo necesario para que me quedara en este
espantoso lugar y me abandonó. y como es sábado, no
podré hablar con él sino hasta el lunes.,,Apretó los dien-
tes y se contuvo para no Tanzar una maldición.
-Lo
segundo será imposible de cumplir_oyó que
la enfermera le decía.
-¿Cómo
dice?
. -Es
imposible que el hospital le traiga los perió_
dicos, señor Yargas. Esto no es un hotel. No tenemos
tiempo para otra cosa que cuidar enfermos.
-¿No
pueden hacer algo tan sencillo como com-
prar los periódicos?
-pregunta
irritado.
-No,
señor
-responde
la mujer_. Imposible. Lo
prohíben las reglas.
-¿Qué
más prohíben las reglas? _pregunta con
ironia-. ¿Ctrar a la gente también?
-No
merecemos eso, señor yargas. Usted fue traí_
do aquí en muy malas condiciones y lo estamos curando.
-Bueno,
bueno. Lo siento... Me ofusqué =finge
arrepentimiento.
-Ahora,
sobre su tercer deseo, eso va a tener que
averiguarlo con la policía.
-¿Con
la policia?
*Sí. Ellos fueron los que lo trajeron aquí. Supon_
go que tienen su auto.
-¿Usted
cree?
-Podrá
pronto preguntarles usted mismo. Nos pi_
dieron que los llamátamos apenas pudiera hablar.
-¿Llamarlos? ¿para qué?
-pregunta
alarmado.
-Vamos,
vamos. No se preocupe. Es sólo rutina.
Sucede cada vez que hay algo grave. Seguramente le
harán preguntas sobre su accidente.
4t
El viejo no dice nada. La enfermera continúa ha-
blando:
-Bueno, ¿algo más antes de continuar?
-pregun-ta sonriendo y sosteniendo en alto el termómetro.
-No.
Nada más. Gracias.
La enfermera, sin esperar, introduce el termóme-
tro en la boca del viejo, quien lo acepta resignado. Mien-
tras espera, se reclina bajo la cama, sac?t la bacinilla y la
coloca bajo el cuerpo del accidentado, diciendo:
-Ahora
sí tiene que ayudarme con algo, don Ju-
lio. No ha hecho nada en tres días, y algo tiene que te-
ner adentro, aunque sólo se haya alimentado por
venoclisis.
El viejo se resigna a su suerte y planea tratar de
t'omplacer a la enfermera una vez que ésta salga del
('Lrarto.
La puerta se abre y enfra el médico interno.
-Buenos
días, señor Vargas. ¿Cómo se siente hoy?
El viejo sonríe. Sabe que ése es el saludo usual en
rrn hospital, y que al doctor en el fondo no le importa
con é1, o con cualquiera de sus pacientes.
No se siente mal, tampoco bien. No le duele nada,
sol<¡ está incómodo; muy incómodo.
-Igual
que ayer, doctor. Nada ha cambiado.
*Entonces se siente bien, ¿no?
*Regular, doctor. Y nada puedo hacer para mejo-
r,rr'. Iiso tendría que incluir salir de este lugar.
-No
se da por vencido, ¿ah?
-se
acetca, le da
rrrr;rs palmaditas en el hombro y sonríe.
Ill doctor le saca el termómetro de laboca, mirala
ll'ilrl)c'ratura, saca un estetoscopio y le ausculta el pecho
lr rt'irua cle "su'pijama.
-No va a escuchar nada si no me desabrocha la
, ,ililirirr
-opina
el viejo.
-No se preocupe
-responde
riendo el doctor-. Tie-
rr,'r'l trrrarzón tan fuerte que se oye a través de sus pijamas.
I
42
De repente al viejo se le ocurre una pregunta:
-¿Por
qué no tengo puesto un camisón de hospi_
tal como el de la niña *señala a su yg6j¡2_, y.., .r-_
bio visto pijamas nuevas?
-Muy
sencillo, señor Vargas _interrumpe la en_
fermera-. A ella sus parientes no le han traidc: ropa,
pero a usted sí.
-¿Vino
alguien a verme? ¿A traerme ropa?
-Bueno,
déjeme ver...
-reflexiona
la enferme_
ra-. Antes de ayer vino su abogado y ayer su chofer.
-¿Vino
mi chofer?
-Sí.
Ayer. A traerle sus cosas.
-¿Nadie
más?
-No
que yo recuerde. ¿y usted, doctor?
-Esta
mañana me visitó su hijo para preguntarme
cómo se encontraba.
-¿Esruvo
aquí mi hijo?
-Esta
mañana *confirma el doctor_. Me pidió
que le informara que había venido a visitarlo
-¿No
subió a verme?
- _ -No.
Creo que no...
-responde
el doctor_. ¿Us_
ted lo vio aquí arriba, enfermera?
-No.
No lo vi...
-¿Pudo
haber entrado a mi cuarto y encontrarme
dormido sin que usted se enterara?
-se
dirige a la en_
fermera con un dejo de ansiedad en el tono de su voz.
-Podría
ser... Aunque, ¿a qué hora vino, doc_
tor?
-pregunta
la mujer.
-Como
a las diez...
-Yo
estaba de turno. No sa1í ni un momento de la
sala. No llegó nadie preguntando por usted.
-¿Qué
le preguntó mi hijo? _se dirige al docror.
-Quería
saber sobre su estado.
-¿Usted
qué le dijo?
-Laverdad. eue usted está muy delicado. eue su_
frió múltiples quebraduras, y que se iendrá que {uedar
43
con nosotros una buena temporada. Hasta que poda-
mos moverlo.
-¿Ofreció
sacarme de aquí?
-No.
No lo hizo.
-¿Le
dijo que regresaría?
-Tampoco...*Qué extraño...
-Eso
mismo pienso yo
-agregó
la enfermera.
El viejo se pone tenso. La mira fijamente. Pregunta:
-¿Qué
ha querido usted decir con eso?
-Pienso
en lo mismo que usted, señor Vargas.
-¿Y
qué es 1o que pienso yo?
-pregunta
ense-
guida, cargando con énfasis cada una de las sílabas pro-
nunciadas.
-Bueno... ¿Desea la verdad, señor?
-sí...
-Que
es muy extraño que un hombre como us-
It'cl tenga un accidente grave, y que los únicos que se
ll;arezcan por aquí sean su abogado y su chofer. Y sólo
lo lracen tnavez para arreglar el papeleo, entregarle su
r'( )l)a y enseguida desaparecer.
-Me
dijo que mi hijo vino también...
-Es
verdad. Lo siento. Me olvidé... Entonces agre-
¡1o a mi extrañ.eza que su hijo venga dos días después,
l)r'('gunte por usted, y que no espere la hora de visitas
¡xrrrr subir a saludarlo.
-Seguro
vendrá más tarde...
-Ojalá
sea así. Aunque le pidió al doctor
-lo
se-
rr.rlrr- que por favor le informara que había venido a
lrsillrrl<¡.
-¿Qué
tiene que ver eso con su retomo hoy?
-pre-¡lrrnlrr cl viejo molesto.
-No
sé... me pareció que con eso le mandaba
,lct ir' «¡rre ya habia venido y cumplido.
-¿.Usted
cómo se atreve a interpretar lo que dijo
rnt lrilo?
¡
44
-Lo
siento. Solamente le he dado mi opinión acer_
ca de lo que me pareció que su hijo quiso decir, señor
Yargas. Usted me la pidió.
-Bueno,
bueno...
-interviene
el médico-. Aquí
curamos, enfermera, y no servimos de mensajeros ni de
consejeros. Por favor recuerde eso.
-Sí,
doctor.
Un silencio denso se apodera del cuarto. A los
pocos segundos el viejo lo rompe y pregunta:
-¿Me
hace un favor, doctor?
-Si
puedo, con mucho gusto.
-¿Me
podria conseguir un teléfono?
El médico y la enfermera se miran.
-Lo
veo un poco difícil, señor yargas.
-¿Por
qué, doctor?
-No
tenemos extensiones en los cuartos de cui-
dados intensivos. Generalmente los que están aquí no
los utilizan.
-¿Porque
están muy mal?
-pregunta
el hombre.
-Porque
están muy mal y porque no tienen a
quién llamar, señor Vargas. La gente que atendemos es
en general muy pobre. Gente de los alrededores. Sin
teléfono en sus casas. Usted es un caso especial...
-¿Me
quiere decir que no puedo llamar por teléfono?
-Podría
si pudiera levantarse e ir hasta la consola
de control
-señala
por la ventana el escritorio en torno
al que varias enfermeras trabajan-. pero, lamentable-
mente, no puede
-toca
con sus nudillos el yeso que
cubre las piernas del viejo, y un sonido seco y hueco se
desprende.
Al doctor pargce gustarle el sonido, y vuelve a
sonar: 'toc, toc'. Sonríe.
El viejo no le encuentra gracia al asunto.
-Entonces, ¿qué hago?
-La
verdad: no sé. Déjeme pensar
-responde
el
médico-. Ahora, vamos a terminar con su examen.
45
El viejo está satisfecho. El doctor interno y la enfermera
han partido. No obstante, les ha podido extraer la pro-
rnesa de que llamarán a su abogado, a su esposa y a su
lrijo, y que le dirán a los tres que él ya está despierto
y que desea hablar con ellos. También le han prometido
r¡ue estudiaránla forma en que le puedan conseguir los
periódicos del día, todas las mañanas.
Oye una vocecita:
-Te
vino a visitar tu hijito, ¿no?
Sorprendido vuelve la caru y mira ala niñita, quien
Io observa con los ojos bien abiertos. Está reclinada en
su almohada, con uno de los brazos bajola cabeza, sos-
tcniéndola.
-No
estabas dormida...
-No.
-¿Escuchaste
todo lo que hablamos?
-Sí.
-Entonces,
si ya sabes que mi hijo me vino a vi-
sit:rr, ¿por qué preguntas? *la cuestiona el viejo.
La niña evade la pregunta e interpela a su vez:
-No
subió a verte, ¿por qué?
-Yo
estaba dormido. ..
-'trata
de justificarse.
-Cuando
mi familia me viene a -vet y yo estoy
, lorrnida, siempre me despiertan...
El viejo la mira con turbación y balbucea rápido:
-Tu
familia y la mía son diferentes...
-Pero
estás muy enfermo. Te debieron de haber
,k's¡rcrtado para que tu hijo te saludara...
El viejo decide no contestar.
La niña insiste:
-¿Tu
hijo volverá hoy a verte?
til viejo no contesta.
-¿Tu
hijo es chiquito así como yo?
I'll viejo se vuelve y la mira. Se encuentra con los
illo:i f{ttodes, hermosos, mirándolo. Al fin responde,
rrrrrnrtrrando en yoz aha:
¡
46
, -No,
por supuesto que no. Es tan viejo como el
doctor.
*¿Como el doctor? _pregunta la niña con asom_
bro.
-Sí,
como el doctor.
-¿Y
cómo tienes un hijito tan viejo?
El hombre sonríe. El comentario le ha hecho gra_
cia. Responde, en tono de explicación:
-Mi
hijo es viejo porque yo soy más viejo, linda.
Cuando tú crezcas tt papá se va a poner también
'mayoÍ,
así como yo.
-Yo
no tengo papá... _dice laniña, compungida.
-¿Dónde
está ru papá?
La niña no responde nada. Se encoge de hombros
y baja la comisura de sus labios.
-¿Tu
mamá qué re ha dicho de tu papá?
De nuevo la misma respuesta silenciosa, seguida
con el encogimiento de hombros y la expresión de tris_
teza en la cara.
-Entonces, ¿nunca has conocido a tu papá?
La niña responde con un susurro:
*Sí..., pero se fue...
"Bueno" *murmura el hombre para si_ .,.¡Otro
caso típico de padre irresponsable y madre soltera!,,
-¿Cómo.
. . ?
-pregunta
la niña, que no alcanza a oir.
-Nada,
nada...
-¿Ya
a venir tu hijito a visitarte? _insiste la niña_.
Lo quiero conocer.
El viejo no le contesta y se queda dormido.
47
y un saco deportivo azul marino con seis botones dora-
dos en el pecho, quien lo observa con cara seria a un
lado de la cama. Pregunta con aspereza:
-¿Qué
haces aquí?
-Pediste
que me llamaran, ¿no?
-responde
el hijo
con tono defensivo.
-¡¿Tengo
que mandarte a buscar para que te dig-
nes pasar a verme?!
-pregunta
el viejo con furia.
El hijo se pasa la mano por sus cabellos negros,
peinados hacia atrás, saca un pañuelo y se limpia el
r'ostro, y cruza los brazos cambiando de pierna para
lrpoyarse:
-En
qué quedamos, ¿quieres que te visite o no?
-dice con tono molesto.
El padre estalla:
*¡¿Qué pregunta es ésa?! ¡Casi me mato y me pre-
guntas si quiero que me visiten!
-Entonces, ¿por qué me preguntaste qué hago
:r r ¡uí?
El viejo mira al joven con ojos furiosos.
Decide cambiar de tema:
-Y
tu madre, ¿dónde está?
-En
casa. ¿Dónde más?
-¿Por
qué no ha venido?
El joven desvía sus ojos y mira por unos instantes
,rl suelo. Medita en la respuesta. Al fin dice:
-Tú
sabes cómo es mamá... No le gusta visitar
r.r,lr ls lugares.
-¡¿Qué
lugares?l
-responde
el viejo con rabia-.
,,lloslritales? ¡Tu mamá se la pasa metida en iglesias y
Ir, rs¡'rilales, ayudando! ¡Y ahora que su esposo está heri-
rlr¡ t'r) uno de ellos, ni siquiera llama para saber cómo
rl,l;t!
-Eso
no es cierto...
-intenta
responder el hijo.
-¡Claro
que lo es! ¿Por qué no ha entrado por esa
I'u('rt;r'i
-la
señala con su btazc¡ sano.
Lo despierta una yoz y una
hombro:
ligera sacudida en el
*Hola, pape.¿Cómo te sientes?
El hombre abre los ojos y los fija en el cuerpo alto
y fornido de su hijo, vestido con panialón y camiia fina,
b.
48
-Papá...
Tú sabes de dónde venías cuando tuvis-
te el accidente...
El viejo mira a su hijo con ojos que relampaguean.
Tuerce la boca. Pequeñas gotas de saliva se escapan de
entre los labios y yan a dar a las sábanas verdes. Intenta
contener su rabia pero no puede.
*iPedazo de idiota! ¿Le dijiste a ru madre dónde
estaba?
El hijo sonríe forzadamente. Con úisteza. Ensegui-
da responde:
-No
era necesario que yo le dijera nada, pap^.
Mamá no es ninguna boba...
-¿Me
quieres decir que ella sabe lo de mi "fulana"?
El hijo, sin borrar de sus labios la sonrisa triste,
susurra:
-Sí.
Por supuesto que sí.
-¿Desde
hace cuánto lo sabe?
-Desde
hace mucho tiempo, papa.
-Nunca
me dijo nada...
-C1aro
que no. Ustedes hablan poco. No se co-
munican. ¿Para qué te lo iba a decir?
El viejo mira fijamente a su hijo. Hay en su rostro
algo de asombro mezclado con rabia. De repente da un
golpe al colchón con la mano sana y grita:
-¡Mierda!El hijo se sobresalta. Vuelve los ojos a la cama de
al lado y la mirada queda allí. El viejo también se vira y
observa. Su compañera de cuarto está recostada sobre
sus almohadas, abrazando a su muñeca de trapo, con la
cabeza erguida y los ojos bien abiertos observando todo
lo que sucede.
El visitante avanza unos pasos, se coloca al lado
de la niña. Le pasa su mano por los cabellos marchitos
y pregunta:
-¿Y
esta monada quién es?
La niña sonríe y le responde:
49
-Me
llamo Mercedes Pérez, para servirle, pero
rrrc puede llamar "Mechi". Toda mi familia y mis amigos me
llaman "Mechi"
-5e¡¡is
y aparece entre sus labios una
lila de dientes blancos.
-Mechi.
¡Qué nombre tan lindo!-dice el visitante.
Los ojos de la niña brillan. Sus pupilas, iguales a
rlos aceitunas negras y lustrosas, ocupan casi la totali-
,lrrtl del iris.
-¿Cómo
te llamas?
-pregunta
la niña, dirigién-
tl«rse al visitante.
--ilulio, para servirte, niña linda
-le
acaricia de
nuevo el cabello.
-¿Tu
nombre es igual al de éI?
-señala
a su vecino.
-Sí,
por supuesto. É1 es mi papá.
-Pero
tú eres muy grande para que él sea tu
¡r:rpá...
-Yo
ya creci. Algún diatú vas a ser tan grande
( ( )nlo yo.
-Eso
no será posible...
-responde
la niña bo-
rr;rnclo su sonrisa y poniéndose seria.
-Claro
que sí vas a crecer. ¿Por qué no?
-Porque
estoy muy enferma...
-Pero
te vas a cutar
-dice
el joven con ánimo-.
,l'i:;toy seguro de que te vas a curarl
-Eso
no es 1o que me dijeron...
-No
te preocupes, linda
-le
acaricia los hom-
l,lr rs-. Yo sé que vas a saflar. ¡Estoy segurísimo! Tengo
rrrr;r niñita igualita a ti, y a veces se enferma y se tiene
' lu(' (
luedar enla cama. Pero a los pocos días está saltan-
,1, , tlt' nuevo como si nada hubiera pasado. Contigo será
i¡.1rr,rl.
-¿Tienes
una hijita de mi edad?
-pregunta
laniña
, , ,lt ;t lltctrozo.
-Sí.
Del mismo tamaño que tú, pero, lamentable-
rn('nt(', no tiene esos ojos tan bellos que tienes en tu
l,:,lt() --1a toma por la barbilla y sonríe.
50
La niña también sonríe.
-¿La
yas a traeÍ algún dia a visit.arlo?
-preguntala niña, señalando al viejo.
El joven sonríe nerviosamente. Titubea. Mira a su
padre y después a la niña.
-Quizá
sí... *responde sin entusiasmo-. Aun_
que no sé si lo permitan en este hospital.
-¿También
me visitará a mi?
-pregunta
la niña
con ardor.
-Claro
que sí. También a ti *le acarici.a de nuevo
los cabellos-. Ahora, voy a conversar de nuevo con mi
papá, ¿sí?
-Claro
que sí. Me mantendré calladita...
-De
acuerdo.
El joven le da la espalda a la niña, camina hacia
una esquina en donde toma una silla y la lleva hasta la
cabecera de la cama. Se sienta y toma la mano del viejo.
-¿Estás
despierto, papá?
-es
lo primero que pre_
gunta al sentarse.
-Sí,
está. Acaba de cerrar los ojos
-dice
la niña
con inocencia.
El joven toma el brazo sano del padre y lo mueve
levemente.
-¡P
apá, papál ¡Despierta!
El viejo abre sus ojos.
-¿Qué
quieres?
-pregunta
con aspereza.
*Te he venido a visitar. ¿euieres que me quede o
que me vaya? *pregunta el hijo secamente.
-Me
da igual...
-Bueno,
entonces me voy-empieza a levantarse.
-Espera
un minuto *ordena el viejo.
El hijo se vuelve a sentar.
El padre lo toma delbrazo y lo mira fijamente a los
ojos.
-Dile
a tu madre que me venga aver.
*Así lo haré, aunque...
5r
-¡Shhhh! -interrumpe
el viejo, apretándole el bra-
zo-. ¡Dile que me venga a ver! Es todo.
-¿Es
una orden?
El viejo endurece la mirada. Introduce más sus
dedos en la carne del brazo de su hijo.
-¡Que
1o tome como quiera!
