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LITERATURATAURINA
(Volumen 1 - 1976)
Joaquín Vidal
Recopilación:
JulioPollinoTamayo
cinelacion@yahoo.es
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Sánchez Puerto, todo un torero
La actuación de Sánchez Puerto fue prometedora e interesante desde la primera verónica.
Dio unos lances impecables, con media superior, y luego, en la brega, supo llevar al novillo
con los capotazos justos, midiendo muy bien distancias y terrenos. Con la muleta, al
segundo de la tarde, que era noble, le hizo una faena tan eficaz como variada, atemperada
siempre a las condiciones de la res. Quizás le sobró encimismo. Sánchez Puerto toreó el
domingo a ese novillo ahogándole la embestida, pero ése debe ser defecto heredado de tanta
y tanta figura (de tanto figurón, diría más bien) que no sabe torear, porque lo que en realidad
hace es robarle pases al toro. Es un defecto fácilmente corregible, mientras que lo difícil del
oficio, por ejemplo el reposo -cabeza fría y corazón caliente-, el temple, eso demostró
tenerlo de sobra Sánchez Puerto. Dio naturales, derechazos y pases de pecho finísimos y nos
deleitó con unos ayudados a una y dos manos que eran más propios de un matador de toros
consumado. Concluida la faena en el momento preciso en que el novillo le pidió la muerte,
cobró una estocada magnífica, porque hizo muy bien la suerte, bajó la mano del engaño y
cruzó con limpieza.
Pero aún más torero se mostró Sánchez Puerto en el quinto, que resultó difícil. Se dobló
bien por bajo, mas aquellos muletazos no resolvieron nada. Quedó planteado el eterno
problema de la lidia: quién manda en el ruedo. En toreo no hay mando compartido: o manda
el toro o manda el torero. La faena fue emocionante precisamente por esto, porque hubo
lucha de poder a poder. El novillo, que tenía trapío, probaba las embestidas metía la cabeza
sin fijeza, no se entregaba jamás. Sánchez Puerto le citaba por ambos pitones, en distintos
terrenos, no le perdía nunca la cara. Sin precipitaciones, con verdadero aplomo, le fue
acorralando hasta que, ya en el centro del ruedo, consiguió un muletazo fundamental, un
ayudado en el que se lió a su enemigo a la cintura, allí le quebrantó y allí se le entregó. En
ese momento el que mandaba en la plaza era el torero y en ese momento justo vino la
estocada, que esta vez quedó atravesada.
Lo de Sánchez Puerto el domingo fue desplegar la teoría del toreo, para asombro de
quienes esperábamos ver, a lo sumo algún detalle remotamente prometedor. Cuajará o no
cuajará en figura este espada, pero es evidente que el toreo lo lleva en la cabeza.
Sus compañeros, Fernando Domínguez y Manuel Pardo, estuvieron al nivel de lo que hoy
se lleva. No les faltó voluntad, por supuesto. Domínguez se dejó ir el mejor lote, a base de
torear despegado y con el pico. Pardo no pudo con el genio y los problemas de sus
enemigos, que en conjunto resultaron los más difíciles, lo cual es perfectamente lógico en
un novillero que empieza. Las reses de Jiménez Pasquau, que infundían respeto, tenían esa
chispa propia del toro, que, presta emoción al espectáculo y mide la valía real de los
lidiadores.
4 de mayo de 1976
4
Curro Romero y CurroVázquez, mano a mano
El próximo día 23 habrá un cartel "sonado" en Madrid: los dos Curros, Curro Romero y
Curro Vázquez, toreros con arte si los hay, saldrán mano a mano en Vista Alegre, dentro de
una pequeña feria que se organiza en aquel coso. Los aficionados van a tener difícil la
elección de corrida ese día, porque en Las Ventas, donde para entonces se estará celebrando,
y de lleno, la Feria de San Isidro, hay otro cartel de artistas, en el que figuran nada menos
que Rafael de Paula, José Mari Manzanares y Roberto Domínguez. Aunque siempre hay
público para todo, y gente en Madrid para llenar ambos cosos y más si hubiere, pues entre
ambos aforan poco más de las treinta mil localidades, los aficionados "en activo" no son
tantos y es seguro que no quisieran perderse ninguno.
En un principio la empresa carabanchelera había montado el acontecimiento para el día 16,
fecha en la que están anunciados, en Las Ventas, Palomo, Paquirri, y Jorge Herrera.
Ignoramos las causas últimas por las que se ha pasado el festejo al día 23, pero se barrunta
que los mentores de los espadas que iban a participar ese día en la isidrada habrán respirado
tranquilos, porque no se va a notar tanto el poco tirón.
