Este documento presenta una biografía del sacerdote mexicano José Luz Ojeda. Resume los principales eventos de su vida, incluyendo que nació en 1899 en Salvatierra, Guanajuato, y asistió al seminario a pesar de la persecución religiosa durante ese tiempo. Ojeda se dedicó a la Asociación Católica de la Juventud Mexicana y promovió publicaciones católicas. Ordenado sacerdote en 1926, continuó su ministerio a pesar de la hostilidad anticlerical. El documento proporciona de
6. El peregrino de la palabra
Desde tu mal, desde tu entraña, desde tus
lágrimas, quiero ser voz-germinal. Pensar
desde ti, desde tu centro hablarte...
Josep Palau i Fabre
Somos legatarios de José Luz Ojeda. No conforme a derecho, pero sí conforme a
naturaleza, todos los católicos —especialmente los mexicanos y de modo particular los abajeños—
podemos solazarnos con los intangibles bienes que para nosotros destinó el testador, provenientes
de su actividad estética y de su ético ejemplo.
Al tratar de rescatar aquí lo más selecto de tan rico legado, antes de que todo él se
disuelva en el tiempo, sentimos la necesidad de bosquejar un retrato de nuestro benefactor, al que,
según confesión propia, tanto le preocupó —sobre todo en la etapa en que se preparaba para
ejercer como ―peregrino de la palabra‖, es decir, como misionero— que su voz fuera germinal:
Porque nuestra tarea como predicadores no estriba únicamente en decir palabras: hay que poner
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sangre sobre ellas, para que Dios las haga germinar.
2
Si hurgamos en sus Memorias, es posible extraer por lo menos los más ostensibles
méritos del padre Ojeda como clérigo, maestro, predicador, poeta y biblista. Otra cosa
conoceremos o confirmaremos: que de un modo estoico e indeclinable nuestro personaje supo
arrostrar los peligros de la persecución religiosa, especialmente durante los años de su formación
3
sacerdotal.
En su ocurrente narración van fluyendo las líneas torales de su perfil curricular: nació el 27
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de diciembre de 1899 en San Nicolás de los Agustinos, municipio de Salvatierra, Gto., lugar aquél
que como centro de población tenía la categoría de hacienda, y, considerado como centro de
explotación agropecuaria, pertenecía a una clase de igual denominación, hacienda, la que todavía
entonces daba gusto por lo productiva, aunque, de otra parte, producía espanto por los métodos
injustos y procederes desalmados de sus propietarios civiles, verdaderos neoconquistadores
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extranjeros, primero Gregorio Lámbarri y después los Bermejillo, marqueses de Mohernando.
Los padres de José Luz fueron don José Luz Ojeda Patiño —un domador de caballos que
murió aplastado precisamente por un equino cuando el cuarto de sus hijos y tocayo tenía apenas
cinco años— y doña Genoveva López, quien vivió bastante más, hasta el Viernes de Dolores de
1
OJEDA José Luz, Tierra, canto y estrellas. Memorias sin memoria, México, Jus, 1975, p. 209. Juicio de Joaquín
Antonio Peñalosa sobre este libro: “prosa elegante, castiza y señorial”.
2
Op. cit., passim.
3
El Académico de la Historia y canónigo don Jesús García Gutiérrez (vid. Acción anticatólica en Méjico, México, Helios,
1939) dice que en nuestro país, desde mediados del siglo XVIII, el estado habitual es el de persecución religiosa. No debe
extrañarnos, pues, que, como circunstancia premonitoria, en el mismo año del nacimiento de José Luz haya surgido en
San Luis Potosí el Círculo Liberal Ponciano Arriaga, grupo político que cuestionaba al régimen porfirista por haber éste
abandonado las ideas de la Reforma y por “permitir que la Iglesia hubiera cobrado beligerancia”. Los integrantes de este
Círculo iban a ser los precursores de la revolución de 1910, a cuya sombra se originarían tantos episodios persecutorios.
4
OJEDA José Luz, Op. cit., p. 14. En ese año nuestro planeta tenía cerca de mil 600 milllones de habitantes.
5
La hacienda de San Nicolás de los Agustinos fue fundada en la segunda mitad del siglo XVI y en seguida se convirtió en
la más preciada joya de las propiedades agrícolas de la provincia agustiniana de San Nicolás de Tolentino de Michoacán.
En el siglo XIX la vendieron los frailes.
7. 1940. Menciona a sus hermanos: ―eran seis: antes de mí, Lola, Pachita y María; después de mí,
Ricardo, Baltasar y Cuca‖.
―Ranchero‖ de origen —como se autocalifica—, el padre Ojeda dice que debe a esa
condición, entre otras cosas,
...cierta sorda rebeldía, la inclinación irresistible a la contemplación de la naturaleza [...] y, sobre todo,
la admiración, de la que ya hablaba el viejo Aristóteles en su Metafísica, y a la que estimaba tanto
6
Descartes que a ella reducía todas las pasiones, como Bossuet las reduciría, más tarde, al amor.
Admiración, por lo demás, que a nuestra vez le debemos a Ojeda en este siglo en que
parece estarse agotando en el mundo la capacidad de asombro.
El pequeño José Luz fue llevado, cuando aún no cumplía la edad de dos años, a vivir a la
cabecera del distrito, donde se le vino a las mientes
que era de agradecerle al Lerma la feliz ocurrencia de pasar por Salvatierra para dejar el iris del
―Salto‖, la gracia antigua del puente y las dos franjas de la sabinera [...], una de las más bellas del río
7
[...] en su largo recorrido.
Tuvo lugar en Salvatierra su formación escolar básica, muy a la manera usual de la época,
tentaleando en varias escuelas más o menos improvisadas —su recordada ―de Moniquita y
Amparito‖, entre ellas—, hasta llegar al colegio formal, el de Nuestra Señora de la Luz, dirigido por
don Pedro Sosa.
8
En su deseo de entrar al seminario, obtuvo una carta de recomendación del padre Vicente
de P. Meza, el nuevo director del colegio de Nuestra Señora de la Luz. Con esa palanca ingresó,
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en Morelia, al internado de San Ignacio. La clausura de los establecimientos de enseñanza
religiosa el 31 de julio de 1914 por los triunfantes carrancistas que pusieron por gobernador de
Michoacán al general Gertrudis Sánchez, trajo a José Luz nuevamente a Salvatierra, donde, tras
un frustrado intento de reincorporarse al seminario, que pronto había vuelto a operar (esta vez en
condiciones de clandestinidad), se dedicó al comercio en la tienda de abarrotes propiedad de su
familia.
Felizmente —dice— lo que yo tenía de comerciante no pesaba veinte gramos en las balanzas de la
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tienda de mi casa.
Ese mismo año estalló la Primera Guerra Mundial, murió Pío X y ascendió al pontificado
Benedicto XV.
En esas andaba el mundo cuando llegaron a Salvatierra René Capistrán Garza, Julio
Jiménez Rueda y Jesús Rodríguez Gaona —colaboradores, entonces, del padre Bernardo
Bergöend— a fundar el centro local de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, lo que fue
posible gracias al concurso de Ojeda, entre otros:
6
OJEDA José Luz, Op. cit., p. 14.
7
Ibidem, p. 25.
8
Su inclinación levítica quedó al descubierto muy tempranamente. De pequeño jugaba a los altarcitos y “bautizaba” a las
muñecas de sus hermanas. Decía que “quería ser Padre”. Pero tenía “frenillo”: no podía pronunciar bien algunas letras, y
por ello sus parientes le decían que “no podría ser Padre”; pero Lucito replicaba que sí lo sería y que a todos ellos los iba a
hacer llorar con sus sermones. En cuanto llegó a la edad conveniente, entró a servir al templo parroquial en calidad de
monaguillo [informó Ana María Ojeda viuda de Reséndiz, 10 de octubre de 2003].
9
Desde el siglo XVI Salvatierra (primitivamente Guatzindeo-San Andrés Chochones) ha venido perteneciendo, en lo
eclesiástico, a la diócesis de Michoacán, actual arquidiócesis de Morelia, dilatada provincia eclesiástica a la cual su
arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores atribuía en la visita ad Limina de 1920 una población de un millón 45 mil 155
habitantes, distribuidos en una extensión de 22,136 km².
10
OJEDA José Luz, Op. cit., p. 46.
8. me di por entero a aquella asociación, de la que fui, sucesivamente, secretario, presidente, tesorero,
en una palabra, todo lo que podía ser.- Quieras que no quieras, en la A.C.J.M. tuve que subir a la
tribuna, salir a las tablas, lanzarme a las obras sociales, y, a causa de esto, hube de pasar por el
corredor sombrío de las más duras críticas y de las cuchufletas vulgares. Porque, en nuestras
ciudades de provincia, hay siempre un grupo de descontentos, que forman una de las más grandes
cofradías del mundo, y otro de inútiles, que a veces se disfrazan de intelectuales, y que se pasan la
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vida disparando, contra los que hacen algo en el campo católico, todas las flechas de su aljaba.
Sin contar con que para ese entonces ya debe haber pesado sobre José Luz, como una
losa, el secreto deber de exhibir ante la comunidad una conducta personal que contrastara
suficientemente con la de algunos parientes suyos, exaltados campeones del más galopante
machismo mexicano.
De aquellos sus días de acejotaemero datan su adicción a la lectura, sus primeros
devaneos de muchacho romántico, su primer tomo de versos, la publicación del periódico Lux:
Nos tomaba tiempo y afanes no sólo escribirlo, sino ―pararlo‖ y ―tirarlo‖ en gran parte de la noche del
sábado, tras de lo cual nos tumbábamos a dormir, en la imprenta, sobre camas de recortes de papel.
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Pero éramos felices.
Desde su regreso a Salvatierra el hostigamiento a los católicos había continuado en casi
todo el país: el carrancismo, triunfante en 1914, se lanzó contra la Iglesia:
[...] los obispos, excepción del de Cuernavaca, que estaba en la región de Emiliano Zapata, se
vieron obligados a salir del país; los sacerdotes fueron encarcelados, desterrados o fusilados, como
el padre David Galván, a quien dieron muerte los carrancistas porque estaba confesando, entre las
balas, ¡a un convencionista! Las religiosas fueron expulsadas de sus conventos, y, en muchos casos,
entregadas a la soldadesca [...] los vasos sagrados, las imágenes y los templos fueron profanados;
los edificios de las corporaciones católicas fueron ocupados, y algunos votados, prácticamente, a
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derrumbarse en ruinas. En todo se puso la garra, y todo se pisoteó... ¡para ―castigar a la clerecía‖!
En Michoacán, el 4 de mayo de 1915,el gobernador Alfredo Elizondo emitió un decreto por
el cual abolía la enseñanza religiosa en el estado y prohibía de manera especial los seminarios,
por lo que el diocesano de Morelia tuvo que ser clausurado, aunque la enseñanza siguió dándose
ocultamente en casas particulares a grupos pequeños de alumnos. Con increíbles dificultades y
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peligros se terminó el curso de 1915, y los de 1916 y 1917 se hicieron en idénticas condiciones.
Desde octubre de 1917 las cosas empeoraron. Los mexicanos anticatólicos se alinearon
con el bolchevismo triunfante en Rusia, que anunciaba la libertad del hombre pero en la práctica
suprimía fundamentales derechos humanos y todo lo que es democracia y, además, ―mataba‖ a
Dios. El comunismo moreliano acabaría por provocar sangrientos sucesos en mayo de 1921.
Saltando sobre la carga de ideología contraria, José Luz Ojeda volvió un día al seminario,
―doblado ya el cabo de los veinte años‖, para seguir su carrera religiosa, ya sin interrupción alguna,
pese a los peligros que aún le acechaban.
En cuatro años (1921-1924) despachó los estudios del Seminario Menor (asignaturas de
latinidad y filosofía). El rector lo fue, con algunas ausencias, don Luis María Martínez. Al mismo
tiempo, Ojeda estudió el francés y empezó a poetizar en serio. Le apasionaba la historia.
Ya en el Seminario Mayor (en el que se llevaban las materias de teología, derecho
canónico, liturgia y otras), de entrada imprimieron honda huella en su memoria dos novedades que
para él fueron gozosas: el uso obligatorio y cotidiano de la sotana, y su primera clase como
profesor (academia de castellano). Recuerda a sus profesores: don Luis María Martínez, los
canónigos Luis Madrigal y José Gaytán y los padres Pedro Aceves, José Gamiño, Joaquín Sáenz,
Gregorio Alfaro, Jesús Campos e Ignacio Aguilar. El padre Rafael de la Vega era el prefecto.
Durante el período presidencial de Plutarco Elías Calles, a pesar de que estudiaban muy a las
escondidas, los seminaristas sufrieron detenciones, interrogatorios y amenazas, como represalia a
11
Ibidem, p. 47.
12
Ibidem, p. 48.
13
Ibidem, p. 55.
14
Cfr. BRAVO UGARTE José, Historia sucinta de Michoacán. III, Estado y Departamento (1821-1962), pp. 209-210.
9. ―la revuelta de los cristeros‖. A su gran amigo Fernando Ruiz Solórzano (más tarde,
sucesivamente, secretario de la Mitra moreliana y arzobispo de Yucatán) en cierto momento lo
dieron por fusilado.
Debido al endurecimiento de las leyes en contra de la Iglesia por parte del régimen político
imperante, el 31 de julio de 1926 fue suspendido el culto religioso en todos los templos del país.
Simultáneamente se inició el movimiento armado que llaman ―La Cristiada‖, por el cual los católicos
que no soportaron más la violación de sus derechos y de su dignidad los reclamaron con fuerza y
valentía. En circunstancias de subrepción, José Luz recibe, el 18 de diciembre de ese mismo año
de 1926, las órdenes menores del exorcistado y el acolitado.
Por la forma en que se ve obligado a trabajar el seminario, su cabeza visible es Ojeda,
pero sin ser vicerrector. El 28 de febrero de 1928 es detenido por agentes del gobierno, quienes le
dicen al soltarlo: ―El seminario ya no se abrirá más. Les dice a sus alumnos que eso de las cosas
de los curas ya se acabó en México, y que se vayan a sus casas‖.
En el mismo año, el 2 de junio le es administrada la orden del diaconado, y el 22 de
diciembre queda ordenado sacerdote.
El día 3 de enero de 1929, en una casa de Salvatierra, celebra su primera misa y de esa
forma festeja el día onomástico de su madre. A finales de junio se entera de que finalmente se
arregló el conflicto religioso.
Se estrena como predicador el 11 de julio de 1929, en ocasión de la solemne reapertura de
cultos en Salvatierra.
Solicitado por el obispo de Querétaro monseñor Francisco Banegas y Galván, el presbítero
José Luz Ojeda fue de 1931 a 1933 a fungir como prefecto espiritual del seminario queretano, el
cual, para variar un poco, cayó en el funcionamiento clandestino, debido al acoso del gobernador
Saturnino Osornio. Cuando éste clausuró el colegio afirmó que lo hacía porque ―así lo exigía la
seguridad del Estado‖, pues ―se tenían noticias de que en dicho edificio se celebraban juntas de
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carácter político‖. En el último de esos años Ojeda estuvo en Coroneo, Gto., a donde fue
trasladado el seminario menor.
Requerido por la arquidiócesis moreliana, allá volvió y se enteró de que querían poner
sobre sus hombros la dirección espiritual del seminario menor arquidiocesano. Apeló ante el
vicerrector, su amigo el padre Fernando Ruiz Solórzano, y logró que se revirtiera aquella decisión,
aunque no inmediatamente. Mientras tanto vino lo que Ojeda llama la diáspora, semánticamente
así explicada:
Esta palabra era, en un principio, traducción de expresiones hebraicas de cierta dureza, como ‗ser
arrojado‘ o ‗desterrado‘. Luego designó la presencia de minorías del judaísmo en el mundo gentil, y
más tarde, considerándose esta dispersión como un beneficio a causa del proselitismo judío, la
palabra cobró cierto timbre de grandeza. En un sentido más alto, para los cristianos designa esta
vida, ya que, según las Santas Escrituras, ‗no tenemos aquí ciudad permanente‘, porque nuestra
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patria está en los cielos.
La diáspora fue el más largo y difícil desplazamiento del seminario arquidiocesano de
Morelia, primero por tierras del Bajío y después por la sierra michoacana. Duró desde 1934 hasta
1943. El seminario mayor se estableció en Celaya y allí pudo aguantar hasta que vinieron mejores
tiempos. Pero el seminario menor sufrió una gran dispersión tocando desde ciudades hasta
rancherías: Salvatierra, Salamanca, Rincón de Tamayo, Eménguaro, Huapango, La Esperanza,
Los Fierros, Villa Madero y la Cañada de la Vuelta; esto en el Bajío, y más tarde en la sierra
michoacana: en Tlacotepec, por los años de 1938 y 1939; en Santa María de los Ángeles, por
1940, y en San Francisco de los Reyes, de 1941 a 1943.
Con asistencia del padre Ojeda a la ceremonia, la imagen de Nuestra Señora de la Luz,
patrona de Salvatierra, fue coronada pontificiamente, con gran regocijo popular, el 24 de mayo de
1939, mediante autorización otorgada por el papa Pío XI, quien murió ese mismo año y fue
sucedido por Pío XII. Terminó la guerra civil española y comenzó la segunda guerra mundial.
15
OJEDA José Luz, Op. cit., cfr.pp. 138-139.
16
Ibidem, nota en la p. 147.
10. En 1940 el padre Lucito compró su cámara ―Rolleiflex‖, de la que se haría acompañar en
sus salidas durante mucho tiempo y la que habría de proporcionarle tantos y tan sanos recreos.
Ese mismo año, el Viernes de Dolores, perdió a su madre.
El 9 de febrero de 1944 se cumplieron tres centenarios de la fundación de Salvatierra. Se
convocó a un concurso de poesía alusiva al acto y el primer lugar lo ganó el padre José Luz Ojeda.
La composición lleva por título ―Canto secular a Salvatierra‖. El premio consistió en una medalla de
oro donada por el Senado de la República, un diploma de honor expedido por los organizadores y
cien pesos en efectivo, obsequio de la empresa Clemente Jacques y Cía. La decisión en su favor
fue dictada por el poeta doctor Enrique González Martínez y el doctor en filosofía y letras por la
universidad de Lovaina Jesús Guisa y Azevedo.
Mientras tanto, seguían sus labores de maestro en el seminario (enseñaba, al final, historia
de México y francés). Sin perjuicio de aquellas, lo adscribieron a algunas actividades
administrativas en la curia arquidiocesana.
El día que arrancó el año de 1951 emprendió formalmente sus actividades misioneras, a
las cuales siempre se había sentido tan atraído. La primera misión la hizo, acompañado de algunas
Madres Eucarísticas de la Trinidad, al pueblecito de Melchor Ocampo, cercano a la costa del
Pacífico; la misión produjo abundantes frutos. Para la segunda escogió el Carrizal de Arteaga y
ésta fue tan exitosa como la anterior. En seguida se fue a Celaya para establecer allí su centro de
operaciones, del cual salió a innumerables partes a misionar, incluyendo alejadas localidades del
norte de la república.
Entre salidas a misión y a predicaciones aisladas, se fue volviendo celayense por
adopción. En la ciudad cajetera se encontró con viejos amigos y tejió nuevas relaciones. En ese
sitio se enteraría de los acontecimientos importantes: el advenimiento del papa Juan XXIII; la
celebración del concilio Vaticano II; los movimientos estudiantiles de 1968, especialmente en
Francia y en México; la llegada del hombre a la luna; la ascensión de Juan Pablo II al solio
pontificio; el sismo de México en 1985...
Su creación poética en ningún momento cesó. En reconocimiento de ello, la sociedad
literaria ―La Trapa‖, de León, Gto., llamó a Ojeda a su seno y lo recibió en julio de 1956.
El obispo Alfonso Toriz Cobián le otorgó la dignidad de canónigo honorario de la catedral
de Querétaro; tomó posesión de su asiento en el coro el 19 de septiembre de 1963.
Inició, en enero de 1967, un venturoso contacto con el también sacerdote don Luis Alonso
Schökel, S.J., del Pontificio Instituto Bíblico. Esta relación culminó con el viaje de trabajo que don
José Luz Ojeda hizo a Roma, amparado por una especie de beca, en 1969. Integrado en el equipo
que comandaba Schökel, tuvo participación sobresaliente en la traducción de El libro de Job y el
Cantar de los cantares.
La noticia de la erección de la diócesis de Celaya se recibió en dicha ciudad el 8 de febrero
de 1973. Al formarse la curia de la nueva diócesis, el padre Ojeda fue nombrado canónigo.
La muerte, cuyo temor expresaba desde 1925 en su demasiado anticipado poema ―El
último huésped‖, acabó sorprendiéndolo en su casa de Celaya el 29 de mayo de 1989, cinco días
después de celebrarse el cincuentenario de la coronación pontificia de su eterno amparo y guía, la
Virgen de la Luz de Salvatierra.
*
* *
El seminario tridentino de Michoacán dio en la primera mitad del siglo XX, a pesar de la
rémora que supusieron muchos años de aciaga persecución religiosa, una estirpe inusitada de
valores, es decir, de personajes que se distinguieron en sus respectivas actividades, hayan sido
éstas científicas o artísticas. Tal estirpe cuajó de manera especial en tres poetas sobresalientes,
que citamos aquí en orden de edades, que es también el orden de su consagración sacerdotal, así
como el de su entrada en el mundo de la publicación literaria: José Luz Ojeda López, Francisco
Alday McCormick y Manuel Ponce Zavala.
La poesía, si verdaderamente lo es, y, muy particularmente la lírica, debe tener algo más o
menos enigmático, algo que los lectores debemos rastrear. En esto hay grados y grados. Un grado
por demás bajo nos llevaría a lo pedestre y uno por demás alto, a lo incomprensible. Lo mismo
ocurre en materia de estilos, escuelas y corrientes.
11. La inclinación de Ojeda fue siempre a lo clásico, con formas decididamente inteligibles. Su
producción más temprana se sitúa entre 1921 y 1933. Era imposible, pues, que se librara de la
influencia del ya expirante modernismo. Su producción tiene inevitables ecos de Darío y Nervo,
aunque se nota su intento de rechazo a ello. A partir de 1925, más o menos, dueño ya de una
nueva lengua, la francesa, fue atendiendo preferentemente a los modelos franceses,
particularmente Mallarmé y Claudel, de quienes algo le quedó.
