El documento critica fuertemente a la clase política argentina por la alta tasa de muertes en las rutas, que asciende a entre 7,000 y 8,000 personas por año. Señala que esto equivale a más de 20 guerras por año y constituye un crimen masivo. Argumenta que las autoridades no han tomado las medidas necesarias para reducir la velocidad, mejorar la infraestructura vial y hacer cumplir las normas de tránsito, a pesar de que en otros países se han logrado menores tasas de mortalidad. Pide acc
Unidad_1_Parte_1 organización y estructura de los seres vivos
23 portal larroque muerte en las rutas
1. DE ARCHIVO - MUERTE EN LAS RUTAS
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Sin excusas frente a la masacre
La resignación de la clase política argentina frente a las
muertes en ruta es ya un caso que debiera estudiar la so-
ciología entre las patologías sociales. Las estadísticas
muestran una realidad que espanta.
2. Una niña muerta. Es hermanita
de otro niño muerto. La mujer,
dos añitos, el hombre, once añi-
tos.
No diremos cómo, bajo qué tor-
turas.
Ella iba a cantar como Mercedes Sosa, no sabemos, iba a
usar un vestido azul para sus 15, no sabemos. Él iba a ser
un obrero honesto, no sabemos si metalúrgico, si albañil,
iba a afiliarse al sindicato, quién sabe. Los sueños fueron
abortados aquí, a la vuelta de la esquina.
Con ellos han muerto, claro,
sus padres. Muertos en vida.
Y con ellos morimos un poco
nosotros. Porque no hemos
logrado salir del laberinto
histérico que nos hace cho-
carnos, matarnos, destrozar
nuestros pimpollitos.
Pena de muerte
En 12 años sacrificamos en la vía pública más de 90.000
personas y personitas así, en la Argentina. Miles de be-
bés, niñas y niños, todos bellos, todos maravillosos, todos
inocentes, todos triturados.
La pena de muerte está instalada de facto. Aquí matamos
a artistas, maestros, obreros, matamos a niños que irían a
3. ser cantantes, científicos, presidentes, buenos vecinos, y
los matamos no con anestesia sino bajo tortura.
Lo peor de lo peor. Los degüellos de ISIS son menos
cruentos y menos masivos que las rutas argentinas bajo
(des)control de una clase política que avergüenza.
Aquí mueren de 7.000 a 8.000 inocentes cada año en las
rutas. No después de un
juicio quizá por crímenes aberrantes, violaciones reitera-
das, sino por un juego de ruleta rusa que nos vemos obli-
gados a jugar.
No estamos de acuerdo con ninguna pena capital, pero
convengamos que en Estados Unidos matan cada año
después de largos juicios a un centenar de homicidas y
aquí a 8.000 inocentes sin
juicio previo.
¿Dónde morimos? En las ru-
tas. ¿Quiénes están a cargo
de los espacios públicos? Los
gobiernos. ¿Pueden evitarse
estas muertes? Sí. En otros
países las evitan, no sin esfuerzos.
La clase política está enferma. Un virus ahoga a la clase
política en un vaso de agua. Según la cantidad de habitan-
tes, nosotros multiplicamos por seis los muertos en rela-
ción con otros países más cuidadosos. Entonces, cómo
4. llamar a los responsables de la vía pública sino crimina-
les?
Veinte guerras
En las Malvinas murieron 326 argentinos en combate y
otro tanto en el Crucero Belgrano, en un crimen de guerra
porque no estaban en la zona de pelea, más los que caye-
ron en suicidio después.
Los gobiernos permiten, con su desidia, que en las rutas
mueran entre 7.000 y 8.000 personas por año. Sin contar
los familiares que se suicidan.
Son más de veinte guerras por año, doscientas guerras en
una década.
En la lucha contra el colonialismo puede haber principios,
valores, virtudes, convicciones. La muerte en ruta, en
cambio, es la consecuencia de mentes enfermizas que
ocupan los sitios de gobierno pero no toman conciencia
del flagelo que deben enfrentar.