5 de mayo de 1976
5
Sólo veintematadores detorospuedenvivirdesuprofesión
La fiesta de los toros se está moviendo en un duro terreno de injusticia social. Los toreros,
literalmente, se mueren de hambre. Y si no se mueren de hambre es porque se dedican a actividades
extrataurinas. Los más no pueden ni torear. La inmensa mayoría, aunque toree, no gana lo suficiente
para vivir. Los millones se los llevan muy pocos. Y aun de los que ganan millones, el mejor situado
no alcanza más que una mínima parte de los saneadísimos beneficios que a algunas empresas les
reporta este espectáculo. Un espectáculo que, por otra parte, es caro, se considera un lujo. Se basa
en el dominio de una fiera, lo que se hace con evidente riesgo. De manera que la situación es clara:
unos profesionales del toreo se juegan la vida para diversión del público y enriquecimiento de
determinadas empresas.
El dato es escandaloso: de 140 matadores de toros que por lo menos torearon una corrida en la
temporada de 1975, sólo 26 alcanzaron una cifra de actuaciones equivalente o superior a 20
actuaciones. Se considera que el mínimo imprescindible que necesita torear un diestro para ganar
dinero que simplemente le permita vivir (y mal) son 20 actuaciones. El cálculo lo basan suponiendo
que el espada cobra por actuación 125.000 pesetas lo cual es mucho suponer, ya que esta cifra no se
paga en todas partes y, por supuesto, casi nunca en plazas que no sean de primera categoría.
De las 125.000 pesetas, el matador ha de descontar gastos de cuadrilla, con lo que suponga de
dietas, y los cuyos propios, vestidos y utensilios de torear, transportes, atenciones diversas, desde
entradas a propinas, etcétera. Entonces, suponiendo que todos esos gastos no hayan sido excesivos,
una corrida por otra le dará una media beneficios de 20.000 pesetas. Que multiplicadas por 20
actuaciones arrojan un total de 400.000 pesetas, cifra esta que los más optimistas piensan podría
bastar para vivir (mal) todo el año a una persona sola o con poca familia.
Luego, en definitiva, si apuramos mucho, aún serán menos de 26 los toreros que realmente
pueden vivir de lo que es su profesión, principalmente si consideramos que de todos ellos sólo hubo
10 que llegaron a actuar por lo menos 10 veces en plazas de primera categoría.
Este estado de cosas es consecuencia directa de la situación de monopolio empresarial en que se
desarrolla el espectáculo e, incluso a otro nivel, pero en parecidas proporciones podría decirse que
ocurre algo similar con los empresarios modestos. Las casas Chopera, Balañá y Nueva Plaza de
Toros de Madrid, S. A., manejan el mercado taurino en España, establecen acuerdos para eliminar
las mutuas competencias, se intercambian toreros a los que apoderan directa o indirectamente, se
defienden de cuanto de alguna forma pueda rozar la integridad de sus intereses, como este año ha
ocurrido con la unión de ganaderos para elevar los precios de las corridas de toros, etcétera.
Ante esta altísima barrera no parece que quepa otra solución que responder de la misma forma:
únicamente la unión de los toreros conseguiría que se dignificara su profesión en todos los sentidos,
y por supuesto el de las remuneraciones. Un espada que llega a tomar la alternativa debe de tener
garantizadas todas las oportunidades que sean precisas para que su profesión le produzca medios de
subsistencia. En otro caso habrá que regular las condiciones mínimas para que un torero pueda
alcanzar la máxima categoría de matador de toros.
6 de mayo de 1976
6
No habrá corridas enlosalrededoresdeMadrid
Hay un cierto desánimo en las empresas de plazas cercanas a Madrid. No se deciden a dar
festejos. La plaza de Alcalá, donde parecía que el propósito era ofrecer corridas de toros todas las
semanas, cerrará sus puertas desde el sábado hasta el 15 de agosto, fecha en que empieza la feria
que, eso sí, va a ser gigantesca, puesto que se van a dar, la friolera de catorce espectáculos
consecutivos. Por su parte, la plaza de San Sebastián de los Reyes ni siquiera las abre. Sólo lo hará
una vez, el 12 de junio, fecha en que actuarán las mujeres toreras, y volverá a cerrar hasta la feria de
agosto.
Vista Alegre, en cambio, seguirá con novilladas y una pequeña feria.
Es decir, que el panorama taurino en los alrededores de Madrid se presenta bastante pintoresco: en
meses tan propicios como son los de mayo, junio julio y primera mitad de agosto pasarán todas o
casi todas las fechas en blanco, y en la segunda mitad de agosto, en cambio, vendrá el atracón,
porque van a coincidir corridas de toros en todas las plazas al celebrarse las ferias de Alcalá de
Henares, San Sebastián de los Reyes y Colmenar Viejo. O sea, que el aficionado va a estar tres
meses sin tener donde ir, si exceptuamos los festejos que se organicen en Madrid, y luego quince
días sin saber qué elegir.
La política taurina es así. Se hace cualquier cosa menos fomentar la afición y ni siquiera se cuida
la clientela fija, la que aún queda. La empresa de San Sebastián de los Reyes se justifica, sin duda
con toda la razón del mundo, -argumentando que la organización de una novillada le supone una
pérdida de unos cuarenta mil duros, cifra de Alcalá- aduce que la feria de San Isidro, las corridas
benéficas que se organizan en las Ventas en junio y julio y finalmente los veraneos, aconsejan
abstenerse de dar corridas. Y todo ello será cierto pero hay otras posibilidades a estudiar y acaso la
mejor sea ir atemperando la mentalidad empresarial taurina, que está detenida en los tiempos de
Bombita, a los nuevos modos de vida y a las reales exigencias de la afición.
Está claro que ya no se aguanta aquello de ver a tres figuras con seis gatos y el atractivo de la
fiesta vuelve a estar en el trapío y la casta del toro, lo cual no se ve en las plazas de cercanías. Está
claro también -los mismos empresarios lo dicen- que el habitante de la capital suele preferir el
campo al tendido en los Fines de semana. Entonces la solución puede ser -es una sugerencia-
trasladar la celebración de corridas a los viernes, en muchas partes último día de la semana laboral,
e incluso fijar su comienzo para una hora avanzada de la tarde. Y ofrecer toros, toros de verdad, los
toros de la emoción, que por sí solos constituyen espectáculo, para que los públicos vibren y no se
pasen la tarde pegando bostezos, que es lo que ahora ocurre.
No sería justo silenciar la buena labor que está haciendo la empresa de Vista Alegre, la cual está
dando a aquella plaza lo que le ha faltado durante años, que es, ambiente. Con la continuidad en la
celebración de novilladas se está ganando una clientela, y si sigue así pronto podrá nivelar sus
presupuestos, porque el público está respondiendo. Según nuestras noticias, en lo que va de
temporada lleva perdido cerca de un millón de pesetas, que puede ser una inversión rentable si
consigue restituir para la plaza la gran popularidad que tuvo hace años.
6 de mayo de 1976
7
La cornada una herida con especiales complicaciones
Los próximos días 10, 11 y 12 de junio se celebra en Madrid el II Congreso Internacional
de Cirugía Taurina. El primero tuvo lugar en Méjico el año 1974. Lo preside el doctor don
Máximo García de la Torre, que es jefe de la enfermería de la plaza de toros de las Ventas y
director del Sanatorio de Toreros. Se presentarán numerosas comunicaciones y hay
anunciado un programa científico preliminar sobre heridas vasculares y heridas penetrantes
en cavidades, estas últimas terna crucial en los procesos producidos por cornadas.
Desde el año 1975, mes en concreto desde la cornada que le costó vida a Manolete está
planteada la asociación de cirujanos taurinos con vista a un intercambio de experiencias.
Recuérdese que aquellas tragedias, más aún todo el proceso que desembocó en el
fallecimiento del famoso diestro, levantó grandes polémicas. Fue entonces cuando el
famoso doctor don Luis Jiménez Guinea intentó crear la asociación e incluso se constituyó
una junta, que pronto quedaría en nada. Posteriormente, el doctor García de la Torre y el
doctor Campos Licastro, jefe de la enfermería de la Monumental de Méjico, intercambiaron
impresiones, remodelaron la primitiva idea y de ella surgió el I Congreso Internacional de
Cirugía Taurina, celebrado en Méjico. Es curioso que de este congreso haya sido de donde
ha partido la necesidad de creación de asociaciones nacionales de la especialidad que en lo
que representa a España ya está constituida y hace dos meses celebró su primera asamblea
general.
En realidad, el impulso definitivo del congreso lo dio la necesidad de aportar experiencias
por parte de españoles y mejicanos a los cirujanos de las plazas sudamericanas, quienes no
parecen estar muy preparados para tratar las heridas producidas por asta de toro. Se limitan
a practicar una primera cura para de inmediato remitir al paciente a un centro asistencial.
Y naturalmente la función del cirujano taurino debe ser otra. Lo más importante para
salvar la vida del torero es, por supuesto, que la enfermería se encuentre suficientemente
dotada y en la plaza.
