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Ciclo C
Domingo de Pascua, pero muy cercano a la Ascensión de
Jesús. Durante cuarenta días se va apareciendo a sus
apóstoles para confirmarles en la fe y para recordarles
los principales mensajes que les había dado en su vida y
especialmente en su despedida de la Última Cena.
Hoy la Iglesia nos
presenta la idea de que
Jesús se va, pero se
queda. Se va a ir
visiblemente en su
Ascensión al cielo; pero
permanece de diversos
modos: Permanece en sus
representantes,
permanece en la
Eucaristía; pero hoy
resalta el hecho de que
permanece en quien le
ama.
Jesús se despide de los apóstoles en la Ultima
Cena y les revela grandes enseñanzas para
nosotros.
El evangelio (Jn 14, 23,29) podemos dividirlo en tres partes:
1ª parte: En aquel tiempo dijo Jesús a sus
discípulos:
El que me ama guardará mi palabra
y mi Padre lo amará, y vendremos a
él y haremos morada en él. El que
no me ama no guardará mis
palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre
que me envió.
Las despedidas
entre personas que
se quieren mucho,
especialmente si es
en un final de vida,
siempre son
dolorosas.
Ciertamente que
Jesús les había
dicho que no les
iba a dejar
huérfanos. Eran
palabras un poco
enigmáticas.
También les había expresado sobre su imponente
presencia en la realidad de la Eucaristía. Pero ahora nos
va a asegurar su presencia, juntamente con su Padre, en
aquellos que quieran recibirle con amor.
Y nos dice:
Automático
Y
vendremos
a él y
haremos
morada
en él.
Y vendremos a él y haremos
morada en él.
Hacer CLICK
La idea antigua de Dios, hasta entre los hebreos,
era la de un Dios lejano. Se le solía representar
por el rayo, el trueno o el fuego.
Jesús nos enseña la
imagen de Dios Padre.
Dios está cercano a
nosotros, de modo
que somos tenidos
por hijos, camina con
nosotros y espera
para abrazar a quien
se ha perdido y se
arrepiente.
Hoy nos habla de una
intimidad mayor. No sólo
está con nosotros, sino
que quiere vivir y morar
dentro de nosotros
mismos. “Hacer morada”
es una expresión de
amor. Es la morada de
aquel que está
enamorado. Es lo más
que podemos pensar y
desear.
Hasta tal punto Dios nos ama
que no sólo ha venido entre
nosotros o nos habla desde
fuera, sino que se hace
intimidad.
Como decía san Agustín: Está
más íntimo en nosotros que
nosotros mismos.
Esta es la mayor
maravilla que
podemos vivir. Quien
tiene conciencia de
esta maravillosa
realidad ya no se
siente solo, siente
que es querido y
amado, ya no ve
razón para sentirse
triste o débil.
Quien vive esta
realidad de la
presencia de Dios ya
no teme sentirse
menospreciado.
Tampoco necesita un
lugar especial para
orar ni necesita mirar
al cielo. El cielo lo tiene
dentro de sí. Basta
ponerse a la escucha.
Quien vive esta
realidad de la
presencia de
Dios respeta al
prójimo, porque
sabe que Dios
está en él,
aunque no lo
sienta.
Quien vive esta
realidad de la
presencia de Dios
hace lo posible para
llevar al mundo la
palabra de Dios y el
amor. No trabajando
según los propios
criterios sino según
el parecer de quien
mora principalmente,
que es Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
Vivir esa realidad es vivir el cielo anticipado. Es
poder decir de corazón: Yo tengo dentro de mi
todo el cielo.
Yo tengo
dentro de
mi todo
el cielo.
Automático
Yo tengo
dentro
de mi
todo el
cielo.
Yo soy
un ascua
de luz.
Tu me tomaste en tus manos,
me diste aliento de vida.
Mi
cuerpo
humilde,
que es
barro,
se hace
imagen
divina.
Mi cuerpo
humilde,
que es
barro, se
hace
imagen
divina.
Yo tengo
dentro de
mi todo el
cielo.
Yo tengo
dentro
de mi
todo el
cielo.
Yo soy
un
ascua
de luz.
Hacer CLICK
Esta es la finalidad del
cristiano: llegar a sentir
a ese Dios que está con
nosotros, en nuestra
propia intimidad.
Entonces el cielo
comenzaría desde aquí.
Pero ¿Qué es lo que
debemos hacer para
merecer esa presencia
divina y divinizadora?
Recordamos lo que
nos ha dicho hoy
Jesús: “El que me
ama guardará mi
palabra” Y “el que
no me ama no
guardará mis
palabras. A veces
no nos damos
cuenta que para
Jesucristo su
palabra más
importante es la del
amor.
No sólo debemos guardar la palabra en
el corazón, de modo que nos agrade,
sino debemos cumplirla con las obras.
Se trata de un amor
verdadero, que no se
confunda con egoísmo.
Es difícil separar el amor
puro de un egoísmo
camuflado. Por eso
necesitamos al Espíritu
Santo que nos lo
recuerde y enseñe,
como continúa Jesús
diciendo en el evangelio
de hoy. Y es necesario
que dejemos actuar al
Espíritu en nosotros.
2ª parte:
Os he hablado ahora que estoy
a vuestro lado; pero el Paráclito,
el Espíritu Santo, que enviará el
Padre en mi nombre, será quien
os lo enseñe todo y os vaya
recordando todo lo que os he
dicho.
Si en nosotros vive el
Espíritu Santo, que es
Dios, por el amor,
sentiremos la paz.
Jesús tenía un deseo
muy grande de que los
apóstoles tuvieran la
paz de espíritu, de
conciencia. Por eso
les da la paz ahora en
la despedida y se la
dará después de
resucitado. Y les dice:
3ª parte: La paz os dejo, mi Paz os doy:
No os la doy como la da el mundo.
Que no tiemble vuestro corazón ni se
acobarde. Me habéis oído decir: “Me
voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me
amarais os alegraríais de que vaya al
Padre, porque el Padre es más que yo.
Os lo he dicho ahora, antes de que
suceda, para que cuando suceda,
sigáis creyendo.
También Jesús
nos quiere dar la
paz a nosotros.
Que no es la paz
como la que
piensa el mundo.
El mundo está
lleno de egoísmo;
y donde hay
egoísmo no
puede haber
verdadera paz.
Esta paz viene con la presencia del
Espíritu Santo.
Por eso les dice Jesús a los apóstoles que les
conviene que se vaya, para que pueda enviar el
Espíritu Santo de una manera grandiosa.
Esto sucedería el día
de Pentecostés,
cuando el Espíritu
Santo revolucionó la
vida de los apóstoles
para bien de ellos y
de los demás. Esta es
la Iglesia, cuando la
llamamos también el
Reino de Dios.
De hecho hay muchos inscritos que no pertenecen al
Reino de Dios. Cuando reina el amor y la paz, podemos
figurar la Iglesia a una ciudad hermosa, como nos lo dice
el Apocalipsis, hoy en la 2ª lectura:
Apocalipsis 21, 10-14. 22-23
El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y
me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del
cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba
como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía
una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por
doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres
de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres
puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas.
La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce
nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.
Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor
Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol
ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina
y su lámpara es el Cordero.
A este ideal de ciudad aspira la Iglesia. En este mundo es
muy difícil ver la belleza de la Iglesia como comunidad,
porque vamos en camino y encontramos demasiadas
dificultades en el mismo mundo en que va creciendo y
caminando.
Pero sí encontramos
mucha belleza, la que
describe el Apocalipsis,
en almas particulares.
Cuando uno puede ver,
aunque sea por una
ventana, el esplendor
del alma de una
persona santa,
podemos decir que
Dios planta su morada
entre nosotros.
La Iglesia nos pone
como modelos la
vida de los santos
para que sintamos
palpitar el amor de
Dios que se derrama
en la tierra y pone su
morada en quien le
acepta con grato
corazón.
También en la
iglesia como
templo
debemos ver la
belleza de la
morada de Dios
por la presencia
eucarística. De
aquí que ayuda
la belleza
externa, que no
es lo mismo
que el lujo.
Si tenemos mirada sobrenatural para la vida interna de
los que viven su fe con plenitud; si miramos el templo
con ojos espirituales y en la comunidad, que es la
Iglesia, reina el amor, podemos ver la Jerusalén celestial
en nuestra tierra y podemos exclamar:
Jerusalén, qué bonita eres:
calles de oro, mar de cristal.
Automático
Jerusalén,
qué bonita
eres:
calles de
oro, mar
de cristal.