-dice
al fin, con la
l'toca apretada.
-Se
lo diré
-confirma,
mientras.sacude elbrazo
y se deshace del apretón forzado.
-Además -añade
el viejo mientras el joven se
It'vanta*, por favor tráeme una botella de whisky de las
(lue tengo en el bar de mi estudio. Tengo una sed terri-
lrle...
El joven asiente con la cabeza. Se vira y acaricia
una vez más los cabellos de la niña, quien lo mira con
sus ojos grandes y labcsca un poco abierta.
-Adiós,
pequeña...
-¿Vas
a regresar a vernos?
-pregunta
con expec-
l;tliva.
*Quizá, niña. Qttízá...
Y, sin esperar respuesta, pafie ráLpidamente de la
lr:rlritación.
l',1 vicjo duerme. Sus sueños no son plácidos. Aparecen
,'rr t'llos imágenes de su niñez. Se ve de regreso en el
( ( )n)cdor del hogar antiguo, señorial. IJtiliza cubiertos
r lr' ¡rlata y vaillla importada de Francia. Ve a su padre en
l,r crrl>ecera, tirano, distante, Ilevándose los bocados a la
lrot rl cofl parsimonia, mientras que con el rabillo del ojo
l,r ollserva todo
-a
é1, a sus hermanas, a su madre-,
lr¡rt'r'ando que alguien cometa el más mínimo errar paÍa
lrv.rnt¿rrse alterado y repartir bofetadas. É1, aferrado,
lnl('nl:r escabullirse, pero no puede. Los ojos fulgurantes
'1,'
srr ¡>adre se han detenido en su persona
-parecierar ulrro si estuvieran leyendo sus pensamientos-, y lo
52
paralizan. Lo revisan de arriba a abajo y se detienen en
su camisa. Baja sus ojos, inquieto, y ve con horror que su
manga está manchada de barro. Tratafrenéticamente de
borrar su falta, pero ya su padre está de pie y se dirige
hacia él con Ia mano levantada, lista para asentar los
golpes de rigor.
Se despierta en medio de ahogos. Respira profun_
do. Trata de coger aire. Oye a su lado una vocecita que le
pregunta:
*¿Estás bien? ¿Quieres que llame a la enfermera?
Se lleva una mano al pecho y responde:
-No,
no... Ya me siento mejor.
-Estabas
soñando mal, ¿.no?
El hombre se vuelve y observa a 7a niña, quien
tiene sus dos pupilas grandes puestas en é1.
-No.
Por supuesto que no. ¿por qué piensas se_
mejante cosa?
-pregunta,
retomando su papel de hom_
bre distante, frío.
-Porque
tenías los ojos cerrados y estabas respi_
rando rápido. Y, además, decías cosas tristes...
-¿Como
qué?
-No
sé. No las entendí. pero eran tristes.
*¿Cómo sabes que eran tristes si no las entendiste?
-Porque
era como si estuvieras llorando, o pi-
diendo ayuda; o algo así.
"Mmmm", comenta el hombre paru si. Cierra los
ojos y trata de continuar con el descanso perdido.
Esta vez sus sueños empiezan de forma más pláci_
da. Está con su madre. Abrazado a ella. ya no tiene
pantalones cortos y un ligero bozo empieza a aparecer
sobre sus labios. D.e pronto su madre se aparta y co-
mienza a alejarse. Él tata con todas sus fuerzas d. ..-
gresar junto a ella, pero algo lo mantiene atado al suelo.
Por más esfuerzos que hace no puede moverse del lugar
en el que se encuentra. Agita sus manos, los pies, la
cabeza... Grita frenéticamente pero ningún sonido sale
53
cle su garganta. Mira, desesperado, cómo su mamá se
siepara de é1, poco a poco, cada vez más, y nada puede
hacer para impedirlo. Su madre ha mantenido sus bra-
zos tendidos hacia él pero, de repente, los baja y se queda
(luieta. Al principio ella también pronuncia su nombre,
ll¿rmándolo, como si la separación fuera igual de difícil
tirnto para ella como paru é1, pero cuando baia sus bra-
z()s su boca se cierra y de su garganta.no sale ningún
r ¡tro sonido. Observa, entonces, con espanto cómo los
lrrlrios de su madre forman una mueca malévola, y cómo
rlt' su g rganta surge una carcajada cargada de buda,
nricntras levanta una mano y la agita diciéndole adiós.
'l'r'ata, desesperado, de correr hacia ella; de arrojarse a
su regazo y acurrucarse allí para no ver nada de lo que
l(' r'()dea, pero no se puede mover. Por más que Io inten-
t:r, rills piernas no le obedecen. Está clavado en aquel
lrrgar, sin posibilidad de ir a ninguna parte. Agita sus
lrrrrzcrs, trata de gritar, pero sólo el silencio brota de su
l,,,r'a. Él sabe que grita; dice una y otra vezi "¡Mamá,
rrrruná! ¡Esperal ¡No me dejes!", pero nada de esto se oye.
' ;r<¡uella risa terrible de su madre se agranda y se hace
ilt;r.s pervefsa, más cruel.
Pasan unos segundos en los que nada sucede en
,'u r)rente. Entonces, imágenes de la escuela militar de
r,rrlt't€s en donde fue enviado cuando todavia era un
rrrnr¡ comienzana dibujarse en su imaginación. Está solo
rn cl dormitorio grande, repleto de camas. Sigue llaman-
r lr r ;l su madre, aunque ahora con menos intensidad. De
r('lx'nte una puerta se abre y la habitación se llena de
r ",trrt lientes. Todos pasan frente a él y se burlan porque
r",t;r llamando a su mamá. La cara se le descompone. Las
lrr¡rl:rs aLlmentan y los más atrevidos lo empujan por los
Ir,,nrlrros. Él se sienta sobre la cama y se cubre el rostro
r ,n lrrs manos. Los empujones aumentan y algunos gol-
¡rr':, ,rlcrriZan sobre su cuerpo. El círculo se estrecha y la
r inlcrrcia aumenta. De repente, todo cesa, el círculo se
54
abre, y el amo y señor de aquella institución se abre
paso y se para frente a é1. ,,Stand
up inmediately!,,,, le
conmina. Él obedece lentamente, y.l .ororrel, pára que
se apresure ,le da un golpe fuerte con el látigo p.q".ro
que siempre lleva en su mano. "Folrow mel Here we will
teach you how to be a man!,,-- Todo su ser comienza a
temblar. Él sabe a dónde vany no desea ir alli.por nada
del mundo quiere entrar a esa bóveda cavernosa, solita_
ria, llena de humedad, en donde, según la teoría del
militar, los niños se hacen hombres. Se echa para atrás
intentando huir, pero docenas de manos lo tóman v lo
arrastran siguiendo a1 coronel, quien ya se aleja cimi_
nando a paso marcial.
Se. despierta porque siente una mano que le acaúcia el
cabello y porque oye una vocecita que le pregunta: *¿eué
te pasa? ¿Te puedo ayudar?,, . Abre los ojos yve a la'nina
de pie a su lado, con una mano sobre
"r
r^i.ruy con la
otra abrazando su muñeca de trapo. Sus pupilas están
repletas de preocupacjón y ,.rgrriir.
No responde. Cierra los párpados y trata de fingir
que duerme. La manita continúa acariciando sus cab-*e_
llos. Se desliza sobre las hebras una y otrayez.Al fin, no
se contiene y dice, con voz fuerte:
-¡No
me toques el cabellol ¡Vete para tu cama!
La niña detiene su mano. La cara,á l" d.r.ompo_
ne; la boca forma un rictus, y se lleva una manita a los
ojos, en donde intenta limpiar las pequeñas gotas de
lágrimas que tratan de escapársele.
El viejo se incorpora con trabajo,la mira, y supri_
me otra gran cantidad de palabras duras que estaban a
punto de brotarle de los purmones. permanece así unos
segundos, mirándola. Desvía la mirada y se recuesta
55
nuevamente sobre la almohada. Cíerra los ojos y finge
rlrre duerme.
Pasan unos segundos. Siente entonces que la mano
rlc la niña se posa de nuevo sobre su cabeza. Al princi-
¡rio con timidez. No obstante, enseguida reanuda sus
c'uricias en forma más vigorosa.
Está a punto de abrir los ojos de nuevo y protestar,
l)cro se contiene. Se concentra en las caricias. En las
rrranitas que se deslizan una y ota vez sobre sus cabe-
llos. Comienza a sentir una sensación placentera. Inten-
te rebelarse, pero su cuerpo no se mueve. Se siente en
¡raz. Se abandona y sus músculos se relajan. Pasa un
ticmpo. Vuelve la cara, fija sus pupilas en las de la niña
y pregunta:
-¿Te
asusté?
La niña sonríe.
-Un
poquito. Pero se me pasó enseguida.
-¿Por
qué me acaricias?
-Te
veías tan preocupado, tan triste, que pensé
(lue te gustaría...
El viejo no dice nada. Cierralos párpados y se deja
'¡cariciar. Oye la vocecita que le pregunta:
*¿Te gusta?
Se vuelve haciala niña. Sus pupilas encuentran las
cle ella. Bien abiertas, luminosas, sonrientes.
-¿Dónde
aprendiste a dar masajes tan buenos?
La niña sonríe. Orgullosa. Responde con alegría:
-Se
los daba a mi abuelo. ¡Le encantaban! ¿Tienes
túr también un abuelo?
-Me
acuerdo poco del mío...
-¿Dónde
está? ¿Se murió?
-Claro
que se murió, niña. Yo era un poco mayor
c¡ue tú cuando eso sucedió.
-¿Tú
fuiste así de chiquito como yo?
-Sí.
Claro que sí. Y hasta más chiquito. También
lui un bebé, tal y como tú eras no hace mucho tiempo.
*¡Párese
inmediatamente!
**¡Sígame!
¡Aquí le enseñaremos a ser un hombre!
L
56
-¿Y
nunca te enfermaste como yo?
El hombre la mira. Tard,a en responder.
*Sí me enfermaba. A veces...
-Pero, ¿tan gra-ve como yo? ¿Con hospital y todo?
El viejo reflexiona unos segundos.
-Sí,
con hospital *al fin responde_. Me sacaron
una glándula aquí*levanra ,, *urá y señala su garganta.
-¿Te
ibas a morir también?
El hombre abre sus pupilas. La mira asombrado.
-¿Morir
también...? *repite.
-¿Que
si te ibas a morir también? Así como yo.
*Tú no te vas a morit 4con la mano instintiva-
mente le acaricia el bracito.
*Claro que sí. Los docrores me lo dijeron y mi
mamá también. pregúntales si quieres...
El asombro del hombre aumenta . Ttata de incor_
porarse. La nifia lo empuja lentamente y le dice:
*Pero no te preocupes. Eso no me molest a *y
reanuda sus caricias.
. ,El
viejo la mira. Intenta decir algo, pero nada
sale de sus labios. La niña también se calla. pasa una
y otra vez sus manitas delicadas sobre los rizos de su
compañero de cuarto.
El hombre parece dormir. No se mueve. La niña lo
mira con ternura. pasan unos minutos y la pequeña al
fin dice, mientras continúa con su masaje:
*Te pareces a mi abuelito...
El viejo se sorprende. pregunta:
*¿Por qué dices eso?
*Porque sí. porque te pareces a é1, pues.
*¿y dónde está tu abuelo?
-¿Dónde
más? En el cielo. ya se murió, igual que
el tuyo.
-¡Ahhh...! ¿Hace mucho tiempo?
-Sí...
Como un año.
-Eso
no es mucho tiempo...
57
-Claro
que sí. Han pasado muchísimos días.
-¿Cómo
era tu abuelito?
*Así como tú. Ya te lo dije.
-¿Tan
alto como yo? ¿Blanco...?
-¿Blanco?
¿Cómo blanco?
*9,¡s¡6, el color de la piel
-señala
la suya con su
rnano sana. La coloca al lado del brazo de la niña-. Por
ejemplo, yo soy más blanco que tú.
-No
me habia dado cuenta
-dice
la niña son-
riendo.
-Entonces,
¿cómo era tu abtrelo?
*Yo decía que se parecia a ti porque estaba tan
viejito como tú.
*¡Yo no estoy viejo...!
La niña parece no notar el tono ofendido del acci-
dentado. Observa con atención el pelo del hombre y
dice:
-Tiene
el pelo blanco. Como tú.
-iTenia,
niña! *dice con un rasgo de dulzura-.
¡Tenía! Ya se murió.
-Sí,
lo sé...
-Entonces,
¿por qué hablas de él como si todavía
viviera?
-Tc>davia
vive, aunque ya no en su casa...
-¿Vive...? -pregunta
con extrañeza.
-Claro
que se murió, Julio. Pero eso no significa
que no vive aún.
El viejo se endereza. Truta de incorporarse.
-Mira,
corazón. Cuando uno se muere, deia de
estar vivo.
-Mi
abuelo ya no vive aquí. Él me ha explicado
todo eso.
*¿Te lo explicó antes de morirse?
-No.
Me lo dice a cadaratc¡. Cadavez que me visita.
El viejo la mira con extrañeza. Se lleva la mano a
Ios cabellos y se la pasa por la cara. Al fin dice:
t
58
-Cuando
uno se muere no regresa, ¿sabes? Allí
acaba todo...
-¡No,
no!
-responde
la niña con énfasis_. No
se acaba todo. ¿Es que no sabes esas cosas? _empieza
a toser.
-¡Claro
que sí, señorita! _responde el hombre,
úatardo de incorpo¡2¡sg rnf5-. por eio te digo que todá
acaba con la muerte. Ahora, regresa a tu cama que estás
comenzando a toser.
-¡Pero
mi abuelo sí me visital_dice la niña entre
toses*. ¡Todos los díasl
-Eso
es por la fiebre, niñita. Ahora, por favor,
yete para tu cama que te vas a poner peor _la toma por
uno de sus hombros con su mano sana e intenta dirigirla
hacia su cama.
La puerta se abre. Entra una enfermera. El viejo
advierte que es la primera que conoció cuando desperió
en aquel lugar. Vuelve a notar su gordura, ,,., arru orr_
lada y mejillas colgantes. Sus labioi pálidos y sin pintar;
sus cejas pobladas. Su cabello negro recogido. El uniforj
me está limpio, pero es viejo y usado. La mujer apresufa
su paso y se lanza hacia la niña mientras dice:
- -¡Mechil ¿eué haces levantada? ¡y tosiendol ¡Ma_
dre de Dios!
La toma en sus brazos _no parece que hace nin_
gún esfuerzo pues la enfermita, igual qrá l, muñeca,
parece hecha de trapo- y la deposita sobre su cama.
La niña sonríe. Tose. La enfermera se lleva las ma_
nos a la cadera y Ia mira con ojo clínico. Frunce el ceño.
Se inclina y coloca su oído en el pecho de la peque ña. La
niña vuelve a toser, esta vez con mucha más fuerza. Se
ahoga. Tose de nuevo y se vuelve a ahogar. La enfermera
se vuelve y sale de la habitación .on prro apresurado.
Mientras, la niña es poseída por un uirq.r" á. to, qr.
la hace erguirse en la cama, colocar su cabecita en el
borde y tratar de vomitar, aunque no logra sacar nada
59
<lt' sn garganta. El hombre mira aquello, intenta in-
(.()rporarse e ir en su ayuda, pero su yeso 1o ancla al
It'r'ho. Extiende su mano sana, pero no alcanza a la
¡rcqueña. Su rostro tenso refleja la preocupación que
s iente.
Regresa la enfermera con un frasco de medica-
rnento, una cuchara en una mano y un vaso de agua en
lrr otra. Se acerca a la niñ.a. Pone el vaso de agua en la
rlresita que se encuentra entre las dos camas, y llena
l)resurosa la cuchara con la medicina. La niña tose, se
c«rnvulsiona, y vuelve a toser. La enfermerala ayuda a
sentarse con una mano, mientras que con la otra le acer-
ca la cucharu a la boquita, que se abre y absorbe el
líquido. La tos continúa, aunque en menor grado. Pa-
san unos segundos y la enfermera acerca el vaso de
')8lra a los labios de la pequeña, quien la bebe con
'¿videz.
-Y'á,
coraz6r, ya... Calma...
-y
le da golpecitos
gentiles en la espalda.
La niña se acurruca en el pecho de la mujer y cie-
rra los ojos. Ésta le acaricia el pelo. La tos cesa. La respi-
ración de la pequeña recobra su tranquilidad habitual y
la tensión en el cuerpo de la enfermera se relaja. Todo
parece en paz y tranquilidad, salvo por la mirada furi-
bunda que la mujer le dirige al señor.
-¡¿Cómo
pudo pedirle que se parara de su cama
a rascarle su cabezota?!
-Yo
no...
-intenta
responder el viejo.
-ilNo
sabe que la niña tiene una enfermedad gra-
ve, mortal, que con cualquier descuido se nos va?!
-Perdone,
señorita, pero yo...
-¡Pero
yo, nadal ¡Usted es un viejo egoísta que
solamente piensa en sí mismol
-¡¿Que
solamente pienso en mí?!
-el
viejo se yer-
gue al oír aquello-. ¡No tiene idea de lo que está hablan-
do, señora!
60
-¡Claro
que sít ¡Todo el hospital sabe que rene_
mos hospedado a ,,don
millonario,,, que no se conforma
con nada de lo que le damos ,,gratis,,!
-¡Déjeme
decirle, señora, que yo no pedí...l
-¡Nosotros
tampoco pedimos que viniera aquí, asi
que deje en paz a esta pobre enfermita _le acaricia el
cabello a la pequeña-, y cúrese sin molestar a nadie
más!
-¡No
me insulte, señora, que yo...l
mujer deja a la niña sobre la cama. Se vuelve, se
lleva sus manos ala cadera en actitud desafiante, y r.r_
ponde, poniéndose colorada:
-¡Primero,
no me gusta ser hipócrita! ¡Le estoy
diciendo lo que nadie en este hospital se atreve a de_
cirle! ¡Segundo, no me llame ,,señbra,,!
¡Soy enferme_
ra, y le agradeceré que me incluya el título cada
vez que se dirija a míl ¡Me cosró mucho ganármelo
para que un patán como usted se lo coma! ¡y, tercero,
si quiere que lo traten bien por aquí, acepte las reglas
y trate también correctamente a quienei lo ayuJanl
¡Aquí hay demasiados problemas para añadir el de un
"señor ricacho" que no está conforme ni con lo que le
regalan!
La niña tiene sus ojos bien abiertos. Lo escucha
todo. Mira al viejo en la cama de al lado, quien escu_
cha con expresión incrédula el regaño de la enfermera.
*Seño... *intenta decir la niña.
*Calla, Mechi. Estabas tosiendo muy fuerte y te
puede hacer daño
-interrumpe
la enfermera mieniras
se vuelve hacia ella y la arropa hasta el cuello.
-¡¿Cómo
se llama, señora?! *escucha que el vie-
jo le pregunta.
Sigue entretenida con la niña sin hacerle caso ala
interpelación.
-¡Le
acabo de preguntar cómo se llama! _repi_
te*. La vay a reportar por ser tan grosera.
6r
La mujer se vuelve y, mascando cada una de las
sílabas, le responde, casi sin separar los dientes:
-¡Le
he dicho que no me llarrte "señora". Si lo
hace una vez más lo voy a ignorar y se va a morir
tirado allí en su cama sin que nadie lo atienda!
-sevuelve y comienza a darle su atención totalmente ala
niña.
-Yo
fui hasta su c m a acariciafle la cabeza.
Estaba llorando dormido y pensé que me necesitaba...
-¿Yo
estaba llorando dormido?
