2. Cuenta la leyenda que hubo una vez en que el planeta Tierra estuvo
tan enfermo que casi se muere.
Desde el principio de los tiempos, siempre había sido la envidia de sus
colegas. Situado a la distancia perfecta del Sol, fue el único capaz de
conseguir desarrollar vida.
Surgió en el agua; unos microorganismos minúsculos llamados bacterias,
por casualidad comenzaron un buen día su primer aliento de vida y,
muy poco a poco y sin prisa, crecieron y fueron cambiando de forma
dando paso a las diferentes especies que hoy cohabitan en el planeta.
Cada una de las especies fue desarrollándose y adaptándose al medio
de donde había surgido pero una de ellas, curiosamente la más
reciente, fue capaz de amoldarse a casi todas las situaciones y
rápidamente se fue extendiendo por todo el planeta como una plaga.
Ya desde el principio, y con esta capacidad camaleónica, la especie
humana se autoproclamó dueña y señora absoluta del entorno y tanto
las criaturas del reino animal como las vegetales debían rendirle culto.
Estaban ahí para servirle.
Al principio, el planeta Tierra estaba entusiasmado con su reciente
creación. Era una obra realmente magistral y cual padre consentidor,
no le ponía límites.
3. Los primeros síntomas de enfermedad comenzaron enseguida, pero
el planeta no supo reconocer que algo le sucedía.
Las señales visibles de anomalía comenzaron a alarmarle por la zona del
pecho (la leyenda lo nombra Europa), siguiendo por debajo de la axila y
bajando hacia la cintura. Estas zonas empezaron a brillar intensamente.
Alguien le puso el nombre de contaminación lumínica.
Los órganos de la tierra se fueron deteriorando, dándole el
aspecto triste que últimamente mostraba:
Las zonas terrestres empezaron a perder la vistosidad verde y lozana que
antaño tanto le enorgullecía: Los tonos verdes y de bellos colores
proporcionados por toda clase de vegetales, se transformaron en marrones
y negros como consecuencia de la tala indiscriminada de árboles, incendios
y construcciones desmedidas.
Las aguas, que un día fueron fuente de vida, escupían a diario
cadáveres de especies que no podían seguir viviendo en un ambiente
contaminado.
Y el aire, cada vez menos puro y más denso, rompió su impermeable, aquel
que un día protegía el ambiente adecuado para mantener la vida en el interior
del planeta.
Durante muchos años la Tierra aguantó estos síntomas pero su aspecto
diariamente alertaba más de su enfermedad.
4. Empezaron entonces a oírse las primeras voces de aquellas personas no
contagiadas por el virus del egoísmo, que atacaba a sus congéneres. Eran pocos en
comparación al resto y su gran desventaja era que estaban esparcidos aquí y allá
y tan débiles que no fueron capaces de convencer enseguida al resto de su especie
de que la cosa iba mal y que solo con la colaboración de todos podría salvarse la
Madre Tierra.
Algunas personas, poco afectadas por el egoísmo y la individualidad,
empezaron a atenderles y seguir sus consejos. Interiorizaron el significado de la
única regla básica y fundamental: “La regla de las 3 R” Empezaron por reducir el
consumo compulsivo e indiscriminado que agotaba los recursos naturales. Con
ingenio, llegaron a Reutilizar aquellas cosas que antaño usaban una sola vez.
Llegaron incluso a usar enseres inservibles para otros menesteres y convertirlos en
imprescindibles para una nueva utilidad. Por último, tomaron consciencia del
deshecho y separaban todos los materiales para reciclarlos y darles una nueva
vida.
5. Pero no todos los
humanos reaccionaron igual.
Algunos incluso, además del
egoísmo e
individualidad, llegaron a
infectarse de hipocresía:
dolencia tremenda y abobinable
muy extendida por aquel
entonces.
La Tierra, que en un principio solo estaba enferma, ahora estaba
destrozada: No podía soportar peleas entre sus hijos.
6. Mientras tanto, sus síntomas iban en aumento. Su temperatura
corporal comenzó a cambiar y las pocas plantas que sobrevivían en los
entornos, comenzaron a sucumbir, las aguas heladas contenidas en los casquetes
polares, comenzaron a derretirse y fluir y, la agujereada capa de ozono dejaba
filtrar unos rayos de sol tan intensos que cegaban a los simpáticos osos polares.
7. Sus estornudos,
cada vez más frecuentes,
azotaban partes de su
cuerpo en forma de
huracanes, tifones y
tornados de irreparables
consecuencias y su tos,
convertida en truenos,
acompañaba unas lágrimas
tan intensas que se
transformaban en lluvias
torrenciales.
8. Desde su trono en las
alturas, el Sol vigilaba constantemente
y en su observación decidió tomar
partido y llamó la atención del ser
humano a gritos. La onda expansiva de
los gritos del Sol fundió todos y cada
uno de los aparatos eléctricos que
diariamente usaba el hombre y se
9. No funcionaba nada, nada tenía
sentido. El dinero, Unas piezas de
papel y unos trozos de metal de
forma redonda muy preciados por
aquella sociedad, dejó de tener
sentido. Desde un principio el dinero
fue motivo de envidias y crímenes
entre aquella sociedad; la gente lo
atesoraba porque le atribuían
felicidad pero, tras la tormenta dejó
de tener valor. Empezaron entonces a
destruir construcciones inútiles:
carreteras paralelas que llevaban al
mismo lugar, edificios fantasmas en
10. Y empezaron a criar animales donde antes los compraban ya despedazados y
envasados, listos para consumir y a sembrar semillas en estas zonas. Poco a
poco, fue restableciéndose la calma. La humanidad usó la sabiduría adquirida
para crear y mantener vida.
El planeta Tierra no tardó en recuperarse y volver a lucir lozano en el
firmamento.
Esta leyenda se transmite desde aquel entonces de generación en
generación para que nunca nos olvidemos de aquello que sucedió…