Alday, en un término medio, le añadió personal prestancia a su composición siguiendo una
ponderada tendencia a la innovación; y su moderación se debe —lo afirma Alejandro Avilés— a
que siempre le interesó ser entendido más que admirado.
Ponce, en cambio, presentó a rajatabla su estilo innovador. Anticipado a su tiempo, sus
primeros lectores quedaron divididos entre los que no lo comprendieron y los que acaso lo
comprendieron demasiado. De los tres fue el que a la postre alcanzaría mayor renombre. Entre
otros honores, tuvo el de ser nombrado individuo de número de la Academia Mexicana.
*
* *
No es entendible por qué José Luz Ojeda tenía cierto empeño en decir que era casi casi un
bravucón apenas mitigado, un individuo capaz de incurrir en furores por quítame estas pajas:
―Todo lo que hay en mí de mexicano un poco desgarrado se hubiera levantado en armas...‖, ―A mi
origen ranchero debo quizá cierta sorda rebeldía‖, ―...mis violentas corajinas, aunque no fueran más
que espuma de cerveza, que luego se bajaba‖.
Porque vive todavía un copioso número de personas que tuvieron trato frecuente con él o
lo veían con cierta repetición celebrando la misa, confesando, predicando o deambulando
simplemente por las calles, con cámara fotográfica o sin ella, y dan fe de que se trataba de un
hombre siempre sosegado, flemático, pacífico, circunspecto... De él podía decirse lo que de
Guillermo Prieto apuntaba Antonio Acevedo Escobedo:
Don Guillermo Prieto andaba siempre disfrazado de don Guillermo Prieto. Su aspecto es el mejor
17
resumen de su carácter...
Así el padre Ojeda andaba siempre disfrazado de padre Ojeda, del sereno padre Ojeda.
Bien lo comprendió Herminio Martínez Ortega, quien sin empacho habla
... de aquel ser excelente, cuya bondad y sabiduría no conocieron el reposo. Porque don José Luz
siempre fue bueno y sabio [...] Su palabra era un rocío de serenidad sobre el cansancio de las
18
almas.
*
* *
Para tener acceso a algunos libros que se requerían para la composición de éste, hubimos
de solicitar ayuda. Fue muy valiosa la que nos brindaron las siguientes personas: señora María de
Jesús Silva de García, señor don Guillermo Carrillo Cáceres, C. P. don Luis Estrella Primo y Lic.
don Pascual Zárate Ávila. Quedamos agradecidos.
17
ACEVEDO ESCOBEDO Antonio, En la ola del tiempo, México, Jus, 1975, p. 131.
18
MARTÍNEZ ORTEGA, Herminio, “Palabras para un prólogo”, apud OJEDA José Luz, El vendaval de la Pasión y
otros poemas, México, Universidad de Guanajuato (Centro de Investigaciones Humanísticas), 1988.
12. Páginas poéticas selectas:
De Claridad, México, s. e. , 1934 (1ª. ed.); México, Editorial “La Cruz”, 1957 (2ª. ed.)
PRÓLOGOS:
DEL EXCMO. SR. MARTINEZ
Giovanni Papini, en su obra reciente Dante redivivo, afirma que un santo no se ocuparía de
escribir un poema, aunque fuese capaz de hacerlo. No pienso como él, porque tengo idea tan
amplia de la santidad y tan subido aprecio de la poesía, que juzgo que en el cauce de la santidad,
por el que corren todas las ondas cristalinas que brotan del manantial eterno, puede y, aun en
cierto sentido, debe deslizarse la poesía, que tiene ese origen divino.
San Juan de la Cruz escribió un poema de celestial unción y el Espíritu Santo no se
desdeñó de inspirar el Cantar de los Cantares.
Lejos de ser incompatibles la santidad y la poesía se enlazan estrechamente por íntimas
relaciones: las vidas de los santos son poemas vivientes; y la poesía, como todas las cosas, llega a
su plenitud cuando vuelve a su principio, cuando sube hasta Dios llevándole el mensaje de un
amor exquisito.
La prodigiosa revelación que nos trajo Jesús, y que San Juan anuncia en una de sus
Epístolas, se contiene en esta frase tan honda como breve: «Dios es luz». Y todo lo que es
luminoso en el universo tiene el sello de Dios y es un rayo de luz por el que baja al mundo lo divino
y por el que pueden las almas elevarse al infinito.
Ávidos de luz, la ciencia, la poesía y el amor buscan por todas partes la huella divina, la
espléndida escala que enlaza al cielo con la tierra. La vislumbra la ciencia en sus investigaciones
ingeniosas; la descubre la poesía con su intuición rápida y hondísima, y el amor, más penetrante y,
si puede decirse, más divino, hace brotar de su propia esencia una luz celestial que embellece con
su claridad a toda criatura y sube audaz y victoriosa a hundirse en la luz indeficiente de la
Divinidad.
Cuando la pupila del alma acierta a abarcar en una sola mirada esos divinos destellos y
funde en un solo rayo impalpable y riquísimo esos tesoros de luz, la tierra aparece en su prístina
belleza, como la contempló el Señor cuando acababa de crearla, y el cielo se entreabre para que
se vislumbre la gloria de Dios.
Hijo de la luz y dispensador de sus tesoros, el sacerdote debe aspirar a esa mirada
suprema; en su corazón han da convivir armoniosamente la ciencia, la poesía y el amor para
enriquecerlo de Dios y para que lleve más copiosamente a las almas el don divino.
Fruto de esa noble aspiración es este libro, que engasta en el oro finísimo de la poesía la
perla preciosa del amor y escancia en cincelada ánfora múrrina el licor del cielo. Su claridad emana
de la luz eterna; la forman dos destellos divinos al cruzarse en el prisma diáfano de una alma: el
amor, emanación celeste, encuentra su impalpable vestidura de luz, y la poesía, esplendor sutil,
engalana lo único digno de su gloria: el amor.
Esta «Claridad» es de aurora, no tanto por ser el primer libro de su autor, sino por la
suavidad y la frescura que siente el alma al recorrer sus páginas.
Dios quiera que la íntima aspiración que produjo este cántico llegue a la gloria de la
plenitud, pero no como la del día, que deshace la exquisita suavidad crepuscular y torna en ardor
la frescura de la aurora, sino como la plenitud de las almas, que enlaza en prodigioso fulgor la
dulzura del amanecer y la melancolía de la tarde con la gloria del medio día.
Luis M. Martínez
Arzobispo Primado de México
13. DE ALFONSO JUNCO
Vengo de contemplar una cascada fresca, abundosa, limpia y musical. Traigo en el alma la
lozanía y el arrullo, el gozo salubre y diáfano. ¿He estado en la Tzaráracua? No. He leído
«Claridad», de José Luz Ojeda.
Bien está el nombre: «Claridad». Cristalina y radiosa claridad en el pensamiento, en la
emoción, en el verso. Cuando todo, en la atmósfera circundante, se vuelve complicación,
retorcimiento, apretura y tiniebla, José Luz Ojeda suelta su nativo torrente luminoso.
Es expansiva y desbordante su fuerza lírica; su ternura, tan fina, tan acendrada y
contagiosa, surte de las honduras interiores en chorros borbollantes; su poesía salta y corre y se
explaya con ímpetus de salud [...]
¿Reparos? Huelgan. El poeta sabe hacérselos solo, y va castigándose y depurándose.
Las fechas nos lo dicen. Refrénase, al paso de los días, la despilfarrada afluencia, para ganar
pureza y nervio sin perder fluidez; la música del verso, melosa e igual a veces con extremo, se irá
enriqueciendo con austeridades y sorpresas, metamorfosis y polifonías; se perfila y habrá de
acentuarse la batalla del adjetivo, para abandonar el acomodaticio y genérico que llena cualquier
hueco y dondequiera está bien, y conquistar el exigente y único que no acepta más sitio que el
irreemplazable; la perfección técnica irá destacando más y más la fina personalidad del inspirado
[...]
Alfonso Junco
DEL AUTOR A ESTA SEGUNDA EDICIÓN
Hace mucho tiempo que, cediendo a los apremios de amigos y lectores —quienes parecían
decirme, en frase de Hugo Wast, que ―un libro no comienza a existir sino con su segunda
edición‖—, quise reimprimir ―Claridad‖. Pero al leer, a vueltas de los años, mis primeras poesías,
tan amplificadas, tan pueriles, o, si se quiere, tan de colegio, que no acertaba a reconocerlas.
Entones se alzó en mí este punzante dilema: o las corregía ―de fond en comble‖, como dicen los
franceses, o las dejaba sin tocarlas. Si lo primero, nada quedaría de ellas; si lo segundo, estarían
muy lejos de satisfacerme. Y resolví suspender la publicación, cerrando los oídos a las voces que
me la pedían, y aun olvidando que a este libro debo yo no pocas amistades, dentro y fuera de esta
realidad entrañable que se llama México.
Hoy que, a Dios gracias, no me cuido ya, en lo más mínimo, de ciertos puntillos de honra
literaria, ni mucho menos de las escuelas y de las maneras en boga, cedo a los requerimientos de
un grande amigo mío, que se ha empeñado en sacar esta débil ―Claridad‖ del celemín —donde
acaso estaba bien—, con el deseo —un tanto inocente, pero generoso— de que brille un poco en
esta grande casa de nuestras letras, donde ahora fulgen antorchas tan vivas y brillantes.
Fuera de seis poesías que corregí hace tiempo —no sé si para bien o para mal—, y fuera
también de otras tantas que tienen sólo ligeros retoques, la mayor parte aparecen aquí como se
publicaron por vez primera, pues creo que deben conservar, no obstante el desaliño de entonces,
su insustituible espontaneidad y frescura. Las fechas están allí, para escudarlas.
Toda mi gratitud para aquellos que, hace veintitrés años, las saludaron con nobles y
magníficas palabras de admiración: aparte los que, ―contados ya los años de su vida,
emprendieron el viaje sin retorno‖, como dice el libro de Job —los Excmos. Sres. D. Leopoldo Ruiz
y Flores y D. Luis M. Martínez, el P. D. Federico Escobedo, D. Francisco y D. José Elguero, D.
Federico Gamboa y D. Carlos González Peña—, quiero citar aquí al P. D. Joaquín Cardoso, S.J., al
P. D. José Bárcena, a María Enriqueta, a Alfonso Junco, a Jesús Guisa y Azevedo, a los Lic. D.
Miguel Estrada Iturbide y D. Mariano Alcocer y a José Armida [...].
El Autor.
Celaya, a 3 de julio de 1957.
14. DEL SENDERO:
El poema de la gota de agua
¿Una límpida perla luminosa,
prendida en un rosal, como por gala?
¿Un rayito de sol, aprisionado
por invisible gasa?
¿Una estrella caída de los cielos,
o... una lágrima...?
Éralo todo, con gentil alarde.
Era una perla clara,
un rayito de sol, una estrellita,
y a la vez una lágrima.
Pero era algo más bello todavía:
era... una gota de agua.
La puso en una hoja,
con sus dedos rosados, la mañana,
para dar al jardín la maravilla
de un engaste de luz sobre esmeraldas,
y para hablar, sin voces,
al arcano silencio de las almas...
*
* *
Era pequeña y breve
—¿no son así todas las gotas de agua?—;
pero en aquella pequeñez magnífica
—urna divina y clara—,
como en lago sereno que no altera
ni el fugitivo roce de unas alas,
el azul de los cielos,
con toda su grandeza, palpitaba.
¡La inmensidad, envuelta en lo infinito
de pequeñez, de una gotita de agua;
la pequeñez, radiante,
porque en su ser la inmensidad estaba!
Sin embargo, a las veces, una sombra
la viva luz quebraba
—¿cuál es la claridad, sobre la tierra,
que no tiene una mancha?—.
Mas cuando el sol de fuego
con un beso de gloria la besaba,
no era sólo un fulgor, era una llama;
era un sol cuya lumbre
las pupilas, heridas, deslumbraba.
¡Divino privilegio el de las cosas
pequeñitas y blancas:
atraer al azul, y revestirse
de sus galas;
15. arrebatar al sol sus esplendores,
y envolverse en su clámide dorada!
Así, calladamente,
mi corazón me hablaba,
cuando, de pronto, el viento
estremeció las ramas,
y la gota tembló, rodó a la tierra,
que la lluvia enlodaba;
rodó a la tierra en sombra,
y... se rompió al tocarla.
Primero, transparencia,
como de una alma diáfana;
luego, azul y fulgores:
¡todo un mundo divino, que cantaba!
luego, un rayo de luz que se caía,
y... al fin, lodo que mancha...
¡Ay! ¿Por qué se desprende de la altura
una gotita de agua...?
Yo la miré caer, con esa angustia
que me sacude el alma
cuando veo rodar de unas pupilas
el temblor silencioso de una lágrima...
*
* *
Señor: yo quiero ser ese milagro
de una gotita de agua:
la más radiosa de las cosas breves
y la más breve de las cosas claras.
Así, como esa gota de rocío,
así quiero mi alma:
pequeña: que no aliente rebeldías;
pequeña: que se vea delicada;
pequeña,
pero blanca:
diminuto cristal, urna divina,
para las cosas altas...
Que copie todo el cielo, y que al copiarlo
sienta su pequeñez transfigurada
–¡sublime pequeñez, si en ella cabe
todo el azul sin mancha!–;
que lo abrase del sol de tus ternuras
la victoriosa llama,
y en el radiante incendio
se pierda la negrura de sus manchas,
para que pueda ser, aun pequeñita,
como el sol de tu amor, para las almas.
Pero si el viento aleve, que se goza
en agitar las ramas,
16. para arrojar al suelo
las maravillas de las gotas de agua,
quiere enfangar la mía,
tómala entonces en tus manos blancas
—¡las manos que no rompen
una gotita de agua...!—;
y llévala contigo a donde el viento
no sacude las ramas;
donde sienta que vuelve, tras el viaje,
al hontanar azul de la montaña
¡y se encienda, temblando, entre tus dedos,
bajo el Sol deslumbrante de tu cara...!
Septiembre de 1933.
Polvo
Me levanté del lodo
manchado de la tierra,
porque un soplo divino me dio alas
de luz y de grandeza.
El lodo se enjoyó de claridades,
y hoy en su ser alienta
una ansia inacabable de infinito
y una sed infinita de belleza...
Mas llegará el instante en que las alas
que en su vuelo me llevan
se plegarán. Y tornaré a los limos
que eran mi cuna y mi palacio eran.
Entonces, Tú, Señor, que me trocaste
en una ansia de luz y de belleza,
¡dame otra vez la gloria de las alas,
para alzarme por siempre de la tierra!
Miércoles de Ceniza de 1926.
Otra vez
Cuantas veces propuse quererte
volví siempre atrás,
¡y hoy no acierto a decir que te amo,
porque sé que te voy a engañar!
¿No sabías, Señor, al pedirme
promesa de amor,
que, pues soy tan menguado, podía
jugarte traición?
17. Pero mira: ya tengo los ojos
empapados de tanto llorar;
y llorar de saber que no se ama
¿no es lo mismo que amar...? (1)
Mas ya sé que sin Ti nada puedo.
Dame lumbre de amor inmortal,
Y de nuevo propongo quererte...
¡pero ya sin volverte a olvidar...!
Octubre de 1926.
(1) El pensamiento es de J. K. Huysmans:
“Pleurer parce qu’on n’aime pas, c’est déjà aimer”.
El viaje
―¡Cuántas veces mi espíritu errabundo‖,
en la paz de las noches consteladas,
hacia el piélago inmenso de los orbes,
codicioso de luz, batió las alas!
¡Y cuántas, fatigado de la altura,
cayó del mundo de las lumbres claras,
como un pájaro herido que se abate
con las débiles alas destrozadas!
Y sólo trajo del inútil viaje:
en el pecho, el venero de las ansias;
en los ojos, nostalgia de fulgores,
y nostalgia de alturas, en las alas...
*
* *
Fue también una noche de luceros.
Los de tus ojos claros me miraban
desde el cielo triunfal de la custodia,
que fulgía, de lumbres constelada.
¡Inefable quietud! En mí no había
ni loco anhelo, ni batir de alas:
sentía la caricia de tus ojos
¡y todo tu silencio, hecho palabras!
Pero ¿por qué tu voz, tu voz divina
al fondo de mí mismo me llamaba?
Calladamente, sosegadamente,
yo descendí hasta el fondo de mi alma.
¡Qué viaje de sorpresas inefables!
Aún su recuerdo el ánimo me embarga.
Primero, la negrura de un abismo,
donde, inquieto, mi espíritu temblaba;
18. Luego, una senda donde un sol naciente,
poco a poco, la niebla desgarraba,
y, al fin, en lo más hondo,
un surtidor de cegadoras llamas.
¡Era la luz que perseguía mi anhelo
por la comba lejana,
la Luz eterna, que se cree distante,
y está, como cien soles, en el alma!
*
* *
Desde entonces, Señor, yo no he soñado
de las estrellas con la luz lejana:
te llevo en mi ser en lo más hondo:
¡Tú eres la luz que el corazón buscaba!
En tu infinito resplandor se agota
el anhelo infinito de mis ansias
¡y se queman al sol de tus pupilas
los átomos de sombra de mis alas...!
Octubre de 1926
DE MARÍA:
El madrigal de tus ojos
Hay en tus ojos,
Virgen María,
no sé qué suave,
dulce fulgor:
cuando me miras,
allá en el alma,
calladamente,
se asoma el sol...
Mayo de 1925.
Madrigal guadalupano
Eras más blanca
que la azucena,
eras más clara
que el claro sol;
mas te quisiste
volver morena,
para robarte
mi corazón.
12 de Diciembre de 1925.
19. El poema de las rosas
Me gustaban las rosas, Madre mía.
Pero supe que un día,
en la gloria del alba deslumbrante,
tus manos luminosas
–nido de mi esperanza y mis amores–
tomaron un fragante
puñado de esas flores milagrosas,
llenas de transparencias y rubores;
y, obedeciendo a todos tus anhelos,
pintaron de una tilma en la aspereza,
con todas las bellezas de los cielos,
el cielo virginal de tu belleza...
Y hoy las amo, Señora,
con un amor que con tu amor se inflama.
Y al mirar que el abril las desparrama
con alarde gentil, y el huerto enflora,
cuajándolo de estrellas,
pienso en la dulce aurora
en que cayeron de tus manos bellas.
Y... sueño que en un día,
—en el alba, radiosa cual ninguna—
Tú me pondrás tus flores, una a una,
dentro del alma mía...
Y en esa tilma obscura,
de tosquedades y miserias llena,
las manos de tu amor y tu ternura
pintarán tu magnífica hermosura,
con milagro inmortal, Virgen Morena...
Diciembre de 1924.
DEL ALMA SACERDOTAL:
Dos Hostias.
En unas bodas de oro sacerdotales
Como infinitas veces,
alzáronse las manos consagradas;
y en medio del incienso
que subía de todas las plegarias,
brilló sobre las frentes,
brilló sobre las almas
todo el mundo de luz y de blancuras
que palpita en el sol de la Hostia Santa...
Pero esta vez, como si fuera en sueños,
20. me pareció que con la forma blanca,
me pareció que con la forma pura
otra cosa clarísima se alzaba,
y un mundo de recuerdos descendía,
y las manos temblaban,
y otra vez —como en día ya distante—
se arrodillaba, sollozando, el alma...
Y yo vi las dos hostias: la que ahora
al caer de la vida se levanta,
y es oro de crepúsculos
en la tarde serena y sosegada;
y la otra inmortal, hostia divina
de la primera Misa —ya lejana—,
reír del corazón enamorado,
porque el Primer Amor lo derramaba,
y reír de la vida,
bajo el rútilo sol de la alborada...
Fue un instante inefable,
de esos instantes que la vida embriagan.
Sentí su poesía
¡y me puse a cantar, porque lloraba!
*
* *
Hostia primera, de la Misa aquella
que no habrá de volver... ¡y nunca pasa!
deja que mire hacia tu sol naciente
¡y deja que te bese toda el alma...!
Fue... bajo el cielo azul de las primeras
inefables palabras;
fue cuando el alma, en toda la frescura
del amor virginal que la embalsama,
rompe sus alabastros, y hacia arriba
su perfume y sus músicas exhala;
cuando todo despierta
con impulso de alas,
y pasa por la vida
con todos sus tesoros, la mañana...
Las dos manos ungidas
se juntan sobre el pecho, que se abrasa.
―Introíbo ad altare... ¡Oh, Dueño mío,
me acercaré a tu altar‖, pues Tú me llamas!
Y subimos temblando, y con nosotros
subió nuestra esperanza,
y subieron, cantando,
todos nuestros anhelos, hasta el ara.
En ella, sobre el lino,
que extendía su albura inmaculada,
pusimos, reverentes,
una hostia muy blanca.
21. ¡Qué fiesta de blancuras! Sin embargo,
era más blanca, entonces, nuestra alma,
y era más blanco el rayo deslumbrante
de la Luz increada,
que, al dejar en el alma sus candores,
iba, con sus candores, a besarla.
Llegóse al cabo el turbador instante.
Caímos sobre el ara
con el alma en las manos
y el corazón entero en la mirada;
y todas las promesas
que en lo interior hablaban
pasaron por los labios, y cayeron
sobre la hostia blanca.
Luego... dijimos por la vez primera
las divinas palabras...
Rasgóse el fondo mismo de los cielos,
y... ¡Dios bajó! ¡y... arrodillóse el alma...!
Después, cuando elevaron nuestras manos
la Hostia consagrada;
y la vimos radiante, triunfadora,
como un sol en la noche de las almas,
la nuestra destiló toda su dicha,
se acallaron las ansias,
y todos los clamores impacientes
que en nuestro ser vibraban
se hicieron un silencio de ternuras;
murieron las palabras:
¡sólo habló nuestra nada, sólo ella,
con un canto dulcísimo de lágrimas...!
Así fue aquella Misa:
un rayo de la luz de la mañana;
un mundo de promesas
que la Hostia elevaba;
otro mundo más grande de ternuras;
frescura virginal de nuestra alma,
y Dios, que con su gloria la cubría,
y Dios, que con su beso la besaba...