-pregunta
el vie-
jo desde su cama.
La niña trata de responder, pero la enferrnera la
corta.
-Si
ella dice que lo estaba haciendo, es así. Los
niños no mienten...
El viejo las mira a las dos. No dice nada. Vuelve su
cara ltacia el otro lado y cierra los ojos.
-Ves -dice
la niña-. Sigue triste...
La mujer se queda mirando al viejo, luego alaniña,
a la que besa en la frente, y sale de la habitación lenta-
mente,
_:t,
nr..t ruido.
El viejo mira hacia la ventana. Observa la llovizna que
cae en el paisaje que se pinta a través de la apertura. Sus
ojos se encuentran humedecidos. La niña tiene raz6n:
está triste. Han pasado las horas y durante la tarde nadie
lo ha venido a visitar. Trata de consolarse pensando que
su hijo ya se hizo presente; con un poco de presión, es
cierto, pero por lo menos subió las escaleras y entró en
el cuarto. Pero, ¿y su esposa? ¿Y Nitzia? No desea en estos
momeRtos sus curvas de mulata exótica, sino la alegria
de su compañía. Recuerda cómo la muchacha sabe ro-
dearlo con sus brazos después de un acto fogoso de
amor, diciéndole que lo único que desea es estar allí,
con é1, cerca de é1. Lamentablemente, a continuación,
62
siempre habla de asuntos que á él no le interesan: de su
madre, quien la visita demasiado a menudo; de su veci-
na, que se queja de la ropa que tiende entre las dos
casas. Cuando comiehza a escuchar temas que lo abu_
rren, toma el periódico y pone el papel entre los dos,
como barrera que impide que las palabras de ella le lle_
guen, y se sumerge en las noticias, en las crónicas sociales
y hasta en las historietas; cualquier cosa para no tener
que conversar con aquella mujer con la que no tie_
ne nada en común, y dela que no desea nadi,ni siquie_
ru palabras, salvo el tener la potestad de acariciar la piel
morena, besar los senos grandes, túrgidos, y penetrai su
abismo delicioso, Ahora le hacen falta aquell,cs intentos
de conversaci6n,las cosquillas juguetonas que él usual_
mente repele con palabras groseras, y los apretones y
besos que Nitzia a veces le da cuando está desprerreni_
do. ¿Por qué no viene? ¿Será que no está enteraáa de lo
que le ha sucedido?
Y sus otros amigos, compañeros de fiesta, ¿dónde
están? Son vanos, superficiales; alegres en grupo, tristes
cuando están solos; y al encontrarse frenie a asuntos
difíciles
-y
él está en una siruación difícil- tratan de
evitarlos a como dé lugar. Sabe que a ellos no les
gusta incomodarse, salirse de su rutina habitual, y me_
nos para visitar enfermos. Toma mucho tiempo manejar
hasta aquel hospital apartado, y nadie lo haúa si no iu_
viera un motivo importante. Entonces, ¿es él un motivo
importante o no para sus amigotes? Concluye que no lo
es, aunque hubieran podido, por lo menos, enviar flores
o mensajes de solidaridad. No obstante, concluye que
aquellos amigos, que considera íntimos, no lo sor lo
suficiente como para que envíen mensajes o flores, y
menos aún para que vengan de visita. ,,¿eué
haúa yo ii
estuviera en los zapatos de ellos?,,, se pregunta. Levanta
las cejas y suprime una carcajada, ,,piobiblemente
ha_
ría lo mismo. Daría un saltito en mi escritorio cuan_
63
clo la secretaria me informe que fulano o zutano tuvo un
accidente, me reiría un poco cuando las circunstan-
cias en que lo tuvo sean explicadas con más detalles
-veníaen tragos dela casa de la amante, está en un hospital de
pclbres, etcétera, etcétera*, y levantaría los hombros y
rne olvidaria del asunto a los pocos segundos". Conclu-
ye que él tampoco hubiera mandado flores, y mucho
menos hubiera venido de visita hasta un lugar tan apar-
tado sólo para vü a uno de sus "amigos". Por su mente
pasan los rostros de sus conocidos más cercanos, y no
hay ninguno que se molestaría en venirlo a visitar. "En-
tonces, ¿son ésos verdaderos amigos?", se pregunta.
"Pero, ¿soy yo un buen amigo de ellos?" Él mismo se
contesta: "son amistades superficiales, por interés, por
compartir aburrimientos del mismo nivel, y ninguna tie-
ne las características de la verdadera amistad". Allí, so-
l'¡re ese colchón usado, sibanas remendadas, y cama de
pobre, comprende que no tiene verdaderos amigos, y
que si se muere en aquel instante, nadie se entristecerá.
É1, que lo tiene todo, en el fondo no tiene nada. Aumen-
ta la humedad en sus pupilas.
Clava los ojos en la ventana abtetta. Observa que
el dia está muriendo y que las sombras de la noche co-
mienzan a invadir el paisaie. Todavia se entrevén entre
la penumbralas chozas miserables. De la arboleda sÓlo
queda un manchón oscuro. Observa las casitas y trata
de imaginarse qué estará sucediendo en cada una en
aquel momento. Alguna mujer estatá cocinando, habrá
un obrero recién llegado del trabajo, niños jugando, jó-
venes planeando alguna áventura. Se imagina a él den-
tro de alguna de aquellas chozas humildes y concluye
que preferiria estar en alguna de ellas efl vez de estar
tendido en aquella camal olvidado por todos.
Siente un ruido en la puerta. Alguien entra y, sigi-
losamente, se dirige ala cama de al lado. Escucha voces.
Hay ternura en el tono de las palabras. Deduce que es la
64
mamá que viene a visitar a su hiia. Todos los días lo hace.
Con constancia. Con amor. En cambio, a él no lo viene
a visitar persona alguna. Ni su esposa, ni su amante, ni
sus amigos, ni siquiera alguno de sus empleados. y los
tiene por docenas: en la empresa, en su casa, y hasta en
la casa de Nitzia, en donde paga por los servicios de una
cocinera para que lo atienda cuando él va de visita.
Escucha risas. La pequeña tiene una mano en la
boca parabajar el volumen de su risita diáfana, cristali-
na, pero ésta se le escapa a través de los dedos. Otras
risas un poco más sosegadas, maduras, son lanzadas por
la mamá, quien también úata de ponerle barreras con
una mano sobre su boca. "¿Será que se mofan de él?".
Considera esa posibilidady concluye que puede que sea
así. No debe existir otro motivo de hilaridad para aque-
lla pequeña enferma más que su vecino viejo y malcria-
do. Le entran unas ganas inmensas de volverse y de
encarar a aquellas irreverentes, reclamándoles el respe-
to que él se merece. No obstante, enseguida se da cuen,
ta de la situación tan ridícula a la que se expondria, y
desiste de sus propósitos. Sin embargo, le molestan aque-
llas risas, aquella alegria ganada a costa de é1. Concluye
que aquello no debería importarle. "Ésas son personas
insignificantes, sin valor en la sociedad, que poco o nada
representan pata é1", Íazona. Sin embargo, su intranqui-
lidad contin(n a medida que aumenta el buen humor a
su lado. ¡De repente se decide! ¡Se volverá con rapidez
y les dará un buen susto! Está acostumbrado a hacer eso.
A dar sustos. Así maneja a su hijo, a su esposa, al mun-
do... Está a punto de hacer la maniobra violenta cuando
escucha que la niña dice:
-Yo
lo quiero mucho. Se parece a mi abuelito.
La madre responde:
-Pero
ni siquiera sabemos quién es...
-No
importa. Es un señor muy bueno y lo voy a
cuidar.
65
El viejo suelta sus músculos. Su cuerpo se relaja'
St' ucuerda de tantas cosas que no puede contener una
lá¡¡rima que se le resbala por la mejilla y v^ a engrosar la
¡ri't¡ueña mancha húmeda que se ha formado en Ia al-
rrr«rhada.
En eso recuerda su maletín. Piensa en su superfi-
('i(' negra que emite un olor a cuero bien trabajado' Es-
.'trc:ha la voz de la madre y concluye que'allí, a su lado,
¡rtrclría estar la solución a su problema' Ofrecerá una
,'.,,,,r-p..ra a quien le regrese el maletín perdido, y aquel
rrrensaje será llevado por la señora a todo el barrio' Pero,
¿n«r despertará sospechas ofrecer una suma alta por sólo
un montón de papeles? ¿Y si quien lo encuentra es cu-
lir>so, comprende un poco más que los demás y va con
l«ls documántos a las autoridades? "¡No!", se responde él
nlismo. "No hay gente con tanta capacidad en este barrio
r¡lvidado." Recuerda alaniña. Es lista, inteligente' Cuan-
tl<> crezca sí tendría el talento necesario para compren-
tler el contenido de los papeles. Los ha subestimado'
l,)stán preparados para sobrevivir y se aferran a lo que
sca. Ahora está seguro de que el maletín fue robado
rlel baúl de su auto accidentado. "No pudo haber so-
lrrevivido a la avaticia de aquellas gentes; a su deseo
genético de robar todo 1o que encuentrar a su paso",
concluye.
Hasta Nitzia posee ese mecanismo que tienta a los
pobres a apoderarse de lo ajeno. El primer día que-la
c'onoció deió su billetera en el pantalón sobre una silla
cn la habitación de la muchacha. Se adormeció después
clel acto y pasó un par de horas en ese estado' Esa mis-
rna noche, cuando llegó a su casa, notó que le faltaba
r.rno de los billetes grandes que usualmente llevaba con
é1. Al principio se enoiÓ, pero rápidamente comprendió
,tru. t, conquista de aquella noche, que tanto lo hahla
lienado de oigullo, erafalsa. Los coqueteos de la much¿t'
cha, su invita-ión, la intensidad del acto, incluyendo ltll
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Ojitos de angel novela completa

  • 1.
  • 2. ArwRA Lgg7,D.R. Ramón Fonseca Mora' lS9g, lg"¡t"r,Altea, Taurus, Alfaguara S'A' de CV' @ De esta edición: Santillana S'A' Vía Translsmica, Urb. Industrial Orillac, Calle segunda, Local #9' Teléf ono: (507 ) 261-2995 . Santillana S'.A. Del edificio de Aviación Civil,200 metros al oeste' La Uruca. San José, Costa Rica' . Editorial Santillana S.A. de CV' Calle siemens #51, Zona Industrial santa elena' Antiguo Cuscatlár¡ La libertad' San Salvador, El Salvador o Santillana Ediciones Generales S'A' de CV' Av. UniversidadT6T,CoL Del Valle México,03100, D.F. . Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus' Alfaguara S'A' Calle 8O No. 10-23 Bogotá, Colombia. ¡ Santillana Ediciones Generales S'L' Torrelaguna 60. 28043 Madrid, EsPaña ISBN: 9962-650-58-5 Primera Edición México, 1999 Primera Edición en Colombia,2002 Undécima reimpresióry marzo de 2008 Diseño de Ia colección: José CresPo, Rosa Marín, Jesús Sanz Diseño de cubierta: O FernandoRuizZaragoza Impreso por Impresión Gráfica del Este. S'A' San José, Costa Rica Todos 1os derechos reservados' Esta publicación no puede ser reproducida' ni en todo ni en part", .,i ."girtmJa en á tránsmitlda por-un sistema de recuperación de información, en rrirrgrrr.fát*a ni por ningún medio' sea mecánico' fotomecánico' "i"á,^r0""", l"deti.o "f".t.oóptiio por fátocopi4 o cualquier otrq sin el permiso previo por escrito de la editorial' o @ Ojüos de angel A mis rriñas lindas: Susana y Raquel AJorge Consuegra, quien prefiere las historias tiernas a las violentas ¡
  • 3. Que canten los niños, que alcen la voz, que hagarr al mundo escuchar. Que urran sus voces y lleguen al sol, en ellos está la verdad. Canción popular De ciet'to os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, rro entrará en é1. (Lucas 18:17) Yebosbua ben Josepb
  • 4. Et ur.¡o abre los ojos lentamente. No recuerda nada. Ni quién es. Ni dónde está. Ni en qué día, mes y año vive. Trata de moverse, pero algo se lo impide. La penumbra que 1o rodea se va aclarando y logra vislumbrar los detalles del techo. Es blanco, con una lámpara de focos alargados en su centro. Está apagada. 'Tic, tic, tic', un ruido rítmico se apodera de su atención. "Debe ser un reloj", concluye, "aunque no un ejemplar de mecanismo sofisticado, sino eléctrico; ba- tato" . Abre un poco más sus párpados y logra divisar el círculo redondo, de plástico antl, de un reloj de pared colgado encima de un agujero que parece una puerta. Escucha de nuevo el 'tic, tic, tic'. Deduce que el ruido no procede del reloj redondo. Su origen está de- trás de é1. Trata de virarse pero no puede. Al hacer el mo- vimiento ve una cama a su lado. }{ay una sombra sobre ella. No logra enfocarla. El esfuerzo 1o cansa y tiene que regresar a su posición original, mirando el techo. Cierra de nuevo los ojos. No puede reunir ningún pensamiento en su mente salvo el sonido rítmico, 'tic, tic, tic', detrás suyo. Pasa el tiempo. Descansa. Se entretiene escuchando su propia respiración. Siente cómo su pecho sube, baja.
  • 5. 10 Entreabre sus ojos. Todo sigue igual. El techo, la lámpara, el ruido...,'tic, tic, tic'. Un pensamiento lo sobresalta: "¡Mi maletín! ¿Dón- de está mi maletín?" En é1 hay cosas muy importantes que nadie puede vet. Trata de revolverse nervioso en la cama, pero no puede. Está amartado. Observa hacia abajo. Hacia donde deben de estar sus piernas. No las ve. Sólo logra entrever dos cilindros blancos, largos, sujetos con cables que desaparecen en 1o alto. Trata de establecer comunicación con ellas. Nada. Trata con los brazos. Nada. Con las manos, pies. Nada. Lo único que puede controlar son los párpados. Abrir- los, cerrarlos, volverlos a abrir. También puede girar levemente la cabeza, aunque no lo suficiente para des- cubrir de dónde viene el ruido. 'Tic, tic.' De repente siente que empieza a emerger del es- tado en que se encuentra. Comienza a recordar. Su ca- rro. La noche. Un destello de luz. Un ruido inmenso. El silencio. La imagen de una mulata, con sus curvas inmensas repletas de carne turbadora. Sonríe. ,,¡Ah! ¡Nitzia! ¡Qué mujer!" Mueve la cabeza de lado a lado. Su cerebro sigue soltando recuerdos. Poco a poco. En dosis calculadas. Disfruta con la imagen de Nitzia. Continúa son- riendo. Es la única sensación externa que percibe. De repente un aguijonazo de dolór ló penetra. Su rostro se contrae en una mueca angustiosa. No sabe de dónde procede aquella sensación tan horrenda. ,,Debe ser de alguna parte de mi cuerpo, pero no puedo ubi- carla." Trata de levantar una mano pero no sucede nada. La oúa. Nada. El dolor desaparece tan rápido como llegó. Mira el techo. Nada ha cambiado. Observa la lámpara apagada. Larga. Cubierta de una pantalla con rombos cincelados en el plástico que la cubre. Cierra los ojos. Espera. Se aburre. Los abre y em- pieza a contar los dibujos geométricos en la lámpara del t 11 techo. Se pierde en aquel mar inmenso de cocadas. In- tenta de nuevo contar. No tiene éxito. Ya a iniciar otra vezla operación, pero desde muy adentro surge un esta- llido de dolor tan agudo que, por primera vez, lo siente en todo su cuerpo. En los brazos, piernas, abdomen. Todo su ser se sumerge en aquel dolor lacerante, inmenso. Su boca se abre sin control y surge un grito: -¡Aaaahhhhh!Él mismo se asombra por la intensidad del sonido. Trata de controlarse, pero no puede. Hay otro pnepara- do, listo para despegar: Ruido de sillas moviéndose, de zapatos corriendo. Se abre una puerta. Lo percibe claramente. Es fácil dis- tinguir el sonido de una puerta cuando la abren con vio- lencia. Tres manchas blancas vuelan hacia é1. Lo rodean. Se inclinan sobre su cuerpo. Alumbran uno de sus ojos con una luz pequeña, intensa. Luego el otro. El viejo parpadea, fija su mkada; analiza las figu- ras que lo examinan. Poco a poco se comienzan a deli- near rostros; uniformes blancos. Siente cómo el dolor que anida en su interior de nuevo se libera y saltahacia afuera. Asciende y lo inva- de todo. -¡Aaaahhh! -no puede reprimirse. Una de las figuras blancas toma lo que parece ser su brazo, lo levanta. Siente un ligero pinchazo, parecido a cuando de niño una de sus "novias" le dio un pellizco utilizando sus uñas como herramienta. De repente el dolor desaparece; tan rápido como llegó. -No le dolerá más -escucha que la enfermera le dice-. Le acabo de inyectar un analgésico que lo man- tendrá calmado.
