1. Medios para activar la competencia en el proceso familiar
Conferencia Magistral impartida por el Profesor Dr. Guy Ausloos.
Invitado de Honor
XIII Jornadas Internacionales RELATES.
Lisboa. Julio 2017
Traducción por Claudia Borrero.
Fundaterapia. Bogotá (Colombia).
AGRADECIMIENTOS
Me sentí muy emocionado por haber sido elegido como invitado de honor por RELATES y por su
presidente Roberto Pereira, así como por la Sociedad Portuguesa de Terapia Familiar y por su
presidenta Ana Gomes, a quienes conozco desde hace años. Pero la STPF es igualmente querida
para mí, porque tuve la oportunidad de colaborar con sus fundadores desde el momento de su
creación en el año 1980. Quisiera saludar por este medio a mis amigos Jose Manuel de Almeida
Costa, expresidente, Daniel Sampaio y José Gameiro, quien escribió el prefacio de mi libro en
portugués.
Recuerdo igualmente con gran placer el Primer Congreso Ibérico de TF en Barcelona en el 2010, al
cual me habían invitado Roberto Pereira y Juan Linares, quien es también autor del prefacio de mi
libro en español.
No es entonces para mí únicamente un congreso de Terapia Familiar, sino el reencuentro de una
familia de amigos a quienes aprecio mucho.
Lo único que lamento es no hablar lo suficiente bien el portugués o el español, imponiéndoles la
carga de una traducción, aun cuando yo sé que ésta será excelente. Hace dos días, cumplí 77 años:
les prometo que para los 50 años de SPTF, hablaré fluidamente los dos idiomas!
He aquí mi presentación:
Medios para activar la competencia en el proceso familiar
(Con niños o adolescentes)
(XIII Jornadas Internacionales RELATES – Lisboa 6- 7 -8 Julio 2017)
2. Cuando comencé a hablar de competencias de familias, yo trabajaba principalmente con familias y
adolescentes y quería recalcar la importancia de cambiar la representación que nos hacíamos de
los padres y de la familia. Fue por esto que propuse este título provocador para mi libro: “La
competencia de las familias”. Es muy común decir que trabajamos con la representación que nos
hacemos de la gente, pero estas representaciones son con frecuencia negativas. Debemos
deshacernos de esas representaciones negativas que nos impiden trabajar correctamente con las
familias. Se convirtió para mí en una exigencia ética: Somos responsables de las representaciones
que nos hacemos de los miembros de la familia.
Epíteto decía: “No es el sufrimiento lo que altera a los hombres, sino la imagen que ellos se hacen
de sí mismos y los juicios que conllevan”.
Nuestra formación y nuestra cultura, nos llevan primero a ver lo que no está correcto y esto es sin
duda un mecanismo útil para la supervivencia, pero no para la terapia. Los expedientes o las
informaciones dadas por los colegas, nos presentan con frecuencia a las familias en sus peores días.
Sobre todo los padres están descalificados, como lo testifica el vocabulario utilizado para
describirlos: el padre ausente, alcohólico, controlador, violento, y algunas veces incestuoso…la
madre super-protectora, excesiva, entrometida, castradora…. No había nunca un vocabulario para
decir: son padres que hacen lo que pueden. Los jóvenes también son descritos como agresivos,
mentirosos, ladrones y sobre todo manipuladores. Yo no puedo trabajar con un padre controlador,
pero si cambio mi representación y lo veo como un padre protector, podré trabajar con él. Un joven
definido como mentiroso, sin duda tuvo que defenderse contra las injusticias, escondiendo la
verdad. Una madre super-protectora es sin duda una madre demasiado preocupada.
Debemos liberarnos de todos esos adjetivos que nos impiden ver a la personas detrás de esa
etiqueta. Ahora me doy cuenta que durante mucho tiempo trabajé con una representación errónea:
Es necesario que los padres cambien, para que el joven pueda cambiar, puesto que son los padres
los culpables.