-Es fundamental- nos dice el doctor García de la Torre—que podamos intervenir cinco
minutos, a lo sumo, después de producido el accidente.
Luego, por supuesto, no hay que limitarse a la cura, sino que debe hacerse el acto
quirúrgico completo. La herida por asta de toro tiene unas características graves y
complicadas:
—De un lado está la trayectoria que sigue el pitón; de otro, su forma. Un navajazo, pongo
por caso —explica el doctor— ofrece unos cortes de planos claros y continuos. En la
cornada, en cambio, nunca sucede así. Como el toro, tras clavar el pitón, zarandea, los
orificios en piel, aponeurosis, músculo y en su caso peritoneo, siempre se encuentran en
distinto plano. Añadimos a esto que el cuerno no es recto sino curvo a veces en forma de
gancho y no rara vez astillado. La consecuencia son grandes destrozos.
8
Don Máximo García de la Torre añade que el orificio en la piel, en contra de lo que
pudiera parecer, es pequeño, inferior a la superficie de una moneda.
—Por muy astifino que sea el toro, su punta es roma, y entonces no punza la piel, sino que
la rompe por presión. Los bordes de aquélla se necrosan.
—Un tema debatido: ¿es más grave la herida que produce el toro afeitado?
—Desde luego que sí. Cierto que la res afeitada coge menos, no calcula las distancias, sufre
un trauma que le resta acometividad. Pero cuando llega a pegar la cornada ésta es muy
grande. Porque la punta es más roma y porque el cuerno, que fue acortado, es
proporcionalmente más grueso.
El toro que mató a Manolete estaba afeitado.
7 de mayo de 1976
9
Como siemprelo más cómodoparalasfiguras
Se está bien al sol de mayo en la Venta del Batán. Lo mayorales fuman un pitillo y hacen tertulia
sentados en la hierba. Cuatro corridas esperan su hora en San Isidro. Cinco de la tarde, ha llegado
de Salamanca el camión que trae lo de Juan Mari. Sólo la voz de Paco Parejo, el mayoral de la plaza
de las Ventas: « ¡Venga el primero!».
Un chasquido, la puerta de guillotina arriba, arañan las pezuñas del primer toro que va a ser
desembarcado. Es un colorao, gordo y basto, astigordo, un toro cualquiera. Toda la corrida de Juan
Mari Pérez Tabernero es una corrida cualquiera nada bonita, aunque va a dar el peso y la edad, y
reglamento en mano tendrá pocos reparos. Habría que ponérselos a algunos pitones quizá,
precisamente por astigordos, pero de eso vimos y veremos más en el Batán.
A la carrera, el cabestro va reuniendo en una corraleta, toro a toro, al lote completo, que anda
revuelto porque la restallante claridad después del viaje y la oscuridad del cajón, es un contraste
excesivo. Pasan primero por delante de los «apé», que esos sí tienen envergadura. De las cuatro y
con la de Juan Mari cinco corridas que llegaron al Batán como primicia, la de Antonio Pérez es la
más grande. Se anotan dos ejemplares largos, de buen esqueleto, con leña arriba. Estos toros abrirán
la feria y su presencia (de lo que lleven dentro ya se dirá) va a confiar a los aficionados. Pero no hay
que hacerse demasiadas ilusiones: en la corraleta de al lado caminan los de Benítez Cubero, cuya
variedad de capas —dos coloraos, dos berrendos, dos negros— no va a tapar su falta de trapío.
Están en la línea del toro comercial, corto y gordito, cabeza discreta y poca cara. Los han traído
para la reaparición de Viti en Madrid (parece mentira, un señor tan serio) y para la compañía, que
ese día, martes 18, serán Palomo y Ángel Teruel.
También estaban en el Batán los de Hernández Plá, que forman un conjunto bonito, en la línea
pura Santa Coloma; hay tres cárdenos, línea fina. ¿Podría decirse que es una corrida con
personalidad? Lo que ocurre es que viene muy justa de tipo recogida de cabeza y quizá vaya a tener
problemas en el reconocimiento. Hay dos que bajan bastante, están anovillados. El ganadero, que
con su familia constituía la única visita ayer en el Batán, nos dijo que al embarcar la corrida un toro
hirió a otro en el brazuelo, una cornada grande, y tuvieron que sustituirlo a última hora,
precisamente con el que más desentonaba. Hay gran ilusión en la casa por el juego que puedan dar
sus reses en la corrida del día de San Isidro (las lidiarán Fuentes, Manolo Cortés y Julio Robles),
pues va a ser su debut en la feria.
