¿Las mujeres matan de forma distinta que los hombres, por otros motivos? En gran parte, sí. En este libro se muestran cuatro crímenes donde ellas fueron autoras o inductoras de otras tantas muertes. Sea en Madrid o Barcelona, en el Tierzo de Guadalajara o en la localidad cordobesa de Cabra, asistiremos a cuatro de estos crímenes intentando comprender, en boca de los testigos de tal acción, cómo fue la historia y los motivos que llevaron a esas mujeres a quitar la vida a otra persona.
¿Las mujeres matan de forma distinta que los hombres, por otros motivos? En gran parte, sí. En este libro se muestran cuatro crímenes donde ellas fueron autoras o inductoras de otras tantas muertes. Sea en Madrid o Barcelona, en el Tierzo de Guadalajara o en la localidad cordobesa de Cabra, asistiremos a cuatro de estos crímenes intentando comprender, en boca de los testigos de tal acción, cómo fue la historia y los motivos que llevaron a esas mujeres a quitar la vida a otra persona.
Sabemos que las leyendas urbanas son relatos pertenecientes al folclore contemporáneo. En realidad son mitos basados en sucesos que supuestamente habrían ocurrido, pero quien te las cuenta, las ha tomado como verdaderos.
Estas contienen ficciones que dizque ocurrieron o pueden ocurrir en ciudades o pueblos conocidos. Su fantástica trama se narra de un modo que pueda crear la sensación de que realmente sucedió.
En algunos casos se trata de un tipo de creencia popular, muchas veces cargadas de superstición, que, pese a contener elementos inverosímiles o sobrenaturales, es presentado como hechos reales sucedidos en estos tiempos y delante de nuestras propias narices.
Otras parten de hechos reales que son exagerados, distorsionados o mezclados con datos ficticios o con las fabulosas convicciones que crea el inconsciente colectivo y que circulan oralmente o por los medios masivos. Estos suelen tener una advertencia y no pocas veces contener una denuncia pública, y hasta a veces una “moraleja”.
La condición para que estas historias sean verosímiles, es el hecho que nos han sido contadas por un amigo, un pariente, un vecino, un paisano, o nos la han narrado en una tertulia de trabajo o en la calle. Y tiene que ser trasmitida oralmente para que al igual que los mitos ancestrales, a la larga, acaben siendo parte de la tradición de los pueblos.
Se estima que las leyendas urbanas, nacen de la necesidad que tiene todo ser humano de una cuota de ficción en su vida, o de transformar una insoportable realidad por la fantasía cuando esta se hace insufrible, por ser demasiada cierta.
La condición para que las leyendas urbanas sean transmitidas, es que sean entretenidas en su contenido y que algunas veces estén acompañadas de violencia o grosería para ser aceptadas y apetecidas porque así lo exige el morbo de la gente.
Los que las cuentan aparte de trasmitirlas por contener una buena historia, lo hacen por el hecho de congraciarse con su entorno social, pero también lo hacen por el simple deseo de contar algo entretenido y novedoso, contribuyendo a que por su propia boca y de la de sus oyentes, se trasmita tanto y tanto, hasta convertirse en parte de la cultura general de su región.
Cuento realizado por David Barrios, ex Alumno de la Escuela N° 85 "Eva Duarte" de Barranqueras, estudiante del Profesorado de Lengua del IES "San Fernando Rey".
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1. El anciano y el inmigrante
El timbre de la puerta sonó solo una vez, casi se diría que tímidamente. Dentro se
oyeron unos pasos lentos y que se adivinaban costosos, como si el dueño de
aquellas piernas llevara toda una eternidad caminando.
La puerta se abrió lentamente y por ella apareció la figura de un hombre anciano
apoyado en un andador de metal, su rostro figuraba una imagen seria, casi de
enfado.
- ¿Qué quieres? – dijo al que llamaba.