Fue trabajando en una institución para adolescentes delincuentes y toxicómanos que empecé a
cambiar mi visión, y fue un giro importante. Mientras que al comienzo yo proponía a la familia
entrevistas “porque yo creo que esto puede ayudarlos, porque ustedes tienen necesidades” que
redefiní diciendo:
“Los necesito para hacer mi trabajo, porque como padres, ustedes son los que conocen mejor a su
hijo, porque ustedes han pasado dificultades y porque a pesar de todo, continúan amándolo.
¿Puedo contar con su ayuda?”
No es una manipulación, es una verdad: tanto en ambulatorio como en institución, necesitamos a
los padres para hacer correctamente nuestro trabajo y hay que estar convencidos.
Ustedes ven que es un cambio de modelo absolutamente importante. Lejos de criticar, de culpar,
yo quiero responsabilizar. Volveré sobre esto.
5. Si cambiamos el modelo, lo que he propuesto, y en vez de buscar la falta buscamos el talento,
haciendo circular la información, en ese momento en vez de dar absolución, vamos a buscar la auto-
solución, es decir, la solución que conviene a esas personas específicamente y en ese momento de
su vida.
Cuando se buscan activamente los talentos, se desarrolla el sentido de la responsabilidad. Observen
la palabra culpabilidad y córtenla en dos “culp/abilidad”. Habilidad es la capacidad, luego la
“culp/abilidad” sería la capacidad de cometer faltas. Mea culpa. Mientras que la “respons/abilidad”
sería la capacidad de responder (habilidad de responder). Que bella definición de responsabilidad:
capacidad de responder.
Esto fue lo que me puse a investigar cuando me reunía con las familias. Como señor, cómo señora,
como hermano mayor, o aún como hermanita, ¿Cómo tienen ellos la capacidad de responder? La
capacidad de responder a qué, me dirán ustedes. Primero a sus propias necesidades.
Una jovencita no frecuentaba el colegio desde hacía un mes, cuando a sus 14 años había robado
dinero. La trabajadora social con quien yo trabajaba, y a quien yo supervisaba; va al domicilio y en
el momento es que se reúne con su madre, quiere sentarse a la mesa al lado de un jovencito de
unos diez años y la madre dice: “No se siente al lado de él, porque le podría pegar”. La asistente
social se desplaza y dice: ¿Por qué me dice usted eso?
“Porque él es autista y no quiere a los extraños, por lo que a veces los golpea, y entonces es por eso
que yo no quería que usted se hiciera a su lado”. Y la mamá comienza a decir: “Por cierto, ya no
puedo más, estoy completamente exhausta, hace tres meses él fue golpeado por un carro, porque
siempre se atraviesa sin mirar, estuvo tres días en coma en el hospital. Yo tuve que quedarme con
él prácticamente durante toda su estadía en el hospital, que duró un mes. Estoy totalmente
agotada”. Les recuerdo que la asistente social estaba ahí por la niña de 14 años que no había asistido
a la escuela y que había robado. La madre no habla en absoluto de eso. La madre habla del hecho
de que está totalmente extenuada.
Notamos de hecho que la niña, se había quedado en la casa porque estaba muy preocupada por su
madre y por su hermano, y que ella desarrolló una capacidad de responder a las necesidades de su
madre y de su hermano, porque la madre ya no tenía la capacidad de responder ni a sus propias
necesidades. ¿En esta intervención, nos ocupamos de la niña? Prácticamente no. Nos encargamos
de la madre, para que ella pudiera desahogarse y recibir los servicios para su hijo autista, y para que
su hija pudiera volver al colegio sin dificultades.
Entonces, una de mis maneras de considerar el trabajo con las familias donde yo busco el talento,
es desarrollar la capacidad de respuesta de los padres, primero a sus propias necesidades y luego a
las necesidades de sus hijos, si fuera necesario.
Recuerden entonces a la vez: responsabilizar y “necesito de ustedes” eso, porque en sistémica, no
es el otro quien debe cambiar, sino la posición que tenemos frente al otro.
6. ¿Cómo ampliar las competencias para aumentar la capacidad de responsabilidad? Luego de esta
presentación teórica, voy a presentarles rápidamente algunos de los medios que yo utilizaba para
activar el cambio.
Replantear: Como supervisor, me di cuenta que con frecuencia, lo esencial de mi trabajo consistía
en una reorientación de la situación, es decir, ver con otros ojos la situación presentada. Se trataba
entonces de cambiar a un sentido positivo la representación que pudiera tener quien presentaba.
Una vez más, cambiar la representación del terapeuta le abría nuevas pistas de intervención y
permitía una mejor relación con la familia, porque todo el mundo prefiere una visión positiva a una
peyorativa sobre uno mismo. Un ejemplo de reorientación: Ese padre descrito en el expediente
como un controlador e incluso violento, podía también ser visto como un protector no muy bueno,
esa madre descrita como histérica y que grita mucho y muy fuerte, era también una madre que
quería lo mejor para sus hijos. No disto mucho de pensar que las discusiones de casos, deberían
estar centradas en la reorientación, más que en la formulación de hipótesis. La reorientación
modifica la representación negativa, mientras que con frecuencia la hipótesis la confirma y la
aumenta.
La hipótesis más favorable: No podemos impedirnos plantear hipótesis, menos aún en el momento
de discusiones de casos encontrados espontáneamente. Muchas de esas hipótesis dan sin embargo
una imagen negativa de la situación. Un ejemplo de hipótesis favorable: Esa familia desorganizada
puede ser vista como intentando desenvolverse en una situación social precaria. ¿Cómo podemos
ayudarla a salir de eso? Yo prefiero la hipótesis más favorable que emerge frecuentemente de una
reorientación: si ella se confirma, promoverá el alivio y será útil para la familia, si ella es desmentida,
será para la familia y no para el terapeuta. El podrá siempre intentar otra reorientación y al menos
no habrá descalificado a la familia.
No son las dificultades ni los problemas lo que debo corregir, estoy aquí para ampliar lo que ellos
saben hacer, más que combatir lo que no saben hacer. Lo aburrido es que, con frecuencia los
expedientes que nos son entregados, son descripciones de todo lo que la gente no hace o no sabe
hacer.
Y frecuentemente los expedientes amplían lo que está mal: en un momento dado, en el expediente
se nos dice: “el padre tiene probablemente problemas de alcohol”, uno o dos años más tarde, es:
“como lo sabemos, el padre tiene problemas de alcohol” y luego, un poco después nos hablan de:
“padre alcohólico de este joven”, y se subraya únicamente esta característica.
Quisiera hablar de esta situación, de un padre que estaba descrito como alcohólico, aunque también
era chofer de camión. Pero parece que era en la noche que se alcoholizaba. Al mismo tiempo, se
levantaba muy temprano todos los sábados para llevar a su hijo al entrenamiento de hockey. Ahí
estaba su disposición, mientras que en el expediente se decía que era un padre alcohólico y ausente.
Pero el sábado por la mañana, tenía el valor de levantarse para complacer a su hijo.
Cuando destaco esto, la asistente social me dice: “ah bien, sí, pero…él aprovecha para ir a beber
porque en todas las canchas de hockey hay naturalmente un barcito…” Sí, siempre se podrán
8. Entonces les explico que si vuelven a ser como antes, van a encontrar las mismas dificultades. Hay
que convertirse en como después, es decir construirse un futuro diferente en lugar de soñar con un
pasado que ya no existe. Citemos entonces a Epíteto:
“Uva verde, uva madura, uva seca. Todo es solo un cambio, No para no ser más, sino para
convertirse en lo que no se es todavía.”
El confort del terapeuta: Si no nos ocupamos de nuestro confort, nos sentiremos mal y en mala
postura para intervenir adecuadamente. Esto consiste en cortar el sonido cuando uno ya no
comprende, en hablar de la tensión que se experimenta y en preguntarse si alguien más está tenso,
en que se apague la televisión cuando se haga una visita domiciliaria, en salir cuando la situación se
vuelva conflictiva… A usted no se le paga para sentirse mal: Arrégleselas para estar bien y para
recobrar su confort.
