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Notas de Elena | lección 8 | La misión de Jesús | Escuela Sabática
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II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
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Lección 8
23 de mayo 2015
La misión de Jesús:
Sábado 16 de mayo
Cristo vino a poner la salvación al alcance de todos. Sobre la cruz del
Calvario pagó el precio infinito de la redención de un mundo perdido. Su
abnegación y sacrificio propio, su labor altruista, su humillación, sobre todo
la ofrenda de su vida, atestiguan la profundidad de su amor por el hombre
caído. Vino a esta tierra a buscar y salvar a los perdidos. Su misión estaba
destinada a los pecadores: de todo grado, de toda lengua y nación. Pagó el
precio para rescatarlos a todos y conseguir que se le uniesen y simpatizasen
con él. Los que más yerran, los más pecaminosos, no fueron pasados por
alto; sus labores estaban especialmente dedicadas a aquellos que más necesi-
taban la salvación que él había venido a ofrecer. Cuanto mayores eran sus
necesidades de reforma, más profundo era el interés de él, mayor su simpatía,
y más fervientes sus labores. Su gran corazón lleno de amor se conmovió
hasta sus profundidades en favor de aquellos cuya condición era más deses-
perada, de aquellos que más necesitaban su gracia transformadora {Joyas de
los testimonios, t. 2, p. 246).
Jesús habló cual nunca habló hombre alguno. Derramó sobre los hombres
todo el tesoro del cielo en sabiduría y en conocimiento. No había venido para
expresar sentimientos y opiniones inciertas, sino para hablar la verdad esta-
blecida en principios eternos. Podría haber hecho revelaciones científicas que
habrían puesto en el olvido como pequeñeces los descubrimientos de los
mayores de los hombres; pero ésta no era su misión ni su obra. Había venido
para buscar y salvar lo que se había perdido, y no quiso permitir que nada lo
desviase de su objeto. Reveló verdades que habían estado sepultadas bajo los
escombros del error, las libró de las exacciones y las tradiciones de los hom-
bres, y les ordenó permanecer firmes para siempre. Rescató la verdad de su
oscuridad, y la puso dentro de su marco apropiado, a fin de que resplandecie-
se con su lustre original {Consejos para los maestros, pp.29, 30).
Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, no en sus pecados sino de
sus pecados, y a santificarlos mediante la verdad; y para que él sea un Salva-
dor perfecto para nosotros, debemos unimos a él por medio de un acto perso-
nal de fe. Cristo nos ha elegido, nosotros lo hemos elegido, y mediante esta
elección nos unimos a él, y en adelante vivimos no por nosotros, sino en el
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que murió por nosotros. Pero esta unión puede mantenerse únicamente por
medio de una vigilia constante, para que no caigamos en tentación y haga-
mos una elección diferente, porque siempre estamos libres para elegir otro
amo, si así lo deseamos. La unión con Cristo significa una decidida preferen-
cia por él en cada acto y pensamiento de nuestra vida (A fin de conocerle, p.
363).
Domingo 17 de mayo: La oveja y la moneda perdidas
En la parábola de la oveja perdida se representa el maravilloso amor de
Cristo por los que yerran, los vagabundos. No prefiere quedar con aquellos
que aceptan su salvación, otorgándoles todos sus esfuerzos y recibiendo su
gratitud y amor. El verdadero pastor abandona el rebaño que le ama, y va al
desierto, soporta penurias y arrostra peligros y muerte, a fin de buscar y sal-
var la oveja que se extravió del redil, y que va a perecer si no se la trae de
vuelta. Cuando después de diligente búsqueda halla a la oveja perdida, el
pastor, aunque cansado, dolorido y hambriento, no deja que esa oveja débil le
siga ni la arrea, sino que la recoge en sus brazos, y poniéndola sobre sus
hombros, la lleva al redil. Luego invita a sus vecinos a regocijarse con él por
haber recobrado la oveja perdida.