  • 6. t2 El hombre trata de sonreír, pero se da cuenta de que le es difícil dibujar la expresión en su cara. De todas formas no es una sonrisa verdadera la que se perfila en su rostro, sino la que siempre utlliza paru indicar que está satisfecho, complacido. Mueve ligeramente los ojos y ve a otras dos enfermeras que 1o observan desde el final de la cama; en el lugar donde deberían estar sus pies. Trata dehablar. De pregunfar algo. Ningún sonido sale de su garganta. La mujer debe haber notado su in- tención pues dice enseguida: -No se preocupe, señor Vargas. Todo está bien. Tuvo usted un accidente. Estaba anestesiado. Tuvimos que operarlo, ¿sabe? -señala hacia sus piernas-. Se quebró todo... Intenta hablar de nuevo. La enfermera se inclina y le da algunos golpes en el hombro: -No, no hable, señor Vargas. Se va a cansar y no conviene. Cierra los ojos. ¡Cómo odia que alguien le dé pal- maditas! Lo encuentra denigrante; de mal gusto. Ese movimiento de intimidad hecho por alguien que no 1o conoce le repugna. Se contiene. "Yahabrá un momento en que le diré a esta enfermera que vaya a darle palma- ditas a otro... Que no toque más mi cuerpo." Recuerda su anatomía. Los ejercicios diarios en el gimnasio. La satisfacción de ver en el espejo una figura de menos años de los que tiene. El goce que 1o invade cuando en la piscina del Club Deportivo se encuentra con sus amigos y compara su cuerpo bronceado y bien cuidado con el de ellos. Los hay gordos, con el tejido adiposo colgando por todos lados. Otros están flacos y sin músculos, los huesos sobresaliendo por doquier. Sin embargo él está en la situación ideal: ni gordo, ni flaco. Los músculos situados en donde deben estar. -Señor Vargas, ¿me escucha? 1.3 De nuevo siente la molesta lucecita que transita so- bre sus ojos. Los abre. Enfoca ala enfermera, quien sonríe. Nota que es gorda. De cara ovalada y mejillas colgantes. Sus labios no están pintados y se notan pálidos. Tiene las cejas pobladas. El cabello negro, recogido. El uniforme limpio pero viejo, usado. "No es una enfermera de prime- ra", deduce. "¿Dónde estaré?", se pregunta. La mujer, como si le hubiera leído la fnente, le informa: -Está en el Hospital SanJuan, señor Vargas. Tuvo un accidente cerca de este lugar y lo trajeron aquí esta madrugada. "¡El Hospital SanJuan!", repite mentalmente el ac- cidentado. "¡Pero si es un hospital público; gratuito! ¡Para pobres! ¿Qué hago yo aquí?" Intenta incorporarse sin éxito. Sus esfuerzos no pasan desapercibidos para las enfermeras, quienes lo sujetan por ambos hombros. -Cálmese, señor Vargas. Cálmese. No es tan graye. "¡No es por lo grave que me estoy moviendo; es que no quiero estar aquíl", intenta decir, pero sólo soni- dos incomprensibles salen de su boca. Se concentra en el ruido monótono que surge detrás de su cabeza.'Tic, tic, tic.' Respira profundo. AI fin se tranqluiliza. Se concentra. Intenta hablar de nuevo. -Noooo quier... -Tranquilo, señor Vargas *1o interrumpe la en- fermera de Ia cara redonda. Lo palmea en el hombro. ¡Cómo odia que 1o toquen!-. Todo va a ir muy bien. Está usted en buenas manos. "¿Cómo voy a estar en buenas manos en un hospi- tal de cuarta calegoria? ¡Tengo que salir de aquí!", pien- sa. Intenta hablar de nuevo. -Poorrr f... -¡Cálmese!Más palmaditas. Otra inyección. Sensación de pla- cidez... Cierra los ojos. Se deja llevar... L
  • 7. r4 Intenta abrir los párpados. No logra ver nada. Está tan oscuro como cuando los tenía cerrados. Ve un haz de luz difusa a través de la ventana al lado de la puerta. Ahora discierne más claramente las sombras al otro lado de Ia pared. Las persianas están abiertas. Hay una mesa larga y varias enfermeras sentadas a 1o largo. Sus caras están iluminadas por un resplandor que parece salir del frente. Vuelve la cara hacia el otro lado. Otra ventana. Ésta tiene las persianas cerradas . Gira ahora st¡ cabeza a la posición original. Se siente más libre. Más ágll. No hay dolor. Observa hacia abajo. Hacia donde deberían estar sus piernas. No están. Una mole blanca de vendas las suplanta. "¿Habré perdido mis piernas?", el pensamiento entra de repente. "¡No! Están allí. Sólo que cubiertas de vendas." Respira hondo. "Hospital público", recuerda. Se estremece. Ha escuchado historias horrendas de es- tos lugares para pobres. No hay medicamentos. Los médicos no atienden bien. Las enfermeras no esfán gra- duadas. Falta equipo. Ahora está en uno de ellos. Irre- mediablemente. No puede partir. No tiene piernas. Trata de sentirlas, sin éxito. Un gran vacío ha tomado el lugar de su torso inferior. Intenta con los brazos. El derecho, nada. EI izquierdo, siente un movimiento. Los dedos se mueven. Prueba la mano: la encuentra. Flexiona el brazo. Lo dobla por el codo. Lo trae hasta los ojos. Mira su mano izquierda. Pálida pero real. Mueve los dedos. Se alegra. Le dan ganas de llorar. No lo hace por temor a que entre una enfermera. Vuelve elbrazo a st lugar. Reposa. Sonríe. Cierra los ojos. Se duerme. lJna voz dulce lo despierta: -Buenos días, señor Vargas. Es hora de levan- tarse. Alguien 1o sacude levemente. ¡Odia que lo toquen! Furioso, abre los ojos. Tiene frente a él a una enfermera r5 que sonríe. De un vistazo aptecia sus facciones delica- das; sus labios finos y tersos. *Ha dormido más de un dia... *agrega la mu- jer-. Es hora de que salga del mundo de los sueños. -¿Qué me sucedió? *logra preguntar con voz temblorosa. *Tuvo un accidente, señor. Un accidente bastante gtaYe, -Mi auto, ¿cómo quedó? -pregunta con voz en- trecortada. Recuerda su auto. Un deportivo último modelo. Doce cilindros (hay pocos automóviles con doce cilin- dros). Dos carburadores. Suficientes caballos de fuerza parahacerlo despegar si tuviera alas. ¡Su bebé adorado! -Destrozado. Pérdida total, tengo entendido --dice la enfermera moviendo su cabeza de lado alado. El viejo cierra los ojos. Se pone triste. -¿No va a preguntar por usted? ¿Qué le sucedió? ¿No le interesa si mató a otros? ¿Sólo su cato? -pregun-ta la enfermera con tono de reproche. Mira el rostro hermoso. Facciones aindiadas. Siem- pre le han parecido lindas las mujeres de su país. Con sus cabellos negros, rasgos finos, combinación de razas. Perfectas para la cama, pero nada más. Nitzia es así. Mezcla de negra, india y blanca. Revoltijo angustioso que produce las mejores mujeres...; o las peores. No como sll esposa. Al momento de decidir con quién casarse, no cludó un instante que su consorte debía de ser blanca. I)e pelo negro, pero blanca. "Blanca de Castilla", como clecía su abuela. No importó su insipidez, la superficia- lidad, ajena a todo salvo sus amigas, sus baral'as y sus sesiones de té. Y, por supuesto, su lglesia. Siempre su Iglesia. Para todo su Iglesia. Cuando lo esperaba tarde cn la noche *ya no 1o hace-, usaba a Dios y al diablo lrara asustarlo, para úatar de retenerlo en casa. ¡Qué rrlrurrido! Hubiera preferido que tuviera un amante, dos... h
  • 8. r6 Sería más divertido. Mejores discusiones. Intercambio de información. Pero, ¿la Iglesia? ¡Uggg! -A ver, señor Vargas. ¿Me escucha? -.oye a la enfermera decir con su tono dulce, aunque alto. El viejo hace un gesto con la mano y balbucea: -¡Basta, basta! No tiene que gritar. La escucho... -Se nota que está bien -palmaditas-. Que se va a recuperar -palmaditas-. Voy a buscar al doctor. No desea más palmaditas. Ni consuelo, ni compa- sión. No quiere nada. Él tampoco da nada nunca. No distribuye palmaditas. Sabe siempre en qué posición es- tán sus manos. Sin excesos descontrolados. Toda su vida ha practicado la disciplina corporal. Es tan importante... Muchas cosas dependen de ello. Un contrato. Una con- quista. No mover un músculo de la cara es esencial en momentos cruciales de la vida. IJn gesto involuntario puede delatarnos. Unos ojos demasiado ansiosos pue- den ser ventanas por donde el contrario atisba nuestra alma. }{ay que desviarlos. Cerrarlos. Apartarlos. Mira a su alrededor. Ve :una cama con sábanas revueltas y un cuerpecito contorsionado yaciendo sobre ellas. Parpadea. Abre bien los ojos para captarlo todo. "¡No estoy solo en el cuarto!", piensa sobresaltado. Nota los remiendos en las sábanas de la cama vecina. Están limpias, pero zurcidas en muchas partes. Son verdes. Observa las letras negras pintadas en dos o tres lados: "Hospital San Juan". "iHay que pintarle el nombre a las sábanas para que no se las roben! ¡En qué lugar estoy!" Observa su propia camai las mismas sábanas la cubren. "¡Hospital de pobres! ¡Tengo que salir de aquí!" Mira de nuevo a su acompañante. Es pequeño. Su piel es oscura. Tiene atado a él un tubo que asciende auna bolsa sus- pendida sobre la cama. Pelo muy corto. Cenizo. Con parches sin cabello a través de los que se le ve clara- mente el cuero cabelludo. Las pljamas -también ver- des, con el nombre del hospital pintado de negro en r7 varios lugares- cuelgan como si hubiera poca carne. Mira los pies. Pequeños. Raquíticos. Igual que los bra- zos. Igual que el cuello, que la cara, (tnicas partes de la piel que se ven. Está abrazado a 1o que parece un muñe- co de trapo, hecho de retazos de telas remendadas. No se mueve el cuerpo pequeño. Parece enfermo. Muerto. Aparta Ia vista disgustado. Reflexiona: "tengo su- ficiente dinero para pagar el mejor hospital. Para úaer un avión-ambulancia y volar a un mejor hospital, en un mejor pais. Para comprar entero el hospital. ¿Qué se creen? ¡No pueden retenerme! ¡Darme palmaditas y tra- tar de calmarme! ¡Hospedarme en un cuarto junto con un ser raquítico y a punto de morir! ¡Qué atrevimiento!" Regresa la enfermera. La acompaña un hombre joven vestido con bata blanca. Se acercan. La enfermera desliza su mano por las vendas blancas que cubren las piernas. No siente nada. "¿Estarán mis extremidades debajo de este vendaje? ¿Las habré perdido? ¿Estarán amputadas? ¿Es ésa Ia razón de tantas gasas blancas?" Un sentimiento de pánico se apodera de é1. Dura los segun- dos que toma el joven en colocarse a su lado, levantar, le el brazo izquierdo, el que no tiene quebrado, apretarle la muñeca buscándole el pulso, y decirle: -Tiene mucha suerte, señor Yargas. Otro estaría invitado a su propio velorio en estos momentos -ríecon su propia ocurrencia. El viejo no hace ningún gesto. No le encuentra Ia gracia al comentario. Mira al visitante. "Pero si es un niño. ¿Es que no hay en este lugar alguien de peso? ¿Alguien t cargo?" -¿Usted es responsable de mi? -pregunta con es- f'rrerzo en voz lent.a, baia. -Sí, sí. Por supuesto *responde el joven, mientras intenta medir el pulso del accidentado mirando su reloj. -¡Pero si usted es un infante! -responde el viejo ( ()n tono más fuerte. L
  • 9. 18 El joven sonríe. No dice nada, La enfermera res_ ponde por é1. -Es un médico interno. Está haciendo su práctica. Es el mejor que hay por aquí _-afirma con su voz dulce. -¿Está practicando conmigo? -responde el viejo, haciendo intentos por recuperar elbrazo que el médico tiene sujetado con firmeza. -Quieto. No se mueva, por favor _ordena el médico. Termina de tomar el pulso. Anota algo en una li_ breta que extrae del bolsillo de su bata. -¿Quiere saber cómo se encuentra, señor yargas? -pregunta el doctor con tono profesional. El viejo detiene todo pensamiento. Uno solo inva_ de enseguida todo su ser: puede estar al borde de la muerte. Puede que no tenga piernas. Testículos. pene. Existe la posibilidad de que haya perdido más de lo que imagina. Recuerda su automóvil. Le parece ridículo aho_ ra su preocupación por su auto. Es él quien importa, y puede que esté destrozado. Murmura: -Sí, doctor. Dígame cómo estoy... -Tuvo un accidente muy grave. Un poco más y se mata. El auto quedó... -Sí, ya sé cómo quedó el auto -interrumpe el viejo-. Necesito ahoru saber cómo estoy yo. -Sí. Claro. Usted no está muy bien, señor yargas. -¿Qué me pasa? -Tiene quebrada una de las piernas en múltiples pafies. La otra en tres, La cadera también está fracturada en dos lugares. -¿Tengo mis piernas todavía? El doctor ríe. -¡Claro! ¡Por supuesto que las tiene! Allí están _toca con sus nudillos las vendas. Suena hueco, ,Toc, toc., "No son vendas. Es yeso bien duro,,, deduce ense_ guida el viejo. r9 -Además, tiene quebrado también el brazo cle- recho -lo señala . Ya a darle un golpecito, pero el viej<r le detiene la mano. -No tiene que golpearlo -dice-. Le creo. -Sí, sí. Por supuesto... -responde el médico, y retira su mano. -¿Tengo algo más, doctor? -Sí. Un golpe serioTen la cabeza y cortadas por todos lados. El viejo se lleva la mano sana ala cabeza y pal¡x un vendaje que le cubre a mayor parte del cráneo. -Lo trajeron aquí inconsciente. Tuvimos que t()- mar una decisión rápida: o mandarlo a un hospital mejor equipado -principalmente por su herida enla cabeza yir que no tenemos los aparatos adecuados para contusi<>ncs craneales-, o moverlo lo menos posible por el riesgo que implicaban sus múltiples quebraduras. Deciclintr¡s dejarlo aqui, y creo que no nos equivocamos. Su herich en la cabeza fio era tan gtaye como parecia. -¿Cómo 1o saben si no tienen los aparatos ack.- cuados? -pregunta el viejo con tono molesto. El doctor sonríe. -La experiencia... -¿La experiencia? -continúa el viejo airado-. ¡Si Lrsted es un bebé! ¡Nada más y nada menos que un cl«rc'- tor bebé! -No, no. No se preocupe. No fui yo quien lo rrr"rxilió anoche. Fueron los doctores de turno, quicnt,s ticnen mucha más experiencia que yo. El viejo está furioso, pero no responde. El ulisnro ¡x:nsamiento lo invade de nuevo: tiene que salir clc allí. Al ('()sto que sea. No tienen los aparatos adecuados. Las t.n li'r'rrreras dan palmaditas. Los doctores son niños t<¡cllrviir. -¿Cuántos días tendré que quédarme aqrríi, -¿Dias? -responde el doctor sonricnck¡-. No tllrs. Semanas o, quizá, meses.
  • 10. 20 -¿Meses? *el viejo abre bien los ofos y trata cle incorporarse. La enfermera se inclinahacia adelante y ayuda al doctor a mantener al viejo acostado. -Meses si insiste en moverse demasiado, señor Vargas. Depende de su cooperación y de cómo respon_ dan sus huesos. Está muy quebrado. No es un joven. Demorará un tiempo. El viejo gruñe. -Además, ya nos visitó ayer su abogado. Lo man_ dó su esposa. Le explicamos todo y estuvo de acuerdo en que éste es el mejor lugar para usted. -¿Los visitó mi abogado? -pregunra,el viejo con 2s6¡¡!¡s-. Y mi esposa, ¿no vino? -No sabemos nada de su esposa -responde el médico-. Só1o su abogado llegó hasta aquí. Firmó to_ dos los papeles necesarios. -¿Por qué mandó al abogado? ¿por qué no pudo venir ella? -pregunta confuso. -Eso no 1o sabemos, señor Vargas. El viejo recuerda a su esposa. poco es lo que se ven. De vez en cuando cenan juntos, cuando coinci_ den en la casa. La convers ación es superficial. *¿Cómo está el negocio?; ¿cómo va la iglesia?,, Después, el si_ lencio. El tragar apresurado, queriend o acabar rápido para salir de ese mutismo embarazoso para ambos. A veces asisten juntos a alguna fiesta o función social. Es lo mismo. Silencio en el auto. Silencio entre ambos en la reunión, cada uno conversando por su cuenta con amistades que saben más de ellos que el uno del otro. -¿Mi esposa aceptó que no me trasladaran al hos- pital de Pedernal? -No fue su esposa quien tomó esa'decisión, se_ ñor Vargas. Fue su abogado. Le explicamos su situación y é1, sabiamente, aceptó nuestros consejos. 21 -¿Cómo puede haber aceptado que aquí estoy mejor que en Pedernal? *pregunta el viejo, irritado. *Para lo que usted sufre, aquí está igual que en el hospital de Pedernal, señor Vargas. Tenemos el equipo y el personal adecuado para úatat sus dolen- cias. -Me acaban de confesar que no tienen la máqui- na para analizar lo que tengo en la cal5eza. -A estas alturas no es necesario. No es grave su herida en el cráneo. *¿Cómo están tan seguros? -Si lo fuera no estaria hablando tan tranquilo con nosotros... -¡Espero que tenga razónl ¡Si no los demandaré a todos ustedes y a su maldito hospital! El médico borra una sonrisa que tenía en el ros- tro. Todo su cuerpo se tensa. Él también es del otro lado de Ia ciudad. Del mismo sector de donde viene este hombre. Pero, para é1, el Hospital SanJuan no está "maldito", como acaba de acusar el accidentado. En su corta experiencia en ese edificio ha salvado muchas vidas. Le ha cogido cariño. Es un hospital pobre, pero eficiente, aun tomando en cuenta sus estrecheces. Allí todos se esmeran. Sonríen. Hay solidaridad. La misma solidaridad que produ ce la falta de recursos en barria- clas pobres. Conoce el hospital de Pedernal. Es un lu- ¡lar muy eficiente, sin duda. Tienen la última tecnología. 'l'ambién caras frías como el acero de los aparatos que lray por todos lados. Va a decir algo. Siente e¡ el brazo la presión de la r)reno cle la enfermera. La mira'. Ésta mueve la cabeza de lrrclcr a lado. Se lleva un dedo a los labios. Laética de su ¡>xrf'esión le impide contestarle al enfermo. Se controla. No clice nada. -¿Por qué no me pueden mudar a Pedernal? f)regunta el accidentado. ¡
  • 11. 22 -Está muy quebrado -responde la s¡fs¡rns¡2-. Podria quedar peor. No es aconsejable moverlo ahora que hemos podido ponerle los huesos en su sitio. -Y si decido irme, ¿me lo pueden impedir? -Usted está inválido, por el momento, señor ----esta vez responde el médico-. Tendríamos que recibir una orden de su esposa, o de su representante. Si no, no dejaríamos que saliera. -Entonces estoy prisionero... -Como usted lo considere, señor... -dice fi- nalmente el médico. Da media vuelta y pafte sin des- pedirse. La enfermera se acerca. Dice: -Debe tener paciencia, señor Vargas. y resigna- ción. Todo sucede por algo, y nada sucede por nada... Dios nos lo mandó a nosotros, y por algo debe ser. Termina el sermón. Abre los ojos. Allí está la en- fermera sonriéndole. Recorre con su vista el rostro fino, exótico. Ha visto rostros similares en el Oriente; en islas de los mares del sur. Parecidos a los que transitan por las calles de su ciudad. Achinados; aindiados. Sólo que en su país han perdido el orgullo, la identidad. Además, están pésimamente arreglados. La cara sin maquillaje. Los cuerpos mal vestidos; sucios. Las mejillas flacas, sin brillo. Con hambre. Él ha descubierto el secreto. La be- lleza está allí, casi a flor de piel. Solamente hay que es- catbar un poco. Invertir en vestidos, polvos, maquillaje. Pagar un apartamento. Dades dinero. Te reciben como a un dios; un salvador. Tu inversiónpaga con creces. Es másbarato que pagar por hora, por dia. Y, además, hay cariño, hay gratitud. Le sonríe a 7a enfermera. -Hola, preciosa. ¿Cómo estás? -¿Tan rápido se ha repuesto, señor Yargas? Hasta me llama preciosa... El viejo está contento. Va por buen camino. A la enfermera le gustó su lisonja. 23 -Bueno... Ahora altrabajo. Hora de sus necesida- des -añade la enfermera mientras se agacha y saca de debajo de la cama una bacinilla plana y alargada. La empuja y la coloca debajo del viejo. Entre el yeso que cubre la cintura y la cama. -A ver, haga ya. La bacinilla está en posición. El viejo enrojece. Gruñe.Jamásleha sucedido esto. Se siente humillado. Cierra los ojos. No se mueve. Se niega a cooperar. -¿No tiene ganas? No importa. Puedo esperar. La mujer se queda allí, a su lado. Quieta. paciente. Él no la ve, pero siente su presencia. Siente el calor de su cuerpo llegar hasta é1. No es algo que imagina. Es real. Tiene ese don de captar la presencia femenina. La tlbieza, el olor, la esencia de la hembra. Se siente bien. Confortado, cuidado. -Me voy. Tengo quehacer. Ahora vuelvo. Mien- tras tanto, lléneme la bacinilla, ¿sí? Abre los ojos. Mira a su alrededor. Aquel cuarto lo oprime. Ve a través de la ventana. Es de día. Temprano en la mañana. El sol empieza abrillar afuera. Alcanza a ver una arboleda cerca del hospital. Más allá, pequeños cerros repletos de chozas miserables. Algunas brillan al reflejarse el sol en sus techos fabricados de hojas de zinc. Hay verdor entre las casas. "Por lo menos siembran", deduce. "seguro habitan allí muchos campesinos emi- grantes a la ciudad, que traen con ellos sus hábitos de trabajar la tierra y siembran lo que pueden en aquellas lomas áridas." Vuelve Ia vista haciala cama vecina. Su compañe- ro de cuarto se encuentra alli todavia. Famélico; tirado scrbre las sábanas mal arregladas. Medio difunto. Abra- t,xJo a su peluche de trapo. Amarrado el bracito a un trrbo de alimentos. Nada más. No hay monitores de apa- rlrtos sofisticados que dan vida, que espantan la muerte. lln sentimiento de disgusto por la presencia de aquel ¡
  • 12. 24 ser cerca de él recorre su cuerpo. Sube la vista y mira por la ventana interna. Observa la mesa larga con va_ rias enfermeras sentadas frente a ella. Las caras ilumina_ das por el resplandor que surge de la mesa. Ahora entiende: es un cuarto de cuidados intensivos. Las en_ fermeras están afuera, cetca, listas para auxiliar. ,,¿por qué no ayudan a aquel pequeño renacuajo en la cama de al lado? -se pregunta-. ¿por qué no se lo llevan a otro lugar? ¿Podrán dejarlo a él en el cuarto solo? Nece_ sita su privacidad. Él es alguien; es importante. El enano a su lado es un pobre ser; no es nadie.,, Mira el reloj. Son las siete. La puerta se abre. Cierra los ojos. Siente el movimiento de un grupo de personas que entran a su cuarto. Hablan en murmullos.Trabajan. Abre los párpados. Dos enfermeras y un médico joven, dife_ rente al que lo atendió, rodean al ser postrado en la otra c ma. Una enfermera sostiene el btazo raquítico bus_ cando el pulso. La otra le quita el camisón dél hospital y procede a limpiarlo con una esponja.'En¡uaga rrm y otm vez la piel amarilla colocada sobre huesos que sobresa_ len por doquier. Se pueden contar las vértebras, seguir con un dedo el contorno del esqueleto, percibir las pro_ tuberancias óseas de aquel cuerpecito enfermo. Erfin, "se podría usar aquel espantaio para una clase de anato_ mía. ¿Por qué está a mi lado?,, -Enfermera... -llama. -Sí, señor -responde una de ellas deteniendo su trabaio. -Acérquese, por favor. Tengo algo que solicitarle. La enfermera se acerca ala carna con una esponja en la mano. -¿En qué puedo ayttdarlo? No soy su enfermera, pero dígame qué desea para ver si lo puedo asistir. -Deseo un cuarto privado. 25 -¿Perdón? -Sí. Así es. Tal y como escuchó -repite con más fuerza-. Deseo un cuarto privado. -¿Un cuarto privado? Aquí no hay nada privado, señor. Esto es una sección de cuidados intensivos, y no hay nada privado -responde confundida la mujer. -¿No podrían sacar a ese... -se queda pensando unos segundos-, muchacho de aquí? La enfermera rie. Mueve la cabeza de lado a lado. -Imposible, señor. Estamos llenos hasta el tope. Muchos accidentados en el fin de semana, ¿sabe? -¿Y si pago algo? -insiste esperanzado. La mujer ríe de nuevo, -¿No sabe dónde está? Esto es un hospital públi- co, señor. No nos damos abasto... -Estoy seguro que con un poquito de buena vo- luntad -frota sus dedos con el signo del dinero- se ptrede arreglar todo... -sonríe y le guiña un ojo. La enfermera se pone seria. Ya no sonríe. -En este hospital las cosas no funcionan como usted piensa. Aquí estamos para trabajar por quien lo necesita. No nos fijamos en quién es, ni qué posee. Tie- ne suerte que está en intensivos. Si estuviera en otro departamento tendría cuatro o cinco compañeros por cuarto. Aunque, a veces, si recibimos muchos pacientes, ponemos una cama extra aquí -señala con su mano el espacio vacío cerca de la puerta*. Y ahora, me disculpa que tengo quehacer. Da media vuelta y prosigue lalimpieza del cuerpo a su lado. El viejo vira la cara para ocultar una expresión de clisgusto. "¡Tengo que salir de aquí!", decide. "¡Tengo clue salir de aquí!" Los ruidos a su lado continúan por algunos minu- tos. Poco después distingue el sonido de personas diri- giéndose ala salida y el golpe de la puerta al cerrarse. ¡
  • 13. 26 Pasa el riempo. El viejo piensa. Está disgustado por la falta de interés de su esposa. También se pregunta por quéJulio, su hijo varón, único vástago, no se há apareci_ do por el hospital. "Debe ser que sí ha venido, peró no lo han dejado entÍar", reflexiona. ^Esta átea es resffingida.,, "¿Qué estará haciendo Julito ahora?', , se pregunta. Lo recuerda alto, delgado, con un ligero parecido a é1, pero portador de más rasgos de su madre, físicos y espi_ rituales. Nunca heredó el caráctet, determinación y fár_ faleza que caracterizan a su persona. La personalidad de su hijo es más serena, menos anc¡lladora. Siempre medita antes de hablar. Muchas veces de su boca no sale nada, aunque se nota que su cerebro guarda pensamientos que mantiene en reserva. Otro tema que le disgusta es que está convencido de que su hijo le riene temor. y é1, Julio Yargas, no respeta a nadie que sienta el más mínimo miedo hacia su persona, incluyendo su hijo. Es cierto queJulito ha demostrado independencia algunas veces, como cuando decidió ir a estudiar a Europa en contra de su criterio de que Norteamérica era mejor; o sus múlti_ ples intentos de trabajar paraotros, despreciando el tra_ bajo que le habia ofrecido en sus empresas, iniciativas que pudo contrarrestar sólo ofreciéndole acciones y rei_ terando la promesa de que algún dia é1, Julio Vargas, hilo, estaria a cargo de todo, sin que su padre se lnÁis- cuya en nada. El viejo sabe que todas esas promesas no son verdad. Que mientras esté vivo, o, por lo menos, mientras mantenga integra su capacidad de raciocinio, nadie podrá impedir que visite su oficina rodos los días. Y nadie podrá evitar que todas las decisiones recaigan finalmente en é1. Mira a su alrededor. Nada ha cambiado. El reloj sigue su lento andar. El sonido detrás de su cabe za, ,tic, tic', está allí, invariable. Hace un esfuerzo, mira hacia arriba y descubre el misterio: el ,tic, tic,proviene de un monitor que, solitario, vigila su pulso y latidos. Se queda 27 mirando lapantalla. Le fascina. Cadayez que su corazón se encoge una lucecita se enciende, la máquina emite un 'tic', y un grupo de rayas se contorsionan y adquie- ren formas elevadas y bajas. ¡Qué gracioso! Todo eso refleja lo que es su corazónr un músculo más dentro de su cuerpo. Hace un esfuerzo e intenta acelerarlo. Mira el monitor. Nada sucede. El corazón no se puede manejar con la voluntad. En ese momento una pregunta penetra en su cere- bro. ¿Por qué lo tienen amanado a aquel aparato? ¿Por qué escuchan su corazón? ¿Les preocupa que esté daia- do? ¿Que pueda detenerse? Observa la máquina con in- certidumbre. Le obsesiona el 'tic, tic'. ¿Y si de repente deja de escucharlo? ¿Si su corazón se paraliza? ¿Lo sa- brán ellos allá afuera? Mira por la ventana y ve a las enfermeras sentadas en la mesa larga, El 'tic, tic' es un sonido leve, insignificante, incapaz de traspasar la ba- rrera de la puerta, la pared o el vidrio de la ventana. Jamás escucharían si se detuviera. Además, ¿cuántos'tic, tics' habrá en aquel recinto? Muchos. Dijeron que era una sala de cuidados intensos, o algo así, y en aquel barrio debe haber muchos enfermos y heridos. Mira hacia un lado y ve unos ojos grandes obser- vírndolo. No ve nada más. Sólo dos ojos grandes, increí- l>lemente hermosos. Se abren redondos como preciosas rnonedas de plata. En su centro, una pupila negra, pro- firnda, flota tranquila. El viejo cierra los párpados. Los vrrclve a abrir. Los ojos están allí. Mirándolo. Curiosos. Nota las pestañas largas; las cejas espesas, negras; todo rr¡clcando aquellos globos inquisitivos, intensos, pero al rrrismo tiempo delicados. Concluye que su compañero de ( ulrrto ha sido trasladado o que está muerto. Que lo reti- rrrrrn sin que él se diera cuenta y que en su reemplazo lurn traído auna niña preciosa, dueña de esos ojos que l);rr'('cen extraídos de una pintura de ángeles. Observa un ¡xrr'«r más y nota que es el mismo cuerpo raquítico, fa- ¡
  • 14. 28 mélico, enfermo, el que rodea aquellos ojos maravillosos. La niña abraza con fuerza al muñeco de trapo, hecho de reta_ zos de tela de muchos diseños y colores. ,,¡No puede ser!,,, reacciona. Recorre de nuevo con su vista la cama vecina y concluye que nada hacambiado. Están allílasmismas sába- nas verdes, zurcidas, con el nombre del hospital inscrito por todos lados, y el mismo cuerpecito flaco y cansaclo. Voltea su cabeza y piensa. ,,No es un niño... ¡Es una niña!, y está muy mal. pero esos ojos, ¡Dios mío, esos ojos...l No puede estar tan enferma.,, Escucha entonces una vocecita que le dice: -Te pareces un poco a mi abuelo... Aquello no le gusta. Él no puede parecerse al abue- lo de esa chiquilla. El color de la piel de la niña es mo- reno y el de él es blarrco. Ella es ,¡na mezclay él es puro, de ascendencia conocida. Las personas de su claie se enferman en el hospital de pedernal, y no en los de caridad. Además, los nietos de hombres parecidos a él jamás contraerían una enfermedad como la que tiene esa pobre infante, producto, estaba seguro, de la desnu_ trición y el descuido. Decide ignorarla. Cierra los ojos y se queda dor- mido. Lo despierta el bullicio que tiene lugar a un lado de su cama. Gira su cabeza y observa a una multitud que rodea a su compañera de cuafto. Aunque no es exactamente una "multitud", sino que en la pequeñez de la pieza las cinco personas danla impresión de muchedumbre. Nadie se da cuenta de su presencia. Lo ignoran y ponen toda su aten_ ción en la pequeña, que está con la cabeza recostada en una almohada grande. Ella sí se da cuenta de que él los observa. Fija sus ojos grandes en é1, como bolas de luz, y sonríe. Un escalofrío 1o recorre de aniba a abajo. Hay algo en aquella mirada, en aquella sonrisa, que lo perturba. 29 Mira nuevamente a los seres que han invadido su habitación y un sentimiento de furia lo cubre por com- pleto. ¡¿Cómo puede el hospital permitir una violación de su privacidad en forma tan flagrante?! Recuerda su tiempo de estudiante universitario en el norte cuando tuvo que compartir su habitación con un joven alto, desgarbado, procedente de un pueblo de Kansas, que se pasaba la mitad de la noche con todas las luces prendidas estudiando, y la otra mitad lanzando eructos y gases. Eran pocas las palabras que habia intercambiado con é1. La principal: "Hi". Quizá por eso su primer reclamo habia sido tímido. El gringo lo habia mirado con curiosidad, de arriba a abajo, no respondió y se volvió a sumergir en sus tareas, sin apagar la Luz. El sentimiento que lo invadió fue tal que estuvo a punto de atacarlo, aunque se contuvo en el último momento, ins- pirado por una chispa de sapiencia: el norteamericano era más grande y fuerte, y estaban rodeados por otros de su clase que no hubieran dudado en acudir en ayuda clel agredido en contra del extranjero. Se limitó a pedir su traslado, y cuando no obtuvo ningún resultado, se compró un protector de ojos y unos audífonos que co- l<lcaba en sus orejas hasta que, arrullado por la música, se quedaba dormido. Ese mismo sentimiento de cólera Io invade esa rrr¿rñana en el hospital. Pero esta yez no se tiene que ('()ntener. Los que lo rodean no son fuertes e intocables. Son criaturas inferiores a é1. Sus ojos recorren los vesti- tlos humildes, las pieles oscuras, los zapatos gastados y ¡r«rlvorientos. Hay una señora vieja, con el cabello ne- gro, lacio, cayéndole en cascada en sus espaldas, reco- giclo en parte por un trapo de colorines. Dos aretes sinrples cuelgan de sus orejas, de huecos exageradamente :rl;rrgados y grandes. Su piel está toda arrugada. Es la ¡rr.irrrera que se vuelve hacia é1, siguiendo la mirada de l.r rriña. La vieja no sonríe. Lo mira primero con curiosi-
  • 15. 30 dad, después con un trazo de temor, quizás al observar que el accidentado no es de la misma clase que ella. Se vuelve y continúa mirando a la pequeñu, ,r.rqr. de vez en cuando vuelve los ojos furtivamente sobre él hombro clavando las pupilas en las del viejo. El hombre observa de nuevo a la niña. Está dis_ ttaida, contenta de estar rodead"a por aquellas perso_ nas. La sonrisa nunca abandona sus labios. Se ha transformado. Aquel cuerpo débil y esquelético ha ad_ quirido un áurea de dignidad que no se ve, pero que impregna todo a su alrededor. Igual a como quedan ios zapatos fatigados de tanto andar cuando saien de ser reparados. El viejo aprovecha paÍa recorrer con su mirada el pequeño cuerpo enfermo. La misma cabelle_ ra está al7i, corta y repleta de agujeros a través de los cuales se dibuja el cráneo. La cubre la misma bata ver_ de de hospital, salpicada de manchones negros con el nombre de la institución por todos lados. De ella sur_ gen dos bracitos delgados, como ramiÍ.as sin hojas des_ pués de una tormenta. A uno de ellos está sujeto el único tubo que sale de su cuerpo, y que asciende a una bolsa plástica que la suple de un líquido denso, trans_ parente. El otro abraza contra su pecho a su muñeco de trapo. La niña sonríe. A su lado sus acompañantes parlotean, todos al mismo tiempo. Los dos niÁos gran_ des, la niñita pequeña, el hombre y la mujer. Tá¿os hablan y ríen, menos lavieja, quien permanece callad,a en la parte inferior de la cama. La mujer lo mira de reojo. parece preocupada. Vuelve la vista a sus acompañantes, y nuevamente hacia é1. Parece ser la única que está consciente de su presen_ cia. Todos hablan y ríen en voz baja, pero, aún asi, la mujer está intranquila. El viejo lo nota y a ella dirige su comentario: -¡Estamos en un hospital y necesito descansar! ¡Hagan el favor todos de salir! 3t Todos se vuelven hacia é1. El hombre, la mujer, los tres niños y la niña enferma. La señora mantiene en él la mirada que tenía antes de que el viejo hablara. La que responde es la niña: -Me están visitando, señor. Son mi familia y me están visitando -trata de sonreír. En ese mismo instante el hombre rodea la camay se acerca a la del viejo. Tiene un sombrero agarrado nerviosamente entre sus manos. Está vestido con una camisa raida pero limpia, desteñida de tanto lavarse, pantalón que le queda grande y zapalos gastados. Pelo negro y lacio, como la niñ.a, y rasgos también pareci- dos a los de ella. El viejo piensa que es el padre, pero se equivoca. -Perdone, señor. Pero venimos a visitar a mi so- brina que está muy enferma. -Yo también estoy muy enfermo y necesito re- f)oso -responde molesto. -Js¡srn6s derecho a visitar... El viejo no espera que el hombre termine. Lo inte- rrLlmpe exclamando: -iY yo también tengo derecho a mi tranquilidad! ¡Sulgan de aquí, por favor! El hombre intenta hablar de nuevo, pero es inte- llrrrnpido por segunda vez'. -¡Me importa nada...t ¡Estoy todo roto y tengo que t lt'st:ansar! El viejo observa alrededor del hombre. Ve que ( ir)('() pares de ojos están clavados en é1. Se detiene por un instante en los ojos de la niña. Están dilatados, refle- ¡.rrrtlo un ligero destello de temor. La mujer tiene tomada .r lrr niña por una mano, y con la otra libre le acaricia l('ntilnlente el cabello. '-El señor no nos puede impedir visitar a la niña rli«'t' el hombre, satisfecho por haber podido al fin , ,rnlllt'tllr una frase. t