Soltarse: Los bebés tienen un reflejo primario, el reflejo de adherencia o “grasping”. Esto permite
levantarlos con un dedo. Este reflejo desaparece, pero parece persistir en algunos terapeutas que
continúan hablando de “mi expediente” como si fuera de su propiedad y que no pueden pensar que
otros terapeutas tal vez tengan razón o que al menos haya que colaborar. Es una persistencia de
este reflejo que hace que algunas instituciones continúen indebidamente luego de 2-3 años porque
“él no está listo” o la familia “no está lista”. Hay que arriesgar el regreso a la familia – dándoles el
soporte necesario – cuando todo no es perfecto, porque no será jamás perfecto. Hay que saber
parar un tratamiento cuando las razones que lo han motivado hayan desaparecido. Hay que intentar
el riesgo calculado.
Si tengo el tiempo, quisiera agregar una última estrategia que yo utilizaba normalmente con los
padres: Yo hablaba de las grandes y las pequeñas reglas.
Grandes y pequeñas reglas: Cuando uno cría a un niño pequeño, es necesario imponer reglas que
el niño no puede quebrantar a ningún precio sin correr un riesgo vital. “No atravieses la calle sin
darme la mano” es un buen ejemplo. Si esta regla no es respetada e integrada, son serios los riesgos
de accidente. Es lo que yo llamo una regla grande. Por el contrario, la regla “No comerás más
chocolate antes de la comida”, no conlleva a ningún riesgo al niño en caso de transgresión. Y bien
sabemos que de vez en cuando, cuando llamamos a un amigo a tomarnos el aperitivo, terminaremos
por decir “OK, está bien por esta vez”. Autorizaremos al niño a comer un pedazo de chocolate. Se
trata de una pequeña regla.
Para el pequeño entonces la gran regla:
- Es necesaria para la supervivencia.
- No puede ser transgredida bajo ningún pretexto.
- No necesita ninguna explicación, ni justificación.
La pequeña regla por el contrario:
- Es negociable.
9. - Es susceptible de excepciones.
- Requiere algunas veces explicaciones.
Las pequeñas reglas tienen entonces también la ventaja de permitirle al niño negociar y saber que
en ciertos momentos puede ganar. Él se dará cuenta rápidamente que el aperitivo es un buen
momento, mientras que no será el momento oportuno cuando la cena se esté sirviendo. Descubrirá
igualmente que algunos permisos serán más fáciles de obtener de mamá que de papá o viceversa.
Estos diferentes jueguitos son los primeros ejercicios prácticos en la formación de su psicología
relacional. Esto es muy importante, porque es necesario para su autoestima poder ganar…algunas
veces.
En ciertas familias (y en muchas instituciones) casi todas las reglas son grandes reglas. Esto lo
percibieron los primeros terapeutas que denominaron a estas familias como familias de
transacciones rígidas. De hecho, es la rigidez de las reglas lo que les da su carácter específico. El niño
aprende rápidamente que no sirve para nada negociar, que no hay excepciones a la regla, que tiene
pocas posibilidades de ganar, y que debe someterse si quiere evitar los castigos.
El exceso de grandes reglas, puede llevar a generar múltiples secretos. Si uno no puede apartarse
abiertamente, hay que esconder. Secretos no dichos y disimulación, son con frecuencia indicadores
de reglas muy rígidas.
La clasificación entre familias de transacciones rígidas y caóticas es problemática, por lo que lleva a
pensar que esas familias han sido siempre así y que así se quedarán. Hay naturalmente ciertos
patrones que se repiten de generación en generación. Con mucha más frecuencia sin embargo, las
familias de transacciones rígidas o caóticas son temporales y su funcionamiento está relacionado
con eventos perturbadores o traumatizantes.
Pongamos un ejemplo: la muerte de uno de los padres o de uno de los hijos, lleva siempre a
perturbaciones mayores de funcionamiento familiar. Uno quisiera que todo fuera como antes, pero
la única cosa segura es que nunca será como antes, y que uno no sabe cómo hacer para vivir “como
después”. En algunas familias un caos más o menos largo se instala, porque las antiguas reglas ya
no son válidas, y porque no se sabe cuáles nuevas regalas serán puestas en vigor. En otras, las
reglas se vuelven demasiado rígidas y se sacraliza al muerto, impidiendo que el duelo se haga.