*
* *
Hoy he visto elevarse
la Hostia de otra Misa, pura y santa:
es aquella que, al cabo de los años,
vuelve a ofrecer el alma,
y que renueva el infinito encanto
de la otra lejana;
la que se alza en la tarde, y es, como ella,
quietud, adoración y luz dorada.
No es el botón rosado
que en el día de mañana
22. romperá sus mil vasos de perfumes,
que ha de expandir el soplo de las auras;
no es el brote rïente, cuyos frutos
están en el verdor de la esperanza;
es la rosa de sedas orientales
—ánfora de fragancias—;
es el fruto que cuelga entre las hojas
su madurez magnífica y dorada.
Otra vez sobre el pecho
se juntan las dos manos veneradas,
y de nuevo se escucha, como un eco
de la estrofa lejana:
―Introíbo ad altare”.... Y una vida
con todos sus tesoros, se adelanta.
Porque esta vez la hostia
no espera sobre el ara:
la mies que el sembrador ha cultivado
tiene espigas doradas;
la viña del que ha sido fiel obrero
tiene ya en su lagar jugo que embriaga.
Y el alma deposita sus presentes,
y su oblación es la oblación del alma.
¿Que hay miserias en ellos
que el holocausto manchan?
Sí, sí las hay... Pero a Jesús le place
nacer sobre las pajas,
para cubrirlas con su gloria inmensa,
tocarlas con sus manos, e incendiarlas...
Sí, sí las hay... Pero también hay sangre
de martirios y lágrimas:
y a las almas en Cruz, Cristo desciende...
¡y en las almas en Cruz, Cristo se enclava...!
Se vuelven a decir con nuevo encanto
las divinas palabras;
tiemblan las manos otra vez, y tiemblan
en el pecho las ansias,
y... ¡baja el Dios excelso....!
¡y se arrodilla, sollozando, el alma...!
Y porque hay más perdones,
y se abren más los cielos, en la nada
hay más hondos silencios,
más ternuras, más éxtasis, más lágrimas...
Hostia dulce, que subes de la tarde
en la infinita calma;
que eres madurez, y vida plena,
y reír de opulentas otoñadas;
que sobrevives a los sueños todos
y a las promesas que, muriendo, engañan,
¡deja que desde lejos te salude
toda mi juventud, enamorada...!
23. *
* *
Claras hostias de amor, alfa y omega
de la vida que pasa,
que juntáis vuestra luz, en esta hora,
en los fulgores de una sola llama:
¡vean siempre mis ojos vuestros soles!
¡alumbre siempre vuestra luz mi alma!
Ilumina mi vida, Sol primero,
que me miraste en la imperial mañana...
Vuelve a regar de nuevo por mi senda
tu sonrisa de abriles y alboradas;
vuelve a quemar el haz de mis promesas,
en divino holocausto, sobre el ara...
Espérame en la tarde, Sol postrero,
tibio Sol del final de la jornada;
y sea en Ti mi vida,
y sea en Ti mi alma
un átomo de sombra que se pierda
en la luz de tu roja llamarada...
Diciembre de 1930.
DE LA HONDURA INTERIOR
Disonancia
Corazón: ¿por qué rompiste
la estrofa de tu silencio,
donde en un tiempo cabía
la plenitud de tu anhelo?
¡Quebraste todo el encanto
de tu divino secreto!
¡Diste todos los perfumes
de tu huerto...!
Ya no tienes una nota
para mecer tus ensueños,
que no sepan otros labios,
y, con ellos, el sendero...
Y sufres la disonancia
y el tormento
de oír mutilar afuera
la dulce estrofa de adentro.
Derrochaste tu tesoro,
pues dijiste tu secreto.
¡Y es más hondo tu vacío,
y tu dolor, más intenso!
24. Es un tormento callar,
pero, al fin, dulce tormento.
Corazón ¿por qué rompiste
la estrofa de tu silencio...?
Marzo de 1926.
Fuentecilla
No sé qué tengo desde hace poco;
no sé qué llevo dentro del alma...
Parece el canto
de fuente clara,
que se desliza
de la montaña,
regando copos
de espumas blancas,
y que, al arrullo de sus canciones
enamoradas,
de suavidades y de frescuras
me inunda el alma.
Vivía sólo con mi silencio,
en lo más hondo de mi morada,
como esperando no sé qué cosa,
no sé qué cosa que no llegaba,
cuando en la lumbre
de una alborada,
con dulces voces
que se quebraban,
brotó rïendo
dentro del alma
el cantarcillo que tiene arrullos
de fuente clara.
Pensé, al oírlo, que era la dicha
que yo esperaba;
dejé el silencio
de mi morada;
salí buscando
la luz del alba,
y, como en sueños,
oí que el alma
también reía,
también cantaba....
Y desde entonces oigo allá adentro
la fuentecilla divina y clara,
cuyos rumores fingen a veces
dulces palabras,
blandas querellas,
batir de alas,
25. brisas que juegan
entre las ramas.
Y, sin embargo, yo sé que siento
que algo me falta:
llevo la misma
sed en el alma,
porque despiertas
bullen mis ansias;
no son mis sueños
los que soñaba,
ni se han secado
todas mis lágrimas...
No sé qué tengo desde hace poco;
no sé qué llevo dentro del alma...
Pero parece que algo me dice,
con voz muy baja,
que no es el canto que tiene arrullos
de fuente clara,
el de la dicha
que yo soñaba,
que no ha llegado,
que tánto tarda...
Julio de 1925.
DEL ALMA RANCHERA
L’amor del yuntero
Jelipe quere muncho a Tomasilla,
l‘hija del mayordomo de l‘hacienda.
Dende una vez que, sin querer, la vido
con los trapos de fiesta:
las naguas de lujosa brillantina,
el listón encarnao de las trenzas,
el rebozo de puntas tornasoles
y el collarcito de brillantes cuentas,
creyó que contemplaba
lo q‘en el campo el corazón li alegra:
se afiguró el manchón de mirasoles
que se pone, en agosto, en la ladera;
las frutas chiquititas del madroño,
rojas como las fresas,
que las aves pellizcan en las ramas
y que l'aigre menea;
el chorrito de l'agua
que brinca del repecho de la sierra,
y que saca polvito cuando cai,
y que relumbra cuando el sol le pega...
¡Vaya si staba linda la muchacha...!
26. ¡No embalde era quen era...!
Y Jelipe sintió que toda l'alma
se l'iba detrás d‘ella...
Y dende aquel momento
nomás en ella piensa,
cuando, al cantar los gallos en el palo,
muncho antes que amanezca,
él se alevanta a madrugar, cantando,
los güeyes de l'hacienda;
cuando, al rayo del sol, a medio día,
echa surcos y surcos en la tierra;
cuando güelve del campo,
ya pardiando la tarde en l'arboleda,
detrás de los ganaos, que alevantan
espesa polvadera...
¡La quere el yunterillo!
¡Palabra que la quere dial deveras!
Es ella como agüita
de mayo pa sus penas;
lucerito de l'alba
que alumina su vida de tinieblas...
*
* *
Pero ella... ¡no lo quere...!
Al prencipio no creiba
qu'el probe juera a star enamorao
¡y muncho menos d'ella!
y ansí lo saludaba como a todos
los piones de l'hacienda;
pero ansina que vido que las cosas
andaban por deveras,
meramente por eso
no le volvió la cara ni siquera
Y cuando óiba cantar todas las noches,
allá, dende la cerca,
tamién ella cantaba,
nomás pa qu'él oyera:
"Yunterillo, tú stas equivocao...:
no jallas ni el camino de tus eras.
No vengas a trillar juntu a mi casa,
que me hacis polvadera..."
L'otra tarde volvía la muchacha
por l'angosta vereda
que cai del ojo de agua, culebriando,
y gana pa l'hacienda.
Llevaba, sobre l‘hombro, un cantarillo,
chorriando di agua fresca.
Atrás se bían quedao,
No se sabe por qué, las compañeras.
Allí le habló Jelipe. ¿Qué le dijo,
con los ojos clavaos en la tierra,
27. el gorro entre las manos,
la cara colorada de vergüenza?
¿Y qué le respondió,
qué le dijo ella,
q‘el muchacho se jué sin decir nada,
lo mesmo que si entonces
encima d‘él, el cielo se cayera...?
¿Quén hizo aquel incuentro...?
¿Pa qué se aguardó ella...?
Madrecita
de Guadalupe, Madrecita güena:
quítale al yunterillo ese cariño...
¡borra la veredita de la cuesta...!
*
* *
La noche de aquel día
Iba echando sus sombras dondequera.
En el probe jacal del yunterillo
preparaban la cena.
–Usté, má, ¿nuá sabido
que quero a la muchacha de l'hacienda?
–preguntaba el ranchero
a su má ña Teresa–.
– ¡Cómo no lué saber! ¡Si todo el mundo
lo sabe en la Calera!
–Hoy tarde l'incontré por el camino,
al bajar de la cuesta;
y viendo que no tráiba compañía,
ni s'incontraba naiden que nos viera,
yo... pos... le dije, má, que la quería...
y dispués... le pedí que me quisiera...
¡Pero ella no me tiene ni tantita
voluntá, ni querencia...!
–Hay qu‘esperar, Jelipe: que no es güeno
el amor sin pacencia.
–¡No, má! ¡Si no me quere! ¡Si me dijo...
(¡yo eso nunca lo créiba...!)
si viera que me dijo
que quén mi afiguraba q'era ella!
¡y que yo qué valía
pa q'ella me quisiera...!
–Pos... tú tienes la culpa, hijo del alma:
¡pa qué la juites a querer a ella...!
–Má: si semos lo mesmo:
¡tamién ella es ranchera...!
–Sí, Jelipe, ranchera; pero alvierte
q‘en toda la Calera
naiden tiene el dinero q'ellos tienen:
¡si su pá ya es el dueño de l'hacienda!
¿No ves que y'ha mercao
un apilo de tierras?
Ya son suyos los planes,
dende "el Mogote grande" hasta la presa,
28. las dos tablas de arriba,
toda la magueyera,
y dicen que mercó ya la güeyada
que bajó l'otro día de la sierra.
Nosotros, Jelipillo, semos probes;
tamos, como quen dice, en la miseria,
pos apenas tenemos
lo que tú te granjeas,
este probe jacal, con el ecuaro,
y algún tercio de leña,
¡y ésta porque en el monte hay muncha siempre,
y porque Dios a náiden se la niega...!
Ansina al yunterillo
le dijo ña Teresa.
Él se quedó agachao...; ella se puso
a calentar las gordas de la cena.
Tirao en un rincón, ullaba el perro;
chisporrotiaba en el fogón la leña,
y el viento de la noche parecía
q‘iba llorando ajuera...
*
* *
Dende entonces Jelipe ya nuá güelto
a pararse en la cerca,
donde l'iba a cantar a Tomasilla,
l'hija del mayordomo de l'hacienda.
ya no la mira nunca. Y hay quien diga
q'él tamién la desprecia...
Pero yo quise un día
preguntale por ella.
Y me dijo: "La quero como siempre...
¿No dicen que se borran las veredas,
pero nunca se vido que de l'alma
se borre la querencia...?
Porque l‘amor del hombre, si es del güeno,
sólo se dobla, pero no se quebra.
Mas ella m'hizo menos,
nomás por mi probeza,
¡y l'amor nuá de ser paque l'humillen!
¡ni puede ser a juerzas!
