Vivir en paz es el anhelo de la mayoría de los habitantes del planeta, aunque, por desgracia,decir mayoría implica que algunos no están de acuerdo. El pequeño grupo de individuos que detentan el poder político y el económico (y a veces ambas cosas a la vez), coloca su ambición desmedida por encima de los derechos de todas las especies que pueblan el planeta, incluida la especie humana. Pretextos abundan, la religión, la patria, la soberanía, las fronteras, cualquier artificio de tantos que hemos inventado para diferenciarnos unos de otros mientras invocamos la unidad. En esta novela intento explorar, con la falta de seriedad que el asunto amerita, la situación de una de las zonas del planeta donde la paz ha estado ausente durante los últimos cinco mil años. El conflicto árabe-judío es relativamente reciente, aunque convive con otras dificultades un tanto más añejas: la confrontación árabe-persa, la turco-árabe, la libio-árabe, sin olvidar la árabe-árabe; aunque por supuesto hay otros antecedentes que se pierden en el tiempo: la enemistad egipcio-judía, la asirio-judía, la hitita-judía, la fenicio-judía, la griego-judía, la romano-judía. Algunos de estos malentendidos han dejado de tener vigencia porque los cretenses y fenicios se cargaron a los hititas, los persas a los asirios, los griegos a los persas, los romanos a todos los que se les pusieron enfrente, los ostrogodos a los romanos, los árabes a los egipcios (a lo que quedaba de ellos), los cruzados a los árabes, los turcos a los cruzados, a los árabes y de paso a los bizantinos y así hemos seguido hasta nuestros días. La paz no se vislumbra en el horizonte, los musulmanes claman con ira que no debe haber judíos en Medio Oriente, lo gritan desde sus enclaves tradicionales y desde sus nuevos asentamientos en París, Berlín, Barcelona, Nueva York, Río de Janeiro, Ginebra o Melbourne. En una época en que se puede ser católico en Pekín, copto en Amsterdam, animista en Moscú, judío en Mumbai, musulmán en Roma, evangélico en Yakarta o budista en Buenos Aires, los reclamos territoriales se antojan absurdos, sin embargo siguen siendo prioritarios en las asambleas de la ONU, para gloria y fortuna de la industria bélica.