Sesteando, los seis ejemplares de Salvador Domecq, que los anuncia con el nombre «El Torero».
Aunque son cornalones, la mayor parte también astifinos, y en líneas generales bonitos, tampoco
pasan de la consabida línea comercial; es decir, que son cortos y no les sobra seriedad.
Naturalmente este ganado no lo han traído para modestos, sino para Palomo, Robles y Paco Alcalde.
En suma, que estamos como siempre: lo de más presencia para los de menos cartel, lo cómodo
para los que pasan por figuras. Pero hay solución: los veterinarios y la autoridad deben actuar en
cumplimiento de su deber, estoy seguro de que lo harán así, y corregir este desequilibrio. Si llegara
a pasar alguna de las miniaturas que hemos visto en la Venta, es que la plaza de Madrid y la feria de
San Isidro son un coladero. Y no hay tal cosa como ya se demostró el año pasado, en que
aficionados, veterinarios y autoridad, supieron estar.
8 de mayo de 1976
10
Galán cantaba ópera
Ayer se lidiaron en Alcalá de Henares seis torillos de Martínez Benavides, flojos y
sospechosamente romos. Ángel Teruel, oreja en cada uno; Antonio José Galán, dos orejas y
saludos; Niño de la Capea, oreja en ambos.
Esos que salieron, ayer en Alcalá son figuras del toreo, de manera que arreglados estamos.
Tuvieron para lucirse unos animalitos que de presencia nada, y de agresividad tampoco,
aunque embestían muy bien, y no fueron capaces más que de trabajar y trabajar, como si el
toreo se tratara de semejante cosa. Yo haría una excepción con Ángel Teruel, aunque más
bien nos aburrió, porque este espada apunta calidad y se nota. Una suavidad en la ejecución
de las suertes, un sentido de la colocación y una cierta enjundia en la ejecución de los pases,
indican que sí, que ahí tenemos un torero. Por su parte, Galán toreó a gritos. Un espectador
dijo que cantaba ópera. Les dio cientos de pases a los borregos. También el Niño de la
Capea, que coloca la mano en la cadera, como si se la pegara allí, y se pone a fabricar pases.
9 de mayo de 1976
11
Una cuadrilla con valory afición
Eliseo Capilla, Paco Honrubia y Félix Guillén tuvieron, una espléndida actuación, que el
público correspondió con grandes ovaciones. Lo que el domingo pudo verse en el segundo
de la tarde es exactamente lo que debería verse todos los días y en todos los toros. Porque el
espectáculo taurino es eso: un toro fiero en el ruedo, un matador que no se aflige ante las
dificultades, una cuadrilla que está en su sitio y sabe cumplir su obligación. Y de ahí para
arriba, si también hay arte, y nunca para abajo, por que ya no hay lidia si falta alguno de
aquellos requisitos. Ese segundo toro, nada más que terciado, pero serio, resultó blando en
varas, manseó, escarbaba, se puso berreón. A banderillas llegó desarrollando sentido, pero
se encontró con tres subalternos que conocen su oficio y dispuestos a superar los problemas
con valor y sentido de la responsabilidad. Guillén ponía al toro en suerte. Capilla y
Honrubia encontraron terreno donde no parecía haberlo. El «regalito» de Charco Blanco,
aunque estuvo a la defensiva y tiraba tarascadas, se vio desbordado y herido con tres pares
arriba. Se los pusieron limpiamente. Capilla y Honrubia le iban de frente, despacio,
cuadraban en la cara y salían de la suerte andando; dejaban al toro atónito, clavado en la
arena. Esto favoreció la faena de Fabra, quien tuvo la gentileza de brindársela, a sus
magníficos subalternos. Aun así, la fiera constituía un problema pues probaba las
embestidas y acometía sin fijeza. La cuestión era aguantar y mandar, y en definitiva jugarse
el tipo. Fabra lo hizo así. Se centró en tres tandas de derechazos aceptables y en dos con la
izquierda, la primera de las cuales, buena de veras, obligó al toro a humillar y a seguir todo
el recorrido, un largo recorrido, de la muleta. Los pases de pecho fueron ligados y
auténticos. Con el toro ya entregado, se adomó. No hubo exquisiteces, pero sí la emoción
del toreo, lo cual es más importante. Vibró el público, por supuesto, como no puede hacerlo,
ni lo hará nunca, cuando se destapan esencias o se fabrican pases, pero no hay lidia porque
por el toril salen unos borregos que nada tienen que lidiar. Ejemplo inmediato, el sábado en
Alcalá.