  • 16. 32 - El vieio escucha aquello y está a punto de ex_ plotar. ¿Cómo un hombre con ropas viejai, dicción im_ perfecta, rasgos de pobre, se atieve a'informarte qre é1, Julio- Yargas, promotor inmobiliario de ,".ro-br",puntal de la sociedad, no puede impedir que esa .hrr_ ma le _interrumpa el sueño? Comienza a ponerse rojo y estalla: -iPedazo de imbécill ¡Largo todos de aquí o los mando a sacar a patadast. -¿A quién va a mandar a sacar a patadas, señor Yargas? -se oye üna voz desde la puerfa. Entra la enfermera de la mañana, la del pelo negro y rasgos finos. pero él no nota nad,a. Está furioso. eüre la boca para decir algo,.pero la enferme ra se acerca a la cama rápidamente, le pone las dos manos sobre los hombros, y 1o empuja lévement e hacia abajo, recostán_ dolo nuevamente sobre el colchón. Le dice con tono calmado: -Usted no puede sacar a nadie de aquí, señor. Ellos están en su derecho. Es la hora de visitas. -¡A mí no me imp...l -¡Shhh!-le dice quedamente la muchacha, mien_ tras le toca los labios con los dedos_. Sí debe importar_ le. No puede ir en conrra de los reglamentos del háspital. El viejo mira a su alrededor. Todos en la hibita_ ción tienen la mirada puesta en é1. Siente entonces una urgente necesidad de establecer su autoriclad, su posi- ci6n. Trata de levantarse, y ruge: -¡¿Quiénes se han creído ustedes?l La enfermera lo sujeta con firmeza por los dos hombros e impide que se incorpore. El viejo destila rabia. Su cára se enrojece , aprieta los dientes. parece un globo demasiado inflido, apr.rro de estallar. La enferme ra ensaya una sonrisa y le da tres palmaditas en uno de sus hombros, diciendo al mismo tiempo: 33 -Cálmese, señor Vargas. Nada va a sacar con enojarse, salvo ponerse peor. -iNo me regale más palmaditas, señora! ¡No las necesito y me molestan mucho! -responde el viejo, marcando cada silaba. -Perdone usted... -¡Excusas me deberían pedir por permitir este "baile" aquí...! *señala con su mano sana a las personas en la cama de al lado. *Esta gente -señala al grupo a su lado, el cual se ha compactado, como si buscaran protección los unos de los otros- está en su derecho. Son las horas de visita y se les permite entraÍ a ver a la niña. -¡¿Y mi privacidad?! ¡¿Ahh?! ¡¿Qué pasa con mi pri- vacidad?l ¡Tengo derecho a ella, ¿o no?! *la mira desa- liante. -Por supuesto que sí.... -responde la enfermera cn tono conciliador-. Pero tiene que ser un poco tole- rxnte y esperar que la hora de visitas acabe. El viejo no habla. La mira y recorre con los ojos el grlrpo a su lado. Al final cierra los párpados. -Trate de descansar... -concluye la enfermera r'on dos palmaditas más en el hombro del viejo. Éste se controla. Cierra los ojos y escucha cuando l:r ¡ruerta del cuarto se abre y la enfermera sale. Su fnente se aparta de los susurros en los que se ha con- vcrtido la conversación animada de l.a cama de al lado. l)(' l)ronto intuye que hay algo que le hace falta. Siente rrnrr <rpresión leve en el pecho, dentro, enla garganta. l..r irrragen de un vaso de vino aparece, y la opresión ,nln(:nta. Comprende que tiene sed, y que aun si pide ,rliuir no podrá aliviar la resequedad que siente en sll l.rrirrgr:. Concluye rápidamente que lo que necesita es r rr r I rr rcn trago de vino. Recuerda el color rojo oscuro del
  • 17. 34 líquido tu_rbio, pesado, su olor áspero y seco, y aumentasu ansia de tener entre sus dedos una copa,y frente a éluna botella completa. Sus manos-.omi.nzan a temblarmientras recuerda la sensación a.t clelicioso caldo deuvas invadiendo su boca, chocando bajand,o p "r rls^r"are. su lengua ..:;:#i3rTfl ::rl3:comienzan a secarse. Entreabre un ojo. Observa el grupo de personascerca de é1. Se siente acorralad,o. No puede deshacersede los molesros visiranre_s, y ";;*;;. llamara la enfer_mera y pedirle una botella de vino. Eso no. Sería ilógico;en contra de las ,"glT de aquel lugar. Además, "á;;;:siera exponer sus debilidader. ñ"-.o_prenderían. Leperderían el respeto. ¿eué hacer? Llamaráa su abogado.Le pedirá que le Íaiga una botell, A. Ur.., ir;;camuflada dentro de su maletin. fe-ár¿enará que le trai_ga una al dia. No, mejor dos. De "*..1"r,. vino español.Denso y seco, como debe ,", ,oJo Lren vino tinto.En eso recuerda el maletín. No el a"f uUágáao,sino su maretín. Er que lrevó a tr.um de Nitzia con el :rr:,i:::"-i:"":r3:!ur^ enseñarte a ta muchacha pobretrr arcance de su pod.er._Sie¡te pánico. ¿Dónde est¿ ál ma_letínz Estaba en el baúl de J ;;;; .'rando sucedió elaccidente. ,,Allí debe estar,,, ,. .o.riorrr. ,,Nadie lo pue_de haber tocado. pero, el auto está .o., t, policía. y Iapolicia es curiosa. seguro habran lbierto er maretero.,,Tiene que mandar a álguien , nrr.urfo. piensa en suabogado.,,¿Dónde esrará ese inútiliJ rV ,, "rpo, a? ¿Dón_de está? Debería estar,alli, junto a'á1. tgrrl que esaspersonas están iunto a la niña que quieren. pero, ¿acasoIo.quiere su esposa? nor.rprJrÁ¿;; "". euiere a suIglesia, pero a él no. y é1, ¿ia nmal Ár.rr de su edadella se conserva delgada, *¡"rrf, ;,;, Sus manerasson pausadas y sus ojos revela., ,.r, inteligenci, ;;;y_sual.-Su.pelo negro, salpicado d" .r.rrr, recogido Iamayoría de las veces en un moño severo, se convierte 35 en cascada sensual las pocas veces que acepta irse a la cama con é1. Allí se da cuenta de que ella lo quiere, y que él tarhbién siente algo de cariño hacia elli. La re- cuerda y le hace falta. ¿Seguirá el maletín en el maletero, o habráya sido abierto por la policía y divulgado su contenido? Si esto ha pasado, está perdido. Maldice su indiscreción. Se arrepiente de haber querido darse aires de grandeza. Nitzia es una pobre mujer, fácil de embaucai. No era necesario deslumbrarla con el alcance de sus proyectos ambiciosos. Era suficiente llegar en su automóvil iu¡oso, vestir bien, y dejarle un par de billetes ahos al salir del lr-rgar. Medita y concluye que, en el fondo, lo que suce_ clió es que él necesitaba comunicarle a alguien lo inge_ nioso de su plan; presumir acerca del detalle .o., qr. lo lrabía concebido todo. ¡De nad,avale creaÍ, conquistar, ,4anar, si no hay público! pero como aquello que fragua_ lxr no podía ser conocido por nadie importante pues lrabría ido a dar con sus huesos a la cárcil, había áeci_ tliclo pavonearse frente a un ser insignificante, sin con_ t;r('tos, que no podia más que aceptar sus planes como ,rlgo genial, proveniente casi de un dios. Se equivocó. Nitzi¿r no sólo rechazí el proyecto, sino que discutió a I, r vt ¡r <Je quienes serían afectados y, además-, esquivó toda r¡rtirtridad. Al final, frustrado y con unas copas de más, lr;rlría metido de nuevo los papeles en su maletin,y partió r.rf slr auto a toda velocidad. A partir de allí es poco lo (llr(' r'ccuerda: luces pasando a su lado, su vehículo sal_ l.rrrtlo cn los huecos de una carretera mal pavimentaday rrrr ¡1«»lpe seco que se convirtió en estruendo al retorcer- r,r, t'l nletal. Nada más. Vc que sus vecinos se inclinan sobre la enferma y l.r lrcsrrn. "¡Qué bien!", piensa. ,,Se van. ¡Al fin podré te- rrt'r :rlgo más de tranquilidad!,, Mira al hombrl que en ,r,¡rrcl rnorrento se despide de la pequeña, acariciándole l,r ,,rlrt.z¿r y sonriendo, y piensa que quizás él poclría ¡
  • 18. 36 ayudarlo a encontrar su maletín. Si el auto quedó allí algunos minutos antes de que alguien de autoridad lle_ gara, estaba seguro de que ,r, p.it..r. ncias habían sido robadas. "Es el peor bairio de ia ciuda d,,, ,uronu,-,y'áÁ un segundo pueden hacer desaparecer un erefant.,l. ,,8r,. señor tiene cara de ser de ese territorio, de conocer el submundo de relaciones que existen en toclo lugar en donde impera la miseria, yposiblemente puede encon_ trar mi maletín.,, Comienza a fraguar un plán prru .rpto_ rar esa avenida. Las personas se van. El cuarto queda solo, salvo por la niña que fija los ojos en é1. La mirade reo¡o. fogm ver que está reclinada sobre sus almohadas, cán ,, Ir_beza ligeramente ladeada, mirando hacia su cama. Er muñeco de trapo está firmemente apretado contra su pecho. Intenta hacerse_el dormido p..o.ro lo logra. -¿Te puedo hablar? _llega iapiau la pregírrta. _ El viejo emite un gruñido .-rrati de darle fí.rfáf_da ala niña, pero no lo áonsigue. Su cuerpo está fijo por el yeso pesado que cubre sui piernas. -¿Por qué te molesta que me vengan a visitar? -pregunta la niña con voz cándid,a. ^ El viejo decide no responder. Mantiene cerrados firmemente los párpados. *¿Te estás haciendo el dormido? Mi abuelito tam- bién se hacia el dormido cuando se cansaba de hablar conmigo. "El camino a los familiares es a través de la niña,,, Íazona. -¿Y Io despertabas? _se vuelve hacia lapequeña mientras hace Ia pregunta. , Nota que la cara de la enfermita se ilumina con sus palabras. Los ojos se agrandan y la boca se extiende en una sonrisa limpia. Entonces ríe, y una cascada de soni- dos alegres invade la habitacilrr. 'U ,i.¡o se siente incó_ modo, pero recuefda su objetivoy tfata a'suvezde sonreír. 37 -¿Cómo te llamas? -es lo único que se le ocurre preguntar. *Mercedes -responde la niña-. Pero me dicen "Mechi". -Nechi... ¡Qué nombre tan lindo! -dice el viejo, intentando ocultar la falta de interés que siente en Ia con- versación. -¡No "Nechi"...! ¡Mechi! ¡Con,,eme', de,,mamá',! -explica la niña, agitando un poco sus bracito s para hacer énfasis en la aclaración. -Bueno, "Mechi", con "eme". ¿Cómo estás, Mechi? Yo me llamo Julio. Me puedes decir: "don Julio". -Hola, Julio. ¿Cómo estás? -saluda la niña. -Yo muy bien. ¿Y tú? *Yo estoy muy bien también. Contenta porque me vino a ver mi familia. -¿Vienen todos los días? -intenta averiguar el viejo. -No. Solamente los fines de semana. Hoy es sá- lrado, ¿sabes? Mi mamá sí viene todos los días. "¡Es sábado yar.", cavila el viejo. "Mi visita a Nitzia f r-re un miércoles. ¡He pasado tres días en este miserable lugar!" Un sentimiento de contrariedad lo invade. "¡Tres rlías perdidos en este hospital!" -¿No sabías que hoy es sábado? -oye que la v<>cecita pregunta. -No, no sabía... -se oye responder. El viejo decide dormirse. Ya habrá otros momen- l()s para hablar con esa niña. -¿Te pones triste los sábados? -pregunra la niña. El viejo no responde. -Ya sé. Estás triste porque nadie vino a visi- l:tt'te, ¿nO? Siente que la contrariedad que habia comenzado ;r irryadirlo momentos antes se expande, y que la rabia r,t' rrpodera de é1. "¡Nadie ha venido a visitarlo! ¡Nadie!" l,rr vocecita de la niña 1o saca de su abstracción: ¡
  • 19. 38 -No te preocupes, Julio. yo sí te visitaré... Es 1o último que escucha antes de que el sopor del sueño lo invada. Lo despierta un estremecimiento en el cuerp o y una voz que le dice: -¡Despierte, despierte! ¡Es hora de tomar sus me_ dicinas! Abre los ojos y observa que el rostro de la enfer_ mera está muy cerca de é1, sonriéndole. -¿Cómo ha dormido? ¿ya se calmó? -¿Qué pregunra usted? -¡Ahhh! Es de los que responde preguntas con otras preguntas, ¿no? -No entiendo.,. -dice el viejo, confundido. - -Todo lo que quiero saber es si se encuentra ya bien. Si se repuso del .,trauma,, (pronun cia la palaira con ironía) que tuvo al ver atoda esa gente a su alrede_ dor. El viejo, con trabajo , levanta un poco la cabeza y observa sobre su hombro izquierdo el lecho vecino. La niña está dormida, tirada sobre la sábana, sin cubrirse. Su cuerpecito ha vuelto a adquirir esa calidad famélica que notó en un principio. Sin sus ojos abiertos, la criatura parece una caricatura de lo que es un ser humano, con sus cabellos desordenados y el cuerpo flaco, macilento. Parece una marioneta abandonada sobre la cama, con sus extremidades inmóviles por la falta de movimiento en los hilos. Un sentimienro de incredulidad roza al viejo. La niña que hace unos momentos le hablaba no puede ser el esperpento que está botado alli, a su lado. No obstante, rápidamente 7a saca de la cabeza y le dedica su atención a la enfermera- -Señorita: estoy muy bien, gracias. Aunque nece_ sito varias cosas, por favor. 39 -A ver en qué podemos servirle, señor Vargas... -contesta, al mismo tiempo que sacude un termómetro y trata de ponérselo en la boca. -¿Cómo voy a poder hablar si me mete eso en la garganla? -pregunta el viejo, al mismo tiempo que con slr mano sana toma el brazo de la enfermera e impide que ésta lleve a cabo sus propósitos. -Tiene raz6n. Perdone -dice la enfermera, retirando el termómetro-. Ahora, dígame, ¿qué se le r¡fiece? -Necesito varias cosas. Primero, que llame a mi rrbogado. Quiero que venga enseguida. Segundo, nece- sito los periódicos. Todos los publicados en este país. Y l<rclos los días. Y, tercero, desearía hablar con el taller en rlonde está mi auto. -Bueno, veamos... Lo primero trataré de hacerlo ill)cnas termine las rondas en la sala. Aunque, le advier- l(), cs sábado y tengo entendido que los abogados no I r rrlrajan los sábados. -Llámelo de todos modos. -¿Tiene el teléfono de su casa? Seria más fácil... -No... No lo tengo. -Bueno. Si quiere llamo a su esposa... Lll viejo se imagina a la enfermera ll.amando a su ('sl)()sa. "Aló. ¿Sí? ¿Señora Yargas? Sí, de parte de su es- ¡r, rso. Que si puede venir al hospital. La quiere ver. Sí. l'lst:r lrerido. ¿No lo sabia...? ¿Por qué no ha venido...?" l'rr'lir:re que no haga esa llamada. Si ella no ha querido vr:ritrrll<r él no Ie va a rogar. ¡Por supuesto que nol ¡Se l)ut'tlc ir al diablo...! '-No. Por favor, no la llame... -¿Telefoneo a alguien más? ¿Tiene hijos? Srr mente recuerda aJulito, convertido en un hom- l,r,',r su sombra. Tampoco ha venido a visitarlo. ¡Maldi- lr I r,(';l str hiiO! N<t... No importa. Gracias. ¡
  • 20. l;7- 40 -De todas formas marcaré el número de su abo_ gado. Debe de estar en recepción. Estuvo hace dos días por aquí. "¿Hace ya dos dias?", piensa con sobresalto. ,,Vino, arregló todo lo necesario para que me quedara en este espantoso lugar y me abandonó. y como es sábado, no podré hablar con él sino hasta el lunes.,,Apretó los dien- tes y se contuvo para no Tanzar una maldición. -Lo segundo será imposible de cumplir_oyó que la enfermera le decía. -¿Cómo dice? . -Es imposible que el hospital le traiga los perió_ dicos, señor Yargas. Esto no es un hotel. No tenemos tiempo para otra cosa que cuidar enfermos. -¿No pueden hacer algo tan sencillo como com- prar los periódicos? -pregunta irritado. -No, señor -responde la mujer_. Imposible. Lo prohíben las reglas. -¿Qué más prohíben las reglas? _pregunta con ironia-. ¿Ctrar a la gente también? -No merecemos eso, señor yargas. Usted fue traí_ do aquí en muy malas condiciones y lo estamos curando. -Bueno, bueno. Lo siento... Me ofusqué =finge arrepentimiento. -Ahora, sobre su tercer deseo, eso va a tener que averiguarlo con la policía. -¿Con la policia? *Sí. Ellos fueron los que lo trajeron aquí. Supon_ go que tienen su auto. -¿Usted cree? -Podrá pronto preguntarles usted mismo. Nos pi_ dieron que los llamátamos apenas pudiera hablar. -¿Llamarlos? ¿para qué? -pregunta alarmado. -Vamos, vamos. No se preocupe. Es sólo rutina. Sucede cada vez que hay algo grave. Seguramente le harán preguntas sobre su accidente. 4t El viejo no dice nada. La enfermera continúa ha- blando: -Bueno, ¿algo más antes de continuar? -pregun-ta sonriendo y sosteniendo en alto el termómetro. -No. Nada más. Gracias. La enfermera, sin esperar, introduce el termóme- tro en la boca del viejo, quien lo acepta resignado. Mien- tras espera, se reclina bajo la cama, sac?t la bacinilla y la coloca bajo el cuerpo del accidentado, diciendo: -Ahora sí tiene que ayudarme con algo, don Ju- lio. No ha hecho nada en tres días, y algo tiene que te- ner adentro, aunque sólo se haya alimentado por venoclisis. El viejo se resigna a su suerte y planea tratar de t'omplacer a la enfermera una vez que ésta salga del ('Lrarto. La puerta se abre y enfra el médico interno. -Buenos días, señor Vargas. ¿Cómo se siente hoy? El viejo sonríe. Sabe que ése es el saludo usual en rrn hospital, y que al doctor en el fondo no le importa con é1, o con cualquiera de sus pacientes. No se siente mal, tampoco bien. No le duele nada, sol<¡ está incómodo; muy incómodo. -Igual que ayer, doctor. Nada ha cambiado. *Entonces se siente bien, ¿no? *Regular, doctor. Y nada puedo hacer para mejo- r,rr'. Iiso tendría que incluir salir de este lugar. -No se da por vencido, ¿ah? -se acetca, le da rrrr;rs palmaditas en el hombro y sonríe. Ill doctor le saca el termómetro de laboca, mirala ll'ilrl)c'ratura, saca un estetoscopio y le ausculta el pecho lr rt'irua cle "su'pijama. -No va a escuchar nada si no me desabrocha la , ,ililirirr -opina el viejo. -No se preocupe -responde riendo el doctor-. Tie- rr,'r'l trrrarzón tan fuerte que se oye a través de sus pijamas. I
  • 21. 42 De repente al viejo se le ocurre una pregunta: -¿Por qué no tengo puesto un camisón de hospi_ tal como el de la niña *señala a su yg6j¡2_, y.., .r-_ bio visto pijamas nuevas? -Muy sencillo, señor Vargas _interrumpe la en_ fermera-. A ella sus parientes no le han traidc: ropa, pero a usted sí. -¿Vino alguien a verme? ¿A traerme ropa? -Bueno, déjeme ver... -reflexiona la enferme_ ra-. Antes de ayer vino su abogado y ayer su chofer. -¿Vino mi chofer? -Sí. Ayer. A traerle sus cosas. -¿Nadie más? -No que yo recuerde. ¿y usted, doctor? -Esta mañana me visitó su hijo para preguntarme cómo se encontraba. -¿Esruvo aquí mi hijo? -Esta mañana *confirma el doctor_. Me pidió que le informara que había venido a visitarlo -¿No subió a verme? - _ -No. Creo que no... -responde el doctor_. ¿Us_ ted lo vio aquí arriba, enfermera? -No. No lo vi... -¿Pudo haber entrado a mi cuarto y encontrarme dormido sin que usted se enterara? -se dirige a la en_ fermera con un dejo de ansiedad en el tono de su voz. -Podría ser... Aunque, ¿a qué hora vino, doc_ tor? -pregunta la mujer. -Como a las diez... -Yo estaba de turno. No sa1í ni un momento de la sala. No llegó nadie preguntando por usted. -¿Qué le preguntó mi hijo? _se dirige al docror. -Quería saber sobre su estado. -¿Usted qué le dijo? -Laverdad. eue usted está muy delicado. eue su_ frió múltiples quebraduras, y que se iendrá que {uedar 43 con nosotros una buena temporada. Hasta que poda- mos moverlo. -¿Ofreció sacarme de aquí? -No. No lo hizo. -¿Le dijo que regresaría? -Tampoco...*Qué extraño... -Eso mismo pienso yo -agregó la enfermera. El viejo se pone tenso. La mira fijamente. Pregunta: -¿Qué ha querido usted decir con eso? -Pienso en lo mismo que usted, señor Vargas. -¿Y qué es 1o que pienso yo? -pregunta ense- guida, cargando con énfasis cada una de las sílabas pro- nunciadas. -Bueno... ¿Desea la verdad, señor? -sí... -Que es muy extraño que un hombre como us- It'cl tenga un accidente grave, y que los únicos que se ll;arezcan por aquí sean su abogado y su chofer. Y sólo lo lracen tnavez para arreglar el papeleo, entregarle su r'( )l)a y enseguida desaparecer. -Me dijo que mi hijo vino también... -Es verdad. Lo siento. Me olvidé... Entonces agre- ¡1o a mi extrañ.eza que su hijo venga dos días después, l)r'('gunte por usted, y que no espere la hora de visitas ¡xrrrr subir a saludarlo. -Seguro vendrá más tarde... -Ojalá sea así. Aunque le pidió al doctor -lo se- rr.rlrr- que por favor le informara que había venido a lrsillrrl<¡. -¿Qué tiene que ver eso con su retomo hoy? -pre-¡lrrnlrr cl viejo molesto. -No sé... me pareció que con eso le mandaba ,lct ir' «¡rre ya habia venido y cumplido. -¿.Usted cómo se atreve a interpretar lo que dijo rnt lrilo? ¡
