Manejo del Dengue, generalidades, actualización marzo 2024 minsa
La barca noviembre 2010
1. vida, siempre apasionante. Y
gracias por sus ensayos, que
me han permitido ser aún
más consciente de mis nume-
rosos errores al escribir y al
leer.
Si su obra hasta ahora ha
sido fuente de gozo y de ins-
piración, sólo ahora puede
seguir creciendo y yo estaré
dispuesto a zambullirme en
ella y vivir apasionadamente
las aventuras de leer y escri-
bir, guiado, con su permiso,
por su voz.
Con gran emoción celebro la
concesión del Nobel de Lite-
ratura 2010 a Mario Vargas
Llosa, uno de los más gran-
des escritores, y no sólo en
español, hecho en sí que
también me llena de orgullo y
hace que el premio también
lo considere un poquito mío.
Fiel lector que soy de sus
obras, tanto novela, como
teatro o ensayo, escribo con
la vana pretensión de imitar-
le, pues, para mí, Vargas Llo-
sa también es Maestro y be-
bo de su fuente del mismo
modo que, salvando las evi-
dentes distancias, él bebió de
la de Cervantes.
Es, además de magnífico
autor, persona entrañable,
que ama su profesión y que
se entrega a ella con pasión,
dejándose la piel en cada
diálogo, en cada descripción,
el único modo de alcanzar,
más tarde o más temprano,
las mayores cotas de recono-
cimiento.
Hombre leal con sus princi-
pios y valores, cualidad difícil
de encontrar en estos tiem-
pos de ansia por la recom-
pensa inmediata, pero al
mismo tiempo fugaz; implaca-
ble en su persistente denun-
cia contra toda tiranía, por lo
que, además, le entrego el
más sincero de mis respetos.
Sin duda, se abre una nueva
etapa vital y también literaria
para tan excelentísimo autor,
miembro de la Real Academia
de la Lengua Española, al
que desde ahora amo más.
Y no se puede expresar sino
gratitud por habernos permiti-
do sumergirnos en sus histo-
rias y compartir con sus per-
sonajes la aventura de la
V A R G A S L L O S A , N O B E L
P U N T O S D E
I N T E R É S E S -
P E C I A L :
Vargas Llosa, Nobel
Relato: Extractos del
diario de Evelym
Sam
El taller: Los mate-
riales
Cartier-Bresson
Hitchcock: Rebeca
C O N T E N I D O :
Microrrelato 2
El Taller 3
Homenaje a Cartier-
Bresson
4
Librocine: Rebeca 5
El libro del mes 5
Poema 6
La mirada de Medusa 6
El relato 7
La Fotografía del mes 10
T O D O S E S T Á N I N V I T A D O S
E D I T O R I A L
La Barca
Noviembre 2010Nº 2
Navega ya por la Red el segundo número de La Barca, con más ilu-
sión si cabe que su predecesor, el inaugural de la travesía. Y es que la acogi-
da de esta modesta revista de creación ha superado con creces las expectati-
vas más optimistas de su editor. En esta ocasión, La Barca atracará en puer-
tos de toda España: Las Palmas, Santander, Barcelona, Ávila, Sevilla, Vallado-
lid y muchos otros. Pero también, dado su espíritu marinero, surcará el Atlán-
tico para tocar tierra en Colombia y Méjico.
Noviembre zarpa con las bodegas llenas de sueños y aventuras, de imágenes
y de palabras. El viento es favorable., hinchemos las velas. ¡A todo trapo!
2. La anciana estaba sentada en una silla
de tijera de tela a franjas verticales
blancas y azules. Los pies, descalzos
sobre la arena. Las zapatillas, descui-
dadas a un lado. Con una mano afe-
rraba el mango de su muleta. La
otra, la izquierda, reposaba en el re-
gazo, un poco de lado. Su vestido
era negro, salpicado con multitud de
lunares blancos. La sombrilla proyec-
taba su sombra sobre ella y la brisa
le acariciaba el rostro. Su gesto era
tranquilo, inmóvil, quieto como sólo
un anciano sabe. La mirada, fija en
algún punto del horizonte.