Decimos clase política porque esta deficiencia afecta a
gobernantes de distintos partidos, en democracia o dicta-
dura, quienes siguen insistiendo en que controlan la vía
pública cuando todo indica que esos espacios debieran
ser intervenidos por la comu-
nidad, ya que sus pretendidos
representantes no están fa-
cultados, no dan respuestas.
5. La masacre de argentinitos en la vía pública obedece a
una suerte de malformación congénita de la clase dirigen-
te.
Niños triturados
Los antiguos sacrificios humanos tenían un sentido. Aquí
se trata de sacrificios masivos sin sentido. Sólo la desidia,
la improvisación, la resignación y la corrupción explican
este despropósito, esta mancha siniestra en los gobiernos
de este territorio.
La niñita destrozada, el niñito triturado, la mamá embara-
zada explotada contra el asfalto, todos dan su sangre co-
mo resultado de la fiestita de las clases dominantes que
tienen garantizada su impunidad porque dictan las leyes.
De Malvinas a esta parte, en estos casi 34 años, hemos
sufrido 600 (seiscientas) derrotas similares en cantidad de
víctimas, pero peores, cada una, en su significado. No hay
un punto de comparación.
Hoy 21 muertos, ayer 21 muertos, mañana 21 muertos, en
promedio. Todos los días, durante 365 días del año, y así,
décadas. El asfalto se traga a nuestros hijos, a nuestros
hermanos.
Ninguno de los criminales que ocupan nuestras cárceles
les llega a los tobillos a los criminales responsables de los
espacios públicos, que no preparan como corresponde el
lugar, los modos, las normas, los controles, la capacita-
ción, las advertencias, para aventar las muertes.
6. Si alguien colocó un cartel que dice máxima 100 y los
conductores van a 130, ese alguien que sabe el peligro es
responsable de las muertes que provoque la infracción
cuando no mira, no acompaña,
no aconseja, no controla, no
corrige.
Pase el que sigue
Nuestro territorio está repleto
de carteles. Máxima 60, máxima 40. Y no hay un respon-
sable que sugiera su cumplimiento. A veces una palabra
amable sirve para recordar el peligro al conductor y sus
acompañantes, para formar conciencia. Un error no debe
pagarse con la vida.
Hoy, la persona que cumple con las normas corre el
riesgo de ser atropellada. ¿Cómo disminuir a 60, o 40, si
todos van a 80 y quieren sobrepasar porque se sienten
con derecho?
Obedecer las normas en nuestras rutas es peligroso. La
irresponsabilidad de los que gobiernan ha tornado a nues-
tras rutas en especies de guillotinas. Allí morirán cada día
21 inocentes. No hay duda. Si no mueren 21 hoy, morirán
42 mañana.
Es grave el problema. Podríamos dar a los gobernantes
un plazo: si en un año no revierten este flagelo, muchas
gracias por los servicios prestados y que pase el que si-
gue.
7.
No hay excusas para cometer los
mismos errores que los anteceso-
res, porque están advertidos. Las
responsabilidades de los gober-
nantes de hace 20 años son mu-
cho menores que las de los actuales porque la experiencia
acumulada obliga.
Estamos en estado de guerra y los gobernantes deben es-
tar a la altura de las circunstancias. ¿Guerra de quién? Del
caos de la vía pública, que fagocita a los seres humanos y
a otras especies.
Los gobiernos nacional, provin-
ciales y municipales, los tres
poderes, los medios masivos,
las fuerzas armadas, las orga-
nizaciones intermedias, los sin-
dicatos, todos deben ser convocados para superar este
estado de guerra en corto plazo. Corto, muy corto, porque
hoy mismo están muriendo 21 personas. Ellos son nues-
tros hijos, nuestros hermanos, ellos somos nosotros.
