HOMILÍA DEL DOMINGO VII DEL TO. CICLO A. DIA 23 DE FEBRERO DEL 2014. Amar a los nuestros
1. Amar a los nuestros, amar a los que nos hacen bien lo hace
cualquiera. Para eso no es necesario creer en Jesús.
Al escuchar el Evangelio del día de hoy alguien puede pensar: ¡Cualquiera cumple
esto! Pero es que Jesús no nos pide cosas imposibles. Tenemos que pensar que
algunas palabras de Jesús en este Evangelio no hay que tomarlas tal como suenan; no
hay que tomarlas al pie de la letra.
Haríamos el tonto si, cuando nos dan una bofetada, presentáramos la cara para que
nos dieran otra. El mismo Jesús no lo hizo cuando fue abofeteado ante Anás, sino que
dijo al que lo había abofeteado: «Si he hablado mal, muéstrame en qué; pero si he
hablado bien, ¿por qué me pegas?» Gn 18,23). Lo que Jesús nos pide es
mansedumbre y que tengamos el corazón limpio de rencor.
Jesús rechaza la famosa ley del Talión, del «ojo por ojo, diente por diente». Por esta
ley, si a mí alguien me quitara un ojo, yo le podría quitar a él otro; es decir, yo le
podría hacer el mal que él me hiciera a mí. Esta ley tenía de bueno que no nos
pasáramos, porque la tentación que tenemos es de quitarle los dos. Pero con esta ley
nos ponemos en el camino de la violencia: la de contestar a la violencia con la
violencia, y no acabaríamos nunca. Jesús, en cambio, nos trae la ley del amor.
Nosotros muchas veces practicamos la ley del Talión. Es lo que sucede cuando un
niño vuelve del colegio y dice que un compañero le ha pegado, le ha roto la carpeta o
quitado un bolígrafo. ¿Qué se le dice en casa? «Defiéndete, pégale tú también, no
seas tonto». Es la ley del Talión.
Una madre, en cambio, tenía un hijo llamado Carlitos.
Otro compañero llamado Andrés le hacía en clase la vida imposible e incluso le
quitaba cosas. Los maestros no conseguían nada con aquel niño, pese a los castigos.
Los padres eran un desastre. ¿Qué hizo la mamá de Carlitos? Va un día a la escuela,
llama a Andrés y como mamá de Carlitos le da una caja de bombones; desde
entonces Andrés y Carlitos fueron siempre amigos. Esta es la ley del amor.
Nos resulta fácil amar a los nuestros aunque a veces haya problemas de convivencia,
sea por el carácter o temperamento, sea por otros motivos. Pero a la hora de la
verdad, cuando nos sentimos enfermos, son ellos los que están a nuestro lado.
Sabemos que podemos contar con ellos y ellos saben que pueden contar con nosotros.
Amar a los nuestros, amar a los que nos hacen bien lo hace cualquiera. Para eso no es
necesario creer en Jesús.
En cambio, para amar a nuestros enemigos hay que creer en Jesús, hay que ser
cristianos de verdad. Está claro que un enemigo nos resulta antipático y desagradable,
pero no podemos desearle mal; al contrario, hay que hacerle todo el bien que
podamos. Claro que esto es algo divino; es Dios el que envía la lluvia para los buenos
y para los malos, y hace salir el sol para todos. Dios nos ama, no porque nosotros
seamos buenos, sino porque Él es bueno.
Y este es el amor que hemos de imitar; de este modo yo amaré a los demás, no
porque sean buenos, sino porque yo soy bueno y deseo serlo cada vez más.
Defendamos nuestros derechos pero perdonemos a los que nos ofenden para que
podamos rezar aquellas palabras del padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden».