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– LOS PERSONAJES DE XENA Y GABRIELLE SON PROPIEDAD DE
MCA/UNIVERSAL. ESTA HISTORIA NO PRETENDE INFRINGIR LOS
DERECHOS DE AUTOR. LO ÚNICO QUE SE BUSCA ES ENTRETENER Y
DIVERTIR.

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– TODOS LOS DEMÁS PERSONAJES, ECEPTO LUCY LAWLESS Y
RENNE O`CONNOR SON PRODUCTOS DE MI IMAGINACIÓN AL IGUAL
DE TODOS LOS REMEDIOS, CEREMONIAS Y DEMÁS, así QUE NO
INTENTES LLEVAR NADA A CABO.

– ESTA HISTORIA ESTA CARGADA DE SUBTEXTO así QUE sí EL

AMOR TE ESCANDALIZA Y NO CABE EN TI LA POSIBILIDAD DE QUE
PUDIERA DARSE EN CUALQUIER CORAZÓN, AUNQUE ESTOS
PERTENEZCAN A DOS MUJERES NO SIGAS LEYENDO.

Si deseas darme una opinión sincera y”seria”de este relato, puedes

enviarlos a Genix.

“DESTINO”

La noche había sido más que maravillosa, era difícil de suponer que

mis esfuerzos por agradar a la familia de Don habían surtido efecto. De algún
modo quería que fuese así, al fin y al cabo de ello dependía, en parte, el

futuro de nuestra relación. El me había comentado durante días que o no

convendría hacer para ser aceptada en su clan. Por su actitud optimista de
regreso a casa sabia que todo estaba bien.

Al aparcar el coche ante mi puerta vi como Don con su cara aún

risueña y sin mirarme siquiera rebusca algo entre sus ropas, y es en el

pequeño bolsillo interior de su chaqueta donde parece encontrarlo. De entre

sus dedos saca una pequeña cajita que, sin ninguna ceremonia ofrece a mis
ojos mientras la abre.

Su sonrisa, segura de sí misma aún en su cara, y en la mía, una

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tremenda sorpresa.
– Don, ¿qué significa esto?
– Sólo lo que supones. -respondió aún sonriente.
– Pero, pe...

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– Es lo que querías ¿no?
– Sí, pero...

Mi voz desea salir pero mi deseo es en vano, mis ojos se llevan toda

la fuerza de mí mientras contemplo aquella flamante joya, que gritaba que
entre nosotros ya había un compromiso, un compromiso real.

Miro de nuevo el rostro de Don y su cara auto complacida y segura.

Podría decir que demasiado en realidad, como si pareciera que ese regalo

fuera más para mi que para el mismo y el regalo más que aquel anillo fuera
el.

Y en realidad tenía razón, el nunca había tenido ninguna prisa por

comprometerse, sin embargo yo parecía aferrarme a el como si fuese la
única salida a mi vida.

Al fin y al cabo me había ayudado bastante en el transcurso de mi

carrera periodística, si bien mis padres, que a duras penas habían

encaminado mi rumbo, no sin poco trabajo de su frente para con el sentido

económico que les ocasionaba, Don había logrado desde el momento en que
le conocí, introducirme en los ambientes adecuados donde contactar con
gente destacada del gremio.

Le debía mucho y creía que tenía mucha suerte de tenerlo a mi lado.

Eso, sumado a la insignificante idea de que pertenecía a una de las familias
más influyentes de Philadelphia.

Tomo el anillo de la caja mientras espero quizás, un pequeño ritual

donde lo encaje en mi dedo pero con su sonrisa aún en su cara no da

muestra de que la idea fuera mutua. Tampoco importaba mucho, no quise

darle importancia, era una noche decisiva en mi vida, en realidad ese anillo

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era la bienvenida a otra vida no muy lejana y al mismo tiempo, era una
despedida, mañana partiré hacia la India
– En este año que estaré fuera de seguro me extrañara y será más

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fácil ver salir de el gestos un poco más... bueno que se yo.

Me coloco el anillo en mi dedo mientras por fin

– ¿Te gusta? –pregunta.

Como si fuera fácil despreciar la enorme piedra, que supongo está

iluminando en este momento mi cara, pienso.

– Sííí, es realmente precioso. –respondo.

Mientras levanto mis ojos siento el deseo de abrazarle, como si

mentalmente ya estuviera echándole de menos. No había afrontado la idea
del todo pero ese viaje me daba algo de pavor

Era necesario, sin embargo: mi tesis iba dirígida a cierta doctora que

por algunos de esos influyentes amigos de Don, había descubierto que se
encontraba por algún lugar de ese basto país.

Sí, iba a ser un trabajo algo difícil pero así lo había decidido. No podía

conformarme con haber sido una de los tres estudiantes mejor cualificados,
mi condición de mujer en medio de todos aquellos estudiantes que me

miraban con recelo por haber elegido quizás ampliar mis conocimientos, en
vez de estar casada y tejiendo tapetes en tardes aburridas de reuniones de
esposas, habían despertado en mi un espíritu competitivo sin limites.

Don parecía contento con la idea de que fuese así, de echo, había

sido en la misma universidad donde nos habíamos conocido, tiempo antes de
que abandonara su carrera para hacerse cargo de una de las empresas, la

bien expandida línea de negocios de su familia. En realidad no le culpaba por
su decisión aunque algo en mi le recriminaba el que no tuviera, como
decirlo... una meta, una línea individual a la que llegar por sí mismo.

– Te quiero, quiero que me prometas que me escribirás y que en algún

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momento sí te es posible viajaras para encontrarnos.
– Créeme que lo haré. –responde con voz sincera mientras sus ojos se
clavan en los míos y se acerca para darme un dulce beso que se prolonga a
unos minutos.

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Al terminar susurra a mi oído
– Se que nos harás sentir orgullosos

Cuando vuelvo a mirarle sólo puedo sonreírle y, para no provocar mis

lagrimas que ya están en la línea de mis ojos, volteo para intentar abrir la
puerta del coche. Cuando lo consigo salgo y la cierro tras de mí.

Don no sale de el e imagino que también se le hace difícil la

despedida, en cambio acerca su cabeza a la ventanilla de mi lado y levanta la
palma en señal de despedida rápida y sutil, le respondo de igual forma y
retorna sus manos al volante mientras una sacrificada sonrisa le intenta

demostrar que todo esta bien y que lo estaré. Sin más vacilación volteo hacia
mi portal mientras tras de mi siento la aceleración del coche.

Ya en mi habitación, tiro mi bolso sobre el sillón mientras me acerco

lentamente a la mesa, donde recojo el bloque de notas, recopilación de algo

de información sobre la doctora, que estoy convencida va a traer a mi vida un
paso de importante prestigio en mi carrera. Los llevo conmigo hasta la cama
y sentándome en ella, intento repasarlas, pero una sensación extraña en mi

dedo le quita importancia a mis papeles para verme contemplando mi mano
como una niña. Mis ojos perdidos en el brillo de aquel, no tan pequeño
diamante. Siento satisfacción y un gran alivio.

Paso la noche intentando repasar mi equipaje, haciendo memoria de

esto y aquello y asintiéndome a mi misma con cada cosa, pues de echo, todo
parece bajo control.

El sueño parece adentrarse en mis ojos. Cuando ya parece que

sucumbiré, un pensamiento inunda mi mente, que deja mis ojos de par en
par, y con un salto me incorporo gritando.

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– La pomada para mosquitos. Claro que iba a ser de mí sin ella. No
son pocos los que me habían advertido que semejantes bichos adquirían una
dimensión descomunales por esos lugares. Y yo, que con a penas el sonido
de su vuelo significaba para mi una enorme ampolla en mi cuerpo, iba a ser
la victima perfecta. Sin vacilaciones, tomo de mi botiquín seis de esos tubos y

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los incorporo a mi bolso de mano

Dormí toda la noche de un tirón, para cuando el coche hace sonar el

claxon bajo mi ventana ya estaba vestida. Doy un rápido vistazo a la

habitación, cierro la puerta tras de mi, no sin algo de prematura nostalgia, y
emprendo mi descenso por las escaleras.

Ya en el portal el chofer de mi auto se acerca en mi ayuda para cargar

mis maletas, le indico donde se encuentra el resto y las baja hacia su

maletero. Cuando hubo acabado ya yo estaba instalada en el asiento trasero.
Mientras el vehículo se aleja del que siempre ha sido mi hogar, siento

la tentación de voltear pero me convenzo a mi misma que soy más fuerte que
eso y prefiero pensar en el día de mi regreso, cuando al cruzar de nuevo esa
puerta. TODO IBA A SER DIFERENTE.

Llegamos con el tiempo necesario para llevar el equipaje a la parte

trasera del aeroplano e introducirme en el, antes, agradecezco su amabilidad
al conductor que me ha trasladado y como no, le doy una pequeña propina,
que agradece.

– Bueno, aquí estas, vas camino de lo que tanto has deseado tener. –

pienso, mientras doy una ligera mirada al resto de los pasajeros.– Uhm,
somos unos 15, en realidad vamos al completo. –sigo pensando.

Las hélices retumban de repente y doy un salto en mi asiento mientras

mi acompañante de viaje se rie sonoramente de mi actitud, le dedico una

mirada de risa forzada mientras se pone serio de repente. No había reparado
en el. Es increíble, a veces nos preocupamos por contemplar todo lo que nos

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rodea y, son muchas las que, en que por mirar más halla, no vemos, ni tan
siquiera somos conscientes de lo más cerca a nosotros.
Mientras el avión despega sólo un susurro sale de mi boca.

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– Hasta pronto Don, te quiero.

Durante el viaje todos esos hombres con portes de empresarios

charlan a cerca de como les empieza a afectar la crisis en sus negocios. La
guerra es inminente en Centro Europa. Logro descifrar de sus

conversaciones que en esta zona reina un caos económico y social que va a
estallar de un momento a otro de forma aún más violenta.

La única mujer del biplano, una mujer de unos 50 años observa por la

ventanilla y cuando deja de hacerlo cierra sus ojos.

– De igual modo de que podría hablar con ella. –pienso.

Mi compañero de viaje me mira y en una lengua ininteligible me

comenta algo. Yo ni parpadeo por lo disparatado que me resulta los sonidos
de su boca

– Yo... no... en– ten– der– te...

El hombre frunce el ceño y sin mediar palabra intenta acercar sus

manos a mi cinturón

– ¡Ey! –protesto mientras le sacudo con mi mano a una de las suyas.
De repente, desde detrás de mi un hombre me advierte de que su

intención era la de cambiar mi asiento por el suyo de la ventanilla. Una

mueca de terror cubre mi cara, avergonzada por mi reacción ante la buena
voluntad de mi pequeño amigo.

– Gracias... Gracias. –le repito tras acomodarme en mi nuevo asiento.
Él simplemente baja su cabeza una y otra vez en señal de que

entiende mi gratitud.

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Transcurridas 6 horas de viaje ya el sonido del motor forma parte de
mi vida e incluso me ha permitido dormitar durante gran parte del tiempo.

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Abro mis ojos del todo, los demás duermen mientras y sólo mi compañero

parece ser el único que ronca. El señor de detrás lee un periódico y, sin mirar
hacia él, me comenta que en sólo unas tres horas llegaremos a Francia,

donde tras una parada de algunas horas, seguiremos el vuelo. Yo asiento y

busco algo que hacer. Saco del bolso mis notas y me dedico a repasar mis
datos...

– Doctora Winssey J. Mc Dawly, paradero desconocido, edad

desconocida,... etc... etc... y más datos desconocidos. Es evidente que

cualquier cosa que pudiera descubrir de "ti”sería bien recibida en América –
pienso.

Todo sobre ella era un enigma. Nadie conocía de sus estudios ni nada

relacionado con su carrera hasta el día que la publicación de su libro ”Salvar
desde la tierra” conmocionó el mundo de la medicina alternativa, dejando en
el gremio de la medicina un gran revuelo; de admiración por unos y de

críticas por otros que condenaban esa forma rudimentaria de curación a

través de hierbas y plantas de desconocidos nombres y difícil acceso. Sin

embargo, habían sido ya muchos los que se habían entregado a este método
y otros tantos los que estudiaban su libro como si de un texto sagrado se
tratase, empezando incluso a generar una serie de especialistas en su
genero y cuya efectividad era confirmada ya por muchos.

A pesar de ello, nadie había podido dar con ella, era del todo evidente

que viajaba mucho por todas partes. Había sido gracias a Don y sus amplia

cartelera de amigos, que había descubierto que había sido vista en la India

en los últimos meses. La mujer, no es que se escondiese, tan sólo es que se

despreocupaba totalmente de cualquier compromiso que no fuese su trabajo,

eso no costo mucho descubrirlo.

Una vez descubierto su paradero, había asediado ese país con cartas,
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algunas de las cuales iban dirígidas a su nombre y otras a la embajada
americana de Delhi. Siendo estos últimos, quienes finalmente habían
contestado a mi reclamo, y como no, con algún que otro hilo movido por el
padre de Don, había tenido la confirmación de que una de mis cartas había

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sido entregada en mano en la aldea donde se encontraba.
Y, aquí estoy rumbo a un lugar desconocido, de lengua extraña,

donde no conozco a nadie y ni tan siquiera se sí esta señora vendrá a mi
encuentro cuando llegue allí.

– ¡Mi querida y escurridiza señora, estoy en camino y te encontraré! –

pienso.

La parada en Francia le da un pequeño respiro a mis piernas, es de

agradecer un descanso del zumbido de aquel rugir que tiene mis oídos

mareados. Sin embargo, y a pesar de que ya oscurece, el viaje continua.

Todos aquellos empresarios habían finalizado su viaje en esta parada

y en su lugar otras personas de apariencia hindú en su mayoría, ocupaban
los asientos.

Durante un buen rato enfoco mi atención en sus conversaciones con

el fin quizás de aprender algo, pero es inútil, con una cara de resignación
golpeo mi cabeza en el espaldar y me dirijo a hacer lo único que puedo,
cerrar los ojos y volver a dormir.

Pasado un tiempo mi pequeño compañero de viajes, que me había

traicionado con el resto de los viajeros, haciéndose participe de sus diálogos
e ignorándome del todo, sacude mi brazo, a lo que respondo con un

sobresalto que me yergue en el sillón. Ya a estas alturas del viaje ya yo había
perdido toda compostura en mis modales y demás. Al despertar me

encuentro acurrucada en una esquina del asiento y agarrada a mis propios
pies.

Mi amigo intenta decirme algo, pero mi cara de interrogación debe

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hacerle pensar que con un gesto lo entendería mejor. Señala así la ventanilla
y al girar mi cabeza veo que sobrevolamos lo que seguramente es nuestro
destino.
– Poorr fiiinnn... –exclamo para mí.

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Nos ajustamos a los asientos mientras en un claro, en medio de lo que
parece una selva, el avión aterriza.

Cuando me quiero dar cuenta, ya estoy en suelo firme con mis

maletas.

Poco a poco todos los demás se van marchando mientras vehículos,

que me pregunto por que andan aún, vienen a su encuentro.

Tras unas horas estoy sola y los únicos seres vivientes que diviso son

el piloto del avión y un mecánico. El terror se esta apoderando de mí, me
acerco a ellos con una pequeña esperanza.
– Yooo... Akola. yo... irrr... Akola.

Ambos individuos se miran con un gesto cómico. Pujo al cielo mezcla

de rabia e impotencia, doy media vuelta hacia mi equipaje, cuando una voz
se dirige a mí.

– Seggñorrita, Akoula magñanag.
– ¿Cómo?

– Akoula magñanag.

– Sí, sí ya le entendí la primera vez.

– Pergdogneme, mi nog hablag muy biiieenng su idiomag.

Un incalculable alivio recorre mi cuerpo cuando oigo sus medías

palabras pero desde que salí de casa era lo más coherente que me habían
dicho y oído.

De repente mi placer se disipa cuando me concentro en lo que había

dicho.

– Mañana. ¡¡¡Mañana¡¡¡. Pero.. como... donde... que...

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Todas mis preguntas se resumen a esto pero... ¿cómo pudo pasar
esto? ¿cómo... es posible? ¿dónde... pasaré la noche? ¿qué... voy a hacer?.
Para mi suerte estos señores solucionaron cada una de mis dudas.
Paso la noche en un banco en medio de una pequeña cabaña de madera

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rancia que supuestamente es el cuarto de las herramientas.
De mis amigos no supe nada más y francamente no me importaba en

absoluto.

– Don, dónde estás, mi amor. –acaricio el anillo en mi dedo.– ¡El anillo¡

No es muy juicioso llevarlo a la vista. –me digo.

Pensarlo y hacerlo fue una sola cosa y lo escondo el fondo de mi

calcetín, más abajo del nivel de mis botas, para inmediatamente después
caer en un dulce sueño, incomprensible teniendo en cuenta el lugar,
condiciones y demás contras.

El amanecer llego muy pronto. La puerta se abrió, dejando entrar el

aire frío de la mañana. El piloto traía en su mano una especie de torta y un
vaso de te caliente. Me incorporo de inmediato y tomo de sus manos el
alimento.

– Gracias.. muchas gracias... de verdad... –le sonrío.
– Ya ess hhorag. –me dice.

No necesito repetirlo, en menos de cinco minutos yo y mis maletas

esperábamos junto a otras gentes al pie del aparato volador. Y en otros cinco
más ya estaba en mi asiento. Yo, unos 12 pueblerinos y 4 gallinas que
revoloteaban a su antojo por el lugar.

En 4 horas de bulla y cacareos tomamos tierra de nuevo.

Si la anterior pista parecía estar en media selva esta pareciera ser esta

misma.

Bajamos todos siguiendo cada uno una dirección distinta, excepto yo.

Para mi suerte un vehículo se aproxima, se para ante mi y de el baja
un hombre mayor de unos 68 años o así que, sin más vacilaciones se planta

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frente.
– ¿ Doctora Winsey, Winsey Mc. Dawly? –le pregunto.
El buen señor cambia su estoico rostro por una amplia sonrisa llena
de blancos dientes que me confunde y casi me asusta. Toma mi equipaje

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mientras supongo que sí viene a por mí.
Alguna extraña razón, quizás el sentimiento de estar perdida me hace

fiarme de este hombre y me introduzco en el jeep. Pronto nos ponemos en
marcha a todo gas.

Mientras conduce le contemplo de reojo, parece ensimismado en la

conducción. Sus facciones duras chocan con un cierto brillo en sus ojos, todo
el completo de su rostro implica una sensación de confianza a pesar de su
estúpida sonrisa.

– ¿A dónde nos dirigimos?

En ese momento la estúpida sonrisa vuelve a su cara y decido

ignorarle mientras me acomodo como una autentica ciudadana americana,
arreglando mi camisa y sacando un cepillo de mi bolso de mano, estiro un

poco mi cabello. Contemplo con algo de preocupación los que dejo entre sus
púas, algo más de lo normal y me calmo a mi misma diciéndome que es

debido al estrés. Los aparto del cepillo, mientras mi risueño chofer ya no
sonríe, simplemente se carcajea contemplando mi acción.

Él no lo sabe aún pero empieza a fastidiarme un poco su actitud. Sin

hacer caso a este señor dirijo mi mirada hacia delante intentando hacerme
cargo del paisaje, pero el condenado viejo arremete con tal velocidad que
sólo se desdibuja franjas verdes por doquier.

De repente, en frente, se divisa un cruce de caminos y sin previo aviso

un fuerte giro de volante nos introduce en una pedregosa ladera abajo, con
baches de tal magnitud que durante su recorrido fue inútil dejar de saltar e
incluso alguna vez de chocarse contra el techo. Intente asirme a cualquier

cosa y protestar, pero ante mis protestas sus risas parecían incrementarse.

Tan de sorpresa entramos como salimos de aquel pedregal y de nuevo

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el camino se volvió más llano. Me costó tomar aliento mientras aún
escuchaba sus risas y jadeos.
Con todo el decoro que me es posible, miro de reojo a mi amigo
mientras él se aferra al volante con tanta insistencia, que pareciera que fuese

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el vehículo quien le llevaba a él.
No transcurrió mucho tiempo, quizás media hora, cuando llegamos a

una especie de aldea con cabañas hechas de maderas, juncos y cañas.

Animales sueltos en la vía huyen al sonar del claxon. Unos niños juegan en la
orilla de un rió que calma su descenso justo ante el poblado, formando un
remanso.

Por fin el coche para ante una de las cabañas, aún observo los

alrededores cuando mi chofer saca de la parte trasera mis pertenencias.

Salgo del vehículo sintiendo que la mayoría de mis pelos caen sobre mi cara,
media blusa fuera de mi pantalón y mis huesos fuera de su sitio.

Ojeo el lugar con poco detenimiento, y veo que el anciano se dirige a

una de las cabañas con mis pertenencias en sus manos. Me propongo

seguirle y voy en su dirección, cuando de pronto a mi espalda escucho unos
gruñidos que me hacen voltear.

Allí, justo frente, un enorme chucho me muestra sus dientes con sus

ojos clavados en mi. Todo mi cuerpo queda paralizado mientras alzo mis

manos al frente, en actitud pacificadora. De repente un silbido a mi espalda
detiene al animal de su empeño y con un enérgico ladrido se dirige sin

titubeos hacia una ranchera en estado caótico de cuyos bajos asoman unas
botas marrones de cuero, algo roídas y bastantes sucias.

A pesar de que el fiero animal se ubica tendido junto a aquellas botas,

tomo el valor suficiente para acercarme y de alguna manera dar las gracias al
propietario de aquellas piernas.

Era mi obligación, había empezado mi llegada con una no muy

hospitalaria formas con aquel viejo, pero sí debía hacer mi estancia algo más
agradable tendría que mostrar algo más de modales.

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Eso, sin nombrar que mi investigación iba a ser mucho más fácil sí de
alguna forma ganaba la confianza de aquellas gentes.
– ¿Hola?... perdone pero supongo que debo darle las gracias. ¿Oiga?
¿Me ha escuchado?

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“Bueno, supongo que la gente aquí no es muy cordial, de cualquier

modo de nada me hubiese servido que respondiera a mi pregunta,

seguramente no había entendido nada de lo que hubiese dicho” pienso.

Me giro en redondo con mi frustrado intento de amabilidad y comienzo

a andar rumbo a aquella cabaña.
– ¡¡¡Ouhh!!!

Vuelvo a girarme hacia el quejido que sale del vehículo y por el

movimiento de aquellas piernas veo que el resto del cuerpo se empeña en

salir de allí. Me acerco un poco, mientras aquella persona desliza su cuerpo
hacia fuera.

– ¡¡Maldita sea!! –protesta por lo bajo.

Una vez fuera del todo, se queda sentada en el suelo. En su mano

derecha sostiene una herramienta grasienta y con la izquierda se acaricia en
un lado de su cabeza.

Me acerco un poco más y me sorprendo de ver que es una mujer y

que, a través de sus protestas, habla mi lengua. Fue alivio lo que sentí.
Termino por acercarme justo al frente suyo.

Es una mujer joven, de largos cabellos negros recogidos en una

espigada trenza que llega hasta su media espalda, unos ojos azules,
penetrantes y fríos.

– ¿Perdona? –pregunto agachando levemente la cabeza como

queriendo descubrir si realmente era cierto.
“¡Hablaba mi lengua!” pensé.

Levanta sus ojos con un gesto de dolor y rabia en su rostro, para
desviar, de nuevo, su atención a otro lado.

13
– ¿Hablas mi lengua? –le pregunto.
– ¿Quién lo pregunta?
– ¡Ah, bueno sí!, perdona, mi nombre es Joan, Joan O, Neil.
Levanto mi mano en señal de presentación formal pero en su lugar se

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pone en pie y tomando un sucio trapo de sobre el vehículo, se ocupa en

limpiar sus grasientas manos. Al no recibir respuesta a mi saludo decido

retirarla. Mientras, me doy cuenta de su altura, casi una cuarta y media más

sobre mi.

