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Territorios 39 / Bogotá, 2018, pp. 245-272
ISSN: 0123-8418
ISSNe: 2215-7484
245
* Esta es la Parte 1 del Ca-
pítulo 2 del libro Justice,
Nature and the Geogra-
phy of Difference. Oxford:
Blackwell, 1996. pp 46-68.
Traducción por PhD. Luis
Berneth Peña con la revi-
sión de Claudia Ríos.
** David Harvey es pro-
fesor de Antropología y
Geografía en el Graduate
Center de la City Univer-
sity of New York (cuny) y
directordelCenterofPlace,
Culture and Politics de la
misma universidad.
La dialéctica*
Agradecemos la autorización de la traducción al profesor
David Harvey y su interés por apoyar la Revista Territorios.
David Harvey**
Raymond Williams eligió el recurso de pensar ‘mundos posibles’ ficticios para abordar la
complejidad de temas relativos al lugar, el espacio y el ambiente. ¿Sin embargo, será que
este era un recurso necesario, o más bien una estrategia aleatoria suya para profundizar
en el estudio de la teoría de la cultura? Empezaré en este capítulo por demostrar que la
estrategia empleada por Williams no es necesaria en absoluto. Espero poder demostrar
que la investigación materialista histórica, inducida por un entendimiento dialéctico,
puede integrar los temas de lugar, espacio y ambiente (naturaleza) en la teoría social y
en la teoría literaria. Estas teorías no han tomado este proyecto en serio, y ello a pesar
de que se ha mencionado y se ha apelado en demasía a metáforas espacio-temporales,
ligadas al lugar y al medio ambiente (tales como: “los continentes de conocimiento”
de Althusser, “la cartografía cognitiva” de Jameson, “la heterotopía” de Foucault y
una multitud de estudios con títulos como “la geografía de la imaginación”, “el espa-
cio de la literatura” y otros semejantes). Parecería que, como observan Smith y Katz
(1993), existe un mundo de diferencia entre, por un lado, invocar el espacio, el lugar
y el ambiente (naturaleza) como metáforas convenientes y, por el otro, integrar estas
nociones como realidades históricas y geográficas en la teoría social y literaria. También
espero mostrar que semejante proyecto teórico no solo tiene un efecto transformativo
en el terreno de la teoría, sino que también abre un terreno de posibilidades políticas.
El primer paso en este camino es proporcionar alguna clase de fundamento sobre
dialéctica. Williams, por supuesto, estuvo profundamente involucrado con maneras
dialécticas de pensamiento, como se puede apreciar en el siguiente pasaje:
La cultura y la sociedad, en la mayoría de descripciones y análisis, se tratan habitualmente en
tiempo pasado. Justamente, la barrera más sólida que se opone al reconocimiento de la actividad
David Harvey
territorios 39
246
cultural humana es esta conversión inmediata
y recurrente de la experiencia en productos
acabados. Lo que es defendible como un
procedimiento de la historia consciente,
en lo que en ciertas suposiciones muchas
acciones pueden tomarse definitivamente
como concluidas, es la habitual proyección
no solo en la sustancia del pasado, sino en
la vida contemporánea en la que las rela-
ciones, instituciones y formaciones en las
que estamos involucrados activamente son
convertidas, gracias a este procedimiento,
en una serie de todos formados en vez de
en procesos de y en formación. En conse-
cuencia, el análisis está centrado en las re-
laciones existentes entre estas instituciones,
formaciones y experiencias, de modo que en
la actualidad como en aquel pasado produ-
cido, solo existen las formas explícitamente
fijadas; mientras que la presencia viviente,
por definición, resulta permanentemente
rechazada (Williams, 1977, pp. 128-129).
Pero Williams no puso o no pudo po-
ner, como muchos otros, a funcionar di-
rectamente en su teoría cultural este modo
de pensamiento dialéctico para abordar los
complejos problemas del lugar, la espacio-
temporalidad y el ambiente. No ha sido el
único en ello. De hecho, en geografía y en
las ciencias sociales no se entiende bien lo
que significa, en términos de destrezas me-
todológicas, este razonamiento, por lo que
no sorprende la falta de tratamiento dialéc-
tico sobre el espacio, el lugar y el ambiente.
Curiosamente, en teoría literaria, los modos
dialécticos de pensamiento se han vuelto
dominantes recientemente gracias en parte
a la resurgente influencia de Hegel, Marx,
Heidegger, Althusser, Foucault, Ricoeur,
Derrida y muchos otros formados en las
tradiciones de la filosofía europea. Como
la teoría literaria permea la teoría social, se
puede afirmar que el escenario actual está
configurado por las fuertes confrontaciones
entre las tradiciones positivistas, empiristas
y materialistas históricos, de un lado, y una
inmensa serie de tradiciones como la feno-
menológica, la hermenéutica y la dialéctica,
del otro. Ese contexto se presta, por tanto,
para que, aunque con buenas intenciones,
partiendo de lecturas no dialécticas cons-
truidas supuestamente sobre argumentos
dialécticos, se generen amplias interpre-
taciones erróneas. Dentro de la historia
reciente de la geografía, por ejemplo, la
lectura cartesiana y positivista de Duncan
y Ley (1982) sobre la dialéctica ha causado
estragos (posiblemente intencionados) en
el entendimiento general de esta. Por esta
razón, considero que es importante presen-
tar, tan simple como sea posible, los princi-
pios generales de la dialéctica, explorar sus
fundamentos epistemológico y ontológico
e ilustrar por medio de ejemplos cómo po-
dría operar en las interfases de teoría social,
geográfica y literaria.
Empezaré con una advertencia. Hay,
por supuesto, mucho pensamiento mar-
xista que es no dialéctico o abiertamente
hostil a la dialéctica (como el marxismo
analítico), al mismo tiempo que existe toda
una tradición de pensamiento dialéctico
(más fuertemente influenciado por Leib-
niz, Hegel, Heidegger y Derrida, aunque
sus orígenes se remontan por lo menos a los
La dialéctica
territorios 39
247
griegos) que de ningún modo es marxista.
Además, hay interpretaciones divergen-
tes de la dialéctica dentro de la tradición
marxista —Bhaskar (1993) lista algunos
de ellos— junto a una serie de corrientes
de pensamiento que simulan la dialéctica
como la “filosofía basada en procesos” y
las perspectivas ‘orgánicas’ montadas, por
ejemplo, por A. N. Whitehead, David Bo-
hm y una variedad de ecólogos contempo-
ráneos como Naess y Capra que sostienen
alguna clase de afinidad con la dialéctica de
Marx. Comparemos, por ejemplo, la afir-
mación de Williams citada anteriormente
y esta de Whitehead (1985, p. 90):
[La] naturaleza es una estructura de proce-
sos en desarrollo. La realidad es el proceso.
No tiene sentido preguntar si el color rojo
es real. El color rojo es un elemento en el
proceso de realización.
O Bohm (1983, p. 48):
La noción de que la realidad está para ser
entendida como un proceso es antigua y se
remonta por lo menos a Heráclito que dijo
que todo fluye... Considero que la esencia
de la noción de proceso está dada por la
afirmación: no solo todo está cambiando,
sino que todo es fluir. Es decir, lo que es, es
el proceso de ir deviniendo. En esa medida,
todos los objetos, eventos, entidades, con-
diciones, estructuras, etc. son formas que
pueden abstraerse de este proceso.
Luego, comparemos estas declaracio-
nes con la formulación de Ollman (1993,
p. 11) acerca de la postura de Marx:
La dialéctica reestructura nuestro pensa-
miento sobre la realidad reemplazando la
noción del sentido común de ‘la cosa’ por
una noción donde la cosa tiene una historia
y tiene conexión externa con otras cosas.
Desde esa perspectiva se introducen, prime-
ro, la noción de ‘proceso’, el cual contiene
su historia y futuros posibles y, segundo, la
noción de ‘relación’, que contiene, como
parte de lo que es, lazos con otras relaciones.
En lo que sigue, abordaré ocasional-
mente estas maneras paralelas de pensa-
miento con el fin de ilustrar el marco de
referencia más amplio dentro del cual se
apoya la versión de Marx sobre la dialéctica.
Así, al mismo tiempo que busco situarme
firmemente en la tradición marxista, tam-
bién intentaré dar cuenta de la riqueza del
pensamiento dialéctico como un todo.
I. Los principios de la dialéctica
Marx decidió nunca redactar algo así como
los principios de la dialéctica por una muy
buena razón. La única forma para entender
su método dialéctico es justamente seguir
su práctica de investigación. Esto sugiere
que la reducción de la dialéctica a conjunto
fijo de principios podría ser contraprodu-
cente. La dialéctica es un proceso y no una
cosa y es, además, un proceso en el que
no tienen ningún asidero las separaciones
cartesianas entre la mente y la materia,
entre el pensamiento y la acción, entre la
conciencia y la materialidad, entre la teo-
ría y la práctica. El debate tan corriente
acerca de si, por ejemplo, la naturaleza de
David Harvey
territorios 39
248
la realidad es ontológicamente dialéctica
o si la dialéctica es solo una epistemología
conveniente para entender la naturaleza es,
desde este punto de vista, tan espurio como
la separación cartesiana entre la mente y la
materia. Sin embargo, este debate reviste
muchísima importancia. De hecho, como
lo sostiene Ollman, este debate sobre lo
que es “el modo dialéctico de argumen-
tación” es una discusión sobre cómo abs-
traer los fenómenos que encontramos en
la vida cotidiana. Establecer los principios
de la dialéctica proporciona una apertura
a campos de investigación ulteriores, una
discusión sobre cómo formular tales abs-
tracciones. Marx, por supuesto, tenía el
ejemplo de la lógica y del método de Hegel
ante él y sin el estudio cuidadoso de este
probablemente no hubiera podido haber
llegado a integrar las prácticas dialécticas
insertas en El Capital, el aparato de abs-
tracciones conceptuales que le permitió
comprender el mundo como lo hizo ni
hubiera podido haber formulado sus es-
trategias políticas y prácticas.
Redactar “los principios de la argu-
mentación dialéctica” implica, inevitable-
mente, remontarse a Hegel como el pre-
ludio para algo mucho más marxista. Es
necesario ‘retornar’, pero solo para avanzar
después hacia el terreno de acción. Allí, los
principios de la dialéctica, en el modo de
Marx, desaparecen dentro del flujo de las
prácticas políticas y teóricas. No evocaré
aquí la formulación particular de Hegel,
pero intentaré resumir, tan simple como
pueda, algunas de las tesis básicas sobre dia-
léctica que se destilan no solo de las prácti-
cas de investigación de Marx, sino también
de aquellos que en los años ­recientes han
retrocedido para reflexionar acerca de lo
que la dialéctica pueda significar.
Los principios de la dialéctica se pue-
den resumir en once proposiciones.
1.	 El pensamiento dialéctico da énfasis
a la comprensión de los procesos, los
flujos, las fusiones y las relaciones por
medio del análisis de los elementos,
las cosas, las estructuras y los sistemas
organizados. Las citas presentadas más
arriba son bastante explícitas en este
respecto. Hay un principio ontológico
muy profundo implicado acá puesto
que, en efecto, los dialécticos sostienen
que los elementos, las cosas, las estruc-
turas y los sistemas nunca existen por
fuera o antes de los procesos, los flujos
o las relaciones que los crean, sustentan
o socavan. Por ejemplo, en nuestro
mundo contemporáneo, los flujos de
capital (bienes y dinero) y de personas
generan, sostienen o socavan lugares
como fábricas, barrios y ciudades, en-
tendidos como cosas. Epistemológica-
mente, en el proceso de investigación
se invierte normalmente este énfasis
porque buscamos entender los proce-
sos, ya sea mirando cualquiera de los
atributos que en primera instancia nos
parecen cosas autoevidentes o mirando
las relaciones entre ellos. Normalmente
investigamos flujos de bienes, dinero
y personas examinando las relaciones
entre las entidades existentes como
fábricas, barrios y ciudades. Newton,
La dialéctica
territorios 39
249
para poner un caso, no empezó con
la gravedad, sino con la manzana, su
cabeza, la tierra y la luna. Este método
realmente solo nos permite, sin em-
bargo, comparar el estado de las rela-
ciones entre tales entidades en puntos
diferentes en el tiempo (un método
llamado “estática comparativa”). Sobre
esta base se puede inferir algo acerca
de los procesos que han generado un
cambio de situación, pero la idea de
que las entidades son inmutables en
sí mismas nos conduce rápidamente
a una manera causal y mecánica de
pensamiento. El razonamiento dia-
léctico sostiene, por el contrario, que
esta condición epistemológica se debe
invertir cuando se trata de formular
abstracciones, conceptos y teorías so-
bre el mundo. Esto convierte al mundo
autoevidente de las cosas, con el que
han tratado típicamente el positivismo
y el empirismo, en un mundo mucho
más confuso de relaciones y flujos que
se manifiestan como cosas. Considere-
mos, por ejemplo, la definición de ‘ca-
pital’. En la economía política clásica
y en la economía neoclásica se entien-
de normalmente como un inventario
de recursos productivos de un cierto
valor (un conjunto de cosas) del cual
un flujo de servicios puede generarse.
Pero en la definición de Marx, el ca-
pital se constituye tanto en el proceso
de circulación del valor (un flujo) como
en el inventario de recursos (‘cosas’
tales como artículos, dinero, aparato
productivo) implicados en tales flujos.
En cuanto los trabajadores, se inclu-
yen en ese proceso (como factores de
producción y como consumidores de
productos terminados), ellos también
se convierten en ‘apéndices’ y por con-
siguiente en una manifestación particu-
lar de ‘capital’ (‘capital variable’, en la
terminología de Marx). Igualmente, el
‘dinero’ se toma como ‘parecido a co-
sa’ de diferentes formas, pero aquellas
‘cosas’ (como las monedas o las cifras
en una pantalla de computadora) so-
lo tienen significando en términos de
los procesos sociales de producción e
intercambio que los validan. Sin los
procesos que continuamente operan
para apoyarlo, el dinero no tendría
sentido.
	 Esta manera de pensar está bastante
más extendida de lo que se cree. En
la teoría cuántica, por ejemplo, una
misma entidad de la materia (como
un electrón) mantiene la misma iden-
tidad cuando se comporta bajo unas
circunstancias como una onda que bajo
otras circunstancias como una partícula
(Bohm & Turba, 1987, p. 40). Puesto
que la materia (substancias cosa) y la
energía (un flujo) son intercambiables,
ni el uno ni el otro pueden priorizarse
como el foco de ninguna investigación
porque se perdería seriamente pers-
pectiva y entendimiento de lo que es
la materia. Los electrones aparecen así
como ‘cosas’ y como ‘flujos’. Aun a los
físicos les tomó muchos años reconocer
que estas dos concepciones no eran
ni inconmensurables ni mutuamente
David Harvey
territorios 39
250
excluyentes. Solo cuando superaron
esta barrera, la teoría cuántica pudo
empezar a tomar forma. Igualmente,
se demostró que fue muy difícil para los
científicos sociales abandonar eso que
Ollman (1993, p. 34) llama “la pers-
pectiva del sentido común” —erigido
en un sistema filosófico por Locke,
Hume y otros— que dice que “hay
cosas y hay relaciones y que ninguna
puede subsumirse en la otra”.
2.	 Los elementos o las ‘cosas’ (como las
llamo) están constituidas por flujos,
procesos y relaciones que operan den-
tro de campos limitados que constitu-
yen totalidades o sistemas estructura-
dos. Una concepción dialéctica tanto
de la cosa individual como del sistema
estructurado del cual hacen parte se
basa enteramente en una comprensión
de los procesos que constituyen las
relaciones que hacen posible la cosa y
el sistema estructurado. Esta idea no
es intuitivamente autoevidente puesto
que estamos rodeados por ‘cosas’ que
parecen tener un carácter tan perma-
nente y sólido que hacen difícil ima-
ginarlas como algo que está fluyendo
de algún modo. No hay que restar
importancia, por consiguiente, a lo
que Whitehead (1985, p. 137) llama
las ‘permanencias’ —los innumerables
“objetos prácticamente indestructi-
bles” que encontramos a diario en el
mundo y sin los cuales la vida física y
biológica no existiría y no podría existir
ahora tal como la conocemos. Pero,
como él hizo notar, incluso algo tan
sólido y perdurable como una pirámi-
de egipcia se constituye de materia en
movimiento. La dialéctica nos obliga,
entonces, a plantear permanentemen-
te la pregunta acerca de la ‘cosa’ o el
‘evento’ con que nos encontramos:
¿mediante qué proceso ha tomado for-
ma y cómo se sostiene?
3.	 Las ‘cosas’ y los sistemas que muchos
investigadores tratan como algo irre-
ducible, que no es problemático, en el
pensamiento dialéctico se entienden
como internamente contradictorios en
virtud de los múltiples procesos que
los constituyen. Yo soy considerado,
para propósitos de la teoría social, un
individuo dentro de un sistema social
y dicha suposición, para ciertas formas
de investigación restrictivas, sonaría
completamente razonable. No obs-
tante, una investigación más profunda
demuestra que soy una ‘cosa’ bastante
contradictoria y problemática creada
por toda clase de procesos. Mi cuerpo
contiene una variedad de órganos que
sustentan la vida como el corazón,
los pulmones, el hígado y el sistema
digestivo, “cuyo funcionamiento es
más o menos automático y necesa-
rio […] debido al proceso constante
de auto reconstrucción interior del
cuerpo” (Ingold, 1986, p. 18). Los
procesos metabólicos que permiten
que la autoreconstrucción interior se
mantenga conllevan intercambios con
mi ambiente y a un completo rango
de procesos transformativos que son
necesarios para el mantenimiento de
La dialéctica
territorios 39
251
mi individualidad corporal. Si los pro-
cesos cambian, entonces, el cuerpo
o se transforma o deja de existir. Mi
socialización (por ejemplo, la adquisi-
ción del lenguaje y de las habilidades
simbólicas) se construye igualmente
por medio de la captación que yo hago
de ciertos dominios que residen en los
procesos sociales. La reconstitución
permanente de esos dominios (con
respecto a las facultades mentales y
las habilidades simbólicas, por ejem-
plo) es un proceso que perdura tanto
mientras esté vivo (todos sabemos lo
que quiere decir ‘mantenerse en for-
ma’ u ‘oxidarse’ en lo que hacemos).
Tomar este asunto de esta manera no
es ver la ‘cosa’ (o el sistema) como un
producto pasivo de procesos externos
(con toda seguridad, yo no me veo a
mí mismo así). Lo que es notable so-
bre los sistemas vivientes es la manera
en que estos captan flujos de energía
o información difusos (y a menudo en
alta entropía) y los juntan en formas
complejas, pero bien ordenadas (baja
entropía). Los seres humanos, ade-
más, tienen una capacidad notable para
captar y reorganizar flujos de energía
e información de maneras más creati-
vas que pasivas. Pero el hecho de que
lo hagan de ninguna manera desafía
la proposición ontológica de que las
‘cosas’ y los sistemas perpetuamente
se constituyen y se reconstituyen por
procesos (como los lugares en novelas
de Williams).
