1.
Argentina 17/07/2019
"Todo está clavado en la memoria, espina de la vida y de la historia", nos recuerda León Gieco. Una espina que nos
atraviesa desde aquel lunes 18 de julio de 1994.
De Olvidos y Memorias
El olvido se oculta, quizás, en los modos mismos de conmemoración: el
establecimiento de fechas y lugares de recuerdo puede confinar el
acontecimiento –la masacre y la destrucción- a un espacio de simbólica
rememoración, cuando, en realidad, se trata de algo más que el abrazo a los
familiares de las víctimas. Aquí –en Argentina, en Israel, en el mundo entero-
se trata de elevar el sentido de la memoria: como dice el historiador Yosef
Jaim Yerushalmi "poder enfrentar a los traficantes de documentos,
revisionistas de las enciclopedias, conspiradores del silencio"
Por Moshé Rozén, desde Nir Itzjak,Israel
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2. No, no percibimos a las 9 y 53 el sísmico estruendo que conmocionó al
barrio de Once y otras zonas porteñas, pero el eco de la explosión que
demolió al edificio de la AMIA recorrió –también- el mapa de Israel cuando
un «break» radial trajo el siniestro argentino a nuestras calles, habituadas
ya a la guerra y al terror.
De pronto, desaparecieron los doce mil kilómetros de distancia: Israel
estaba ahora en Pasteur y Viamonte, como estuvo –dos años antes- en
Arroyo y Suipacha. El impacto colectivo excedió el sentimiento de
solidaridad y preocupación; así como en el atentado contra la Embajada de
Israel, el atentado contra la sede central de la judeidad argentina transladó
el campo de batalla del Oriente Medio a otro escenario, a otras latitudes.
Sin embargo, el ámbito del atentado ya había sido escena de muerte y
terror: hace cien años, en enero de 1919, veinte años antes de la
Kristallnacht, judíos fueron golpeados yarrastrados por sus barbas allí
mismo, en Azcuénaga y Lavalle, Corrientes y Junín, Tucumán y Ecuador. El
18 de julio de 1994 resucitó el Koshmar, la pesadilla de la Semana Trágica,
no sólo el horror de la agresión: algo tal vez peor, el encubrimiento y la
impunidad.
NUEVA SION fue el primero en advertir la sombra de la impunidad, en la
nota editorial publicada tras el atentado, exigiendo al Presidente Menem
cesar la desinformación.
A veinticinco años del atentado, el reclamo de justicia tiene otro enemigo
sigiloso: el olvido.
El olvido se oculta, quizás, en los modos mismos de conmemoración: el
establecimiento de fechas y lugares de recuerdo puede confinar el
acontecimiento –la masacre y la destrucción- a un espacio de simbólica
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3. rememoración, cuando, en realidad, se trata de algo más que el abrazo a
los familiares de las víctimas. Aquí –en Argentina, en Israel, en el mundo
entero- se trata de elevar el sentido de la memoria: como dice el historiador
Yosef Jaim Yerushalmi «poder enfrentar a los traficantes de documentos,
revisionistas de las enciclopedias, conspiradores del silencio»
Memoria del atentado a la AMIA como mensaje que trascienda
generaciones, que no se quiebre ante el silencio cómplice, que no se rinda
al dolor de la espina. Ese mensaje, es, en definitiva, un Nunca Más a todos
los que mantienen la injusticia y la impunidad, a todos los que todavía
pregonan odio y discriminación.
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