– Soy periodista vengo en busca de la Doctora Mc. Dawly, debe de

saber que estoy aquí. –le digo.

– Sí, seguramente lo sepa. –responde con una irónica sonrisa en su

boca.

– ¿Y bien? –replico esperando algún otro comentario.
– Y bien, ¿qué?

– ¿Podrías dirigirme hasta ella?

– ¡Ah, eso! Bien, ella ahora esta muy ocupada. Lo mejor que podrías

hacer es instalarte y... –mirándola de arriba abajo.– ...descansar un poco.
Cuando llegue la noche seguramente te encontrarás con ella.

Sigo su mirada mientras me observa y siguiendo su ejemplo me

contemplo para darme cuenta de que mi aspecto no es más pulcro que el

suyo y que, en realidad, no tengo la apariencia que deseaba para un primer
encuentro con la persona que iba a conseguir que mi nombre fuese uno de
los más cotizados en el mundo periodístico.

– ¡Oh! Tiene razón. –pienso en voz alta.– Además realmente necesito

un descanso y un buen baño.

Me encamino de nuevo hacia la cabaña dejando a mi huraña amiga en

sus trabajos y cortando la conversación que forzadamente estaba teniendo
conmigo. Sin embargo, una duda me asalto de pronto.

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– ¿Cómo es ella? –me giro de nuevo hacia ella, intentando descubrir
algo que me sirviera para preparar nuestro encuentro, y causar así la mejor
impresión.
– ¿Ella? ¡Ah!, pues es una señora muy agradable, maravillosa y algo

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regordeta.
Ríe para sí misma con sus manos ya en su cintura y el paño

asqueroso en uno de sus hombros.
– Sí, ya veo.

Realmente su charla no me servía de nada. Una de las pocas

personas con la que podía hablar y no me decía nada en su conversación.

Me dirijo de nuevo con paso enérgico hacia mi habitáculo, no sin antes

dejar esta individua agacharse sobre sus rodillas y zarandear aquel fiero

animal con sus manos y dirigiéndole unas palabras
– ¿Verdad?¿eh?

El animal agradecía su gesto con infinita lealtad y sumisión

acercándose aún más a aquella mujer

– Gracias. –susurro en mi camino.– Gracias por nada.

– No, este no va a ser del todo una buena experiencia, pero yo a lo

mío. Concéntrate Joan, al final valdrá la pena. – me autoconsulelo.

La cabaña no es muy grande, en la entrada descansan mis maletas,

echo un vistazo a mi alrededor. Una cama a la derecha, una especie de

pequeña mesa toma el lugar de la mesa de noche, una silla y una mesa tipo
escritorio de madera vieja con un taburete a su lado, parece ser todo el

mobiliario del que dispongo. En las paredes tan sólo una pequeña estantería

de cañas. En realidad un poco falto de imaginación pero todo parece limpio y

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ordenado.
Me tiro en la cama, no sin darme cuenta que esta acción descubre la
rigidez de su base. Una especie de colchón de tan sólo 4 dedos de espesor
me separa de una rígida tabla bajo ella. Mientras contemplo el techo por uno

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leves momentos mi pensamiento se dispara hasta Don y con él el recuerdo
de mi más preciado tesoro

– ¡¡El anillo¡¡. ¡Cielo santo ¡

No había comprobado sí aún estaba ahí y rebusque

desesperadamente en mi bota.
– ¡Ahá, aquí estas!

Lo sujeto entre mis dedos mientras contemplo su brillo y recuerdo el

rostro de Don. Me sonrío ante este recuerdo y finalmente busco un lugar
donde esconderlo.

Mi mejor opción termina siendo una pequeña cajita de madera que

sitúo en el estante más alto de la estantería.

En la esquina derecha, justo tras la puerta, había pasado

desapercibida una mesa que soporta un gran cuenco de madera y una jarra
de madera tallada llena de agua.

Lave mi cara y mis manos en el, moje una pequeña toalla que

descansaba a su lado, y lo pase por el resto de mi cuerpo. Toda esta acción
trajo a mi mente una terrorífica pregunta

– ¿Y el baño? ¿acaso... ?. No, no puede ser, ¿dónde diablos se

supone.. ?

Mi vista da un ligero y desesperado repaso a las líneas del cuarto y

confirmo mi observación

– No, no puede ser verdad. – me repito

Me tranquilizo a mi misma convenciéndome de que la Doctora Winsey

dará remedio a mis problemas

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– No obstante, ahora debo descansar. – pienso.
Cambio mis ropas y me recuesto en el catre.
Mientras el sueño viene a mi hago una pequeña recopilación de los
últimos acontecimientos. Aquel impertinente anciano, la arrogante y huraña

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mujer.

– Era extraño, – observé – una mujer blanca, joven. Seguramente

había tenido estudios de algún tipo, pero era evidente que no guardaba de su

cultura ningún modal y un ínfimo sentido del protocolo.

“Quizás mucho tiempo entre nativos.” Pienso, “Ni siquiera dio su

nombre. ¡Qué más da!” y me sumerjo en un dulce sueño.

No sé cuánto tiempo dormí, pero de repente unos golpes en la puerta

me hacen abrir un ojo, y tras tomar conciencia de mi situación el otro siguió
su mismo ejemplo. De un salto me pongo en pie, mientras mi corazón se

acelera bajo la perspectiva de que la Doctora Winsey había regresado de sus
ocupaciones.

Consciente de que no tendría tiempo de arreglar mi atuendo, intento

ganar tiempo preguntando a través de la puerta, y mientras me meto la
camiseta por dentro de mis bermudas.
– ¿Ssiii? –pregunto.

La voz de un niño replica desde el otro lado como respuesta. Por

supuesto no entendía nada de lo que me decía, sin embargo abro y mientras
asomo mi cara por un lado de ella una sonriente cara de unos 7 años

esperaba que le abriese. Llevaba en sus manos una bandeja de frutas y me
las ofrecía mientras no dejaba de mirarme con enorme curiosidad.

– Oh, gracias, muchas gracias. – le respondo a su gesto mientras la

tomo y veo que sigue ahí mirándome con una enorme sonrisa y una extrema
intensidad.

– Pasa, entra. –le digo mientras le indico con un gesto.

El chico camina sin vacilar dentro, al mismo tiempo que coloco la

17
bandeja en la vacía mesa. Me siento ante ella, tomo una manzana y le animo
a acercarse. Su cara parece ensimismada en mi, me fijo mejor en sus ojos y
noto que lo que lo tiene maravillado es, en realidad, mi cabello.
– Sí, ya veo. No debes haber visto un pelo de color así nunca. Todos

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vosotros parecéis tenerlo oscuro, así que este color dorado debe tenerte algo
sorprendido.

Paso mi mano por mi cabeza y con mis dedos atraigo un mechón que

coloco ante sus ojos a lo que responde con risas para luego salir a todo gas
de la cabaña, cerrando la puerta tras de sí.

– Estas gentes deben de estar todos locos. –observo.

Coloco mis pertenencias mientras en mis dientes sostengo mi mordida

manzana y contemplo por la ventana que ya es de noche. Es entonces que la
puerta vuelve a sonar y abro para encontrarme a mi pequeño salvaje, que
con señas me pide que lo siga hasta una cabaña cercana situada a un
costado de la que yo ocupo.

– Debe de haber llegado. – pienso.
– Sii, yaa, ya te entiendo.

De forma apurada paso mis dedos por mi pelo mientras tomo mi block

de notas en un afán de dar impresión de profesionalidad

Salgo tras el crió que me acompaña a paso ligero ante la puerta y

luego me deja sola. Aliso mi ropa, y escucho que dentro dos personas hablan
en hindú y que una de ellas se aproxima a la puerta, abriéndola y casi
arrollándome a su paso.

Era aquel anciano, que mientras me miraba, reía con un brillo en sus

ojos que realmente relataba que yo le parecía algo divertido.

La puerta entre abierta y borrando mi cara de resignada furia me dirijo

a llamar. Tras lo cual una voz responde desde dentro en hindú.
– ¿Doctora Mc´Dawly?

– Pasa. – una voz responde.

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Introduzco mi cabeza primero y mi cuerpo después en actitud de
curiosidad y veo ante mi una mujer sentada en un taburete alto, en actitud de
escribir y ojeando los múltiples frascos de cristal ante suyo, sobre la mesa.
– Perdone yo...

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– Pasa, adelante. Hace señal de que me acerque sin aún levantar su

mirada del papel.

Me acerco algo más para ver que debajo de su oscura melena come

una manzana y que en algún momento la sujeta en sus dientes para

acercarse uno de los frascos mientras con la otra toma notas. Luego un

pujido sale de su boca en desaprobación a algo que ignoraba y, soltando su

pluma sobre su carpeta, y no sin antes mordisquear su manzana de nuevo se

sujeta su tabique un leve instante para por fin alzar su cabeza y voltear hacia
mi.

Mi sorpresa se volvió desilusión cuando vi que aquella mujer no era

quien yo esperaba. Se trataba de la mecánica que me había deleitado esa
misma mañana con su ‘simpática y cordial’ conversación.
– Yo pensé que...

Me miraba fijamente mientras intentaba esconder mi desilusión, pero

sabiendo que no lo conseguía. Sus cejas se arquearon esperando un final a
mi frase que no termino de salir.

– Bueno, supongo que aún estará ocupada y que mañana podré verla,

¿no es así?

– ¿Has recibido ya algo de comida? –pregunta.

– Sí. –respondo mientras veo que de nuevo fija su atención en sus

folios.

– Bien. – susurra en voz baja, como si no quisiera decirlo y que en

realidad toda su atención se viera de nuevo en su labor.

Ante tal situación decido volverme hacia la puerta no sin antes poner

mi mejor cara de furia. Realmente esta mujer me sacaba de mis casillas, por

19
supuesto entonces ya le daba la espalda. Comencé mi avance hasta la salida
y...
– Yo soy la doctora Winsey Mc'Dawly – escuche tras de mí.
Mi cara enrojecida de rabia se torno en un segundo en total palidez,

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porque pude notar que toda mi sangre y mi fuerza se encontraban en esa
parte de mi donde nace la vergüenza.

Allí parada durante no se cuanto tiempo inhale aire mientras intentaba

rescatar esas fuerzas para dar un siguiente paso.

Finalmente y muy despacio doy la vuelta y veo como ella sigue ajena a

mi reacción, lo que en verdad me complace.
– ¿Usted... usted es?
– Ahá. – asiente.

Suelta su pluma de nuevo y se levanta de su asiento, arroja los

despojos de su manzana a un cesto junto a su mesa y refriega sus manos.
Luego me mira.

– Yo soy Joan O'Neil. –extendiendo mi mano.
– Ya sé quien eres, ¿recuerdas?
– Sí, pero...

– Escucha. Tengo mis razones para haber accedido a que estés aquí.

Lo único que te pido es que hagas esto fácil. Estarás cerca y deberás

aprender por ti misma aquello que creas necesario. Créeme lo menos que
necesito es alguien tras de mi asediándome a cada paso. ¿De acuerdo?.
– Sí, no se preocupe por nada, apenas notara mi presencia y, en

cuanto a entorpecer su trabajo, quisiera saber sí alguna vez alguna pregunta.
Su rostro es de fastidio.

– Ahora tengo que marcharme hay unos asuntos que debo resolver,

tendrás que esperar aquí. Mañana al mediodía volveré. Cualquier cosa que
necesites pídesela a Tobir ya le he dado instrucciones

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– ¿Tobir? –pregunto.
– Sí, ya le conoces. Es el hombre que te trajo hasta aquí. –responde
mientras mete varios de sus frascos en una mochila.
En ese momento la puerta se abre, Tobir entra y con un perfecto

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acento ingles le comenta que todo esta preparado.

Al momento, sale con la mochila de la cabaña, yo la sigo y, tras

nosotros, Tobir cierra la puerta y nos acompaña. Se introduce en el coche, el
anciano le dice algo a través de la ventanilla tras lo cual ella le dedica una

leve sonrisa. Después se pone a mi lado y finalmente arranca, y el cacharro
se aleja.

– Así que hablaba mi lengua todo el tiempo. – le digo al viejo
– Sí.

– Pero entonces ¿por qué no lo hizo?
– No hice ¿Qué?
– Hablarme.

– Nunca preguntó nada.
– Pero...

Y de nuevo dejo ver sus blancos dientes. Dejo el tema admitiendo que

en verdad tiene razón. Ni siquiera me había presentado, su aspecto me hizo
dar por sentado que... bueno no sé.

– Tobir, ¿a dónde va? –cambio de tema.
– Al albergue de Neiry.

– Y ¿qué se supone que hará allí?.

– Ha surgido unos casos de sarampión y urge asistirlos antes de que

se expanda.

“Así que no sólo investiga, también acuden a ella para ejercer su

medicina”, pienso.

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– No hay muchos médicos por aquí ¿verdad? –sigo preguntando.
– Así es, ni muchos medios para combatir las enfermedades.

Mientras las luces del vehículo se pierde de nuestra vista Tobir se

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vuelve a mí.

– Creo que es hora de descansar, mañana le llevaran su desayuno.

Me acompaña la mitad del camino y espera a que me introduzca en mi

cabaña. Luego, con un leve movimiento de mi mano me despido y el asiente
con su cabeza.

Que torpe he sido, me reprocho mientras cierro mis ojos y me apoyo

en la puerta que acabo de cerrar.

– ¡¡Torpe, torpe, torpe!! –me repito.

Desabrocho mi camisa a la vez que me pregunto como la tal doctora

podía ser esa mujer de apenas unos 6 o quizás 7 años mayor que yo. Quien

podría imaginar siquiera que un libro que estaba revolucionando las técnicas
curativas por el mundo era escrito por una mujer tan joven.

De alguna manera esperaba una señora en plena madurez con gafas

en la punta de su nariz que, pegada a un microscopio, se rodeaba de cientos
de hojas.

Recordé el encuentro con esa mujer a mi llegada y la verdad, sí no me

tomaba en serio a partir de ahí lo entendería perfectamente.

– ¿Qué he echo Don? –pregunto al aire mientras voy en busca de mi

anillo, buscando consuelo y escuchando las palabras que Don diría si
estuviese aquí.

– ¡Es una torpeza! Sabes el efecto de la primera impresión, de hecho

esto es algo que muchas veces define un triunfo de un fracaso. –sus palabras
surgieron en mi cabeza como si de su propia boca estuvieran saliendo.

Doy un suspiro mientras acepto lo que ya no se puede borrar y decido

22
que es un buen momento para escribir mi primera carta.
“Querido Don tan sólo he llegado y a las pocas horas ya deseo volver
a casa, a verte, te extraño
La dichosa doctora ha sido toda una sorpresa, en realidad se trata de

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una ruda mujer, antipática y exasperante que tiene el no tan preciado Don de
poner mis nervios a cien. Tan sólo espero que mi trabajo aquí avance lo más
rápido posible y con un poco de suerte estar pronto en casa.

Lo sé, tengo que ser fuerte, no hay premio que se gane por sí solo...

pero es que... es que... intuyo que esa mujer no va a ponérmelo fácil.... . etc...
etc...”

EN EL COCHE:

– ¡Qué suerte la mía!. Por fin decido que uno de estos individuos con

ansias de gloria se acerque y ¿Qué me encuentro?, una jovencita : perdón a
esto, perdón lo otro. ¿La doctora Mc'Dawly? – (con tono imitador y burlón).

Ante el coche, en la carretera un elefante cruza sin prisas y, sin dejar

de acelerar con un volantazo lo esquiva eficazmente.

(Mientras una sofocada cara sigue protestando).

– Estúpida rata de ciudad, ¿Qué voy a ser ahora contigo?. Tobir ¿para

que te escucharía?. Tus palabras de apoyo a la idea de que llevara al resto
del mundo lo que se, para beneficio de todos no tenía necesariamente que
implicar para mi tan exasperante carga.

– Sin embargo – (una satisfecha sonrisa en su cara)– es evidente que

le hiciste sufrir un poco Por el aspecto que tenía la primera vez que la vi

23
deduje que la habías traído por la vieja carretera de Sambuk. Su melena
rubia era una maraña de enredos y sus ojos verdes parecían salírsele de sus
orbitas de la rabia – (recordó la imagen)– Conociéndote como te conozco
debiste de haber puesto todo el peso de tus carcajadas en el acelerador.

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– Maldito viejo embaucador. –una sonrisa tierna en su cara.
– Bien tres horas más y llegare. sólo espero llegar a tiempo, de entre

los cerca de 200 niños que se alojan en ese albergue tan sólo 4 dan síntomas
según Alan. Tan sólo espero que no se extienda. En esta tierra toda

enfermedad lleva un ritmo demasiado acelerado. Es el lugar del mundo, de
los que haya podido visitar, en que un simple catarro en un sólo estornudo
puede ser, en tan sólo un día, algo imparable. Ni siquiera en África o
Mongolia he visto cosa igual.

– Viejo cacharro. ¿Es esto todo lo rápido que puedes ir?.

La mañana siguiente llego demasiado pronto. Apenas sí salía los

primeros rayos de sol, cuando alguien llama a la puerta.

– Bien, bien, ya voy. – me levanto mientras despego mis ojos

empujándolos hacia arriba lo más fuerte que puedo

– Síííí, ya voy – respondo de nuevo ante la insistencia.

Mi pequeño salvaje trae un pequeño cuenco en sus manos con un

poco de te, un plato de tortas de cebada y trigo, y un recipiente de madera
lleno de agua fresca.

Esta vez no acepta mi invitación a entrar, sencillamente al tomar la

bandeja sale disparado riendo.

– Muy simpáticos están resultando estos indios, muy simpáticos.

Cierro la puerta y pongo la bandeja sobre la mesa. Allí descansa aún

sin acabar mi carta de anoche.

Me cambio de ropa mientras observo por mi ventana que la vieja

ranchera aún no ha llegado.

Tras comer algo salgo y nada más cruzar la puerta veo a Tobir que

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camina por la calle.
– ¡Buenos días Tobir!
– ¡Buenos días! –y sigue de largo.
– ¡Tobir! Tobir! –se gira a mi llamada.

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– Esstoo... en realidad no se como decirlo, pero ¿dónde hacéis?... ya

sabes... eh...

El hombre quiere entender, pero aún no lo hace.

– Ssiii... buenoo.. el baño.

El hombre sonríe mientras señala los limites del pueblo
– Ahí lo tienes.

– ¿Cómo? ¿es que...? ¡Por todos los cielos! ¡No!

El hombre se carcajea mientras retorna su rumbo.

– ¿Y ahora que?. Bueno detente, ten calma, esto no significa nada

para ti, se positiva y respira hondo, no es lo peor que puede pasar. No señor,
no lo es.

Voy derecha a las afueras del lugar, justo al nivel de la trasera de mi

cabaña y me dispongo a hacer lo que debo sin más demora.

Justo cuando estoy sintiendo un gran alivio, tras de mi unos gritos

ensordecedores se acercan. Volteo mi cabeza y un hombre con turbante
semidesnudo corre contra mi.

Mi rapidez me sorprende a mi misma y levanto mis pantalones

mientras grito yo también e intento huir.

En respuesta a mis gritos Tobir aparece de la nada corriendo a mi

encuentro. Cuando llega hasta mi sostiene mi tembloroso cuerpo en sus
manos, luego me suelta y corre hacia el individuo.

Ya parece que se va calmando bajo las palabras de Tobir. El hombre

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le lleva al lugar donde hacia poco yo disfrutaba, mostrándole el terreno. Tobir
le tranquiliza y luego se aproxima a mi.
– Bien hecho. Sí, muy bien hecho. –me sonríe.
Mi cara esta expectante, en realidad todo yo lo estoy.

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– ¿Qué diablos.. ? –me pregunto.

– sólo que no debieras haberlo hecho en su huerta. –sigue diciendo

Tobir con una burlona sonrisa.

Y con eso una sonora carcajada broto de su garganta.

Corro, corro lo más fuerte que puede asegurando con mis manos que

mi desabrochado pantalón no cayera. Atrás dejaba las carcajadas del

anciano mientras, de un sólo movimiento, me introduzco en mi cabaña,

donde me tiro en la cama y lloro mientras recrimino maldiciendo la falta total
de dignidad.

Al cabo de unas horas Tobir se acerca a preguntar sobre mi estado y

ya recuperada de mi aventura respondo con un ademán de mi cabeza. Me

comenta además que aún falta varias horas para el regreso de la doctora, así
que me alienta a que pasee por el pueblo, me indica donde esta su cabaña
por sí necesitara de algo, y se marcha de nuevo.

Decido que es buena idea y salgo a merodear por la aldea.

Por las calles algunos hombres guían vacas hacia el río, algunas

ancianas cocinan fuera de las casas. Algunas mujeres se preocupan por sus

quehaceres caseros, sacudiendo alfombras, tejiendo e incluso despellejando

animales para su cocción. Me dirijo al río de donde gritos de niños que juegan
en sus aguas parecen divertirse y me siento en su orilla. Por largos

momentos contemplo aquel río, lo calmado de sus aguas me transporta a una
cierta paz, que incluso el alborotado juego de los pequeños puede romper.

En realidad sus juegos parecen parte del paisaje, lo mismo que con el cántico
abstracto pero a la vez embriagador de las mujeres que, al otro lado de mi
sacuden sus ropas contra las piedras de la orilla. Todo es tan rudimentario y
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a la vez tan... tan...
Un grito suena, una voz infantil se repite una y otra vez.
Al girar mi cabeza, mi pequeño salvaje levanta una mano de entre sus
compañeros y le dedico una sonrisa. De inmediato unos 9 niños me rodean

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– Hola, mi nombre es Joan. –me presento.
Su silencio habla por sí mismo.

– Yo, –señalándome a mí misma.– Joan.

Mi pequeño amigo resulta ser el más atrevido de todos y repite mi

nombre, bueno, como puede.

– ¡Sí! –le digo con entusiasmo y aprobación.– Yo, Joan. –le repito.
Coloca su pequeña mano en mi hombro
– Jooaannn.

Le señalo ahora a el, dándole a entender que es su turno. Imitando mi

acción se señala.

– Milcoh. – dice.

– Milcoh, Muy bien, bonito nombre, sí señor.

Su sonrisa contagiosa me hace sacar de mi cara una sonrisa que creía

que había dejado en Philadelphia.

Pronto corrieron todos al agua de nuevo. A pesar de parecer

delgaduchos tenían una vitalidad que se les escapaba de los ojos incluso al
mirar.

Seguí mi paseo muy despacio, de regreso a mi casa y allí encuentro

ya la ranchera, delante de su cabaña de la cual se abre la puerta y sale la
doctora Wiincey rumbo a su vehículo.
– ¡Buenos días!. – li digo

– ¡Buenos días!. – levantando su rostro.

No quiero forzar más las cosas, se que debe estar cansada, y con la

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misma dirijo mi atención a mi cabaña y entro en ella.
La cara de la doctora es de exagerado asombro, extrañada.
– Sólo buenos días, nada de bla o de bla o de más bla. Bien. – y

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también se introduce en su cabaña.

JOAN:

Ya a la hora del almuerzo llevo escrito en mi block mis primeras

impresiones sobre su trabajo de investigación y de medico.

El calor dentro se había vuelto casi cruel y había tomado la feliz idea

de sentarme fuera con el respaldo de la silla apoyado en una de las paredes
del frontal de la casa y sostenida en sólo dos patas.

Un ruido desde la cabaña de al lado distrajo mi atención, era la puerta

y de allí salía ella, que hizo un ademán de que me acercase para luego volver
a entrar.

Cuando quise darme cuenta en un salto estaba de pie y dejando sobre

aquella silla mi portafolios, me dirigí hacia allí.

– ¿Puedo pasar? –toco levemente en la puerta.
– ¡Sí, adelante!

– ¿Usted dirá? –le pregunto.