4.	 Se asume que las ‘cosas’ siempre “son
internamente heterogéneas [es decir,
contradictorias] a todo nivel” (Levins
& Lewontin, 1985, p. 272). Esto se
deriva de las dos primeras proposi-
ciones, pero vale la pena exponerlo
explícitamente. Hay cuatro puntos a
ser tratados en este respecto:
a.	 Cualquier ‘cosa’ puede descom-
ponerse en una colección de otras
‘cosas’, las cuales están imbrica-
das en alguna relación entre sí.
Por ejemplo, una ciudad puede
ser considerada como una ‘cosa’
en interacción con otras ciudades,
pero también puede dividirse en
barrios o zonas, que pueden divi-
dirse a su vez en personas, casas,
escuelas, fábricas, etc., que pueden
dividirse a su vez ad infinitum. La
cláusula de ad infinitum es muy
importante porque dice que no
hay un bloque irreductible de ‘co-
sas’ para cualquier reconstrucción
teórica acerca de cómo funciona
el mundo. Esto sugiere que lo que
parece un sistema en un nivel de
análisis (por ejemplo, una ciudad)
se vuelve una parte de uno a otro
nivel como, por ejemplo, una red
global de ciudades mundiales. Esta
idea se ha tornado muy importante
en la física cuántica contemporá-
nea en que un principio funda-
mental consiste en que “lo que sea
que digamos que una estructura o
una cosa es, no lo es” porque “hay
David Harvey
territorios 39
252
siempre algo más y algo diferente
de lo que digamos” (Bohm & Peat,
1987, p. 141-142). No hay ‘basa-
mento’, como lo formulan Levins y
Lewontin (1985, p. 278), ya que la
experiencia muestra que “todas las
indivisibles ‘unidades básicas’ pro-
puestas previamente han resultado
ser divisibles y la descomposición
ha abierto nuevos dominios para
la investigación y la práctica”. Es
legítimo investigar “cada nivel de
organización sin haber investigado
las unidades fundamentales”. La
otra implicación, tomada seriamen-
te en la dialéctica de la deconstruc-
ción, es que todas las categorías
fijas y congeladas son susceptibles
de disolución. La crítica práctica en
las humanidades en estos días está
muy guiada, quizá demasiado, por
las preocupaciones por disolver las
categorías fijas dentro de campos
conflictivos y flujos de prácticas
socio-lingüísticas y representacio-
nales.
b.	 Si todas las ‘cosas’ son heterogé-
neas en virtud de los procesos com-
plejos (o relaciones) que las cons-
tituyen, entonces la única manera
en que podemos entender los atri-
butos cualitativos y cuantitativos
de las ‘cosas’ es entendiendo los
procesos y las relaciones que ellos
internalizan. Ollman (1976) ha
sido muy explícito en este respecto
al construir sus argumentos, refe-
rente a las relaciones internas. Mas
estos argumentos han avanzado en
buena parte de la literatura sobre
ecología (ver Eckersley, 1992, p.
49-55; Naess, 1989, p. 79 y Zim-
merman, 1988). La única mane-
ra en que podemos entender los
(contradictorios) atributos cualita-
tivos y cuantitativos de las ‘cosas’
es comprendiendo los procesos y
las relaciones que los constituyen
y que estos internalizan. Yo, como
individuo, no puedo ser entendido,
excepto por medio de los proce-
sos metabólicos, sociales y otros
que internalizo. Esto implica, sin
embargo, que yo necesariamente
internalizo la heterogeneidad y una
serie de contradicciones asociadas.
La contradicción se entiende aquí
en el sentido dado al término por
Ollman (1990, p. 49), como “una
unión de dos o más procesos inter-
namente relacionados que están si-
multáneamente soportándose y mi-
nándose entre sí”. Este es un punto
de vista que Whitehead (1985, p.
155), que siempre prefirió la pa-
labra ‘evento’ a cosa porque sim-
boliza dinamismos, presenta de la
siguiente forma:
[…] el concepto de relaciones interiores
requiere la noción de substancia entendida
como algo que sintetiza las relaciones en su
carácter emergente. El evento es lo que es
por causa de la unificación en sí mismo de
una multiplicidad de relaciones.
La dialéctica
territorios 39
253
	 Ver también, la discusión de Mau-
rice Wilkins (1987) sobre el fun-
cionamiento de los principios de
complementariedad en la micro-
biología y otras esferas de ciencia
y proyectos creativos.
c.	 Existe, sin embargo, una limitación
para formular este argumento. Yo,
como individuo, no internalizo en
la práctica cada cosa en el universo,
pero absorbo principalmente lo
que es relevante para mí por me-
dio de mis relaciones (metabólicas,
sociales, políticas, culturales, etc.),
en cuanto a procesos que operan en
un campo relativamente limitado
(mi ecosistema, mi economía, mi
cultura, etc.). No hay, sin embargo,
un límite fijo o a priori para este
sistema. Dónde empieza y dónde
termina el ambiente relevante pa-
ra mí es en sí una función de los
procesos ecológicos, económicos
y otros que son relevantes para mí.
La relevancia es dependiente, ade-
más, de mis propias acciones (la
atmósfera relevante para mi res-
piración, para tomar un ejemplo
trivial, depende de si me quedo
en mi casa todo el día, si hago una
caminata por el campo, o si vuelo
a Los Ángeles).
d.	 Poner límites al espacio, el tiempo,
la escala y el ambiente es, enton-
ces, una consideración estratégica
muy importante en el desarrollo
de conceptos, abstracciones y teo-
rías. Es normalmente el caso que
cualquier cambio sustancial en es-
tos límites cambiará radicalmen-
te la naturaleza de los conceptos,
las abstracciones y las teorías. En
geografía enfrentamos a menudo
este problema en la forma de las
paradojas generadas por diferentes
escalas de correlación ecológica.
Con frecuencia enfrentamos este
problema de escalas en lo que sigue
a continuación.
5.	 El espacio y el tiempo no son ni abso-
lutos ni externos a los procesos sino
contingentes y contenidos en estos
mismos. Hay múltiples espacios y tiem-
pos (y espacio-tiempos) implicados en
los diferentes procesos físicos, biológi-
cos y sociales. Estos últimos producen
todos —para usar la terminología de
Lefebvre (1991)— sus formas propias
de espacio y tiempo. Los procesos no
operan en el espacio y el tiempo, sino
que los construyen activamente y en
ello van definiendo escalas distintivas
para su desarrollo. Este es un problema
complicado y será el objeto de inves-
tigación en la parte iii.
6.	 Las partes y los todos se constituyen
uno al otro recíprocamente. “La parte
crea el todo y el todo crea la parte”
(Levins y Lewontin, 1985). Este es
un principio que Giddens (1984) pro-
mueve en algunos de sus escritos sobre
la teoría de la estructuración (la agencia
hace la estructura y la estructura hace
la agencia) y este es, por supuesto, un
principio fundamental que opera en
David Harvey
territorios 39
254
toda la amplitud y rango del trabajo
de Marx. Decir que las partes y los
todos se constituyen mutuamente es
más que afirmar que existe una retroa-
limentación entre ellos. En el proceso
de captar el poder que reside en estos
sistemas ecológicos y económicos que
son relevantes para mí, yo activamente
los reconstituyo o transformo dentro
de mí mismo, incluso antes de repro-
yectar para reconstituir o transformar el
sistema del que aquel poder proviene.
Tomemos un par de ejemplos triviales
pero importantes: cuando aspiro, me
reconstituyo por virtud del oxígeno
de la atmosfera, pero estoy al mismo
tiempo transformando la química del
aire dentro de mí y alrededor por me-
dio de la exhalación. O cuando leo o
escucho estoy tomando ideas y pen-
samientos. Así, gano un sentido de
identidad propia, pero en el proceso de
reformular y transformar las palabras y
al reproyectarlas a la sociedad produz-
co un cambio en el mundo social. Las
prácticas reduccionistas “normalmente
ignoran esta relación, separando las
partes en unidades aisladas preexis-
tentes que supuestamente componen
los sistemas o los todos”, mientras que
algunas perspectivas holísticas invierten
el sistema preferencial.
7.	 El hecho de que las partes y los todos
estén intrínsecamente entretejidas con-
lleva “la intercambiabilidad del sujeto
y el objeto, de la causa y el efecto”
(Levins & Lewontin, 1985, p. 274).
Los organismos, por ejemplo, han de
ser vistos a la vez como los sujetos y
como los objetos de la evolución, exac-
tamente de la misma manera que los in-
dividuos han de ser considerados como
objetos y como sujetos de procesos del
cambio social. La reversibilidad de cau-
sa y efecto hace inapropiados los mo-
delos especificados de manera causal
(incluso si fueron fundamentados con
retroalimentación). Es precisamente en
virtud de su integración en un flujo de
procesos continuos y de su represen-
tación que la dialéctica hace una ape-
lación limitada al argumento causal y
entonces solo como un particular caso
limitante. La argumentación causal ne-
cesariamente descansa sobre absolutos
y no en concepciones relacionales de
espacio y tiempo. Whitehead (1920,
p. 53) expresa esta idea cuando dice
que “no puede haber explicación” de
“la naturaleza como proceso” o del pa-
so del tiempo. “Lo único que se puede
hacer es usar el lenguaje, lo que espe-
culativamente podría demostrarlos”.
8.	 El comportamiento transformativo
—‘la creatividad’— surge de las con-
tradicciones en las que se conjugan
tanto la heterogeneidad internalizada
de las ‘cosas’ como la heterogeneidad
más obvia presente en los sistemas.
La heterogeneidad, como Ollman y
Levins y Lewontin (1985, p. 278)
insisten, significa mucho más que la
mera diversidad: “las partes y los pro-
cesos se confrontan como opuestos,
condicionando los todos de los que
ellos forman parte”. De estas oposi-
La dialéctica
territorios 39
255
ciones, constituidas del flujo del pro-
ceso, surgen tensiones creativas y com-
portamientos transformativos. Llegar
a ser, usando el lenguaje de Hegel,
emerge de la oposición entre el ser y
el no ser. O, para citar a Whitehead
(1969, p. 28), el “principio de lo que
es un proceso” consiste en que “el ser
se constituye en el llegar a ser”. En
la perspectiva dialéctica, las fuerzas
contrarias, constituidas ellas mismas
por los procesos, llegan a ser a su vez
puntos nodales para patrones poste-
riores de la actividad transformativa.
Materia y antimateria, cargas positivas
y negativas, repulsión y atracción, vida
y muerte, mente y materia, masculino
y femenino, capital y trabajo, etc. están
constituidos como oposiciones alrede-
dor de las cuales se consolida un todo
organizador de las actividades transfor-
mativas que reproducen las oposiciones
al mismo tiempo que reestructuran el
mundo físico, biológico y social.
9.	 “El cambio es una característica de to-
dos los sistemas y de todos los aspectos
de los sistemas” (Levins & Lewontin,
1985, p. 275). Este es quizá el más im-
portante de todos los principios dialéc-
ticos y uno de los cuales Ollman (1990,
1993) pone por encima de los demás.
La implicación de esta premisa es que el
cambio y la inestabilidad son la norma
y que la apariencia de estabilidad de las
‘cosas’ o de los sistemas es lo que tiene
que ser explicado. En las palabras de
Ollman (1990, p. 34), “dado que el
cambio es siempre una parte de lo que
las cosas son, [nuestro] problema de
investigación solo [puede] ser cómo,
cuándo y en qué cambian las [cosas o
sistemas] y por qué ellas a veces pare-
cen no cambiar”. Levins y Lewontin
elaboran una postura similar:
Desde una perspectiva dialéctica, se insiste
en que la persistencia y el equilibrio no son
el estado natural de las cosas, pero sí se re-
quiere buscar una explicación de estas en
las acciones de las fuerzas contrarias. Las
condiciones bajo las cuales las fuerzas con-
trarias se equilibran y el sistema como un
todo se encuentra en equilibrio estable son
bastante especiales. Para ello se requiere que
simultáneamente se cumplan a satisfacción
tantas relaciones matemáticas como variables
hay en el sistema, las cuales normalmente
se expresan como desigualdades entre los
parámetros de ese sistema.
	 La naturaleza, dice Whitehead (1969,
p. 33), siempre es la exploración per-
petua de la novedad. Ya que la acción
transformativa —y aquí pienso princi-
palmente en la acción creativa en lugar
de la acción rutinaria— surge de la
contradicción, esta puede en principio
ocurrir en cualquier parte y por todas
partes en el mundo físico, biológico
y social. Formularlo de esta manera
no implica, sin embargo, que todos
los momentos dentro de un proceso
continuo sean igualmente importan-
tes como puntos creativos de la acti-
vidad transformativa. El objetivo de
la investigación teórica y empírica es
David Harvey
territorios 39
256
justamente identificar esos ‘momentos’
y ‘formas’ característicos (es decir, ‘co-
sas’), integrados en los procesos que
pueden producir transformaciones ra-
dicales o, inversamente, ‘salvaguardar’
los mecanismos que le dan a una ‘cosa’
o a un sistema (como una persona, una
ciudad, una región, un Estado nación)
las calidades de identidad, integridad
y estabilidad relativa. Si, como es in-
tuitivamente obvio, el mundo físico
alrededor de nosotros aparece consti-
tuido por eso que Whitehead (1969, p.
241-248) llama ‘permanencias’ —con-
figuraciones relativamente estables de
materia y de cosas— entonces el pro-
blema de cómo todavía se mantienen
tales permanencias integradas dentro
de un mundo dinámico de procesos
se vuelve un sujeto crítico de análisis.
De nuevo, esta tensión es el foco de
la contradicción. “Si los opuestos, es-
táticos y fluidos”, escribe Whitehead
(1969, p. 408), “han sido ya explicados
separadamente para caracterizar actua-
lidades diversas, la interacción entre
la cosa que es estática y las cosas que
son fluidas involucra contradicciones
en cada paso de su explicación”. La
pregunta sobre la ‘agencia’ en lo social
y lo biológico en los sistemas físicos
tiene que ser ampliamente formulada
en tales términos.
10.	La investigación dialéctica es en sí
misma un proceso que produce per-
manencias tales como conceptos, abs-
tracciones, teorías y estructuras insti-
tucionalizadas de conocimiento, las
cuales se establecen para ser susten-
tadas o refutadas por procesos conti-
nuos de investigación. Hay una cierta
relación implícita entre el investigador
y lo investigado que no es traducible
en términos de un ‘extraño’ (el inves-
tigador) que mira lo investigado como
un objeto, sino una entre dos sujetos
activos cada uno de los cuales inter-
naliza necesariamente algo del otro
en virtud de los procesos que los co-
nectan. La observación del mundo es,
sostiene Heisenberg, inevitablemente
una intervención en el mundo, de casi
la misma manera que los deconstruc-
cionistas sostendrán que la lectura de
un texto es fundamental para su pro-
ducción. Marx insiste de igual mane-
ra que solo transformando el mundo
podemos transformamos a nosotros
mismos; que es imposible entender
el mundo sin simultáneamente cam-
biarlo, a este y a nosotros mismos. La
lógica formal dialéctica no puede, por
consiguiente, presuponerse como una
cualidad ontológica de la naturaleza:
hacer esto sería superponer una lógica
mental particular en el mundo como
un acto de la mente sobre la materia.
La unidad dialéctica de las actividades
mentales y materiales (expresado por
Marx como la unidad de la teoría y de
la praxis) nunca puede romperse, solo
puede atenuarse o alienarse temporal-
mente.
11.	La exploración de los ‘mundos posi-
bles’ es inherente al pensamiento dia-
léctico. De alguna manera, esta idea
La dialéctica
territorios 39
257
se remonta a Aristóteles, ampliamente
rechazada por la ciencia del siglo xvii,
quien decía que “el devenir de un ser
natural es un proceso constante de
actualización de sus potencialidades”
(Leclerc, 1986, p. 21). La explora-
ción de las potencialidades para el
cambio, para la autorealización, para
la construcción de nuevas identida-
des colectivas y órdenes sociales, de
nuevas totalidades (por ejemplo, los
ecosistemas sociales) y similares, es un
móvil fundamental en el pensamiento
dialéctico marxista. Bookchin sostiene
igualmente que la educación (la explo-
ración de las posibilidades), en vez de
la deducción (colegir las implicaciones
de verdades conocidas) o la inducción
(descubrir las leyes generales que re-
gulan lo que ya existe) es el móvil cen-
tral de la praxis dialéctica, así como el
propósito primario de la construcción
del conocimiento. Cuando el teórico
de la geografía August Lösch (1954)
sostuvo en su argumento inicial que
nuestra tarea como geógrafos no era
“explicar nuestra triste realidad, sino
mejorarla” y concluyó con su visión
de una ciencia que, “más como la ar-
quitectura que como la historia de la
arquitectura, crea en vez de describir”.
recurría a un sentido dialéctico (aun-
que de tipo hegeliano) de ciencia crea-
tiva entendida como la exploración de
mundos espacialmente ordenados más
racionales y justos. Es en este sentido
en que tiene que ser entendida su (in-
fame) declaración de que “si el modelo
no se ajusta a la realidad, entonces la
realidad es la que está equivocada”.
	 En consecuencia, la investigación
dialéctica incorpora necesariamente
la construcción de opciones (valores)
éticas, morales y políticas en su propio
proceso y concibe el conocimiento
construido que resulta como discursos
situados en un juego de poderes dirigi-
do hacia una u otra meta. Los valores y
los objetivos (lo que podríamos llamar
el momento ‘teleológico’ o también
‘utópico’ del pensamiento reflexivo)
no se imponen como abstracciones
universales exteriores sino que se llegó
a ellos por medio de un proceso vivo
(incluyendo la investigación intelec-
tual) que integra formas de praxis y
juego de poderes ligados a la explora-
ción de una u otra potencialidad (en
nosotros mismos así como en el mun-
do que habitamos). El surgimiento
reciente de una muy notoria “teoría
del valor de lo verde” es un excelente
estudio de caso de cómo la confluencia
entre unos procesos socioecológicos
y un juego de poderes puede generar
una nueva visión de posibilidades. La
búsqueda de posibilidades fue siempre,
por supuesto, un asunto central en el
trabajo de Raymond Williams, recor-
demos cómo él repetidamente decía:
“el sentido de valor fue haciendo su
camino a través de diferentes clases de
opresión de diversas maneras [como]
un proceso incorporado de las cam-
biantes posibilidades de una vida en co-
mún” (Williams, 1989ª, p. 321-322).
David Harvey
territorios 39
258
La búsqueda de esas posibilidades está,
dadas las reglas de investigación dialéc-
tica, contenida dentro y no articulada
antes o después de las prácticas sociales,
incluyendo aquellas del proceso de in-
vestigación. La investigación nunca es,
por consiguiente, un asunto de escoger
entre las diferentes aplicaciones de un
conocimiento neutro, sino más bien
la búsqueda integral de posibilidades
que se encuentran en el núcleo mismo
de la argumentación dialéctica.