Pensé que se encontraba ensimisma-
da o anticipando la siesta a deshora,
así que seguí la dirección de sus ojos,
avancé sobre las algas de la orilla, las
olas que rompían sin violencia, la su-
perficie sinuosa y, al llegar a la línea
que separa el mundo visible del su-
puesto, vi un barco, un pequeño ve-
lero de un palo y dos paños extendi-
dos al viento.
-¿Con que era eso lo que mirabas? -
me pregunté.
Quise creer que no era el pequeño
navío lo que ella veía porque eso era
demasiado real y evidente. En sus
acuosos ojos azules como el cielo de
ese mismo día yo deseé ver la poesía
de un recuerdo, una travesía a tiem-
pos pasados. Quise ver a una hermo-
sa mujer acodada en la cubierta de
un buque, puede que de vapor, que
marchaba de España, ¿a la Argenti-
na?, donde conocería a un exiliado,
amargado pero amable, que aún al-
bergara deseos de amar. Acaso ella
los correspondiera, acaso él muriera
después de una noche de pasión en
una refriega anarquista, acaso ella se
manchara con su sangre los labios en
una definitiva despedida, acaso...
El velero, haciendo equilibrios so-
bre la lejana línea del horizonte,
desapareció de nuestra vista, ocul-
tado por un farallón que protegía el
puerto de pescadores. Miré a la
anciana y la anciana no estaba. La
silla sí, vacía, de cara al mar, prueba
irrefutable de una presencia y pos-
terior ausencia.
Hice por ver una metáfora del
tiempo. La anciana dejaba paso a
otro en su mirador. Imaginé que
me levantaba de mi silla y me senta-
ba en la suya de franjas verticales
blancas y azules que miraba al hori-
zonte hasta encontrar un barco;
que recordaba esa parte de mi bio-
grafía que, de tan lejana, dudaba si
fue real o ensueño; que...
No me moví de mi sitio en cambio.
La brisa acariciaba mi rostro y el
rumor del mar me adormecía sere-
namente. Ni siquiera me di cuenta
de cómo recogían la sombrilla que
resguardaba a la anciana, de cómo
plegaban su silla, de cómo se mar-
chaban. Sólo vi el espacio vacío en
su lugar un instante después.
Aprecié las marcas paralelas que
dejó su asiento. Vi las huellas de sus
pequeños pies. Un socorrista pasó
sobre todas ellas montado en su
bicicleta mountabike. Cada pedala-
da rompía la magia del momento
con feliz ignorancia.
Miré el mar. Muy al fondo quise
ver, me forcé a ello incluso, la hue-
lla húmeda de su mirada. Una mu-
jer acodada en la cubierta de un
barco, seguro ahora que era de va-
por, regresaba a España, ¿desde la
Argentina? Lloraba y el viento hacía
ondear su pañuelo de seda como la
enseña del navío.
JES
U n m i c r o r r e l a t o :
M e t á f o r a d e l t i e m p o
P á g i n a 2
“Acaso ella se
manchara con su
sangre los labios
en una definitiva
despedida.”
L a B a r c a
3. Al escribir, se debe
imitar el comportamiento real
de los seres reales, de tal mo-
do que lo escrito sea, no sólo
auténtico sino interesante y
veraz. Detesto los diálogos
poco cuidados de personajes
que no hablan como los seres
de verdad, diálogos en los que
se explica en vez de expresar
los que les sucede o piensan
por medio de ellos. Tal como
los leo pienso “la gente no
habla a sí”, comentario que
dirijo al autor del texto que
leo, lo que implica que me he
desconectado totalmente de
la narración.
Por lo tanto, en primer
lugar, ser observador.
Segundo, y no menos
importante, es preciso tener
curiosidad. Ser curioso obliga
a hacer peguntas y a tratar de
responderlas. Cuando se trata
de responder a las preguntas
que la curiosidad impone, se
consiguen historias, tramas,
personajes, dilemas, etc.
¿Quién es esa persona? ¿Por
qué le habla así a esa otra?