Toda la corrida resultó dura y seria. El resto no tenía un pase. Benjumea, nada más salir en
su reaparición, vio centellear ante el ojo el gañafán terrible que parecía un rayo, y se tiró de
cabeza al callejón. Con la muleta tuvo que hacer otro tanto. Le pudo el genio y el sentido del
toro. El cuarto, por flojo, acabó inútil para el toreo. Frascuelo, que hizo quites, puso tres
pares de banderillas fáciles y dio cuatro largas de rodillas; hubo de terminar aliñando, sin
embargo, pues sus toros, poco picados, le medían las embestidas con ganas de coger. Fabra
castigó al quinto en busca de la igualada, después de sufrir una colada escalofriante.
Así salió, como se esperaba, lo de Charco Blanco: reses con trapío, que se pasaron la tarde
escarbando, berreando, tirando tarascadas; se quitaban el palo, acometían a oleadas, sobre
seguro, a veces al bulto. Toros muy difíciles, a los que sólo puede domeñar una cuadrilla
con afición, valor y oficio, como la de Fabra, jefe incluido.
11 de mayo de 1976
12
Salvo excepciones,nada importante
El eje de la feria, en realidad de la fiesta toda, es el toro. He aquí el capítulo importante
que va a concitar en todo el ciclo de San Isidro que ahora comienza las más vivas
polémicas.
En el informe que presentamos, escueto y lo más objetivo que nos ha sido posible, damos
cuenta del comportamiento que tuvieron en la edición de 1975 de la feria, reses cuyas
ganaderías están anunciadas para la presente. Podrá apreciarse que en general aquél no ha
sido tenido en cuenta o, por lo menos, no ha valido el juicio que sobre el mismo se hicieron
los aficionados. Sigue mandando lo que llaman «comercial», el acomodo de las
organizaciones que mandan en este espectáculo. Como es obvio, nos hemos abstenido de
hacer todo comentario respecto a las ganaderías que no estuvieron presentes en la feria del
año pasado.
Antonio Pérez. Torean esta corrida, el día 14, Dámaso González, Galán y Antonio Guerra.
En la feria de 1975 salió bien presentada en general, resultó mansa y en el último tercio dio
desigual juego. Otro toro de esta ganadería se lidió como sobrero al día siguiente, manseó
mucho y resultó toreable.
Un debut
Hernández Pla. Debuta en la feria. La torean Fuentes, Cortés y Robles el día 15.
Juan Mari Pérez Tabernero. Día 16, para Palomo, Paquirri y Jorge Herrera. El 14 de mayo
de 1975 se lidió una corrida de esta ganadería y resultó un fracaso total. Salió mansa; más
aún: aborregada. Por esta razón, no se recuerda tarde más aburrida de la feria que aquélla. El
día 17 salió otro toro de esta ganadería como sobrero, y sobre no tener trapío acusó flojedad.
Victorino Martín. Día 17, para Bernadó, Fuentes y Márquez. En la feria de 1975 se lidió el
11 de mayo. Estuvo muy bien presentado y dio emoción, con ella importancia, a cuanto
sucedía en el ruedo. Otra realidad es que la corrida salió mansa y tuvo dos toros difíciles dos
excelentes y dos simplemente manejables. Destacó el tercero, «Jaquetón», que tomó de lejos
y con alegría cuatro varas, aunque en dos de ellas empezó renunciando y escarbó.
Desarrolló gran nobleza en el último tercio y murió de pie, si bien muy cerca de tablas.
Benitez Cubero. Día 18, para El Viti, Palomo y Teruel. No había sido anunciada en la
edición 1975 y se jugó el 20 de mayo en sustitución de la de Manuel González, rechazada
en el reconocimiento. Sólo se lidiaron cinco, pues uno fue devuelto al corral por chico y
derrengado. En general ésa fue la tónica de la corrida, por otra parte muy desigual de
presentación y manejable.
13
Antonio Méndez. Día 19, para Camino, Paquirri y Manzanares. En la feria de 1975 fue
anunciada dos veces, aunque a la postre en ambas ocasiones hubo de ser remendada. La
tarde del 16 de mayo se protestaron casi todas las reses por sus escasas fuerza y presencia.
El quinto, cojo, se le sustituyó por otro toro de la misma ganadería En la muleta dieron
muchas facilidades. El día 23 sustituyó a los de Atanasio Fernández, que habían sido
rechazados en el reconocimiento. Pero, también en reconocimiento, se rechazaron dos
productos de Méndez y en la plaza serían devueltos al corral otros dos, por derrengados, de
manera que, en realidad, sólo se lidiaron dos, que encima fueron escasos de trapío y mansos.