II. Conceptos, abstracciones
y teorías de la dialéctica
Hay un persistente debate acerca de si el
mundo es inherentemente dialéctico o si
la dialéctica es simplemente un conjun-
to conveniente o una lógica de premisas
para representar ciertos aspectos de los
procesos físicos, biológicos y sociales. La
perspectiva anterior, que llamaré la ver-
sión fuerte de la argumentación dialéc-
tica, fue enérgicamente promovida por
Engels, particularmente en La dialéctica
de la naturaleza y en el AntiDühring. Aun
cuando Marx no hizo ninguna declaración
general del asunto, ciertamente tampoco
se alejó por completo de una versión fuerte
de la dialéctica, sostenía que los procesos
sociales en el trabajo bajo el capitalismo
eran inherentemente dialécticos. aunque
su enfoque es más complejo que eso. Esta
perspectiva fuerte ha sufrido una conside-
rable crítica debido en parte a su asociación
con ideas de la teleología y con doctrinas
de la emergencia e inmanencia que pare-
cen casi deterministas en sus implicaciones
evolutivas. En parte, el significado de esta
controversia depende, en primera instan-
cia, de cómo se representa la dialéctica.
La representación más bien mecanicista
de la dialéctica de Hegel reducida a un
asunto de tesis, antítesis y síntesis sugiere
ciertamente, si se considera de modo sin-
crónico, una sucesión teleológica bastante
simplificadora (la lucha de clases bajo el
capitalismo inevitablemente da lugar a un
socialismo sin clases). Engels, por ejemplo,
consideró la concepción lógica e idealista
de la dialéctica expuesta por Hegel como
su modelo de lo que era verdaderamente
dialéctico. Así, aunque Engels insistía una
y otra vez en que el mundo natural y so-
cial es inherentemente dialéctico, lo que
hizo fue imponer una concepción lógica y
mental particular (la de Hegel) de lo que
era esa dialéctica en el mundo natural y
social. Marx, de otro lado, aunque empe-
zó con Hegel, logró una transformación
materialista radical de la visión de Hegel
basándose en una visión materialista (cf.
Bhaskar, 1989, capítulo 7), cuyo efecto fue
el de fundir la dialéctica como una lógica
en un flujo de argumento y de prácticas.
La manera en la que he buscado especifi-
car la dialéctica aquí, enfocándome en las
relaciones entre los procesos, las cosas y
los sistemas, evita muchos de los proble-
mas que Engels legó y, además, prepara el
camino para una discusión abstracta acerca
de la dialéctica entendida como conjunto
de principios que se diluyen en un flujo de
argumentación. Esto parece estar mucho
más acorde con la práctica propia de Marx.
La dialéctica
territorios 39
259
Formulado así, no veo ninguna razón para
abandonar la versión fuerte de la ­dialéctica.
Lo menos que puede decirse de ello es que
hay tanta evidencia para argumentar que
son los procesos los que constituyen las
cosas y los sistemas en el mundo natural
y social como evidencia suficiente para
cualquier proposición alternativa.
Sin embargo, existe un serio problema
epistemológico referido a cómo presentar,
codificar, abstraer y teorizar la inmensa
cantidad de información aparentemen-
te incomparable generada por el tipo de
programa de investigación que obligan los
preceptos dialécticos. Los principios de la
investigación dialéctica, como se expuso
anteriormente (que conlleva considerar
múltiples cambios de escala, perspectiva,
orientación, etc., al mismo tiempo que se
internalizan contradicciones, oposiciones
y la heterogeneidad a todo nivel), deberían
generar un estado perpetuo de movimien-
to en nuestros conceptos y en nuestros
pensamientos. Pero el lado negativo de
esta flexibilidad y franqueza es que parece
haber poca oportunidad de producir algo,
excepto una inmensa panoplia de con-
ceptos inciertos y cambiantes (del estilo
del que mucha de la teoría literaria está
mostrándose demasiado adepta a producir
en estos días). Para aquellos poco familia-
rizados con el pensamiento dialéctico, lo
aparentemente escurridizo de los concep-
tos dialécticos suscita escepticismo, impa-
ciencia y desconfianza. Si, como Pareto
solía decir (en un pasaje muy valorado por
Ollman), que los conceptos en Marx son
como murciélagos porque pueden tener
simultáneamente el carácter de pájaros y
de ratones, entonces es posible ver todo
lo que uno quiera en cualquier situación
particular. El propósito de una perspectiva
múltiple y relacional al abordar los fenó-
menos, como Ollman dice al comentar este
pasaje, es tratar de identificar un número
restringido de procesos subyacentes muy
generales que simultáneamente unifican
y diferencian los fenómenos que vemos
en el mundo que nos rodea. Justamente
este fue el centro de las preocupaciones de
Whitehead. En este sentido, la dialéctica
busca en verdad cierto tipo de seguridad
ontológica o reduccionismo —no reduc-
cionismo a ‘las cosas’, sino más bien un
reduccionismo respecto del entendimiento
de procesos generadores básicos y de las
relaciones—. En este sentido, podemos
concebir, por ejemplo, que un proceso
común de circulación de una capital dé
origen a una variedad de paisajes urbanos
físicos y formas sociales.
Este compromiso con la sobriedad y
la generalidad con respecto a los procesos
(aunque no con respecto a las cosas o los
sistemas) es común en una amplia variedad
de campos que van desde el trabajo de Da-
vid Bohm en la teoría cuántica y sus impli-
caciones para las formas físicas, biológicas,
sociales y estéticas (ver Bohm, 1983; Hiley
& Peat, 1987; Bohm & Peat, 1987), pa-
sando por el estudio Wilkins (1987) sobre
los principios de la complementariedad y
la unión de opuestos en esferas tan diver-
sas como la física, la biología molecular,
la psicología, la música y las artes visuales;
o el trabajo de Levins y Lewontin sobre la
David Harvey
territorios 39
260
biología dialéctica; así como el materialis-
mo dialéctico de Marx. Quizá, uno de los
hallazgos más interesantes de tales estudios
es que procesos individuales pueden dar
lugar a resultados sumamente diversos,
complejos e impredecibles. Hay algunos
precedentes para este tipo de hallazgo en el
análisis espacial. Augusto Lösch, por ejem-
plo, buscando una teoría tanto normativa
como positiva de la localización geográfica
de las actividades humanas, empezó con
un conjunto muy simple de principios ge-
nerativos acerca de la maximización de la
ganancia por parte de agentes individuales
sujetos a la competencia monopolista y
en economías de escala. De estos princi-
pios generó modelos de paisaje de notable
complejidad espacial (noto que muchos
geógrafos han malinterpretado su trabajo
considerándolo directamente relacionado
con modelos geométricos, cuando real-
mente está relacionado con una variedad
de patrones geográficos que parten de un
conjunto simple de principios generativos).
El trabajo en fractales, la teoría del caos,
etc. ilustran cómo los órdenes generativos
de una mucho mayor complejidad pueden
derivarse de reglas simples de procesos.
Bohm y Peat (1987) sostienen, además,
que la idea de que existen tales órdenes
o principios generativos “no se restringe
simplemente a la matemática, sino que
tiene una relevancia potencial para todas
las áreas de la experiencia”. Ellos lo apli-
can a la pintura, la composición musical y
a la literatura:
En todas estas actividades, hay un elemento
crucial consistente en que el artista siempre
está trabajando a partir de una fuente ge-
nerativa y permitiendo que la obra se des-
pliegue en formas siempre más definidas.
En este sentido el pensamiento del artista
opera de manera similar a lo propio de la
ciencia pues se origina en el libre juego que
luego se despliega en formas cada vez más
cristalizadas (1987, p. 157).
Al entender el papel de los principios
generativos de esta manera, Bohm y Peat
adoptaron una perspectiva dialéctica de
la creatividad humana, una en la que se
unifica el arte y la ciencia en una cierta
complementariedad de opuestos. En ello
(sin tener conocimiento), adoptaron una
interpretación similar a la que Adorno
hace de la obra de arte como una ‘imagen
dialéctica’, comprendida como las “cris-
talizaciones del proceso histórico” y co-
mo “constelaciones objetivas en las que la
condición social se representa a sí misma”
(citado en Williams, 1977, p. 103).
Nada de esto significa que los proce-
sos generativos subyacentes sean fáciles
de identificar o de especificar. De hecho,
la inmensa complejidad de ‘las cosas’ y
los sistemas que encontramos hace que
esta sea una tarea particularmente dura,
dado el problema epistemológico de que
se debe empezar con las ‘cosas’ y los sis-
temas tal como son para identificar los
procesos subyacentes y precisarlos de la
manera más exacta posible. Es más, pro-
cesos diferentes se interceptan y entrelazan
—por ejemplo, la circulación de capital y
La dialéctica
territorios 39
261
los procesos ecológicos se interceptan para
crear formas complejas de transformación
medioambiental— lo que requiere o una
reformulación de la idea de los procesos
en consideración o encontrar maneras de
describir cómo pueden entrelazarse proce-
sos diferentes y cómo lo hacen. Sin embar-
go, el énfasis en priorizar los procesos, tal
como lo he esbozado aquí, sugiere que la
búsqueda del orden que ha caracterizado
tradicionalmente a la ciencia occidental
desde el Renacimiento ha pasado de ser
la búsqueda por clasificar y categorizar las
cosas y de las relaciones entre las cosas a ser
una búsqueda de los principios generati-
vos que producen órdenes (es decir, cosas
y sistemas con atributos cuantitativos y
cualitativos definibles) de diferentes tipos.
III. Relaciones con otros
sistemas de pensamiento
El pensamiento dialéctico (y ahora me
centro solo en el lado representacional
y mental de este) es una entre diferentes
perspectivas para entender y representar la
condición humana y el mundo en que la
vida humana se desarrolla. Es en muchos
aspectos intuitivamente atractiva, al menos
porque experimentamos la vida como pro-
ceso (en vez de como una ‘cosa’ o como
una amalgama de ‘cosas’ y relaciones entre
estas) y porque estamos tratando con los
problemas de mantener este proceso en
funcionamiento, incluso en el mismo acto
de producir las muchas ‘cosas’ con las que
nos rodeamos. Además, todos estamos
vivamente conscientes de lo que significa
comprometerse en el proceso de manteni-
miento, desarrollo o el descuido de las ‘co-
sas’ que creamos (tales como casas, máqui-
nas, dinero, habilidades). Los académicos
seguramente reconocerán que la manera
cómo aprendemos es muy diferente a la en
que escribimos y que la palabra escrita a
menudo retorna para perseguimos como la
fuerza de una ‘cosa’ fija, una fuerza extraña
que puede gobernar nuestras vidas, a veces
sin importar qué tanto nos esforcemos por
superarla. Sin embargo, ser intuitivamente
atractivo no otorga la única justificación
o, incluso, la justificación principal para
posicionarse como cualquier conjunto de
supuestos ontológicos o epistemológicos
como la legitima base de generación de
conocimiento. Tan es así que muchos de
los éxitos de la ciencia occidental han sido
producto de la construcción de formas
contraintuitivas de pensamiento.
El principal sistema de pensamien-
to opuesto a la dialéctica es la racionali-
dad cartesiana, que fue integrado dentro
de la física clásica y desde entonces se ha
convertido en la base de teorización de
muchas otras ciencias naturales, la inge-
niería, la medicina, las ciencias sociales
y la filosofía (especialmente en la forma
de filosofía analítica). Levins y Lewontin
(1985, p. 296) categorizan este modo
de pensamiento en términos de “cuatro
compromisos ontológicos que luego dan
su impronta al proceso de la generación
de conocimiento”. Estos son:
Hay un conjunto natural de unidades o par-
tes que componen a cualquier todo.
David Harvey
territorios 39
262
Estas unidades son homogéneas en sí mis-
mas, al menos en cuanto que ellas afectan
el todo del que hacen parte.
Las partes están ontológicamente antes que
el todo, es decir, las partes existen aislada-
mente y se juntan para constituir totalidades.
Las partes tienen propiedades intrínsecas, las
cuales poseen aisladamente y que prestan al
todo. En los casos más simples el todo no
es sino la suma de sus partes; los casos más
complejos permiten la interacción de las
partes para producir propiedades añadidas
a un todo.
Las causas están separadas de los efectos,
siendo las causas las propiedades de los su-
jetos y los efectos, las propiedades de los
objetos. Mientras que las causas pueden
responder a información proveniente de
los efectos (la así llamada “retroalimenta-
ción”) no hay ambigüedad acerca de cuál
es el sujeto causante y cuál es el objeto cau-
sado (distinción que persiste en la estadís-
tica que habla de variables independientes
y dependientes).
Esta perspectiva cartesiana está bas-
tante difundida y, también, tiene cierto
atractivo intuitivo. Nosotros encontramos
‘cosas’ (v.g. individuos) y sistemas (v.g.
redes de transporte y comunicaciones) los
cuales parecen tener una existencia estable
y autoevidente, por lo que parece perfecta-
mente razonable construir conocimiento
sobre categorizaciones de estos y sobre el
patrón causal de relaciones entre ellos. Des-
de el punto de vista dialéctico, no obstan-
te, una postura así resulta indebidamente
restrictiva y monocausal. Levins y Lewon-
tin argumentaban, correctamente, según
mi criterio, que la perspectiva cartesiana
es una forma ‘alienada’ de ­razonamiento
debido a que representa un mundo en
el cual “las partes están separadas de los
todos y se reducen las cosas a sí mismas,
se separan las causas de los efectos y los
sujetos de los objetos”. Las objeciones de
Whitehead (1969, p. 8-9) son ligeramente
diferentes, pero resultan interesantes. Este
sostiene que la separación que Descartes
hizo entre la mente y la materia es inco-
herente en lo fundamental, puesto que no
se puede encontrar ninguna razón para
tal diferenciación. Continúa diciendo que
mientras el sistema cartesiano “expone algo
verdadero sobre el mundo […] sus nocio-
nes son demasiado abstractas para penetrar
en la naturaleza de las cosas”. Peor aún,
la separación induce a “una curiosa mez-
cla de racionalismo con irracionalismo”
en el método de las ciencias naturales de
modo que “su tono prevaleciente ha si-
do fervorosamente racionalista dentro de
sus propias fronteras y dogmáticamente
irracional más allá de estas”. Marx (1967,
p. 325) expresó una objeción similar al
argumentar que “los puntos débiles en
el materialismo abstracto de las ciencias
naturales, un materialismo que excluye
la historia y sus procesos, se hacen ense-
guida evidentes cuando se descubren las
concepciones ideológicas y abstractas de
sus portavoces siempre que traspasan las
fronteras de su especialidad”.
Marx fue en general profundamen-
te crítico de la perspectiva del “sentido
común” porque, argumentaba, siempre
La dialéctica
territorios 39
263
que “tiene éxito en ver una distinción,
falla en ver una unidad y donde ve una
unidad, falla en ver una distinción”, y así
­“subrepticiamente petrifica” las distincio-
nes a tal punto en que estas ya son incapa-
ces de generar nuevas ideas, ni qué decir de
nuevos entendimientos de cómo funciona
el mundo (citado en Ollman, 1990, p. 44).
Sin duda, Marx sería igualmente mordaz
con la forma de razonamiento atomística
y causativa que domina en la sociología y
la economía contemporáneas, con el in-
dividualismo metodológico que prevalece
en mucha de la actual filosofía política y
similares.
Pero también sería equivocado con-
siderar que la dialéctica y la perspectiva
cartesiana son fundamentalmente incom-
patibles en todos los sentidos, algo que
alguien como Capra (1982) y en algún
grado Levin y Lewontin (1985) tienden a
proponer. Visto bajo una luz más comple-
mentaria, estas pueden brindar una fuente
fecunda de ideas nuevas. En la física teórica,
lo que se consideraba en el siglo xix como
supuestos radicalmente incompatibles en
cuanto a que “en su esencia la materia tie-
ne la naturaleza de una partícula o la de
una onda” fueron considerados finalmente
como una unidad dentro de la concepción
de la teoría cuántica. Aquí también hay una
interpretación intuitiva que contribuye a
una lectura de sentido. Todos sabemos
lo que quiso decir Heráclito cuando dijo
que uno no se baña dos veces en el mismo
rio, pero también sabemos bien que hay
un sentido según el cual podemos ir a las
orillas del rio una y otra vez. A estas altu-
ras, sin embargo, podría surgir alguna clase
de aseveración sobre la superioridad de la
perspectiva dialéctica, precisamente ­debido
a que permite un entendimiento de las ‘co-
sas’ y los sistemas como entidades reales
y estables dentro de un caso especial del
supuesto de que los procesos están siempre
activos en la creación y sustentación de
‘cosas’ y sistemas. El supuesto contrario,
no obstante, no parece ser sostenible. El
pensamiento cartesiano ha tenido serios
problemas para tratar el cambio y los pro-
cesos, excepto en términos de la estadística
comparativa, la retroalimentación de causa
y efecto y las linealidades construidas en
el examen de las tasas de cambio determi-
nadas experimentalmente y especificadas
mecánicamente (como las representadas
en el cálculo diferencial). Fue este tipo
de deducción lo que condujo al cambio
de perspectiva del antropólogo Anthony
Leeds (1994, p. 32), estando al final de
una carrera muy activa:
En los primeros años consideré a la sociedad
[…] como una estructura de roles, posi-
ciones, estatus, grupos, instituciones etc.
conformados […] por las culturas en que
se mueven. El proceso, que yo veía como
“fuerzas”, el movimiento, la conexión, las
presiones las entendía como algo que toma-
ba lugar en estos ámbitos fijos o nodos de
organización, poblados por individuos [...].
A pesar de ser una perspectiva que me parece
verdadera en buena medida, también comen-
zó a parecer una perspectiva estática —más
un orden societal que un devenir societal—
[…]. Puesto que no parece inherente a la
David Harvey
territorios 39
264
naturaleza […], que estos lugares existen
parece inaceptable simplemente tomarlos
axiomáticamente; al contrario, debemos
buscar maneras para dar cuenta de su exis-
tencia y sus diversas formas. Cada vez más,
los problemas de cómo se llega a ser [...] me
han llevado a considerar la sociedad como
un proceso continuo, del cual se decantan
estructuras o concreciones de orden en las
formas de los ámbitos antes mencionados.
El argumento de Ollman (1990, p. 32)
es particularmente fuerte exactamente so-
bre este mismo punto:
En la perspectiva que domina actualmente
las ciencias sociales, las cosas existen y sufren
cambios. Ambos son lógicamente distintos.
La historia es algo que les pasa a las cosas y
esta no es parte de su naturaleza. De ahí la
dificultad de estudiar el cambio en sujetos
de los cuales se ha retirado esta desde el
comienzo.
Marx, por otro lado, abstrae “cada
forma histórica como algo que fluye cons-
tantemente y por ello toma en cuenta su
naturaleza transitoria no en menor grado
que su existencia momentánea”.
IV. Aplicaciones de
la dialéctica: concepción
de Marx sobre el capital
Lo que me propongo en esta sección es
exponer más de cerca el uso particular que
Marx hizo del pensamiento dialéctico. No
tengo la intención de mostrar si Marx esta-
ba errado o si tenía razón, sino más bien,
busco ilustrar cómo utilizó el razonamien-
to dialéctico para entender el capitalismo
­como un sistema social definido y limitado
por un proceso de circulación de capital.
