El feminismo cultural surgió en los años 1970 apartándose del feminismo radical para enfatizar las diferencias entre hombres y mujeres. Defendía que las mujeres tienen una esencia y sexualidad distintas, basadas en la naturaleza y los valores femeninos como la ternura, proponiendo una cultura y mundo separados de los hombres. Esto llevó a posiciones deterministas biológicas sobre las identidades de género.
2. Empieza a gestarse a mediados de los años setenta a partir de algunas
aportaciones del feminismo radical, pero adoptando un nuevo enfoque
que se fue distanciando de sus planteamientos originarios, en los que
situaban la opresión de las mujeres con las dinámicas sociales y las
relaciones de poder entre los dos sexos.
El “Feminismo de la Diferencia” y el “Feminismo Cultural” recurren al
término “diferencia” como respuesta a las teorías universalistas que
atribuyen capacidades o comportamientos a todas las personas sin
distinción. Apelando a las características que distinguen a las personas
(en este caso, el género), pretenden derivar de la diferencia
consecuencias normativas (Álvarez, 2001).
3. El concepto fue acuñado por A. Echols en 1983, para quien el “Feminismo
Cultural” es aquel que “iguala la liberación de las mujeres con el
desarrollo y la preservación de una contracultura femenina”, es decir,
defienden la exaltación de “el principio femenino” y los llamados “valores
femeninos” (dulzura, ternura y dedicación a los demás) denigrando los
“masculinos” (agresividad, competitividad, …) (Osborne, 1993).
Se resaltan, por tanto, las “esencias” que se atribuyen a las identidades
femeninas y masculinas, y no tanto la “construcción social de la
dominación”.
Propugnan una cultura aparte, separada de los hombres: vivir en un
mundo de mujeres y para mujeres.
4. 1) La sexualidad masculina es agresiva, irresponsable, orientada
genitalmente y potencialmente letal. La sexualidad femenina se
manifiesta de forma difusa, tierna, y se orienta a las relaciones
interpersonales.
2) Los hombres representan la cultura, las mujeres la naturaleza.
3) Ser naturaleza y poseer la capacidad de ser madres comporta la
posesión de las cualidades positivas, que inclinan en exclusiva a las
mujeres a la salvación del planeta, pues para eso son moralmente
superiores a los hombres.
4) De todo ello se deduce la necesidad de una acentuación de las
diferencias frente a las semejanzas entre los sexos. Se condena la
heterosexualidad por su connivencia con el mundo masculino,
considerando el lesbianismo como la única alternativa de vida no
susceptible de contaminación por el hombre.
5. Se hace derivar la opresión de la mujer no de la construcción de los
géneros, sino de la supresión de la esencia femenina, esencia que, por el
contrario, se pretende perfilar por medio de un análisis radicalmente
dicotómico del mundo.
Determinismo biológico: Susan Brownmiller, Germaine Greer, Alice
Rossi.
Aproximaciones psicológicas: Nancy Chodorow, Carol Gilligan.
Pensamiento maternal: Dorothy Dinnerstein, Adrienne Rich, Sara
Ruddik.
6. Diferentes autoras defienden la existencia de diferentes sexualidades
entre hombre y mujeres buscando su fundamento en la biología: la
configuración anatómica (S. Brownmiller, 1975), la genética (G. Greer,
2000) o la influencia hormonal (Alice Rossi, 1990). Incluso cuando no se
llega a una explicación determinista en el terreno de las identidades y
personalidades, se mantiene una concepción diferenciadora de la
sexualidad humana: ello ocurre con autoras como S.M. Gearhart, A.
Dworkin (1988) o M. Daly (1984).
Todos estos planteamientos persiguen un mismo fin: no ya el
cuestionamiento de las actitudes patriarcales en la sexualidad, sino el
rechazo, a ser posible total y absoluto, del varón por el hecho de serlo. La
manifestación más importante, para estas teorías, de la “sexualidad
masculina” (no de la sexualidad “patriarcal”) es la pornografía.
Las mujeres somos naturaleza, los hombres cultura, y como tal su único
objetivo es someter y sojuzgar a la mujer-naturaleza. (Osborne, 1993)
7. Propone una reformulación del psicoanálisis freudiano en su
interpretación del “Complejo de Edipo”.