  • 22. 44 -Lo siento. Solamente le he dado mi opinión acer_ ca de lo que me pareció que su hijo quiso decir, señor Yargas. Usted me la pidió. -Bueno, bueno... -interviene el médico-. Aquí curamos, enfermera, y no servimos de mensajeros ni de consejeros. Por favor recuerde eso. -Sí, doctor. Un silencio denso se apodera del cuarto. A los pocos segundos el viejo lo rompe y pregunta: -¿Me hace un favor, doctor? -Si puedo, con mucho gusto. -¿Me podria conseguir un teléfono? El médico y la enfermera se miran. -Lo veo un poco difícil, señor yargas. -¿Por qué, doctor? -No tenemos extensiones en los cuartos de cui- dados intensivos. Generalmente los que están aquí no los utilizan. -¿Porque están muy mal? -pregunta el hombre. -Porque están muy mal y porque no tienen a quién llamar, señor Vargas. La gente que atendemos es en general muy pobre. Gente de los alrededores. Sin teléfono en sus casas. Usted es un caso especial... -¿Me quiere decir que no puedo llamar por teléfono? -Podría si pudiera levantarse e ir hasta la consola de control -señala por la ventana el escritorio en torno al que varias enfermeras trabajan-. pero, lamentable- mente, no puede -toca con sus nudillos el yeso que cubre las piernas del viejo, y un sonido seco y hueco se desprende. Al doctor pargce gustarle el sonido, y vuelve a sonar: 'toc, toc'. Sonríe. El viejo no le encuentra gracia al asunto. -Entonces, ¿qué hago? -La verdad: no sé. Déjeme pensar -responde el médico-. Ahora, vamos a terminar con su examen. 45 El viejo está satisfecho. El doctor interno y la enfermera han partido. No obstante, les ha podido extraer la pro- rnesa de que llamarán a su abogado, a su esposa y a su lrijo, y que le dirán a los tres que él ya está despierto y que desea hablar con ellos. También le han prometido r¡ue estudiaránla forma en que le puedan conseguir los periódicos del día, todas las mañanas. Oye una vocecita: -Te vino a visitar tu hijito, ¿no? Sorprendido vuelve la caru y mira ala niñita, quien Io observa con los ojos bien abiertos. Está reclinada en su almohada, con uno de los brazos bajola cabeza, sos- tcniéndola. -No estabas dormida... -No. -¿Escuchaste todo lo que hablamos? -Sí. -Entonces, si ya sabes que mi hijo me vino a vi- sit:rr, ¿por qué preguntas? *la cuestiona el viejo. La niña evade la pregunta e interpela a su vez: -No subió a verte, ¿por qué? -Yo estaba dormido. .. -'trata de justificarse. -Cuando mi familia me viene a -vet y yo estoy , lorrnida, siempre me despiertan... El viejo la mira con turbación y balbucea rápido: -Tu familia y la mía son diferentes... -Pero estás muy enfermo. Te debieron de haber ,k's¡rcrtado para que tu hijo te saludara... El viejo decide no contestar. La niña insiste: -¿Tu hijo volverá hoy a verte? til viejo no contesta. -¿Tu hijo es chiquito así como yo? I'll viejo se vuelve y la mira. Se encuentra con los illo:i f{ttodes, hermosos, mirándolo. Al fin responde, rrrrrnrtrrando en yoz aha: ¡
  • 23. 46 , -No, por supuesto que no. Es tan viejo como el doctor. *¿Como el doctor? _pregunta la niña con asom_ bro. -Sí, como el doctor. -¿Y cómo tienes un hijito tan viejo? El hombre sonríe. El comentario le ha hecho gra_ cia. Responde, en tono de explicación: -Mi hijo es viejo porque yo soy más viejo, linda. Cuando tú crezcas tt papá se va a poner también 'mayoÍ, así como yo. -Yo no tengo papá... _dice laniña, compungida. -¿Dónde está ru papá? La niña no responde nada. Se encoge de hombros y baja la comisura de sus labios. -¿Tu mamá qué re ha dicho de tu papá? De nuevo la misma respuesta silenciosa, seguida con el encogimiento de hombros y la expresión de tris_ teza en la cara. -Entonces, ¿nunca has conocido a tu papá? La niña responde con un susurro: *Sí..., pero se fue... "Bueno" *murmura el hombre para si_ .,.¡Otro caso típico de padre irresponsable y madre soltera!,, -¿Cómo. . . ? -pregunta la niña, que no alcanza a oir. -Nada, nada... -¿Ya a venir tu hijito a visitarte? _insiste la niña_. Lo quiero conocer. El viejo no le contesta y se queda dormido. 47 y un saco deportivo azul marino con seis botones dora- dos en el pecho, quien lo observa con cara seria a un lado de la cama. Pregunta con aspereza: -¿Qué haces aquí? -Pediste que me llamaran, ¿no? -responde el hijo con tono defensivo. -¡¿Tengo que mandarte a buscar para que te dig- nes pasar a verme?! -pregunta el viejo con furia. El hijo se pasa la mano por sus cabellos negros, peinados hacia atrás, saca un pañuelo y se limpia el r'ostro, y cruza los brazos cambiando de pierna para lrpoyarse: -En qué quedamos, ¿quieres que te visite o no? -dice con tono molesto. El padre estalla: *¡¿Qué pregunta es ésa?! ¡Casi me mato y me pre- guntas si quiero que me visiten! -Entonces, ¿por qué me preguntaste qué hago :r r ¡uí? El viejo mira al joven con ojos furiosos. Decide cambiar de tema: -Y tu madre, ¿dónde está? -En casa. ¿Dónde más? -¿Por qué no ha venido? El joven desvía sus ojos y mira por unos instantes ,rl suelo. Medita en la respuesta. Al fin dice: -Tú sabes cómo es mamá... No le gusta visitar r.r,lr ls lugares. -¡¿Qué lugares?l -responde el viejo con rabia-. ,,lloslritales? ¡Tu mamá se la pasa metida en iglesias y Ir, rs¡'rilales, ayudando! ¡Y ahora que su esposo está heri- rlr¡ t'r) uno de ellos, ni siquiera llama para saber cómo rl,l;t! -Eso no es cierto... -intenta responder el hijo. -¡Claro que lo es! ¿Por qué no ha entrado por esa I'u('rt;r'i -la señala con su btazc¡ sano. Lo despierta una yoz y una hombro: ligera sacudida en el *Hola, pape.¿Cómo te sientes? El hombre abre los ojos y los fija en el cuerpo alto y fornido de su hijo, vestido con panialón y camiia fina, b.
  • 24. 48 -Papá... Tú sabes de dónde venías cuando tuvis- te el accidente... El viejo mira a su hijo con ojos que relampaguean. Tuerce la boca. Pequeñas gotas de saliva se escapan de entre los labios y yan a dar a las sábanas verdes. Intenta contener su rabia pero no puede. *iPedazo de idiota! ¿Le dijiste a ru madre dónde estaba? El hijo sonríe forzadamente. Con úisteza. Ensegui- da responde: -No era necesario que yo le dijera nada, pap^. Mamá no es ninguna boba... -¿Me quieres decir que ella sabe lo de mi "fulana"? El hijo, sin borrar de sus labios la sonrisa triste, susurra: -Sí. Por supuesto que sí. -¿Desde hace cuánto lo sabe? -Desde hace mucho tiempo, papa. -Nunca me dijo nada... -C1aro que no. Ustedes hablan poco. No se co- munican. ¿Para qué te lo iba a decir? El viejo mira fijamente a su hijo. Hay en su rostro algo de asombro mezclado con rabia. De repente da un golpe al colchón con la mano sana y grita: -¡Mierda!El hijo se sobresalta. Vuelve los ojos a la cama de al lado y la mirada queda allí. El viejo también se vira y observa. Su compañera de cuarto está recostada sobre sus almohadas, abrazando a su muñeca de trapo, con la cabeza erguida y los ojos bien abiertos observando todo lo que sucede. El visitante avanza unos pasos, se coloca al lado de la niña. Le pasa su mano por los cabellos marchitos y pregunta: -¿Y esta monada quién es? La niña sonríe y le responde: 49 -Me llamo Mercedes Pérez, para servirle, pero rrrc puede llamar "Mechi". Toda mi familia y mis amigos me llaman "Mechi" -5e¡¡is y aparece entre sus labios una lila de dientes blancos. -Mechi. ¡Qué nombre tan lindo!-dice el visitante. Los ojos de la niña brillan. Sus pupilas, iguales a rlos aceitunas negras y lustrosas, ocupan casi la totali- ,lrrtl del iris. -¿Cómo te llamas? -pregunta la niña, dirigién- tl«rse al visitante. --ilulio, para servirte, niña linda -le acaricia de nuevo el cabello. -¿Tu nombre es igual al de éI? -señala a su vecino. -Sí, por supuesto. É1 es mi papá. -Pero tú eres muy grande para que él sea tu ¡r:rpá... -Yo ya creci. Algún diatú vas a ser tan grande ( ( )nlo yo. -Eso no será posible... -responde la niña bo- rr;rnclo su sonrisa y poniéndose seria. -Claro que sí vas a crecer. ¿Por qué no? -Porque estoy muy enferma... -Pero te vas a cutar -dice el joven con ánimo-. ,l'i:;toy seguro de que te vas a curarl -Eso no es 1o que me dijeron... -No te preocupes, linda -le acaricia los hom- l,lr rs-. Yo sé que vas a saflar. ¡Estoy segurísimo! Tengo rrrr;r niñita igualita a ti, y a veces se enferma y se tiene ' lu(' ( luedar enla cama. Pero a los pocos días está saltan- ,1, , tlt' nuevo como si nada hubiera pasado. Contigo será i¡.1rr,rl. -¿Tienes una hijita de mi edad? -pregunta laniña , , ,lt ;t lltctrozo. -Sí. Del mismo tamaño que tú, pero, lamentable- rn('nt(', no tiene esos ojos tan bellos que tienes en tu l,:,lt() --1a toma por la barbilla y sonríe.
  • 25. 50 La niña también sonríe. -¿La yas a traeÍ algún dia a visit.arlo? -preguntala niña, señalando al viejo. El joven sonríe nerviosamente. Titubea. Mira a su padre y después a la niña. -Quizá sí... *responde sin entusiasmo-. Aun_ que no sé si lo permitan en este hospital. -¿También me visitará a mi? -pregunta la niña con ardor. -Claro que sí. También a ti *le acarici.a de nuevo los cabellos-. Ahora, voy a conversar de nuevo con mi papá, ¿sí? -Claro que sí. Me mantendré calladita... -De acuerdo. El joven le da la espalda a la niña, camina hacia una esquina en donde toma una silla y la lleva hasta la cabecera de la cama. Se sienta y toma la mano del viejo. -¿Estás despierto, papá? -es lo primero que pre_ gunta al sentarse. -Sí, está. Acaba de cerrar los ojos -dice la niña con inocencia. El joven toma el brazo sano del padre y lo mueve levemente. -¡P apá, papál ¡Despierta! El viejo abre sus ojos. -¿Qué quieres? -pregunta con aspereza. *Te he venido a visitar. ¿euieres que me quede o que me vaya? *pregunta el hijo secamente. -Me da igual... -Bueno, entonces me voy-empieza a levantarse. -Espera un minuto *ordena el viejo. El hijo se vuelve a sentar. El padre lo toma delbrazo y lo mira fijamente a los ojos. -Dile a tu madre que me venga aver. *Así lo haré, aunque... 5r -¡Shhhh! -interrumpe el viejo, apretándole el bra- zo-. ¡Dile que me venga a ver! Es todo. -¿Es una orden? El viejo endurece la mirada. Introduce más sus dedos en la carne del brazo de su hijo. -¡Que 1o tome como quiera! -dice al fin, con la l'toca apretada. -Se lo diré -confirma, mientras.sacude elbrazo y se deshace del apretón forzado. -Además -añade el viejo mientras el joven se It'vanta*, por favor tráeme una botella de whisky de las (lue tengo en el bar de mi estudio. Tengo una sed terri- lrle... El joven asiente con la cabeza. Se vira y acaricia una vez más los cabellos de la niña, quien lo mira con sus ojos grandes y labcsca un poco abierta. -Adiós, pequeña... -¿Vas a regresar a vernos? -pregunta con expec- l;tliva. *Quizá, niña. Qttízá... Y, sin esperar respuesta, pafie ráLpidamente de la lr:rlritación. l',1 vicjo duerme. Sus sueños no son plácidos. Aparecen ,'rr t'llos imágenes de su niñez. Se ve de regreso en el ( ( )n)cdor del hogar antiguo, señorial. IJtiliza cubiertos r lr' ¡rlata y vaillla importada de Francia. Ve a su padre en l,r crrl>ecera, tirano, distante, Ilevándose los bocados a la lrot rl cofl parsimonia, mientras que con el rabillo del ojo l,r ollserva todo -a é1, a sus hermanas, a su madre-, lr¡rt'r'ando que alguien cometa el más mínimo errar paÍa lrv.rnt¿rrse alterado y repartir bofetadas. É1, aferrado, lnl('nl:r escabullirse, pero no puede. Los ojos fulgurantes '1,' srr ¡>adre se han detenido en su persona -parecierar ulrro si estuvieran leyendo sus pensamientos-, y lo
  • 26. 52 paralizan. Lo revisan de arriba a abajo y se detienen en su camisa. Baja sus ojos, inquieto, y ve con horror que su manga está manchada de barro. Tratafrenéticamente de borrar su falta, pero ya su padre está de pie y se dirige hacia él con Ia mano levantada, lista para asentar los golpes de rigor. Se despierta en medio de ahogos. Respira profun_ do. Trata de coger aire. Oye a su lado una vocecita que le pregunta: *¿Estás bien? ¿Quieres que llame a la enfermera? Se lleva una mano al pecho y responde: -No, no... Ya me siento mejor. -Estabas soñando mal, ¿.no? El hombre se vuelve y observa a 7a niña, quien tiene sus dos pupilas grandes puestas en é1. -No. Por supuesto que no. ¿por qué piensas se_ mejante cosa? -pregunta, retomando su papel de hom_ bre distante, frío. -Porque tenías los ojos cerrados y estabas respi_ rando rápido. Y, además, decías cosas tristes... -¿Como qué? -No sé. No las entendí. pero eran tristes. *¿Cómo sabes que eran tristes si no las entendiste? -Porque era como si estuvieras llorando, o pi- diendo ayuda; o algo así. "Mmmm", comenta el hombre paru si. Cierra los ojos y trata de continuar con el descanso perdido. Esta vez sus sueños empiezan de forma más pláci_ da. Está con su madre. Abrazado a ella. ya no tiene pantalones cortos y un ligero bozo empieza a aparecer sobre sus labios. D.e pronto su madre se aparta y co- mienza a alejarse. Él tata con todas sus fuerzas d. ..- gresar junto a ella, pero algo lo mantiene atado al suelo. Por más esfuerzos que hace no puede moverse del lugar en el que se encuentra. Agita sus manos, los pies, la cabeza... Grita frenéticamente pero ningún sonido sale 53 cle su garganta. Mira, desesperado, cómo su mamá se siepara de é1, poco a poco, cada vez más, y nada puede hacer para impedirlo. Su madre ha mantenido sus bra- zos tendidos hacia él pero, de repente, los baja y se queda (luieta. Al principio ella también pronuncia su nombre, ll¿rmándolo, como si la separación fuera igual de difícil tirnto para ella como paru é1, pero cuando baia sus bra- z()s su boca se cierra y de su garganta.no sale ningún r ¡tro sonido. Observa, entonces, con espanto cómo los lrrlrios de su madre forman una mueca malévola, y cómo rlt' su g rganta surge una carcajada cargada de buda, nricntras levanta una mano y la agita diciéndole adiós. 'l'r'ata, desesperado, de correr hacia ella; de arrojarse a su regazo y acurrucarse allí para no ver nada de lo que l(' r'()dea, pero no se puede mover. Por más que Io inten- t:r, rills piernas no le obedecen. Está clavado en aquel lrrgar, sin posibilidad de ir a ninguna parte. Agita sus lrrrrzcrs, trata de gritar, pero sólo el silencio brota de su l,,,r'a. Él sabe que grita; dice una y otra vezi "¡Mamá, rrrruná! ¡Esperal ¡No me dejes!", pero nada de esto se oye. ' ;r<¡uella risa terrible de su madre se agranda y se hace ilt;r.s pervefsa, más cruel. Pasan unos segundos en los que nada sucede en ,'u r)rente. Entonces, imágenes de la escuela militar de r,rrlt't€s en donde fue enviado cuando todavia era un rrrnr¡ comienzana dibujarse en su imaginación. Está solo rn cl dormitorio grande, repleto de camas. Sigue llaman- r lr r ;l su madre, aunque ahora con menos intensidad. De r('lx'nte una puerta se abre y la habitación se llena de r ",trrt lientes. Todos pasan frente a él y se burlan porque r",t;r llamando a su mamá. La cara se le descompone. Las lrr¡rl:rs aLlmentan y los más atrevidos lo empujan por los Ir,,nrlrros. Él se sienta sobre la cama y se cubre el rostro r ,n lrrs manos. Los empujones aumentan y algunos gol- ¡rr':, ,rlcrriZan sobre su cuerpo. El círculo se estrecha y la r inlcrrcia aumenta. De repente, todo cesa, el círculo se
  • 27. 54 abre, y el amo y señor de aquella institución se abre paso y se para frente a é1. ,,Stand up inmediately!,,,, le conmina. Él obedece lentamente, y.l .ororrel, pára que se apresure ,le da un golpe fuerte con el látigo p.q".ro que siempre lleva en su mano. "Folrow mel Here we will teach you how to be a man!,,-- Todo su ser comienza a temblar. Él sabe a dónde vany no desea ir alli.por nada del mundo quiere entrar a esa bóveda cavernosa, solita_ ria, llena de humedad, en donde, según la teoría del militar, los niños se hacen hombres. Se echa para atrás intentando huir, pero docenas de manos lo tóman v lo arrastran siguiendo a1 coronel, quien ya se aleja cimi_ nando a paso marcial. Se. despierta porque siente una mano que le acaúcia el cabello y porque oye una vocecita que le pregunta: *¿eué te pasa? ¿Te puedo ayudar?,, . Abre los ojos yve a la'nina de pie a su lado, con una mano sobre "r r^i.ruy con la otra abrazando su muñeca de trapo. Sus pupilas están repletas de preocupacjón y ,.rgrriir. No responde. Cierra los párpados y trata de fingir que duerme. La manita continúa acariciando sus cab-*e_ llos. Se desliza sobre las hebras una y otrayez.Al fin, no se contiene y dice, con voz fuerte: -¡No me toques el cabellol ¡Vete para tu cama! La niña detiene su mano. La cara,á l" d.r.ompo_ ne; la boca forma un rictus, y se lleva una manita a los ojos, en donde intenta limpiar las pequeñas gotas de lágrimas que tratan de escapársele. El viejo se incorpora con trabajo,la mira, y supri_ me otra gran cantidad de palabras duras que estaban a punto de brotarle de los purmones. permanece así unos segundos, mirándola. Desvía la mirada y se recuesta 55 nuevamente sobre la almohada. Cíerra los ojos y finge rlrre duerme. Pasan unos segundos. Siente entonces que la mano rlc la niña se posa de nuevo sobre su cabeza. Al princi- ¡rio con timidez. No obstante, enseguida reanuda sus c'uricias en forma más vigorosa. Está a punto de abrir los ojos de nuevo y protestar, l)cro se contiene. Se concentra en las caricias. En las rrranitas que se deslizan una y ota vez sobre sus cabe- llos. Comienza a sentir una sensación placentera. Inten- te rebelarse, pero su cuerpo no se mueve. Se siente en ¡raz. Se abandona y sus músculos se relajan. Pasa un ticmpo. Vuelve la cara, fija sus pupilas en las de la niña y pregunta: -¿Te asusté? La niña sonríe. -Un poquito. Pero se me pasó enseguida. -¿Por qué me acaricias? -Te veías tan preocupado, tan triste, que pensé (lue te gustaría... El viejo no dice nada. Cierralos párpados y se deja '¡cariciar. Oye la vocecita que le pregunta: *¿Te gusta? Se vuelve haciala niña. Sus pupilas encuentran las cle ella. Bien abiertas, luminosas, sonrientes. -¿Dónde aprendiste a dar masajes tan buenos? La niña sonríe. Orgullosa. Responde con alegría: -Se los daba a mi abuelo. ¡Le encantaban! ¿Tienes túr también un abuelo? -Me acuerdo poco del mío... -¿Dónde está? ¿Se murió? -Claro que se murió, niña. Yo era un poco mayor c¡ue tú cuando eso sucedió. -¿Tú fuiste así de chiquito como yo? -Sí. Claro que sí. Y hasta más chiquito. También lui un bebé, tal y como tú eras no hace mucho tiempo. *¡Párese inmediatamente! **¡Sígame! ¡Aquí le enseñaremos a ser un hombre! L