Por esas
calles
vamos a
caminar:
calles de
oro, mar
de
cristal.
Por esas
calles
vamos a
caminar:
calles de
oro, mar
de cristal.
En el cielo todos cantan: aleluya.
Yo también voy a cantar.
En el cielo
todos
cantan:
aleluya.
Yo también
voy a
cantar.
Yo
también
voy a
cantar.
Aleluya. Yo también voy a
cantar.
Jerusalén, qué bonita eres:
calles de oro, mar de cristal.
Jerusalén, qué bonita eres:
calles de oro, mar de cristal.
Por esas calles vamos a caminar:
calles de oro, mar de cristal.
Por esas calles vamos a caminar:
calles de oro, mar de cristal.
Con la ayuda
de María,
esperamos
alabar
al Señor
en el cielo.
AMÉN

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Dom pas 6 c

  • 2. Domingo de Pascua, pero muy cercano a la Ascensión de Jesús. Durante cuarenta días se va apareciendo a sus apóstoles para confirmarles en la fe y para recordarles los principales mensajes que les había dado en su vida y especialmente en su despedida de la Última Cena.
  • 3. Hoy la Iglesia nos presenta la idea de que Jesús se va, pero se queda. Se va a ir visiblemente en su Ascensión al cielo; pero permanece de diversos modos: Permanece en sus representantes, permanece en la Eucaristía; pero hoy resalta el hecho de que permanece en quien le ama.
  • 4. Jesús se despide de los apóstoles en la Ultima Cena y les revela grandes enseñanzas para nosotros. El evangelio (Jn 14, 23,29) podemos dividirlo en tres partes:
  • 5. 1ª parte: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
  • 6. Las despedidas entre personas que se quieren mucho, especialmente si es en un final de vida, siempre son dolorosas. Ciertamente que Jesús les había dicho que no les iba a dejar huérfanos. Eran palabras un poco enigmáticas.
  • 7. También les había expresado sobre su imponente presencia en la realidad de la Eucaristía. Pero ahora nos va a asegurar su presencia, juntamente con su Padre, en aquellos que quieran recibirle con amor. Y nos dice:
  • 9.
  • 11. Y vendremos a él y haremos morada en él. Hacer CLICK
  • 12. La idea antigua de Dios, hasta entre los hebreos, era la de un Dios lejano. Se le solía representar por el rayo, el trueno o el fuego.
  • 13. Jesús nos enseña la imagen de Dios Padre. Dios está cercano a nosotros, de modo que somos tenidos por hijos, camina con nosotros y espera para abrazar a quien se ha perdido y se arrepiente.
  • 14. Hoy nos habla de una intimidad mayor. No sólo está con nosotros, sino que quiere vivir y morar dentro de nosotros mismos. “Hacer morada” es una expresión de amor. Es la morada de aquel que está enamorado. Es lo más que podemos pensar y desear.
  • 15. Hasta tal punto Dios nos ama que no sólo ha venido entre nosotros o nos habla desde fuera, sino que se hace intimidad. Como decía san Agustín: Está más íntimo en nosotros que nosotros mismos.
  • 16. Esta es la mayor maravilla que podemos vivir. Quien tiene conciencia de esta maravillosa realidad ya no se siente solo, siente que es querido y amado, ya no ve razón para sentirse triste o débil.
  • 17. Quien vive esta realidad de la presencia de Dios ya no teme sentirse menospreciado. Tampoco necesita un lugar especial para orar ni necesita mirar al cielo. El cielo lo tiene dentro de sí. Basta ponerse a la escucha.
  • 18. Quien vive esta realidad de la presencia de Dios respeta al prójimo, porque sabe que Dios está en él, aunque no lo sienta.
  • 19. Quien vive esta realidad de la presencia de Dios hace lo posible para llevar al mundo la palabra de Dios y el amor. No trabajando según los propios criterios sino según el parecer de quien mora principalmente, que es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
  • 20. Vivir esa realidad es vivir el cielo anticipado. Es poder decir de corazón: Yo tengo dentro de mi todo el cielo.
  • 21. Yo tengo dentro de mi todo el cielo. Automático
  • 24. Tu me tomaste en tus manos, me diste aliento de vida.
  • 26. Mi cuerpo humilde, que es barro, se hace imagen divina.
  • 27. Yo tengo dentro de mi todo el cielo.