– Sí, mañana temprano debo regresar de nuevo al albergue. He

pensado que quizás querría ir con nosotros

Mi corazón se acelera con la idea de que por fin empezare a trabajar

en serio, pero no dejo que note mi entusiasmo, de alguna forma esa mujer
me inspira algo, quizás.. temor..

– Sí, eso estaría bien. – respondo.
– ¿Has comido ya?.

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– No, aún no.
– Bien, comeremos aquí, así tendremos oportunidad de ultimar
detalles.
Y diciendo esto deja por fin de sacar frascos de su mochila.

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Pronto aparece Tobir junto a dos mujeres portando unas bandejas que

sitúan en la mesa libre del cuarto.

Tras ello se marchan de allí quedándose Tobir con nosotras y cerrando

la puerta tras ellas, no sin antes hacer un reverente gesto de gratitud al cual
ellas responden de igual forma con las palmas unidas bajo sus barbillas.
Una vez en la mesa Tobir, la doctora y yo solos, el ruido de los

cubiertos de madera sobre el latón de los platos, son los únicos sonidos en la
habitación. La doctora come mientras en su mano libre sostiene unos folios

que sigue con sus ojos mientras mastica. Tobir come pausadamente mientras
de reojo le hecha un vistazo a la mano que sostiene los papeles, con un
gesto de su mano los arranca de la de la doctora, que inmediatamente
después protesta.

– ¡¡Eeeehh!!

El anciano apunta la comida de su plato con su dedo y ella asiente

con cara de rabia pero sin protestar más.

Yo contemplo la acción de reojo, mientras aparento remover la comida

de mi plato, del que hacia ya bastante tiempo había abandonado la idea de
descubrir de que se trataba.

Tras medio minuto, o así, la doctora rompió el silencio.

– Y bien periodista, ¿ ya estas instalada?.

– Cuanto honor, la arrogante intenta conocer algo sobre mi. – pienso

– Yo... eh... sí, gracias. – respondo – (Estúpida hipócrita, pregunta por

preguntar) – pienso.

– ¿Todo bien en tu cabaña?. – (Seguro que echa de menos las

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comodidades de la ciudad, sucia rata de... )
– sí, bien en realidad. – mentí.
– ¿Algún problema desde mi ausencia? – (¿cómo algo sobre una
huerta?)

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– Noo, no en verdad.

Mientras, siento a Tobir sonreírle a su comida y un esfuerzo por parte

de ella de esconder su sonrisa que finalmente explota en unas carcajadas.
Me remuevo de mi silla con toda la vergüenza sobre mi y mis ojos

clavados en ellos dos. Siento la furia en mi cara.

Las risas continúan. Cuando parece que en mis ojos unas lagrimas

cobardes se apuran por salir

Tobir corta su risa y estira su brazo para frenar la de la doctora y, en

hindú le dice unas palabras que deja la habitación de nuevo en silencio. sólo
mi corazón parece resonar entre aquellas paredes.

Hago un esfuerzo para no llorar y ellos siguen de nuevo con su

comida.

No puedo, no puedo soportar su actitud. Pongo mi cubierto sobre la

mesa mientras me incorporo de la silla

– Creo que volveré a mi habitación. Hay algunas cosas que debo

hacer. – me excuso.

Sin mirar sus caras voy hacia la puerta y me marcho de allí.

En la mesa...

– Creo que no se lo ha tomado bien. – dice Tobir (recordando la

expresión de aquellos ojos verdes)
– Ese es su problema.

– No creo que sea así.

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– Ah, ¿no?
– No, y lo sabes.
– No fue idea mía que estuviese aquí.

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– Sin embargo está.
– ¿Y?

– Ya es bastante duro estar en tierras extrañas, ya deberías saberlo.

No creo que sea mucho pedir un poco más de hospitalidad y respeto hacia
ella.

– ¿Respeto? ¡Respeto! Lo único que respeto es el posible trabajo que

pueda sacar de aquí y eso no me da el suficiente permiso para respetarla a
ella. Sus ansias de fama le ha traído aquí, no sabe ver más allá de lo que

puede ser positivo para su extraordinaria carrera. En realidad creo que no
piensa en otra cosa que no sea sí misma.

– Quizás, pero eso no es tu problema, es el suyo. Recuerda cuando tu

también te sentías una extraña y como dejaste de serlo.

El viejo de alguna forma había dado en un punto doloroso dentro de

ella que dejo su mirada perdida en el dolor.

(El anciano coloco su mano en uno de sus hombros y ella movió una

sobre la suya).

– Lo sé, lo sé... – dijo rompiendo el silencio.

– Tan sólo es que... simplemente me pone mala. –dijo con un gesto de

rabia casi cómica en su rostro.

Y siguieron comiendo. Tobir alcanza su cuchara a su boca, y de reojo

observaba como Wen, que era así como la llamaba, dirigía sus hermosos

ojos azules hacia la silla que momentos antes había estado ocupada por la

joven periodista. Ella recordó la expresión de dolor dominado en el fondo de

aquellos grandes ojos verdes de la mujer, y luego prosiguió con su comida.

Esta reacción provocó en el una sonrisa que guardo sólo para sí y en

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sus ojos un intenso brillo.

JOAN:
– ¡¡Condenada bruja¡¡ ¡¡arrogante y engreída estúpida!! – gritaba Joan

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mientras entraba en su habitación.– ¿así que quieres guerra? –apuntando

con un dedo al aire como si estuviese allí.– Pues sí, mi querida doctora come

hierbas. Tú y sólo tú has marcado las pautas, y sí quieres guerra la tendrás. –
dando una patada al aire y cerrando su puño a ese mismo amenazando. –

¿Va todo bien? ña.. ña... ña... –rendando su voz.– Especie de reptil baboso.
Lo estará el día que no tenga que aguantarte.

Tras mi arranque de valentía cobarde, pase el resto del día buscando

el enfoque a mi trabajo. sí tenía que aguantar toda esa humillación haria que
valiera la pena, de cualquier de la maneras

En mi dedo mi anillo reluce, de alguna forma causa un remedio

pacificador en mi.

Tobir esta sentado en una mecedora en la entrada de su cabaña

disfrutando de la ya oscura tarde, que había dejado atrás los luminosos

colores naranja en el cielo, dando paso a un infinito techo de estrellas. El

silencio era rodeado de aullidos de monos y aleteos de aves que desde la

selva se hacen eco en la aldea. Cuando de pronto, algo llama su atención a
su costado.

Desde su cabaña Wen sale en dirección al habitáculo de la periodista.

De nuevo una pequeña sonrisa y se levanta rumbo al interior de la suya. Por
entonces Wen había alcanzado su destino).
Toc, toc.

– ¿Síííí? –una voz replico de mala gana.
– ¿Puedo pasar? –pregunta Wen.

32
Mis ojos se agrandan y una mueca rabiosa en mi cara.
– ¿Qué querrá ahora? ¿Más risitas quizás? –digo a regañadientes,
sólo para mí.
Apuro en esconder mi anillo de nuevo y acercándose a la puerta

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inhalo para borrar la rabia de mi cara y abrir
– Hola. – dijo Wen

– Hola. – respondí.

– Creo que no hemos podido hablar acerca de mañana
– ¡Ah, si!, por supuesto. Pase.

Sigo sosteniendo la puerta mientras se introduce dentro y la cierro tras

ella.

– Cuando quiera. – digo y la descubro echando un vistazo curioso

alrededor. – encima cotilla– pienso.

– Bueno, debes llevar botas altas, pantalones bajos, alguna camisa

que cubra todo tu brazo. Sin olvidar alguna manta y abrigo y, por supuesto, –
dice mirando mi pomada antimosquitos de sobre la mesa – no se te ocurra
aplicarte eso.

– ¿Cómo?

– Quizás de donde vienes sea efectivo, pero a los de aquí los atrae

como la miel a las abejas.
– Pero...

– Si necesitas algo yo puedo darte un remedio más efectivo. ¿Alguna

pregunta?

– Creo que no. Bueno, ¿estaremos fuera mucho tiempo?

– Eso nunca se sabe. – dice mirando directamente mi cara con

seriedad.

En ese momento me doy cuenta de que es la primera vez que la veo

33
por algo más de un momento fugaz.
Sus ojos azules son fríos y su mirada calculadora, realmente me
intimida la fuerza que emana de ellos. Su camisa desabrochada deja asomar
su camiseta blanca bajo ella, de su cuello una piedra azul cuelga de una

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especie de cordón de cuero negro que la atraviesa por su centro. Su pelo liso
cogido a su espalda con flecos cayendo por su frente y algunos mechones
sueltos por los laterales de su cara, es oscuro, casi negro en realidad.

Ella levanta su mano y rasca ligeramente su cien y con esto me fijo en

lo delgados y largo de sus dedos. Todo el momento me recuerda a un
examen, se que hace lo mismo conmigo.

– Bueno. ¿Ninguna duda mas? –un tono enérgico vuelve a su voz.
– Creo que no. – respondo de la misma forma.

– Pues hasta mañana entonces. –dirigiéndose a la puerta
– Hasta mañana. –la acompaño.

Abre la puerta y sale. Veo que se aleja y su perro se encuentra con

ella en el camino de regreso a su cabaña. Antes de verla introducirse en ella
cierro de un sólo golpe.

– Hasta mañana entonces. –rendando.

Preparo todo, incluyendo mi portafolios y paso la noche terminando mi

carta a Don mientras no puedo evitar que alguna lagrima corra por mi mejilla.

No ha amanecido aún y la ranchera da tumbos de un lado para otro en

un frenético va y ven. sí el viejo Tobir me había parecido loco al volante, no
podría definir la conducción de la doctora Winsey. Sin embargo, debo

reconocer, que era bastante diestra en esquivar los obstáculos en el camino,
aunque para ello no utilizaba para nada el freno, en verdad nada en ella
parecía tenerlo.

Había empezado a clarear el día cuando tomamos otra vía, ya lejos de

34
la selva, que permitía que el viaje fuera más suave. Durante el trayecto no
había hablado mucho, todo el tiempo buscando donde agarrarme, pero ahora
podía disfrutar algo más del paisaje, que era deliciosamente asombroso.
Inmensas llanuras verdes, con serie de árboles aislados, al fondo unas
lejanas, pero preciosas montañas nevadas en sus cimas. El verde de

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aquellos árboles era más intenso de lo que había visto nunca.
– ¿Cómo vas?

”Bien desarmada", pienso pero contesto:
– Muy bien.

Tras unas horas más de camino tras esa pregunta, llegamos a nuestro

destino.

El albergue terminó siendo algo parecido a una vieja iglesia, vieja y

ruinosa, a cuyos lados se disponían una serie de viviendas de idéntica forma,
pero en estado precario. El encalado se había caído casi por completo y
ladrillos de arcilla blanca, de dudosa consistencia, aparecía tras de él.

– Alan, ¿cómo va todo?. – dice la doctora a uno de los hombres

sonriente que se aproximan a ella

– Todo parece ir bien. – le contesta un maduro hombre de cerca de los

40. Su tez morena más de la intemperie que del color natural de las gentes
hindúes y con facciones europeas.

– ¿Algún caso más? – le pregunta de nuevo con cara más seria.

– No, creo que has conseguido de nuevo vencer en la batalla antes de

que comenzara la guerra. – le sonríe

– ¿Tobir? – saluda al anciano, a lo que este responde bajando su

cabeza, para luego tomarse mutuamente de sus antebrazo y sonreírse.

El buen hombre repara en mi, cuando veo a la doctora alejarse con su

mochila.

– Gracias de nuevo, por nada. – pienso, y veo como el hombre hace

un ademán de acercarse

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– Hola, soy Alan. Tu debes de ser la periodista ¿verdad?. He oído algo
de ti.
– Sí, ya imagino. – pienso.
– sí, soy Joan O'Neil, mucho gusto. – estrecho su mano y nos

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encaminamos tras los demás

– Bueno, ¿cómo te va con Wen?
– ¿Wen?

– Si. – apunta con un ademán de su cabeza hacia la doctora
– Bueno... Bien.

Se sonríe y me doy cuenta de que no he estado convincente

– Debes tener paciencia con ella, en realidad es una de las personas

más respetadas de la zona y no en vano, créeme.

Noto como sus ojos la miran con un cierto atisbo de cariño, intenso

cariño.

– Sí, no habrá otro remedio.

Una vez en el interior de lo que desde fuera pareciera una antigua

iglesia, veo que es un gran comedor con grandes mesas alargadas de
maderas avejentadas y pulidas de tanto uso.

Caminamos a través de la estancia y encontrar que donde podría estar

la vicaría, se encuentra ahora una especie de salón con una mesa en su

centro, rodeada de sillas y una pequeña cocina al lado izquierdo del recinto.

Allí, Alan se acerca al fogón y pone un cazo de agua a hervir. Mientras,

Tobir dice que saldrá fuera a dar un repaso al vehículo. La doctora con su

cabeza dentro de su mochila busca algo y yo opto por esperar un próximo
movimiento de alguien.

– Enseguida vuelvo. – dice la doctora sin mirar a nadie, concentrada

en algo que sólo ella sabe. Con su mochila en una de sus manos,
desaparece del cuarto.

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– Siéntate, por favor. – me pide Alan
– Se lo agradezco. – y me siento
– Enseguida estará preparado el te.

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– ¿a dónde va?. – le pregunto.
– Va a visitar a unos niños. Debe cerciorarse de su estado aunque han

pasado la noche bien. Su fiebre bajo nada más atenderlos la pasada noche.
Ella lo sabe, pero es así, siempre tiene que ver las cosas por sí misma. –
responde sin desviar su atención en preparar la infusión.
– Comprendo.

– ¿El que?, ¿Qué es bastante cabezota?.
– No, yo no quise...

– Créeme, lo es. – se da la vuelta y me sonríe conocedor.

El agua hierve y Alan se acerca con dos tazas de te en sus manos,

me ofrece una y se sienta en una silla contigua.
– ¿De donde eres?. – me pregunta
– De Philadelphia.
– ¿Y usted?

– No por favor, nada de”usted". Soy de Dublin, Irlanda. – y da un

primer sorbo del humeante liquido.
– Ah, bastante lejos ¿no?.

– sí, no estoy aquí por que me lo propusiera, llegue a esta tierra como

de pasada, sólo un inmigrante más en busca de fortuna que esta tierra

prometía, al cabo de unos años me di cuenta de que no iba a tener suerte,
pero supongo que ya era demasiado tarde.
– ¿Tarde?

– Sí, esta tierra y sus gentes, sus costumbres, todo ello clavo sus

garras en mi y jamás hubo retorno.

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Me gustaba este hombre, al menos decía ”por favor” y le gustaba casi
tanto como a mi la charla
– ¿Cómo es que estas aquí?. Me refiero a este lugar.
– Oh, yo termine casándome con una increíble mujer nativa. Ella

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falleció tras unos años y lo demás es una larga historia.
– No, por favor, continúe.

Para su propia satisfacción, y la mía, siguió hablando.

– Tras su muerte caí en tal estado de dolor que poco a poco fue

consumiendo no sólo mi alma sino también mis pocas posesiones. Perdí todo
cuanto tenía en bebidas y en absurdas apuestas en bares de mala muerte de
los rincones de Calcuta. Llegue incluso a mendigar por las calles hasta que
un día para mi suerte tropecé con el Padre Jeremy, el me trajo aquí en
calidad de paciente, aquí mis heridas fueron curando poco a poco.
– ¿dónde esta el?.

– Oh, él murió hace algunos años victima de unas fiebres. Yo decidí

quedarme aquí y continuar una labor que ya considero mía, cuidando de

gentes que ya considero mi propia familia, quizás la que nunca llegue a tener.
– Es algo triste.

– No, no lo veas así, no todo el mundo tiene la posibilidad de ser

aceptado y de ver además que su amor sea correspondido, y eso ha hecho

esta tierra por mi, me corresponde en cada cara que se cruza en mi camino,

en la calma que me traído y la oportunidad de encontrar cosas que estoy
seguro que en Irlanda jamás habría sospechado que existiera.

No entiendo muy bien lo que quiere decir con eso, pero su historia es

verdaderamente digna de ser escuchada.

– Bueno, ¿Qué te parece sí te muestro todo esto?. – se levanta.
– Sí, de acuerdo. – levantándome también.

– El comedor ya lo has visto, aquí cerca de 15O personas comen cada

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día.
Salimos de allí y nos dirigimos a la izquierda, entramos en uno de los
habitáculos donde hileras de camas que se pierden hasta su fondo se alinean
una junto a otras.

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– Este es unos de los dormitorios, los restantes son iguales a este.
Cruzamos al otro ala del albergue mientras veo que a unos metros

Tobir remueve algo dentro del abierto capo de la ranchera. Sigo a mi guía y
de repente gritos de niños empiezan a escucharse. Nos dirigimos a un

descampado donde cerca de 30 niños juegan con una pelota de cuero vieja,
sólo una figura adulta entre ellos.

– Estos niños son tanto hijos de gentes que duermen aquí

asiduamente, como huérfanos recogidos

de campos de arrozales donde eran explotados.

– Es que ¿los niños trabajan?.

– La mayoría de ellos sí, la gran mayoría en realidad.
– ¡Por todos los cielos!, ¿y sus padres?.

– La gran parte de ellos se alegran de que tengan la suerte de

conseguir un trabajo. A veces las pocas ganancias de uno de los pequeños

es de lo que disponen una familia entera para comer. La vida aquí no es fácil,
ya desde la época de las colonias todo aquí ha ido cambiando tanto. A veces
parece inconcebible pensar que civilizar o explotar signifique destruir unas
estructuras tan sutiles y la sencillez de las vidas de estas gentes.
– Aquel que vez allí es Arial. – cambiando de tema.

– El ayuda en lo que es necesario y además es un buen amigo. Luego

te lo presentare.

– Ven, sígueme. – me indica.

Nos dirigimos a los recintos que momentos atrás habíamos pasado de

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largo.
– Esto son los almacenes donde guardamos las herramientas de
cultivo. Aquí todos ayudamos de la forma en que podemos. Algunos trabajan
en campos de varias maneras y utilizan este lugar como hogar, otros no han

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tenido tanta suerte y cultivan nuestros propios alimentos en unas tierras no
muy lejos de aquí, hacia el norte.

Estaba totalmente desolada ante lo que veía y escuchaba. La historia,

que poco tiempo antes me contaba, hablaba del amor que en esta tierra

había encontrado, sin embargo a mi esta tierra me parecía devastadora e
incluso cruel.

– Bien y esta se supone que es la enfermería. Somos muchos y es

corriente que siempre haya alguien ocupando esta estancia.

Mientras avanzamos por un pasillo en medio de hileras de camas, noto

el olor a rancio en el aire.

Al final de el puedo ver a la doctora Winsey agachada ante una de las

camas. Nos acercamos.

– Y bien, ¿cómo va nuestro amigo?.

– Bien, ¿a que sí, ehh?. – mientras hace cosquillas a un pequeño que

con ojos saltones responde retorciéndose e intentando protegerse.

– ¿Ah si?, pues quizás podríamos hacer algo para cambiarlo eso.

El niño grita algo mientras su sonrisa es casi histérica presintiendo

algo.

– ¡Ven aquí!. ¡Soy el temible tigre de Malasya y tengo mucha

hambree!.

Entierra su cabeza en la barriga del crío y este grita entre su risa que

incluso me hace sonreír a mi.

A ambos lados del pequeño otros dos niños más mayores sonríen ante

la escena y en otra otro parece dormir. Es en ese en cuya frente se encuentra
la mano de la doctora que la retira y le arropa con cuidado.

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Alan se voltea
– ¿Y bien ?
– Tiene algo de fiebre aun. En sus hermosos ojos azules un destello
de preocupación.

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Coge de su mochila uno de sus frascos con una gran etiqueta blanca

a su alrededor y con sólo una”efe”como única inscripción. Unta en su frente y
en la hendidura de su garganta una especie de pomada marrón con un
intenso olor desconocido por mi, que pronto llena el ambiente.

– Creo que va a ser mejor que esta noche la pasemos aquí. – dice sin

dejar de mirar con algo de preocupación, al pequeño al que ligeramente le
tiembla los labios.

Alan sabe que lo eso significa y sale de allí con la idea de hacer lo

necesario para que nos instalemos. Sigo sus pasos con la mirada y cuando
se va, devuelvo la vista a la doctora que no parece ser la misma sentada
junto a aquel crío y poniendo un humedecido paño en su frente.
– ¿Se pondrá bien?

Su mirada retorna a mi, sus ojos fríos de nuevo me miran de reojo y

no contesta. Vuelve su atención a lo que estaba haciendo e ignora mi
pregunta.

Su actitud no me sorprende del todo y dando una leve mirada al

pequeño les dejo solos.

– Tobir, creo que pasaremos aquí la noche. – le digo.

– Sí, eso parece. – responde mientras cierra por fin el capo de aquella

coctelera.

– Bueno, creo que utilizare este tiempo para tomar algunas notas.
A Tobir no pareció importarle mi decisión ni mi comentario y,

arqueando sus cejas se alejo rumbo al pequeño hospital.

La sequedad de Tobir rivalizaba con la terquedad y mal humor de mi

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estúpida doctora.
La mayoría del tiempo que llevo nuestra estancia allí lo llene
ordenando mis notas, a través de los pocos datos que tenía. Sin embargo me
alegre de saber que eran suficientes para un encabezado cuya orientación

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me satisfacía. Esta irritante mujer va a ser aún a su pesar mi futuro, un futuro
que ya adelantaba prometedor. Sabia de antemano lo bien que seria recibido
por la prensa sensacionalista descubrir quien estaba detrás de aquel libro, la
curiosidad era un factor a mi favor que estaba dispuesta a aprovechar.

Tan sólo había dejado mi labor cuando hacia la hora de comer varios

nativos empezaron a rondar las medianías del lugar acercándose para la

comida. Sus rostros parecían cansados, con ropas roídas y frentes bañadas
en sudor.

Podía ver a Tobir como saludaba a todo aquel que se le cruzaba y

como con reverente respeto estos le respondía.

Luego como mismo llegaron, se disiparon siguiendo cada uno

caminos distintos hacia los alrededores.

Pasado un tiempo después vi como Tobir se acercaba al hospital con

una bandeja de comida, mientras Alan se dirigid a mi con otra.
– Especialidad de la casa. – bromeo.
– Gracias

Arroz, una mazorca de maíz y algunos guisantes, junto a una torta de

cebada es mi almuerzo que prácticamente devoró.

Tobir regresa al comedor bandeja en mano y el tal Arial se acerca

mientras Alan interrumpe sus comentarios sobre la India para presentármelo.
Se incorpora del banco.

– Arial esta señorita es Joan
– Joan, Arial

Me levanto y extiendo mi mano ante la sonrisa de aquel joven hombre

hindú que la toma y sonríe sin apartar su mirada de mi pelo. Esta vez no me

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sorprendo, definitivamente comprendo el efecto que este causa entre los
nativos.
El resto del día lo paso en la cocina entre deliciosas tazas de te y la
compañía de Alan que no deja de hablar de esto y aquello. Como buena

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periodista aprovechó para que, sin darse cuenta siquiera, girar la
conversación hacia mi terreno, mis investigaciones, pero no es mucho lo que
puedo recoger.

La hora de la cena atrae a muchas más personas al lugar y ante el

bullicio de voces salgo fuera, volviendo al banco. Contemplo la noche,

hermoso cielo el de la India, los sonidos de la selva empiezan a hacérseme
familiares, la húmeda noche parece contraer mis pulmones, pero en cada
exhalación deja en ellos una sensación de intenso frescor.

Mi vista recorre los grises de la noche hasta fijarme en la luz que sale

del hospital. Reparo entonces en que en todo el día la doctora ha dejado ver
su serio semblante por el lugar.

Pronto los que terminan de comer se van sentando junto a un fuego en

mitad del lugar, una música de algún instrumento de viento acompaña sus
diálogos y sus risas, mientras un enorme caldero de agua que empieza a
bullir reclama la atención de otros.