  • 28. 56 -¿Y nunca te enfermaste como yo? El hombre la mira. Tard,a en responder. *Sí me enfermaba. A veces... -Pero, ¿tan gra-ve como yo? ¿Con hospital y todo? El viejo reflexiona unos segundos. -Sí, con hospital *al fin responde_. Me sacaron una glándula aquí*levanra ,, *urá y señala su garganta. -¿Te ibas a morir también? El hombre abre sus pupilas. La mira asombrado. -¿Morir también...? *repite. -¿Que si te ibas a morir también? Así como yo. *Tú no te vas a morit 4con la mano instintiva- mente le acaricia el bracito. *Claro que sí. Los docrores me lo dijeron y mi mamá también. pregúntales si quieres... El asombro del hombre aumenta . Ttata de incor_ porarse. La nifia lo empuja lentamente y le dice: *Pero no te preocupes. Eso no me molest a *y reanuda sus caricias. . ,El viejo la mira. Intenta decir algo, pero nada sale de sus labios. La niña también se calla. pasa una y otra vez sus manitas delicadas sobre los rizos de su compañero de cuarto. El hombre parece dormir. No se mueve. La niña lo mira con ternura. pasan unos minutos y la pequeña al fin dice, mientras continúa con su masaje: *Te pareces a mi abuelito... El viejo se sorprende. pregunta: *¿Por qué dices eso? *Porque sí. porque te pareces a é1, pues. *¿y dónde está tu abuelo? -¿Dónde más? En el cielo. ya se murió, igual que el tuyo. -¡Ahhh...! ¿Hace mucho tiempo? -Sí... Como un año. -Eso no es mucho tiempo... 57 -Claro que sí. Han pasado muchísimos días. -¿Cómo era tu abuelito? *Así como tú. Ya te lo dije. -¿Tan alto como yo? ¿Blanco...? -¿Blanco? ¿Cómo blanco? *9,¡s¡6, el color de la piel -señala la suya con su rnano sana. La coloca al lado del brazo de la niña-. Por ejemplo, yo soy más blanco que tú. -No me habia dado cuenta -dice la niña son- riendo. -Entonces, ¿cómo era tu abtrelo? *Yo decía que se parecia a ti porque estaba tan viejito como tú. *¡Yo no estoy viejo...! La niña parece no notar el tono ofendido del acci- dentado. Observa con atención el pelo del hombre y dice: -Tiene el pelo blanco. Como tú. -iTenia, niña! *dice con un rasgo de dulzura-. ¡Tenía! Ya se murió. -Sí, lo sé... -Entonces, ¿por qué hablas de él como si todavía viviera? -Tc>davia vive, aunque ya no en su casa... -¿Vive...? -pregunta con extrañeza. -Claro que se murió, Julio. Pero eso no significa que no vive aún. El viejo se endereza. Truta de incorporarse. -Mira, corazón. Cuando uno se muere, deia de estar vivo. -Mi abuelo ya no vive aquí. Él me ha explicado todo eso. *¿Te lo explicó antes de morirse? -No. Me lo dice a cadaratc¡. Cadavez que me visita. El viejo la mira con extrañeza. Se lleva la mano a Ios cabellos y se la pasa por la cara. Al fin dice: t
  • 29. 58 -Cuando uno se muere no regresa, ¿sabes? Allí acaba todo... -¡No, no! -responde la niña con énfasis_. No se acaba todo. ¿Es que no sabes esas cosas? _empieza a toser. -¡Claro que sí, señorita! _responde el hombre, úatardo de incorpo¡2¡sg rnf5-. por eio te digo que todá acaba con la muerte. Ahora, regresa a tu cama que estás comenzando a toser. -¡Pero mi abuelo sí me visital_dice la niña entre toses*. ¡Todos los díasl -Eso es por la fiebre, niñita. Ahora, por favor, yete para tu cama que te vas a poner peor _la toma por uno de sus hombros con su mano sana e intenta dirigirla hacia su cama. La puerta se abre. Entra una enfermera. El viejo advierte que es la primera que conoció cuando desperió en aquel lugar. Vuelve a notar su gordura, ,,., arru orr_ lada y mejillas colgantes. Sus labioi pálidos y sin pintar; sus cejas pobladas. Su cabello negro recogido. El uniforj me está limpio, pero es viejo y usado. La mujer apresufa su paso y se lanza hacia la niña mientras dice: - -¡Mechil ¿eué haces levantada? ¡y tosiendol ¡Ma_ dre de Dios! La toma en sus brazos _no parece que hace nin_ gún esfuerzo pues la enfermita, igual qrá l, muñeca, parece hecha de trapo- y la deposita sobre su cama. La niña sonríe. Tose. La enfermera se lleva las ma_ nos a la cadera y Ia mira con ojo clínico. Frunce el ceño. Se inclina y coloca su oído en el pecho de la peque ña. La niña vuelve a toser, esta vez con mucha más fuerza. Se ahoga. Tose de nuevo y se vuelve a ahogar. La enfermera se vuelve y sale de la habitación .on prro apresurado. Mientras, la niña es poseída por un uirq.r" á. to, qr. la hace erguirse en la cama, colocar su cabecita en el borde y tratar de vomitar, aunque no logra sacar nada 59 <lt' sn garganta. El hombre mira aquello, intenta in- (.()rporarse e ir en su ayuda, pero su yeso 1o ancla al It'r'ho. Extiende su mano sana, pero no alcanza a la ¡rcqueña. Su rostro tenso refleja la preocupación que s iente. Regresa la enfermera con un frasco de medica- rnento, una cuchara en una mano y un vaso de agua en lrr otra. Se acerca a la niñ.a. Pone el vaso de agua en la rlresita que se encuentra entre las dos camas, y llena l)resurosa la cuchara con la medicina. La niña tose, se c«rnvulsiona, y vuelve a toser. La enfermerala ayuda a sentarse con una mano, mientras que con la otra le acer- ca la cucharu a la boquita, que se abre y absorbe el líquido. La tos continúa, aunque en menor grado. Pa- san unos segundos y la enfermera acerca el vaso de ')8lra a los labios de la pequeña, quien la bebe con '¿videz. -Y'á, coraz6r, ya... Calma... -y le da golpecitos gentiles en la espalda. La niña se acurruca en el pecho de la mujer y cie- rra los ojos. Ésta le acaricia el pelo. La tos cesa. La respi- ración de la pequeña recobra su tranquilidad habitual y la tensión en el cuerpo de la enfermera se relaja. Todo parece en paz y tranquilidad, salvo por la mirada furi- bunda que la mujer le dirige al señor. -¡¿Cómo pudo pedirle que se parara de su cama a rascarle su cabezota?! -Yo no... -intenta responder el viejo. -ilNo sabe que la niña tiene una enfermedad gra- ve, mortal, que con cualquier descuido se nos va?! -Perdone, señorita, pero yo... -¡Pero yo, nadal ¡Usted es un viejo egoísta que solamente piensa en sí mismol -¡¿Que solamente pienso en mí?! -el viejo se yer- gue al oír aquello-. ¡No tiene idea de lo que está hablan- do, señora!
  • 30. 60 -¡Claro que sít ¡Todo el hospital sabe que rene_ mos hospedado a ,,don millonario,,, que no se conforma con nada de lo que le damos ,,gratis,,! -¡Déjeme decirle, señora, que yo no pedí...l -¡Nosotros tampoco pedimos que viniera aquí, asi que deje en paz a esta pobre enfermita _le acaricia el cabello a la pequeña-, y cúrese sin molestar a nadie más! -¡No me insulte, señora, que yo...l mujer deja a la niña sobre la cama. Se vuelve, se lleva sus manos ala cadera en actitud desafiante, y r.r_ ponde, poniéndose colorada: -¡Primero, no me gusta ser hipócrita! ¡Le estoy diciendo lo que nadie en este hospital se atreve a de_ cirle! ¡Segundo, no me llame ,,señbra,,! ¡Soy enferme_ ra, y le agradeceré que me incluya el título cada vez que se dirija a míl ¡Me cosró mucho ganármelo para que un patán como usted se lo coma! ¡y, tercero, si quiere que lo traten bien por aquí, acepte las reglas y trate también correctamente a quienei lo ayuJanl ¡Aquí hay demasiados problemas para añadir el de un "señor ricacho" que no está conforme ni con lo que le regalan! La niña tiene sus ojos bien abiertos. Lo escucha todo. Mira al viejo en la cama de al lado, quien escu_ cha con expresión incrédula el regaño de la enfermera. *Seño... *intenta decir la niña. *Calla, Mechi. Estabas tosiendo muy fuerte y te puede hacer daño -interrumpe la enfermera mieniras se vuelve hacia ella y la arropa hasta el cuello. -¡¿Cómo se llama, señora?! *escucha que el vie- jo le pregunta. Sigue entretenida con la niña sin hacerle caso ala interpelación. -¡Le acabo de preguntar cómo se llama! _repi_ te*. La vay a reportar por ser tan grosera. 6r La mujer se vuelve y, mascando cada una de las sílabas, le responde, casi sin separar los dientes: -¡Le he dicho que no me llarrte "señora". Si lo hace una vez más lo voy a ignorar y se va a morir tirado allí en su cama sin que nadie lo atienda! -sevuelve y comienza a darle su atención totalmente ala niña. -Yo fui hasta su c m a acariciafle la cabeza. Estaba llorando dormido y pensé que me necesitaba... -¿Yo estaba llorando dormido? -pregunta el vie- jo desde su cama. La niña trata de responder, pero la enferrnera la corta. -Si ella dice que lo estaba haciendo, es así. Los niños no mienten... El viejo las mira a las dos. No dice nada. Vuelve su cara ltacia el otro lado y cierra los ojos. -Ves -dice la niña-. Sigue triste... La mujer se queda mirando al viejo, luego alaniña, a la que besa en la frente, y sale de la habitación lenta- mente, _:t, nr..t ruido. El viejo mira hacia la ventana. Observa la llovizna que cae en el paisaje que se pinta a través de la apertura. Sus ojos se encuentran humedecidos. La niña tiene raz6n: está triste. Han pasado las horas y durante la tarde nadie lo ha venido a visitar. Trata de consolarse pensando que su hijo ya se hizo presente; con un poco de presión, es cierto, pero por lo menos subió las escaleras y entró en el cuarto. Pero, ¿y su esposa? ¿Y Nitzia? No desea en estos momeRtos sus curvas de mulata exótica, sino la alegria de su compañía. Recuerda cómo la muchacha sabe ro- dearlo con sus brazos después de un acto fogoso de amor, diciéndole que lo único que desea es estar allí, con é1, cerca de é1. Lamentablemente, a continuación,
  • 31. 62 siempre habla de asuntos que á él no le interesan: de su madre, quien la visita demasiado a menudo; de su veci- na, que se queja de la ropa que tiende entre las dos casas. Cuando comiehza a escuchar temas que lo abu_ rren, toma el periódico y pone el papel entre los dos, como barrera que impide que las palabras de ella le lle_ guen, y se sumerge en las noticias, en las crónicas sociales y hasta en las historietas; cualquier cosa para no tener que conversar con aquella mujer con la que no tie_ ne nada en común, y dela que no desea nadi,ni siquie_ ru palabras, salvo el tener la potestad de acariciar la piel morena, besar los senos grandes, túrgidos, y penetrai su abismo delicioso, Ahora le hacen falta aquell,cs intentos de conversaci6n,las cosquillas juguetonas que él usual_ mente repele con palabras groseras, y los apretones y besos que Nitzia a veces le da cuando está desprerreni_ do. ¿Por qué no viene? ¿Será que no está enteraáa de lo que le ha sucedido? Y sus otros amigos, compañeros de fiesta, ¿dónde están? Son vanos, superficiales; alegres en grupo, tristes cuando están solos; y al encontrarse frenie a asuntos difíciles -y él está en una siruación difícil- tratan de evitarlos a como dé lugar. Sabe que a ellos no les gusta incomodarse, salirse de su rutina habitual, y me_ nos para visitar enfermos. Toma mucho tiempo manejar hasta aquel hospital apartado, y nadie lo haúa si no iu_ viera un motivo importante. Entonces, ¿es él un motivo importante o no para sus amigotes? Concluye que no lo es, aunque hubieran podido, por lo menos, enviar flores o mensajes de solidaridad. No obstante, concluye que aquellos amigos, que considera íntimos, no lo sor lo suficiente como para que envíen mensajes o flores, y menos aún para que vengan de visita. ,,¿eué haúa yo ii estuviera en los zapatos de ellos?,,, se pregunta. Levanta las cejas y suprime una carcajada, ,,piobiblemente ha_ ría lo mismo. Daría un saltito en mi escritorio cuan_ 63 clo la secretaria me informe que fulano o zutano tuvo un accidente, me reiría un poco cuando las circunstan- cias en que lo tuvo sean explicadas con más detalles -veníaen tragos dela casa de la amante, está en un hospital de pclbres, etcétera, etcétera*, y levantaría los hombros y rne olvidaria del asunto a los pocos segundos". Conclu- ye que él tampoco hubiera mandado flores, y mucho menos hubiera venido de visita hasta un lugar tan apar- tado sólo para vü a uno de sus "amigos". Por su mente pasan los rostros de sus conocidos más cercanos, y no hay ninguno que se molestaría en venirlo a visitar. "En- tonces, ¿son ésos verdaderos amigos?", se pregunta. "Pero, ¿soy yo un buen amigo de ellos?" Él mismo se contesta: "son amistades superficiales, por interés, por compartir aburrimientos del mismo nivel, y ninguna tie- ne las características de la verdadera amistad". Allí, so- l'¡re ese colchón usado, sibanas remendadas, y cama de pobre, comprende que no tiene verdaderos amigos, y que si se muere en aquel instante, nadie se entristecerá. É1, que lo tiene todo, en el fondo no tiene nada. Aumen- ta la humedad en sus pupilas. Clava los ojos en la ventana abtetta. Observa que el dia está muriendo y que las sombras de la noche co- mienzan a invadir el paisaie. Todavia se entrevén entre la penumbralas chozas miserables. De la arboleda sÓlo queda un manchón oscuro. Observa las casitas y trata de imaginarse qué estará sucediendo en cada una en aquel momento. Alguna mujer estatá cocinando, habrá un obrero recién llegado del trabajo, niños jugando, jó- venes planeando alguna áventura. Se imagina a él den- tro de alguna de aquellas chozas humildes y concluye que preferiria estar en alguna de ellas efl vez de estar tendido en aquella camal olvidado por todos. Siente un ruido en la puerta. Alguien entra y, sigi- losamente, se dirige ala cama de al lado. Escucha voces. Hay ternura en el tono de las palabras. Deduce que es la
  • 32. 64 mamá que viene a visitar a su hiia. Todos los días lo hace. Con constancia. Con amor. En cambio, a él no lo viene a visitar persona alguna. Ni su esposa, ni su amante, ni sus amigos, ni siquiera alguno de sus empleados. y los tiene por docenas: en la empresa, en su casa, y hasta en la casa de Nitzia, en donde paga por los servicios de una cocinera para que lo atienda cuando él va de visita. Escucha risas. La pequeña tiene una mano en la boca parabajar el volumen de su risita diáfana, cristali- na, pero ésta se le escapa a través de los dedos. Otras risas un poco más sosegadas, maduras, son lanzadas por la mamá, quien también úata de ponerle barreras con una mano sobre su boca. "¿Será que se mofan de él?". Considera esa posibilidady concluye que puede que sea así. No debe existir otro motivo de hilaridad para aque- lla pequeña enferma más que su vecino viejo y malcria- do. Le entran unas ganas inmensas de volverse y de encarar a aquellas irreverentes, reclamándoles el respe- to que él se merece. No obstante, enseguida se da cuen, ta de la situación tan ridícula a la que se expondria, y desiste de sus propósitos. Sin embargo, le molestan aque- llas risas, aquella alegria ganada a costa de é1. Concluye que aquello no debería importarle. "Ésas son personas insignificantes, sin valor en la sociedad, que poco o nada representan pata é1", Íazona. Sin embargo, su intranqui- lidad contin(n a medida que aumenta el buen humor a su lado. ¡De repente se decide! ¡Se volverá con rapidez y les dará un buen susto! Está acostumbrado a hacer eso. A dar sustos. Así maneja a su hijo, a su esposa, al mun- do... Está a punto de hacer la maniobra violenta cuando escucha que la niña dice: -Yo lo quiero mucho. Se parece a mi abuelito. La madre responde: -Pero ni siquiera sabemos quién es... -No importa. Es un señor muy bueno y lo voy a cuidar. 65 El viejo suelta sus músculos. Su cuerpo se relaja' St' ucuerda de tantas cosas que no puede contener una lá¡¡rima que se le resbala por la mejilla y v^ a engrosar la ¡ri't¡ueña mancha húmeda que se ha formado en Ia al- rrr«rhada. En eso recuerda su maletín. Piensa en su superfi- ('i(' negra que emite un olor a cuero bien trabajado' Es- .'trc:ha la voz de la madre y concluye que'allí, a su lado, ¡rtrclría estar la solución a su problema' Ofrecerá una ,'.,,,,r-p..ra a quien le regrese el maletín perdido, y aquel rrrensaje será llevado por la señora a todo el barrio' Pero, ¿n«r despertará sospechas ofrecer una suma alta por sólo un montón de papeles? ¿Y si quien lo encuentra es cu- lir>so, comprende un poco más que los demás y va con l«ls documántos a las autoridades? "¡No!", se responde él nlismo. "No hay gente con tanta capacidad en este barrio r¡lvidado." Recuerda alaniña. Es lista, inteligente' Cuan- tl<> crezca sí tendría el talento necesario para compren- tler el contenido de los papeles. Los ha subestimado' l,)stán preparados para sobrevivir y se aferran a lo que sca. Ahora está seguro de que el maletín fue robado rlel baúl de su auto accidentado. "No pudo haber so- lrrevivido a la avaticia de aquellas gentes; a su deseo genético de robar todo 1o que encuentrar a su paso", concluye. Hasta Nitzia posee ese mecanismo que tienta a los pobres a apoderarse de lo ajeno. El primer día que-la c'onoció deió su billetera en el pantalón sobre una silla cn la habitación de la muchacha. Se adormeció después clel acto y pasó un par de horas en ese estado' Esa mis- rna noche, cuando llegó a su casa, notó que le faltaba r.rno de los billetes grandes que usualmente llevaba con é1. Al principio se enoiÓ, pero rápidamente comprendió ,tru. t, conquista de aquella noche, que tanto lo hahla lienado de oigullo, erafalsa. Los coqueteos de la much¿t' cha, su invita-ión, la intensidad del acto, incluyendo ltll