El hombre negro, vestido con una ropa usada que a todas luces se veía que le
quedaba pequeña, con una barba de varios días, un pelo rizado que se veía
desaliñado, que dejaba adivinar que como techo tenia las estrellas de la noche, se
decidió a hablar - ¿ podría ayudarme con unas monedas?, no tengo para comer y
tampoco donde dormir.
El anciano lo miró y le dijo: ¿Acaso no vas al albergue, no te dan ropa y comida
allí?, ¿acaso no les dan alojamiento y les buscan trabajo?
El hombre negro contestó con unas palabras en un mal castellano - No tengo
papeles, y en el albergue solo nos admiten tres días, suelo comer en los comedores
de los franciscanos, pero no siempre encuentro sitio, somos muchos.
El anciano soltó una mano del andador y la dirigió a su bolsillo en busca de una
moneda, pero, no, seguro que estaba en el otro, buscó en el otro bolsillo, pero el
intento le resultó mal, suelto del andador, poco tiempo se mantenía en pie y
estuvo a punto de caer si no hubiera sido por el rápido reflejo de aquel inmigrante
negro. El anciano se recuperó y con sus fríos ojos miró al africano y con una mueca
le invito a seguirle.
2. Una vez en la cocina le dijo que se sentara y se dirigió al fogón. Con suma
habilidad para su estado, tomo una cazuela y la llevó a la mesa, de la alacena,
sacó otro plato. Y del fogón trajo un segundo recipiente con unas sardinas fritas, se
acercó a la mesa y después de sentarse, repartió la caliente sopa de ajo entre los
dos platos e invitó al africano a cenar con él.
Mientras cenaban, el anciano le contó al negro, como el después de la guerra,
había emigrado a Alemania en busca de sustento para él y su familia, siempre con
la esperanza de que en tres o cuatro años, pudieran regresar a la patria, pero el
tiempo se había alargado y solo fue posible pasada la treintena de años trabajando
en Alemania.
Ahora sus hijos se habían quedado allí, y el y su difunta esposa habían regresado,
le habló de su soledad y de sus experiencias. El hombre le escuchaba atento.
Cuando se interesó un poco más por la vida de su invitado, este le habló de
pobres aldeas, en las que conseguir el pan de cada día es toda una odisea y no
digamos el agua potable, de la tiranía de unos poderosos protegidos por los
intereses de empresas y gobiernos extranjeros, de su largo caminar por los
desiertos africanos, hasta llegar a la costa, de su travesía en una barcaza, de la
angustia, del peligro de zozobrar, del salto a tierra y huir rápidamente, de viajar
camuflado en la caja de un camión hasta esa ciudad y… De tantas cosas. En busca
de una utopía europea que no existía. La falta de unos papeles, le tenían
durmiendo bajo un puente, pasando hambre y frío. Pero también le preguntó si
veía a sus hijos de vez en cuando, si se preocupaban de él, si sabían de su soledad.
En mi tierra, le dijo el hombre negro, al anciano no le falta respeto ni el calor de su
familia, él está por encima, es el líder de la familia, no se permite que sufra el frío
de la soledad, y eso lo echo de menos en estas tierras.
3. Sin apenas darse cuenta la noche había avanzado, el anciano tuvo una idea - mira -
le propuso- yo te doy alojamiento y ayuda, con alojamiento conocido, te será más
fácil encontrar trabajo y conseguir papeles y tú, tú a cambio, me proporcionas
cuidados y compañía. Esta noche me he dado cuenta y recordado aquellos años en
los que yo también dormía en un país de lengua y costumbres extrañas para mí y
de mis noches bajo un puente o unos cartones y…..y… de mi soledad actual, ¿qué
opinas? No tengo mucho pero hasta que encuentres trabajo, lo podemos compartir
a cambio de tu compañía y tus cuidados.
El Hombre negro, asintió con un leve movimiento de cabeza y tomando al anciano
en sus fuertes brazos, le condujo a su cama para ayudarle a costar. El anciano y el
inmigrante ya no estarían solos, se tenían uno al otro en una simbiosis de
necesidad y solidaridad humana.