¿Por qué ha hecho eso? ¿Por
qué llora, o ríe o grita o está
tan pensativa? Por supuesto,
no le preguntamos a la gente,
entre otras cosas porque
quizá su respuesta no sea
muy interesante literariamen-
te hablando. Las respuestas
sólo están en nuestra imagi-
nación. Y he aquí el tercer ele-
mento. No se puede escribir si
no se tiene imaginación o ésta
es muy pobre.
Al imaginar, recrea-
mos otros mundos, más o me-
nos reales, más o menos
fantásticos. Los poblamos de
personajes que hacen cosas y
a los que les suceden cosas.
Y, no desparramamos porque,
como ya he señalado anterior-
mente, nos hemos fijado en el
comportamiento de las perso-
nas reales y eso lo reflejamos
en los inventados, salvo que,
conscientemente busquemos
el efecto contrario o lo extra-
vagante. Hasta donde llega
nuestra imaginación depende
de las preguntas que nuestra
curiosidad nos permita.
¡Buf! Estoy agotado y
aún no me cogido la pluma ni
encarado el folio en blanco.
Continuará.
E L T A L L E R : L O S M A T E R I A L E S
P á g i n a 3N º 2
“Al imaginar,
recreamos otros
mundos y los
poblamos de
personajes que
hacen cosas y a
los que les
suceden cosas.”
Una pregunta que me suelen
hacer es si tengo momentos
de bloqueo ante el folio en
blanco y, si es así, qué hago.
“Por supuesto que los tengo”,
respondo siempre, pero para
superarlos, no hay por qué
enfrentarse a la blancura del
folio. Me explico y me viene
bien la pregunta para descri-
bir mi método.
Para empezar, hay
que partir desde mucho antes
de coger la pluma, el esfe-
rográfico (como llaman mis
amigos colombianos al bolí-
grafo) o poner los dedos sobre
el teclado. Hay cuestiones pre-
vias que mencionar y que creo
que son fundamentales.
Ser escritor implica
ser observador. Esta habilidad
te permite mirar ...y ver lo que
ocurre alrededor: qué hace la
gente, lo que dice y, sobre to-
do, cómo lo dice, cómo se
mueven, qué parece impulsar-
les, qué les afecta y cómo,
etc. Se debe llegar a ser im-
pertinente de tan observador,
pero procuraremos ser discre-
tos.
4. En homenaje
a tan magnífico fotó-
grafo, cada mes una
de sus fotos dará lu-
gar a una narración,
en un juego cómplice
de creación.
BOL DE ARROZ
Nepal, hoy mismo.
-¡Viejo! ¿Qué sacrificar-
ías a cambio de mi bol de arroz
humeante?
El anciano parecía no
escuchar al joven soldado. Sen-
tado, una mano sobre otra, los
ojos reflejados en las cumbres
del Himalaya.
-¡Eh, viejo! ¿Qué sacrifi-
carías? ¡Di!
-Todo lo que poseo es
todo lo que ves.
-Pues
creo que hoy te
quedas sin co-
mer.
Los
otros soldados
rieron la gracia
a carcajadas.
-No he
dicho que no
pueda entregar
nada – replicó
el anciano.
-¿Y qué puedes ofrecer
tú? Ese trapo pulgoso que lle-
vas puesto ni lo arrimes a mi
nariz. No veo nada más, salvo
esas sucias sandalias.
-Aún así, a pesar de mi
pobreza, hay algo que tengo en
grandes cantidades y que cam-
biaría contigo por tu bol de
arroz.
El soldado entrecierra los
ojos, desconcertado y, al mismo
tiempo, curioso por culpa de la
ambición. Quizá, el viejo escon-
da algo valioso y él ha sido más
rápido y listo que sus compañe-
ros.
-¿Algo que me darías a
cambio de mi bol de arroz?
-Aunque el arroz estuvie-
se frío.
-Acepto. ¿Qué me das a
cambio de mi ración diaria?
-¡Mi hambre!
JES
La escritura es una gran
herramienta para superar
los problemas y alcanzar la
felicidad.