La parábola del hijo pródigo y la de la dracma perdida, enseñan la misma
lección. Cada alma que está especialmente en peligro por haber caído en la
tentación causa pena al corazón de Cristo, y obtiene su más tierna simpatía y
labor más ferviente. Siente más gozo por cada pecador que se arrepiente que
por los noventa y nueve que no necesitan arrepentimiento (Joyas de los tes-
timonios, t. 2, pp. 246, 247).
Esta parábola, como la anterior, presenta la pérdida de algo que mediante
una búsqueda adecuada se puede recobrar, y eso con gran gozo. Pero las dos
parábolas representan diferentes clases de personas. La oveja extraviada sabe
que está perdida. Se ha apartado del pastor y del rebaño y no puede volver.
Representa a los que comprenden que están separados de Dios, que se hallan
dentro de una nube de perplejidad y humillación, y se ven grandemente ten-
tados. La moneda perdida simboliza a los que están perdidos en sus faltas y
pecados, pero no comprenden su condición. Están apartados de Dios, pero no
lo saben. Sus almas están en peligro, pero son inconscientes e indiferentes.
En esta parábola, Cristo enseña que aun los indiferentes a los requerimientos
de Dios, son objeto de su compasivo amor. Han de ser buscados para que
puedan ser llevados de vuelta a Dios. La oveja se extravió del rebaño; estuvo
perdida en el desierto o en las montañas. La dracma se perdió en la casa.
Estaba a la mano, pero solo podía ser recobrada mediante una búsqueda dili-
gente.
Esta parábola tiene una lección para las familias. Con frecuencia hay gran
descuido en el hogar respecto al alma de sus miembros. Entre ellos quizá
haya uno que está apartado de Dios; pero cuán poca ansiedad se experimenta,
a fin de que en la relación familiar no se pierda uno de los dones confiados
por Dios (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 151, 152).
El amor de Dios fue el tema de Cristo cuando hablaba de su misión y de
su obra. “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a
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tomar” (S. Juan 10:17). Mi Padre te ama a ti con un amor tan ilimitado que
me ama a mí más porque he dado mi vida para redimirte. Te ama, y me ama
a mí más porque te amo y doy mi vida por ti... Bien entendieron los discípu-
los ese amor cuando vieron a su Salvador que sufría vergüenza, reproches,
desconfianzas y traición, cuando vieron... su muerte en la cruz del Calvario.
Este es un amor cuya profundidad nadie puede sondear. A medida que los
discípulos lo comprendieron, a medida que su percepción se aferró de la
compasión divina, comprendieron que hay un sentido en el cual los sufri-
mientos del Hijo fueron los sufrimientos del Padre (A fin de conocerle, p.
71).
Lunes 18 de mayo: La parábola del hijo perdido - 1a parte
Jesús presentó la parábola del hijo pródigo con el fin de exponer acerta-
damente el cuidado tierno, amante y misericordioso ejercido por su Padre.
Aunque sus hijos yerren y se aparten de él, si se arrepienten y vuelven, él los
recibe con el gozo manifestado por un padre terrenal que recibe a su hijo
perdido durante largo tiempo pero que regresa arrepentido (El evangelismo,
p. 46).
El amor de Dios aun implora al que ha escogido separarse de él, y pone en
acción influencias para traerlo de vuelta a la casa del Padre. El hijo pródigo
volvió en sí en medio de su desgracia. Fue quebrantado el engañoso poder
que Satanás había ejercido sobre él. Se dio cuenta de que su sufrimiento era
la consecuencia de su propia necedad, y dijo: “¡Cuántos jornaleros en la casa
de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me
levantaré, e iré a mi padre”. Desdichado como era, el pródigo halló esperanza
en la convicción del amor de su padre. Fue ese amor el que lo atrajo hacia el
hogar. Del mismo modo, la seguridad del amor de Dios constriñe al pecador
a volverse a Dios (Palabras de vida del gran Maestro, p. 159).