Trabajando desde hace más de 40 años en Instituciones, me impresiona ver la cantidad de niños
cuyos problemas de comportamiento o aún sus problemas mentales, pueden estar ligados a un
duelo familiar no elaborado. La enfermedad grave también puede tener efectos análogos al duelo
en la familia.
Los traumatismos pueden también afectar a grupos humanos más amplios que las familias. Los
Amish, adoptaron reglas de vida demasiado estrictas y decidieron vivir apartados de la sociedad
luego de las persecuciones de las que fueron víctimas desde el siglo XVI, tanto por parte de los
católicos como de los protestantes; porque rechazaban el bautizo de los niños (anabaptistas), y por
haber escogido una forma de culto sin sacerdotes, ni pastores, pero con predicadores y obispos
“elegidos” por la comunidad bajo la influencia del Espíritu Santo, rechazando así las reglas de la
jerarquía religiosa tradicional. Los judíos hasidicos también eligieron un modo de vida que los
10. caracteriza, con reglas muy rigurosas, tras los pogroms de los cuales fueron víctimas en Europa del
Este.
Esta rigidez en la aplicación de reglas puede ser una herencia transgeneracional, pero también
puede ser el resultado de situaciones particulares que la familia haya podido conocer, como las
guerras y la inmigración que ellas conllevan. En este último caso las reglas de la cultura de origen,
se convierten en grandes reglas, las cuales no pueden ser tocadas, mientras que las reglas del país
de recepción tienden a ser solo pequeñas reglas. Para flexibilizar esta rigidez, se vuelve importante
ver con los padres cómo las grandes reglas del país de origen pueden convertirse en pequeñas reglas
en el país de recepción, sin dejarse disuadir por los “sí, pero aquí no es como en nuestro país”. La
cultura de origen puede muy bien acomdarse a una relajación, que de he hecho es solo un retorno
a viejas formas de funcionamiento.
Esto lleva a hablar de familias que no son ni rígidas, ni caóticas, pero dentro de las cuales los padres
piensan poder explicar todo a sus hijos como a personas iguales, y dejarlos escoger las reglas a las
cuales ellos quieran obedecer. En estas familias “Nueva era” que se encuentran cada vez con más
frecuencia, la confusión resulta del hecho que si es evidentemente verdadero que nuestros hijos
son nuestros semejantes, ellos no son iguales a nosotros como seres humanos, no son iguales a
nosotros en sus capacidades funcionales, relacionales, emocionales, intelectuales y físicas. Algunas
veces los padres, habiendo sido criados de manera muy rígida o autoritaria, temen imponerse u
oponerse, con miedo a reproducir el esquema educativo el cual ellos mismos sufrieron, o de miedo
a perder el amor de sus hijos. En fin, algunos padres creen poder “comprar la paz” cediendo a las
peticiones de sus hijos. No conocen sin duda, el adagio latino “ si vis pacem para bellum” “si quieres
la paz, prepara la guerra”. Las actitudes muy laxas, llevan con frecuencia a las crisis, las cóleras, las
rabias impotentes que ellos no evitan y que se toman como el poder absoluto de esos niños, que de
hecho no es sino la impotencia total a saber cómo comportarse.
La infancia es la edad de la dependencia de los adultos, no de algunos, y los adultos tienen el deber
de guiar a los niños hacia su madurez. Investigaciones recientes han mostrado que es entre los 2 y
5 años que los humanos muestran la mayor agresividad. Afortunadamente su pequeña estatura y
su falta de fuerza no les permiten desplegar esta agresividad. Si se piensa únicamente en la violencia
de una crisis que puede hacer un niño de tres años, si tuviera la fuerza, podría ser extremamente
destructor. Es entonces, desde esta temprana edad que es importante empezar a imponer las
grandes reglas, que permitirán al niño integrarse progresivamente a los grupos sociales que él
tendrá que frecuentar.