El lenguaje que contiene El capital da se-
ñales claras por todas partes de la adhesión
de Marx a dialéctica materialista que le da
prioridad al proceso por encima de la cosa y
el sistema. La cita con la que finalizamos la
sección anterior recoge que aspira abstraer
“cada forma social histórica como algo que
fluye constantemente” de tal modo que “se
tendrá en cuenta su naturaleza transitoria
no menos que su existencia momentánea”
El compromiso antes mencionado con el
proceso más que con la ‘cosa’ o el sistema
no podría afirmarse de manera más directa.
Es por eso que el capital se conceptualiza
directamente como un proceso o como una
relación y no como una ‘cosa’. Es conside-
rado, en su encarnación más simple, como
un flujo que en un ‘momento’ la ‘forma’
dineraria y en otro la ‘forma’ de mercan-
cía o la ‘forma’ de una actividad produc-
tiva. “El valor”, escribe Marx (1967, p.
152-153), “es aquí el factor activo en un
proceso, en el cual, adoptando constante
y alternamente la forma dineraria y de
mercancía, al mismo tiempo cambia en
magnitud, se diferencia arrojando valor
de plusvalía de sí mismo […]. El valor,
por consiguiente, se convierte en valor
en proceso, en dinero en proceso y, como
tal, en capital”. Esta definición del proce-
so difiere radicalmente de la incorporada
por lo general en la economía neoclásica
en la cual el capital es tratado como un
La dialéctica
territorios 39
265
conjunto de recursos (de cosas) no pro-
blemático (es decir, no contradictorio) con
ciertos atributos cualitativos y cuantitativos
que, cuando se ponen en movimiento por
agentes humanos, encarna poderes causa-
tivos (como, por ejemplo, la inversión de
capital genera desempleo). Marx no niega
que existan cosas tales como un stock de
recursos, sino más bien entiende que no
se puede entender qué son esos recursos,
cuál su importancia o cómo podrían usarse,
sin comprender el proceso en el que están
inmersos, en particular, el proceso que los
origina, los reconstituye, los mantiene,
los devalúa o los destruye. Cuando Marx
arguye que “el capital hace” o “el capital
crea” no está argumentando que esa cosa
que llaman capital tenga poder causal, sino
que el proceso de circulación de capital,
entendido como un todo, está en el cen-
tro de las transformaciones sociales y por
esa razón ha de ser interpretado como la
encarnación de un poderoso principio ge-
nerativo que afecta la vida social.
Podemos entender de modo más ge-
neral este argumento examinando la cita
siguiente tomada de los Grundrisse (Marx,
1973, pp. 99-100):
La conclusión a la que llegamos no es que
producción, distribución, intercambio y con-
sumo sean idénticos, sino que constituyen
articulaciones de una totalidad, diferencia-
ciones dentro de una unidad. La produc-
ción predomina tanto sobre sí misma, en la
definición antitética de producción, como
en otros momentos también. El proceso
siempre regresa a la producción para volver
a comenzar. Es autoevidente que intercam-
bio y consumo no pueden predominar. Y lo
mismo puede decirse de la distribución en
cuanto distribución de productos; mientras
que como distribución de los agentes de
producción, constituye en sí misma un mo-
mento de producción. Una producción de-
finida, por lo tanto, determina un consumo,
una distribución, un intercambio definidos y
relaciones definidas entre estos diferentes mo-
mentos. A decir verdad, no obstante, también
la producción en sí misma, bajo su forma
unilateral, está determinada por los otros
momentos. Por ejemplo, si el mercado, o
sea, la esfera del intercambio, se extiende,
la producción entonces se incrementa en
cantidad y las divisiones entre sus diversas
ramas se profundizan más. Al darse transfor-
maciones de la distribución se dan cambios
en la producción en el caso, es el caso de la
concentración del capital o de una distinta
distribución de la población entre la ciudad
y el campo, etc. Finalmente, las necesidades
del consumo determinan la producción.
Entre los diferentes momentos tiene lugar
una interacción mutua. Esto ocurre en cada
todo orgánico.
Aquellos poco familiarizados con las
maneras dialécticas de pensamiento consi-
derarán, razonablemente, esta manifesta-
ción nada clara si no increíblemente tau-
tológica (la falta de claridad en parte se
explica por el hecho de que Marx escribió
este texto como sus notas de guía persona-
les y no como un texto definitivo diseñado
para persuadir a un público escéptico).
Pero si volvemos a la representación inicial
David Harvey
territorios 39
266
que hice sobre el pensamiento dialéctico, lo
que plantea Marx parece suficientemente
sencillo. Sostiene que la reproducción de
la vida social se ha considerado como un
proceso continuo que opera dentro de lí-
mites específicos que definen una totalidad
o un todo. Bajo el capitalismo (así como
en algunos otros tipos de sociedad), este
proceso se hace internamente diferenciado
para contener ‘momentos’ distintivos de
producción, intercambio, distribución y
consumo. Al mirar detenidamente cual-
quiera de estos ‘momentos’ encontramos
que no pueden entenderse de manera inde-
pendiente del proceso como un todo que
atraviesa todos los otros momentos. La
producción, por consiguiente, internaliza
necesariamente los impulsos y presiones
que emanan del consumo, el intercambio
y la distribución. Sin embargo, pensar la
producción solo en esos términos es pen-
sar en ella “de manera unidireccional”.
También tenemos que reconocer que la
producción internaliza influencias desde sí
misma (es decir, es internamente hetero-
génea y contradictoria —esto es por lo que
Marx dice que la producción es ‘antagó-
nica’ consigo misma—) y que los poderes
creativos y transformativos con respecto al
proceso como un todo residen potencial-
mente dentro de su dominio. Pero también
esta potencialidad probablemente reside
en otra parte. Entender la producción en
un sentido amplio como cualquier acti-
vidad transformativa (no importa dónde
ocurra) significa, entonces, que estamos
afirmando el ‘predominio’ de la produc-
ción por encima de todo lo demás. Pero
Marx también insiste en que el punto de
influencia máximo, el punto de máxima
capacidad transformativa y, en la famosa
última instancia, el ‘momento’ que ejerce
un poder transformativo ‘determinante’
sobre el sistema como un todo yace dentro
de la producción más que fuera de esta.
Las actividades transformativas en otros
dominios, entonces, solo tienen relevan-
cia para el proceso como un todo cuando
están internalizadas dentro del momento
de la producción.
Ahora bien, si se lee este pasaje en
términos cartesianos, la interpretación
resultante sería que Marx afirma que la
producción, como una entidad indepen-
diente, provoca cambios en el consumo, el
intercambio y la distribución. Pero esto es
exactamente lo que Marx no está dicien-
do. No puede decirlo precisamente por-
que la producción, según su concepción,
internaliza relaciones con todos los otros
momentos (y viceversa). En efecto, lo que
Marx está diciendo (y no me preocupo por
si es correcto o errado) es que el momento
transformativo en todo el proceso reside
en el momento de la producción y es allí
dónde debe concentrarse la atención si
se quieren comprender los mecanismos
creativos por los cuales el proceso (en este
caso, la circulación de capital) se reconsti-
tuye, se transforma o se amplía. Plantea-
do brevemente, ¿cómo se movilizan los
poderes que residen en este proceso de
circulación del capital en el momento de
la producción de tal manera que tienen la
capacidad de transformar el sistema que
éste conforma, el cual es un momento
La dialéctica
territorios 39
267
­perecedero e inherentemente inestable? Sin
duda, es una pregunta muy legítima que
hacer. En principio, no es algo diferente
de preguntar: ¿cómo un solo individuo
internaliza ciertos poderes que están en
su entorno, cómo logra transformarlos de
manera creativa y, así, modificar el curso
de la historia o de la evolución?
En efecto, responder este tipo de pre-
guntas solo puede hacerse mediante una
investigación de acuerdo con los princi-
pios del materialismo histórico sobre el
proceso de internalización que produce
capital en el punto de la producción mis-
ma. Lo que Marx busca establecer, más
allá de cualquier sombra de duda, es que
la apropiación del fuego vivo y formador
del proceso del trabajo, la apropiación de
toda clase de posibilidades y poderes crea-
tivos del trabajador (capacidades mentales
y de cooperación, por ejemplo) es lo que
permite al capital ‘ser’ en el mundo. Sin
embargo, la internalización de estos po-
deres del trabajo como poderes del capital
que suceden en el lugar de la producción
implica la transformación del trabajador
en un apéndice del capital, no solo en la
producción sino en todas las esferas de la
actividad mental, social y física. La figura
del ‘ciborg’, puesta en boga en el notable
manifiesto de Haraway (1990), aparece en
la escena histórica con la colonización de la
producción por los poderes capitalistas y la
internalización de los poderes del trabajo
dentro del capital mismo.
Hay toda suerte de cosas que pueden
decirse en pro y en contra de la perspectiva
(o más ampliamente, sobre la dialéctica)
marxista, por supuesto. Podría decirse, por
ejemplo, que hay otros ‘momentos’ que
deberían ser integrados en el esquema (por
ejemplo, el momento de la reproducción
y todo lo que esta conlleva) o, también,
que resulta exagerado el acento que Marx
pone sobre el trabajo en la producción al
concebirlo como el punto de partida funda-
mental para la transformación tanto de las
relaciones sociales como de las relaciones
con la naturaleza. Pero en lo que quiero
insistir aquí es que la crítica de Marx (y
de aquellos marxistas que siguen sus pro-
cedimientos dialécticos) debería partir de
reconocer cómo él hizo, y no simplemente
leerlo y representarlo (de manera equi-
vocada) desprevenidamente por medio
de lentes cartesianos, positivistas o de la
filosofía analítica.
Pero supongamos, a título ilustrativo,
que Marx captó correctamente en sus abs-
tracciones teorías del proceso general de la
circulación del capital. Eso nos permitirá
ver, primero, cómo tal formulación teó-
rica fue elaborada y especificada y, segun-
do, de qué forma opera como dispositivo
‘explicativo’.
Con respeto al primer aspecto, encon-
tramos que Marx captó correctamente el
proceso general de la circulación del capital
por medio de sus abstracciones. Es impor-
tante, entonces, ver cómo se elabora y se
especifica desde tal formulación teórica
(a) y (b) y cómo esta se pone en funciona-
miento como un instrumento ‘explicativo’.
Con respecto de (a), vemos que Marx
haciendo cada vez más y más versiones
específicas de su argumento en cuanto
David Harvey
territorios 39
268
al proceso de la circulación de capital en
general, reconociendo que diferentes ti-
pos de capital, como industrial, dinerario
(finanzas), comercial, de tierras e incluso
de capital del Estado (empréstitos e im-
puestos), se ligan a diferentes procesos.
Pero también puede especificarse que el
capital se diferencia según la forma física
(si es fijo, a gran escala, incorporado en la
tierra, etc.) y según las diferentes formas
de organización (sociedades anónimas, pe-
queñas empresas, agrícolas, entre otras). Y
las dinámicas inciertas de la diferenciación
y la lucha de clases que constituyen una
fuente de desarrollo inequitativo, contra-
dicción internalizada e inestabilidad. El
proceso de circulación de capital en general
toma diferentes formas, conforme se va
desagregando en duras y entrecruzadas
condiciones de circulación más y más espe-
cíficas. El capital en general, ahora, no debe
considerarse como una unidad indiferen-
ciada sino como un proceso heterogéneo y
con frecuencia internamente contradicto-
rio. Descubrir cuál de estas diferenciacio-
nes internas tiene primacía o importancia
depende del cuestionamiento histórico,
geográfico y teórico de las circunstancias
materiales (por eso la dialéctica de Marx
debe concebirse como hermanada con esa
perspectiva particular del materialismo).
Por ejemplo, las relaciones con frecuencia
tensas entre los financieros (‘capital finan-
ciero’) y los intereses industriales (‘capital
industrial’) generan periódicamente crisis
de gran magnitud en todo el sistema de
circulación del capital.
Desarrollar la teoría de la circulación
en los términos anteriores no significa, sin
embargo, que se esté introduciendo una
enorme masa de contingencias externas.
La organización de empresas o de Estados
nación, para tomar solo un par de ejem-
plos, no es un evento externo que inter-
fiera con un proceso puro de circulación
del capital. Más bien, lo que se trata es de
comprender el papel de una forma social
(un tipo particular de entidad o forma de
organización, tal como las corporaciones
o un gobierno) en el proceso de surgir
de la circulación de capital y de dirigir un
‘momento’ en dicha circulación de capital.
Esa entidad (una corporación, por ejem-
plo) tiene una influencia en la formación
en virtud de las fuerzas que internaliza y de
la de las transformaciones (tanto sociales
como materiales) que es capaz de realizar.
Pero la existencia de dicha entidad está
integrada en el flujo continuo del proce-
so del que es parte y, como cualquier otra
entidad, internaliza contraindicaciones, es
heterogénea, e inherentemente inestable
en virtud de los procesos complejos que la
soportan, la reconstituyen o la desarrollan.
La historia reciente tanto de las empresas
como de los Estados nación justificaría
ampliamente, pienso, esa idea sobre su es-
tatus. Lewontin (1982), por cierto, ofrece
una interpretación similar para el papel
mediador del organismo (en el contexto de
mutaciones genéticas y adaptaciones am-
bientales) en la evolución: los organismos
por medio de sus actividades productivas
transforman los entornos a los que poste-
riormente se adaptan exactamente de la
La dialéctica
territorios 39
269
misma manera en que las empresas trans-
forman activamente los entornos sociales
y económicos a los que se ven obligadas a
adaptarse a continuación.
El trabajo de elaboración, de una ma-
yor especificación y de una mejor articu-
lación de la teoría está siempre en curso
y nunca puede completarse, no solo por-
que el mundo siempre está cambiando,
sino en parte debido a los pensamientos
y actividades creativos generados por los
dialécticos y por otros (¡los cartesianos en
particular!). Teorizar, como cualquier otro
proceso que confrontan los dialécticos, es
tan continuo y transformativo, como hete-
rogéneo y contradictorio. Siempre queda
mucho más que hacer, “algo más que de-
cir” e innumerables puntos de intervención
teórica para ser examinados e intervenidos.
El proceso del pensamiento dialéctico y
su aplicación a los asuntos humanos tiene
que ser también construido, sostenido y
desarrollado. La finalidad de mi propio
trabajo (por ejemplo, el libro Los límites
del capital) ha estado dedicado en parte a
identificar dialécticamente extensiones de
mi teoría y a especificar mejor su articula-
ción con respecto al tiempo y al espacio.
Pero también me gustaría definir mejor los
dominios en los que operan ciertos tipos de
procesos capitalistas y con cuáles efectos,
y considerar las oportunidades transfor-
mativas que surgen en ello para cambiar
la trayectoria de la vida social.
Como un dispositivo explicativo, la
teoría no funciona como un simple fac-
tor de predicción de eventos (estados de
cosas). Tiene que ser más bien vista como
un conjunto de principios generadores y
transformadores, integrados en un proceso
continuo que, en virtud de la heteroge-
neidad y la contradicción internalizadas,
revele la posibilidad de crear todo tipo
de estados de cosas nuevos que no puede
dejar de ser transitorios. Aquí también
nos encontramos con una fuente de mal-
entendidos muy importante. Explicar los
fenómenos en términos de la circulación
del capital con certeza no implica que
todos los fenómenos que se encuentran
dentro de su dominio tengan que ser o
sean los mismos. Pueden darse situaciones
limitantes y bastante extraordinarias en la
que este sea el caso, pero los principios
generativos y transformativos incorporados
en los procesos de circulación son tales
que dan lugar a tantas configuraciones
y formas de vida social (materias primas,
ciudades capitalistas, hábitos de consumo,
por ejemplo) como las que alguien como
Mandelbrot puede generar por medio de
métodos fractales. No obstante, hay una
unidad subyacente a la producción de ta-
les diferencias y dicha unidad subyacente
establece límites respecto a la naturaleza
de las diferenciaciones que se pueden ge-
nerar. Por ejemplo, las relaciones sociales
de tipo socialista no pueden producirse
derivándose de los principios generativos
capitalistas.
El propósito de la investigación mate-
rialista no es poner a prueba en un sentido
positivista o formal si existe o no la circu-
lación del capital (sabemos que lo hace),
David Harvey
territorios 39
270
sino más bien mostrar en qué formas, en
qué dominios (dentro de qué límites),
qué efectos opera y qué posibilidades de
transformación existen. ¿Se puede mostrar,
por ejemplo, que lo que normalmente se
conoce como ‘producción cultural’ cae
dentro de su dominio o no? ¿Existen cir-
cunstancias en las que, por ejemplo, la
circulación de capital en ambientes cons-
truidos o en la producción del espacio nos
obliguen a repensar la especificación del
proceso? ¿Se puede realizar un seguimiento
de la circulación de capital por medio de
los aparatos del Estado y sus funciones y
qué implicaciones tiene su comprensión
para la concepción de los límites y las po-
tencialidades de poder del Estado? ¿Qué
pasa si se impide la operación directa de la
circulación de capital en determinados sec-
tores (por ejemplo, los servicios de salud o
la educación) o si de repente se libera para
que fluya en donde antes estaba bloqueada
(como el antiguo bloque soviético)? ¿De
qué manera y en qué direcciones la circu-
lación de capital promueve el cambio social
y en qué aspectos puede ser considerado
esto como estable y no como un proceso
inherentemente inestable?
En el caso de la circulación de capital
(en sí misma un tema investigación típi-
camente marxista), el problema es explo-
rar las formas y dominios en que opera,
cómo actúan los principios generativos y
transformativos. Esto implica establecer
una estrategia de investigación materialista
particular. Tiene un muy limitado valor
tratar, por ejemplo, a los Estados nación
como entidades homogéneas y examinar
su comportamiento y desempeño por me-
dio de unos indicadores económicos. Los
principios del pensamiento dialéctico su-
gieren que el foco de la investigación debe
estar en cómo los Estados nación interna-
lizan fuerzas (o pierden su control sobre
estas), en qué maneras son heterogéneas
e internamente contradictorias, de igual
manera en cómo estas tensiones internali-
zadas derivan en el tipo de creatividad o de
autodestrucción de las que nacen nuevas
configuraciones de actividad. Y, ¿cómo,
finalmente, transforman las nuevas confi-
guraciones la vida social?
La acusación de que los marxistas
‘leen’ la realidad desde la teoría está triste-
mente fuera de lugar. Esto no quiere decir
que toda investigación marxista de este tipo
esté libre de errores. Puede suceder que los
principios generativos se conciban de ma-
nera distorsionada, o que los dominios en
los que operan sean imaginarios y no estén
bien fundamentados, además, los estudios
materialistas de procesos reales son tan
propensos de perderse en una maraña de
detalle como sucede en cualquier otro tipo
de pesquisas. Los propios marxistas buscan
por medio de la construcción de principios
y teorías generativas, por supuesto, cam-
biar el mundo. Pero esto no implica que
los resultados de las investigaciones sean
siempre apropiados o que estén exentos de
confusión o que sean incluso destructivos.