Parecen preparar te y se pasan cuencos de madera llenos unos a

otros.

Una mujer exóticamente vestida se acerca a mi con uno de ellos en

sus manos, mientras dudo tomarlo, la voz de Alan.
– Tómalo, es té.

Giro mi cabeza y veo la mujer delante de mi, sus penetrantes ojos

negros destacan en su rostro de forma evidente, en su frente un pequeño

circulo rojo, lleva unas ropas de fina tela y en sus manos unos tatuajes en

forma de extrañas ramificaciones. Era, en definitiva, la primera vez que me

fijaba bien en el atuendo femenino de estos nativos y, para mi sorpresa, tuve
que confesar que era de lo más exótico y hermoso.

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Tome de sus manos el tazón sin dejar de mirar su rostro. Agradeció
mi gesto con una sonrisa que dejo ver sus finos dientes blancos, se la devolví
y volvió junto al fuego.
Alan asiente con su cabeza a que tome el liquido y lo hago, reconocí

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que se trataba del mejor te que había probado jamás, pensé mientras Alan
comentaba.

– Cada noche este pequeño ritual, no importa lo duro que haya sido el

trabajo o lo cansado que estén, tampoco que mañana antes de salir el sol

estén de nuevo entre sus quehaceres, siempre encuentran un momento para

saborear te compartiendo juntos largos momentos junto al fuego.

Mis ojos siguen a Alan mientras habla sin apartar su mirada del grupo

y los dirijo de nuevo allí.

Realmente es una estampa maravillosa, sus risas y bromas parece

que esconda la dureza de sus vidas, como si en verdad para ellos no fuese
tan dura o prefiriesen apoyarse en otro punto de la realidad que yo aún no

entendía.

Al terminar mi bebida, despierto de mi trance al escuchar la voz de la

doctora. Me incorporo de repente al sonido de su voz.

Me mira sorprendida ante mi reacción y le dice a Alan
– Creo que dormiré en el hospital esta noche.
– ¿cómo esta?. – Alan pregunta

– Esta costando que la fiebre remita, pero estoy convencida que

mañana estará correteando con los demás. No obstante deseo estar cerca. –
¿dónde esta Tobir?. – continua

– El debe de estar pendiendo su vieja pipa por algún lugar.
– Sí, seguro. – (con una mueca, casi una sonrisa).
Entonces se aleja

– ¡¡ey!!, ¿y que de mí? – pregunto yo.

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– Alan se hará cargo. – responde sin mirar atrás.
Mis huesos acaban durmiendo sobre una especie de hamaca que Arial
coloco para mi en una de las esquinas de la cocina. La dureza de su base era
tal que el fino colchón de mi usual cama era todo un lujo en comparación, no

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obstante dormí toda la noche.
Un ruido de calderos me despertó en la mañana y cuando abrí un ojo

pude ver que Alan removía en los fogones.
– Buenos días. – dice.
– Buenos días

– Ya todos han marchado. ¿Quieres un café?

Supuse que ”todos” era referente a los habitantes asiduos del

alberque. Me sorprendí de mi misma por no haber despertado con el

tremendo jaleo que formaban en el comedor.
– ¿Café?, ¿has dicho café?.
– Sí. C– a– f– é.

– ¡Por todos los cielos!. ¿Es cierto ?, ¿tienes café?.

– Bueno, ya veo que sí te apetece, además creo que una buena taza

¿no?.

– Desde luego. Por favor.

Mientras lo prepara me incorporo y restriego mi cara para arquear mi

espalda y retorcer mi cuello de un lado a otro. Para cuando el café esta listo,

he recogido el desorden de mi catre. Mi camisa descansa en una silla y me la
coloco sin abrochar, mi camiseta arrugada delata la posición encogida en la

que debí dormir, pero no me importa mi aspecto, todos mis sentidos están en
el fuerte aroma a la tiznada infusión que pronto promete abrazar mi paladar.

Alan y yo sentados a la mesa no hablamos, simplemente disfrutamos

de nuestras tazas, cuando se acaba el suyo se marcha alegando sus
responsabilidades. Yo sigo sujetando mi taza con ambas manos,

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amarrándome a su sabor en mi boca.
Pronto camino con ella hacia fuera, todo esta ya desierto excepto
Tobir que parece sujetar algo en la parte trasera de la ranchera. Él se gira y
me ve. Yo le sonrío y alzo mi mano. Él alza la suya y sigue con lo suyo.

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Echo un vistazo al cielo y respiro hondamente y acabo el último trago
de mi taza. Resueltamente voy de nuevo a la cocina para volver a llenar otra
taza, pero decido ganar puntos y en vez de tomarla se la llevo a la doctora.
Toco suavemente en la puerta y sin esperar respuesta entro.

Mientras camino hacia el fondo no veo a nadie de pie todos los que allí

están aún duermen, incluso ella, la miro allí con sus ojos cerrados y me hace
pensar que la noche allí debió ser larga, al mismo tiempo que creo que seria

el momento ideal para agarrar su cuello y liberar el mundo de tal sufrimiento.
Me sonrío ante mi propio pensamiento.

– ¿Qué pasa?. – con somnolienta voz y ojos cerrados – una voz

pregunta.

– Buenos días, pensé que tal vez le apetecería... – sin alzar la voz.
– ¡¡Café!! – abre sus ojos mientras se sienta y estira su mano

reclamándolo.

Lo toma, le da un primer sorbo mientras estira la mano hacia la frente

del niño a su lado y sigue tomando trago tras trago de forma más relajada.
Espero unas gracias o algo así, pero...

– Creo que en una media hora podremos salir de vuelta. Coge lo que

debas y nos vemos en el coche.

Recojo todo del comedor al mismo tiempo que me digo lo que nunca

oí.

– Gracias Joan, has sido muy amable, en verdad te lo agradezco.

¡Terca mula!

La despedida de Alan y Arial no fue nada ceremonial excepto por el
gesto delicado de Alan al acercar mi mano a su boca, cosa que a mi me

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agrado, pero que provocó un ridículo gesto de ironía en la cara de la doctora.
Tras de eso y de unas tomadas de manos por parte de ellos y un gentil beso
que Alan puso en la mejilla de la doctora, partimos.
Tomamos el camino de vuelta, pero esta vez mis dos amigos

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entablaron una larga charla en hindú donde no había sido invitada, de todas
formas no me importo, tras unas horas me quede profundamente dormida

Un frío y cruel frenazo del vehículo me saca de mi sueño, al abrir mis

ojos veo que justo delante del coche un hombre, seguramente campesino de
la zona, permanece inmóvil delante del vehículo con sus manos alzadas.

Grita algo que no entiendo. Inmediatamente Tobir y la doctora se bajan y van
a su encuentro.

– ¿Y ahora que?. – me digo fastidiada.

Aquel hombre se apoyaba en Tobir al tiempo que señalaba con una

de sus manos un lugar ladera abajo por una empinada y rocosa bajada.

Tobir acerco al hombre a un árbol cercano y lo sentó apoyado en el,

tomo el pulso de su mano mientras el otro sujeto le invitaba a que se
marchara, pues el estaba bien.

Tobir se perdió ladera abajo, justo por donde la doctora momentos

antes había desaparecido.

Mi curiosidad, innata de cualquier periodista me hace bajar del coche y

correr en la misma dirección. Lo que allí encontré era del todo inesperado
para mi.

Un viejo vehículo boca abajo había rodado por la ladera y a ambos

lados dos hombres yacían heridos. Tobir y la doctora trataban de sacar a un
tercero desde debajo del amasijo de hierros.

La doctora se percato de mi presencia.

– ¡Ve al coche y trae mi mochila! – me ordeno.

No dude un instante y subí agitada por la ladera, incluso a cuatro

patas para llegar hasta el coche.

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De allí volví aún jadeante ladera abajo hasta casi llegar hasta ellos. Lo
que vi, de nuevo me dejo aterrorizada. Habían conseguido sacar el hombre
de allí, yacía en el suelo, la mayor parte de el ensangrentada, una gran grieta
en su pierna derecha no dejaba de sangrar. El hombre lucia pálido, como

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muerto.
La doctora giro su concentrada y agitada cara para estirar su mano

hacia la mochila, pero ya mi terror la había dejado caer de mis manos, ella la
siguió con la mirada para verla dejar de rodar varios metros más abajo

Mi cara se ensombreció de frustración por mi propia reacción mientras

me devolvía su mirada encolerizada, todo su rostro endurecido, en tensión.
– ¡Estúpida imbécil, sí no eres capaz de ayudar, lárgate de aquí!
– Yo...

– ¡Lárgate! ¡¡Desaparece!! – volviendo su vista al hombre que yace en

sus brazos.

Mientras me doy la vuelta logro ver que Tobir corre ladera arriba con

la mochila en sus manos.

Cuando llego al coche mi corazón amenaza con salírseme del pecho,

entre jadeos y entrecortados gemidos puedo escuchar el sonido de mi
sollozos, mi cara bañada de dolorosas lagrimas.

Quisiera maldecir, gritar, pero simplemente logro llorar con mis brazos

extendidos, apoyando mis manos en el capo.

Pasan una hora o así, antes de verles aparecer por el camino con el

hombre en sus brazos que ya gime. Tras ellos los otros dos que,
sencillamente parecieran no estar heridos.

Sitúan en la parte trasera del coche al hombre tendido y la doctora se

une a el. Tobir, de camino al volante me introduce dentro, y se dispone a
conducir.

Vamos de regreso al albergue lo más rápido que el coche permite y

una vez allí un rápido Alan ayuda a Tobir y a la doctora a cargar al hombre.

48
Cuando se pierden de mi vista bajo del vehículo y me dirijo a la cocina.
Con mis manos en mi cara lloro intentando aliviar el nudo que aprieta
mi garganta.
Un par de horas más tarde Tobir entra.

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– Será mejor que nos marchemos.

– Tobir yo... – mis ojos quemándome intento decirle algo.
– Sí, lo sé, pero ahora será mejor volver a casa.
Asiento con mi cabeza y le sigo hasta el coche

Durante el resto del viaje no hablo. Tobir de vez en cuando voltea para

mirarme, puedo sentir como lo hace, pero mis ojos en el paisaje y una mente
totalmente vacía, me deja inmóvil en el sitio, perdida en algún lugar.

Cuando llegamos a la aldea, sin comentario alguno, voy a mi cabaña

donde una vez más lloro sobre mi cama. Atrás había dejado a Tobir

siguiéndome con la mirada hasta haber cerrado tras de mi la puerta.
Durante mucho tiempo permanecí ahí mirando el techo de

entrelazadas cañas sin atreverme a pensar mucho en nada.

Pasaron dos días hasta que la doctora regreso de nuevo. Hasta

entonces había dedicado mi tiempo a mi trabajo, a pasear hasta la orilla del
río y el único contacto humano lo había tenido con Tobir y Milcoh, y aún así
había sido por necesidad.

Reconocí que dentro de mi algo no me dejaba en paz, la reacción de

aquella brusca mujer y su desprecio en su cara me había herido más allá de
mi. La odiaba por su poca comprensión y toda la furia que sus ojos me

lanzaron, y, al mismo tiempo había algo que me condenaba y la disculpaba.
A pesar de todo sabía que mi futuro dependía de aquella mujer.

Cuando aparca su vehículo frente su cabaña yo iba camino a la mía.

Se que me ha visto, pero simplemente me ignora. No hace lo mismo con su
perro al que se agacha para acariciar mientras le sonríe.

49
Esa misma tarde Milcoh toca en mi puerta y trae para mi unos papeles
que, tras una ojeada, descubro que se trata de una especie de informe con
una serie de datos detallados. Entonces me doy cuenta de que ese iba a ser
el futuro medio de mis investigaciones.

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En realidad no me importo, aquellos folios abarcaban datos más que
suficientes para mi y casi me alegre de la idea.

Leyendo aquellos informes se me hace la noche y un ruido de flautas

hindúes y varias voces llegan por mi ventana. Los dejo a un lado para
asomarme.

Allí en mitad del pueblo, hacia la orilla del río, casi todos los cerca de

50 habitantes de la aldea se colocaban alrededor de una gran fogata, unos
hablan de pie mientras otros toman asiento.

Todos, hombres y mujeres lucen sus mejores ropas, turbantes de

todos los colores y blancos atuendos dominan, las mujeres con telas

transparentes envolviendo sus cuerpos, brazaletes en sus muñecas y, en sus
frentes, diademas que sostienen finos paños en sus cabezas.

Realmente es un maravilloso espectáculos y tomo asiento en los

escalones de entrada a mi cabaña.

Pronto de un lado aparece un anciano hombre completamente vestido

de blanco que le hace destacar de los demás. Tras de sí una mujer le sigue
portando algo en sus manos. El hombre se acerca al fuego y todos se
levantan al percatarse de su llegada abriendo un pasillo por donde se

aproxima al fuego seguido de la mujer. Seguidamente el hombre alza sus
manos sosteniendo un bastón que sujeta por ambos extremos y tras una
respuesta de los de allí, se sientan

Después de un momento de silencio, el anciano vuelve a pronunciar

unas palabras y del otro extremo aparece otra mujer. Va vestida

completamente de azul, la fina tela hondea tras ella con su paso, se acerca y
llega hasta los otros que contemplan su paso. Una vez allí, la primera mujer

cede lo que porta a sus brazos y esta remueve la tela que envuelve el bulto.

50
Me sorprendo de ver que se trata de un bebe, que en ese momento rompe en
llanto.
Hecho el intercambio, el anciano comienza una serie de gritos al cielo,
a los que todos responden, al unísono, una especie de respuesta. Tras unos

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5 minutos de palabras al cielo nocturno, la primera mujer se acerca a la que
lleva al niño y comienza a retirar de la cabeza el velo que cubre su pelo. Una

larga melena oscura aparece bajo ella, a pesar de estar de perfil reconozco la
silueta, se trata de la doctora.

De repente, todo empieza como a perder su encanto, pero mi

curiosidad me impide retirarme.

Su cara esta más relajada de lo que había visto nunca y en sus

brazos acuna al pequeño que ya calla.

El hombre grita de nuevo mientras la mujer termina de remover las

sabanas del bebe, que pronto esta desnudo, y con una nueva frase la doctora
levanta hacia el cielo el diminuto cuerpo mientras pierde su mirada en el.
Todos hacen un silencio reverente y el anciano, ya más bajo, dice unas
palabras. La doctora baja al bebe y de repente todos cambian sus

expresiones por una de alegría y gritos que casi me hacen saltar del sitio.

Varios niños corren a la orilla del río, entre ellos distingo a Milcoh y

gritan sonrientes mientras todos se levantan y abren un pasillo para la

doctora y el bebe.

Les siguen hasta la orilla.

En el mismo borde del río, la doctora se para colocar al bebe abrazado

a su cuerpo y seguidamente empieza a adentrarse en sus aguas muy

lentamente. Cuando el agua llega hasta sus pechos lo aferra más fuerte y

ambos se introducen perdiéndolos de vista y saliendo momentos más tarde.
No salgo de mi asombro ante mi propia mirada.

Después, sale del agua con un lloroso bebe en sus manos y lo

devuelve a una mujer mientras le sonríe, una sonrisa abierta, difícil de creer
en ella. El anciano se acerca a ella y le pasa una tela espesa y azul por sus

51
hombros. Todos gritan y una gran algarabía domina la situación. La mujer se
retira con el niño en brazos mientras sonidos musicales empiezan a llenar el
aire.
De entre las gentes veo a Tobir separarse y caminar hacia mi.

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– ¿Puedo acompañarte?.
– Sí, por favor.

Mientras se acomoda en la silla tras de mi y empieza a encender su

pipa, no dejo de contemplar en resto de lo que ante mis ojos acontece. Siento
que el me mira desde atrás, pero yo miro como ya unas mujeres se han

hecho cargo de bailes populares de la región, llenos de movimientos extraños
y sonrisas en sus labios.

– Tobir ¿Qué ha sucedido?

De alguna manera se que Tobir esperaba mi pregunta.

– Es la celebración de un nacimiento.

– Sí, eso es evidente, pero, ¿qué significa todo esto?

– La madre ha traído a su bebe, nacido en la noche hace unos 7 días.

sí hubiese nacido en el día la ceremonia había sido distinta.

Aparto mi mirada de el y asiento para alentarlo a seguir sus

explicaciones. Veo que hombres se han unido al baile de las mujeres, que
hacen movimientos extraños como ellas.
– Extraños y hermosos – pienso
El sigue hablando

– El hombre que dirige los cánticos es Bermal, el hombre más anciano

de la aldea y su gurú y curandero. Wen ha sido la persona elegida para

respaldar ese niño y todo lo que has escuchado han sido clamos a la luna
que le vio nacer

– Comprendo. – le respondo sin mirarle y sin dejar de contemplar la

escena – pero, ¿y el baño?.

52
Le miro. Sonríe un instante.
– El baño es una parte importante de la ceremonia, con él su alma es
relajada del peso de su karma.
“El agua es renovación así como el fuego es la purificación". – continua

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diciendo.

– De ahí la hoguera. – comento.

– Sí, de ahí la hoguera. – asiente complacido.
– Tobir ¿Qué es lo que llamáis ”karma"?

– Karma, es el camino que nuestras almas deben recorrer para la

liberación de nuestro espíritus

Es la fuerza que nos mueve de forma imperceptible para algunos y

clara para otros moviendo los hilos de nuestros destinos, mostrándonos en
definitiva la libertad de la que todo espíritu ansía.

Toda decisión buena o mala, equivocada o no nos lleva hacia alguna

parte. sólo depende de nosotros el elegir a donde ir y nuestro propio karma
nos llevara.

– Entonces, ¿si la decisión no es correcta?.

– No hay decisión incorrecta, todo, incluso las malas terminan

desembocando en un mismo fin.

– ¿Qué diferencia hay entonces?.

– La diferencia consiste en tiempo, para el que realmente ansia la

verdad de todo y la paz a la que tenemos derecho desde el momento en que
venimos a este mundo, un instante es doloroso. El que realmente desea

encontrarse a sí mismo busca, dandose cuenta de que lo que busca lo esta
encontrando dentro de sí en el camino.

– ¿cómo se sabe cuando se esta encontrando?.

– No se sabe, eso es lo peor, jamás se sabe. El peor enemigo en el

trayecto es uno mismo. Saber contra que luchar es algo que debemos dejar a

53
nuestro propio interior. No hay reglas, ni libros que muestren tales
respuestas, cada cual las obtiene de muy diferentes formas. El valor, la
valentia consiste en luchar por ello a pesar de todo y todos.

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Devuelvo mi mirada hacia aquel grupo de gentes mientras intento
comprender lo que Tobir me decia

Mi vida, mi educación, había girado en torno a que era lo bueno y lo

malo, pero sus palabras aunque aún incomprendidas resonaban en mi
interior moviendo algo en mi.

A través de las llamas del fuego veo a la doctora que habla con unos y

otros, su sonrisa es calida y sus ojos relucen a través de las llamas. Casi

volteo la mirada a otra parte, pero de alguna forma no senti traicionar mi odio
sí la seguia contemplando.

Su traje estaba aún humedecido y señalaba aún más su silueta y sus

cabellos hacia atrás se deslizaban en mechones humedos por su espalda.

Contemplaba atonita como aquella terrible mujer era respetada por todos y

no comprendia como sus gestos crueles eran capaz de esconder esa amable
sonrisa.

– ¿Quien es ? ¿Quien es esta mujer?. – me pregunto.

Habla con uno de los hombres y este la toma por sus antebrazos en

señal de felicitación, ella le responde de igual forma. Sin perder su alegre

mirada, de pronto siento sus ojos, que a través de las llamas se dirige hasta

mi cambiando algo su expresion. Retiro mi mirada de allí y miro cualquier otro
lado, para cuando la devuelvo esta saludando a otras gentes.

Tobir se ha levantado y camina de espaldas a mi, pero siento su risa

al alejarse.

– Puede que por unos momentos este hombre me haya parecido

respetable, incluso sabio en sus palabras, pero no deja de ser un viejo loco. –
pienso, mientras se pierde tras la puerta de su cabaña.

Cuando vuelvo a mirar hacia la hoguera veo a la doctora que sale de la
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reunión y camina decidida hacia su casa, hago que le ignoro como hace
conmigo, pero justo ya delante de mi su mirada me atraviesa con total
indiferencia y yo le niego la mía, mirando cualquier otra cosa. Al pasar de
largo me levanto enfurecida y entro en mi cabaña.

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Durante toda la noche los sonidos de la música retumban lejanas en la
habitación, mi anillo en mi dedo brilla en el oscuro habitaculo mientras
recuerdo las palabras del viejo Tobir.

– Don, mi amor... karma. – pienso.

Y con una sorisa dedicada a miles de Km de mi, me quedo dormida

con la suave música decorando mis pensamientos y recuerdos de el.

La mañana siguiente todo vuelve a la normalidad, las gentes acuden a

sus deberes y yo al mío

El pequeño Milcoh trajo mi desayuno y entro como últimamente lo

había estado haciendo. aún no logro entenderle, pero su sonrisa es una de
las únicas cosas que me hacen sentirme cómoda aquí.

Los siguientes dos meses transcurrieron con una nueva rutina, tras

cada salida la doctora enviaba al pequeño, por escrito sus datos y cada día

yo iba aumentando mi trabajo, todo iba bastante rápido y estaba contenta del
enfoque que había logrado darle, sin duda alguna mi obra iba a causar
revuelo.

sólo hubo una vez en que la doctora se ausento por más de 12 días.

Durante ellos y a falta de material me atrevi a formar parte, con la ayuda de
Milcoh, de los juegos de los niños en el rio. Llegando a bañarme con ellos
bajo la divertida mirada de los mayores, incluido Tobir.

Poco a poco me fui introduciendo en su vocabulario y algunas frases

hechas podían ser por fin sacadas de mis labios. Milcoh era un buen
maestro, ningun otro podía haber tenido tanta paciencia.

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Un día, en la mañana Tobir llama a mi puerta.
– Joan, voy a Nagpur. ¿Quieres venir conmigo?.
– ¿Lo dice en serio?
Abro con mis ojos abiertos buscando la verdad en su cara y su sonrisa

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me anima a correr en vestirme. Cuando quiere darse cuenta estoy en su jeep.
El se sienta al volante

– Tobir ¿Hay correo en Nagpur?.
Asiente.

– Un segundo.

Entro y tomo las 4 cartas a Don, que aún no me había sido posible

enviar.

Durante el camino, sólo unas 3 horas, voy alegrandome del efecto que

mis noticias causaran en el.

Al llegar allí veo que la ciudad es preciosa, grandes templos abundan

por doquier y en las calles los mercaderes reclaman la atención de sus

clientes con su pregon. El tiempo pareciera aquí no correr, el claxón del

vehículo suena para advertir a varios de los viandantes que deben apartarse
y poco a poco nos vamos abriendo camino hasta el final de la calle.

Una vez aparcado el coche, Tobir me da instrucciones desde donde

poder enviar mis cartas, apenas unos metros alejado del coche y me
encamino allí dejandole rumbo a los puestos.

Cruzo la calle y llego hasta el lugar, nadie lo ocupa ecepto un obeso

hombre que coloca unas latas en una estanteria. Me acerco y se gira. Me

pregunta algo en su idioma y le enseño las cartas de mi mano. Comprende
mi gesto y las toma.

– America, Philadelphia. – le digo lentamente.

El asiente y me pide, tras contar los bultos, 4 rupias que saco de mi

bolsillo y entrego a su voluptuosas manos. Me dedica una sonrisa y murmura

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algo por lo bajo.
– De nada. – respondo en su idioma.
Aunque es difícil de creer le he entendido unas”gracias", y parecio a
su vez entender la mediocre pronunciación de mi respuesta, eso me hace

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sentir mejor de alguna manera.
Una vez fuera me alegro de haber conseguido enviarlas y cruzo de

nuevo la calle, hacia el jeep.

Tobir no debe de haber terminado sus compras. – pienso – y se me

ocurre pasear por el lugar.

Los puestos son de lo más inverosimiles, hierbas aromaticas a un

lado, estatuillas de dioses por otro, un hombre vende agua o una mujer

cocina tortas en una improvisada cocina. Todo era fascinante y a la vez

extraño y salvaje, pero lo que me llama aún más la atención es un delgado
hombre semidesnudo que toca una flauta delante de un cesto. Reparo mi

atención en el, mientras otros siguen mi ejemplo y se acercan. Mis ojos se

nublan ante la visión de una serpiente cobra que emerge del cesto en actitud
defensiva, doy un paso atrás pero no me voy.

Las caras de las gentes observan conocedores, pero yo estoy

sorprendida a la vez que empiezo a sentirme absorbida por el sonido del
instrumento y los movimientos casi irreales del animal.
– ¡Joan es hora de marcharnos!.

Una voz me saca del trance mientras una mano toca mi hombro. Mi

cuerpo responde con un salto

– sí, por supuesto. – le digo a Tobir, que lleva envuelto en su otro

brazo una caja de dimensiones medianas

Caminamos calle abajo hacia el coche y le sigo con la mirada,

curiseando a la vez los puestos a ambos lados.

Irremediablemente pienso en Don y en lo divertido que seria pasear

con el por aquel lugar. Seguramente le fascinaria tanto como a mi, sin

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Destino de Génix

  • 1. – LOS PERSONAJES DE XENA Y GABRIELLE SON PROPIEDAD DE MCA/UNIVERSAL. ESTA HISTORIA NO PRETENDE INFRINGIR LOS DERECHOS DE AUTOR. LO ÚNICO QUE SE BUSCA ES ENTRETENER Y DIVERTIR. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – TODOS LOS DEMÁS PERSONAJES, ECEPTO LUCY LAWLESS Y RENNE O`CONNOR SON PRODUCTOS DE MI IMAGINACIÓN AL IGUAL DE TODOS LOS REMEDIOS, CEREMONIAS Y DEMÁS, así QUE NO INTENTES LLEVAR NADA A CABO. – ESTA HISTORIA ESTA CARGADA DE SUBTEXTO así QUE sí EL AMOR TE ESCANDALIZA Y NO CABE EN TI LA POSIBILIDAD DE QUE PUDIERA DARSE EN CUALQUIER CORAZÓN, AUNQUE ESTOS PERTENEZCAN A DOS MUJERES NO SIGAS LEYENDO. Si deseas darme una opinión sincera y”seria”de este relato, puedes enviarlos a Genix. “DESTINO” La noche había sido más que maravillosa, era difícil de suponer que mis esfuerzos por agradar a la familia de Don habían surtido efecto. De algún modo quería que fuese así, al fin y al cabo de ello dependía, en parte, el futuro de nuestra relación. El me había comentado durante días que o no convendría hacer para ser aceptada en su clan. Por su actitud optimista de regreso a casa sabia que todo estaba bien. Al aparcar el coche ante mi puerta vi como Don con su cara aún risueña y sin mirarme siquiera rebusca algo entre sus ropas, y es en el pequeño bolsillo interior de su chaqueta donde parece encontrarlo. De entre sus dedos saca una pequeña cajita que, sin ninguna ceremonia ofrece a mis ojos mientras la abre. Su sonrisa, segura de sí misma aún en su cara, y en la mía, una 1
  • 2. tremenda sorpresa. – Don, ¿qué significa esto? – Sólo lo que supones. -respondió aún sonriente. – Pero, pe... V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Es lo que querías ¿no? – Sí, pero... Mi voz desea salir pero mi deseo es en vano, mis ojos se llevan toda la fuerza de mí mientras contemplo aquella flamante joya, que gritaba que entre nosotros ya había un compromiso, un compromiso real. Miro de nuevo el rostro de Don y su cara auto complacida y segura. Podría decir que demasiado en realidad, como si pareciera que ese regalo fuera más para mi que para el mismo y el regalo más que aquel anillo fuera el. Y en realidad tenía razón, el nunca había tenido ninguna prisa por comprometerse, sin embargo yo parecía aferrarme a el como si fuese la única salida a mi vida. Al fin y al cabo me había ayudado bastante en el transcurso de mi carrera periodística, si bien mis padres, que a duras penas habían encaminado mi rumbo, no sin poco trabajo de su frente para con el sentido económico que les ocasionaba, Don había logrado desde el momento en que le conocí, introducirme en los ambientes adecuados donde contactar con gente destacada del gremio. Le debía mucho y creía que tenía mucha suerte de tenerlo a mi lado. Eso, sumado a la insignificante idea de que pertenecía a una de las familias más influyentes de Philadelphia. Tomo el anillo de la caja mientras espero quizás, un pequeño ritual donde lo encaje en mi dedo pero con su sonrisa aún en su cara no da muestra de que la idea fuera mutua. Tampoco importaba mucho, no quise darle importancia, era una noche decisiva en mi vida, en realidad ese anillo 2
  • 3. era la bienvenida a otra vida no muy lejana y al mismo tiempo, era una despedida, mañana partiré hacia la India – En este año que estaré fuera de seguro me extrañara y será más V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m fácil ver salir de el gestos un poco más... bueno que se yo. Me coloco el anillo en mi dedo mientras por fin – ¿Te gusta? –pregunta. Como si fuera fácil despreciar la enorme piedra, que supongo está iluminando en este momento mi cara, pienso. – Sííí, es realmente precioso. –respondo. Mientras levanto mis ojos siento el deseo de abrazarle, como si mentalmente ya estuviera echándole de menos. No había afrontado la idea del todo pero ese viaje me daba algo de pavor Era necesario, sin embargo: mi tesis iba dirígida a cierta doctora que por algunos de esos influyentes amigos de Don, había descubierto que se encontraba por algún lugar de ese basto país. Sí, iba a ser un trabajo algo difícil pero así lo había decidido. No podía conformarme con haber sido una de los tres estudiantes mejor cualificados, mi condición de mujer en medio de todos aquellos estudiantes que me miraban con recelo por haber elegido quizás ampliar mis conocimientos, en vez de estar casada y tejiendo tapetes en tardes aburridas de reuniones de esposas, habían despertado en mi un espíritu competitivo sin limites. Don parecía contento con la idea de que fuese así, de echo, había sido en la misma universidad donde nos habíamos conocido, tiempo antes de que abandonara su carrera para hacerse cargo de una de las empresas, la bien expandida línea de negocios de su familia. En realidad no le culpaba por su decisión aunque algo en mi le recriminaba el que no tuviera, como decirlo... una meta, una línea individual a la que llegar por sí mismo. – Te quiero, quiero que me prometas que me escribirás y que en algún 3
  • 4. momento sí te es posible viajaras para encontrarnos. – Créeme que lo haré. –responde con voz sincera mientras sus ojos se clavan en los míos y se acerca para darme un dulce beso que se prolonga a unos minutos. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Al terminar susurra a mi oído – Se que nos harás sentir orgullosos Cuando vuelvo a mirarle sólo puedo sonreírle y, para no provocar mis lagrimas que ya están en la línea de mis ojos, volteo para intentar abrir la puerta del coche. Cuando lo consigo salgo y la cierro tras de mí. Don no sale de el e imagino que también se le hace difícil la despedida, en cambio acerca su cabeza a la ventanilla de mi lado y levanta la palma en señal de despedida rápida y sutil, le respondo de igual forma y retorna sus manos al volante mientras una sacrificada sonrisa le intenta demostrar que todo esta bien y que lo estaré. Sin más vacilación volteo hacia mi portal mientras tras de mi siento la aceleración del coche. Ya en mi habitación, tiro mi bolso sobre el sillón mientras me acerco lentamente a la mesa, donde recojo el bloque de notas, recopilación de algo de información sobre la doctora, que estoy convencida va a traer a mi vida un paso de importante prestigio en mi carrera. Los llevo conmigo hasta la cama y sentándome en ella, intento repasarlas, pero una sensación extraña en mi dedo le quita importancia a mis papeles para verme contemplando mi mano como una niña. Mis ojos perdidos en el brillo de aquel, no tan pequeño diamante. Siento satisfacción y un gran alivio. Paso la noche intentando repasar mi equipaje, haciendo memoria de esto y aquello y asintiéndome a mi misma con cada cosa, pues de echo, todo parece bajo control. El sueño parece adentrarse en mis ojos. Cuando ya parece que sucumbiré, un pensamiento inunda mi mente, que deja mis ojos de par en par, y con un salto me incorporo gritando. 4
  • 5. – La pomada para mosquitos. Claro que iba a ser de mí sin ella. No son pocos los que me habían advertido que semejantes bichos adquirían una dimensión descomunales por esos lugares. Y yo, que con a penas el sonido de su vuelo significaba para mi una enorme ampolla en mi cuerpo, iba a ser la victima perfecta. Sin vacilaciones, tomo de mi botiquín seis de esos tubos y V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m los incorporo a mi bolso de mano Dormí toda la noche de un tirón, para cuando el coche hace sonar el claxon bajo mi ventana ya estaba vestida. Doy un rápido vistazo a la habitación, cierro la puerta tras de mi, no sin algo de prematura nostalgia, y emprendo mi descenso por las escaleras. Ya en el portal el chofer de mi auto se acerca en mi ayuda para cargar mis maletas, le indico donde se encuentra el resto y las baja hacia su maletero. Cuando hubo acabado ya yo estaba instalada en el asiento trasero. Mientras el vehículo se aleja del que siempre ha sido mi hogar, siento la tentación de voltear pero me convenzo a mi misma que soy más fuerte que eso y prefiero pensar en el día de mi regreso, cuando al cruzar de nuevo esa puerta. TODO IBA A SER DIFERENTE. Llegamos con el tiempo necesario para llevar el equipaje a la parte trasera del aeroplano e introducirme en el, antes, agradecezco su amabilidad al conductor que me ha trasladado y como no, le doy una pequeña propina, que agradece. – Bueno, aquí estas, vas camino de lo que tanto has deseado tener. – pienso, mientras doy una ligera mirada al resto de los pasajeros.– Uhm, somos unos 15, en realidad vamos al completo. –sigo pensando. Las hélices retumban de repente y doy un salto en mi asiento mientras mi acompañante de viaje se rie sonoramente de mi actitud, le dedico una mirada de risa forzada mientras se pone serio de repente. No había reparado en el. Es increíble, a veces nos preocupamos por contemplar todo lo que nos 5
  • 6. rodea y, son muchas las que, en que por mirar más halla, no vemos, ni tan siquiera somos conscientes de lo más cerca a nosotros. Mientras el avión despega sólo un susurro sale de mi boca. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Hasta pronto Don, te quiero. Durante el viaje todos esos hombres con portes de empresarios charlan a cerca de como les empieza a afectar la crisis en sus negocios. La guerra es inminente en Centro Europa. Logro descifrar de sus conversaciones que en esta zona reina un caos económico y social que va a estallar de un momento a otro de forma aún más violenta. La única mujer del biplano, una mujer de unos 50 años observa por la ventanilla y cuando deja de hacerlo cierra sus ojos. – De igual modo de que podría hablar con ella. –pienso. Mi compañero de viaje me mira y en una lengua ininteligible me comenta algo. Yo ni parpadeo por lo disparatado que me resulta los sonidos de su boca – Yo... no... en– ten– der– te... El hombre frunce el ceño y sin mediar palabra intenta acercar sus manos a mi cinturón – ¡Ey! –protesto mientras le sacudo con mi mano a una de las suyas. De repente, desde detrás de mi un hombre me advierte de que su intención era la de cambiar mi asiento por el suyo de la ventanilla. Una mueca de terror cubre mi cara, avergonzada por mi reacción ante la buena voluntad de mi pequeño amigo. – Gracias... Gracias. –le repito tras acomodarme en mi nuevo asiento. Él simplemente baja su cabeza una y otra vez en señal de que entiende mi gratitud. 6
  • 7. Transcurridas 6 horas de viaje ya el sonido del motor forma parte de mi vida e incluso me ha permitido dormitar durante gran parte del tiempo. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Abro mis ojos del todo, los demás duermen mientras y sólo mi compañero parece ser el único que ronca. El señor de detrás lee un periódico y, sin mirar hacia él, me comenta que en sólo unas tres horas llegaremos a Francia, donde tras una parada de algunas horas, seguiremos el vuelo. Yo asiento y busco algo que hacer. Saco del bolso mis notas y me dedico a repasar mis datos... – Doctora Winssey J. Mc Dawly, paradero desconocido, edad desconocida,... etc... etc... y más datos desconocidos. Es evidente que cualquier cosa que pudiera descubrir de "ti”sería bien recibida en América – pienso. Todo sobre ella era un enigma. Nadie conocía de sus estudios ni nada relacionado con su carrera hasta el día que la publicación de su libro ”Salvar desde la tierra” conmocionó el mundo de la medicina alternativa, dejando en el gremio de la medicina un gran revuelo; de admiración por unos y de críticas por otros que condenaban esa forma rudimentaria de curación a través de hierbas y plantas de desconocidos nombres y difícil acceso. Sin embargo, habían sido ya muchos los que se habían entregado a este método y otros tantos los que estudiaban su libro como si de un texto sagrado se tratase, empezando incluso a generar una serie de especialistas en su genero y cuya efectividad era confirmada ya por muchos. A pesar de ello, nadie había podido dar con ella, era del todo evidente que viajaba mucho por todas partes. Había sido gracias a Don y sus amplia cartelera de amigos, que había descubierto que había sido vista en la India en los últimos meses. La mujer, no es que se escondiese, tan sólo es que se despreocupaba totalmente de cualquier compromiso que no fuese su trabajo, eso no costo mucho descubrirlo. Una vez descubierto su paradero, había asediado ese país con cartas, 7
  • 8. algunas de las cuales iban dirígidas a su nombre y otras a la embajada americana de Delhi. Siendo estos últimos, quienes finalmente habían contestado a mi reclamo, y como no, con algún que otro hilo movido por el padre de Don, había tenido la confirmación de que una de mis cartas había V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m sido entregada en mano en la aldea donde se encontraba. Y, aquí estoy rumbo a un lugar desconocido, de lengua extraña, donde no conozco a nadie y ni tan siquiera se sí esta señora vendrá a mi encuentro cuando llegue allí. – ¡Mi querida y escurridiza señora, estoy en camino y te encontraré! – pienso. La parada en Francia le da un pequeño respiro a mis piernas, es de agradecer un descanso del zumbido de aquel rugir que tiene mis oídos mareados. Sin embargo, y a pesar de que ya oscurece, el viaje continua. Todos aquellos empresarios habían finalizado su viaje en esta parada y en su lugar otras personas de apariencia hindú en su mayoría, ocupaban los asientos. Durante un buen rato enfoco mi atención en sus conversaciones con el fin quizás de aprender algo, pero es inútil, con una cara de resignación golpeo mi cabeza en el espaldar y me dirijo a hacer lo único que puedo, cerrar los ojos y volver a dormir. Pasado un tiempo mi pequeño compañero de viajes, que me había traicionado con el resto de los viajeros, haciéndose participe de sus diálogos e ignorándome del todo, sacude mi brazo, a lo que respondo con un sobresalto que me yergue en el sillón. Ya a estas alturas del viaje ya yo había perdido toda compostura en mis modales y demás. Al despertar me encuentro acurrucada en una esquina del asiento y agarrada a mis propios pies. Mi amigo intenta decirme algo, pero mi cara de interrogación debe 8
  • 9. hacerle pensar que con un gesto lo entendería mejor. Señala así la ventanilla y al girar mi cabeza veo que sobrevolamos lo que seguramente es nuestro destino. – Poorr fiiinnn... –exclamo para mí. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Nos ajustamos a los asientos mientras en un claro, en medio de lo que parece una selva, el avión aterriza. Cuando me quiero dar cuenta, ya estoy en suelo firme con mis maletas. Poco a poco todos los demás se van marchando mientras vehículos, que me pregunto por que andan aún, vienen a su encuentro. Tras unas horas estoy sola y los únicos seres vivientes que diviso son el piloto del avión y un mecánico. El terror se esta apoderando de mí, me acerco a ellos con una pequeña esperanza. – Yooo... Akola. yo... irrr... Akola. Ambos individuos se miran con un gesto cómico. Pujo al cielo mezcla de rabia e impotencia, doy media vuelta hacia mi equipaje, cuando una voz se dirige a mí. – Seggñorrita, Akoula magñanag. – ¿Cómo? – Akoula magñanag. – Sí, sí ya le entendí la primera vez. – Pergdogneme, mi nog hablag muy biiieenng su idiomag. Un incalculable alivio recorre mi cuerpo cuando oigo sus medías palabras pero desde que salí de casa era lo más coherente que me habían dicho y oído. De repente mi placer se disipa cuando me concentro en lo que había dicho. – Mañana. ¡¡¡Mañana¡¡¡. Pero.. como... donde... que... 9
  • 10. Todas mis preguntas se resumen a esto pero... ¿cómo pudo pasar esto? ¿cómo... es posible? ¿dónde... pasaré la noche? ¿qué... voy a hacer?. Para mi suerte estos señores solucionaron cada una de mis dudas. Paso la noche en un banco en medio de una pequeña cabaña de madera V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m rancia que supuestamente es el cuarto de las herramientas. De mis amigos no supe nada más y francamente no me importaba en absoluto. – Don, dónde estás, mi amor. –acaricio el anillo en mi dedo.– ¡El anillo¡ No es muy juicioso llevarlo a la vista. –me digo. Pensarlo y hacerlo fue una sola cosa y lo escondo el fondo de mi calcetín, más abajo del nivel de mis botas, para inmediatamente después caer en un dulce sueño, incomprensible teniendo en cuenta el lugar, condiciones y demás contras. El amanecer llego muy pronto. La puerta se abrió, dejando entrar el aire frío de la mañana. El piloto traía en su mano una especie de torta y un vaso de te caliente. Me incorporo de inmediato y tomo de sus manos el alimento. – Gracias.. muchas gracias... de verdad... –le sonrío. – Ya ess hhorag. –me dice. No necesito repetirlo, en menos de cinco minutos yo y mis maletas esperábamos junto a otras gentes al pie del aparato volador. Y en otros cinco más ya estaba en mi asiento. Yo, unos 12 pueblerinos y 4 gallinas que revoloteaban a su antojo por el lugar. En 4 horas de bulla y cacareos tomamos tierra de nuevo. Si la anterior pista parecía estar en media selva esta pareciera ser esta misma. Bajamos todos siguiendo cada uno una dirección distinta, excepto yo. Para mi suerte un vehículo se aproxima, se para ante mi y de el baja un hombre mayor de unos 68 años o así que, sin más vacilaciones se planta 10
  • 11. frente. – ¿ Doctora Winsey, Winsey Mc. Dawly? –le pregunto. El buen señor cambia su estoico rostro por una amplia sonrisa llena de blancos dientes que me confunde y casi me asusta. Toma mi equipaje V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m mientras supongo que sí viene a por mí. Alguna extraña razón, quizás el sentimiento de estar perdida me hace fiarme de este hombre y me introduzco en el jeep. Pronto nos ponemos en marcha a todo gas. Mientras conduce le contemplo de reojo, parece ensimismado en la conducción. Sus facciones duras chocan con un cierto brillo en sus ojos, todo el completo de su rostro implica una sensación de confianza a pesar de su estúpida sonrisa. – ¿A dónde nos dirigimos? En ese momento la estúpida sonrisa vuelve a su cara y decido ignorarle mientras me acomodo como una autentica ciudadana americana, arreglando mi camisa y sacando un cepillo de mi bolso de mano, estiro un poco mi cabello. Contemplo con algo de preocupación los que dejo entre sus púas, algo más de lo normal y me calmo a mi misma diciéndome que es debido al estrés. Los aparto del cepillo, mientras mi risueño chofer ya no sonríe, simplemente se carcajea contemplando mi acción. Él no lo sabe aún pero empieza a fastidiarme un poco su actitud. Sin hacer caso a este señor dirijo mi mirada hacia delante intentando hacerme cargo del paisaje, pero el condenado viejo arremete con tal velocidad que sólo se desdibuja franjas verdes por doquier. De repente, en frente, se divisa un cruce de caminos y sin previo aviso un fuerte giro de volante nos introduce en una pedregosa ladera abajo, con baches de tal magnitud que durante su recorrido fue inútil dejar de saltar e incluso alguna vez de chocarse contra el techo. Intente asirme a cualquier cosa y protestar, pero ante mis protestas sus risas parecían incrementarse. Tan de sorpresa entramos como salimos de aquel pedregal y de nuevo 11
  • 12. el camino se volvió más llano. Me costó tomar aliento mientras aún escuchaba sus risas y jadeos. Con todo el decoro que me es posible, miro de reojo a mi amigo mientras él se aferra al volante con tanta insistencia, que pareciera que fuese V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m el vehículo quien le llevaba a él. No transcurrió mucho tiempo, quizás media hora, cuando llegamos a una especie de aldea con cabañas hechas de maderas, juncos y cañas. Animales sueltos en la vía huyen al sonar del claxon. Unos niños juegan en la orilla de un rió que calma su descenso justo ante el poblado, formando un remanso. Por fin el coche para ante una de las cabañas, aún observo los alrededores cuando mi chofer saca de la parte trasera mis pertenencias. Salgo del vehículo sintiendo que la mayoría de mis pelos caen sobre mi cara, media blusa fuera de mi pantalón y mis huesos fuera de su sitio. Ojeo el lugar con poco detenimiento, y veo que el anciano se dirige a una de las cabañas con mis pertenencias en sus manos. Me propongo seguirle y voy en su dirección, cuando de pronto a mi espalda escucho unos gruñidos que me hacen voltear. Allí, justo frente, un enorme chucho me muestra sus dientes con sus ojos clavados en mi. Todo mi cuerpo queda paralizado mientras alzo mis manos al frente, en actitud pacificadora. De repente un silbido a mi espalda detiene al animal de su empeño y con un enérgico ladrido se dirige sin titubeos hacia una ranchera en estado caótico de cuyos bajos asoman unas botas marrones de cuero, algo roídas y bastantes sucias. A pesar de que el fiero animal se ubica tendido junto a aquellas botas, tomo el valor suficiente para acercarme y de alguna manera dar las gracias al propietario de aquellas piernas. Era mi obligación, había empezado mi llegada con una no muy hospitalaria formas con aquel viejo, pero sí debía hacer mi estancia algo más agradable tendría que mostrar algo más de modales. 12
  • 13. Eso, sin nombrar que mi investigación iba a ser mucho más fácil sí de alguna forma ganaba la confianza de aquellas gentes. – ¿Hola?... perdone pero supongo que debo darle las gracias. ¿Oiga? ¿Me ha escuchado? V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m “Bueno, supongo que la gente aquí no es muy cordial, de cualquier modo de nada me hubiese servido que respondiera a mi pregunta, seguramente no había entendido nada de lo que hubiese dicho” pienso. Me giro en redondo con mi frustrado intento de amabilidad y comienzo a andar rumbo a aquella cabaña. – ¡¡¡Ouhh!!! Vuelvo a girarme hacia el quejido que sale del vehículo y por el movimiento de aquellas piernas veo que el resto del cuerpo se empeña en salir de allí. Me acerco un poco, mientras aquella persona desliza su cuerpo hacia fuera. – ¡¡Maldita sea!! –protesta por lo bajo. Una vez fuera del todo, se queda sentada en el suelo. En su mano derecha sostiene una herramienta grasienta y con la izquierda se acaricia en un lado de su cabeza. Me acerco un poco más y me sorprendo de ver que es una mujer y que, a través de sus protestas, habla mi lengua. Fue alivio lo que sentí. Termino por acercarme justo al frente suyo. Es una mujer joven, de largos cabellos negros recogidos en una espigada trenza que llega hasta su media espalda, unos ojos azules, penetrantes y fríos. – ¿Perdona? –pregunto agachando levemente la cabeza como queriendo descubrir si realmente era cierto. “¡Hablaba mi lengua!” pensé. Levanta sus ojos con un gesto de dolor y rabia en su rostro, para desviar, de nuevo, su atención a otro lado. 13