La excusa de la “educación” es ya una puerilidad. Si con-
tamos los últimos 100 casos en que fuimos testigos de si-
tuaciones de riesgo de muerte en la ruta o en la calle, y
constatamos que en los cien casos no hubo control, no
hubo guías, no hubo ayuda, no hubo prevención y tampo-
8. co hubo represión para que los infractores eviten repetir
fechorías, entonces lo que hay es una desidia mortal que
se burla de los muertos.
Los que atropellan
¿Pero es que hay una solución? ¡Claro que hay solucio-
nes! De ahí nuestra insistencia. Un terremoto, un tsunami,
un ciclón, son catástrofes. La muerte de 7.000 u 8.000
personas por año es un crimen.
No debe esperarse medio siglo para reducir las matanzas.
Esa es una mentira que busca aliviar las conciencias de
los poderosos.
Hoy la doble línea amarilla detiene a pocos para el sobre-
paso, el rojo de los semáforos detiene a pocos, los carte-
les de máxima velocidad frenan a pocos. Vemos a diario
motociclistas sin luces a la noche, y pasando en rojo. Una
vez, otra vez, otra vez… Vemos a diario el atropello de au-
tomovilistas montados en 4 x 4 que se creen emperadores
capaces de arrollar a cualquiera con tal de les respeten su
pretendido “derecho”, ya que coche les sobra.
En esta fiesta matamos a una niña con un vidrio en el ojo,
a un niño con un fierro en la garganta; a una madre la des-
tripamos, a un joven lo licuamos contra un camión.
Así, 21 veces por día, casi un muerto por hora durante to-
dos los días y por décadas. Eso es un crimen masivo con
suplicio. Fusilarlos sería más humanitario.
9. No estamos contando las otras víctimas. Los papás que
pierden así a sus hijos son mutilados de por vida. Los he-
ridos se multiplican. La sociedad toda se enferma, y los
responsables de la vía pública acuden al cajero a cobrar
sus buenos sueldos cada mes como si na-
da. ¡Desvergonzados!
Lejos del pueblo
Hay países donde las muertes en accidentes en la vía pú-
blica son menores del 10 por ciento del promedio argen-
tino.
La solución saldrá el día que el político tome conciencia
que cada muerto en la ruta es su hijo, su hermano, su
amor. Mientras la clase política siga desvinculada del pue-
blo, el problema no tendrá solución.
Reducir la velocidad de verdad, no en los carteles sino en
el vehículo, a un nivel que evite las muertes, es una medi-
da que puede lograrse a corto plazo.
No hay que esperar otros 8.000 muertos en 2016, otros
8.000 tesoros en 2017.
Tampoco hay que importar recetas. Nuestra sociedad es
como es, los remedios son para nuestra sociedad enferma
por esta masacre, y nadie esperará atacar un cáncer con
una aspirineta ni con un sermón.
Un funcionario de la Agencia Nacional de Seguridad Vial
decía que los argentinos tienen más miedo a la multa que
a morir. Comentario tonto. Hay ciudades nuestras donde
10. el cien por ciento de los motociclistas usa casco, y otras
de al lado donde el 80 por ciento infringe esa norma. Lo
único que falla es la organización.
A nadie se le ocurre sobrepasar al otro en el túnel subflu-
vial, y el que lo hace recibe el repudio de los demás. No es
por la multa, es por la conciencia ciudadana, que sí existe.
Constatamos a diario la ausencia de autoridades en la ruta
para el buen consejo, personas preparadas que entreguen
un folleto, que sepan advertir los riesgos con amabilidad.
Nadie advierte, nadie ayuda, nadie controla, nadie se
muestra para que el conductor tenga dónde hacer una
pregunta, recibir una sugerencia, presentar un reclamo…
No hay personas que hablen con la familia un minuto, en
viaje, y le detallen los peligros. –Usted viaja en la ruta 11,
mire que las lomadas pueden traicionarlo, si hay neblina
actúe de este modo, en caso de un problema llame a este
teléfono… No, nada de nada. Falla el Estado. Caros para
nada, fallan los gobernantes.
