Estrategia Nacional de Refuerzo Escolar SJA Ccesa007.pdf
La romanización jonathan gonzález
1.
2. ese finales del siglo II a.C., con el desembarco de los Escipiones en
Ampurias, roma comenzó la conquista de la Península Ibérica. Fue
una conquista lenta, debido a la difícil orografía del suelo y a la
resistencia de sus pobladores.
3. ero, a pesar de todo, en el siglo I a.C., las tropas romanas consiguieron
someter el último foco de resistencia. Con el nombre de Hispania, la
Península Ibérica se integró como una provincia más del imperio
romano.
4. as legiones romanas disciplinadas e invencibles en los enfrentamientos con los ejércitos
enemigos eran vulnerables a la guerra de guerrillas de los habitantes de Iberia, basada en la
emboscada, la sorpresa y el golpe puntual e inesperado.
En esta técnica de la guerrilla y el contragolpe, el pueblo lusitano y el pastor Viriato, su
caudillo, brillaron con luz propia. Viriato llevó a su pueblo a victorias inesperadas frente al
ejército romano. Su muerte, perpetrada sobre la base de la traición y el engaño, fue un alivio
para Roma.
Pero no eran solo personajes aislados quienes ofrecían resistencia. Pueblos enteros, como
Numancia, vendieron carísima su derrota y prefirieron inmolarse antes que caer en manos del
conquistador. En cualquier caso, poco a poco fueron cayendo ciudades y regiones, y el suelo
hispano se fue romanizando.
5. En el siglo I a.C. se trazó una primera división de la Península en dos provincias: la oriental, llamada Celtiberia, y la
occidental, Lusitania.
Augusto dividió el territorio peninsular también en dos provincias: Hispania Citerior, llamada también
Tarraconensis, que comprendía el norte y el oeste peninsular hasta Carthago Nova, e Hispania Ulterior, que
abarcaba todo el sur de la Península.
Hacia el año 212 d.C., el emperador Caracalla creó en el seno noroeste de la Tarraconense una nueva demarcación:
Gallaecia.
Diocleciano, años más tarde, añadió al territorio de Hispania una quinta provincia, la Tingitania, que ocupaba lo
que hoy es el norte de Marruecos, cuya ciudad más emblemática fue Tingis, hoy Tánger.
La configuración definitiva del territorio la dio Constantino II, al fragmentar la Tarraconense desgajando de ella
una zona a la que llamó Carthaginensis y al dar a las islas Baleares entidad de provincia, Balearica.
6. tendiendo a sus orígenes, se dividían en dos grandes grupos:
Municipios, enclaves antiguos que se ajustaban al esquema de
funcionamiento trazado por zonas.
Colonias, esto es, ciudades fundadas por los romanos por motivos
diversos, como León, Mérida, Barcelona y Zaragoza.
7. res tipos de ciudades:
Libres: eran aquellas que gozaban de autonomía en su funcionamiento interno, pero
cuya política exterior estaba sujeta a las directrices de Roma.
Federadas: estaban unidas a Roma mediante un tratado; prestaban ayuda militar,
pero quedaban exentas de pagarle tributo.
Estipendiarias: al revés que las anteriores, pagaban a Roma un tributo. Solía tratarse
de ciudades que habían plantado cara a los romanos con firmeza, sin embargo,
habían sido sometidas por las armas. A cambio del pago de este tributo, podían
mantener cierta autonomía en su organización.
8. os habitantes que poblaban los diversos municipios, por razón de su nacimiento, podían
ser de cuatro rangos diferentes:
Cives o munícipes: eran los nativos, naturales del municipio en cuestión; podían ejercer
cargos públicos.
Allecti: eran los habitantes que, sin haber nacido en el municipio, habían sido adoptados
como hijos suyos; tenían restringido el acceso a los cargos públicos.
Adventores y hospites: eran los transeúntes, que de forma esporádica podían estar ligados
de algún modo a la ciudad.
Incolae: en las colonias fundadas por los romanos se reservaba este nombre para designar
al contingente reducido de los antiguos pobladores.
9. ese a que los romanos introdujeron sus leyes y sus sistemas, una vez vencidas las
resistencias y finalizada la conquista, la sociedad fue estabilizándose y la convivencia
resultó fluida. Poco a poco, las ciudades fueron consiguiendo mayor autonomía.
Vespasiano, a fines del siglo I, concedió a todas las provincias el derecho latino, por
el que todos los habitantes de las ciudades quedaban asimilados a los habitantes del
Lacio. El paso definitivo lo dio Caracal, quien otorgó el derecho de ciudadanía, a
todos los súbditos del Imperio; quedaban, por lo tanto, igualados a los de Roma.