La argumentación marxista, no más que
cualquier otra forma de pensamiento, no
puede escapar de los dilemas que Bohm
y Peat (1987, p. 57) describieron de la
siguiente manera:
La dialéctica
territorios 39
271
No podemos imponer cualquier visión del
mundo que nos guste y suponer que siem-
pre va a funcionar. El ciclo de percepción
y acción no puede mantenerse de manera
totalmente arbitraria a menos que se cons-
pire para suprimir las cosas que no queremos
ver y al mismo tiempo mantengamos a toda
costa las cosas que más deseamos en nuestra
imagen del mundo. Es evidente que tarde
o temprano tendrá que pagarse el costo de
mantener esa visión falsa de la realidad.
Es justo decir que muchos han pagado
el costo de una visión falsa por parte del
marxismo. Lo mismo que no hay otros
procesos de pensamiento que puedan rei-
vindicarse como portadores de una virtud
intachable.
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La dialéctica en la teoría social y literaria

  • 1. Territorios 39 / Bogotá, 2018, pp. 245-272 ISSN: 0123-8418 ISSNe: 2215-7484 245 * Esta es la Parte 1 del Ca- pítulo 2 del libro Justice, Nature and the Geogra- phy of Difference. Oxford: Blackwell, 1996. pp 46-68. Traducción por PhD. Luis Berneth Peña con la revi- sión de Claudia Ríos. ** David Harvey es pro- fesor de Antropología y Geografía en el Graduate Center de la City Univer- sity of New York (cuny) y directordelCenterofPlace, Culture and Politics de la misma universidad. La dialéctica* Agradecemos la autorización de la traducción al profesor David Harvey y su interés por apoyar la Revista Territorios. David Harvey** Raymond Williams eligió el recurso de pensar ‘mundos posibles’ ficticios para abordar la complejidad de temas relativos al lugar, el espacio y el ambiente. ¿Sin embargo, será que este era un recurso necesario, o más bien una estrategia aleatoria suya para profundizar en el estudio de la teoría de la cultura? Empezaré en este capítulo por demostrar que la estrategia empleada por Williams no es necesaria en absoluto. Espero poder demostrar que la investigación materialista histórica, inducida por un entendimiento dialéctico, puede integrar los temas de lugar, espacio y ambiente (naturaleza) en la teoría social y en la teoría literaria. Estas teorías no han tomado este proyecto en serio, y ello a pesar de que se ha mencionado y se ha apelado en demasía a metáforas espacio-temporales, ligadas al lugar y al medio ambiente (tales como: “los continentes de conocimiento” de Althusser, “la cartografía cognitiva” de Jameson, “la heterotopía” de Foucault y una multitud de estudios con títulos como “la geografía de la imaginación”, “el espa- cio de la literatura” y otros semejantes). Parecería que, como observan Smith y Katz (1993), existe un mundo de diferencia entre, por un lado, invocar el espacio, el lugar y el ambiente (naturaleza) como metáforas convenientes y, por el otro, integrar estas nociones como realidades históricas y geográficas en la teoría social y literaria. También espero mostrar que semejante proyecto teórico no solo tiene un efecto transformativo en el terreno de la teoría, sino que también abre un terreno de posibilidades políticas. El primer paso en este camino es proporcionar alguna clase de fundamento sobre dialéctica. Williams, por supuesto, estuvo profundamente involucrado con maneras dialécticas de pensamiento, como se puede apreciar en el siguiente pasaje: La cultura y la sociedad, en la mayoría de descripciones y análisis, se tratan habitualmente en tiempo pasado. Justamente, la barrera más sólida que se opone al reconocimiento de la actividad
  • 2. David Harvey territorios 39 246 cultural humana es esta conversión inmediata y recurrente de la experiencia en productos acabados. Lo que es defendible como un procedimiento de la historia consciente, en lo que en ciertas suposiciones muchas acciones pueden tomarse definitivamente como concluidas, es la habitual proyección no solo en la sustancia del pasado, sino en la vida contemporánea en la que las rela- ciones, instituciones y formaciones en las que estamos involucrados activamente son convertidas, gracias a este procedimiento, en una serie de todos formados en vez de en procesos de y en formación. En conse- cuencia, el análisis está centrado en las re- laciones existentes entre estas instituciones, formaciones y experiencias, de modo que en la actualidad como en aquel pasado produ- cido, solo existen las formas explícitamente fijadas; mientras que la presencia viviente, por definición, resulta permanentemente rechazada (Williams, 1977, pp. 128-129). Pero Williams no puso o no pudo po- ner, como muchos otros, a funcionar di- rectamente en su teoría cultural este modo de pensamiento dialéctico para abordar los complejos problemas del lugar, la espacio- temporalidad y el ambiente. No ha sido el único en ello. De hecho, en geografía y en las ciencias sociales no se entiende bien lo que significa, en términos de destrezas me- todológicas, este razonamiento, por lo que no sorprende la falta de tratamiento dialéc- tico sobre el espacio, el lugar y el ambiente. Curiosamente, en teoría literaria, los modos dialécticos de pensamiento se han vuelto dominantes recientemente gracias en parte a la resurgente influencia de Hegel, Marx, Heidegger, Althusser, Foucault, Ricoeur, Derrida y muchos otros formados en las tradiciones de la filosofía europea. Como la teoría literaria permea la teoría social, se puede afirmar que el escenario actual está configurado por las fuertes confrontaciones entre las tradiciones positivistas, empiristas y materialistas históricos, de un lado, y una inmensa serie de tradiciones como la feno- menológica, la hermenéutica y la dialéctica, del otro. Ese contexto se presta, por tanto, para que, aunque con buenas intenciones, partiendo de lecturas no dialécticas cons- truidas supuestamente sobre argumentos dialécticos, se generen amplias interpre- taciones erróneas. Dentro de la historia reciente de la geografía, por ejemplo, la lectura cartesiana y positivista de Duncan y Ley (1982) sobre la dialéctica ha causado estragos (posiblemente intencionados) en el entendimiento general de esta. Por esta razón, considero que es importante presen- tar, tan simple como sea posible, los princi- pios generales de la dialéctica, explorar sus fundamentos epistemológico y ontológico e ilustrar por medio de ejemplos cómo po- dría operar en las interfases de teoría social, geográfica y literaria. Empezaré con una advertencia. Hay, por supuesto, mucho pensamiento mar- xista que es no dialéctico o abiertamente hostil a la dialéctica (como el marxismo analítico), al mismo tiempo que existe toda una tradición de pensamiento dialéctico (más fuertemente influenciado por Leib- niz, Hegel, Heidegger y Derrida, aunque sus orígenes se remontan por lo menos a los
  • 3. La dialéctica territorios 39 247 griegos) que de ningún modo es marxista. Además, hay interpretaciones divergen- tes de la dialéctica dentro de la tradición marxista —Bhaskar (1993) lista algunos de ellos— junto a una serie de corrientes de pensamiento que simulan la dialéctica como la “filosofía basada en procesos” y las perspectivas ‘orgánicas’ montadas, por ejemplo, por A. N. Whitehead, David Bo- hm y una variedad de ecólogos contempo- ráneos como Naess y Capra que sostienen alguna clase de afinidad con la dialéctica de Marx. Comparemos, por ejemplo, la afir- mación de Williams citada anteriormente y esta de Whitehead (1985, p. 90): [La] naturaleza es una estructura de proce- sos en desarrollo. La realidad es el proceso. No tiene sentido preguntar si el color rojo es real. El color rojo es un elemento en el proceso de realización. O Bohm (1983, p. 48): La noción de que la realidad está para ser entendida como un proceso es antigua y se remonta por lo menos a Heráclito que dijo que todo fluye... Considero que la esencia de la noción de proceso está dada por la afirmación: no solo todo está cambiando, sino que todo es fluir. Es decir, lo que es, es el proceso de ir deviniendo. En esa medida, todos los objetos, eventos, entidades, con- diciones, estructuras, etc. son formas que pueden abstraerse de este proceso. Luego, comparemos estas declaracio- nes con la formulación de Ollman (1993, p. 11) acerca de la postura de Marx: La dialéctica reestructura nuestro pensa- miento sobre la realidad reemplazando la noción del sentido común de ‘la cosa’ por una noción donde la cosa tiene una historia y tiene conexión externa con otras cosas. Desde esa perspectiva se introducen, prime- ro, la noción de ‘proceso’, el cual contiene su historia y futuros posibles y, segundo, la noción de ‘relación’, que contiene, como parte de lo que es, lazos con otras relaciones. En lo que sigue, abordaré ocasional- mente estas maneras paralelas de pensa- miento con el fin de ilustrar el marco de referencia más amplio dentro del cual se apoya la versión de Marx sobre la dialéctica. Así, al mismo tiempo que busco situarme firmemente en la tradición marxista, tam- bién intentaré dar cuenta de la riqueza del pensamiento dialéctico como un todo. I. Los principios de la dialéctica Marx decidió nunca redactar algo así como los principios de la dialéctica por una muy buena razón. La única forma para entender su método dialéctico es justamente seguir su práctica de investigación. Esto sugiere que la reducción de la dialéctica a conjunto fijo de principios podría ser contraprodu- cente. La dialéctica es un proceso y no una cosa y es, además, un proceso en el que no tienen ningún asidero las separaciones cartesianas entre la mente y la materia, entre el pensamiento y la acción, entre la conciencia y la materialidad, entre la teo- ría y la práctica. El debate tan corriente acerca de si, por ejemplo, la naturaleza de
  • 4. David Harvey territorios 39 248 la realidad es ontológicamente dialéctica o si la dialéctica es solo una epistemología conveniente para entender la naturaleza es, desde este punto de vista, tan espurio como la separación cartesiana entre la mente y la materia. Sin embargo, este debate reviste muchísima importancia. De hecho, como lo sostiene Ollman, este debate sobre lo que es “el modo dialéctico de argumen- tación” es una discusión sobre cómo abs- traer los fenómenos que encontramos en la vida cotidiana. Establecer los principios de la dialéctica proporciona una apertura a campos de investigación ulteriores, una discusión sobre cómo formular tales abs- tracciones. Marx, por supuesto, tenía el ejemplo de la lógica y del método de Hegel ante él y sin el estudio cuidadoso de este probablemente no hubiera podido haber llegado a integrar las prácticas dialécticas insertas en El Capital, el aparato de abs- tracciones conceptuales que le permitió comprender el mundo como lo hizo ni hubiera podido haber formulado sus es- trategias políticas y prácticas. Redactar “los principios de la argu- mentación dialéctica” implica, inevitable- mente, remontarse a Hegel como el pre- ludio para algo mucho más marxista. Es necesario ‘retornar’, pero solo para avanzar después hacia el terreno de acción. Allí, los principios de la dialéctica, en el modo de Marx, desaparecen dentro del flujo de las prácticas políticas y teóricas. No evocaré aquí la formulación particular de Hegel, pero intentaré resumir, tan simple como pueda, algunas de las tesis básicas sobre dia- léctica que se destilan no solo de las prácti- cas de investigación de Marx, sino también de aquellos que en los años ­recientes han retrocedido para reflexionar acerca de lo que la dialéctica pueda significar. Los principios de la dialéctica se pue- den resumir en once proposiciones. 1. El pensamiento dialéctico da énfasis a la comprensión de los procesos, los flujos, las fusiones y las relaciones por medio del análisis de los elementos, las cosas, las estructuras y los sistemas organizados. Las citas presentadas más arriba son bastante explícitas en este respecto. Hay un principio ontológico muy profundo implicado acá puesto que, en efecto, los dialécticos sostienen que los elementos, las cosas, las estruc- turas y los sistemas nunca existen por fuera o antes de los procesos, los flujos o las relaciones que los crean, sustentan o socavan. Por ejemplo, en nuestro mundo contemporáneo, los flujos de capital (bienes y dinero) y de personas generan, sostienen o socavan lugares como fábricas, barrios y ciudades, en- tendidos como cosas. Epistemológica- mente, en el proceso de investigación se invierte normalmente este énfasis porque buscamos entender los proce- sos, ya sea mirando cualquiera de los atributos que en primera instancia nos parecen cosas autoevidentes o mirando las relaciones entre ellos. Normalmente investigamos flujos de bienes, dinero y personas examinando las relaciones entre las entidades existentes como fábricas, barrios y ciudades. Newton,
  • 5. La dialéctica territorios 39 249 para poner un caso, no empezó con la gravedad, sino con la manzana, su cabeza, la tierra y la luna. Este método realmente solo nos permite, sin em- bargo, comparar el estado de las rela- ciones entre tales entidades en puntos diferentes en el tiempo (un método llamado “estática comparativa”). Sobre esta base se puede inferir algo acerca de los procesos que han generado un cambio de situación, pero la idea de que las entidades son inmutables en sí mismas nos conduce rápidamente a una manera causal y mecánica de pensamiento. El razonamiento dia- léctico sostiene, por el contrario, que esta condición epistemológica se debe invertir cuando se trata de formular abstracciones, conceptos y teorías so- bre el mundo. Esto convierte al mundo autoevidente de las cosas, con el que han tratado típicamente el positivismo y el empirismo, en un mundo mucho más confuso de relaciones y flujos que se manifiestan como cosas. Considere- mos, por ejemplo, la definición de ‘ca- pital’. En la economía política clásica y en la economía neoclásica se entien- de normalmente como un inventario de recursos productivos de un cierto valor (un conjunto de cosas) del cual un flujo de servicios puede generarse. Pero en la definición de Marx, el ca- pital se constituye tanto en el proceso de circulación del valor (un flujo) como en el inventario de recursos (‘cosas’ tales como artículos, dinero, aparato productivo) implicados en tales flujos. En cuanto los trabajadores, se inclu- yen en ese proceso (como factores de producción y como consumidores de productos terminados), ellos también se convierten en ‘apéndices’ y por con- siguiente en una manifestación particu- lar de ‘capital’ (‘capital variable’, en la terminología de Marx). Igualmente, el ‘dinero’ se toma como ‘parecido a co- sa’ de diferentes formas, pero aquellas ‘cosas’ (como las monedas o las cifras en una pantalla de computadora) so- lo tienen significando en términos de los procesos sociales de producción e intercambio que los validan. Sin los procesos que continuamente operan para apoyarlo, el dinero no tendría sentido. Esta manera de pensar está bastante más extendida de lo que se cree. En la teoría cuántica, por ejemplo, una misma entidad de la materia (como un electrón) mantiene la misma iden- tidad cuando se comporta bajo unas circunstancias como una onda que bajo otras circunstancias como una partícula (Bohm & Turba, 1987, p. 40). Puesto que la materia (substancias cosa) y la energía (un flujo) son intercambiables, ni el uno ni el otro pueden priorizarse como el foco de ninguna investigación porque se perdería seriamente pers- pectiva y entendimiento de lo que es la materia. Los electrones aparecen así como ‘cosas’ y como ‘flujos’. Aun a los físicos les tomó muchos años reconocer que estas dos concepciones no eran ni inconmensurables ni mutuamente
  • 6. David Harvey territorios 39 250 excluyentes. Solo cuando superaron esta barrera, la teoría cuántica pudo empezar a tomar forma. Igualmente, se demostró que fue muy difícil para los científicos sociales abandonar eso que Ollman (1993, p. 34) llama “la pers- pectiva del sentido común” —erigido en un sistema filosófico por Locke, Hume y otros— que dice que “hay cosas y hay relaciones y que ninguna puede subsumirse en la otra”. 2. Los elementos o las ‘cosas’ (como las llamo) están constituidas por flujos, procesos y relaciones que operan den- tro de campos limitados que constitu- yen totalidades o sistemas estructura- dos. Una concepción dialéctica tanto de la cosa individual como del sistema estructurado del cual hacen parte se basa enteramente en una comprensión de los procesos que constituyen las relaciones que hacen posible la cosa y el sistema estructurado. Esta idea no es intuitivamente autoevidente puesto que estamos rodeados por ‘cosas’ que parecen tener un carácter tan perma- nente y sólido que hacen difícil ima- ginarlas como algo que está fluyendo de algún modo. No hay que restar importancia, por consiguiente, a lo que Whitehead (1985, p. 137) llama las ‘permanencias’ —los innumerables “objetos prácticamente indestructi- bles” que encontramos a diario en el mundo y sin los cuales la vida física y biológica no existiría y no podría existir ahora tal como la conocemos. Pero, como él hizo notar, incluso algo tan sólido y perdurable como una pirámi- de egipcia se constituye de materia en movimiento. La dialéctica nos obliga, entonces, a plantear permanentemen- te la pregunta acerca de la ‘cosa’ o el ‘evento’ con que nos encontramos: ¿mediante qué proceso ha tomado for- ma y cómo se sostiene? 3. Las ‘cosas’ y los sistemas que muchos investigadores tratan como algo irre- ducible, que no es problemático, en el pensamiento dialéctico se entienden como internamente contradictorios en virtud de los múltiples procesos que los constituyen. Yo soy considerado, para propósitos de la teoría social, un individuo dentro de un sistema social y dicha suposición, para ciertas formas de investigación restrictivas, sonaría completamente razonable. No obs- tante, una investigación más profunda demuestra que soy una ‘cosa’ bastante contradictoria y problemática creada por toda clase de procesos. Mi cuerpo contiene una variedad de órganos que sustentan la vida como el corazón, los pulmones, el hígado y el sistema digestivo, “cuyo funcionamiento es más o menos automático y necesa- rio […] debido al proceso constante de auto reconstrucción interior del cuerpo” (Ingold, 1986, p. 18). Los procesos metabólicos que permiten que la autoreconstrucción interior se mantenga conllevan intercambios con mi ambiente y a un completo rango de procesos transformativos que son necesarios para el mantenimiento de
  • 7. La dialéctica territorios 39 251 mi individualidad corporal. Si los pro- cesos cambian, entonces, el cuerpo o se transforma o deja de existir. Mi socialización (por ejemplo, la adquisi- ción del lenguaje y de las habilidades simbólicas) se construye igualmente por medio de la captación que yo hago de ciertos dominios que residen en los procesos sociales. La reconstitución permanente de esos dominios (con respecto a las facultades mentales y las habilidades simbólicas, por ejem- plo) es un proceso que perdura tanto mientras esté vivo (todos sabemos lo que quiere decir ‘mantenerse en for- ma’ u ‘oxidarse’ en lo que hacemos). Tomar este asunto de esta manera no es ver la ‘cosa’ (o el sistema) como un producto pasivo de procesos externos (con toda seguridad, yo no me veo a mí mismo así). Lo que es notable so- bre los sistemas vivientes es la manera en que estos captan flujos de energía o información difusos (y a menudo en alta entropía) y los juntan en formas complejas, pero bien ordenadas (baja entropía). Los seres humanos, ade- más, tienen una capacidad notable para captar y reorganizar flujos de energía e información de maneras más creati- vas que pasivas. Pero el hecho de que lo hagan de ninguna manera desafía la proposición ontológica de que las ‘cosas’ y los sistemas perpetuamente se constituyen y se reconstituyen por procesos (como los lugares en novelas de Williams). 4. Se asume que las ‘cosas’ siempre “son internamente heterogéneas [es decir, contradictorias] a todo nivel” (Levins & Lewontin, 1985, p. 272). Esto se deriva de las dos primeras proposi- ciones, pero vale la pena exponerlo explícitamente. Hay cuatro puntos a ser tratados en este respecto: a. Cualquier ‘cosa’ puede descom- ponerse en una colección de otras ‘cosas’, las cuales están imbrica- das en alguna relación entre sí. Por ejemplo, una ciudad puede ser considerada como una ‘cosa’ en interacción con otras ciudades, pero también puede dividirse en barrios o zonas, que pueden divi- dirse a su vez en personas, casas, escuelas, fábricas, etc., que pueden dividirse a su vez ad infinitum. La cláusula de ad infinitum es muy importante porque dice que no hay un bloque irreductible de ‘co- sas’ para cualquier reconstrucción teórica acerca de cómo funciona el mundo. Esto sugiere que lo que parece un sistema en un nivel de análisis (por ejemplo, una ciudad) se vuelve una parte de uno a otro nivel como, por ejemplo, una red global de ciudades mundiales. Esta idea se ha tornado muy importante en la física cuántica contemporá- nea en que un principio funda- mental consiste en que “lo que sea que digamos que una estructura o una cosa es, no lo es” porque “hay
  • 8. David Harvey territorios 39 252 siempre algo más y algo diferente de lo que digamos” (Bohm & Peat, 1987, p. 141-142). No hay ‘basa- mento’, como lo formulan Levins y Lewontin (1985, p. 278), ya que la experiencia muestra que “todas las indivisibles ‘unidades básicas’ pro- puestas previamente han resultado ser divisibles y la descomposición ha abierto nuevos dominios para la investigación y la práctica”. Es legítimo investigar “cada nivel de organización sin haber investigado las unidades fundamentales”. La otra implicación, tomada seriamen- te en la dialéctica de la deconstruc- ción, es que todas las categorías fijas y congeladas son susceptibles de disolución. La crítica práctica en las humanidades en estos días está muy guiada, quizá demasiado, por las preocupaciones por disolver las categorías fijas dentro de campos conflictivos y flujos de prácticas socio-lingüísticas y representacio- nales. b. Si todas las ‘cosas’ son heterogé- neas en virtud de los procesos com- plejos (o relaciones) que las cons- tituyen, entonces la única manera en que podemos entender los atri- butos cualitativos y cuantitativos de las ‘cosas’ es entendiendo los procesos y las relaciones que ellos internalizan. Ollman (1976) ha sido muy explícito en este respecto al construir sus argumentos, refe- rente a las relaciones internas. Mas estos argumentos han avanzado en buena parte de la literatura sobre ecología (ver Eckersley, 1992, p. 49-55; Naess, 1989, p. 79 y Zim- merman, 1988). La única mane- ra en que podemos entender los (contradictorios) atributos cualita- tivos y cuantitativos de las ‘cosas’ es comprendiendo los procesos y las relaciones que los constituyen y que estos internalizan. Yo, como individuo, no puedo ser entendido, excepto por medio de los proce- sos metabólicos, sociales y otros que internalizo. Esto implica, sin embargo, que yo necesariamente internalizo la heterogeneidad y una serie de contradicciones asociadas. La contradicción se entiende aquí en el sentido dado al término por Ollman (1990, p. 49), como “una unión de dos o más procesos inter- namente relacionados que están si- multáneamente soportándose y mi- nándose entre sí”. Este es un punto de vista que Whitehead (1985, p. 155), que siempre prefirió la pa- labra ‘evento’ a cosa porque sim- boliza dinamismos, presenta de la siguiente forma: […] el concepto de relaciones interiores requiere la noción de substancia entendida como algo que sintetiza las relaciones en su carácter emergente. El evento es lo que es por causa de la unificación en sí mismo de una multiplicidad de relaciones.