El Torero (Salvador Domecq). Día 20, para Palomo, Robles y Alcalde. En la feria de 1975
sólo lidió un toro, el 22 de mayo, muy bien presentado, manso y difícil para la muleta.
Una corrida rechazada
Atanasio Fernández. El día 21, para El Viti, Ruiz Miguel y Manzanares. Toda la corrida
que estaba anunciada para el 23 de mayo de 1975 fue rechazada por no ser reglamentaria.
Alonso Moreno. El día 22, para Paquirri, Galán y Capea. En la feria de 1975 lidió dos
corridas. La del día 24 -que sustituía a la de Osborne, rechazada en reconocimiento- tuvo
mucho que torear presentó desigualdades en los distintos tercios. Predominaron, sin
embargo, los que tuvieron nobleza. Al día siguiente volvieron a lidiarse toros de este hierro,
según estaba anunciado. Los pitones dieron que hablar. A dos se les devolvió al corral, uno
de ellos por cornicorto, otro por renqueante. Acusaron flojedad.
La Laguna. Día 23, para Paula, Manzanares y Domínguez. Fue la corrida mejor presentada
de la feria en 1975. Hubo algún ejemplar verdaderamente impresionante de trapío. Uno se
devolvió al corral por cojo, pero casi todos tuvieron poder y derribaron con estrépito. En el
último tercio dieron juego variado: los hubo con problemas y otros nobles.
Baltasar Ibán. Día 24, para Camino, Teruel y Sebastián Cortés. Con dos toros de esta
ganadería se remendó la corrida de Los Guateles (la misma cosa, en el fondo) anunciada
para el 22 de mayo de 1975. Mansearon ambos.
Palha. Día 25, para Dámaso González, Márquez y Domínguez. Anunciada para el 26 de
mayo de 1975, tres fueron rechazados en el reconocimiento. De los lidiados, hubo uno bien
presentado y los restantes escasos de trapío. Mansearon en varas y para la muleta dieron
juego.
Bohórquez. Día 26, para El Viti, Paula y Alcalde. La corrida del. 17 de mayo de 1975 fue,
por causa de la falta de trapío e invalidez de las reses, uno de los mayores escándalos que se
recuerdan en la plaza de Madrid.
14
Luciano Cobaleda. Día 27, para Dámaso Gómez, El Puno y Rojas. En 1975 sólo lidió en
la feria un sobrero. Fue la tarde del 13 de mayo. Salió un precioso cárdeno que suscitó
ovaciones por su presencia y, muy bien lidiado, tuvo en varas un comportamiento
espectacular. En realidad resultó manso y desarrolló sentido.
Pablo Romero. Día 28, para Dámaso González, Niño de la Capea y Alcalde. Se lidiaron el
27 de mayo de 1975. Bien presentados, como es habitual, resultaron flojos y toreables,
como también es habitual. A uno se le devolvió al corral por cojo.
Miura. Día 29, para Dámaso Gómez, Teruel y Ruiz Miguel. No lidió toros en la feria de
1975.
14 de mayo de 1976
15
La autoridad tiene la palabra
El eje de la feria va a estar en los toros, que son el elemento fundamental de la fiesta. Su
presencia y su comportamiento darán la medida de las posibilidades de los diestros, de
quienes no cabe dudar que van a tener el mejor ánimo para salir triunfadores en sus
respectivos compromisos, pues no en vano San Isidro y la plaza de Madrid, mal que les pese
a muchos, marcan la pauta de toda la temporada. El público, de otro lado, va a tener también
parte destacada en el desarrollo de la feria. No debe olvidarse que es en sí mismo
componente del espectáculo por cuanto no sólo subraya éxitos y fracasos, sino que sanciona
el resultado final de cada actuación.
Quizá no fuera ocioso, en este momento, y teniendo muy en cuenta cuanto ocurrió en la
edición del año anterior, pedir serenidad a los más exaltados, ecuanimidad en todo caso. La
fiesta de toros no puede ser nunca un hecho arbitrario en ningún sentido, pues se traicionaría
su propia naturaleza. Como no es, tampoco, un fenómeno social que da tono, ni un suceso
salvaje donde impere la dureza y la sangre. Precisamente por eso y por la responsabilidad
que el público asume al quedar de su dependencia la sanción final de la lidia, su actitud ante
los acontecimientos de todo tipo que van a producirse en la feria debe ser equilibrada.