El libro plantea que al escri-
bir conectamos con nuestro
subconsciente y le habla-
mos en un lenguaje que es
capaz de entender, permi-
tiendo que la mente cons-
ciente descanse y aligere su
carga emocional. Cuando
los pensamientos recurren-
Mar Cantero Sánchez, pu-
blicó en la editorial Creates-
pace su último libro de auto-
ayuda: La viajera de la felici-
dad, cuya protagonista ha
sufrido maltrato psicológico,
ha perdido la autoestima, se
siente frustrada y sufre an-
siedad. Cuando está a pun-
to de llegar al límite de sus
fuerzas, conoce a Verónica,
quien le hará partícipe de
un revelador conocimiento:
tes y negativos nos atena-
zan, el sencillo acto de coger
un bolígrafo es una auténti-
ca liberación. Leer después
lo que hemos escrito, es
revelador. ¡La escritura es
un auténtico poder que te-
nemos en las manos!
Ya está a la venta en librer-
ías de todos los países de
habla hispana, en Estados
Unidos y en internet .
H O M E N A J E A C A R T I E R . B R E S S O N
L A V I A J E R A D E L A F E L I C I D A D
M A R C A N T E R O S Á N C H E Z
P á g i n a 4
“A pesar de mi
pobreza, hay
algo que tengo
en grandes
cantidades y que
cambiaría
contigo por tu
bol de arroz.”
L a B a r c a
5. Rebecca, fue salir corriendo a buscar la
novela de Daphne de Maurier. No me
defraudó en absoluto. Pero empece-
mos por el principio:
Cuando Alfred Hitchcock decide cruzar
el charco para continuar su éxito como
director en Hollywood, el productor le
proponela realización de un film sobre
el hundimiento del Titanic. Gracias a
Dios, él tenía claro que su próximo
estreno sería Rebecca, la historia de
una dama de compañía que logra ena-
morar a un viudo millonario, Max de
Winter, casarse con él e instalarse en
su mansión, Manderley . Pero una vez
allí, la pobre tendrá que pelear con el
pasado, que sigue allí incrustado, entre
las paredes de esa casa…
Interpretaciones magistrales tanto de
Laurence Olivier como de Joan Fontai-
ne, por no hablar de los secundarios,
magníficamente representados por
Judith Anderson, bordando el papel de
ama de llaves. Todo bajo la batuta del
maestro del suspense, que recrea la
novela a la perfección y, a mi enten-
der, la supera, aunque lo consiga ti-
rando de foto-finish.
Acabo con un par de anécdotas sobre
la película: gracias a esa odiosa ama de
llaves, siempre con su chaquetilla de
punto en ristre, nuestro diccionario se
incrementó, al pasar desde entonces a
denominarse a esa prenda “rebeca” .
Una cosa más: no busquéis el nombre
de la actriz que interpreta a Rebecca
en este largometraje. Hitchcock se las
ingenió para no hacer aparecer ni una
sola vez al personaje, dándole, de esa
manera, aún más intriga a la trama.
Por razones parecidas decidió dejar
huérfana de nombre a la segunda sra.
de Winter, aunque quizás obedecía más
a que en la novela es ella quien relata
en primera persona todo lo ocurrido.
Pero también es una manera muy sutil
de empequeñecerla, pues, como nos
quiere dejar claro la sra. Danvers du-
rante todo el metraje: haga lo que
haga, la protagonista de todo este en-
tramado siempre será ella, REBECCA…
Rafa Montañés
dos protagonistas, sobre
todos aquellos que les
rodean o les marcaron de
algún modo y sobre un
fragmento de la historia de
Perú, mordido por diferen-
tes dictaduras y corrupcio-
nes políticas endémicas.
Vargas Llosa nos describe
con pasión su país, sus
gentes, sus difíciles mo-
mentos y los bellos tam-
bién, pero siempre con
una apasionada entrega.
Y lo hace a su modo,
obligándote a una lectura
atenta y concentrada,
pues llega a mezclar mara-
villosamente hasta tres
conversaciones distintas
correspondientes incluso a
diferentes momentos tem-
porales. Hay que tener
mucho talento para hacer
eso y que salga tan bien
que el lector sea capaz de
imaginar tres situaciones
diferentes a la vez sin vol-
verse medio loco.
Al final, el puzzle es com-
pletado magistralmente y
desde ese momento sa-
bes que te va a costar olvi-
dar a sus personajes, es-
pecialmente a los dos que
conversan, aunque ni uno
solo de los personajes
secundarios te deja indife-
rente.
Olé por el Nobel.
Siempre es un enorme
placer vivir la aventura de
leer con un texto de Var-
gas Llosa. En esta ocasión,
la he vivido de la mano de
dos personajes, Zavalita y
el zambo Ambrosio, quie-
nes, después de un azaro-
so reencuentro, conversan
tomando unas cervezas en
La Catedral que, curiosa-
mente, irónicamente diría
yo, no es un templo religio-
so sino una taberna, otro
templo en definitiva, don-
de ambos se confiesan
sus respectivos pasados y
secretos.
Así, se comienza a compo-
ner un puzzle sobre los
L i b r o c i n e : r e b e c a , d e
m a u r i e r - h i t c h c o c k
E l l i b r o d e l m e s
C O N V E R S A C I O N E S E N L A
C A T E D R A L ,
M A R I O V A R G A S L L O S A
P á g i n a 5N º 2
Cuando JES me propuso empezar
una sección en esta revista, mez-
clando cine y literatura, tuve claro
por dónde empezar. Normalmente,
me cuesta comparar un libro con
su película, pues son maneras de
entender el arte muy diferentes,.
Quién no ha dicho alguna vez “es
mejor el libro“- Raras veces se oye
lo contrario, aunque voy a intentar
demostrar que existen casos.
El caso que hoy nos ocupa es un
claro ejemplo de tablas en el
“enfrentamiento”. La primera reac-
ción que tuve al acabar de ver esta
obra maestra del séptimo arte,
6. Acaso he de sentir pudor, vergüenza alguna,
me pregunto y olvido poner interrogaciones,
porque no tomé ningún tren en horas oscuras,
ni barco cargado de eminentes polizones.
Acaso algún tipo de complejo es necesario,
cicatrices como biografías por el cuerpo,
para quien no se considera aún mercenario
ni por una España rota padeció duelo.
Que me lo digan esos célebres poetas viejos,
Esos, todos, poetas a los que yo más venero,
A la cara y si tienen valor, con sus bellos versos,
si yo no sangro sangre al escribir con mis dedos,
si no se me parte el alma al componer sonetos,
si no muero por ganarme un día su respeto.
Lo esencial está dentro, en el texto.
Creo que la polémica, de haber alguna, ha de
dirigirse a la calidad literaria y no al soporte
físico.
Bienvenido considero todo aquello que
permita leer más libros. Y si el libro electrónico
anima a la juventud a leer, soy aún más feliz.
Sin duda, la verdadera aventura es leer. Los
Picapiedra leían en tablas de piedra y en el fu-
turo los libros serán implantes en el cerebro.
¿Acaso dejaremos de leer por eso?
Se aviva la polémica entre el libro de papel y
el libro electrónico. ¿Es uno mejor que otro?
¿Desaparecerá el de papel? Creo que la polé-
mica no debería serlo y tampoco le veo mu-
cho sentido cuando, para mí, como escritor y,
fundamentalmente, como lector, lo que me
gusta es leer.
Leer es lo deseable y el soporte, aun-
que importante, no es el factor clave. Me en-
cantan los libros como objetos peculiares que
son, su tacto, su olor, su volumen, pero no
menos atractivos me parecen los dispositivos
electrónicos de lectura.
P O E M A : P O R N O S E R E X I L I A D O
L A M I R A D A D E M E D U S A
P á g i n a 6 L a B a r c a
7. Me duele el
pecho de reprimir la
lástima. Ni a mí mis-
ma guardo el secreto
del porqué busqué
lascivia con la que lle-
nar mi vida y mi de-
sastre. A él lo en-
contré olvidado en un
oscuro rincón, be-
biendo. Apenas dis-
tinguía en las sombras
su rostro, que resultó
ser hermoso y cruel.
Yo le encontré, sí, pe-
ro él me llevó a su an-
tojo. Hubo sexo dolo-
roso y me dominó la
mente y la entrepier-
na, descargando en
mí su frustración y su
joven bestialidad. No
hubo palabras. Él leía
mi vacío y actuaba. Yo no era
yo, no era nadie, no era nada.
Tal cual llegó, le perdí,
sin saber siquiera si su nombre
era verdadero ni el verdadero
color de sus ojos.
Desnuda y sucia dormí
sin soñar.
Han pasado casi cuatro
meses. Que estuvo en la cárcel,
me dijo, pero no el porqué. Yo
callé. No me importaba. Sí, sí
me importaba pero no decía
nada. Deseaba su castigo, su
fuerza; que me amara.
Se llamaba Stephen, me
dijo. Me enamoré de su nombre,
de sus besos y de sus tirones de
pelo, de sus bofetadas y de sus
acometidas de fuego.
Traía las manos man-
chadas de sangre. Y las ropas.
La mirada perdida y una sonrisa
falsa, hermética y cínica que me
helaron el alma. No me atrevía
preguntar y le lavé llorando.
Tenía el sexo también ensan-
grentado y corrupto el fondo de
sus ojos oscuros.
Soltaba podridas carca-
jadas y me dejó hacer como si
de un pelele se tratase. Durmió
y murmuró en sueños, pero na-
da entendí. Le arropé con mi
cuerpo y mis brazos. Le acuné
con mis escalofríos.
Hoy me ha llevado con él
de compras. Vestidos, joyas, flo-
res. Él se ha comprado un coche
rápido y rojo. Habla poco. Hasta
me ha cogido de la mano y yo,
temerosa, osé reposar mi cabeza
levemente en su hombro. No se
retiró, pero habla tan poco.
Hemos paseado por la playa co-
mo dos novios. No sabía cómo
sentirme. Me agarraba con fuer-
za a su brazo cuando nos cruzá-
bamos con otros para que envi-
diaran mi fortuna.
Hacía mucho frío. Las
hojas caídas de los árboles me
recordaban mi debilidad. No im-
portaba. Sé que hoy ha sido el
día más feliz de mi vida. Pero
habla tan poco y no sé nada de
él. Sólo sé que Stephen es al-
guien nacido de la muerte y que
ha vuelto para vivir en mí, cu-
briendo cualquier mínima sensa-
ción de libertad con un tupido
tapiz de grosería y fascinante
deshumanización.
He deseado tanto su des-
trucción y, al mismo tiempo, de-
seo que jamás se marche. Ya no
añoro ser lo que era, pues ahora
no soy nada, salvo él, que me es
y me vive. Somos ahora todo se-
cretos de alcoba y de espíritu.
Secreto en mi pecho su rostro;
secreto su miembro en mi inter-
ior. Secretos. Secreta su mente.
Una botella de güisqui
vacía en la moqueta y su aliento
en mi garganta y en mi sexo, en
mi destino escurridizo.
Procuré construir mura-
llas y él las hizo suyas castigán-
dome hasta hacerme perder el
sentido, el orgullo y la dignidad.
¿Qué me sucede que no
soy capaz de despreciarle?
¿Por qué tantas ansias de
degollar su respiración? ¿Por
qué no hundir su cuchillo en mis
entrañas y acabar de una vez? Mi
vida sin alma. Mi vida sin bien.
Mi no vida. ¿Por qué se retrasa
tanto? ¡Qué alto suena la músi-
ca! ¡Calla, cerebro! ¡Le oigo lle-
gar! ¡Es él! ¡Stephen, amor mío!
E l r e l a t o :
E x t r a c t o s d e l d i a r i o d e e v e l i m s a m
P á g i n a 7
“Sólo sé que
Stephen es
alguien nacido
de la muerte y
que ha vuelto
para vivir en
mí”
L a B a r c a
8. P á g i n a 8N º 2
Me apuntó con su pistola. Sus ojos ne-
gros eran fríos como la muerte en soledad. Puso
el cañón del arma en mi frente y yo mis manos
en su pecho agitado.
¡Hazlo, por Dios! -supliqué.
Él no decía nada. Jamás lo hacía. ¿Cómo
era su voz?
Entonces, se echó a llorar. No le com-
prendí. Le estreché entre mis brazos como a un
niño indefenso. Temblaba, se encogía y solloza-
ba, desaparecía su cuerpo entre convulsiones y
le arañé, gritándole, la espalda, llorando sobre
la sangre que manaba ridícula. Le golpeé con los
puños y lloró aún más y yo volvía a gritarle y a
golpearle.
¡Maldito perro! -grité.
Soñé con él, como cada noche. Pero esta
vez fue distinto. Stephen me hacía el amor. Sus
caricias me provocaban escalofríos. Me llamaba
“ángel mío” y besaba mis pechos.
Entonces, comenzó a hablar de la noche,
del silencio de la oscuridad, de manos heladas
sobre frágiles cuellos, sobre dentelladas en cora-
zones de niños, de la mirada fascinante de la
víctima ante el asesino. Me relataba su vida co-
mo el feto a su madre a través de un cordón. Me
hablaba sobre el indecente camino hacia la trai-
ción, sobre el riesgo de la inmortalidad, per-
diéndose su mirada en una estúpida sonrisa.
Y desperté. Me declaré culpable y me
condené a ser la otra mujer, la que no vive, la
que no muere, la fiera despreciada, maltratada,
que no puede regresar al pasado, la que no po-
see tiempo, ni ser, ni la madre que la parió.
Era admirable como el lobo herido de
muerte. Era admirable como ese momento que
antecede a la oscuridad perpetua. Sólo que Step-
hen nunca muere. Y yo le pertenezco. Usurpó mi
lugar y no me arrepiento en absoluto.
Interpreta un papel tormentoso
en nuestra alcoba y lo disfraza de nido de espíri-
tus traviesos y vivos. Susurra amores inconquis-
tables y yo le río carcomiéndome la desesperan-
za y la frustración. Lloro.
¡Buen viaje, otoño! Me imagino un ama-
necer en mi alma, pero no escapo de la media-
noche. Es mi religión.
Tengo demonios mortales en el pensa-
miento. Escucho el mar y golpeo teclas en mi
piano. Lo tenía olvidado. Pero siempre son las
mismas notas. Repito y repito. Repito y repito
en un trance turbador.
¡Buen viaje, otoño! -digo a nadie.
Eco desesperado y moribundo. ¡He de
acabar con esto!
Adivino una alucinación mientras co-
mienza a llover. Tengo una cuchilla de afeitar
bailando entre mis dedos. Siento el ritmo de mi
sangre en su filo. ¡Buen viaje, otoño! Detrás de
los ojos se encuentra la muerte entre tinieblas
silbando como la flauta del peregrino.
Juego con la cuchilla sobre mi cuerpo
desnudo.
Quisiera castigarle, pero sólo sé improvi-
sar que le amo y sin amarle no puedo escapar de
este infierno que es esta cama nuestra.
Acabé arañando con el filo agudo en el
cristal mojado, allá donde se reflejaban mis ojos
gastados de tanto llorar, derramando lágrimas
estúpidas sobre mi rostro hermoso.
Stephen no ha regresado. Ya son tres
días. ¡Me vuelvo loca! Me siento como una cloa-
ca, un grito revuelto en sangre, como una casca-
da de nostalgia infantil, un huracán desvane-
ciéndose.
¡Cuánta paz! -me digo, me siento.
Soy como una isla abandonada y desier-
ta, como el lamento del oboe, como la respira-
ción de un bebé dormido, como el sexo fácil, co-
mo el artista hambriento y desilusionado.
Después, soy los tambores y las trompe-
tas, el Barroco o los dragones, una francesita
sensual, la reina de corazones. Mas no poseo
interior. Soy el monte yermo, luna de hiel, de-
presión. Y me diluyo en mis piernas depiladas,
en una seducción sudorosa e indomable que no
se calma con el placer que buscan mis manos.
Retorno frenético arrepentido mientras ensueño
su regreso.
Salpico las hojas con gotas de mi propia
sangre. Sale de mi boca. Stephen me ató a una
silla y dio círculos a mi alrededor como un perro
rabioso.