  • 9. La dialéctica territorios 39 253 Ver también, la discusión de Mau- rice Wilkins (1987) sobre el fun- cionamiento de los principios de complementariedad en la micro- biología y otras esferas de ciencia y proyectos creativos. c. Existe, sin embargo, una limitación para formular este argumento. Yo, como individuo, no internalizo en la práctica cada cosa en el universo, pero absorbo principalmente lo que es relevante para mí por me- dio de mis relaciones (metabólicas, sociales, políticas, culturales, etc.), en cuanto a procesos que operan en un campo relativamente limitado (mi ecosistema, mi economía, mi cultura, etc.). No hay, sin embargo, un límite fijo o a priori para este sistema. Dónde empieza y dónde termina el ambiente relevante pa- ra mí es en sí una función de los procesos ecológicos, económicos y otros que son relevantes para mí. La relevancia es dependiente, ade- más, de mis propias acciones (la atmósfera relevante para mi res- piración, para tomar un ejemplo trivial, depende de si me quedo en mi casa todo el día, si hago una caminata por el campo, o si vuelo a Los Ángeles). d. Poner límites al espacio, el tiempo, la escala y el ambiente es, enton- ces, una consideración estratégica muy importante en el desarrollo de conceptos, abstracciones y teo- rías. Es normalmente el caso que cualquier cambio sustancial en es- tos límites cambiará radicalmen- te la naturaleza de los conceptos, las abstracciones y las teorías. En geografía enfrentamos a menudo este problema en la forma de las paradojas generadas por diferentes escalas de correlación ecológica. Con frecuencia enfrentamos este problema de escalas en lo que sigue a continuación. 5. El espacio y el tiempo no son ni abso- lutos ni externos a los procesos sino contingentes y contenidos en estos mismos. Hay múltiples espacios y tiem- pos (y espacio-tiempos) implicados en los diferentes procesos físicos, biológi- cos y sociales. Estos últimos producen todos —para usar la terminología de Lefebvre (1991)— sus formas propias de espacio y tiempo. Los procesos no operan en el espacio y el tiempo, sino que los construyen activamente y en ello van definiendo escalas distintivas para su desarrollo. Este es un problema complicado y será el objeto de inves- tigación en la parte iii. 6. Las partes y los todos se constituyen uno al otro recíprocamente. “La parte crea el todo y el todo crea la parte” (Levins y Lewontin, 1985). Este es un principio que Giddens (1984) pro- mueve en algunos de sus escritos sobre la teoría de la estructuración (la agencia hace la estructura y la estructura hace la agencia) y este es, por supuesto, un principio fundamental que opera en
  • 10. David Harvey territorios 39 254 toda la amplitud y rango del trabajo de Marx. Decir que las partes y los todos se constituyen mutuamente es más que afirmar que existe una retroa- limentación entre ellos. En el proceso de captar el poder que reside en estos sistemas ecológicos y económicos que son relevantes para mí, yo activamente los reconstituyo o transformo dentro de mí mismo, incluso antes de repro- yectar para reconstituir o transformar el sistema del que aquel poder proviene. Tomemos un par de ejemplos triviales pero importantes: cuando aspiro, me reconstituyo por virtud del oxígeno de la atmosfera, pero estoy al mismo tiempo transformando la química del aire dentro de mí y alrededor por me- dio de la exhalación. O cuando leo o escucho estoy tomando ideas y pen- samientos. Así, gano un sentido de identidad propia, pero en el proceso de reformular y transformar las palabras y al reproyectarlas a la sociedad produz- co un cambio en el mundo social. Las prácticas reduccionistas “normalmente ignoran esta relación, separando las partes en unidades aisladas preexis- tentes que supuestamente componen los sistemas o los todos”, mientras que algunas perspectivas holísticas invierten el sistema preferencial. 7. El hecho de que las partes y los todos estén intrínsecamente entretejidas con- lleva “la intercambiabilidad del sujeto y el objeto, de la causa y el efecto” (Levins & Lewontin, 1985, p. 274). Los organismos, por ejemplo, han de ser vistos a la vez como los sujetos y como los objetos de la evolución, exac- tamente de la misma manera que los in- dividuos han de ser considerados como objetos y como sujetos de procesos del cambio social. La reversibilidad de cau- sa y efecto hace inapropiados los mo- delos especificados de manera causal (incluso si fueron fundamentados con retroalimentación). Es precisamente en virtud de su integración en un flujo de procesos continuos y de su represen- tación que la dialéctica hace una ape- lación limitada al argumento causal y entonces solo como un particular caso limitante. La argumentación causal ne- cesariamente descansa sobre absolutos y no en concepciones relacionales de espacio y tiempo. Whitehead (1920, p. 53) expresa esta idea cuando dice que “no puede haber explicación” de “la naturaleza como proceso” o del pa- so del tiempo. “Lo único que se puede hacer es usar el lenguaje, lo que espe- culativamente podría demostrarlos”. 8. El comportamiento transformativo —‘la creatividad’— surge de las con- tradicciones en las que se conjugan tanto la heterogeneidad internalizada de las ‘cosas’ como la heterogeneidad más obvia presente en los sistemas. La heterogeneidad, como Ollman y Levins y Lewontin (1985, p. 278) insisten, significa mucho más que la mera diversidad: “las partes y los pro- cesos se confrontan como opuestos, condicionando los todos de los que ellos forman parte”. De estas oposi-
  • 11. La dialéctica territorios 39 255 ciones, constituidas del flujo del pro- ceso, surgen tensiones creativas y com- portamientos transformativos. Llegar a ser, usando el lenguaje de Hegel, emerge de la oposición entre el ser y el no ser. O, para citar a Whitehead (1969, p. 28), el “principio de lo que es un proceso” consiste en que “el ser se constituye en el llegar a ser”. En la perspectiva dialéctica, las fuerzas contrarias, constituidas ellas mismas por los procesos, llegan a ser a su vez puntos nodales para patrones poste- riores de la actividad transformativa. Materia y antimateria, cargas positivas y negativas, repulsión y atracción, vida y muerte, mente y materia, masculino y femenino, capital y trabajo, etc. están constituidos como oposiciones alrede- dor de las cuales se consolida un todo organizador de las actividades transfor- mativas que reproducen las oposiciones al mismo tiempo que reestructuran el mundo físico, biológico y social. 9. “El cambio es una característica de to- dos los sistemas y de todos los aspectos de los sistemas” (Levins & Lewontin, 1985, p. 275). Este es quizá el más im- portante de todos los principios dialéc- ticos y uno de los cuales Ollman (1990, 1993) pone por encima de los demás. La implicación de esta premisa es que el cambio y la inestabilidad son la norma y que la apariencia de estabilidad de las ‘cosas’ o de los sistemas es lo que tiene que ser explicado. En las palabras de Ollman (1990, p. 34), “dado que el cambio es siempre una parte de lo que las cosas son, [nuestro] problema de investigación solo [puede] ser cómo, cuándo y en qué cambian las [cosas o sistemas] y por qué ellas a veces pare- cen no cambiar”. Levins y Lewontin elaboran una postura similar: Desde una perspectiva dialéctica, se insiste en que la persistencia y el equilibrio no son el estado natural de las cosas, pero sí se re- quiere buscar una explicación de estas en las acciones de las fuerzas contrarias. Las condiciones bajo las cuales las fuerzas con- trarias se equilibran y el sistema como un todo se encuentra en equilibrio estable son bastante especiales. Para ello se requiere que simultáneamente se cumplan a satisfacción tantas relaciones matemáticas como variables hay en el sistema, las cuales normalmente se expresan como desigualdades entre los parámetros de ese sistema. La naturaleza, dice Whitehead (1969, p. 33), siempre es la exploración per- petua de la novedad. Ya que la acción transformativa —y aquí pienso princi- palmente en la acción creativa en lugar de la acción rutinaria— surge de la contradicción, esta puede en principio ocurrir en cualquier parte y por todas partes en el mundo físico, biológico y social. Formularlo de esta manera no implica, sin embargo, que todos los momentos dentro de un proceso continuo sean igualmente importan- tes como puntos creativos de la acti- vidad transformativa. El objetivo de la investigación teórica y empírica es
  • 12. David Harvey territorios 39 256 justamente identificar esos ‘momentos’ y ‘formas’ característicos (es decir, ‘co- sas’), integrados en los procesos que pueden producir transformaciones ra- dicales o, inversamente, ‘salvaguardar’ los mecanismos que le dan a una ‘cosa’ o a un sistema (como una persona, una ciudad, una región, un Estado nación) las calidades de identidad, integridad y estabilidad relativa. Si, como es in- tuitivamente obvio, el mundo físico alrededor de nosotros aparece consti- tuido por eso que Whitehead (1969, p. 241-248) llama ‘permanencias’ —con- figuraciones relativamente estables de materia y de cosas— entonces el pro- blema de cómo todavía se mantienen tales permanencias integradas dentro de un mundo dinámico de procesos se vuelve un sujeto crítico de análisis. De nuevo, esta tensión es el foco de la contradicción. “Si los opuestos, es- táticos y fluidos”, escribe Whitehead (1969, p. 408), “han sido ya explicados separadamente para caracterizar actua- lidades diversas, la interacción entre la cosa que es estática y las cosas que son fluidas involucra contradicciones en cada paso de su explicación”. La pregunta sobre la ‘agencia’ en lo social y lo biológico en los sistemas físicos tiene que ser ampliamente formulada en tales términos. 10. La investigación dialéctica es en sí misma un proceso que produce per- manencias tales como conceptos, abs- tracciones, teorías y estructuras insti- tucionalizadas de conocimiento, las cuales se establecen para ser susten- tadas o refutadas por procesos conti- nuos de investigación. Hay una cierta relación implícita entre el investigador y lo investigado que no es traducible en términos de un ‘extraño’ (el inves- tigador) que mira lo investigado como un objeto, sino una entre dos sujetos activos cada uno de los cuales inter- naliza necesariamente algo del otro en virtud de los procesos que los co- nectan. La observación del mundo es, sostiene Heisenberg, inevitablemente una intervención en el mundo, de casi la misma manera que los deconstruc- cionistas sostendrán que la lectura de un texto es fundamental para su pro- ducción. Marx insiste de igual mane- ra que solo transformando el mundo podemos transformamos a nosotros mismos; que es imposible entender el mundo sin simultáneamente cam- biarlo, a este y a nosotros mismos. La lógica formal dialéctica no puede, por consiguiente, presuponerse como una cualidad ontológica de la naturaleza: hacer esto sería superponer una lógica mental particular en el mundo como un acto de la mente sobre la materia. La unidad dialéctica de las actividades mentales y materiales (expresado por Marx como la unidad de la teoría y de la praxis) nunca puede romperse, solo puede atenuarse o alienarse temporal- mente. 11. La exploración de los ‘mundos posi- bles’ es inherente al pensamiento dia- léctico. De alguna manera, esta idea
  • 13. La dialéctica territorios 39 257 se remonta a Aristóteles, ampliamente rechazada por la ciencia del siglo xvii, quien decía que “el devenir de un ser natural es un proceso constante de actualización de sus potencialidades” (Leclerc, 1986, p. 21). La explora- ción de las potencialidades para el cambio, para la autorealización, para la construcción de nuevas identida- des colectivas y órdenes sociales, de nuevas totalidades (por ejemplo, los ecosistemas sociales) y similares, es un móvil fundamental en el pensamiento dialéctico marxista. Bookchin sostiene igualmente que la educación (la explo- ración de las posibilidades), en vez de la deducción (colegir las implicaciones de verdades conocidas) o la inducción (descubrir las leyes generales que re- gulan lo que ya existe) es el móvil cen- tral de la praxis dialéctica, así como el propósito primario de la construcción del conocimiento. Cuando el teórico de la geografía August Lösch (1954) sostuvo en su argumento inicial que nuestra tarea como geógrafos no era “explicar nuestra triste realidad, sino mejorarla” y concluyó con su visión de una ciencia que, “más como la ar- quitectura que como la historia de la arquitectura, crea en vez de describir”. recurría a un sentido dialéctico (aun- que de tipo hegeliano) de ciencia crea- tiva entendida como la exploración de mundos espacialmente ordenados más racionales y justos. Es en este sentido en que tiene que ser entendida su (in- fame) declaración de que “si el modelo no se ajusta a la realidad, entonces la realidad es la que está equivocada”. En consecuencia, la investigación dialéctica incorpora necesariamente la construcción de opciones (valores) éticas, morales y políticas en su propio proceso y concibe el conocimiento construido que resulta como discursos situados en un juego de poderes dirigi- do hacia una u otra meta. Los valores y los objetivos (lo que podríamos llamar el momento ‘teleológico’ o también ‘utópico’ del pensamiento reflexivo) no se imponen como abstracciones universales exteriores sino que se llegó a ellos por medio de un proceso vivo (incluyendo la investigación intelec- tual) que integra formas de praxis y juego de poderes ligados a la explora- ción de una u otra potencialidad (en nosotros mismos así como en el mun- do que habitamos). El surgimiento reciente de una muy notoria “teoría del valor de lo verde” es un excelente estudio de caso de cómo la confluencia entre unos procesos socioecológicos y un juego de poderes puede generar una nueva visión de posibilidades. La búsqueda de posibilidades fue siempre, por supuesto, un asunto central en el trabajo de Raymond Williams, recor- demos cómo él repetidamente decía: “el sentido de valor fue haciendo su camino a través de diferentes clases de opresión de diversas maneras [como] un proceso incorporado de las cam- biantes posibilidades de una vida en co- mún” (Williams, 1989ª, p. 321-322).
  • 14. David Harvey territorios 39 258 La búsqueda de esas posibilidades está, dadas las reglas de investigación dialéc- tica, contenida dentro y no articulada antes o después de las prácticas sociales, incluyendo aquellas del proceso de in- vestigación. La investigación nunca es, por consiguiente, un asunto de escoger entre las diferentes aplicaciones de un conocimiento neutro, sino más bien la búsqueda integral de posibilidades que se encuentran en el núcleo mismo de la argumentación dialéctica. II. Conceptos, abstracciones y teorías de la dialéctica Hay un persistente debate acerca de si el mundo es inherentemente dialéctico o si la dialéctica es simplemente un conjun- to conveniente o una lógica de premisas para representar ciertos aspectos de los procesos físicos, biológicos y sociales. La perspectiva anterior, que llamaré la ver- sión fuerte de la argumentación dialéc- tica, fue enérgicamente promovida por Engels, particularmente en La dialéctica de la naturaleza y en el AntiDühring. Aun cuando Marx no hizo ninguna declaración general del asunto, ciertamente tampoco se alejó por completo de una versión fuerte de la dialéctica, sostenía que los procesos sociales en el trabajo bajo el capitalismo eran inherentemente dialécticos. aunque su enfoque es más complejo que eso. Esta perspectiva fuerte ha sufrido una conside- rable crítica debido en parte a su asociación con ideas de la teleología y con doctrinas de la emergencia e inmanencia que pare- cen casi deterministas en sus implicaciones evolutivas. En parte, el significado de esta controversia depende, en primera instan- cia, de cómo se representa la dialéctica. La representación más bien mecanicista de la dialéctica de Hegel reducida a un asunto de tesis, antítesis y síntesis sugiere ciertamente, si se considera de modo sin- crónico, una sucesión teleológica bastante simplificadora (la lucha de clases bajo el capitalismo inevitablemente da lugar a un socialismo sin clases). Engels, por ejemplo, consideró la concepción lógica e idealista de la dialéctica expuesta por Hegel como su modelo de lo que era verdaderamente dialéctico. Así, aunque Engels insistía una y otra vez en que el mundo natural y so- cial es inherentemente dialéctico, lo que hizo fue imponer una concepción lógica y mental particular (la de Hegel) de lo que era esa dialéctica en el mundo natural y social. Marx, de otro lado, aunque empe- zó con Hegel, logró una transformación materialista radical de la visión de Hegel basándose en una visión materialista (cf. Bhaskar, 1989, capítulo 7), cuyo efecto fue el de fundir la dialéctica como una lógica en un flujo de argumento y de prácticas. La manera en la que he buscado especifi- car la dialéctica aquí, enfocándome en las relaciones entre los procesos, las cosas y los sistemas, evita muchos de los proble- mas que Engels legó y, además, prepara el camino para una discusión abstracta acerca de la dialéctica entendida como conjunto de principios que se diluyen en un flujo de argumentación. Esto parece estar mucho más acorde con la práctica propia de Marx.
