Los siete dones del Espíritu Santo pertenecen a Cristo y perfeccionan las virtudes de los creyentes, haciéndolos obedientes a las inspiraciones divinas. Cada don (sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios) guía a los fieles de manera diferente en su relación con Dios. Los cinco mandamientos de la Iglesia son asistir a misa los domingos y días santos, confesarse al menos una vez al año, comulgar
1. Los siete dones del Espíritu Santo pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David. Completan y llevan a su perfección las virtudes
de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Don de sabiduría
Nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de nuestro
trabajo y de nuestras obligaciones.
Don de inteligencia
Nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe.
Don de consejo
Nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más
concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás.
Don de fortaleza
Nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios.
Don de ciencia
Nos lleva a juzgar con rectitud las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida en que nos
lleve a Él.
Don de piedad
Nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre.
Don de temor de Dios
Nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar todo mal que pueda contristar al Espíritu Santo, a
temer radicalmente separarnos de Aquel a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y de vivir.
2.
3. El primer mandamiento (oír misa entera los domingos y fiestas de precepto) exige a los fieles participar en la celebración
eucarística, en la que se reúne la comunidad cristiana, el día en que conmemora la Resurrección del Señor, y en aquellas
principales fiestas litúrgicas que conmemoran los misterios del Señor, la Virgen María y los santos.
El segundo mandamiento (confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de muerte, y si se ha de
comulgar) asegura la preparación para la Eucaristía mediante la recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la
obra de conversión y de perdón del Bautismo.
El tercer mandamiento (comulgar por Pascua de Resurrección) garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del
Señor en relación con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana.
El cuarto mandamiento (ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia) asegura los tiempos de
ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros
instintos y la libertad del corazón.
El quinto mandamiento (ayudar a la Iglesia en sus necesidades) señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a
subvenir a las necesidades materiales de la Iglesia