La lucha entre el bien y el mal no se ha vuelto menos fiera de lo que era
en los días del Salvador. El camino al cielo no es más liso ahora que enton-
ces. Debemos apartar todos nuestros pecados. Debemos abandonar toda in-
dulgencia predilecta que obstaculice nuestro progreso espiritual. Si el ojo
derecho o la mano derecha nos son causas de ofensa, debemos sacrificarlos.
¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestra propia sabiduría y a recibir el
reino de los cielos como niñitos? ¿Estamos dispuestos a deshacernos de
nuestra propia justicia? ¿Estamos dispuestos a sacrificar la aprobación de los
hombres? El premio de la vida eterna es de valor infinito. ¿Estamos dispues-
tos a dar la bienvenida a la ayuda del Espíritu Santo y a cooperar con él, ha-
ciendo esfuerzos y sacrificios proporcionados al valor del objeto a obtenerse?
(Mensajes para los jóvenes, p. 54).
El Señor perdona a todos los que se arrepienten de sus pecados. Él se
aparta de los que no se arrepienten, de los que se apoyan en la confianza pro-
pia. Nunca rehusará escuchar la voz de las lágrimas y del arrepentimiento.
Nunca volverá su rostro del alma humilde que acude a él arrepentida y ape-
sadumbrada...
El miembro de iglesia que cree en la Palabra de Dios nunca mirará indife-
rente a un alma que se humilla y confiesa su pecado. Sea recibido con regoci-
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jo el arrepentido. Cristo vino al mundo para perdonar a todo el que dice: “Me
arrepiento. Lamento mi pecado”. Cuando un hermano dice: “Dios me ha
perdonado. ¿Me perdonará usted?”, tome su mano, y diga: “Así como espero
ser perdonado, yo perdonó” (Reflejemos a Jesús, p. 195).
Martes 19 de mayo: La parábola del hijo perdido – 2da parte
Poco se imaginaba el alegre e irreflexivo joven, cuando salía de la casa de
su padre, el dolor y la ansiedad que dejaba en el corazón de ese padre. Mien-
tras bailaba y banqueteaba con sus turbulentos compañeros, poco pensaba en
la sombra que se había extendido sobre su casa. Y cuando con pasos cansa-
dos y penosos toma el camino que lleva a su casa, no sabe que hay uno que
espera su regreso. Sin embargo, “como aun estuviese lejos”, su padre lo dis-
tinguió. El amor percibe rápidamente. Ni aun la degradación de los años de
pecado puede ocultar al hijo de los ojos de su padre. El “fue movido a mise-
ricordia, y corrió, y echóse sobre su cuello”, en un largo, estrecho y tierno
abrazo.
El padre no había de permitir que ningún ojo despreciativo se burlara de
la miseria y los harapos de su hijo. Saca de sus propios hombros el amplio y
rico manto y cubre la forma exangüe de su hijo, y el joven solloza arrepenti-
do, diciendo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno
de ser llamado tu hijo”. El padre lo retiene junto a sí, y lo lleva a la casa. No
se le da oportunidad de pedir el lugar de un siervo. El es un hijo, que será
honrado con lo mejor de que dispone la casa, y a quien los siervos y siervas
habrán de respetar y servir (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 159, 160).
¿Se logró que el hermano mayor viera su propio espíritu vil y desagrade-
cido? ¿Llegó a ver que aunque su hermano había obrado perversamente, era
todavía su hermano? ¿Se arrepintió el hermano mayor de sus celos y de la
dureza de sus corazón? Concerniente a esto, Cristo guardó silencio. Porque la
parábola todavía se estaba desarrollando, y a sus oyentes les tocaba determi-
nar cuál sería el resultado.