En muchos lugares un delincuente puede infringir todas
las normas por miles de kilómetros. De ahí a la muerte
masiva, un paso. Lógico.
También castigo
La capacitación es importante, la conciencia. Y tocar el
bolsillo también sirve: durante un período de emergencia
de 6 meses, quien supere la velocidad o sobrepase en
11. doble línea amarilla perderá el vehículo irremediablemente
y para siempre.
Esa medida debe ser dictada por los poderes respectivos
y difundida durante diez días. Luego, el que vaya a 65
donde dice máxima 60 perderá su auto. Sin atenuantes.
Si llegamos a la conclusión de que la máxima velocidad en
ruta debe ser 70, será 70. Porque estamos hablando de
salvar niños, jóvenes, trabajadores, turistas, personas, y
hay que salvarlas una a una. Si en la ciudad acordamos
andar a 30, se marchará a 30. Al que no le guste, que ca-
mine.
Un viaje de Paraná a Concordia puede demandar hoy de
las 8 de la mañana a las 11. Si bajamos un cambio habrá
que salir a las 6, ¿cuál es el problema? A menor velocidad
se evitan muchos sobrepasos y se igualan camiones y au-
tomóviles, eso es una gran ventaja.
Además, se gasta menos combustible y se conversa me-
jor. Es un círculo virtuoso.
Al fin y al cabo, ¿quién quiere exponer su vida o la de su
hijo para probar?
Porque hemos escuchado a quienes redactan una lista de
negaciones sobre la reducción drástica de la velocidad y
sabemos que no sostendrán eso si es su hijo el que está
en riesgo. El individualismo, el egoísmo, son fuentes de
engaño.
12. Es obvio que todo ello debe ser acompañado por una cru-
zada masiva de educación, por operativos especiales de
información y auxilio en todas las rutas, por controles en
lugares inesperados, por obras. Un acompañamiento inte-
gral.
Se deberán mejorar calzadas, banquinas, iluminaciones,
cruces, organización del tránsito, señalización, y habrá
que trazar bicisendas, lo mismo que proteger a los barrios
cercanos a las rutas…
Las personas deberán saber que con alcohol, no; con
sueño, no; sin luces adecuadas, no. Y los frenos, y las cu-
biertas, y los cinturones…
Los camiones deberán salir de las cintas donde marchan
los autos, los trenes de pasajero volverán a cumplir su
servicio, las barreras deberán funcionar. Todo ello lleva su
tiempo. Pero en el mientras tanto, si frenamos, y si ofre-
cemos guías, servicios, controles a corta distancia y casti-
gos firmes bien difundidos, habremos dado ya un paso
fundamental, necesario, ¡urgente! Salvar vidas no es cha-
cota.
Vicios y remedios
Las obras no solucionan todo. Si en una cinta de apenas 9
metros y doble mano nos matábamos, en una autopista
vamos a 150 kilómetros por hora, y más todavía, y dismi-
nuimos sólo a 130 en las rotondas, de modo que volvemos
al mismo problema: cualquier imprevisto nos devolverá
13. hechos pomada. Estamos cebados, el vicio de la veloci-
dad y la desidia nos ha minado la conciencia.
Vamos regalados en la ruta. Nos encontramos al borde de
accidentes fatales posibles en cada viaje, por cercano que
sea. Somos testigos de una vida en riesgo extremo por só-
lo compartir un paseo con amigos o familiares.
Si uno de nosotros invitara a sus amigos a su casa y cada
diez sillas una estuviera electrocutada con 220 V, sería
acusado de criminal. ¿Y los responsables de la vía públi-
ca, que saben que cada día morirán 21 personas?
Una neblina, una lluvia, y los muertos se multiplican. ¿Ig-
noramos acaso que hay lluvias, que hay niebla?
