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L S CUB s
por
]OAQUrN MARrA MACHADO DE ASSIS
Introducción de LUCÍA MIGUEL PEREIRA
57726
fAf'ULTAD DE
Fl020FIA y LETRAS
GI[L.UTE.CA
FONDO DE CULTURA ECONOMICA
México - Buenos Aires 1.11 ti 511
40 MACHADO.DE ASSIS MEMORIAS PÓSTUMAS DE BLAS CUBAS 41
VII
EL DELIRIO
-Te engañas -replicó el animal-; vamos al origen de
los siglos.
Insinué que aquello debería ser extraordinariamente le-
jos; pero el hipopótamo no me entendió o no me oyó, si no
es que fingió una de esas dos cosas; y, al preguntarle, puesto
que sabía hablar, si era descendiente del caballo de Aquiles
o de la burra de Balaarn, me contestó con un gesto peculiar
de estos dos cuadrúpedos: meneó las orejas. Por mi parte
cerré los ojos y me dejé llevar a la buena de Dios. Ahora
ya no se me da nada confesar que sentía ciertas cosquillas
de curiosidad por saber en dónde quedaba el origen de los
siglos, si era tan misterioso como el origen del Nilo, y sobre
todo si valía algo más o menos que la consumación de los
mismos siglos: reflexiones de cerebro enfermo. Como iba
con los ojos cerrados, no veía el camino; me acuerdo tan
sólo de que la sensación de frío aumentaba con la jornada,
y de que llegó un momento en que me pareció entrar en la
región de los hielos eternos. En efecto, abrí los ojos y vi
que mi animal galopaba por una llanura blanca de nieve,
con una que otra montaña de nieve, vegetación de nieve y
varios animales grandes y de nieve. Todo nieve; llegaba a
helarme un sol de nieve. Intenté hablar, pero apenas pude
gruñir esta pt egunta ansiosa:
-¿En dónde estamos?
-Ya pasamos el Edén.
-Bien; paremos en la tienda de Abraham.
-iPero si estamos caminando hacia atrás! -repuso en
son de burla mi cabalgadura.
Quedé avergonzado y aturdido. La jornada empezó a
parecerme enfadosa y extravagante, el frío incómodo, la con-
ducción violenta, el resultado impalpable. Y, además --es~
peculaciones de enfermo--, suponiendo que llegásemos al
fin indicado, no era imposible que los siglos, irritados porque
se violaba su origen, me destrozasen con sus uñas, que de-
bían ser tan seculares como ellos mismos. Mientras esto
pensaba, íbamos devorando camino, y la llanura volaba bajo
nuestros pies, hasta que el animal se detuvo y pude mirar
más tranquilamente a mi alrededor. Mirar tan sólo; nada
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1.
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mente, el asunto de unos amores ilegítimos, medio secretos,
medio divulgados, la vi hablar con desdén y un poco de
indignación de la mujer de que se trataba, que era por cier-
to amiga suya. El hijo se sentía satisfecho, oyendo aquella
palabra digna y fuerte, y yo me preguntaba a mí mismo qué
dirían de nosotros los gavilanes, si I3uffon hubiese nacido
gavilán ...
Era mi delirio que comenzaba.
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Que a mí me conste, nadie ha contado todavía su propio
delirio; hágalo yo, y la ciencia me lo agradecerá. Si e! lector
no es dado a la contemplación de estos fenómenos mentales,
puede saltar el capítulo; que vaya derecho a la narración.
Pero, por menos curioso que sea, siempre le digo que es
interesante saber lo que pasó por mi cabeza durante unos
veinte o treinta minutos.
En primer lugar, tomé la figura de un barbero chino,
panzudo y diestro, que descañonaba a un mandarín, el cual
me pagaba mi trabajo con pellizcos y confites: caprichos de
mandarín.
En seguida me sentí transformado en la Summa Theo-
logica de anta Tomás, impresa en un volumen y encua-
dernada en tafilete, con broches de plata y estampas, idea
ésta que dió a mi cuerpo la más completa inmovilidad; y
todavía ahora me acuerdo que, 'como mis dos manos eran
los broches de! libro, las cruzaba sobre mi vientre, pero al-
guien las descruzaba (Virgilia seguramente), porque la acti-
tud le daba la imagen de un difuto.
Por último, restituido a la forma humana, vi llegar a un
hipopótamo, que me arrebató. Me dejé llevar, callado, no sé
'si por miedo o por confianza; pero, al poco tiempo, la ca-
rrera se volvió de tal manera vertiginosa que me atreví a
interrogar lo, y con algún arte le dije que el viaje me parecía
sin destino. • .
r.
