PrimeraExpediciónMisionera
Roma, 14 de junio de 2017
Queridas Hermanas,
Siempre es una gran alegría llegar cada mes en esta especial
celebración del 140 aniversario del primera Expedición
Misionera.
Me imagino que cada una se está preparando con alegría a emprender un nuevo horizonte
apostólico, entrando en la barca de nuestra GRAN EXPEDICIÓN MISIONERA. Como ya hemos
dicho muchas veces, todas estamos implicadas en este significativo evento. Metafóricamente me
permito deciros: Ninguna puede permitirse mirar de lejos la nave que parte y permanecer como
antes. Desde que partió la nave Saboya desde el puerto de Génova, el Instituto de las FMA ha
asumido radicalmente y para siempre su fisonomía misionera. Esto es muy lindo y nos hace ser
FMA en salida misionera, allí donde estamos, pero, con el corazón y la mente abiertos a los
horizontes del mundo.
En este sentido nos interrogamos: ¿Qué se mueve dentro de mí cuando escucho hablar de la primera
Expedición Misionera? ¿Qué siento en mi corazón cuando me confronto con la vida de las primeras
seis FMA misioneras ad gentes? ¿Cuánto se amplía mi mirada cuando miro el mundo, la realidad,
con la mirada misionera de Madre Mazzarello y de Don Bosco? ¿Qué cambia en mí?
En el mes de marzo hemos dedicado el mensaje del día 14 a dos misioneras de la primera hora: Sor
Teresa Gedda y Sor Ángela Cassulo. En el recuerdo del centenario de su muerte (1917 – 2017),
hemos querido ofreceros un rápido acercamiento a cada una. Sin embargo, es nuestro deseo retomar
nuevamente su historia, para que sean mayormente conocidas y para que nos ayuden a mantenernos
fieles en nuestra consagración.
Hoy nos detendremos en la vida de Sor Ángela Cassulo. Según su perfil biográfico publicado en
un pequeño, pero precioso folletito (Cenni Biografici delle FMA defunte nel biennio 1917 – 1918.
Torino, 1959), Sor Ángela entró a Mornés en el tercer año de vida del Instituto. Hizo la primera
profesión el 28 de agosto de 1875, en las manos de Don Bosco, durante la misma celebración en
que Madre Mazzarello emitía su profesión perpetua. Por toda la vida, la cocina fue su altar y
lugar de crecimiento en la santidad: en Mornés, en Borgo S. Martino, después en diferentes casas
de América. No había jamás pensado de hacer la petición misionera, pero cuando surgió la
oportunidad ha quedado disponible… ¡si pudiera servir de algo! Una vez que partió, no regresó
más a su patria.
Es importante tomar conciencia que no es aquello que hacemos lo que nos hace más o menos
buenas, más o menos santas, sino el cómo lo hacemos, cuál espíritu nos mueve desde dentro y
nos hace ser misioneras de alegría y de esperanza, también en una cocina, como ha hecho y vivido
Sor Cassulo.
Junto con Sor Ángela Vallese y otras dos FMA, Sor Ángela Cassulo entró a la Patagonia al inicio
de 1880. Carmen de Patagones y Viedma han sido su tierra de misión hasta el final. Allí ha gastado
la vida en la cocina, afrontando, con generosidad y humildad, fatigas, sufrimientos, dolores físicos,
tantas carencias de medios, los pesados trabajos agrícolas y las diversas industrias que las
misioneras debían hacer para tener lo necesario para el hospital de Viedma. Sor Ángela era toda
bondad para las hermanas y para la gente del lugar. ¡Nada para sí misma! Capaz de sacrificios
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inmensurables y de una sabiduría muy concreta, decía con sencillez que el Espíritu Santo era “su
Director espiritual”.
En toda su vida no buscó más que hacer la voluntad de Dios, y este es el rasgo peculiar de su
figura. Delante de las más graves dificultades, repetía solo y siempre su habitual: “¡Todo como
Dios quiere!”. De la vida de Jesús, le atraía particularmente la infancia y la pasión dolorosa.
Precozmente envejecida por la fatiga y por el agotamiento, permanece juvenil, conservando su
cándida sencillez y el fervor del espíritu. En los cuatro largos y dolorosos meses de enfermedad que
precedieron el fin, supo mantenerse serena, tranquila, alegre y bromista. Con frecuencia repetía:
“Lo mejor es hacer bien la voluntad divina y estar tranquila en las manos de Dios”.
El 28 de marzo de 1917, recibida la Comunión, serenamente cerró los ojos. El Inspector Salesiano,
Don Luis Pedemonte, rompiendo el silencio de aquel momento, trazando un último signo de
bendición, exclamó: “¡Un ángel ha dejado ahora la tierra: ángel de nombre y de hecho!”.
Queridas hermanas, en este 14 de junio os invito a tener presente dos intenciones en la oración. La
primera por todas las hermanas y las personas que conocemos que llevan el nombre Ángela.
Para ellas pedimos el don del Espíritu Santo para que sean en su cotidiano “¡ángeles de nombre,
ángeles de hecho!”.
Después, os invito a escribir y dejar sobre el altar durante toda la jornada el nombre de todas
las hermanas que conocéis que han trabajado o todavía trabajan en la cocina. Son tantas las
hermanas en la historia del Instituto que se han gastado y todavía gastan la vida por las y los
jóvenes en la humildad y en el silencio de una cocina. ¡Son tantas las hermanas que han dado y
todavía dan más sabor a la vida de los demás, no obstante lo escondido, los sacrificios, los
cansancios… de una cocina! Son tantas las hermanas que viviendo su servicio-misión, siempre en
una cocina, han hecho propias las palabras de Jesús: “¡Para que todos tengan vida en abundancia!”.
Es bello reconocer el trabajo de las cocineras porque ¡ellas nos dan vida y nos mantienen con vida!
También el Ámbito de las Misiones quiere dar un gracias particular a estas hermanas nuestras y lo
hará con la oración para cada una de ellas.
Hermanas, os agradezco por la comunión de vuestra oración y porque vuestro corazón se prepara
con entusiasmo y generosidad a nuestra GRAN EXPEDICIÓN MISIONERA.
Os dejo para vuestra reflexión personal y comunitaria el bello testimonio proveniente de la
Inspectoría “San Francisco Javier” - ABB - donde Sor Ángela Cassulo ha vivido gran parte de su
vida en un significativo compromiso misionero ad gentes.
Con afecto de hermana, un fuerte abrazo.
Consejera para las Misiones
alaide@cgfma.org
Sor Ángela Casullo pertenece al grupo de las misioneras pioneras, que el Instituto naciente de las
HMA, envió a estas tierras de América el 14 de noviembre de 1877.
Vivió la experiencia fundante mornesina y de esa fuente carismática de los orígenes, bebió junto a
la Madre Mazzarello y a las primeras Hermanas, ese Amor a Jesús y al Reino de Dios, que la
hicieron llegar desde aquel pueblito de Mornés, atravesando el inmenso océano, a la soñada
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América: Villa Colón y ya en 1880 Carmen de Patagones, centro de la misión entre los indios de la
Patagonia Argentina y más tarde, Viedma en Río Negro. Nada la detuvo, eran “tiempos realmente
heroicos” de la misión salesiana en la Patagonia árida y despoblada. Deja realmente todo, familia,
país, lengua, costumbres. Abierta a los proyectos misioneros de Don Bosco, desafía impopularidad,
peligros y riesgos de toda clase. Su vida narra como la de los primeros apóstoles y discípulos, todo
lo que Dios ha realizado por medio de ella.
En varias cartas de la Madre Mazzarello, Sr. Ángela es mencionada con ese cariño materno, con el
que Maín sabía llegar al corazón de sus hijas, conociéndolas una a una (Cartas 6, 7, 22, 25, 27, 33,
37, 47, 55). Cuando se dirige a ella al estilo de Jesús, la Madre utiliza aquellos signos y gestos que
aluden a lo cotidiano, invitándola a encontrar a Jesús en la contemplación de la vida sencilla y
familiar de la comunidad misionera: “¿Sigues siendo cocinera? A fuerza de estar junto al fuego, a
estas horas estarás encendida de amor de Dios, ¿no es verdad?...” (C. 22,11).
El legado que nos deja Sr. Ángela es esta sencillez de vida de los pequeños del Evangelio, que en
lo simple y ordinario de la vida, encuentran la oportunidad de descubrir la presencia de Dios en la
historia presente y los hace capaces de vivir en la contemplación del cotidiano.
Muchas veces sin querer, en la historia de nuestras Inspectorías, se ha desdibujado y tergiversado
esta herencia carismática. Hemos enaltecido quizás, a aquellas Hermanas que han tenido
posibilidad de estudiar y capacitarse, de aquellas que entregaron toda su vida en los quehaceres
más sencillos de la comunidad: cocina, despensa, lavandería, portería… Sin querer, hemos
jerarquizado expresiones de la única misión exaltando los dotes intelectuales sobre los manuales,
las dedicadas a obras escolares sobre aquellas de tiempo libre y obras periféricas.
Hoy Sor Ángela nos vuelve a recordar la esencialidad de la vida consagrada salesiana, centrada
en el amor a Jesús y a su Reino, sin medir sacrificios ni entregas, porque nos consagramos para
darlo todo… hasta la vida, si fuera necesario.
Hoy Sor Ángela nos vuelve a despertar el encanto de la vida religiosa que Dios ha instalado en
nuestro corazón, para que nuestra vida sea plena, abundante, digna, feliz. Nos vuelve a interpelar
con su vida apasionada, cercana a la gente, a los más pobres, abrazando desde los pobres a todos,
con el estilo de Jesús que optó por ellos, porque tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios.
Hoy Sr. Ángela nos invita a corrernos de nuestros lugares de confort y de prestigio, de nuestras
seguridades, porque la necesidad de la juventud más abandonada nos interpela y cambia nuestros
proyectos e itinerarios… el contacto con los jóvenes más pobres, nos moviliza, nos desinstala.
Nuestra consagración salesiana sin mística y alejada de los jóvenes más pobres, sólo se transforma
en una vida religiosa “de sofá”.
Hoy Sr. Ángela nos vuelve a mostrar el camino de santidad salesiana legado en estas tierras
patagónicas, donde crecieron frutos de santidad juvenil: Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá,
hijos de culturas originarias de América, que supieron valorar el testimonio de sus educadores en
la propuesta del Evangelio, dando la vida por Jesús y por su gente.
[La vida de Sor Ángela Cassulo] nos movilice a contagiarnos y a seguir sus huellas de santidad,
recreando su intrepidez evangélica y su audacia misionera.
M. L. R. fma
Bahía Blanca