  • 15. La dialéctica territorios 39 259 Formulado así, no veo ninguna razón para abandonar la versión fuerte de la ­dialéctica. Lo menos que puede decirse de ello es que hay tanta evidencia para argumentar que son los procesos los que constituyen las cosas y los sistemas en el mundo natural y social como evidencia suficiente para cualquier proposición alternativa. Sin embargo, existe un serio problema epistemológico referido a cómo presentar, codificar, abstraer y teorizar la inmensa cantidad de información aparentemen- te incomparable generada por el tipo de programa de investigación que obligan los preceptos dialécticos. Los principios de la investigación dialéctica, como se expuso anteriormente (que conlleva considerar múltiples cambios de escala, perspectiva, orientación, etc., al mismo tiempo que se internalizan contradicciones, oposiciones y la heterogeneidad a todo nivel), deberían generar un estado perpetuo de movimien- to en nuestros conceptos y en nuestros pensamientos. Pero el lado negativo de esta flexibilidad y franqueza es que parece haber poca oportunidad de producir algo, excepto una inmensa panoplia de con- ceptos inciertos y cambiantes (del estilo del que mucha de la teoría literaria está mostrándose demasiado adepta a producir en estos días). Para aquellos poco familia- rizados con el pensamiento dialéctico, lo aparentemente escurridizo de los concep- tos dialécticos suscita escepticismo, impa- ciencia y desconfianza. Si, como Pareto solía decir (en un pasaje muy valorado por Ollman), que los conceptos en Marx son como murciélagos porque pueden tener simultáneamente el carácter de pájaros y de ratones, entonces es posible ver todo lo que uno quiera en cualquier situación particular. El propósito de una perspectiva múltiple y relacional al abordar los fenó- menos, como Ollman dice al comentar este pasaje, es tratar de identificar un número restringido de procesos subyacentes muy generales que simultáneamente unifican y diferencian los fenómenos que vemos en el mundo que nos rodea. Justamente este fue el centro de las preocupaciones de Whitehead. En este sentido, la dialéctica busca en verdad cierto tipo de seguridad ontológica o reduccionismo —no reduc- cionismo a ‘las cosas’, sino más bien un reduccionismo respecto del entendimiento de procesos generadores básicos y de las relaciones—. En este sentido, podemos concebir, por ejemplo, que un proceso común de circulación de una capital dé origen a una variedad de paisajes urbanos físicos y formas sociales. Este compromiso con la sobriedad y la generalidad con respecto a los procesos (aunque no con respecto a las cosas o los sistemas) es común en una amplia variedad de campos que van desde el trabajo de Da- vid Bohm en la teoría cuántica y sus impli- caciones para las formas físicas, biológicas, sociales y estéticas (ver Bohm, 1983; Hiley & Peat, 1987; Bohm & Peat, 1987), pa- sando por el estudio Wilkins (1987) sobre los principios de la complementariedad y la unión de opuestos en esferas tan diver- sas como la física, la biología molecular, la psicología, la música y las artes visuales; o el trabajo de Levins y Lewontin sobre la
  • 16. David Harvey territorios 39 260 biología dialéctica; así como el materialis- mo dialéctico de Marx. Quizá, uno de los hallazgos más interesantes de tales estudios es que procesos individuales pueden dar lugar a resultados sumamente diversos, complejos e impredecibles. Hay algunos precedentes para este tipo de hallazgo en el análisis espacial. Augusto Lösch, por ejem- plo, buscando una teoría tanto normativa como positiva de la localización geográfica de las actividades humanas, empezó con un conjunto muy simple de principios ge- nerativos acerca de la maximización de la ganancia por parte de agentes individuales sujetos a la competencia monopolista y en economías de escala. De estos princi- pios generó modelos de paisaje de notable complejidad espacial (noto que muchos geógrafos han malinterpretado su trabajo considerándolo directamente relacionado con modelos geométricos, cuando real- mente está relacionado con una variedad de patrones geográficos que parten de un conjunto simple de principios generativos). El trabajo en fractales, la teoría del caos, etc. ilustran cómo los órdenes generativos de una mucho mayor complejidad pueden derivarse de reglas simples de procesos. Bohm y Peat (1987) sostienen, además, que la idea de que existen tales órdenes o principios generativos “no se restringe simplemente a la matemática, sino que tiene una relevancia potencial para todas las áreas de la experiencia”. Ellos lo apli- can a la pintura, la composición musical y a la literatura: En todas estas actividades, hay un elemento crucial consistente en que el artista siempre está trabajando a partir de una fuente ge- nerativa y permitiendo que la obra se des- pliegue en formas siempre más definidas. En este sentido el pensamiento del artista opera de manera similar a lo propio de la ciencia pues se origina en el libre juego que luego se despliega en formas cada vez más cristalizadas (1987, p. 157). Al entender el papel de los principios generativos de esta manera, Bohm y Peat adoptaron una perspectiva dialéctica de la creatividad humana, una en la que se unifica el arte y la ciencia en una cierta complementariedad de opuestos. En ello (sin tener conocimiento), adoptaron una interpretación similar a la que Adorno hace de la obra de arte como una ‘imagen dialéctica’, comprendida como las “cris- talizaciones del proceso histórico” y co- mo “constelaciones objetivas en las que la condición social se representa a sí misma” (citado en Williams, 1977, p. 103). Nada de esto significa que los proce- sos generativos subyacentes sean fáciles de identificar o de especificar. De hecho, la inmensa complejidad de ‘las cosas’ y los sistemas que encontramos hace que esta sea una tarea particularmente dura, dado el problema epistemológico de que se debe empezar con las ‘cosas’ y los sis- temas tal como son para identificar los procesos subyacentes y precisarlos de la manera más exacta posible. Es más, pro- cesos diferentes se interceptan y entrelazan —por ejemplo, la circulación de capital y
  • 17. La dialéctica territorios 39 261 los procesos ecológicos se interceptan para crear formas complejas de transformación medioambiental— lo que requiere o una reformulación de la idea de los procesos en consideración o encontrar maneras de describir cómo pueden entrelazarse proce- sos diferentes y cómo lo hacen. Sin embar- go, el énfasis en priorizar los procesos, tal como lo he esbozado aquí, sugiere que la búsqueda del orden que ha caracterizado tradicionalmente a la ciencia occidental desde el Renacimiento ha pasado de ser la búsqueda por clasificar y categorizar las cosas y de las relaciones entre las cosas a ser una búsqueda de los principios generati- vos que producen órdenes (es decir, cosas y sistemas con atributos cuantitativos y cualitativos definibles) de diferentes tipos. III. Relaciones con otros sistemas de pensamiento El pensamiento dialéctico (y ahora me centro solo en el lado representacional y mental de este) es una entre diferentes perspectivas para entender y representar la condición humana y el mundo en que la vida humana se desarrolla. Es en muchos aspectos intuitivamente atractiva, al menos porque experimentamos la vida como pro- ceso (en vez de como una ‘cosa’ o como una amalgama de ‘cosas’ y relaciones entre estas) y porque estamos tratando con los problemas de mantener este proceso en funcionamiento, incluso en el mismo acto de producir las muchas ‘cosas’ con las que nos rodeamos. Además, todos estamos vivamente conscientes de lo que significa comprometerse en el proceso de manteni- miento, desarrollo o el descuido de las ‘co- sas’ que creamos (tales como casas, máqui- nas, dinero, habilidades). Los académicos seguramente reconocerán que la manera cómo aprendemos es muy diferente a la en que escribimos y que la palabra escrita a menudo retorna para perseguimos como la fuerza de una ‘cosa’ fija, una fuerza extraña que puede gobernar nuestras vidas, a veces sin importar qué tanto nos esforcemos por superarla. Sin embargo, ser intuitivamente atractivo no otorga la única justificación o, incluso, la justificación principal para posicionarse como cualquier conjunto de supuestos ontológicos o epistemológicos como la legitima base de generación de conocimiento. Tan es así que muchos de los éxitos de la ciencia occidental han sido producto de la construcción de formas contraintuitivas de pensamiento. El principal sistema de pensamien- to opuesto a la dialéctica es la racionali- dad cartesiana, que fue integrado dentro de la física clásica y desde entonces se ha convertido en la base de teorización de muchas otras ciencias naturales, la inge- niería, la medicina, las ciencias sociales y la filosofía (especialmente en la forma de filosofía analítica). Levins y Lewontin (1985, p. 296) categorizan este modo de pensamiento en términos de “cuatro compromisos ontológicos que luego dan su impronta al proceso de la generación de conocimiento”. Estos son: Hay un conjunto natural de unidades o par- tes que componen a cualquier todo.
  • 18. David Harvey territorios 39 262 Estas unidades son homogéneas en sí mis- mas, al menos en cuanto que ellas afectan el todo del que hacen parte. Las partes están ontológicamente antes que el todo, es decir, las partes existen aislada- mente y se juntan para constituir totalidades. Las partes tienen propiedades intrínsecas, las cuales poseen aisladamente y que prestan al todo. En los casos más simples el todo no es sino la suma de sus partes; los casos más complejos permiten la interacción de las partes para producir propiedades añadidas a un todo. Las causas están separadas de los efectos, siendo las causas las propiedades de los su- jetos y los efectos, las propiedades de los objetos. Mientras que las causas pueden responder a información proveniente de los efectos (la así llamada “retroalimenta- ción”) no hay ambigüedad acerca de cuál es el sujeto causante y cuál es el objeto cau- sado (distinción que persiste en la estadís- tica que habla de variables independientes y dependientes). Esta perspectiva cartesiana está bas- tante difundida y, también, tiene cierto atractivo intuitivo. Nosotros encontramos ‘cosas’ (v.g. individuos) y sistemas (v.g. redes de transporte y comunicaciones) los cuales parecen tener una existencia estable y autoevidente, por lo que parece perfecta- mente razonable construir conocimiento sobre categorizaciones de estos y sobre el patrón causal de relaciones entre ellos. Des- de el punto de vista dialéctico, no obstan- te, una postura así resulta indebidamente restrictiva y monocausal. Levins y Lewon- tin argumentaban, correctamente, según mi criterio, que la perspectiva cartesiana es una forma ‘alienada’ de ­razonamiento debido a que representa un mundo en el cual “las partes están separadas de los todos y se reducen las cosas a sí mismas, se separan las causas de los efectos y los sujetos de los objetos”. Las objeciones de Whitehead (1969, p. 8-9) son ligeramente diferentes, pero resultan interesantes. Este sostiene que la separación que Descartes hizo entre la mente y la materia es inco- herente en lo fundamental, puesto que no se puede encontrar ninguna razón para tal diferenciación. Continúa diciendo que mientras el sistema cartesiano “expone algo verdadero sobre el mundo […] sus nocio- nes son demasiado abstractas para penetrar en la naturaleza de las cosas”. Peor aún, la separación induce a “una curiosa mez- cla de racionalismo con irracionalismo” en el método de las ciencias naturales de modo que “su tono prevaleciente ha si- do fervorosamente racionalista dentro de sus propias fronteras y dogmáticamente irracional más allá de estas”. Marx (1967, p. 325) expresó una objeción similar al argumentar que “los puntos débiles en el materialismo abstracto de las ciencias naturales, un materialismo que excluye la historia y sus procesos, se hacen ense- guida evidentes cuando se descubren las concepciones ideológicas y abstractas de sus portavoces siempre que traspasan las fronteras de su especialidad”. Marx fue en general profundamen- te crítico de la perspectiva del “sentido común” porque, argumentaba, siempre
  • 19. La dialéctica territorios 39 263 que “tiene éxito en ver una distinción, falla en ver una unidad y donde ve una unidad, falla en ver una distinción”, y así ­“subrepticiamente petrifica” las distincio- nes a tal punto en que estas ya son incapa- ces de generar nuevas ideas, ni qué decir de nuevos entendimientos de cómo funciona el mundo (citado en Ollman, 1990, p. 44). Sin duda, Marx sería igualmente mordaz con la forma de razonamiento atomística y causativa que domina en la sociología y la economía contemporáneas, con el in- dividualismo metodológico que prevalece en mucha de la actual filosofía política y similares. Pero también sería equivocado con- siderar que la dialéctica y la perspectiva cartesiana son fundamentalmente incom- patibles en todos los sentidos, algo que alguien como Capra (1982) y en algún grado Levin y Lewontin (1985) tienden a proponer. Visto bajo una luz más comple- mentaria, estas pueden brindar una fuente fecunda de ideas nuevas. En la física teórica, lo que se consideraba en el siglo xix como supuestos radicalmente incompatibles en cuanto a que “en su esencia la materia tie- ne la naturaleza de una partícula o la de una onda” fueron considerados finalmente como una unidad dentro de la concepción de la teoría cuántica. Aquí también hay una interpretación intuitiva que contribuye a una lectura de sentido. Todos sabemos lo que quiso decir Heráclito cuando dijo que uno no se baña dos veces en el mismo rio, pero también sabemos bien que hay un sentido según el cual podemos ir a las orillas del rio una y otra vez. A estas altu- ras, sin embargo, podría surgir alguna clase de aseveración sobre la superioridad de la perspectiva dialéctica, precisamente ­debido a que permite un entendimiento de las ‘co- sas’ y los sistemas como entidades reales y estables dentro de un caso especial del supuesto de que los procesos están siempre activos en la creación y sustentación de ‘cosas’ y sistemas. El supuesto contrario, no obstante, no parece ser sostenible. El pensamiento cartesiano ha tenido serios problemas para tratar el cambio y los pro- cesos, excepto en términos de la estadística comparativa, la retroalimentación de causa y efecto y las linealidades construidas en el examen de las tasas de cambio determi- nadas experimentalmente y especificadas mecánicamente (como las representadas en el cálculo diferencial). Fue este tipo de deducción lo que condujo al cambio de perspectiva del antropólogo Anthony Leeds (1994, p. 32), estando al final de una carrera muy activa: En los primeros años consideré a la sociedad […] como una estructura de roles, posi- ciones, estatus, grupos, instituciones etc. conformados […] por las culturas en que se mueven. El proceso, que yo veía como “fuerzas”, el movimiento, la conexión, las presiones las entendía como algo que toma- ba lugar en estos ámbitos fijos o nodos de organización, poblados por individuos [...]. A pesar de ser una perspectiva que me parece verdadera en buena medida, también comen- zó a parecer una perspectiva estática —más un orden societal que un devenir societal— […]. Puesto que no parece inherente a la
  • 20. David Harvey territorios 39 264 naturaleza […], que estos lugares existen parece inaceptable simplemente tomarlos axiomáticamente; al contrario, debemos buscar maneras para dar cuenta de su exis- tencia y sus diversas formas. Cada vez más, los problemas de cómo se llega a ser [...] me han llevado a considerar la sociedad como un proceso continuo, del cual se decantan estructuras o concreciones de orden en las formas de los ámbitos antes mencionados. El argumento de Ollman (1990, p. 32) es particularmente fuerte exactamente so- bre este mismo punto: En la perspectiva que domina actualmente las ciencias sociales, las cosas existen y sufren cambios. Ambos son lógicamente distintos. La historia es algo que les pasa a las cosas y esta no es parte de su naturaleza. De ahí la dificultad de estudiar el cambio en sujetos de los cuales se ha retirado esta desde el comienzo. Marx, por otro lado, abstrae “cada forma histórica como algo que fluye cons- tantemente y por ello toma en cuenta su naturaleza transitoria no en menor grado que su existencia momentánea”. IV. Aplicaciones de la dialéctica: concepción de Marx sobre el capital Lo que me propongo en esta sección es exponer más de cerca el uso particular que Marx hizo del pensamiento dialéctico. No tengo la intención de mostrar si Marx esta- ba errado o si tenía razón, sino más bien, busco ilustrar cómo utilizó el razonamien- to dialéctico para entender el capitalismo ­como un sistema social definido y limitado por un proceso de circulación de capital. El lenguaje que contiene El capital da se- ñales claras por todas partes de la adhesión de Marx a dialéctica materialista que le da prioridad al proceso por encima de la cosa y el sistema. La cita con la que finalizamos la sección anterior recoge que aspira abstraer “cada forma social histórica como algo que fluye constantemente” de tal modo que “se tendrá en cuenta su naturaleza transitoria no menos que su existencia momentánea” El compromiso antes mencionado con el proceso más que con la ‘cosa’ o el sistema no podría afirmarse de manera más directa. Es por eso que el capital se conceptualiza directamente como un proceso o como una relación y no como una ‘cosa’. Es conside- rado, en su encarnación más simple, como un flujo que en un ‘momento’ la ‘forma’ dineraria y en otro la ‘forma’ de mercan- cía o la ‘forma’ de una actividad produc- tiva. “El valor”, escribe Marx (1967, p. 152-153), “es aquí el factor activo en un proceso, en el cual, adoptando constante y alternamente la forma dineraria y de mercancía, al mismo tiempo cambia en magnitud, se diferencia arrojando valor de plusvalía de sí mismo […]. El valor, por consiguiente, se convierte en valor en proceso, en dinero en proceso y, como tal, en capital”. Esta definición del proce- so difiere radicalmente de la incorporada por lo general en la economía neoclásica en la cual el capital es tratado como un
  • 21. La dialéctica territorios 39 265 conjunto de recursos (de cosas) no pro- blemático (es decir, no contradictorio) con ciertos atributos cualitativos y cuantitativos que, cuando se ponen en movimiento por agentes humanos, encarna poderes causa- tivos (como, por ejemplo, la inversión de capital genera desempleo). Marx no niega que existan cosas tales como un stock de recursos, sino más bien entiende que no se puede entender qué son esos recursos, cuál su importancia o cómo podrían usarse, sin comprender el proceso en el que están inmersos, en particular, el proceso que los origina, los reconstituye, los mantiene, los devalúa o los destruye. Cuando Marx arguye que “el capital hace” o “el capital crea” no está argumentando que esa cosa que llaman capital tenga poder causal, sino que el proceso de circulación de capital, entendido como un todo, está en el cen- tro de las transformaciones sociales y por esa razón ha de ser interpretado como la encarnación de un poderoso principio ge- nerativo que afecta la vida social. Podemos entender de modo más ge- neral este argumento examinando la cita siguiente tomada de los Grundrisse (Marx, 1973, pp. 99-100): La conclusión a la que llegamos no es que producción, distribución, intercambio y con- sumo sean idénticos, sino que constituyen articulaciones de una totalidad, diferencia- ciones dentro de una unidad. La produc- ción predomina tanto sobre sí misma, en la definición antitética de producción, como en otros momentos también. El proceso siempre regresa a la producción para volver a comenzar. Es autoevidente que intercam- bio y consumo no pueden predominar. Y lo mismo puede decirse de la distribución en cuanto distribución de productos; mientras que como distribución de los agentes de producción, constituye en sí misma un mo- mento de producción. Una producción de- finida, por lo tanto, determina un consumo, una distribución, un intercambio definidos y relaciones definidas entre estos diferentes mo- mentos. A decir verdad, no obstante, también la producción en sí misma, bajo su forma unilateral, está determinada por los otros momentos. Por ejemplo, si el mercado, o sea, la esfera del intercambio, se extiende, la producción entonces se incrementa en cantidad y las divisiones entre sus diversas ramas se profundizan más. Al darse transfor- maciones de la distribución se dan cambios en la producción en el caso, es el caso de la concentración del capital o de una distinta distribución de la población entre la ciudad y el campo, etc. Finalmente, las necesidades del consumo determinan la producción. Entre los diferentes momentos tiene lugar una interacción mutua. Esto ocurre en cada todo orgánico. Aquellos poco familiarizados con las maneras dialécticas de pensamiento consi- derarán, razonablemente, esta manifesta- ción nada clara si no increíblemente tau- tológica (la falta de claridad en parte se explica por el hecho de que Marx escribió este texto como sus notas de guía persona- les y no como un texto definitivo diseñado para persuadir a un público escéptico). Pero si volvemos a la representación inicial