  • 14. – ¿Hablas mi lengua? –le pregunto. – ¿Quién lo pregunta? – ¡Ah, bueno sí!, perdona, mi nombre es Joan, Joan O, Neil. Levanto mi mano en señal de presentación formal pero en su lugar se V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m pone en pie y tomando un sucio trapo de sobre el vehículo, se ocupa en limpiar sus grasientas manos. Al no recibir respuesta a mi saludo decido retirarla. Mientras, me doy cuenta de su altura, casi una cuarta y media más sobre mi. – Soy periodista vengo en busca de la Doctora Mc. Dawly, debe de saber que estoy aquí. –le digo. – Sí, seguramente lo sepa. –responde con una irónica sonrisa en su boca. – ¿Y bien? –replico esperando algún otro comentario. – Y bien, ¿qué? – ¿Podrías dirigirme hasta ella? – ¡Ah, eso! Bien, ella ahora esta muy ocupada. Lo mejor que podrías hacer es instalarte y... –mirándola de arriba abajo.– ...descansar un poco. Cuando llegue la noche seguramente te encontrarás con ella. Sigo su mirada mientras me observa y siguiendo su ejemplo me contemplo para darme cuenta de que mi aspecto no es más pulcro que el suyo y que, en realidad, no tengo la apariencia que deseaba para un primer encuentro con la persona que iba a conseguir que mi nombre fuese uno de los más cotizados en el mundo periodístico. – ¡Oh! Tiene razón. –pienso en voz alta.– Además realmente necesito un descanso y un buen baño. Me encamino de nuevo hacia la cabaña dejando a mi huraña amiga en sus trabajos y cortando la conversación que forzadamente estaba teniendo conmigo. Sin embargo, una duda me asalto de pronto. 14
  • 15. – ¿Cómo es ella? –me giro de nuevo hacia ella, intentando descubrir algo que me sirviera para preparar nuestro encuentro, y causar así la mejor impresión. – ¿Ella? ¡Ah!, pues es una señora muy agradable, maravillosa y algo V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m regordeta. Ríe para sí misma con sus manos ya en su cintura y el paño asqueroso en uno de sus hombros. – Sí, ya veo. Realmente su charla no me servía de nada. Una de las pocas personas con la que podía hablar y no me decía nada en su conversación. Me dirijo de nuevo con paso enérgico hacia mi habitáculo, no sin antes dejar esta individua agacharse sobre sus rodillas y zarandear aquel fiero animal con sus manos y dirigiéndole unas palabras – ¿Verdad?¿eh? El animal agradecía su gesto con infinita lealtad y sumisión acercándose aún más a aquella mujer – Gracias. –susurro en mi camino.– Gracias por nada. – No, este no va a ser del todo una buena experiencia, pero yo a lo mío. Concéntrate Joan, al final valdrá la pena. – me autoconsulelo. La cabaña no es muy grande, en la entrada descansan mis maletas, echo un vistazo a mi alrededor. Una cama a la derecha, una especie de pequeña mesa toma el lugar de la mesa de noche, una silla y una mesa tipo escritorio de madera vieja con un taburete a su lado, parece ser todo el mobiliario del que dispongo. En las paredes tan sólo una pequeña estantería de cañas. En realidad un poco falto de imaginación pero todo parece limpio y 15
  • 16. ordenado. Me tiro en la cama, no sin darme cuenta que esta acción descubre la rigidez de su base. Una especie de colchón de tan sólo 4 dedos de espesor me separa de una rígida tabla bajo ella. Mientras contemplo el techo por uno V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m leves momentos mi pensamiento se dispara hasta Don y con él el recuerdo de mi más preciado tesoro – ¡¡El anillo¡¡. ¡Cielo santo ¡ No había comprobado sí aún estaba ahí y rebusque desesperadamente en mi bota. – ¡Ahá, aquí estas! Lo sujeto entre mis dedos mientras contemplo su brillo y recuerdo el rostro de Don. Me sonrío ante este recuerdo y finalmente busco un lugar donde esconderlo. Mi mejor opción termina siendo una pequeña cajita de madera que sitúo en el estante más alto de la estantería. En la esquina derecha, justo tras la puerta, había pasado desapercibida una mesa que soporta un gran cuenco de madera y una jarra de madera tallada llena de agua. Lave mi cara y mis manos en el, moje una pequeña toalla que descansaba a su lado, y lo pase por el resto de mi cuerpo. Toda esta acción trajo a mi mente una terrorífica pregunta – ¿Y el baño? ¿acaso... ?. No, no puede ser, ¿dónde diablos se supone.. ? Mi vista da un ligero y desesperado repaso a las líneas del cuarto y confirmo mi observación – No, no puede ser verdad. – me repito Me tranquilizo a mi misma convenciéndome de que la Doctora Winsey dará remedio a mis problemas 16
  • 17. – No obstante, ahora debo descansar. – pienso. Cambio mis ropas y me recuesto en el catre. Mientras el sueño viene a mi hago una pequeña recopilación de los últimos acontecimientos. Aquel impertinente anciano, la arrogante y huraña V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m mujer. – Era extraño, – observé – una mujer blanca, joven. Seguramente había tenido estudios de algún tipo, pero era evidente que no guardaba de su cultura ningún modal y un ínfimo sentido del protocolo. “Quizás mucho tiempo entre nativos.” Pienso, “Ni siquiera dio su nombre. ¡Qué más da!” y me sumerjo en un dulce sueño. No sé cuánto tiempo dormí, pero de repente unos golpes en la puerta me hacen abrir un ojo, y tras tomar conciencia de mi situación el otro siguió su mismo ejemplo. De un salto me pongo en pie, mientras mi corazón se acelera bajo la perspectiva de que la Doctora Winsey había regresado de sus ocupaciones. Consciente de que no tendría tiempo de arreglar mi atuendo, intento ganar tiempo preguntando a través de la puerta, y mientras me meto la camiseta por dentro de mis bermudas. – ¿Ssiii? –pregunto. La voz de un niño replica desde el otro lado como respuesta. Por supuesto no entendía nada de lo que me decía, sin embargo abro y mientras asomo mi cara por un lado de ella una sonriente cara de unos 7 años esperaba que le abriese. Llevaba en sus manos una bandeja de frutas y me las ofrecía mientras no dejaba de mirarme con enorme curiosidad. – Oh, gracias, muchas gracias. – le respondo a su gesto mientras la tomo y veo que sigue ahí mirándome con una enorme sonrisa y una extrema intensidad. – Pasa, entra. –le digo mientras le indico con un gesto. El chico camina sin vacilar dentro, al mismo tiempo que coloco la 17
  • 18. bandeja en la vacía mesa. Me siento ante ella, tomo una manzana y le animo a acercarse. Su cara parece ensimismada en mi, me fijo mejor en sus ojos y noto que lo que lo tiene maravillado es, en realidad, mi cabello. – Sí, ya veo. No debes haber visto un pelo de color así nunca. Todos V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m vosotros parecéis tenerlo oscuro, así que este color dorado debe tenerte algo sorprendido. Paso mi mano por mi cabeza y con mis dedos atraigo un mechón que coloco ante sus ojos a lo que responde con risas para luego salir a todo gas de la cabaña, cerrando la puerta tras de sí. – Estas gentes deben de estar todos locos. –observo. Coloco mis pertenencias mientras en mis dientes sostengo mi mordida manzana y contemplo por la ventana que ya es de noche. Es entonces que la puerta vuelve a sonar y abro para encontrarme a mi pequeño salvaje, que con señas me pide que lo siga hasta una cabaña cercana situada a un costado de la que yo ocupo. – Debe de haber llegado. – pienso. – Sii, yaa, ya te entiendo. De forma apurada paso mis dedos por mi pelo mientras tomo mi block de notas en un afán de dar impresión de profesionalidad Salgo tras el crió que me acompaña a paso ligero ante la puerta y luego me deja sola. Aliso mi ropa, y escucho que dentro dos personas hablan en hindú y que una de ellas se aproxima a la puerta, abriéndola y casi arrollándome a su paso. Era aquel anciano, que mientras me miraba, reía con un brillo en sus ojos que realmente relataba que yo le parecía algo divertido. La puerta entre abierta y borrando mi cara de resignada furia me dirijo a llamar. Tras lo cual una voz responde desde dentro en hindú. – ¿Doctora Mc´Dawly? – Pasa. – una voz responde. 18
  • 19. Introduzco mi cabeza primero y mi cuerpo después en actitud de curiosidad y veo ante mi una mujer sentada en un taburete alto, en actitud de escribir y ojeando los múltiples frascos de cristal ante suyo, sobre la mesa. – Perdone yo... V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Pasa, adelante. Hace señal de que me acerque sin aún levantar su mirada del papel. Me acerco algo más para ver que debajo de su oscura melena come una manzana y que en algún momento la sujeta en sus dientes para acercarse uno de los frascos mientras con la otra toma notas. Luego un pujido sale de su boca en desaprobación a algo que ignoraba y, soltando su pluma sobre su carpeta, y no sin antes mordisquear su manzana de nuevo se sujeta su tabique un leve instante para por fin alzar su cabeza y voltear hacia mi. Mi sorpresa se volvió desilusión cuando vi que aquella mujer no era quien yo esperaba. Se trataba de la mecánica que me había deleitado esa misma mañana con su ‘simpática y cordial’ conversación. – Yo pensé que... Me miraba fijamente mientras intentaba esconder mi desilusión, pero sabiendo que no lo conseguía. Sus cejas se arquearon esperando un final a mi frase que no termino de salir. – Bueno, supongo que aún estará ocupada y que mañana podré verla, ¿no es así? – ¿Has recibido ya algo de comida? –pregunta. – Sí. –respondo mientras veo que de nuevo fija su atención en sus folios. – Bien. – susurra en voz baja, como si no quisiera decirlo y que en realidad toda su atención se viera de nuevo en su labor. Ante tal situación decido volverme hacia la puerta no sin antes poner mi mejor cara de furia. Realmente esta mujer me sacaba de mis casillas, por 19
  • 20. supuesto entonces ya le daba la espalda. Comencé mi avance hasta la salida y... – Yo soy la doctora Winsey Mc'Dawly – escuche tras de mí. Mi cara enrojecida de rabia se torno en un segundo en total palidez, V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m porque pude notar que toda mi sangre y mi fuerza se encontraban en esa parte de mi donde nace la vergüenza. Allí parada durante no se cuanto tiempo inhale aire mientras intentaba rescatar esas fuerzas para dar un siguiente paso. Finalmente y muy despacio doy la vuelta y veo como ella sigue ajena a mi reacción, lo que en verdad me complace. – ¿Usted... usted es? – Ahá. – asiente. Suelta su pluma de nuevo y se levanta de su asiento, arroja los despojos de su manzana a un cesto junto a su mesa y refriega sus manos. Luego me mira. – Yo soy Joan O'Neil. –extendiendo mi mano. – Ya sé quien eres, ¿recuerdas? – Sí, pero... – Escucha. Tengo mis razones para haber accedido a que estés aquí. Lo único que te pido es que hagas esto fácil. Estarás cerca y deberás aprender por ti misma aquello que creas necesario. Créeme lo menos que necesito es alguien tras de mi asediándome a cada paso. ¿De acuerdo?. – Sí, no se preocupe por nada, apenas notara mi presencia y, en cuanto a entorpecer su trabajo, quisiera saber sí alguna vez alguna pregunta. Su rostro es de fastidio. – Ahora tengo que marcharme hay unos asuntos que debo resolver, tendrás que esperar aquí. Mañana al mediodía volveré. Cualquier cosa que necesites pídesela a Tobir ya le he dado instrucciones 20
  • 21. – ¿Tobir? –pregunto. – Sí, ya le conoces. Es el hombre que te trajo hasta aquí. –responde mientras mete varios de sus frascos en una mochila. En ese momento la puerta se abre, Tobir entra y con un perfecto V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m acento ingles le comenta que todo esta preparado. Al momento, sale con la mochila de la cabaña, yo la sigo y, tras nosotros, Tobir cierra la puerta y nos acompaña. Se introduce en el coche, el anciano le dice algo a través de la ventanilla tras lo cual ella le dedica una leve sonrisa. Después se pone a mi lado y finalmente arranca, y el cacharro se aleja. – Así que hablaba mi lengua todo el tiempo. – le digo al viejo – Sí. – Pero entonces ¿por qué no lo hizo? – No hice ¿Qué? – Hablarme. – Nunca preguntó nada. – Pero... Y de nuevo dejo ver sus blancos dientes. Dejo el tema admitiendo que en verdad tiene razón. Ni siquiera me había presentado, su aspecto me hizo dar por sentado que... bueno no sé. – Tobir, ¿a dónde va? –cambio de tema. – Al albergue de Neiry. – Y ¿qué se supone que hará allí?. – Ha surgido unos casos de sarampión y urge asistirlos antes de que se expanda. “Así que no sólo investiga, también acuden a ella para ejercer su medicina”, pienso. 21
  • 22. – No hay muchos médicos por aquí ¿verdad? –sigo preguntando. – Así es, ni muchos medios para combatir las enfermedades. Mientras las luces del vehículo se pierde de nuestra vista Tobir se V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m vuelve a mí. – Creo que es hora de descansar, mañana le llevaran su desayuno. Me acompaña la mitad del camino y espera a que me introduzca en mi cabaña. Luego, con un leve movimiento de mi mano me despido y el asiente con su cabeza. Que torpe he sido, me reprocho mientras cierro mis ojos y me apoyo en la puerta que acabo de cerrar. – ¡¡Torpe, torpe, torpe!! –me repito. Desabrocho mi camisa a la vez que me pregunto como la tal doctora podía ser esa mujer de apenas unos 6 o quizás 7 años mayor que yo. Quien podría imaginar siquiera que un libro que estaba revolucionando las técnicas curativas por el mundo era escrito por una mujer tan joven. De alguna manera esperaba una señora en plena madurez con gafas en la punta de su nariz que, pegada a un microscopio, se rodeaba de cientos de hojas. Recordé el encuentro con esa mujer a mi llegada y la verdad, sí no me tomaba en serio a partir de ahí lo entendería perfectamente. – ¿Qué he echo Don? –pregunto al aire mientras voy en busca de mi anillo, buscando consuelo y escuchando las palabras que Don diría si estuviese aquí. – ¡Es una torpeza! Sabes el efecto de la primera impresión, de hecho esto es algo que muchas veces define un triunfo de un fracaso. –sus palabras surgieron en mi cabeza como si de su propia boca estuvieran saliendo. Doy un suspiro mientras acepto lo que ya no se puede borrar y decido 22
  • 23. que es un buen momento para escribir mi primera carta. “Querido Don tan sólo he llegado y a las pocas horas ya deseo volver a casa, a verte, te extraño La dichosa doctora ha sido toda una sorpresa, en realidad se trata de V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m una ruda mujer, antipática y exasperante que tiene el no tan preciado Don de poner mis nervios a cien. Tan sólo espero que mi trabajo aquí avance lo más rápido posible y con un poco de suerte estar pronto en casa. Lo sé, tengo que ser fuerte, no hay premio que se gane por sí solo... pero es que... es que... intuyo que esa mujer no va a ponérmelo fácil.... . etc... etc...” EN EL COCHE: – ¡Qué suerte la mía!. Por fin decido que uno de estos individuos con ansias de gloria se acerque y ¿Qué me encuentro?, una jovencita : perdón a esto, perdón lo otro. ¿La doctora Mc'Dawly? – (con tono imitador y burlón). Ante el coche, en la carretera un elefante cruza sin prisas y, sin dejar de acelerar con un volantazo lo esquiva eficazmente. (Mientras una sofocada cara sigue protestando). – Estúpida rata de ciudad, ¿Qué voy a ser ahora contigo?. Tobir ¿para que te escucharía?. Tus palabras de apoyo a la idea de que llevara al resto del mundo lo que se, para beneficio de todos no tenía necesariamente que implicar para mi tan exasperante carga. – Sin embargo – (una satisfecha sonrisa en su cara)– es evidente que le hiciste sufrir un poco Por el aspecto que tenía la primera vez que la vi 23
  • 24. deduje que la habías traído por la vieja carretera de Sambuk. Su melena rubia era una maraña de enredos y sus ojos verdes parecían salírsele de sus orbitas de la rabia – (recordó la imagen)– Conociéndote como te conozco debiste de haber puesto todo el peso de tus carcajadas en el acelerador. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Maldito viejo embaucador. –una sonrisa tierna en su cara. – Bien tres horas más y llegare. sólo espero llegar a tiempo, de entre los cerca de 200 niños que se alojan en ese albergue tan sólo 4 dan síntomas según Alan. Tan sólo espero que no se extienda. En esta tierra toda enfermedad lleva un ritmo demasiado acelerado. Es el lugar del mundo, de los que haya podido visitar, en que un simple catarro en un sólo estornudo puede ser, en tan sólo un día, algo imparable. Ni siquiera en África o Mongolia he visto cosa igual. – Viejo cacharro. ¿Es esto todo lo rápido que puedes ir?. La mañana siguiente llego demasiado pronto. Apenas sí salía los primeros rayos de sol, cuando alguien llama a la puerta. – Bien, bien, ya voy. – me levanto mientras despego mis ojos empujándolos hacia arriba lo más fuerte que puedo – Síííí, ya voy – respondo de nuevo ante la insistencia. Mi pequeño salvaje trae un pequeño cuenco en sus manos con un poco de te, un plato de tortas de cebada y trigo, y un recipiente de madera lleno de agua fresca. Esta vez no acepta mi invitación a entrar, sencillamente al tomar la bandeja sale disparado riendo. – Muy simpáticos están resultando estos indios, muy simpáticos. Cierro la puerta y pongo la bandeja sobre la mesa. Allí descansa aún sin acabar mi carta de anoche. Me cambio de ropa mientras observo por mi ventana que la vieja ranchera aún no ha llegado. Tras comer algo salgo y nada más cruzar la puerta veo a Tobir que 24
  • 25. camina por la calle. – ¡Buenos días Tobir! – ¡Buenos días! –y sigue de largo. – ¡Tobir! Tobir! –se gira a mi llamada. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Esstoo... en realidad no se como decirlo, pero ¿dónde hacéis?... ya sabes... eh... El hombre quiere entender, pero aún no lo hace. – Ssiii... buenoo.. el baño. El hombre sonríe mientras señala los limites del pueblo – Ahí lo tienes. – ¿Cómo? ¿es que...? ¡Por todos los cielos! ¡No! El hombre se carcajea mientras retorna su rumbo. – ¿Y ahora que?. Bueno detente, ten calma, esto no significa nada para ti, se positiva y respira hondo, no es lo peor que puede pasar. No señor, no lo es. Voy derecha a las afueras del lugar, justo al nivel de la trasera de mi cabaña y me dispongo a hacer lo que debo sin más demora. Justo cuando estoy sintiendo un gran alivio, tras de mi unos gritos ensordecedores se acercan. Volteo mi cabeza y un hombre con turbante semidesnudo corre contra mi. Mi rapidez me sorprende a mi misma y levanto mis pantalones mientras grito yo también e intento huir. En respuesta a mis gritos Tobir aparece de la nada corriendo a mi encuentro. Cuando llega hasta mi sostiene mi tembloroso cuerpo en sus manos, luego me suelta y corre hacia el individuo. Ya parece que se va calmando bajo las palabras de Tobir. El hombre 25
  • 26. le lleva al lugar donde hacia poco yo disfrutaba, mostrándole el terreno. Tobir le tranquiliza y luego se aproxima a mi. – Bien hecho. Sí, muy bien hecho. –me sonríe. Mi cara esta expectante, en realidad todo yo lo estoy. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – ¿Qué diablos.. ? –me pregunto. – sólo que no debieras haberlo hecho en su huerta. –sigue diciendo Tobir con una burlona sonrisa. Y con eso una sonora carcajada broto de su garganta. Corro, corro lo más fuerte que puede asegurando con mis manos que mi desabrochado pantalón no cayera. Atrás dejaba las carcajadas del anciano mientras, de un sólo movimiento, me introduzco en mi cabaña, donde me tiro en la cama y lloro mientras recrimino maldiciendo la falta total de dignidad. Al cabo de unas horas Tobir se acerca a preguntar sobre mi estado y ya recuperada de mi aventura respondo con un ademán de mi cabeza. Me comenta además que aún falta varias horas para el regreso de la doctora, así que me alienta a que pasee por el pueblo, me indica donde esta su cabaña por sí necesitara de algo, y se marcha de nuevo. Decido que es buena idea y salgo a merodear por la aldea. Por las calles algunos hombres guían vacas hacia el río, algunas ancianas cocinan fuera de las casas. Algunas mujeres se preocupan por sus quehaceres caseros, sacudiendo alfombras, tejiendo e incluso despellejando animales para su cocción. Me dirijo al río de donde gritos de niños que juegan en sus aguas parecen divertirse y me siento en su orilla. Por largos momentos contemplo aquel río, lo calmado de sus aguas me transporta a una cierta paz, que incluso el alborotado juego de los pequeños puede romper. En realidad sus juegos parecen parte del paisaje, lo mismo que con el cántico abstracto pero a la vez embriagador de las mujeres que, al otro lado de mi sacuden sus ropas contra las piedras de la orilla. Todo es tan rudimentario y 26
  • 27. a la vez tan... tan... Un grito suena, una voz infantil se repite una y otra vez. Al girar mi cabeza, mi pequeño salvaje levanta una mano de entre sus compañeros y le dedico una sonrisa. De inmediato unos 9 niños me rodean V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Hola, mi nombre es Joan. –me presento. Su silencio habla por sí mismo. – Yo, –señalándome a mí misma.– Joan. Mi pequeño amigo resulta ser el más atrevido de todos y repite mi nombre, bueno, como puede. – ¡Sí! –le digo con entusiasmo y aprobación.– Yo, Joan. –le repito. Coloca su pequeña mano en mi hombro – Jooaannn. Le señalo ahora a el, dándole a entender que es su turno. Imitando mi acción se señala. – Milcoh. – dice. – Milcoh, Muy bien, bonito nombre, sí señor. Su sonrisa contagiosa me hace sacar de mi cara una sonrisa que creía que había dejado en Philadelphia. Pronto corrieron todos al agua de nuevo. A pesar de parecer delgaduchos tenían una vitalidad que se les escapaba de los ojos incluso al mirar. Seguí mi paseo muy despacio, de regreso a mi casa y allí encuentro ya la ranchera, delante de su cabaña de la cual se abre la puerta y sale la doctora Wiincey rumbo a su vehículo. – ¡Buenos días!. – li digo – ¡Buenos días!. – levantando su rostro. No quiero forzar más las cosas, se que debe estar cansada, y con la 27
  • 28. misma dirijo mi atención a mi cabaña y entro en ella. La cara de la doctora es de exagerado asombro, extrañada. – Sólo buenos días, nada de bla o de bla o de más bla. Bien. – y V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m también se introduce en su cabaña. JOAN: Ya a la hora del almuerzo llevo escrito en mi block mis primeras impresiones sobre su trabajo de investigación y de medico. El calor dentro se había vuelto casi cruel y había tomado la feliz idea de sentarme fuera con el respaldo de la silla apoyado en una de las paredes del frontal de la casa y sostenida en sólo dos patas. Un ruido desde la cabaña de al lado distrajo mi atención, era la puerta y de allí salía ella, que hizo un ademán de que me acercase para luego volver a entrar. Cuando quise darme cuenta en un salto estaba de pie y dejando sobre aquella silla mi portafolios, me dirigí hacia allí. – ¿Puedo pasar? –toco levemente en la puerta. – ¡Sí, adelante! – ¿Usted dirá? –le pregunto. – Sí, mañana temprano debo regresar de nuevo al albergue. He pensado que quizás querría ir con nosotros Mi corazón se acelera con la idea de que por fin empezare a trabajar en serio, pero no dejo que note mi entusiasmo, de alguna forma esa mujer me inspira algo, quizás.. temor.. – Sí, eso estaría bien. – respondo. – ¿Has comido ya?. 28