¿Qué hace hoy una familia ante una niebla espesa? Si sa-
le a la banquina correrá riesgo de que lo empalmen de
atrás, si sigue puede chocarse de frente. Los carteles
mienten, las obras son deficientes, las demarcaciones es-
tán borradas, los baches facilitan el planchazo, y los mis-
mos viajeros no encuentran un puesto de control que les
avise, les anticipe, y les ofrezca un lugar para esperar con
seguridad.
-Señor: pare, ahí tiene espacio para estacionar media hori-
ta hasta que se disipe la niebla. ¿Tan difícil es? Eso se re-
suelve fácil, con censores o controles adecuados, e inclu-
so pueden colaborar vecinos de la ruta, consultados a dis-
tancia, si otra tecnología no está disponible.
Los recursos están
14. Alguien afirmará que faltan recursos económicos. Otra ex-
cusa insostenible, como esa que dice que, en proporción a
la cantidad de vehículos, Argentina no es de los peores
del ranking. Ese cálculo es engañoso: si el problema es
(también) la saturación de las rutas con vehículos habrá
que someter eso a un examen, porque nada justifica la
muerte masiva en los espacios públicos.
Volviendo a los recursos, ¿cómo gastan desde el Estado
miles de millones en banalidades, entretenimiento pasaje-
ro, propaganda, y no invierten en educación, capacitación,
seguimiento, guía, ayuda, control, luminarias, obras?
Es inocultable responsabilidad de la clase política. Ante un
problema común, de muchos, de todos, existen gobiernos
que deben estudiar los problemas comunes y actuar en
consecuencia.
Estar vivos
Nuestra comunidad es sensible y solidaria. Lo demuestra
a diario. En las inundaciones, los terremotos, ante la en-
fermedad de un niño, ante la necesidad de donación de
órganos. Los responsables no tienen razón cuando sos-
tienen que la muerte en ruta es un problema cultural que
llevará décadas superar. Son excusas para seguir me-
drando sin atender el problema.
Todos sabemos que morirán 21 personas por día, si no le
toca a uno le tocará a otro, pero en cada accidente los po-
15. líticos buscan razones que no los rocen a ellos, principales
responsables.
Cualquier medida deberá ser adecuada a un problema
que es extremo. Si llega con serenidad, prudencia y se
explican tanto el diagnóstico como las razones, la clase
política encontrará al pueblo (del que no forma parte) dis-
puesto a salvar vidas. La vía pública tiene responsables
con nombre y apellido. Esos responsables principales es-
tán en el gobierno nacional y los gobiernos provinciales,
en el Ejecutivo, el Congreso, las Legislatura, los tribuna-
les, y bien caros que nos salen.
Son ellos los que deben acudir a todos los medios, sean
estatales o privados, ONG, los medios masivos, las corpo-
raciones, la escuela, lo que fuera, para superar este pro-
blema elemental, tan vital como el pan, como el agua: el
andar sin chocarnos.
¿Permitiría un juez que ingresen cien mil personas a un
estadio preparado para veinte mil? No. ¿Y por qué permite
que entren autos a un lugar inadecuado, como la ruta con
neblina, o la ruta saturada de vehículos o sin señales?
¿Quién cuida hoy a las personas que salen a la ruta y
comprueban, con asombro y miedo, todo tipo de infraccio-
nes a su alrededor sin que nadie diga nada?
Si los gobernantes no están dispuestos a encarar el asun-
to, muy bien: que pase el que sigue. La cosa no da para
más. ¡Fuera!
16. Infraestructura, señales, educación, persuasión, guía, cas-
tigo…
Una vez que encaremos con seriedad el problema enton-
ces sí empezaremos a hablar de los siguientes asuntos.
Para hablar hay que estar vivo, ¿no?
(*Por Daniel Tirso Fiorotto / diario UNO Entre Ríos)
ADHESIÓN FrSi
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