42 MACHADO DE ASSIS
vi, fuera de la inmensa blancura de la nieve, que ahora ha-
bía invadido el propio cielo, hasta entonces azul. Tal vez,
aquí y allá, se me mostraba una que otra planta, enorme,
• brutal, con sus anchas hojas agitadas por el viento. El
silencio de aquella región era igual al de! sepulcro: diríase
que la vida de las cosas había quedado muda de estupor
ante e! hombre.
¿Cayó del aire? ¿Brotó de la tierra? No lo sé; sólo sé
que un bulto inmenso, una figura de mujer se me apareció
entonces, clavándome unos ojos rutilantes como el sol. Todo
en esa figura tenía la inmensidad de las formas selváticas, y
todo escapaba a la comprensión de la mirada humana, por-
que los contornos se perdían en e! ambiente, y lo que pa-
recía espeso era diáfano a menudo. Estupefacto, no dije
nada, no acerté siquiera a lanzar un grito; pero, al cabo de
algún tiempo, que fué breve, le pregunté quién era y cómo
se llamaba: curiosidad de delirio.
-L1ámame Naturaleza o Pandora; soy tu madre y tu
enemiga.
Al oír esta última palabra retrocedí un poco, sobrecogido
de miedo. La figura soltó una carcajada, que produjo en
torno nuestro el efecto de un tifón; las plantas se torcieron
y un largo gemido quebró la mudez de las cosas externas.
-No te asustes -me dijo--, mi enemistad no mata; se
afirma sobre todo por la vida. Estás vivo: no quiero otro
azote.
-¿Estoy vivo? -pregunté, cIavándome las uñas en las
manos, para cerciorarme de la existencia.
-Sí, gusano, estás vivo. No temas perder ese andrajo
que es tu orgullo; gustarás aún, por algunas horas, el pan
de! dolor y e! vino de la miseria. Estás vivo: ahora mismo
que has enloquecido, estás vivo; y si tu conciencia recobra
un instante de lucidez, dirás que quieres vivir.
Al decir esto, la visión alargó e! brazo, me asió de los
cabellos y me levantó en el aire, como si fuese una pluma.
Sólo entonces pude ver de cerca su rostro, que era enorme.
Nada más quieto; ninguna contorsión violenta, ninguna ex-
presión de odio o de ferocidad; e! rasgo único, general, corn-
57726
MEMORIAS PÓSTUMAS DE BLAS CUBAS -+3
pleto, era e! de la impasibilidad egoísta, el de la eterna
sordera, el de la voluntad inmóvil. El enojo, si lo tenía,
quedaba encerrado en su corazón. Al mismo tiempo había,
en ese rostro de expresión glacial, un aire de juventud, rnez-
cla de fuerza y de exuberancia, ante e! cual me sentía yo el
más débil y decrépito de los seres.
-¿Me has entendido? -dijo, al cabo de cierto tiempo
de mutua contemplación.
-No -respondí-; ni quiero entenderte; eres absurda,
eres una fábula. Estoy soñando seguramente, o, si es verdad
que me he vuelto loco, tú no pasas de ser una concepción
de alienado, esto es, una cosa vana, que la razón ausente no
puede regir ni palpar. ¿Naturaleza, tú? La Naturaleza que
yo conozco es sólo madre y no enemiga; no hace de la vida
un azote ni, como tú, tiene ese rostro indiferente como e!
sepulcro. ¿y por qué Pandora?
-Porque llevo en mi caja los bienes y los males, y e!
mayor de todos, la esperanza, consuelo de los hombres.
¿Tiemblas?
-Sí; tu mirada me fascina.
-Lo creo; yo no soy solamente la vida; soy también la
muerte, y tú estás a punto de devolverme lo que te he pres-
tado. Grande lascivo, te espera la voluptuosidad de la nada.
Al resonar esta palabra, como un trueno, en aquel in-
menso valle, figuróseme que era e! último sonido que llegaba
a mis oídos; parecióme sentir la descomposición súbita de
mí mismo. La miré entonces con ojos suplicantes y le pedí
algunos años más.
-iPobre minuto! -exclamó-o ¿Para qué quieres algu-
nos instantes más de vida? ¿Para devorar y ser devorado
después? ¿No estás harto del espectáculo y de la lucha? De
sobra conoces todo lo que te he deparado menos torpe o me-
nos doloroso: el albor del día, la melancolía de la tarde, la
quietud de la noche, los aspectos de la tierra, e! sueño, en
fin, el mayor beneficio de mis manos. ¿Qué más quieres,
sublime idiota?