Pero a naiden lo digas:
estas cosas mejor que ni se sepan...
¿Qué no ves que los probes no podemos
precurar ni siquera que nos queran ....?
Noviembre de 1926.
DEL DIOS PEQUEÑITO
29. Sinfonía de Navidad
Allá van los peregrinos, silenciosos y olvidados...
De doquiera su pobreza dolorosa los rechaza:
¡se han cerrado los hogares y... también los corazones!
¡No hay posada!
Son los santos Peregrinos: el obscuro carpintero,
que "del Padre de los cielos es la sombra" sacrosanta;
la Doncella más humilde de las hijas de Judea,
más hermosa que la gloria de la luz en la alborada;
y, en el seno de la Virgen, el Dios fuerte, cuyo nombre
las estrellas han escrito con su lumbre soberana,
porque Él fue quien en los cielos encendiólas, como antorchas,
en la aurora de los mundos, con la luz de su palabra...
Ya se llega de los tiempos a la cima luminosa:
¡no eran sueños las visiones de profetas y patriarcas!
El Amor a quien cantaron en el arpa de los Salmos
los anhelos impacientes de la edad de la esperanza;
el Caudillo ―cuya gloria llenará toda la tierra‖
ya bajó de las alturas. ¡En Belén asoma el alba!
Pero no: si es negra noche,
y ha llegado la invernada.
Hace frío en las campiñas: es el frío de los hielos;
hace frío en las ciudades: es el frío de las almas.
Y se cierran los hogares y también los corazones...
¡No hay posada!
Pero ¿acaso en las mansiones opulentas de los grandes
no hay un pobre rinconcillo que brindar a los que pasan?
Es verdad: mas ¿quién no teme que la furia de los vientos
lo flagele con sus rachas?
En la Roma de los siglos, ancho mar a donde afluye
la infinita muchedumbre de los pueblos y las razas,
el Panteón abre sus puertas a los dioses extranjeros,
que lo pueblan en un triunfo de coronas y de estatuas.
¡Para Ti, Rey de los reyes, Dios y Rey del universo,
no hay posada...!
Pero dime, pastorcillo,
¿quién se acerca a las majadas,
que los vientos se adormecen,
que la tierra se embalsama,
que los aires han sonado
con los besos de unas alas,
que despiertan las ovejas
y calladamente balan...?
Son los santos Peregrinos, que caminan silenciosos...
No encontraron con los hombres el abrigo que soñaran,
y lo buscan en la inmensa soledad de la llanura,
bajo el arco de diamantes de la noche constelada...
30. Y cantaron los pastores con un canto que tenía
de los lirios de los valles la balsámica fragancia:
Dulce Niño: si te niegan un albergue los palacios,
¡ven! nosotros te daremos un rincón en la hondonada,
donde tienen sus rediles las ovejas baladoras,
y los pájaros sus nidos y los pobres sus cabañas;
te daremos un albergue,
si no lloras con el viento que se cuela entre las ramas.
será pobre tu refugio; mas en él, Divino Niño,
hallarás lo que Tú buscas: el albergue de las almas.
*
* *
Hoy también, como en la noche más hermosa de los tiempos,
Cristo llama a nuestras puertas, con dulcísima aldabada...
No es el canto de la brisa,
que modula entre las hojas; no es el roce de unas alas:
es el dulce Peregrino, que ha llamado suavemente,
con sus dedos invisibles, a la puerta de las almas.
Allí está, como en la noche del Cantar de los Cantares,
toda llena de relente la cabeza perfumada...
Yo lo he visto muchas veces a las puertas de los grandes,
donde tantas manos llaman...
Pero cerca pasa el viento, como el soplo de la muerte:
Se desnuda la arboleda, se estremece la morada.
¿Quién no teme los rigores implacables de los hielos,
en la racha que desciende del pinar de la montaña?
El cansado Peregrino seguirá llamando afuera...
¡No hay posada!
Nadie quiere darle abrigo;
nadie escucha su querella, que, dulcísima, reclama.
¡Cuántos hay que tienen miedo
de la infamia
de su manto de ludibrio,
de los rojos cardenales de su carne flagelada;
de su Cruz, que resplandece con las gotas de su sangre,
del estigma vergonzoso de sus cinco rojas llagas...!
Y Él se va calladamente... Yo lo he visto con tristeza
recorrer el horizonte llameante de mi Patria,
y perderse entre la sombra, suelta al viento de la noche
la blancura vaporosa de su veste inmaculada...
No, doliente Peregrino,
¡no te vayas, no te vayas!
Ya mi Patria tiene abiertos
los dos brazos al abrazo celestial de tu llegada,
roto el mágico alabastro del amor y los perfumes,
y la fe, viva y radiante, como el faro de sus playas.
Todo en ella es holocausto,
se levanta de los campos un incienso de plegarias,
reza el viento en la cimera de los pinos de sus bosques
31. y solloza con dulzura la canción de sus fontanas...
Aun hay muchos que te buscan,
que te esperan y te aman.
Cerca de ellos siempre tienes
el calor de sus ternuras y el calor de sus cabañas,
porque saben que eres suyo; que no temes la pobreza,
ni la furia de los vientos, que se cuela entre las ramas.
Después, ven hasta el secreto
rinconcillo de mi alma,
Tú, que buscas la pobreza,
pues naciste entre unas pajas.
Yo también soy pastorcillo:
los rumores del Bajío arrullaron mi cabaña.
Será pobre
tu morada:
un pesebre más inmundo que el pesebre en que naciste,
porque son más vergonzosas las miserias que lo manchan.
Pero el sol de tu presencia
besará todas las cosas con divina llamarada,
y habrá luz: la de tus ojos,
y cantares y sonrisas, y ternuras y fragancias.
Y esa dulce Nochebuena soñaré con el encanto
de que pagues en la gloria mi querer y mi posada,
hospedándome en tus brazos para siempre, para siempre,
cuando venga la inefable Nochebuena de las almas...
Diciembre de 1926.
Arrullos
Así te quiero y te sueño:
pobre, débil y pequeño,
como yo,
para verte sin temores
y decirte mis dolores
y mi amor.
No mirando tu realeza,
no temblará mi pobreza
con su cruz.
¿Que estoy temblando de frío...?
¿Pues no estás así, Bien mío,
también Tú?
Y eso mismo me enternece,
pues al verte me parece,
Niño Dios,
que, no obstante tu riqueza,
es la misma la pobreza
32. de los dos.
Así te sueño y te quiero:
que yo a tu gloria prefiero
–¿lo creerás?–
esa abyección que se queja,
y que por mí nunca deja
de llorar.
Así te quiero y te sueño;
me gustas así: pequeño,
Niño Dios;
pequeñito me enamoras,
porque tiemblas, porque lloras
como yo.
Así... ¡qué dulce el cariño!
¡Quién fuera de veras niño
como Tú:
todo albura de paloma,
todo música y aroma,
todo luz!
Quiero llegarme a tu lado,
y vivir allí confiado,
sin temor
de pensar que me rechaces
de esas pajas en que yaces
por mi amor.
Quiero ver en tus pupilas
—apacibles y tranquilas,
como Tú—
que se enjoyen esos sueños
que tengo en horas de ensueños
y de luz...
Quiero mirarme en tus ojos.
Allí, sin dolor ni enojos,
viviré;
y allí, con voces süaves,
aquello que Tú ya sabes
te diré...
Ese secreto escogido,
que tiene el alma escondido
para Ti;
el ritornello dorado,
que es tan dulce y regalado
repetir...
Después, si vivo escuchando
el divino arrullo blando
de tu voz,
y siento el alma tocada
de la inmensa llamarada
33. de tu amor,
ya sólo hallaré consuelo
en avivar el anhelo
de morir;
en esperar ¡ay! la aurora
mensajera de la hora
de partir....
*
* *
En tanto, déjame el sueño
de quererte así: pequeño,
como yo.
para verte sin temores
y decirte mis dolores
y mi amor...
Abril de 1928.
El último poema
Voy a dejar la lira que me diste;
mas temo darte su cantar postrero:
en el arte —y lo mismo en el sendero—
la postrera canción es siempre triste.
Y ¿cómo enmudecer sin amargura?
¡Por igual en la gloria y en lo adverso
ha reído en el alma de mi verso
el radiante esplendor de tu Hermosura!
Tú lo sabes, Señor: mi vida era,
con mi canto y mis sueños, más sentida.
Mas hoy dejo la lira. Estremecida,
brota del alma la canción postrera.
Hoy quiero tus secretas armonías:
halle nueva belleza en el camino,
y un nuevo resplandor —claro y divino—
en el sol inmutable de mis días.
Que sea mi callar ánfora plena
de inmensidad, de amor, de adoraciones:
si llenaste mi lira de canciones,
¡de adoraciones mi silencio llena!
Dame tu dulce paz, en la escondida
tristeza de mis íntimos pesares...
Y mientras vuelvo a darte mis cantares
¡déjame hacer el verso de mi vida!
3 de diciembre de 1933.
34. De Agua que corre, México, s. e., 1944
POR LA HONDURA
“Seigneur, que votre créature est
ouverte et qu’elle est profonde ! »
Paul Claudel
Hondura
¡Qué sentir este sentir!
¡Qué extraña profundidad
que conozco y desconozco,
por mi mal.
Sima cerrada y abierta,
tan distinta y tan igual;
tiniebla donde me pierdo,
luz donde no me he de hallar.
¿De qué me sirve esta hondura,
si me ha de engañar?
*
* *
Si me asomo hasta su borde,
siempre llamándome está;
si bajo, no llego nunca:
que se ahonda más y más.
Y no he de alejarme de ella:
que conmigo siempre va,
como algo mío, no mío,
porque está en mí, sin estar.
¿Para qué quiero esta hondura,
si no la puedo tocar?
*
* *
Piedras que al fondo se fueron
¿llegaron al fondo ya?
¿y eso que oigo, en mis silencios,
rodar, rodar y rodar...?
Sólo una vez han caído,
pero cien sonando van,
con voces que son a veces
un clamoreo de mar.
35. ¡Que me quiten esta hondura,
si no la habré de callar...!
Agosto de 1936
Romance del agua clara
Mi corazón era como
la linfa clara de un río.
Arenillas, hojas muertas,
guijas, y a veces el brillo
de alguna veta de oro,
como un lucero caído...
todo estaba en lo más hondo,
y nada estaba escondido.
Lo vieron todos los ojos,
menos los míos.
Vadearon, vadearon
muchos romeros el río...
Sólo vieron el tropiezo
de las guijas, los altivos,
y lo contaron al bosque,
y al viento, y al infinito.
Los pequeños se inclinaron,
y, después de haber bebido,
con un fulgor en el hueco
de las manos, con un brillo
en las pupilas, se fueron
por el camino:
¡la cinta gris, donde todos
nos olvidamos del río...!
¿Habré de sacar las guijas
de mi cauce cantarino,
o de esconder en la arena
las vetas de oro encendido?
¡Le pediré a la neblina
que empañe el cristal del río...!
Octubre de 1937
El poema de mis “nadas”
Si los dones son ley de la ternura
¡cómo no he de sentir las cobardías
que me han dado esta inútil amargura
de mis manos vacías!
36. Tengo, a lo más, algunas pequeñeces:
un quebrar, a las veces, palabras y albedrío.
