El documento resume el libro "Econocracia: los peligros de dejar la economía en manos de los expertos" escrito por Joe Earle, Cahal Morgan y Zach Ward-Perkins. El libro critica la "econocracia" donde la política se subordina a la economía y los economistas controlan el debate público. Sin embargo, el documento también argumenta que la economía juega un papel importante en las decisiones democráticas y que criticar a los economistas es una visión simplista.
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ECONOCRACIA.
Manfred Nolte
El gran Miguel de Unamuno ironizaba acerca de la convicción de las grandes
decisiones de los humanos, señalando que se tomaban muchas de ellas más por
despecho de lo abandonado que por auténtico amor del compromiso contraído.
Así sucede con determinados movimientos rupturistas que promueven
estrategias de tierra quemada para aquello que descalifican, sin acertar a ofrecer
a cambio una alternativa entendible, articulada, verosímil y económicamente
viable.
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Acabo de leer el libro titulado ‘Econocracia: los peligros de dejar la economía en
manos de los expertos’(The Econocracy: The perils of leaving economics to the
experts). Las líneas que siguen se refieren al contenido del texto con alguna
mención al movimiento académico que capitanean sus autores, Joe Earle, Cahal
Morgan and Zach Ward-Perkins, (EMW), unos jóvenes graduados en economía
por la Universidad de Manchester. Y lo hago por el notable eco alcanzado por la
iniciativa y porque sus mensajes en las redes se han convertido en esa acepción
tan cursi y temible llamada ‘viral’.
En palabras de sus autores la econocracia o gobierno de la economía en un
modelo social en el que los objetivos políticos están ‘economizados’. O sea que la
política se supedita a la economía considerada esta como un sistema
diferenciado con una lógica peculiar que requiere de los especialistas, los
economistas, para su adecuada gestión. La economía se convierte entonces en lo
que los economistas establecen, pero sin contrastar sus opciones con las de
otras esferas sociales impermeables a la ideología que profesa el gremio
económica dominante. La econocracia describe así un escenario en el que los
sacerdotes de la antigua teocracia han sido sustituidos por los economistas,
suplantando a su vez, antes y ahora, el auténtico poder y representación del
pueblo, la democracia. Aquellos y estos han preservado su poder en lenguajes
encriptados y frases enigmáticas que los blindan como ‘expertos’ confiriéndoles
el monopolio de la gestión política. Los sumos sacerdotes de la economía siguen
manteniendo el poder pero carecen ya de legitimidad. Dado que la economía es
el método por omisión del debate oficial tanto social como político, socava la
legitimidad de otros modos de análisis, de tal manera que quien no entienda la
jerga económica quedará excluido de la participación en los debates del día a
día. Más aun, según sus autores, (EMW), a pesar del enorme poder conferido a
los economistas, la disciplina dominante es pura ideología miope, con nula o
escasa apertura y crítica hacia nuevas ideas.
Los graduados manchesterianos sostienen que los cambios en el
funcionamiento de los economistas y su disciplina podrían beneficiar a la
democracia. Los cambios se orientarían en dos direcciones. En primer lugar las
Facultades deberían entrenar a las generaciones venideras de un modo mas
pluralista ofreciéndoles una variedad de métodos de análisis evitando
adoctrinamiento que constituye en la actualidad la educación económica. En
segundo lugar la profesión de economistas debería abandonar su insularidad
dirigiéndose al gran público para promover una cultura de ‘ciudadanos
economistas’, con capacidad y confianza suficientes para acercarse a la mesa del
debate publico y participar efectivamente en su debate.
En línea con sus ideas, EMW han promovido ‘Repensando la Economía’
(Rethinking Economics), “una red de estudiantes, académicos y profesionales
construyendo una economía mejor en la sociedad y en las aulas”. A decir verdad
tanto el libro como el movimiento van de la mano de un estilo crítico pero
amable y pluralista. Radical en el fondo pero tolerante en las formas. Y como
todo en este mundo transmite un punto sustancioso de verdad aunque
acompañado de un discurso repetitivo más de reivindicación y denuncia que de
alternativa que convierte el saldo de las propuestas en un laberinto ‘unicursal’,
aquel en el que desde el punto de entrada hasta el punto de llegada no es
necesario, ni posible, tomar ninguna elección durante el recorrido. En este tipo
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de trazado, estemos en el punto en que estemos del mismo, sabemos que las
paredes que nos flanquean en algún momento pasan por el perímetro del
laberinto y también por el centro sin necesidad de tomar elecciones. El punto de
llegada es la descalificación de la economía en su influencia societaria, su
dudosa eficacia, y la denuncia de su intolerable posición de privilegio.
La réplica de todos estos enunciados no puede ser virulenta porque todos
aspiramos al mejor de los mundos posibles. Hace cien años no existía una
prevalencia tal de la economía. Hoy, por el contrario las elecciones se ganan o se
pierden en gran medida por el voto económico, por la percepción de cómo le ha
ido a mi bolsillo en particular durante la anterior legislatura. Brexit y Trump
son la economía del despecho llevada a las urnas. El paro, la pobreza o la
desigualdad son temas económicos que encabezan las preocupaciones de todos.
Si la economía se sitúa en el centro de la política no será por un déficit
democrático sino justamente como consecuencia de la madurez del hecho
democrático.
Tampoco es fácil admitir el punto del blindaje económico. Basta asomarse por la
blogosfera o a las redes y ver los millones de opiniones de todos los tintes y
coloraciones posibles, ortodoxas y sobre todo heterodoxas, en el sentido
reivindicado por EMW. Muchas son de la profesión y de la Academia pero una
legión instalada en las redes, en las tertulias, en los cafés y en los campos de golf
no lo son. Si tan hermético resultara el lenguaje económico y tan encriptado su
discurso no habría tanta profusión de opiniones. Mas bien es todo lo contrario:
Otros muchos entre los que me incluyo, estamos muy preocupados de la
banalización del discursos económico, filtrado por las hendiduras de las
‘postverdades’ y por la difusión de una enfermedad que corre el riesgo de
convertirse en pandemia: el síndrome Dunning-Kruger aquel según el cual la
falta de conocimiento sobre un tema específico lleva al individuo a sobreestimar
por mera sugestión o simplismo, a veces de manera descomunal, su
conocimiento sobre dicho tema. Más que otra cosa el valor entendido es que la
ciencia económica es una patraña, sus teorías predictivas inexistentes y su única
cualidad la de forense capaz de explicar a posteriori las causas del fallecimiento
del evento siniestrado. Pero esa visión simplista e hiriente tampoco es
sostenible.
Naturalmente que hay que estar abierto a nuevos paradigmas, a repensar
conceptos y modelos y a escudriñar nuevas pedagogías y metodologías docentes
en las universidades. Pero resulta una falacia atribuir a las Universidades esa
falta de interés o de sensibilidad. La investigación es pieza central en las mismas
aunque sin el trabajo y el asentamiento del conocimiento presente no puede
haber alas para remontar y descubrir nuevos espacios de progreso.
‘Econocracia: los peligros de dejar la economía en manos de los expertos’ es un
libro amable que plantea preguntas sin ofrecer respuestas. Mientras las
buscamos bueno será aplicarnos a la administración eficiente de los recursos
escasos para las crecientes necesidades de la sociedad: a eso se ofrece la
economía en su estado actual de conocimientos .