  • 29. – No, aún no. – Bien, comeremos aquí, así tendremos oportunidad de ultimar detalles. Y diciendo esto deja por fin de sacar frascos de su mochila. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Pronto aparece Tobir junto a dos mujeres portando unas bandejas que sitúan en la mesa libre del cuarto. Tras ello se marchan de allí quedándose Tobir con nosotras y cerrando la puerta tras ellas, no sin antes hacer un reverente gesto de gratitud al cual ellas responden de igual forma con las palmas unidas bajo sus barbillas. Una vez en la mesa Tobir, la doctora y yo solos, el ruido de los cubiertos de madera sobre el latón de los platos, son los únicos sonidos en la habitación. La doctora come mientras en su mano libre sostiene unos folios que sigue con sus ojos mientras mastica. Tobir come pausadamente mientras de reojo le hecha un vistazo a la mano que sostiene los papeles, con un gesto de su mano los arranca de la de la doctora, que inmediatamente después protesta. – ¡¡Eeeehh!! El anciano apunta la comida de su plato con su dedo y ella asiente con cara de rabia pero sin protestar más. Yo contemplo la acción de reojo, mientras aparento remover la comida de mi plato, del que hacia ya bastante tiempo había abandonado la idea de descubrir de que se trataba. Tras medio minuto, o así, la doctora rompió el silencio. – Y bien periodista, ¿ ya estas instalada?. – Cuanto honor, la arrogante intenta conocer algo sobre mi. – pienso – Yo... eh... sí, gracias. – respondo – (Estúpida hipócrita, pregunta por preguntar) – pienso. – ¿Todo bien en tu cabaña?. – (Seguro que echa de menos las 29
  • 30. comodidades de la ciudad, sucia rata de... ) – sí, bien en realidad. – mentí. – ¿Algún problema desde mi ausencia? – (¿cómo algo sobre una huerta?) V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Noo, no en verdad. Mientras, siento a Tobir sonreírle a su comida y un esfuerzo por parte de ella de esconder su sonrisa que finalmente explota en unas carcajadas. Me remuevo de mi silla con toda la vergüenza sobre mi y mis ojos clavados en ellos dos. Siento la furia en mi cara. Las risas continúan. Cuando parece que en mis ojos unas lagrimas cobardes se apuran por salir Tobir corta su risa y estira su brazo para frenar la de la doctora y, en hindú le dice unas palabras que deja la habitación de nuevo en silencio. sólo mi corazón parece resonar entre aquellas paredes. Hago un esfuerzo para no llorar y ellos siguen de nuevo con su comida. No puedo, no puedo soportar su actitud. Pongo mi cubierto sobre la mesa mientras me incorporo de la silla – Creo que volveré a mi habitación. Hay algunas cosas que debo hacer. – me excuso. Sin mirar sus caras voy hacia la puerta y me marcho de allí. En la mesa... – Creo que no se lo ha tomado bien. – dice Tobir (recordando la expresión de aquellos ojos verdes) – Ese es su problema. – No creo que sea así. 30
  • 31. – Ah, ¿no? – No, y lo sabes. – No fue idea mía que estuviese aquí. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Sin embargo está. – ¿Y? – Ya es bastante duro estar en tierras extrañas, ya deberías saberlo. No creo que sea mucho pedir un poco más de hospitalidad y respeto hacia ella. – ¿Respeto? ¡Respeto! Lo único que respeto es el posible trabajo que pueda sacar de aquí y eso no me da el suficiente permiso para respetarla a ella. Sus ansias de fama le ha traído aquí, no sabe ver más allá de lo que puede ser positivo para su extraordinaria carrera. En realidad creo que no piensa en otra cosa que no sea sí misma. – Quizás, pero eso no es tu problema, es el suyo. Recuerda cuando tu también te sentías una extraña y como dejaste de serlo. El viejo de alguna forma había dado en un punto doloroso dentro de ella que dejo su mirada perdida en el dolor. (El anciano coloco su mano en uno de sus hombros y ella movió una sobre la suya). – Lo sé, lo sé... – dijo rompiendo el silencio. – Tan sólo es que... simplemente me pone mala. –dijo con un gesto de rabia casi cómica en su rostro. Y siguieron comiendo. Tobir alcanza su cuchara a su boca, y de reojo observaba como Wen, que era así como la llamaba, dirigía sus hermosos ojos azules hacia la silla que momentos antes había estado ocupada por la joven periodista. Ella recordó la expresión de dolor dominado en el fondo de aquellos grandes ojos verdes de la mujer, y luego prosiguió con su comida. Esta reacción provocó en el una sonrisa que guardo sólo para sí y en 31
  • 32. sus ojos un intenso brillo. JOAN: – ¡¡Condenada bruja¡¡ ¡¡arrogante y engreída estúpida!! – gritaba Joan V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m mientras entraba en su habitación.– ¿así que quieres guerra? –apuntando con un dedo al aire como si estuviese allí.– Pues sí, mi querida doctora come hierbas. Tú y sólo tú has marcado las pautas, y sí quieres guerra la tendrás. – dando una patada al aire y cerrando su puño a ese mismo amenazando. – ¿Va todo bien? ña.. ña... ña... –rendando su voz.– Especie de reptil baboso. Lo estará el día que no tenga que aguantarte. Tras mi arranque de valentía cobarde, pase el resto del día buscando el enfoque a mi trabajo. sí tenía que aguantar toda esa humillación haria que valiera la pena, de cualquier de la maneras En mi dedo mi anillo reluce, de alguna forma causa un remedio pacificador en mi. Tobir esta sentado en una mecedora en la entrada de su cabaña disfrutando de la ya oscura tarde, que había dejado atrás los luminosos colores naranja en el cielo, dando paso a un infinito techo de estrellas. El silencio era rodeado de aullidos de monos y aleteos de aves que desde la selva se hacen eco en la aldea. Cuando de pronto, algo llama su atención a su costado. Desde su cabaña Wen sale en dirección al habitáculo de la periodista. De nuevo una pequeña sonrisa y se levanta rumbo al interior de la suya. Por entonces Wen había alcanzado su destino). Toc, toc. – ¿Síííí? –una voz replico de mala gana. – ¿Puedo pasar? –pregunta Wen. 32
  • 33. Mis ojos se agrandan y una mueca rabiosa en mi cara. – ¿Qué querrá ahora? ¿Más risitas quizás? –digo a regañadientes, sólo para mí. Apuro en esconder mi anillo de nuevo y acercándose a la puerta V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m inhalo para borrar la rabia de mi cara y abrir – Hola. – dijo Wen – Hola. – respondí. – Creo que no hemos podido hablar acerca de mañana – ¡Ah, si!, por supuesto. Pase. Sigo sosteniendo la puerta mientras se introduce dentro y la cierro tras ella. – Cuando quiera. – digo y la descubro echando un vistazo curioso alrededor. – encima cotilla– pienso. – Bueno, debes llevar botas altas, pantalones bajos, alguna camisa que cubra todo tu brazo. Sin olvidar alguna manta y abrigo y, por supuesto, – dice mirando mi pomada antimosquitos de sobre la mesa – no se te ocurra aplicarte eso. – ¿Cómo? – Quizás de donde vienes sea efectivo, pero a los de aquí los atrae como la miel a las abejas. – Pero... – Si necesitas algo yo puedo darte un remedio más efectivo. ¿Alguna pregunta? – Creo que no. Bueno, ¿estaremos fuera mucho tiempo? – Eso nunca se sabe. – dice mirando directamente mi cara con seriedad. En ese momento me doy cuenta de que es la primera vez que la veo 33
  • 34. por algo más de un momento fugaz. Sus ojos azules son fríos y su mirada calculadora, realmente me intimida la fuerza que emana de ellos. Su camisa desabrochada deja asomar su camiseta blanca bajo ella, de su cuello una piedra azul cuelga de una V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m especie de cordón de cuero negro que la atraviesa por su centro. Su pelo liso cogido a su espalda con flecos cayendo por su frente y algunos mechones sueltos por los laterales de su cara, es oscuro, casi negro en realidad. Ella levanta su mano y rasca ligeramente su cien y con esto me fijo en lo delgados y largo de sus dedos. Todo el momento me recuerda a un examen, se que hace lo mismo conmigo. – Bueno. ¿Ninguna duda mas? –un tono enérgico vuelve a su voz. – Creo que no. – respondo de la misma forma. – Pues hasta mañana entonces. –dirigiéndose a la puerta – Hasta mañana. –la acompaño. Abre la puerta y sale. Veo que se aleja y su perro se encuentra con ella en el camino de regreso a su cabaña. Antes de verla introducirse en ella cierro de un sólo golpe. – Hasta mañana entonces. –rendando. Preparo todo, incluyendo mi portafolios y paso la noche terminando mi carta a Don mientras no puedo evitar que alguna lagrima corra por mi mejilla. No ha amanecido aún y la ranchera da tumbos de un lado para otro en un frenético va y ven. sí el viejo Tobir me había parecido loco al volante, no podría definir la conducción de la doctora Winsey. Sin embargo, debo reconocer, que era bastante diestra en esquivar los obstáculos en el camino, aunque para ello no utilizaba para nada el freno, en verdad nada en ella parecía tenerlo. Había empezado a clarear el día cuando tomamos otra vía, ya lejos de 34
  • 35. la selva, que permitía que el viaje fuera más suave. Durante el trayecto no había hablado mucho, todo el tiempo buscando donde agarrarme, pero ahora podía disfrutar algo más del paisaje, que era deliciosamente asombroso. Inmensas llanuras verdes, con serie de árboles aislados, al fondo unas lejanas, pero preciosas montañas nevadas en sus cimas. El verde de V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m aquellos árboles era más intenso de lo que había visto nunca. – ¿Cómo vas? ”Bien desarmada", pienso pero contesto: – Muy bien. Tras unas horas más de camino tras esa pregunta, llegamos a nuestro destino. El albergue terminó siendo algo parecido a una vieja iglesia, vieja y ruinosa, a cuyos lados se disponían una serie de viviendas de idéntica forma, pero en estado precario. El encalado se había caído casi por completo y ladrillos de arcilla blanca, de dudosa consistencia, aparecía tras de él. – Alan, ¿cómo va todo?. – dice la doctora a uno de los hombres sonriente que se aproximan a ella – Todo parece ir bien. – le contesta un maduro hombre de cerca de los 40. Su tez morena más de la intemperie que del color natural de las gentes hindúes y con facciones europeas. – ¿Algún caso más? – le pregunta de nuevo con cara más seria. – No, creo que has conseguido de nuevo vencer en la batalla antes de que comenzara la guerra. – le sonríe – ¿Tobir? – saluda al anciano, a lo que este responde bajando su cabeza, para luego tomarse mutuamente de sus antebrazo y sonreírse. El buen hombre repara en mi, cuando veo a la doctora alejarse con su mochila. – Gracias de nuevo, por nada. – pienso, y veo como el hombre hace un ademán de acercarse 35
  • 36. – Hola, soy Alan. Tu debes de ser la periodista ¿verdad?. He oído algo de ti. – Sí, ya imagino. – pienso. – sí, soy Joan O'Neil, mucho gusto. – estrecho su mano y nos V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m encaminamos tras los demás – Bueno, ¿cómo te va con Wen? – ¿Wen? – Si. – apunta con un ademán de su cabeza hacia la doctora – Bueno... Bien. Se sonríe y me doy cuenta de que no he estado convincente – Debes tener paciencia con ella, en realidad es una de las personas más respetadas de la zona y no en vano, créeme. Noto como sus ojos la miran con un cierto atisbo de cariño, intenso cariño. – Sí, no habrá otro remedio. Una vez en el interior de lo que desde fuera pareciera una antigua iglesia, veo que es un gran comedor con grandes mesas alargadas de maderas avejentadas y pulidas de tanto uso. Caminamos a través de la estancia y encontrar que donde podría estar la vicaría, se encuentra ahora una especie de salón con una mesa en su centro, rodeada de sillas y una pequeña cocina al lado izquierdo del recinto. Allí, Alan se acerca al fogón y pone un cazo de agua a hervir. Mientras, Tobir dice que saldrá fuera a dar un repaso al vehículo. La doctora con su cabeza dentro de su mochila busca algo y yo opto por esperar un próximo movimiento de alguien. – Enseguida vuelvo. – dice la doctora sin mirar a nadie, concentrada en algo que sólo ella sabe. Con su mochila en una de sus manos, desaparece del cuarto. 36
  • 37. – Siéntate, por favor. – me pide Alan – Se lo agradezco. – y me siento – Enseguida estará preparado el te. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – ¿a dónde va?. – le pregunto. – Va a visitar a unos niños. Debe cerciorarse de su estado aunque han pasado la noche bien. Su fiebre bajo nada más atenderlos la pasada noche. Ella lo sabe, pero es así, siempre tiene que ver las cosas por sí misma. – responde sin desviar su atención en preparar la infusión. – Comprendo. – ¿El que?, ¿Qué es bastante cabezota?. – No, yo no quise... – Créeme, lo es. – se da la vuelta y me sonríe conocedor. El agua hierve y Alan se acerca con dos tazas de te en sus manos, me ofrece una y se sienta en una silla contigua. – ¿De donde eres?. – me pregunta – De Philadelphia. – ¿Y usted? – No por favor, nada de”usted". Soy de Dublin, Irlanda. – y da un primer sorbo del humeante liquido. – Ah, bastante lejos ¿no?. – sí, no estoy aquí por que me lo propusiera, llegue a esta tierra como de pasada, sólo un inmigrante más en busca de fortuna que esta tierra prometía, al cabo de unos años me di cuenta de que no iba a tener suerte, pero supongo que ya era demasiado tarde. – ¿Tarde? – Sí, esta tierra y sus gentes, sus costumbres, todo ello clavo sus garras en mi y jamás hubo retorno. 37
  • 38. Me gustaba este hombre, al menos decía ”por favor” y le gustaba casi tanto como a mi la charla – ¿Cómo es que estas aquí?. Me refiero a este lugar. – Oh, yo termine casándome con una increíble mujer nativa. Ella V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m falleció tras unos años y lo demás es una larga historia. – No, por favor, continúe. Para su propia satisfacción, y la mía, siguió hablando. – Tras su muerte caí en tal estado de dolor que poco a poco fue consumiendo no sólo mi alma sino también mis pocas posesiones. Perdí todo cuanto tenía en bebidas y en absurdas apuestas en bares de mala muerte de los rincones de Calcuta. Llegue incluso a mendigar por las calles hasta que un día para mi suerte tropecé con el Padre Jeremy, el me trajo aquí en calidad de paciente, aquí mis heridas fueron curando poco a poco. – ¿dónde esta el?. – Oh, él murió hace algunos años victima de unas fiebres. Yo decidí quedarme aquí y continuar una labor que ya considero mía, cuidando de gentes que ya considero mi propia familia, quizás la que nunca llegue a tener. – Es algo triste. – No, no lo veas así, no todo el mundo tiene la posibilidad de ser aceptado y de ver además que su amor sea correspondido, y eso ha hecho esta tierra por mi, me corresponde en cada cara que se cruza en mi camino, en la calma que me traído y la oportunidad de encontrar cosas que estoy seguro que en Irlanda jamás habría sospechado que existiera. No entiendo muy bien lo que quiere decir con eso, pero su historia es verdaderamente digna de ser escuchada. – Bueno, ¿Qué te parece sí te muestro todo esto?. – se levanta. – Sí, de acuerdo. – levantándome también. – El comedor ya lo has visto, aquí cerca de 15O personas comen cada 38
  • 39. día. Salimos de allí y nos dirigimos a la izquierda, entramos en uno de los habitáculos donde hileras de camas que se pierden hasta su fondo se alinean una junto a otras. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Este es unos de los dormitorios, los restantes son iguales a este. Cruzamos al otro ala del albergue mientras veo que a unos metros Tobir remueve algo dentro del abierto capo de la ranchera. Sigo a mi guía y de repente gritos de niños empiezan a escucharse. Nos dirigimos a un descampado donde cerca de 30 niños juegan con una pelota de cuero vieja, sólo una figura adulta entre ellos. – Estos niños son tanto hijos de gentes que duermen aquí asiduamente, como huérfanos recogidos de campos de arrozales donde eran explotados. – Es que ¿los niños trabajan?. – La mayoría de ellos sí, la gran mayoría en realidad. – ¡Por todos los cielos!, ¿y sus padres?. – La gran parte de ellos se alegran de que tengan la suerte de conseguir un trabajo. A veces las pocas ganancias de uno de los pequeños es de lo que disponen una familia entera para comer. La vida aquí no es fácil, ya desde la época de las colonias todo aquí ha ido cambiando tanto. A veces parece inconcebible pensar que civilizar o explotar signifique destruir unas estructuras tan sutiles y la sencillez de las vidas de estas gentes. – Aquel que vez allí es Arial. – cambiando de tema. – El ayuda en lo que es necesario y además es un buen amigo. Luego te lo presentare. – Ven, sígueme. – me indica. Nos dirigimos a los recintos que momentos atrás habíamos pasado de 39
  • 40. largo. – Esto son los almacenes donde guardamos las herramientas de cultivo. Aquí todos ayudamos de la forma en que podemos. Algunos trabajan en campos de varias maneras y utilizan este lugar como hogar, otros no han V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m tenido tanta suerte y cultivan nuestros propios alimentos en unas tierras no muy lejos de aquí, hacia el norte. Estaba totalmente desolada ante lo que veía y escuchaba. La historia, que poco tiempo antes me contaba, hablaba del amor que en esta tierra había encontrado, sin embargo a mi esta tierra me parecía devastadora e incluso cruel. – Bien y esta se supone que es la enfermería. Somos muchos y es corriente que siempre haya alguien ocupando esta estancia. Mientras avanzamos por un pasillo en medio de hileras de camas, noto el olor a rancio en el aire. Al final de el puedo ver a la doctora Winsey agachada ante una de las camas. Nos acercamos. – Y bien, ¿cómo va nuestro amigo?. – Bien, ¿a que sí, ehh?. – mientras hace cosquillas a un pequeño que con ojos saltones responde retorciéndose e intentando protegerse. – ¿Ah si?, pues quizás podríamos hacer algo para cambiarlo eso. El niño grita algo mientras su sonrisa es casi histérica presintiendo algo. – ¡Ven aquí!. ¡Soy el temible tigre de Malasya y tengo mucha hambree!. Entierra su cabeza en la barriga del crío y este grita entre su risa que incluso me hace sonreír a mi. A ambos lados del pequeño otros dos niños más mayores sonríen ante la escena y en otra otro parece dormir. Es en ese en cuya frente se encuentra la mano de la doctora que la retira y le arropa con cuidado. 40
  • 41. Alan se voltea – ¿Y bien ? – Tiene algo de fiebre aun. En sus hermosos ojos azules un destello de preocupación. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Coge de su mochila uno de sus frascos con una gran etiqueta blanca a su alrededor y con sólo una”efe”como única inscripción. Unta en su frente y en la hendidura de su garganta una especie de pomada marrón con un intenso olor desconocido por mi, que pronto llena el ambiente. – Creo que va a ser mejor que esta noche la pasemos aquí. – dice sin dejar de mirar con algo de preocupación, al pequeño al que ligeramente le tiembla los labios. Alan sabe que lo eso significa y sale de allí con la idea de hacer lo necesario para que nos instalemos. Sigo sus pasos con la mirada y cuando se va, devuelvo la vista a la doctora que no parece ser la misma sentada junto a aquel crío y poniendo un humedecido paño en su frente. – ¿Se pondrá bien? Su mirada retorna a mi, sus ojos fríos de nuevo me miran de reojo y no contesta. Vuelve su atención a lo que estaba haciendo e ignora mi pregunta. Su actitud no me sorprende del todo y dando una leve mirada al pequeño les dejo solos. – Tobir, creo que pasaremos aquí la noche. – le digo. – Sí, eso parece. – responde mientras cierra por fin el capo de aquella coctelera. – Bueno, creo que utilizare este tiempo para tomar algunas notas. A Tobir no pareció importarle mi decisión ni mi comentario y, arqueando sus cejas se alejo rumbo al pequeño hospital. La sequedad de Tobir rivalizaba con la terquedad y mal humor de mi 41
  • 42. estúpida doctora. La mayoría del tiempo que llevo nuestra estancia allí lo llene ordenando mis notas, a través de los pocos datos que tenía. Sin embargo me alegre de saber que eran suficientes para un encabezado cuya orientación V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m me satisfacía. Esta irritante mujer va a ser aún a su pesar mi futuro, un futuro que ya adelantaba prometedor. Sabia de antemano lo bien que seria recibido por la prensa sensacionalista descubrir quien estaba detrás de aquel libro, la curiosidad era un factor a mi favor que estaba dispuesta a aprovechar. Tan sólo había dejado mi labor cuando hacia la hora de comer varios nativos empezaron a rondar las medianías del lugar acercándose para la comida. Sus rostros parecían cansados, con ropas roídas y frentes bañadas en sudor. Podía ver a Tobir como saludaba a todo aquel que se le cruzaba y como con reverente respeto estos le respondía. Luego como mismo llegaron, se disiparon siguiendo cada uno caminos distintos hacia los alrededores. Pasado un tiempo después vi como Tobir se acercaba al hospital con una bandeja de comida, mientras Alan se dirigid a mi con otra. – Especialidad de la casa. – bromeo. – Gracias Arroz, una mazorca de maíz y algunos guisantes, junto a una torta de cebada es mi almuerzo que prácticamente devoró. Tobir regresa al comedor bandeja en mano y el tal Arial se acerca mientras Alan interrumpe sus comentarios sobre la India para presentármelo. Se incorpora del banco. – Arial esta señorita es Joan – Joan, Arial Me levanto y extiendo mi mano ante la sonrisa de aquel joven hombre hindú que la toma y sonríe sin apartar su mirada de mi pelo. Esta vez no me 42
  • 43. sorprendo, definitivamente comprendo el efecto que este causa entre los nativos. El resto del día lo paso en la cocina entre deliciosas tazas de te y la compañía de Alan que no deja de hablar de esto y aquello. Como buena V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m periodista aprovechó para que, sin darse cuenta siquiera, girar la conversación hacia mi terreno, mis investigaciones, pero no es mucho lo que puedo recoger. La hora de la cena atrae a muchas más personas al lugar y ante el bullicio de voces salgo fuera, volviendo al banco. Contemplo la noche, hermoso cielo el de la India, los sonidos de la selva empiezan a hacérseme familiares, la húmeda noche parece contraer mis pulmones, pero en cada exhalación deja en ellos una sensación de intenso frescor. Mi vista recorre los grises de la noche hasta fijarme en la luz que sale del hospital. Reparo entonces en que en todo el día la doctora ha dejado ver su serio semblante por el lugar. Pronto los que terminan de comer se van sentando junto a un fuego en mitad del lugar, una música de algún instrumento de viento acompaña sus diálogos y sus risas, mientras un enorme caldero de agua que empieza a bullir reclama la atención de otros. Parecen preparar te y se pasan cuencos de madera llenos unos a otros. Una mujer exóticamente vestida se acerca a mi con uno de ellos en sus manos, mientras dudo tomarlo, la voz de Alan. – Tómalo, es té. Giro mi cabeza y veo la mujer delante de mi, sus penetrantes ojos negros destacan en su rostro de forma evidente, en su frente un pequeño circulo rojo, lleva unas ropas de fina tela y en sus manos unos tatuajes en forma de extrañas ramificaciones. Era, en definitiva, la primera vez que me fijaba bien en el atuendo femenino de estos nativos y, para mi sorpresa, tuve que confesar que era de lo más exótico y hermoso. 43