-Vivir solamente, no te pido otra <;OS3. ¿Quién sino tú
ha puesto en mi corazón este amor a la vida? Y si yo amo
la vida, Zpor qué te has de golpear a ti misma, matándome?
-Porque ya no te necesito. No le importa al tiempo
el minuto que pasa, sino el minuto que viene. El minuto
que viene es fuerte, jocundo, se supone que trae en sí la
eternidad, y trae la muerte, y perece como el otro, pero
el tiempo subsiste. ¿Egoísmo, dices? Sí, egoísmo, no tengo
otra ley. Egoísmo, conservación. La onza mata al novillo
porque el raciocinio de la onza es que debe vivir, y si el
novillo es tierno tanto mejor: ahí tienes el estatuto univer-
sal. Sube y mira.
Al decir esto, me arrebató hasta la cima de una mon-
taña. Tendí la mirada sobre una de las vertientes y con-
templé durante un buen tiempo, a lo lejos, a través de una
neblina, algo único. Imagínate, lector, una reducción de los
siglos y un desfilar de todos ellos, las razas todas, todas
las pasiones, el tumulto de los imperios, la guerra de los ape-
titos y de los odios, la destrucción recíproca de los seres y
de las cosas. Tal era el espectáculo; acerbo y curioso espec-
táculo. La historia del hombre y de la tierra tenía así una
intensidad que no le podían dar ni la imaginación ni la cien-
cia, porque la ciencia es más lenta y la imaginación más
inconstante, mientras que lo que allí veía era la condensa-
ción viva de todos los tiempos. Para describirla sería preciso
fijar el relámpago. Los siglos desfilaban en un torbellino y,
no obstante, como los ojos del delirio son diferentes, yo veía
todo lo que pasaba frente a mí -azotes y delicias-, desde
esa cosa que se llama gloria hasta esa otra que se llama mi-
seria, y veía al amor multiplicando la miseria, y veía a la
miseria agravando la debilidad. Venían allí la codicia que
devora, la cólera que inflama, la envidia que babea, y la
azada y la pluma, empapadas en sudor, y la ambición,
el hambre, la vanidad, la melancolía, la riqueza, el amor, y
todos agitaban al hombre como a una sonaja hasta destruirlo
como a un harapo. Eran las formas varias de un mal, que
ora mordía las vísceras, ora mordía el pensamiento, y pa-
seaba eternamente su traje de arlequín en torno a la especie
humana. El dolor cedía a la indiferencia, que era un sueño
sin sueños, o al placer, que eni un dolor bastardo. Enron-
44 MACHADO DE ASSIS
~I :
MEMORIAS PÓSTUMAS DE BLAS CUBAS 45
ces el hombre, azotado y rebelde, corría ante la fatalidad de
las cosas, en pos de una figura nebulosa y esquiva, hecha
de retazos, un retazo de impalpable, otro de improbable,
otro de invisible, cosidos todos con puntadas precarias por
la aguja de la imaginación; y esa figura --que no era otra
cosa sino la quimera de la felicidad- huía perpetuamente,
o bien se dejaba asir por la túnica, y el hombre la estrecha-
ba en sus brazos, y entonces ella reía, como un escarnio, y
se sumía, como una ilusión.
Al contemplar tanta calamidad, no pude retener un gri-
to de angustia, que Naturaleza o Pandora escuchó sin pro-
testar ni reír; y, no sé por qué ley de trastorno cerebral, yo
fuí el que me eché a reír, con una risa descompasada e
idiota.
-Tienes razón -dije-, la cosa es divertida y vale la
pena; tal vez sea monótona, pero vale la pena. Cuando [ob
maldijo el día en que había sido concebido fué porque le
daban ganas de ver desde acá arriba el espectáculo. Vamos,
Pandorn, abre el vientre y digiéreme; la cosa es divertida,
digiéreme.
La respuesta fué obligarme con violencia a mirar hacia
abajo, y a ver los siglos que continuaban pasando, veloces
y turbulentos, las generaciones que se sobreponían a las ge-
neraciones, unas tristes, como los hebreos del cautiverio,
otras alegres, como los libertinos de Cómodo, y todas ellas
puntuales en la sepultura. Quise huir, pero una fuerza mis-
teriosa retenía mis pies; entonces me dije: "Bien, los siglos
van pasando, llegará el mío, y pasará también hasta el últi-
mo, que me dará la descifración de la eternidad." Y clavé
la mirada, y continué viendo las edades, que venían lle-
gando y pasando, ya entonces tranquilo y resuelto, ni sé si
hasta alegre. Tal vez alegre. Cada siglo traía su porción de
sombra y de luz, de apatía y de combate, de verdad y
de error, su cortejo de sistemas, de ideas 'nuevas, de nue-
vas ilusiones; en cada uno de ellos brotaban los verdores de
una primavera y amarillecían después, para rejuvenecer más
tarde. Y al mismo tiempo que la vida tenía así una regu-
laridad de calendario, hacíase la historia y la civilización, y
J:
46 MACHADO DE ASSIS
el hombre, desnudo y desarmado, se armaba y se vestía, cons-
truía el tugurio y el palacio, la ruda aldea y T ebas la de
cien puerurs, creaba la ciencia que Ierscrura y el arte que
arroba, hacíase orador, mecánico, filósofo, recorría la faz del
globo, bajaba al vientre de la tierra, subía a la esfera de las
nube-, colaborando así en la obra misteriosa con que man-
tenía la necesidad de la vida y la melancolía del desamparo.
Mi mirada, cansada y distraída, Vl0 por fin llegar el siglo
rrc~ente, y en pos de él los futuros. Aquél venía ágil, dies-
tro, vibrante, lleno de sí, un I~OCO difuso, audaz, sabio, pero
al cabo tan miserable como los primeros, y así pasó y así
pasaron los otros, con la misma rapidez e igual monotonía.
Redoblé mi atención; clavé la mirada; iba por fin a ver el
último -iel último!-, pero entonces ya la rapidez de la mar-
cha era tal, que escapaba a toda comprensión; al lado de
ella el relámpago sería un siglo. Quizá por eso comenzaron
los objetos a cambiarse; unos crecieron, otros menguaron,
otros se perdieron en el ambiente; una niebla lo cubrió todo,
menos el hipopótamo que me había traído allí, y que por
cierto comenzó a disminuir, a disminuir, a disminuir, hasta
quedar del tamaño de un gato. Era efectivamente un gato.
Lo miré con toda atención; era mi gato Sultán, que jugaba
a la puerta de la alcoba, con una bola de papel. .•
VIII
RAZON CONTRA LOCURA
Ya habrá comprendido el lector que era la Razón que vol-
vía a casa e invitaba a la Locura a salir, clamando, con mejor
derecho, las palabras de Tartufo:
La maison est a moi, c'est a vous d'en sortír.
Pero es antiguo sino de la Locura criar amor a las casas
ajenas, de manera que, apenas dueña de una, difícilmente
se la podrá hacer desalojar. Es su sino; no se sale de allí;
hace mucho que se le ha encall~ddo la vergüenza. Ahora,
l
MEMORIAS POSTUMAS DE BLAS CUIlAS 47
si advertimos e! inmenso número de casas que ocupa, unas
en definitiva, otras durante sus estaciones más calientes,
concluiremos que esta amable peregrina es el terror de los
propietarios. En nuestro caso, hubo casi un pleito a la puer-
ta de mi cerebro, porque la advenediza no quería entregar
la casa, y la dueña no cedía en su intención de tomar lo
que era suyo. Por último, ya se contentaba la Locura con
un rincuncillo en el sótano.
=-No, señora -replicó 1a Razón-; estoy cansada de ce-
derte sótanos; cansada y escarmentada: lo que tú quieres es
pasar a la chita callando del sótano al comedor, tie ahí a la
sala y a toda la casa.
-Está bien, déjarne aquí algún tiempo más, que ando
en la pista de un misterio ...
-¿Qué misterio?
-De dos -enmendó la Locura-: el de la vida y el de
la muerte; sólo te pido unos diez minutos.
La Razón se echó a reír.
-Siempre has de ser la misma cosa ... , siempre la mis-
ma cosa ... , siempre la misma cosa ..•
Y, diciendo esto, la tomó de los puños y la arrastró hacia
fuera; después entró y se encerró. La Locura todavía gimió
algunas súplicas, gruñó algunos rezongas; pero se desengañó
muy pronto, sacó la lengua en señal de mofa, y siguió su
camino ...