Pero no sé beber hasta las heces
ni tu cáliz, ni el mío.
¿Pequeñeces o nadas?
¿Y es a ti a quien lo digo,
Amigo,
de las dádivas siempre desbordadas?
¡Nadas! Pero me cuestan de tal modo,
que ¡aun siendo para ti! no van sin llanto.
Nadas que cuestan tánto
¿no es porque son mi todo?
Mira, pues, la pobreza
de mi vida,
bajo del impetuoso caudal de tu largueza,
que ignora la medida de darse con medida.
Y, sin embargo, en sueños, oigo sonar tus voces,
y siento que me tiendes la mano traspasada.
Si Tú eres quien me pides —y Tú bien me conoces—
¡es que quieres mis nadas, porque son de mi nada!
Y entonces ¡oh, Dios mío!,
tengo el sueño inefable
de desbordar con ellas mi cáliz, hoy vacío,
¡y alzarlo hasta tu sed inagotable...!
Abril de 1939
Sobre el agua
¿Y por qué has de escribir sobre las aguas,
vientecillo,
si en su inquietud eterna
—movilidad de corazón vacío...—
no se queda ni el trazo vigoroso
que dejan con la quilla los navíos...?
Así le dije al viento,
y él me dijo:
―Tu incesante escribir sobre las almas
¿no es también sobre el agua, como el mío...?
Julio de 1938
El odio
Me atajó en el sendero, como lobo rabioso;
clavó las dos saetas de sus ojos en mí;
me envolvió con su aliento venenoso...
¡Momento doloroso,
37. que nunca presentí!
Porque antes, en mis múltiples rutas de peregrino,
ni lo vieron mis ojos, ni supe nunca de él.
¡Fue siempre tan seguro y abierto mi camino!
¡Nadie rompió la espuma de mi vino
con sus gotas de hiel!
Mas ahora que llevo viva su mordedura,
no lo habré de olvidar:
es una ciega zarpa de locura;
tal vez onda fugada de un cauce de ternura,
que arrolla y despedaza, porque no puede amar.
Mas, no obstante la recia sacudida,
la sorda vibración,
no me segó los haces de rosas de mi vida:
que llevo, al mismo tiempo que la carne transida,
intacto el corazón.
Volveré a mis senderos. Ya rompe la mañana;
vibra en todas las cosas un cantar.
Siento el alma lozana.
Y me invade —lo mismo que en la niñez lejana—
la inefable dulzura de no saber odiar...
Abril de 1937
Dar
Todo yo me di cien veces;
cien se me dieron a mí.
Dádiva por dádiva;
pero... yo perdí.
¿Perdiste de veras,
o lo crees así?
*
* *
Porque más te vale
dar que recibir,
dar sin recompensa:
que dar no es pedir.
El don verdadero
se da sin sentir.
*
* *
Fontana que siempre fluyes,
y no pareces morir,
más rica porque no sabes
38. que no te sabes medir,
¡Qué gozo tu gozo
de dar... porque sí!
Das, y estás colmada.
y eres siempre así:
intacto y entero
tu tesoro en ti.
Porque más te vale
dar que recibir.
Octubre de 1942
POR EL TAJO INSONDABLE
“Toute rose pour moi est peu au prix de son épine !
Peu de chose est pour moi l’amour où manque la souffrance divine! »
Paul Claudel
Dilema
Era todo tu afán estar conmigo..
¡y era la hora de volver al Padre!
Era el dilema eterno:
o partir... o quedarse...
La tierra, con mi amor, te retenía;
los cielos te invitaban a dejarme.
Tirado por dos fuerzas encontradas
¡ibas a desgarrarte...!
Pero el poder de Dios era en tus manos;
en tu pecho, su incendio inacabable:
dos cifras que te dieron
la clave.
Fundiste en uno solo tus portentos,
y en una tus ternuras inmortales:
hiciste un imposible de locura:
¡te fuiste... y te quedaste...!
Jueves Santo de 1938
El vendaval de la pasión
“Et c’est Vous que l’on appelait le fort et l’Inaccessible!
Le Ciel et la Terre interdits considèrent cette débauche indicible,
Ce scandale d’un Dieu ivre d’amour et blessé! “
Paul Claudel
Hoy no tengo, Señor, otra locura
que la de ser llevado del viento de huracanes
39. de tu enorme amargura.
¡Ser hoja desprendida,
que se abandone al vértigo
de tu recia avenida!
Hoy no tengo ni risas ni cantares:
que no me sabe nada
sino el sorbo salobre de tus aguas de mares.
Llene tu hiel mi boca temblorosa,
y en tus vórtices rueden estos pies, que no saben
correr a tu tiniebla luminosa.
*
* *
¡Y —libre y prisionero—
me pierda en Ti: que en Ti quiero perderme
por encontrarme en Ti, Dolor Primero!
Plenilunio de nimbos misteriosos.
Una quietud de ensueños, y tres hombres dormidos
a los altos luceros silenciosos.
¿Y este nevar de luna? ¿Y este sueño de estrellas?
Señor: o Tú me engañas,
o he perdido los ampos de tus huellas...
Él nada dice; pero me acerca hasta su pecho.
Y me sube a la frente la viva sacudida
de un dolor desbordado, como huracán deshecho.
¡Getsemaní! La tempestad interna:
el corazón de la Pasión de un día,
¡y la pasión del Corazón... eterna!
¡Y el alma, de rodillas!
La gota que se tiene por onda de tu piélago
¡y ni siquiera sabe a tus orillas...!
*
* *
Como inmensa oleada
la iniquidad te azota con su furia
y te cubre de espuma encenagada.
¿Que Tú eres ―el Dios fuerte‖?
¿Y esa angustia infinita y esa queja
del alma, que ―está triste hasta la muerte‖...?
¡Ay! todos nos perdimos por infinitos modos:
cada quien su sendero en la tiniebla...
¡pero Dios te ha cargado los crímenes de todos!
40. Como en un sueño trágico, vez alzarse en la altura
dos leños enlazados, y dos brazos abiertos
y una selva de puños, crispados de locura.
Y después, tramontando las edades,
los pies que pisotean tu Corazón herido,
duros a las divinas realidades.
Avenida impetuosa,
que te arroja en el polvo del Olivar, temblando
de pavores, tu carne dolorosa.
Cuando eras Tú, domabas el viento enfurecido.
Pero te hiciste, como yo, pecado,
y... ¡ya sabes caer, como vencido...!
Afuera, el plenilunio de nimbos misteriosos,
y una quietud de ensueños, y tres hombres dormidos
a los altos luceros silenciosos...
*
* *
De súbito, a lo lejos, se oyen sordos rumores,
y la penumbra del jardín dardean
sangrientos resplandores.
¡Es la traición! Ya suena
su tenebroso beso
sobre la nieve de tu faz serena.
¡No quiero ver su saña!
¡No quiero oír sus lobos
aullando en la montaña!
¡No quiero ver sus fauces!
¡Van a sorberse toda
la sangre de tus cauces!
No quiero verte, entre sus zarpas, preso,
mientras buscan los tuyos las sendas ignoradas
del olivar espeso...
*
* *
El impostor te acusa de imposturas;
aquéllos que no rasgan, de contrición, su pecho,
rasgan, al escucharte, sus ricas vestiduras.
¡Y en tus humillaciones
pone también sus manos el amigo,
con la injuria cobarde de sus tres negaciones!
*
* *
41. El pueblo te condena, y absuelve al homicida:
¡la increíble ceguera
de abrazarse a la muerte, por huir de la Vida!
El supremo Cobarde flagela tu inocencia:
¡engaño de acallar un vocerío
con una marejada en la conciencia!
*
* *
¿Vamos ahora por la selva obscura...?
Llévame de la mano: que no sé de tus huellas
ni sé de tu hermosura...
¿Quién me empuja en la sombra...?
¿Qué boca de blasfemias
en la sombra te nombra?
¡Obscura selva de la celda obscura!
Unos soldados ebrios, un puñado de varas
y una racha de abismo y de pavura.
Antro donde el infierno encerró sus tormentas,
para que descargaran en Ti sus remolinos
de befas y de afrentas:
El golpe de la vara que en tus carnes estalla,
con el choque sonoro con que baten las olas
el cantil de la playa.
El chasquido del látigo envolvente,
que te deja en el cuerpo, con su rastro de anillos,
su fina mordedura de serpiente.
Y todo sin cesar, como si fuera
granizada que rompe los rosales,
chubasco que encharcó la sementera.
El turbio salivazo
que te estalla en la cara,
y no sé si es blasfemia o latigazo.
Y el hincarte las ciegas puntas de los espinos,
que te rompen las fuentes de las venas
y las fuentes calladas de tus ojos divinos...
*
* *
Y ahí estás —―¡Ecce Homo!‖— befado y azotado.
Pero la turba clama: ―¡Crucifícale...!‖
con estruendo de mar alborotado.
*
42. * *
Allá vas, caminando por la doliente vía,
donde cedes al peso de la cruz espantosa
y al peso con que pesa toda mi cobardía.
Donde hallas las miradas
que fueron para Ti, cuando eras niño,
serenidad de noches consteladas.
Y hoy son como dulzura
de aceite efuso y embriagante vino,
pero también un soplo que enciende tu tortura.
Y donde, en medio del insulto espeso,
una mujer te cubre la cara con su toca
¡porque ya era dolor no darte un beso!
¡Beso valiente que yo quiero darte,
divina Faz, que tienes mi sangre y mi saliva,
para que ya no pueda negarme, ni negarte...!
*
* *
Pisas, al fin, la cumbre iluminada,
para tender los brazos sobre el duro madero,
y rendir, con el cuerpo, la jornada.
¡Al cabo, en su aspereza,
tienes, Señor, en donde
reclinar tu cabeza!
Mas la cruz se levanta y, en sus brazos triunfantes,
alza, como un trofeo, tu cansancio infinito,
que cuelga, suspendido, de las llagas sangrantes.
Ruge, al verte, la loca muchedumbre.
¡No es más áspero el viento
contra el recio ramaje del árbol de la cumbre!
¡Cómo tiras la savia por tus largas heridas!
¡Cómo tuerces las ramas, sedientas de rocío!
¡Cómo vuelan al viento tus hojas desprendidas!
Arriba, el ancho cielo, que parece implacable,
y un inmenso abandono
y un sol inexorable.
Abajo, el vocerío, los ojos inyectados,
las bocas espumosas,
los dientes apretados...
¡Y entre el cielo y la tierra, tu cuerpo estremecido,
como un racimo espléndido,
contra el lagar nudoso de la cruz, exprimido!
43. *
* *
Suena un clamor. Los orbes se estremecen
y los astros se manchan
de sangre, y se obscurecen.
Es la venganza enorme del abismo,
que, cimbrando sus senos
como en un cataclismo,
deja la tierra hendida,
como para que grite, por cien bocas abiertas,
la muerte de la Vida...
*
* *
El vendaval se ha ido...
Ahora es una brisa cargada de perfumes
de huerto florecido:
La brisa de vergeles del eterno collado,
del monte de la mirra, sobre el cual resplandece
tu cuerpo traspasado.