De hecho, es a esta corta edad, en la guardería o en la maternal, donde vemos que estos niños que
siempre pudieron escoger sus reglas, presentan sus primeras dificultades de integración. En estos
medios y luego en el colegio, hay reglas, incluso a veces muy numerosas y para aquel que siempre
ha podido negociar o decidir, es muy difícil admitir que a veces se debe doblegar a las decisiones de
los adultos o del grupo, mientras que en familia, son los padres quienes se doblegan ante los
reclamos del niño. No me gusta el término “niño rey”, porque los reyes deben tener en cuenta la
opinión de sus súbditos si no quieren ser destituidos. Podríamos retomar el término de “niño
consentido”, en el primer sentido refiriéndonos a las frutas que están podridas, porque no se hizo
11. lo que se debía para hacerlas madurar en buenas condiciones. Pero yo preferiría hablar de niños
desorientados, porque no saben encontrar la dirección correcta, puesto que no se les enseñó que
todas las direcciones no son buenas.
Las grandes y pequeñas reglas deben evidentemente modularse en función de la edad: “Tú no
atravesarás la calle, sin darme la mano” sería evidentemente ridícula en la adolescencia. Esta gran
regla de la primera infancia debe modularse progresivamente en función del crecimiento del niño,
de sus capacidades y de su ambiente. Ningún niño entre los 7-8 años de edad podría atravesar solo
y la situación no sería la misma en la ciudad que en el campo. Lo que es interesante en este ejemplo,
es que la regla va a desaparecer progresivamente, para ser remplazada por instrucciones de
prudencia que reflejarán la necesidad de garantizar su propia seguridad. La regla desaparece en
beneficio del valor: “Debo encargarme de mi propia seguridad”. Si este valor no está integrado, si el
niño no ha entendido que es él quien debe encargarse de su seguridad, que él vive con una familia
muy rígida o demasiado protectora o con una familia caótica o demasiado negligente, corre el riesgo
de ponerse en peligro, ya sea voluntariamente con comportamientos suicidas o auto- mutiladores,
o involuntariamente por accidentes, consumo de drogas o trastornos psíquicos.
Se podría decir que las reglas, grandes o pequeñas, deben desaparecer progresivamente, para dar
paso a la integración de los valores en que ellas se basan. Como ya lo dijimos: “no atravesarás la
calle…” debe ser remplazado por “debes cuidarte”; “no puedes pegarle a tu compañero” por “debes
respetar a los otros”; “dile buenos días a la señora” por la integración de las reglas relacionales de
cortesía y de respeto; necesarias para la vida en sociedad.
Es importante aquí introducir un matiz: al comienzo de la adolescencia todo pasa como si el joven
pasara de nuevo por el estadio de sus 2 años. Y hay de hecho una analogía en esa necesidad de
rechazar o de cuestionar, tanto para el pequeño, como para el adolescente, es una manera de decir
y de mostrar: “ahora soy grande” “quiero más autonomía” “quiero tomar mis propias decisiones”.
Es en estas frases de transición donde es importante que los padres no pierdan el control, no
abandonen su papel educativo, no se dejen llevar por el desánimo: “No logro hacerme obedecer,
que haga lo que quiera”. Es claro que lo que no se puso en su lugar antes de la adolescencia, en
términos de valores de respeto de sí mismo y de los demás, será más difícil de instaurar después
de los 12 años.
Yo tenía la costumbre de hablar con los padres de estas pequeñas y grandes reglas y pude verificar
que es un lenguaje que todos comprenden, no importa cuál sea su cultura.
Conclusión: Estos diferentes medios que enuncié son aquellos que yo utilizaba en mis terapias y en
mis formaciones y supervisiones. Pero yo pienso profundamente que cada uno debe encontrar su
propia manera de intervenir, su propia vía, lo que yo llamé su “ecuación personal”. Todos tenemos
nuestras historias personales, nuestras formaciones, nuestro temperamento y es con esto que hay
que trabajar. Yo no deseo en ningún caso, que ustedes se sientan obligados a apropiarse de mis
estrategias, pero si los pude ayudar a comprometerse con su propia vía, luego de esta comunicación,
habré cumplido mi tarea.