  • 44. Tome de sus manos el tazón sin dejar de mirar su rostro. Agradeció mi gesto con una sonrisa que dejo ver sus finos dientes blancos, se la devolví y volvió junto al fuego. Alan asiente con su cabeza a que tome el liquido y lo hago, reconocí V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m que se trataba del mejor te que había probado jamás, pensé mientras Alan comentaba. – Cada noche este pequeño ritual, no importa lo duro que haya sido el trabajo o lo cansado que estén, tampoco que mañana antes de salir el sol estén de nuevo entre sus quehaceres, siempre encuentran un momento para saborear te compartiendo juntos largos momentos junto al fuego. Mis ojos siguen a Alan mientras habla sin apartar su mirada del grupo y los dirijo de nuevo allí. Realmente es una estampa maravillosa, sus risas y bromas parece que esconda la dureza de sus vidas, como si en verdad para ellos no fuese tan dura o prefiriesen apoyarse en otro punto de la realidad que yo aún no entendía. Al terminar mi bebida, despierto de mi trance al escuchar la voz de la doctora. Me incorporo de repente al sonido de su voz. Me mira sorprendida ante mi reacción y le dice a Alan – Creo que dormiré en el hospital esta noche. – ¿cómo esta?. – Alan pregunta – Esta costando que la fiebre remita, pero estoy convencida que mañana estará correteando con los demás. No obstante deseo estar cerca. – ¿dónde esta Tobir?. – continua – El debe de estar pendiendo su vieja pipa por algún lugar. – Sí, seguro. – (con una mueca, casi una sonrisa). Entonces se aleja – ¡¡ey!!, ¿y que de mí? – pregunto yo. 44
  • 45. – Alan se hará cargo. – responde sin mirar atrás. Mis huesos acaban durmiendo sobre una especie de hamaca que Arial coloco para mi en una de las esquinas de la cocina. La dureza de su base era tal que el fino colchón de mi usual cama era todo un lujo en comparación, no V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m obstante dormí toda la noche. Un ruido de calderos me despertó en la mañana y cuando abrí un ojo pude ver que Alan removía en los fogones. – Buenos días. – dice. – Buenos días – Ya todos han marchado. ¿Quieres un café? Supuse que ”todos” era referente a los habitantes asiduos del alberque. Me sorprendí de mi misma por no haber despertado con el tremendo jaleo que formaban en el comedor. – ¿Café?, ¿has dicho café?. – Sí. C– a– f– é. – ¡Por todos los cielos!. ¿Es cierto ?, ¿tienes café?. – Bueno, ya veo que sí te apetece, además creo que una buena taza ¿no?. – Desde luego. Por favor. Mientras lo prepara me incorporo y restriego mi cara para arquear mi espalda y retorcer mi cuello de un lado a otro. Para cuando el café esta listo, he recogido el desorden de mi catre. Mi camisa descansa en una silla y me la coloco sin abrochar, mi camiseta arrugada delata la posición encogida en la que debí dormir, pero no me importa mi aspecto, todos mis sentidos están en el fuerte aroma a la tiznada infusión que pronto promete abrazar mi paladar. Alan y yo sentados a la mesa no hablamos, simplemente disfrutamos de nuestras tazas, cuando se acaba el suyo se marcha alegando sus responsabilidades. Yo sigo sujetando mi taza con ambas manos, 45
  • 46. amarrándome a su sabor en mi boca. Pronto camino con ella hacia fuera, todo esta ya desierto excepto Tobir que parece sujetar algo en la parte trasera de la ranchera. Él se gira y me ve. Yo le sonrío y alzo mi mano. Él alza la suya y sigue con lo suyo. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Echo un vistazo al cielo y respiro hondamente y acabo el último trago de mi taza. Resueltamente voy de nuevo a la cocina para volver a llenar otra taza, pero decido ganar puntos y en vez de tomarla se la llevo a la doctora. Toco suavemente en la puerta y sin esperar respuesta entro. Mientras camino hacia el fondo no veo a nadie de pie todos los que allí están aún duermen, incluso ella, la miro allí con sus ojos cerrados y me hace pensar que la noche allí debió ser larga, al mismo tiempo que creo que seria el momento ideal para agarrar su cuello y liberar el mundo de tal sufrimiento. Me sonrío ante mi propio pensamiento. – ¿Qué pasa?. – con somnolienta voz y ojos cerrados – una voz pregunta. – Buenos días, pensé que tal vez le apetecería... – sin alzar la voz. – ¡¡Café!! – abre sus ojos mientras se sienta y estira su mano reclamándolo. Lo toma, le da un primer sorbo mientras estira la mano hacia la frente del niño a su lado y sigue tomando trago tras trago de forma más relajada. Espero unas gracias o algo así, pero... – Creo que en una media hora podremos salir de vuelta. Coge lo que debas y nos vemos en el coche. Recojo todo del comedor al mismo tiempo que me digo lo que nunca oí. – Gracias Joan, has sido muy amable, en verdad te lo agradezco. ¡Terca mula! La despedida de Alan y Arial no fue nada ceremonial excepto por el gesto delicado de Alan al acercar mi mano a su boca, cosa que a mi me 46
  • 47. agrado, pero que provocó un ridículo gesto de ironía en la cara de la doctora. Tras de eso y de unas tomadas de manos por parte de ellos y un gentil beso que Alan puso en la mejilla de la doctora, partimos. Tomamos el camino de vuelta, pero esta vez mis dos amigos V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m entablaron una larga charla en hindú donde no había sido invitada, de todas formas no me importo, tras unas horas me quede profundamente dormida Un frío y cruel frenazo del vehículo me saca de mi sueño, al abrir mis ojos veo que justo delante del coche un hombre, seguramente campesino de la zona, permanece inmóvil delante del vehículo con sus manos alzadas. Grita algo que no entiendo. Inmediatamente Tobir y la doctora se bajan y van a su encuentro. – ¿Y ahora que?. – me digo fastidiada. Aquel hombre se apoyaba en Tobir al tiempo que señalaba con una de sus manos un lugar ladera abajo por una empinada y rocosa bajada. Tobir acerco al hombre a un árbol cercano y lo sentó apoyado en el, tomo el pulso de su mano mientras el otro sujeto le invitaba a que se marchara, pues el estaba bien. Tobir se perdió ladera abajo, justo por donde la doctora momentos antes había desaparecido. Mi curiosidad, innata de cualquier periodista me hace bajar del coche y correr en la misma dirección. Lo que allí encontré era del todo inesperado para mi. Un viejo vehículo boca abajo había rodado por la ladera y a ambos lados dos hombres yacían heridos. Tobir y la doctora trataban de sacar a un tercero desde debajo del amasijo de hierros. La doctora se percato de mi presencia. – ¡Ve al coche y trae mi mochila! – me ordeno. No dude un instante y subí agitada por la ladera, incluso a cuatro patas para llegar hasta el coche. 47
  • 48. De allí volví aún jadeante ladera abajo hasta casi llegar hasta ellos. Lo que vi, de nuevo me dejo aterrorizada. Habían conseguido sacar el hombre de allí, yacía en el suelo, la mayor parte de el ensangrentada, una gran grieta en su pierna derecha no dejaba de sangrar. El hombre lucia pálido, como V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m muerto. La doctora giro su concentrada y agitada cara para estirar su mano hacia la mochila, pero ya mi terror la había dejado caer de mis manos, ella la siguió con la mirada para verla dejar de rodar varios metros más abajo Mi cara se ensombreció de frustración por mi propia reacción mientras me devolvía su mirada encolerizada, todo su rostro endurecido, en tensión. – ¡Estúpida imbécil, sí no eres capaz de ayudar, lárgate de aquí! – Yo... – ¡Lárgate! ¡¡Desaparece!! – volviendo su vista al hombre que yace en sus brazos. Mientras me doy la vuelta logro ver que Tobir corre ladera arriba con la mochila en sus manos. Cuando llego al coche mi corazón amenaza con salírseme del pecho, entre jadeos y entrecortados gemidos puedo escuchar el sonido de mi sollozos, mi cara bañada de dolorosas lagrimas. Quisiera maldecir, gritar, pero simplemente logro llorar con mis brazos extendidos, apoyando mis manos en el capo. Pasan una hora o así, antes de verles aparecer por el camino con el hombre en sus brazos que ya gime. Tras ellos los otros dos que, sencillamente parecieran no estar heridos. Sitúan en la parte trasera del coche al hombre tendido y la doctora se une a el. Tobir, de camino al volante me introduce dentro, y se dispone a conducir. Vamos de regreso al albergue lo más rápido que el coche permite y una vez allí un rápido Alan ayuda a Tobir y a la doctora a cargar al hombre. 48
  • 49. Cuando se pierden de mi vista bajo del vehículo y me dirijo a la cocina. Con mis manos en mi cara lloro intentando aliviar el nudo que aprieta mi garganta. Un par de horas más tarde Tobir entra. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – Será mejor que nos marchemos. – Tobir yo... – mis ojos quemándome intento decirle algo. – Sí, lo sé, pero ahora será mejor volver a casa. Asiento con mi cabeza y le sigo hasta el coche Durante el resto del viaje no hablo. Tobir de vez en cuando voltea para mirarme, puedo sentir como lo hace, pero mis ojos en el paisaje y una mente totalmente vacía, me deja inmóvil en el sitio, perdida en algún lugar. Cuando llegamos a la aldea, sin comentario alguno, voy a mi cabaña donde una vez más lloro sobre mi cama. Atrás había dejado a Tobir siguiéndome con la mirada hasta haber cerrado tras de mi la puerta. Durante mucho tiempo permanecí ahí mirando el techo de entrelazadas cañas sin atreverme a pensar mucho en nada. Pasaron dos días hasta que la doctora regreso de nuevo. Hasta entonces había dedicado mi tiempo a mi trabajo, a pasear hasta la orilla del río y el único contacto humano lo había tenido con Tobir y Milcoh, y aún así había sido por necesidad. Reconocí que dentro de mi algo no me dejaba en paz, la reacción de aquella brusca mujer y su desprecio en su cara me había herido más allá de mi. La odiaba por su poca comprensión y toda la furia que sus ojos me lanzaron, y, al mismo tiempo había algo que me condenaba y la disculpaba. A pesar de todo sabía que mi futuro dependía de aquella mujer. Cuando aparca su vehículo frente su cabaña yo iba camino a la mía. Se que me ha visto, pero simplemente me ignora. No hace lo mismo con su perro al que se agacha para acariciar mientras le sonríe. 49
  • 50. Esa misma tarde Milcoh toca en mi puerta y trae para mi unos papeles que, tras una ojeada, descubro que se trata de una especie de informe con una serie de datos detallados. Entonces me doy cuenta de que ese iba a ser el futuro medio de mis investigaciones. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m En realidad no me importo, aquellos folios abarcaban datos más que suficientes para mi y casi me alegre de la idea. Leyendo aquellos informes se me hace la noche y un ruido de flautas hindúes y varias voces llegan por mi ventana. Los dejo a un lado para asomarme. Allí en mitad del pueblo, hacia la orilla del río, casi todos los cerca de 50 habitantes de la aldea se colocaban alrededor de una gran fogata, unos hablan de pie mientras otros toman asiento. Todos, hombres y mujeres lucen sus mejores ropas, turbantes de todos los colores y blancos atuendos dominan, las mujeres con telas transparentes envolviendo sus cuerpos, brazaletes en sus muñecas y, en sus frentes, diademas que sostienen finos paños en sus cabezas. Realmente es un maravilloso espectáculos y tomo asiento en los escalones de entrada a mi cabaña. Pronto de un lado aparece un anciano hombre completamente vestido de blanco que le hace destacar de los demás. Tras de sí una mujer le sigue portando algo en sus manos. El hombre se acerca al fuego y todos se levantan al percatarse de su llegada abriendo un pasillo por donde se aproxima al fuego seguido de la mujer. Seguidamente el hombre alza sus manos sosteniendo un bastón que sujeta por ambos extremos y tras una respuesta de los de allí, se sientan Después de un momento de silencio, el anciano vuelve a pronunciar unas palabras y del otro extremo aparece otra mujer. Va vestida completamente de azul, la fina tela hondea tras ella con su paso, se acerca y llega hasta los otros que contemplan su paso. Una vez allí, la primera mujer cede lo que porta a sus brazos y esta remueve la tela que envuelve el bulto. 50
  • 51. Me sorprendo de ver que se trata de un bebe, que en ese momento rompe en llanto. Hecho el intercambio, el anciano comienza una serie de gritos al cielo, a los que todos responden, al unísono, una especie de respuesta. Tras unos V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m 5 minutos de palabras al cielo nocturno, la primera mujer se acerca a la que lleva al niño y comienza a retirar de la cabeza el velo que cubre su pelo. Una larga melena oscura aparece bajo ella, a pesar de estar de perfil reconozco la silueta, se trata de la doctora. De repente, todo empieza como a perder su encanto, pero mi curiosidad me impide retirarme. Su cara esta más relajada de lo que había visto nunca y en sus brazos acuna al pequeño que ya calla. El hombre grita de nuevo mientras la mujer termina de remover las sabanas del bebe, que pronto esta desnudo, y con una nueva frase la doctora levanta hacia el cielo el diminuto cuerpo mientras pierde su mirada en el. Todos hacen un silencio reverente y el anciano, ya más bajo, dice unas palabras. La doctora baja al bebe y de repente todos cambian sus expresiones por una de alegría y gritos que casi me hacen saltar del sitio. Varios niños corren a la orilla del río, entre ellos distingo a Milcoh y gritan sonrientes mientras todos se levantan y abren un pasillo para la doctora y el bebe. Les siguen hasta la orilla. En el mismo borde del río, la doctora se para colocar al bebe abrazado a su cuerpo y seguidamente empieza a adentrarse en sus aguas muy lentamente. Cuando el agua llega hasta sus pechos lo aferra más fuerte y ambos se introducen perdiéndolos de vista y saliendo momentos más tarde. No salgo de mi asombro ante mi propia mirada. Después, sale del agua con un lloroso bebe en sus manos y lo devuelve a una mujer mientras le sonríe, una sonrisa abierta, difícil de creer en ella. El anciano se acerca a ella y le pasa una tela espesa y azul por sus 51
  • 52. hombros. Todos gritan y una gran algarabía domina la situación. La mujer se retira con el niño en brazos mientras sonidos musicales empiezan a llenar el aire. De entre las gentes veo a Tobir separarse y caminar hacia mi. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m – ¿Puedo acompañarte?. – Sí, por favor. Mientras se acomoda en la silla tras de mi y empieza a encender su pipa, no dejo de contemplar en resto de lo que ante mis ojos acontece. Siento que el me mira desde atrás, pero yo miro como ya unas mujeres se han hecho cargo de bailes populares de la región, llenos de movimientos extraños y sonrisas en sus labios. – Tobir ¿Qué ha sucedido? De alguna manera se que Tobir esperaba mi pregunta. – Es la celebración de un nacimiento. – Sí, eso es evidente, pero, ¿qué significa todo esto? – La madre ha traído a su bebe, nacido en la noche hace unos 7 días. sí hubiese nacido en el día la ceremonia había sido distinta. Aparto mi mirada de el y asiento para alentarlo a seguir sus explicaciones. Veo que hombres se han unido al baile de las mujeres, que hacen movimientos extraños como ellas. – Extraños y hermosos – pienso El sigue hablando – El hombre que dirige los cánticos es Bermal, el hombre más anciano de la aldea y su gurú y curandero. Wen ha sido la persona elegida para respaldar ese niño y todo lo que has escuchado han sido clamos a la luna que le vio nacer – Comprendo. – le respondo sin mirarle y sin dejar de contemplar la escena – pero, ¿y el baño?. 52
  • 53. Le miro. Sonríe un instante. – El baño es una parte importante de la ceremonia, con él su alma es relajada del peso de su karma. “El agua es renovación así como el fuego es la purificación". – continua V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m diciendo. – De ahí la hoguera. – comento. – Sí, de ahí la hoguera. – asiente complacido. – Tobir ¿Qué es lo que llamáis ”karma"? – Karma, es el camino que nuestras almas deben recorrer para la liberación de nuestro espíritus Es la fuerza que nos mueve de forma imperceptible para algunos y clara para otros moviendo los hilos de nuestros destinos, mostrándonos en definitiva la libertad de la que todo espíritu ansía. Toda decisión buena o mala, equivocada o no nos lleva hacia alguna parte. sólo depende de nosotros el elegir a donde ir y nuestro propio karma nos llevara. – Entonces, ¿si la decisión no es correcta?. – No hay decisión incorrecta, todo, incluso las malas terminan desembocando en un mismo fin. – ¿Qué diferencia hay entonces?. – La diferencia consiste en tiempo, para el que realmente ansia la verdad de todo y la paz a la que tenemos derecho desde el momento en que venimos a este mundo, un instante es doloroso. El que realmente desea encontrarse a sí mismo busca, dandose cuenta de que lo que busca lo esta encontrando dentro de sí en el camino. – ¿cómo se sabe cuando se esta encontrando?. – No se sabe, eso es lo peor, jamás se sabe. El peor enemigo en el trayecto es uno mismo. Saber contra que luchar es algo que debemos dejar a 53
  • 54. nuestro propio interior. No hay reglas, ni libros que muestren tales respuestas, cada cual las obtiene de muy diferentes formas. El valor, la valentia consiste en luchar por ello a pesar de todo y todos. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Devuelvo mi mirada hacia aquel grupo de gentes mientras intento comprender lo que Tobir me decia Mi vida, mi educación, había girado en torno a que era lo bueno y lo malo, pero sus palabras aunque aún incomprendidas resonaban en mi interior moviendo algo en mi. A través de las llamas del fuego veo a la doctora que habla con unos y otros, su sonrisa es calida y sus ojos relucen a través de las llamas. Casi volteo la mirada a otra parte, pero de alguna forma no senti traicionar mi odio sí la seguia contemplando. Su traje estaba aún humedecido y señalaba aún más su silueta y sus cabellos hacia atrás se deslizaban en mechones humedos por su espalda. Contemplaba atonita como aquella terrible mujer era respetada por todos y no comprendia como sus gestos crueles eran capaz de esconder esa amable sonrisa. – ¿Quien es ? ¿Quien es esta mujer?. – me pregunto. Habla con uno de los hombres y este la toma por sus antebrazos en señal de felicitación, ella le responde de igual forma. Sin perder su alegre mirada, de pronto siento sus ojos, que a través de las llamas se dirige hasta mi cambiando algo su expresion. Retiro mi mirada de allí y miro cualquier otro lado, para cuando la devuelvo esta saludando a otras gentes. Tobir se ha levantado y camina de espaldas a mi, pero siento su risa al alejarse. – Puede que por unos momentos este hombre me haya parecido respetable, incluso sabio en sus palabras, pero no deja de ser un viejo loco. – pienso, mientras se pierde tras la puerta de su cabaña. Cuando vuelvo a mirar hacia la hoguera veo a la doctora que sale de la 54
  • 55. reunión y camina decidida hacia su casa, hago que le ignoro como hace conmigo, pero justo ya delante de mi su mirada me atraviesa con total indiferencia y yo le niego la mía, mirando cualquier otra cosa. Al pasar de largo me levanto enfurecida y entro en mi cabaña. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Durante toda la noche los sonidos de la música retumban lejanas en la habitación, mi anillo en mi dedo brilla en el oscuro habitaculo mientras recuerdo las palabras del viejo Tobir. – Don, mi amor... karma. – pienso. Y con una sorisa dedicada a miles de Km de mi, me quedo dormida con la suave música decorando mis pensamientos y recuerdos de el. La mañana siguiente todo vuelve a la normalidad, las gentes acuden a sus deberes y yo al mío El pequeño Milcoh trajo mi desayuno y entro como últimamente lo había estado haciendo. aún no logro entenderle, pero su sonrisa es una de las únicas cosas que me hacen sentirme cómoda aquí. Los siguientes dos meses transcurrieron con una nueva rutina, tras cada salida la doctora enviaba al pequeño, por escrito sus datos y cada día yo iba aumentando mi trabajo, todo iba bastante rápido y estaba contenta del enfoque que había logrado darle, sin duda alguna mi obra iba a causar revuelo. sólo hubo una vez en que la doctora se ausento por más de 12 días. Durante ellos y a falta de material me atrevi a formar parte, con la ayuda de Milcoh, de los juegos de los niños en el rio. Llegando a bañarme con ellos bajo la divertida mirada de los mayores, incluido Tobir. Poco a poco me fui introduciendo en su vocabulario y algunas frases hechas podían ser por fin sacadas de mis labios. Milcoh era un buen maestro, ningun otro podía haber tenido tanta paciencia. 55
  • 56. Un día, en la mañana Tobir llama a mi puerta. – Joan, voy a Nagpur. ¿Quieres venir conmigo?. – ¿Lo dice en serio? Abro con mis ojos abiertos buscando la verdad en su cara y su sonrisa V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m me anima a correr en vestirme. Cuando quiere darse cuenta estoy en su jeep. El se sienta al volante – Tobir ¿Hay correo en Nagpur?. Asiente. – Un segundo. Entro y tomo las 4 cartas a Don, que aún no me había sido posible enviar. Durante el camino, sólo unas 3 horas, voy alegrandome del efecto que mis noticias causaran en el. Al llegar allí veo que la ciudad es preciosa, grandes templos abundan por doquier y en las calles los mercaderes reclaman la atención de sus clientes con su pregon. El tiempo pareciera aquí no correr, el claxón del vehículo suena para advertir a varios de los viandantes que deben apartarse y poco a poco nos vamos abriendo camino hasta el final de la calle. Una vez aparcado el coche, Tobir me da instrucciones desde donde poder enviar mis cartas, apenas unos metros alejado del coche y me encamino allí dejandole rumbo a los puestos. Cruzo la calle y llego hasta el lugar, nadie lo ocupa ecepto un obeso hombre que coloca unas latas en una estanteria. Me acerco y se gira. Me pregunta algo en su idioma y le enseño las cartas de mi mano. Comprende mi gesto y las toma. – America, Philadelphia. – le digo lentamente. El asiente y me pide, tras contar los bultos, 4 rupias que saco de mi bolsillo y entrego a su voluptuosas manos. Me dedica una sonrisa y murmura 56
  • 57. algo por lo bajo. – De nada. – respondo en su idioma. Aunque es difícil de creer le he entendido unas”gracias", y parecio a su vez entender la mediocre pronunciación de mi respuesta, eso me hace V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m sentir mejor de alguna manera. Una vez fuera me alegro de haber conseguido enviarlas y cruzo de nuevo la calle, hacia el jeep. Tobir no debe de haber terminado sus compras. – pienso – y se me ocurre pasear por el lugar. Los puestos son de lo más inverosimiles, hierbas aromaticas a un lado, estatuillas de dioses por otro, un hombre vende agua o una mujer cocina tortas en una improvisada cocina. Todo era fascinante y a la vez extraño y salvaje, pero lo que me llama aún más la atención es un delgado hombre semidesnudo que toca una flauta delante de un cesto. Reparo mi atención en el, mientras otros siguen mi ejemplo y se acercan. Mis ojos se nublan ante la visión de una serpiente cobra que emerge del cesto en actitud defensiva, doy un paso atrás pero no me voy. Las caras de las gentes observan conocedores, pero yo estoy sorprendida a la vez que empiezo a sentirme absorbida por el sonido del instrumento y los movimientos casi irreales del animal. – ¡Joan es hora de marcharnos!. Una voz me saca del trance mientras una mano toca mi hombro. Mi cuerpo responde con un salto – sí, por supuesto. – le digo a Tobir, que lleva envuelto en su otro brazo una caja de dimensiones medianas Caminamos calle abajo hacia el coche y le sigo con la mirada, curiseando a la vez los puestos a ambos lados. Irremediablemente pienso en Don y en lo divertido que seria pasear con el por aquel lugar. Seguramente le fascinaria tanto como a mi, sin 57