IX
TRANSICION
Y mirad ahora con qué destreza, con qué arte hago la mayor
transición de este libro. Mirad: mi delirio comenzó en pre-
sencia de Virgilia; Virgilia fué mi gran pecado de juventud;
no hay juventud sin niñez; niñez supone nacimiento; y aquí
tenéis cómo llegamos, sin esfuerzo, al día 20 de octubre de
1805, en que nací. ¿Habéis visto? Ninguna juntura apa-
rente, nada que distraiga la atención pausada del lector:
nada. De modo que e! libro queda .asi con todas las ven-
tajas de! método, sin la rigidez del método. Realmente, ya

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Memorias delirio es

  • 1. I - ..' " l' ~. . Memorias póstumas de L S CUB s por ]OAQUrN MARrA MACHADO DE ASSIS Introducción de LUCÍA MIGUEL PEREIRA 57726 fAf'ULTAD DE Fl020FIA y LETRAS GI[L.UTE.CA FONDO DE CULTURA ECONOMICA México - Buenos Aires 1.11 ti 511
  • 2. 40 MACHADO.DE ASSIS MEMORIAS PÓSTUMAS DE BLAS CUBAS 41 VII EL DELIRIO -Te engañas -replicó el animal-; vamos al origen de los siglos. Insinué que aquello debería ser extraordinariamente le- jos; pero el hipopótamo no me entendió o no me oyó, si no es que fingió una de esas dos cosas; y, al preguntarle, puesto que sabía hablar, si era descendiente del caballo de Aquiles o de la burra de Balaarn, me contestó con un gesto peculiar de estos dos cuadrúpedos: meneó las orejas. Por mi parte cerré los ojos y me dejé llevar a la buena de Dios. Ahora ya no se me da nada confesar que sentía ciertas cosquillas de curiosidad por saber en dónde quedaba el origen de los siglos, si era tan misterioso como el origen del Nilo, y sobre todo si valía algo más o menos que la consumación de los mismos siglos: reflexiones de cerebro enfermo. Como iba con los ojos cerrados, no veía el camino; me acuerdo tan sólo de que la sensación de frío aumentaba con la jornada, y de que llegó un momento en que me pareció entrar en la región de los hielos eternos. En efecto, abrí los ojos y vi que mi animal galopaba por una llanura blanca de nieve, con una que otra montaña de nieve, vegetación de nieve y varios animales grandes y de nieve. Todo nieve; llegaba a helarme un sol de nieve. Intenté hablar, pero apenas pude gruñir esta pt egunta ansiosa: -¿En dónde estamos? -Ya pasamos el Edén. -Bien; paremos en la tienda de Abraham. -iPero si estamos caminando hacia atrás! -repuso en son de burla mi cabalgadura. Quedé avergonzado y aturdido. La jornada empezó a parecerme enfadosa y extravagante, el frío incómodo, la con- ducción violenta, el resultado impalpable. Y, además --es~ peculaciones de enfermo--, suponiendo que llegásemos al fin indicado, no era imposible que los siglos, irritados porque se violaba su origen, me destrozasen con sus uñas, que de- bían ser tan seculares como ellos mismos. Mientras esto pensaba, íbamos devorando camino, y la llanura volaba bajo nuestros pies, hasta que el animal se detuvo y pude mirar más tranquilamente a mi alrededor. Mirar tan sólo; nada 1 1. I r r 1, mente, el asunto de unos amores ilegítimos, medio secretos, medio divulgados, la vi hablar con desdén y un poco de indignación de la mujer de que se trataba, que era por cier- to amiga suya. El hijo se sentía satisfecho, oyendo aquella palabra digna y fuerte, y yo me preguntaba a mí mismo qué dirían de nosotros los gavilanes, si I3uffon hubiese nacido gavilán ... Era mi delirio que comenzaba. I ¡ I I -----¡I Que a mí me conste, nadie ha contado todavía su propio delirio; hágalo yo, y la ciencia me lo agradecerá. Si e! lector no es dado a la contemplación de estos fenómenos mentales, puede saltar el capítulo; que vaya derecho a la narración. Pero, por menos curioso que sea, siempre le digo que es interesante saber lo que pasó por mi cabeza durante unos veinte o treinta minutos. En primer lugar, tomé la figura de un barbero chino, panzudo y diestro, que descañonaba a un mandarín, el cual me pagaba mi trabajo con pellizcos y confites: caprichos de mandarín. En seguida me sentí transformado en la Summa Theo- logica de anta Tomás, impresa en un volumen y encua- dernada en tafilete, con broches de plata y estampas, idea ésta que dió a mi cuerpo la más completa inmovilidad; y todavía ahora me acuerdo que, 'como mis dos manos eran los broches de! libro, las cruzaba sobre mi vientre, pero al- guien las descruzaba (Virgilia seguramente), porque la acti- tud le daba la imagen de un difuto. Por último, restituido a la forma humana, vi llegar a un hipopótamo, que me arrebató. Me dejé llevar, callado, no sé 'si por miedo o por confianza; pero, al poco tiempo, la ca- rrera se volvió de tal manera vertiginosa que me atreví a interrogar lo, y con algún arte le dije que el viaje me parecía sin destino. • . r.