  • 22. David Harvey territorios 39 266 que hice sobre el pensamiento dialéctico, lo que plantea Marx parece suficientemente sencillo. Sostiene que la reproducción de la vida social se ha considerado como un proceso continuo que opera dentro de lí- mites específicos que definen una totalidad o un todo. Bajo el capitalismo (así como en algunos otros tipos de sociedad), este proceso se hace internamente diferenciado para contener ‘momentos’ distintivos de producción, intercambio, distribución y consumo. Al mirar detenidamente cual- quiera de estos ‘momentos’ encontramos que no pueden entenderse de manera inde- pendiente del proceso como un todo que atraviesa todos los otros momentos. La producción, por consiguiente, internaliza necesariamente los impulsos y presiones que emanan del consumo, el intercambio y la distribución. Sin embargo, pensar la producción solo en esos términos es pen- sar en ella “de manera unidireccional”. También tenemos que reconocer que la producción internaliza influencias desde sí misma (es decir, es internamente hetero- génea y contradictoria —esto es por lo que Marx dice que la producción es ‘antagó- nica’ consigo misma—) y que los poderes creativos y transformativos con respecto al proceso como un todo residen potencial- mente dentro de su dominio. Pero también esta potencialidad probablemente reside en otra parte. Entender la producción en un sentido amplio como cualquier acti- vidad transformativa (no importa dónde ocurra) significa, entonces, que estamos afirmando el ‘predominio’ de la produc- ción por encima de todo lo demás. Pero Marx también insiste en que el punto de influencia máximo, el punto de máxima capacidad transformativa y, en la famosa última instancia, el ‘momento’ que ejerce un poder transformativo ‘determinante’ sobre el sistema como un todo yace dentro de la producción más que fuera de esta. Las actividades transformativas en otros dominios, entonces, solo tienen relevan- cia para el proceso como un todo cuando están internalizadas dentro del momento de la producción. Ahora bien, si se lee este pasaje en términos cartesianos, la interpretación resultante sería que Marx afirma que la producción, como una entidad indepen- diente, provoca cambios en el consumo, el intercambio y la distribución. Pero esto es exactamente lo que Marx no está dicien- do. No puede decirlo precisamente por- que la producción, según su concepción, internaliza relaciones con todos los otros momentos (y viceversa). En efecto, lo que Marx está diciendo (y no me preocupo por si es correcto o errado) es que el momento transformativo en todo el proceso reside en el momento de la producción y es allí dónde debe concentrarse la atención si se quieren comprender los mecanismos creativos por los cuales el proceso (en este caso, la circulación de capital) se reconsti- tuye, se transforma o se amplía. Plantea- do brevemente, ¿cómo se movilizan los poderes que residen en este proceso de circulación del capital en el momento de la producción de tal manera que tienen la capacidad de transformar el sistema que éste conforma, el cual es un momento
  • 23. La dialéctica territorios 39 267 ­perecedero e inherentemente inestable? Sin duda, es una pregunta muy legítima que hacer. En principio, no es algo diferente de preguntar: ¿cómo un solo individuo internaliza ciertos poderes que están en su entorno, cómo logra transformarlos de manera creativa y, así, modificar el curso de la historia o de la evolución? En efecto, responder este tipo de pre- guntas solo puede hacerse mediante una investigación de acuerdo con los princi- pios del materialismo histórico sobre el proceso de internalización que produce capital en el punto de la producción mis- ma. Lo que Marx busca establecer, más allá de cualquier sombra de duda, es que la apropiación del fuego vivo y formador del proceso del trabajo, la apropiación de toda clase de posibilidades y poderes crea- tivos del trabajador (capacidades mentales y de cooperación, por ejemplo) es lo que permite al capital ‘ser’ en el mundo. Sin embargo, la internalización de estos po- deres del trabajo como poderes del capital que suceden en el lugar de la producción implica la transformación del trabajador en un apéndice del capital, no solo en la producción sino en todas las esferas de la actividad mental, social y física. La figura del ‘ciborg’, puesta en boga en el notable manifiesto de Haraway (1990), aparece en la escena histórica con la colonización de la producción por los poderes capitalistas y la internalización de los poderes del trabajo dentro del capital mismo. Hay toda suerte de cosas que pueden decirse en pro y en contra de la perspectiva (o más ampliamente, sobre la dialéctica) marxista, por supuesto. Podría decirse, por ejemplo, que hay otros ‘momentos’ que deberían ser integrados en el esquema (por ejemplo, el momento de la reproducción y todo lo que esta conlleva) o, también, que resulta exagerado el acento que Marx pone sobre el trabajo en la producción al concebirlo como el punto de partida funda- mental para la transformación tanto de las relaciones sociales como de las relaciones con la naturaleza. Pero en lo que quiero insistir aquí es que la crítica de Marx (y de aquellos marxistas que siguen sus pro- cedimientos dialécticos) debería partir de reconocer cómo él hizo, y no simplemente leerlo y representarlo (de manera equi- vocada) desprevenidamente por medio de lentes cartesianos, positivistas o de la filosofía analítica. Pero supongamos, a título ilustrativo, que Marx captó correctamente en sus abs- tracciones teorías del proceso general de la circulación del capital. Eso nos permitirá ver, primero, cómo tal formulación teó- rica fue elaborada y especificada y, segun- do, de qué forma opera como dispositivo ‘explicativo’. Con respeto al primer aspecto, encon- tramos que Marx captó correctamente el proceso general de la circulación del capital por medio de sus abstracciones. Es impor- tante, entonces, ver cómo se elabora y se especifica desde tal formulación teórica (a) y (b) y cómo esta se pone en funciona- miento como un instrumento ‘explicativo’. Con respecto de (a), vemos que Marx haciendo cada vez más y más versiones específicas de su argumento en cuanto
  • 24. David Harvey territorios 39 268 al proceso de la circulación de capital en general, reconociendo que diferentes ti- pos de capital, como industrial, dinerario (finanzas), comercial, de tierras e incluso de capital del Estado (empréstitos e im- puestos), se ligan a diferentes procesos. Pero también puede especificarse que el capital se diferencia según la forma física (si es fijo, a gran escala, incorporado en la tierra, etc.) y según las diferentes formas de organización (sociedades anónimas, pe- queñas empresas, agrícolas, entre otras). Y las dinámicas inciertas de la diferenciación y la lucha de clases que constituyen una fuente de desarrollo inequitativo, contra- dicción internalizada e inestabilidad. El proceso de circulación de capital en general toma diferentes formas, conforme se va desagregando en duras y entrecruzadas condiciones de circulación más y más espe- cíficas. El capital en general, ahora, no debe considerarse como una unidad indiferen- ciada sino como un proceso heterogéneo y con frecuencia internamente contradicto- rio. Descubrir cuál de estas diferenciacio- nes internas tiene primacía o importancia depende del cuestionamiento histórico, geográfico y teórico de las circunstancias materiales (por eso la dialéctica de Marx debe concebirse como hermanada con esa perspectiva particular del materialismo). Por ejemplo, las relaciones con frecuencia tensas entre los financieros (‘capital finan- ciero’) y los intereses industriales (‘capital industrial’) generan periódicamente crisis de gran magnitud en todo el sistema de circulación del capital. Desarrollar la teoría de la circulación en los términos anteriores no significa, sin embargo, que se esté introduciendo una enorme masa de contingencias externas. La organización de empresas o de Estados nación, para tomar solo un par de ejem- plos, no es un evento externo que inter- fiera con un proceso puro de circulación del capital. Más bien, lo que se trata es de comprender el papel de una forma social (un tipo particular de entidad o forma de organización, tal como las corporaciones o un gobierno) en el proceso de surgir de la circulación de capital y de dirigir un ‘momento’ en dicha circulación de capital. Esa entidad (una corporación, por ejem- plo) tiene una influencia en la formación en virtud de las fuerzas que internaliza y de la de las transformaciones (tanto sociales como materiales) que es capaz de realizar. Pero la existencia de dicha entidad está integrada en el flujo continuo del proce- so del que es parte y, como cualquier otra entidad, internaliza contraindicaciones, es heterogénea, e inherentemente inestable en virtud de los procesos complejos que la soportan, la reconstituyen o la desarrollan. La historia reciente tanto de las empresas como de los Estados nación justificaría ampliamente, pienso, esa idea sobre su es- tatus. Lewontin (1982), por cierto, ofrece una interpretación similar para el papel mediador del organismo (en el contexto de mutaciones genéticas y adaptaciones am- bientales) en la evolución: los organismos por medio de sus actividades productivas transforman los entornos a los que poste- riormente se adaptan exactamente de la
  • 25. La dialéctica territorios 39 269 misma manera en que las empresas trans- forman activamente los entornos sociales y económicos a los que se ven obligadas a adaptarse a continuación. El trabajo de elaboración, de una ma- yor especificación y de una mejor articu- lación de la teoría está siempre en curso y nunca puede completarse, no solo por- que el mundo siempre está cambiando, sino en parte debido a los pensamientos y actividades creativos generados por los dialécticos y por otros (¡los cartesianos en particular!). Teorizar, como cualquier otro proceso que confrontan los dialécticos, es tan continuo y transformativo, como hete- rogéneo y contradictorio. Siempre queda mucho más que hacer, “algo más que de- cir” e innumerables puntos de intervención teórica para ser examinados e intervenidos. El proceso del pensamiento dialéctico y su aplicación a los asuntos humanos tiene que ser también construido, sostenido y desarrollado. La finalidad de mi propio trabajo (por ejemplo, el libro Los límites del capital) ha estado dedicado en parte a identificar dialécticamente extensiones de mi teoría y a especificar mejor su articula- ción con respecto al tiempo y al espacio. Pero también me gustaría definir mejor los dominios en los que operan ciertos tipos de procesos capitalistas y con cuáles efectos, y considerar las oportunidades transfor- mativas que surgen en ello para cambiar la trayectoria de la vida social. Como un dispositivo explicativo, la teoría no funciona como un simple fac- tor de predicción de eventos (estados de cosas). Tiene que ser más bien vista como un conjunto de principios generadores y transformadores, integrados en un proceso continuo que, en virtud de la heteroge- neidad y la contradicción internalizadas, revele la posibilidad de crear todo tipo de estados de cosas nuevos que no puede dejar de ser transitorios. Aquí también nos encontramos con una fuente de mal- entendidos muy importante. Explicar los fenómenos en términos de la circulación del capital con certeza no implica que todos los fenómenos que se encuentran dentro de su dominio tengan que ser o sean los mismos. Pueden darse situaciones limitantes y bastante extraordinarias en la que este sea el caso, pero los principios generativos y transformativos incorporados en los procesos de circulación son tales que dan lugar a tantas configuraciones y formas de vida social (materias primas, ciudades capitalistas, hábitos de consumo, por ejemplo) como las que alguien como Mandelbrot puede generar por medio de métodos fractales. No obstante, hay una unidad subyacente a la producción de ta- les diferencias y dicha unidad subyacente establece límites respecto a la naturaleza de las diferenciaciones que se pueden ge- nerar. Por ejemplo, las relaciones sociales de tipo socialista no pueden producirse derivándose de los principios generativos capitalistas. El propósito de la investigación mate- rialista no es poner a prueba en un sentido positivista o formal si existe o no la circu- lación del capital (sabemos que lo hace),
  • 26. David Harvey territorios 39 270 sino más bien mostrar en qué formas, en qué dominios (dentro de qué límites), qué efectos opera y qué posibilidades de transformación existen. ¿Se puede mostrar, por ejemplo, que lo que normalmente se conoce como ‘producción cultural’ cae dentro de su dominio o no? ¿Existen cir- cunstancias en las que, por ejemplo, la circulación de capital en ambientes cons- truidos o en la producción del espacio nos obliguen a repensar la especificación del proceso? ¿Se puede realizar un seguimiento de la circulación de capital por medio de los aparatos del Estado y sus funciones y qué implicaciones tiene su comprensión para la concepción de los límites y las po- tencialidades de poder del Estado? ¿Qué pasa si se impide la operación directa de la circulación de capital en determinados sec- tores (por ejemplo, los servicios de salud o la educación) o si de repente se libera para que fluya en donde antes estaba bloqueada (como el antiguo bloque soviético)? ¿De qué manera y en qué direcciones la circu- lación de capital promueve el cambio social y en qué aspectos puede ser considerado esto como estable y no como un proceso inherentemente inestable? En el caso de la circulación de capital (en sí misma un tema investigación típi- camente marxista), el problema es explo- rar las formas y dominios en que opera, cómo actúan los principios generativos y transformativos. Esto implica establecer una estrategia de investigación materialista particular. Tiene un muy limitado valor tratar, por ejemplo, a los Estados nación como entidades homogéneas y examinar su comportamiento y desempeño por me- dio de unos indicadores económicos. Los principios del pensamiento dialéctico su- gieren que el foco de la investigación debe estar en cómo los Estados nación interna- lizan fuerzas (o pierden su control sobre estas), en qué maneras son heterogéneas e internamente contradictorias, de igual manera en cómo estas tensiones internali- zadas derivan en el tipo de creatividad o de autodestrucción de las que nacen nuevas configuraciones de actividad. Y, ¿cómo, finalmente, transforman las nuevas confi- guraciones la vida social? La acusación de que los marxistas ‘leen’ la realidad desde la teoría está triste- mente fuera de lugar. Esto no quiere decir que toda investigación marxista de este tipo esté libre de errores. Puede suceder que los principios generativos se conciban de ma- nera distorsionada, o que los dominios en los que operan sean imaginarios y no estén bien fundamentados, además, los estudios materialistas de procesos reales son tan propensos de perderse en una maraña de detalle como sucede en cualquier otro tipo de pesquisas. Los propios marxistas buscan por medio de la construcción de principios y teorías generativas, por supuesto, cam- biar el mundo. Pero esto no implica que los resultados de las investigaciones sean siempre apropiados o que estén exentos de confusión o que sean incluso destructivos. La argumentación marxista, no más que cualquier otra forma de pensamiento, no puede escapar de los dilemas que Bohm y Peat (1987, p. 57) describieron de la siguiente manera:
  • 27. La dialéctica territorios 39 271 No podemos imponer cualquier visión del mundo que nos guste y suponer que siem- pre va a funcionar. El ciclo de percepción y acción no puede mantenerse de manera totalmente arbitraria a menos que se cons- pire para suprimir las cosas que no queremos ver y al mismo tiempo mantengamos a toda costa las cosas que más deseamos en nuestra imagen del mundo. Es evidente que tarde o temprano tendrá que pagarse el costo de mantener esa visión falsa de la realidad. Es justo decir que muchos han pagado el costo de una visión falsa por parte del marxismo. Lo mismo que no hay otros procesos de pensamiento que puedan rei- vindicarse como portadores de una virtud intachable. Referencias Bhaskar, R. (1989). Reclaiming reality: A Critical Introduction to Contemporary Philosophy. Londres: Verso. Bohm, D. (1983). Wholeness and the impli- cate order. Londres: Routledge. Bohm, D., & Peat, F. (1987). Science, order, and creativity. Londres: Routledge. Bookchin, M. (1990). Remaking society: Pathways to a green future. Boston: South End Press. Capra, F. (1982). The turning point: Scien- ce, society and the rising culture. Nueva York: Simon and Schuster. Duncan, J., & Ley, D. (1982). Structural Marxism and human geography: A cri- tical assessment. Annals, Association of American Geographers, 72, 30-59. Eckersley, R. (1992). Environmentalism and political theory: Toward an ecocentric approach. Londres: UCL Press. Hiley, B., & Peat, F. (eds.) (1987). Quantum implications: Essays in honour of David Bohm. Londres: Routledge. Leclerc, I. (1986). The philosophy of nature. Washington: The Catholic University of America Press. Leeds, A. (1994). Cities, classes, and the social order. Ithaca: Cornell University Press. Levins, R., & Lewontin, R. (1985). The dia- lectical biologist. Cambridge: Harvard University Press. Losch, A. (1954). The economics of location. New Haven: Yale University Press. Marx, K. (1967). Capital. Nueva York: In- ternational Publishers. Marx, K. (1973). Grundrisse. Harmond- sworth: Penguin Books. Naess, A. (1989). Ecology, community and lifestyle. Cambridge: Cambridge Uni- versity Press. Ollman, B. (1976). Alienation: Marx’s con- ception of man in capitalist society. Cam- bridge: Cambridge University Press. Ollman, B. (1990). Putting dialetics to work the process of abstraction in Marx’s method. Rethinking Marxism, 3(1), 26-74. Ollman, B. (1993). Dialectical investigations. Nueva York: Routledge. Whitehead, A. (1920). The concept of natu- re. Cambridge: Cambridge University Press. Whitehead, A. (1969). Process and reality. Nueva York: Free Press.
  • 28. David Harvey territorios 39 272 Whitehead, A. (1985). Science and the mo- dern world. Londres: Free Association. Wilkins, M. H. F. (1987). Complementa- rity and the union of opposites. En B. Hiley & F. Peat (Eds.) Quantum implications (pp. 338-360). Londres: Routledge & Kegan Paul in association with Methuen. Williams, R. (1960). Border country. Lon- dres: Chatto& Windus. Williams, R. (1989). Resources of hope. Lon- dres: Verso. Zimmerman, M. (1988). Quantum theory, intrinsic value, and panentheism. En- vironmental Ethics, 10, 3-30.