El documento discute los instintos humanos de reproducción y conservación, y cómo la medicina moderna a veces prolonga la vida de manera artificial. Luego analiza el concepto de eutanasia, distinguendo entre eutanasia pasiva y activa. Argumenta que solo el paciente debe tener el derecho a decidir sobre su propia vida y muerte digna, y no debería sufrir una muerte prolongada y dolorosa si la medicina no puede aliviarlo.
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Eutanasia
1. El ser humano como animal por naturaleza se rige por los instintos, dos de estos
son el instinto de reproducción y el instinto de conservación.
El primero es uno de los más importantes ya que con él puede mantener por
mucho más tiempo las especies existentes, así como crear otras al momento de
sufrir extinciones y por ende reponer las faltantes tanto en cantidad como en
calidad.
Nuestra humanidad ha desarrollado tales instintos hasta el punto de que se
empiezan a crear una serie de tabúes, prohibiciones religiosas o prescripciones
sociales, esto a su vez ocasiona inmediatamente agrias polémicas y profundas y
vehementes discrepancias. Este tema contiene modificaciones radicales y un
análisis racional al igual de los casos como el aborto, el divorcio, la contracepción,
la fertilización in vitro y la clonación humana.
El hombre en su afán de buscar un método menos doloroso físicamente y menos
traumático psicológicamente ha decidido inventar alternativas transcendentes y
metafísicas entre el deseo de seguir viviendo y el saber que su existencia no le
durara mucho tiempo.
La medicina con sus grandes avances tecnológicos desde hace varias décadas ha
sido participe de un poder que le permite, sostener de forma artificial y casi
indefinida vidas que normalmente estaban valoradas para llegar a su fin. Este ha
sido un gran poder, pero como todo poder tiende a llenarse de excesos y abusos
indebidos en parte a simple falta de sentido común, en parte a inconfesables
2. motivos económicos y en parte, por fin, a la jactanciosa vanagloria de un
profesional, la muerte, cuando apenas está logrando superar una efímera
escaramuza sin sentido y a costa de prolongar estérilmente la agonía de un
paciente que debería haber recibido un mejor trato.
Ahora si llegamos al punto de reflexión, el de la eutanasia antes ya mencionada y
la reciente sentencia de la Corte Constitucional, de despenalizar el “homicidio por
piedad”. Que en un país tercermundista como el nuestro, tan católico,
tradicionalista y pacato sugiera este tipo de decisiones jurídicas atrevidas y
progresistas que nos coloca a la cabeza de la comunidad internacional, un motivo
muy grande para sorprenderse.
Lo primero que nos deja ver esta decisión es una impactante confusión de
términos lo cual nos lleva a filtrar tales hechos.
La eutanasia, por sus raíces griegas, hace referencia a una muerte buena,
tranquila y agradable, si bien la palabra sufrió con la mala suerte de ser adoptada
por la Alemania nazi para cobijar actos criminales frente a enfermos mentales,
incapacitados físicos o minorías étnicas.
A nivel internacional la palabra eutanasia tiene dos significados o versiones; la
pasiva y la activa, que si bien comparten una misma beneficiente intencionalidad
difieren de manera significativa en la forma en que operan.
La eutanasia pasiva omite aquellos procedimientos terapéuticos, medidas
invasivas, tratamientos especializados, uso de drogas experimentales o sabiendo
3. que son capaces de alargar inútilmente por días, semanas o incluso meses una
vida carente de sentido. Este significado de eutanasia confunde a muchas
personas como algo que llamábamos “derecho a morir dignamente”.
La eutanasia activa es aquella en donde el paciente o con más frecuencia su
“delegado” toma medidas deliberada y desembozadamente tendiente para poner
fin a una vida llena de sufrimiento de cualquier índole y para cuyo alivio la
medicina ha declarado impotente.
Para llevar a cabo la eutanasia en primer lugar , el paciente debe estar en estado
“terminal”, certificado preferiblemente por más de un médico, y debe ser el, y solo
el quien reiterada y encarecidamente quien solicite ponerle fin de manera pronta a
su muy breve pero, aun así, insoportable vida.
Los argumentos más frecuentemente invocados para oponerse a la
despenalización de la decisión acerca de la eutanasia son los siguientes: primero,
que no somos propietarios de nuestra propia vida que solo Dios y únicamente él
puede disponer de ella y segundo que la vida es un bien absoluto e inalienable.
Solamente la persona directamente afectada es la que puede decidir sobre su
calidad de vida, ni los familiares, amigos, médicos tratantes, sacerdotes o
magistrados pueden juzgarla por muy buenas que sean sus intenciones.
Una de las ventajas de la eutanasia es que no obliga a nadie a beneficiarse de ella
al contrario, ofrece una salida para pacientes terminales que esperan encontrar en
ella una muerte digna.
4. En el fondo, la propiamente enunciada eutanasia es una forma de “suicidio
asistido” ya que su fundamento es siempre el deseo del paciente.
Para finalizar solo queda decir que queda el conocimiento llevado a la población
sobre la existencia de un serio problema frente a la muerte que hay que aprender
a discutir y analizar con serenidad.
La distanasia, o muerte mala, dolorosa, incomoda, esa que no deja morir a nadie
que no se halla sometido a infinidad de tratamientos terapéuticos, que en muchas
ocasiones agravan el dolor tanto del paciente como de sus familiares, es aquella
que la ley debiera prohibir con toda firmeza.