  • 30. Esta es la finalidad del cristiano: llegar a sentir a ese Dios que está con nosotros, en nuestra propia intimidad. Entonces el cielo comenzaría desde aquí. Pero ¿Qué es lo que debemos hacer para merecer esa presencia divina y divinizadora?
  • 31. Recordamos lo que nos ha dicho hoy Jesús: “El que me ama guardará mi palabra” Y “el que no me ama no guardará mis palabras. A veces no nos damos cuenta que para Jesucristo su palabra más importante es la del amor.
  • 32. No sólo debemos guardar la palabra en el corazón, de modo que nos agrade, sino debemos cumplirla con las obras.
  • 33. Se trata de un amor verdadero, que no se confunda con egoísmo. Es difícil separar el amor puro de un egoísmo camuflado. Por eso necesitamos al Espíritu Santo que nos lo recuerde y enseñe, como continúa Jesús diciendo en el evangelio de hoy. Y es necesario que dejemos actuar al Espíritu en nosotros.
  • 34. 2ª parte: Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
  • 35. Si en nosotros vive el Espíritu Santo, que es Dios, por el amor, sentiremos la paz. Jesús tenía un deseo muy grande de que los apóstoles tuvieran la paz de espíritu, de conciencia. Por eso les da la paz ahora en la despedida y se la dará después de resucitado. Y les dice:
  • 36. 3ª parte: La paz os dejo, mi Paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
  • 37. También Jesús nos quiere dar la paz a nosotros. Que no es la paz como la que piensa el mundo. El mundo está lleno de egoísmo; y donde hay egoísmo no puede haber verdadera paz. Esta paz viene con la presencia del Espíritu Santo.
  • 38. Por eso les dice Jesús a los apóstoles que les conviene que se vaya, para que pueda enviar el Espíritu Santo de una manera grandiosa.
  • 39. Esto sucedería el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo revolucionó la vida de los apóstoles para bien de ellos y de los demás. Esta es la Iglesia, cuando la llamamos también el Reino de Dios.
  • 40. De hecho hay muchos inscritos que no pertenecen al Reino de Dios. Cuando reina el amor y la paz, podemos figurar la Iglesia a una ciudad hermosa, como nos lo dice el Apocalipsis, hoy en la 2ª lectura: Apocalipsis 21, 10-14. 22-23
  • 41. El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.
  • 42. A este ideal de ciudad aspira la Iglesia. En este mundo es muy difícil ver la belleza de la Iglesia como comunidad, porque vamos en camino y encontramos demasiadas dificultades en el mismo mundo en que va creciendo y caminando.
  • 43. Pero sí encontramos mucha belleza, la que describe el Apocalipsis, en almas particulares. Cuando uno puede ver, aunque sea por una ventana, el esplendor del alma de una persona santa, podemos decir que Dios planta su morada entre nosotros.
  • 44. La Iglesia nos pone como modelos la vida de los santos para que sintamos palpitar el amor de Dios que se derrama en la tierra y pone su morada en quien le acepta con grato corazón.
  • 45. También en la iglesia como templo debemos ver la belleza de la morada de Dios por la presencia eucarística. De aquí que ayuda la belleza externa, que no es lo mismo que el lujo.
  • 46. Si tenemos mirada sobrenatural para la vida interna de los que viven su fe con plenitud; si miramos el templo con ojos espirituales y en la comunidad, que es la Iglesia, reina el amor, podemos ver la Jerusalén celestial en nuestra tierra y podemos exclamar:
  • 47. Jerusalén, qué bonita eres: calles de oro, mar de cristal. Automático
  • 49. Por esas calles vamos a caminar: calles de oro, mar de cristal.
  • 50. Por esas calles vamos a caminar: calles de oro, mar de cristal.
  • 51. En el cielo todos cantan: aleluya. Yo también voy a cantar.
  • 52. En el cielo todos cantan: aleluya. Yo también voy a cantar.
  • 54. Aleluya. Yo también voy a cantar.
  • 55. Jerusalén, qué bonita eres: calles de oro, mar de cristal.
  • 56. Jerusalén, qué bonita eres: calles de oro, mar de cristal.
  • 57. Por esas calles vamos a caminar: calles de oro, mar de cristal.
  • 58. Por esas calles vamos a caminar: calles de oro, mar de cristal.
  • 59. Con la ayuda de María, esperamos alabar al Señor en el cielo. AMÉN