La brisa de tu sangre inmaculada,
que, al correr, arrastrando los crímenes del mundo,
en inmensa oleada,
va cantando hacia el Padre la estrofa indefinible
de la paz en la tierra y en los cielos,
que desarma su cólera terrible,
y lo inclina a la tierra, con las manos rendidas,
para mirarte en éxtasis...
¡y mirarnos a todos, por tus anchas heridas...!
Viernes Santo de 1938 y 1939.
POR LA ORILLA DEL SENDERO
“Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.”
Antonio Machado
Copla
Bajo el cielo de mi tierra,
una tarde del estío,
44. oí una voz que cantaba
por la orillita del río:
―A solas, y sin palabras,
te he de decir lo que ansío,
a solas, y sin palabras,
por la orillita del río...‖
Cayó la tarde, vencida;
quedó el sabinar sombrío.
Se fue quebrando la copla
por la orillita del río...
Agosto de 1940
Charquita de la quebrada
Charquita de la quebrada
de la sierra:
mira si nos parecemos,
como dos almas gemelas.
En el día, viento, polvo
y hojas secas;
y en las noches consteladas
de silencio y belleza,
vaso perdido en la sombra,
que se ha llenado de estrellas...
Octubre de 1934
Amar
Un solo pensamiento
y un recuerdo tenaz;
dos olas que, con júbilo de espumas,
en el mismo cantil sonando están;
Una palabra llena,
con anchura de mar,
que se dice cien veces, y cien veces
tiene frescor de novedad;
Un girar de la vida en otra vida
—alas que en torno de una llama están—,
y un sentir, en el vértigo del giro,
que se borra... o no existe lo demás;
Un afán de partir la misma suerte
—sorbo de hiel o suavidad de pan—,
que nunca dice ¡basta! y se transforma
en invasor anhelo de unidad;
Un gozo desbordado, que parece
que va a estallar,
45. y que sabe más hondo sin palabras,
y en soledad;
Una viva y quemante clavadura,
bajo la cual están
boca sellada, y ojos extasiados,
y manos extendidas para dar...
*
* *
O yo no he de entender esta amalgama
de sombra y claridad;
este abrazo de júbilo y tormento,
de duda y plenitud... o eso es amar...
Octubre de 1939
La tarde de Emaús
Iban, por el incendio de la tarde,
camino de Emaús.
Les pesaba en el alma todo
el escándalo de la Cruz.
Sentían infinita
sed de callar. Pero su desencanto
se iba haciendo palabras,
por no volverse llanto.
De pronto, un peregrino
marcha con ellos por la senda. Pero
¿para qué sirve, en la angustia,
compañía de extranjero?
¿Extranjero? ¿Y conoce
su desilusión?
¿Y tiene, a flor del alma,
la pregunta que sabe al corazón?
Ya no van los discípulos
hundida, sobre el pecho, la cabeza:
la dulzura de aquel ―¿Por qué vais tristes?‖
le dio un vuelco divino a su tristeza.
Ya vibra en sus palabras,
al hablar del Ausente, su alegría:
―Un gran Profeta poderoso en obras...‖
¿Sólo aquel extranjero no sabía?
Mas ellos ―esperaban‖...
Esperaban... ¡y él fue crucificado...!
¡Y estaban ya para caer tres días
sobre la piedra enorme del sepulcro sellado!
46. ¡Oh —les dijo el viajero—
tardos para entender las Escrituras!
¿No debe ser el grano de trigo hecho pedazos,
para que pueda alzarse, como hostia, a las alturas?
Y abriendo a los Profetas, en las páginas
de sangre, en que el abismo de la Pasión pintaron,
fue escribiendo un solo Nombre
allí donde los cielos lo callaron...
Era el momento augusto en que en las cosas
el sol, con flavos esplendores, arde,
y se alargan las sombras con las lumbres
de los últimos oros de la tarde...
Sobre el largo camino y sobre el valle,
la niebla que subía
era como un incienso
en la oración del día...
Iban llegado a Emaús.
Y el misterioso viandante
hizo ademán de seguir
por el camino adelante.
¡Qué dolor del final de la jornada
que se anduvo en segura compañía!
¡Cómo brotó del alma el dulce ruego:
―Quédate con nosotros, porque se muere el día‖!
Y entraron. Él, absorto
en un sueño divino;
ellos, como embriagados todavía
por las hondas palabras del camino.
Después, aquella cena...
—―¡la cena que recrea y enamora!‖—
en que la noche tuvo
un resplandor de aurora:
Aquel rostro encendido,
aquellos ojos, fijos en los cielos,
aquel partir del pan, como en un éxtasis,
que, de pronto, rasgó todos los velos.
¡Era Jesús! Los discípulos
vieron las lumbres de sus llagas bellas,
y sintieron el alma constelada,
lo mismo que un remanso que se inunda de estrellas...
Y como el día, cuando estalla en voces,
sus pechos estallaron de alegría,
mientras, en lo más hondo,
como una llama, el corazón ardía...
47. Extranjero:
En el sol de mi camino
déjame oír tu voz —cielo y hondura—;
dame a gustar del ágape de tu pan y tu vino,
¡quema todo mi ser en tu ternura...!
Agosto de 1941
POR EL SURCO
―Como el olor de un campo cuajado de verdores, que bendijo el Señor‖.
Génesis, XXVII, 27
Era muy linda la niña
Era muy linda la niña
que me robó l‘amor mío...
Rancherita, pero bella,
como la flor del crucillo;
chiquita, pero preciosa,
como estrellita en el río.
Cuando cantaba, cantaban
con ella los pajaritos;
cuando andaba, se mecía
como espiguita de trigo.
Y era el color de su cara
como el color encendido
que tienen los mirasoles
que nacen en los baldíos.
¡Por eso yo la quería
como a naiden he querido!
Mas ¿cómo jue que una vez
dejé de verla, Dios mío...?
Recuerdo que era una tarde...
¡Todo el rancho me lo dijo!
¡Ay, naiden me lo dijiera:
yo me lo hubiera sabido:
que ya no salió a la cerca,
ni bajó por agua al río.
Vino el dotor dende el pueblo.
Yo jui a dejarlo al camino;
y, aunque uno no entiende bien,
comprendí lo que me dijo...
Una vez salió Nuestro Amo
de su casa. Los vecinos
se juntaron por ajuera,
poco a poco, entristecidos,
quitándose los sombreros
y hablándose muy quedito...
Adentro, se oyó rezar,
y dispués... ¡se oyeron gritos!
¡Sentí perder la cabeza...!
¡Me mataba aquel gentío...!
48. ¡Y me salí, trompezando,
pa llorar nomás conmigo...!
Otro día,
tempranito,
salió para el camposanto,
en una caja de pino,
llenita de cinco-llagas
y de lirios.
Y dicen los que la vieron
—¡que mucha gente la vido,
pero yo no tuve juerzas
ni valor, pa resistilo!—
que ansina les parecía
como que se bía dormido.
Estaba el campo re chulo,
cubridito de rocío:
¡que hasta las yerbas lloraban
de ver que la bían perdido!
Sólo a mí no me salía
ni una lágrima, ni un grito.
Llegamos. Todos prendieron
unos cabos amarillos.
Bajaron aquella caja;
se oyó el golpe de los picos,
y luego... ¡No, lo demás...
yo no pudiera dicirlo...!
Al volver, no sé ni cómo
pude dar con el camino...
¡Ay, d‘entonces
yo no vivo!
Cien veces me jui del rancho,
y las mesmas q‘he volvido;
huyo su casa, y sin verla
no jallo ningún alivio.
Siento un peso aquí en el alma,
como de plomo y de frío...
Mirasol, que te has secao;
estrellita, que te has ido,
¿por qué, si tú ya no vives,
yo ni me muero ni vivo...?
*
* *
Me lo contaba un ranchero,
bajo del arco infinito,
volviendo los dos del monte
camino del caserío.
En tanto, sobre las cosas
la noche había descendido;
perfumaban mirasoles
en la paz los baldíos,
y una estrellita temblaba,
49. como lágrima, en el río...
Agosto de 1935
POR EL CAUCE DE LAS TINIEBLAS
“Entre tinieblas me ha hecho andar...”
Lamentaciones, III. 2
Queja a mi madre
Desde el día que te fuiste,
se me quedó esta queja, encadenada,
que hoy, rompiéndome los hierros,
se me va de las entrañas
con libertad de grito
y libertad de lágrimas.
Ni puedo detenerla,
ni quiero que se vaya.
¡Tortura de un queja,
cuando se tiene el alma
demasiado llena
para palabras...!
*
* *
Yo tenía
tus miradas:
un azul de remanso
de aguas claras.
Para mí, cuando era niño,
en ese azul Dios estaba,
y estaban todas las cosas
transformadas:
alto vitral de un templo,
donde reía el alba.
Más tarde, cuando el vuelo de la angustia
cruzó tus aguas claras,
tú llevaste sus sombras
en el alma;
pero yo tuve siempre
todo el azul de Dios en tu mirada.
Mas hoy la rama negra de la muerte
quebró tus aguas...
*
* *
Yo tenía
tus palabras:
rocío para esta tierra
que no se sacia.
50. Rocío lento,
de madrugada,
que caía luminoso
y empapaba;
rocío como caricia
de manos inmaculadas,
sobre las flores rotas,
sin lastimarlas...
Mas ¿para qué vivo ahora,
si no lo siento en el alma?
¿Para qué quiero esta tierra
agrietada,
y esta sed, y este silencio
que me mata...?
*
Yo tenía un amparo:
tus manos santas.
Seguro estaba en ellas,
más que las hojas en la rama,
como la paloma de los Cantares
en la grieta viva de la muralla.
Y aunque, a veces, mis caminos
de tus manos me arrancaran,
las sentía en lo más hondo
tirar de mí, como un áncora,
tirar de todo mi ser
hacia el azul abrigo de tu playa.
Mas hoy ¿qué será del barco
sin amarras?
¿de la paloma, en el vértigo
de las rachas?
¿de la hoja desprendida,
por los vientos aventada...?
*
Yo tenía
una dádiva:
la dádiva radiante
del amor que no engaña.
Amor, que, siendo silencio,
era voz y plegaria;
que enriqueció mi pobreza
con su abundancia,
y que dio, por mi sol y por mi júbilo,
su tiniebla y sus lágrimas.
¡Divina y terrible
tu dádiva,
51. amor que no eres
moneda falsa!
Pero ahora voy solo
por la senda cerrada.
Entre tu ser y el mío,
ni señal, ni palabra.
Y las manos, abiertas y tendidas
a la imposible dádiva...
*
* *
Antes de que te fueras,
el dolor te hincó sus garras.
Y tú, que callaste siempre,
te quejabas.
Era tu queja como
una llamada larga,
como el gemido de una puerta
que para siempre se cerrara...
Era esta queja mía,
que hoy me rompe los hierros y se me va del alma.
Porque yo, que de ti no tengo
nada,
sólo tengo tu grito,
clavado en las entrañas...
3 de enero de 1942
Lucha
¿Y de dónde esta lucha
que no entiendo...?
Tú me llamas amigo,
yo, cobarde, te niego;
Tú, constante, me esperas,
y yo engaño tu anhelo;
Vas siguiendo mis pasos,
y yo cambio el sendero;
Me llamas con tus silbos,
y tus silbos desprecio.
Si en las albas me miras,
a todas estoy ciego;
Si en la noche me buscas,
en la noche me pierdo;