El hijo mayor representaba a los impenitentes judíos del tiempo de Cristo,
y también a los fariseos de todas las épocas que miran con desprecio a los
que consideran como publícanos y pecadores. Por cuanto ellos mismos no
han ido a los grandes excesos en el vicio, están llenos de justicia propia. Cris-
to hizo frente a esos hombres cavilosos en su propio terreno. Como el hijo
mayor de la parábola, tenían privilegios especiales otorgados por Dios. De-
cían ser hijos en la casa de Dios, pero tenían el espíritu del mercenario. Tra-
bajaban no por amor, sino por la esperanza de la recompensa... El regreso del
pródigo, que llenaba de gozo el corazón del Padre, solamente los incitaba a
los celos...
La justificación propia no solamente induce a los hombre a tener un falso
concepto de Dios, sino que también los hace fríos de corazón y criticones
para con sus hermanos. El hijo mayor, en su egoísmo y celo, estaba listo para
vigilar a su hermano, para criticar toda acción, y acusarlo por la menor defi-
ciencia. Estaba listo para descubrir cada error, y agrandar todo mal acto. Así
trataría de justificar su propio espíritu no perdonador. Muchos están haciendo
lo mismo hoy día. Mientras el alma está soportando sus primeras luchas con-
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tra en diluvio de tentaciones, ellos se mantienen porfiados, tercos, quejándo-
se, acusando. Pueden pretender ser hijos de Dios, pero están manifestando el
espíritu de Satanás. Por su actitud hacia sus hermanos, estos acusadores se
colocan donde Dios no puede darles la luz de su presencia.
Cuando comprendáis que sois pecadores salvados solamente por el amor
de vuestro Padre celestial, sentiréis tierna compasión por otros que están
sufriendo en el pecado. No afrontaréis más la miseria y el arrepentimiento
con celos y censuras. Cuando el hielo del egoísmo de vuestros corazones se
derrita, estaréis en armonía con Dios, y participaréis de su gozo por la salva-
ción de los perdidos...
Aunque no os unáis para dar la bienvenida a los perdidos, el regocijo se
producirá, y el que haya sido restaurado tendrá lugar junto al Padre y en la
obra del Padre. Aquel a quien se le perdona mucho, ama mucho. Pero voso-
tros estaréis en las tinieblas de afuera. Porque “el que no ama, no conoce a
Dios; porque Dios es amor” (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 164-
166).
Miércoles 20 de mayo: Oportunidades perdidas
En la parábola del hombre rico y Lázaro, Cristo muestra que los hombres
deciden su destino eterno en esta vida. La gracia de Dios se ofrece a cada
alma durante este tiempo de prueba. Pero si los hombres malgastan sus opor-
tunidades en la complacencia propia, pierden la vida eterna. No se les conce-
derá ningún tiempo de gracia complementario. Por su propia elección han
constituido una gran sima entre ellos y su Dios (Palabras de vida del gran
Maestro, p. 205).
Hay muchos hoy día que están siguiendo la misma conducta. Aunque son
miembros de la iglesia, no están convertidos... No son más justos a la vista de
Dios que los más señalados pecadores. El alma que suspira por la excitación
de los placeres mundanos, la mente que ama la ostentación, no puede servir a
Dios. Como el rico de la parábola, una persona tal no siente inclinación a
luchar contra los deseos de la carne. Se deleita en la complacencia del apeti-
to. El escoge la atmósfera del pecado. Es de repente arrebatado por la muerte,
y desciende al sepulcro con el carácter que ha formado durante su vida de
compañerismo con los agentes satánicos. En el sepulcro no tiene poder de
escoger nada, sea bueno o malo; porque el día en que el hombre muere, pere-
cen sus pensamientos.
Cuando la voz de Dios despierte a los muertos, él saldrá del sepulcro con
los mismos apetitos y pasiones, los mismos gustos y aversiones que poseía
en la vida. Dios no hará ningún milagro por regenerar al hombre que no qui-
so ser regenerado cuando se le concedió toda oportunidad y se le proveyó
toda felicidad para ello. Mientras vivía no halló deleite en Dios, ni halló pla-
cer a su servicio. Su carácter no se halla en armonía con Dios y no podrá ser
feliz en la familia celestial...