  • 3. 42 MACHADO DE ASSIS vi, fuera de la inmensa blancura de la nieve, que ahora ha- bía invadido el propio cielo, hasta entonces azul. Tal vez, aquí y allá, se me mostraba una que otra planta, enorme, • brutal, con sus anchas hojas agitadas por el viento. El silencio de aquella región era igual al de! sepulcro: diríase que la vida de las cosas había quedado muda de estupor ante e! hombre. ¿Cayó del aire? ¿Brotó de la tierra? No lo sé; sólo sé que un bulto inmenso, una figura de mujer se me apareció entonces, clavándome unos ojos rutilantes como el sol. Todo en esa figura tenía la inmensidad de las formas selváticas, y todo escapaba a la comprensión de la mirada humana, por- que los contornos se perdían en e! ambiente, y lo que pa- recía espeso era diáfano a menudo. Estupefacto, no dije nada, no acerté siquiera a lanzar un grito; pero, al cabo de algún tiempo, que fué breve, le pregunté quién era y cómo se llamaba: curiosidad de delirio. -L1ámame Naturaleza o Pandora; soy tu madre y tu enemiga. Al oír esta última palabra retrocedí un poco, sobrecogido de miedo. La figura soltó una carcajada, que produjo en torno nuestro el efecto de un tifón; las plantas se torcieron y un largo gemido quebró la mudez de las cosas externas. -No te asustes -me dijo--, mi enemistad no mata; se afirma sobre todo por la vida. Estás vivo: no quiero otro azote. -¿Estoy vivo? -pregunté, cIavándome las uñas en las manos, para cerciorarme de la existencia. -Sí, gusano, estás vivo. No temas perder ese andrajo que es tu orgullo; gustarás aún, por algunas horas, el pan de! dolor y e! vino de la miseria. Estás vivo: ahora mismo que has enloquecido, estás vivo; y si tu conciencia recobra un instante de lucidez, dirás que quieres vivir. Al decir esto, la visión alargó e! brazo, me asió de los cabellos y me levantó en el aire, como si fuese una pluma. Sólo entonces pude ver de cerca su rostro, que era enorme. Nada más quieto; ninguna contorsión violenta, ninguna ex- presión de odio o de ferocidad; e! rasgo único, general, corn- 57726 MEMORIAS PÓSTUMAS DE BLAS CUBAS -+3 pleto, era e! de la impasibilidad egoísta, el de la eterna sordera, el de la voluntad inmóvil. El enojo, si lo tenía, quedaba encerrado en su corazón. Al mismo tiempo había, en ese rostro de expresión glacial, un aire de juventud, rnez- cla de fuerza y de exuberancia, ante e! cual me sentía yo el más débil y decrépito de los seres. -¿Me has entendido? -dijo, al cabo de cierto tiempo de mutua contemplación. -No -respondí-; ni quiero entenderte; eres absurda, eres una fábula. Estoy soñando seguramente, o, si es verdad que me he vuelto loco, tú no pasas de ser una concepción de alienado, esto es, una cosa vana, que la razón ausente no puede regir ni palpar. ¿Naturaleza, tú? La Naturaleza que yo conozco es sólo madre y no enemiga; no hace de la vida un azote ni, como tú, tiene ese rostro indiferente como e! sepulcro. ¿y por qué Pandora? -Porque llevo en mi caja los bienes y los males, y e! mayor de todos, la esperanza, consuelo de los hombres. ¿Tiemblas? -Sí; tu mirada me fascina. -Lo creo; yo no soy solamente la vida; soy también la muerte, y tú estás a punto de devolverme lo que te he pres- tado. Grande lascivo, te espera la voluptuosidad de la nada. Al resonar esta palabra, como un trueno, en aquel in- menso valle, figuróseme que era e! último sonido que llegaba a mis oídos; parecióme sentir la descomposición súbita de mí mismo. La miré entonces con ojos suplicantes y le pedí algunos años más. -iPobre minuto! -exclamó-o ¿Para qué quieres algu- nos instantes más de vida? ¿Para devorar y ser devorado después? ¿No estás harto del espectáculo y de la lucha? De sobra conoces todo lo que te he deparado menos torpe o me- nos doloroso: el albor del día, la melancolía de la tarde, la quietud de la noche, los aspectos de la tierra, e! sueño, en fin, el mayor beneficio de mis manos. ¿Qué más quieres, sublime idiota? -Vivir solamente, no te pido otra <;OS3. ¿Quién sino tú ha puesto en mi corazón este amor a la vida? Y si yo amo