¡Sostenla! -ordenó colocándome la cu-
chilla de afeitar entre los dientes, vertical.
Se cansaba mi mandíbula y me cortaba
los labios. Él seguía dando vueltas. Yo lloraba y
temblaba.
Empezó a hablar de la muerte, del infier-
no, de pieles desgarradas y de súplicas, de sa-
cerdotes que blasfeman, de doncellas aterradas,
de gemidos de animales agonizando.
9. Le ardía la mente y apretaba los puños.
Me golpeó en el mentón. La cuchilla penetró
por entre mis dientes rompiéndose y desga-
rrando los labios, la lengua y las encías. El gri-
to quedó ahogado en esputos. Me desmayaba
mientras él me besaba alocado. No era él, ni yo
el monstruo.
Perdía el sentido y el dolor. Me tumbó
en el suelo, se arrodilló y apoyó su rostro en mi
vientre. Respiraba como una bestia. Quedé in-
consciente. No sé cuanto tiempo. Estaba des-
nuda, sucio el pecho y la cara de sangre, el sexo
de semen. Stephen yacía acurrucado en un
rincón, desnudo y meciéndose.
Babeando, susurraba melodías anti-
guas, siseaba crímenes horrendos. Tenía yo su
cuchillo en mi mano. Me arrastré hasta él y le
tiré del pelo. Me mostraba su cuello. Sus venas
palpitantes me llamaban. Ahogándose, se reía
sin soltar sus rodillas. Quería clavárselo, pero
mi brazo en alto era de hierro y no podía do-
blarlo. Él seguía riendo como un demente.
Me ardía la boca y el corazón, los re-
cuerdos y las confesiones, el espíritu.
Harto de mi juego estúpido y cobarde,
Stephen me arrebató el cuchillo agarrándolo
por la hoja, sin pestañear, gozando con el cor-
te. Me empujó. No deseé defenderme, no deseé
vivir. Sólo la destrucción total del alma, sólo
dormir por fin.
Le supliqué con mis manos, con mi
aliento, con desesperación, con mis heridas
abiertas. Hundió el cuchillo y no me dolió por-
que fue en su propio costado. Y lo hizo despa-
cio, sonriendo como un jilipollas, hasta la em-
puñadura, rasgando después hacia el otro cos-
tado. Salió tanto calor de él, tanto hedor y en-
trañas, tanta perdición.
Le abracé, le apreté, sujeté sus manos,
rogándole, amándole, despreciándole. Me bebí
su sangre y su vida, su monstruosidad y, por
fin, me bebí su descanso y el mío.
JES
P á g i n a 9N º 2
“Me arrebató
el cuchillo
agarrándolo por
la hoja, sin
pestañear,
gozando con el
corte.”
10. Sugerencias y suscripciones en:
labarcaliteraria@hotmail.com
www.juanenriquesoto.es
La Barca
L a f o t o g r a f í a d e l m e s
Vive la aventura de leer
Juan Enrique Soto, nació en
un pequeño pueblo cerca de
Frankfurt, Alemania, pero se
crió en el popular barrio de
Vallecas, Madrid.
Ha publicado las novelas El
silencio entre las palabras y La
Barca Voladora con la edito-
rial Creápolis Impulsa. El silencio entre las palabras
será reeditado en 2011 por la editorial Baile de
sol.
Entre sus galardones literarios se destacan: ga-
nador del Primer Certamen de Relatos Himilce, fina-
lista en el Tercer Certamen Internacional de Novela
Territorio de la Mancha 2005, ganador del I Con-
curso de Relatos de Terror Aullidos.com y del Primer
Premio de Poesía Nuestra Señora de la Almudena,
Valladolid. Ha sido finalista o recibido mención
en los certámenes V Hontanar de Narrativa Breve,
XVIII Concurso Literario de Albacete, Primer Con-
curso Internacional de Cuente Breve del Taller 05 y
Primer Certamen Literario Francisco Vega Baena.
Algunas de sus obras pueden encontrarse en
diferentes portales de la web.
¿Museo del Comunismo?
hacia la derecha, por favor.