7. Un desde 1881, en la colección del Museo de los Niños de Indianápolis.cabello corona , una decoración popular victoriana
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Editor's Notes
http://www.youtube.com/watch?v=0OQzf3cNvEA&feature=related Hoy en día no existe escritor que se precie que no se permita hablar sobre la historia de Londres sin mencionar los años más gloriosos que vivió la ciudad inglesa de manos de la reina Victoria. Cientos de libros y películas relatan su vida ciñéndose de forma casi exclusiva a su vida personal y pasando por alto que los casi 64 años que duró su reinado constituyeron la época dorada de mayor prosperidad para el Imperio Británico. El hecho de no ser hija del rey ni heredera a la corona favoreció que Alejandrina Victoria de Hannover llegara al mundo en circunstancias nada espectaculares. Y es que, nada hacía preveer que la pequeña se convirtiera en el principal símbolo del futuro y el progreso del Reino Unido. Sin embargo, una sucesiva e inesperada oleada de fallecimientos reales llevó al Parlamento a reconocer el derecho sucesorio a Victoria, una niña traviesa, pero afectuosa, sensible y tremendamente sincera. Su madre, la duquesa de Kent, se preocupó desde el primer momento de que la niña recibiera una exquisita educación destinada a prepararla para tan distinguido puesto en la sociedad. Una de las anécdotas más curiosas tuvo lugar en el momento en el que se decidió informar a la princesa, que por aquel entonces contaba con doce años de edad, del destino que le aguardaba. La escena, que se desarrolló durante una clase de Historia, entre árboles genealógicos, incomprensión y una serie de sucesivas preguntas, llevó a la pequeña a pronunciar, tras unos momentos de reflexión, las siguientes palabras: “Seré buena”. A la pequeña le costó lágrimas la noticia. La monotonía, precisión y excesiva vigilancia a la que estaba sometida Victoria se resquebrajaron en mil pedazos con el fallecimiento de Guillermo IV el 20 de junio de 1837. La princesa ya contaba con la mayoría de edad y las ideas lo suficientemente claras como para romper, desde el primer día de su reinado, con la influencia que deseaba ejercer su madre sobre ella y causar una profunda admiración entre la alta sociedad por su forma de actuar. Sus primeros pasos como reina sorprendieron y le hicieron salir de las sombras por su aguda inteligencia y sus sabias decisiones. Sin embargo, aquellos primeros años también hicieron reflejar otros rasgos de su carácter como su temperamento inflexible y exigente y una extrema terquedad, que se aligeraba durante las horas que pasaba con el Primer Ministro Lord Melbourne. La fascinación por Lor Melbourne dejó paso al enamoramiento repentino de la reina por su primo Alberto, a quien conoció con 17 años durante una de las visitas monacales y que dejó en el corazón de la joven una huella imborrable. Un amor que marcó un reinado que quedaría reflejado para la posterioridad como ”los años más gloriosos de Londres”. Y es que, el matrimonio real de la reina Victoria y el Príncipe-Consorte Alberto, no sólo dio fruto con el nacimiento de sus nueve hijos, sino que también se convirtieron en los padres y responsables de que Londres contara con la tecnología más avanzada y las mejores manufacturas británicas. Aún con todo eso, nada comparable a la expectación causada por la primera Exposición Universal de 1851. Pero, el feliz matrimonio se rompió tras el fallecimiento de Alberto, diez años después, lo que dejó a la reina en un estado de soledad permanente. La viuda inconsolable, que hizo del color negro su vestimenta habitual, no dejó por ello de lado sus obligaciones, aunque sí dio lugar a un progresivo aislamiento de la reina de los acontecimientos sociales. Esta situación hizo disminuir la popularidad de la monarquía y favoreció el crecimiento del movimiento republicano. La vida de la reina durante los últimos años se caracterizó por una serie de alti-bajos en los que vio tanto realizados sus más anhelados sueños infantiles como las peores tragedias familiares. Finalmente, la muerte y el irremediable destino la sorprendieron en plena Guerra de los Bòers. Murió el 22 de enero de 1901, dejando tras de sí a una nación estupefacta que no volvería a conocer el esplendor que vivió durante más de 63 años de reinado victoriano.