Aprender de Dios significa recibir su gracia, la cual es su carácter. Pero
aquellos que no aprecian ni aprovechan las preciosas oportunidades y las
sagradas influencias que le son concedidas en la tierra, no están capacitados
para tomar parte en la devoción pura del cielo. Su carácter no está moldeado
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de acuerdo con la similitud divina. Por su propia negligencia han formado un
abismo que nada puede salvar. Entre ellos y la justicia se ha formado una
gran sima (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 213-215).
La salvación no consiste en ser bautizados, ni en tener nuestros nombres
registrados en los libros de la iglesia, ni en predicar la verdad, sino que con-
siste en una unión viviente con Jesucristo, en ser renovados en el corazón, en
hacer las obras de Cristo con fe y en trabajar con amor, paciencia, humildad
y esperanza. Cada persona que está unida con Cristo llegará a ser un misione-
ro viviente para todos los que viven a su alrededor (Mensajes selectos, t. 2, p.
438).
Jueves 21 de mayo: Era ciego y ahora veo
Solamente cuando el pecador siente su necesidad de un Salvador, su cora-
zón acude al que puede ayudarlo. Cuando Jesús caminaba entre los hombres,
eran los enfermos los que necesitaban de él. Los pobres, los afligidos y los
angustiados lo seguían, para recibir la ayuda y el consuelo que no podían
encontrar en otra parte. El ciego Bartimeo esperaba a la vera del camino.
Había esperado mucho tiempo para encontrar a Jesús.
Multitudes que poseen la vista pasan de un lado a otro sin el deseo de ver
a Jesús. Una mirada de fe sería como un toque de amor en su corazón, y les
daría la bendición de su gracia; pero no conocen la enfermedad y la pobreza
de su alma, y no sienten necesidad de Cristo. No ocurre lo mismo con el po-
bre ciego. Su única esperanza está en Jesús. Mientras aguarda y vela, escucha
el ruido de muchos pasos, y pregunta ansiosamente: “¿Qué significa este
ruido?” El viandante le contesta que es Jesús de Nazaret. Con la ansiedad del
deseo intenso, exclama: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí”. Tra-
tan de hacerlo callar, pero clama con mayor vehemencia: “Hijo de David, ten
misericordia de mí”. Se escucha este llamamiento. Su fe perseverante recibe
recompensa. No solo se restaura su vista física, sino que se abre el ojo de su
entendimiento. En Cristo ve a su Redentor, y el Sol de justicia resplandece en
su alma. Todos los que sienten su necesidad de Cristo, como el ciego Barti-
meo, y quieren manifestar el fervor y la determinación suyas, recibirán como
él la bendición que anhelan (Hijos e hijas de Dios, p. 128).
“Si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz”. Lo que el Señor
señala en estas palabras es la sinceridad de propósito, la devoción indivisa a
Dios. Si existe esta sinceridad de propósito, y no hay vacilación para percibir
y obedecer la verdad a cualquier costo, se recibirá luz divina. La piedad ver-
dadera comienza cuando cesa la transigencia con el pecado...
El ceder a la tentación empieza cuando se permite a la mente vacilar y ser
inconstante en la confianza en Dios. Si no decidimos entregarnos por com-
pleto a Dios, quedamos en tinieblas. Cuando hacemos cualquier reserva,
abrimos la puerta por la cual Satanás puede entrar para extraviamos con sus
tentaciones. Él sabe que si puede oscurecer nuestra visión para que el ojo de
la fe no vea a Dios, no tendremos protección contra el pecado.
El predominio de un deseo pecaminoso revela que el alma está engañada.
Cada vez que se cede a dicho deseo se refuerza la aversión del alma contra
Dios. Al seguir el sendero elegido por Satanás, nos vemos envueltos por las