  • 4. la vida, Zpor qué te has de golpear a ti misma, matándome? -Porque ya no te necesito. No le importa al tiempo el minuto que pasa, sino el minuto que viene. El minuto que viene es fuerte, jocundo, se supone que trae en sí la eternidad, y trae la muerte, y perece como el otro, pero el tiempo subsiste. ¿Egoísmo, dices? Sí, egoísmo, no tengo otra ley. Egoísmo, conservación. La onza mata al novillo porque el raciocinio de la onza es que debe vivir, y si el novillo es tierno tanto mejor: ahí tienes el estatuto univer- sal. Sube y mira. Al decir esto, me arrebató hasta la cima de una mon- taña. Tendí la mirada sobre una de las vertientes y con- templé durante un buen tiempo, a lo lejos, a través de una neblina, algo único. Imagínate, lector, una reducción de los siglos y un desfilar de todos ellos, las razas todas, todas las pasiones, el tumulto de los imperios, la guerra de los ape- titos y de los odios, la destrucción recíproca de los seres y de las cosas. Tal era el espectáculo; acerbo y curioso espec- táculo. La historia del hombre y de la tierra tenía así una intensidad que no le podían dar ni la imaginación ni la cien- cia, porque la ciencia es más lenta y la imaginación más inconstante, mientras que lo que allí veía era la condensa- ción viva de todos los tiempos. Para describirla sería preciso fijar el relámpago. Los siglos desfilaban en un torbellino y, no obstante, como los ojos del delirio son diferentes, yo veía todo lo que pasaba frente a mí -azotes y delicias-, desde esa cosa que se llama gloria hasta esa otra que se llama mi- seria, y veía al amor multiplicando la miseria, y veía a la miseria agravando la debilidad. Venían allí la codicia que devora, la cólera que inflama, la envidia que babea, y la azada y la pluma, empapadas en sudor, y la ambición, el hambre, la vanidad, la melancolía, la riqueza, el amor, y todos agitaban al hombre como a una sonaja hasta destruirlo como a un harapo. Eran las formas varias de un mal, que ora mordía las vísceras, ora mordía el pensamiento, y pa- seaba eternamente su traje de arlequín en torno a la especie humana. El dolor cedía a la indiferencia, que era un sueño sin sueños, o al placer, que eni un dolor bastardo. Enron- 44 MACHADO DE ASSIS ~I : MEMORIAS PÓSTUMAS DE BLAS CUBAS 45 ces el hombre, azotado y rebelde, corría ante la fatalidad de las cosas, en pos de una figura nebulosa y esquiva, hecha de retazos, un retazo de impalpable, otro de improbable, otro de invisible, cosidos todos con puntadas precarias por la aguja de la imaginación; y esa figura --que no era otra cosa sino la quimera de la felicidad- huía perpetuamente, o bien se dejaba asir por la túnica, y el hombre la estrecha- ba en sus brazos, y entonces ella reía, como un escarnio, y se sumía, como una ilusión. Al contemplar tanta calamidad, no pude retener un gri- to de angustia, que Naturaleza o Pandora escuchó sin pro- testar ni reír; y, no sé por qué ley de trastorno cerebral, yo fuí el que me eché a reír, con una risa descompasada e idiota. -Tienes razón -dije-, la cosa es divertida y vale la pena; tal vez sea monótona, pero vale la pena. Cuando [ob maldijo el día en que había sido concebido fué porque le daban ganas de ver desde acá arriba el espectáculo. Vamos, Pandorn, abre el vientre y digiéreme; la cosa es divertida, digiéreme. La respuesta fué obligarme con violencia a mirar hacia abajo, y a ver los siglos que continuaban pasando, veloces y turbulentos, las generaciones que se sobreponían a las ge- neraciones, unas tristes, como los hebreos del cautiverio, otras alegres, como los libertinos de Cómodo, y todas ellas puntuales en la sepultura. Quise huir, pero una fuerza mis- teriosa retenía mis pies; entonces me dije: "Bien, los siglos van pasando, llegará el mío, y pasará también hasta el últi- mo, que me dará la descifración de la eternidad." Y clavé la mirada, y continué viendo las edades, que venían lle- gando y pasando, ya entonces tranquilo y resuelto, ni sé si hasta alegre. Tal vez alegre. Cada siglo traía su porción de sombra y de luz, de apatía y de combate, de verdad y de error, su cortejo de sistemas, de ideas 'nuevas, de nue- vas ilusiones; en cada uno de ellos brotaban los verdores de una primavera y amarillecían después, para rejuvenecer más tarde. Y al mismo tiempo que la vida tenía así una regu- laridad de calendario, hacíase la historia y la civilización, y J:
  • 5. 46 MACHADO DE ASSIS el hombre, desnudo y desarmado, se armaba y se vestía, cons- truía el tugurio y el palacio, la ruda aldea y T ebas la de cien puerurs, creaba la ciencia que Ierscrura y el arte que arroba, hacíase orador, mecánico, filósofo, recorría la faz del globo, bajaba al vientre de la tierra, subía a la esfera de las nube-, colaborando así en la obra misteriosa con que man- tenía la necesidad de la vida y la melancolía del desamparo. Mi mirada, cansada y distraída, Vl0 por fin llegar el siglo rrc~ente, y en pos de él los futuros. Aquél venía ágil, dies- tro, vibrante, lleno de sí, un I~OCO difuso, audaz, sabio, pero al cabo tan miserable como los primeros, y así pasó y así pasaron los otros, con la misma rapidez e igual monotonía. Redoblé mi atención; clavé la mirada; iba por fin a ver el último -iel último!-, pero entonces ya la rapidez de la mar- cha era tal, que escapaba a toda comprensión; al lado de ella el relámpago sería un siglo. Quizá por eso comenzaron los objetos a cambiarse; unos crecieron, otros menguaron, otros se perdieron en el ambiente; una niebla lo cubrió todo, menos el hipopótamo que me había traído allí, y que por cierto comenzó a disminuir, a disminuir, a disminuir, hasta quedar del tamaño de un gato. Era efectivamente un gato. Lo miré con toda atención; era mi gato Sultán, que jugaba a la puerta de la alcoba, con una bola de papel. .• VIII RAZON CONTRA LOCURA Ya habrá comprendido el lector que era la Razón que vol- vía a casa e invitaba a la Locura a salir, clamando, con mejor derecho, las palabras de Tartufo: La maison est a moi, c'est a vous d'en sortír. Pero es antiguo sino de la Locura criar amor a las casas ajenas, de manera que, apenas dueña de una, difícilmente se la podrá hacer desalojar. Es su sino; no se sale de allí; hace mucho que se le ha encall~ddo la vergüenza. Ahora, l MEMORIAS POSTUMAS DE BLAS CUIlAS 47 si advertimos e! inmenso número de casas que ocupa, unas en definitiva, otras durante sus estaciones más calientes, concluiremos que esta amable peregrina es el terror de los propietarios. En nuestro caso, hubo casi un pleito a la puer- ta de mi cerebro, porque la advenediza no quería entregar la casa, y la dueña no cedía en su intención de tomar lo que era suyo. Por último, ya se contentaba la Locura con un rincuncillo en el sótano. =-No, señora -replicó 1a Razón-; estoy cansada de ce- derte sótanos; cansada y escarmentada: lo que tú quieres es pasar a la chita callando del sótano al comedor, tie ahí a la sala y a toda la casa. -Está bien, déjarne aquí algún tiempo más, que ando en la pista de un misterio ... -¿Qué misterio? -De dos -enmendó la Locura-: el de la vida y el de la muerte; sólo te pido unos diez minutos. La Razón se echó a reír. -Siempre has de ser la misma cosa ... , siempre la mis- ma cosa ... , siempre la misma cosa ..• Y, diciendo esto, la tomó de los puños y la arrastró hacia fuera; después entró y se encerró. La Locura todavía gimió algunas súplicas, gruñó algunos rezongas; pero se desengañó muy pronto, sacó la lengua en señal de mofa, y siguió su camino ... IX TRANSICION Y mirad ahora con qué destreza, con qué arte hago la mayor transición de este libro. Mirad: mi delirio comenzó en pre- sencia de Virgilia; Virgilia fué mi gran pecado de juventud; no hay juventud sin niñez; niñez supone nacimiento; y aquí tenéis cómo llegamos, sin esfuerzo, al día 20 de octubre de 1805, en que nací. ¿Habéis visto? Ninguna juntura apa- rente, nada que distraiga la atención pausada del lector: nada. De modo que e! libro queda .asi con todas las ven- tajas de! método, sin la rigidez del método. Realmente, ya