Llama la atención sobre cómo la identidad de género se ve reforzada por
los mecanismos psicológicos que intervienen en la adopción de dicha
identidad, en los que la madre como reproductora y educadora juega un
papel crucial asegurando la continuidad de la estructura familiar
patriarcal. La cercanía de la mujer a la madre en este proceso, junto a la
ruptura que tiene que hacer el hombre respecto de la madre, marcan
formas diferentes de entablar relaciones entre los géneros:
“El diferente desarrollo de la identidad de género en varones y mujeres determina una
disposición diferente a entablar relaciones; las mujeres tenderán a percibirse a sí
mismas como vinculadas con las personas por cierto nexo de continuidad, por empatía,
por la semejanza, por el afecto. Esta disposición relacional se opone al modo distante,
agresivo y más marcadamente egoísta en que se relacionan los varones.” (Álvarez,
2001, . 248)
8. Partiendo de las elaboraciones de Köhlberg (1983) sobre la construcción
psicológica de la moral y las de N. Chodorow, propone una aproximación
al desarrollo de la moral por parte de hombres y mujeres, distinguiendo
procesos diferentes de desarrollo moral entre niños y niñas: un modelo
más ligado a una noción fuerte de la responsabilidad frente a los demás y
una noción no egoísta de las relaciones interpersonales en las mujeres,
frente a un modelo masculino que estaría fundado en la noción de
derechos respecto de una hipotética justicia imparcial, distributiva,
equitativa.
Caracteriza la ética femenina como “ética del cuidado” y de los afectos,
la sensibilidad, el altruismo, frente a la “ética de la justicia”, masculina,
orientada desde la competitividad, la agresividad y el egoísmo.
9. Esta corriente convierte la la “maternidad” en sinónimo de un “vínculo
intrínseco y básico entre mujeres”. “El fundamento teórico de esta
propuesta descansaba en el eslabón perdido, a causa de la intervención
masculina, entre madres e hijas.”
En 1976, A. Rich dedica un libro (Nacida de Mujer) a establecer una
distinción entre maternidad como institución y maternidad como
elección, abriendo el camino para la revalorización de la maternidad por
el feminismo. Aunque admite que sería positiva la incorporación de los
hombres al cuidado de los hijos e hijas, al final opta por defender una
exclusión total del varón de este proceso.
Dinnerstein se pregunta por el origen y la perpetuación de la dominación
masculina sobre las mujeres, recurriendo al psicoanálisis para explicarla:
la primacía de la madre en la crianza infantil crea problemas de identidad
en los varones, que se rebela en la vida adulta devaluando todo lo que
represente un “principio femenino”.
(Osborne, 1993)
10. Se ha ocupado de la maternidad como práctica social generadora de una
ética específica, que se basa en las tres “demandas” que hijas e hijos
plantean a la madre: preservación, crecimiento y aceptación social. En
respuesta a estas demandas, la madre desarrolla un “trabajo constante”
y un “pensamiento estratégico” orientado a solucionar los problemas que
genera la crianza y el cuidado que sustentan una “ética de la
maternidad”, que considera “una vía hacia la paz, hacia una política
menos agresiva”. (Álvarez, 2001, p. 251).
¿Una re-idealización –en claves feministas ahora- de la maternidad? ¿son
las mujeres menos agresivas que los varones o expresan su cólera de
manera diferente?
11. El feminismo radical temprano contribuyó de forma importante a poner
en cuestión la “institución de la heterosexualidad”: Koedt (1970)
distingue entre “heterosexualidad” e “institución heterosexual”
mostrando la heterosexualidad como una opción y, por tanto, abriendo la
posibilidad de cuestionar sus fundamentos y de evidenciar el lesbianismo
como una posibilidad más.
Sin embargo, el feminismo cultural apunta hacia el cuestionamiento de
esta distinción, considerando a la heterosexualidad en sí misma como el
origen de la dominación masculina. A. Rich (1996) resalta la existencia de
un “continuo lesbiano” para referirse a la necesidad de un vínculo
interfemenino (lesbiano) para oponerse a la dominación masculina, pero
en este vínculo el peso de la homosexualidad pierde importancia porque,
según su planteamiento, el lesbianismo se define primordialmente como
asociación entre mujeres que resisten el patriarcado, y no como una
orientación del deseo sexual. Se llega a equiparar heterosexualidad con
violencia masculina.
12. Álvarez, S. (2001): “Feminismo Radical” y “Diferencia y Teoría Feminista”, en Beltrán, E. y otras
(eds.): Feminismos, Madrid, Alianza Universidad.
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