Pero si alguien tiene una responsabilidad máxima es la presidencia. El presidente de la
corrida es, ya se sabe, la autoridad máxima, y no exclusivamente en cuestiones de orden
público. Por definición es árbitro, dirige la marcha de la lidia, refrenda los resultados que el
público aclama y dirime en caso de división de opiniones. Y aún más, porque participa en
las tareas previas de reconocimiento de las reses, siempre ostentando la autoridad, que
ejerce sin apelación cuando hay criterios encontrados entre los profesionales veterinarios, de
tal manera que si una corrida se da por válida en el reconocimiento, es porque el presidente
la tiene por reglamentaria.
Mas si hubo equivocación, si algún defecto físico del toro no fue advertido en el
reconocimiento y se advierte cuando salta a la arena, la autoridad aún tiene opción a corregir
el error y puede devolver la res al corral.
Sabemos que la disposición de los cinco presidentes -acaso seis- que van a distribuirse la
dirección de todo el ciclo, no tienen otro objetivo que cumplir y hacer cumplir el
reglamento. Si no fuera así, por cualquier causa, si produciría un error grave e
incomprensible, pues no quedan tan lejanas las consecuencias que pudieron obtenerse de la
feria última, que en su gran mayoría estuvo jalonada por los escándalos.
Estos son los funcionarios del Cuerpo General de Policía que van a turnarse en la
presidencia: señores Corominas, comisario-jefe de Ventas; García Valiño, comisario-jefe de
Chamartín; Mantecón, jefe del servicio de Intérpretes de la Dirección General de Seguridad;
Gómez, jefe del negociado de Armas de la Jefatura Superior de Policía, y Mínguez, de la
Brigada Social. Es probable que también se incluya en el equipo al señor Portolés. Todos
ellos tienen la palabra.
14 de mayo de 1976
16
En la isidrada,veinticuatro matadores y ninguna novedad
Diecisiete corridas de toros y dos novilladas componen la feria de San Isidro. Por lo que
se refiere a los festejos mayores, tomarán parte veinticuatro toreros, de ellos nueve con tres
actuaciones, ocho con dos y siete con una. Hay una alternativa, la de Antonio Guerra,
precisamente en la primera corrida de la feria, y dos confirmaciones, que serán las de
Sebastián Cortés y Jorge Herrera.
Para una mejor información de nuestros lectores hemos preparado un informe, escueto y
absolutamente objetivo, en el que se contienen los datos referidos a número de actuaciones
que cada espada tuvo durante la temporada 1975, con especificación de la categoría de la
plaza donde se llevaron a cabo; ganaderías que toreó y su resultado artístico en la feria de
San Isidro del mismo año y fechas de actuación en esta edición de 1976, con expresión
asimismo de la procedencia de las reses que va a lidiar. El primero de estos datos
seguramente resultará revelador. No cabe duda que la categoría del torero la otorga el
público, por lo que es fundamental saber en qué plazas se sometió a su juicio. Y la realidad
es que sólo nueve de los toreros que participan en la feria actuaron durante 1975 más de
diez veces en cosos de primera categoría. El de mayor número fue Paco Alcalde, con 18
tardes, seguido del Niño de la Capea y Angel Teruel, con 16, y de: Bernadó -absurdamente
considerado modesto- con 14.
Informe
Este es el informe sobre todos los espadas de la feria, ordenados cronológicamente, en
principio, por las fechas en que van a torear:
Dámaso González. Actuaciones en la presente feria: día 14 (toros de Antonio Térez), 25
(Palha) y 28 (Pablo Romero). Actuaciones en 1975: 59 13 en plazas de 1.ª categoría, 31 de
2.ª y 15 de 3.1). En la feria de San Isidro de 1975: toreó dos tardes. El 24 de mayo, reses de
Juan Mari Pérez Tabernero, escuchó palmas en un toro y tuvo vuelta con protestas en otro.
También el 16, con ganado de Antonio Méndez (aplausos y silencio).
Antonio José Galán. Actuaciones: Día 14 (Antonio Pérez), 22 (Alonso Moreno) y 3.0
(corrida. concurso). En 1975: 65 actuaciones (12 en plazas de 1ª, 28 de 2.ª y 25 de 3.ª). Feria
1975: toreó tres tardes. Día 16 (Antonio Méndez), división de opiniones y protestas. Día 25
(Alonso Moreno), tuvo que lidiar cuatro reses por cogida de Ruiz Miguel, con quien toreaba
mano a mano: división, silencio, pitos y cogido también, de pronóstico reservado. Día 28,
oreja en un toro del conde de la Corte y silencio en otro, de Baltasar Ibán.
Antonio Guerra. Torea sólo el día 14 (Antonio Pérez). Confirmará la alternativa.
17
José Fuentes. Actuaciones: Día 15 (Hernández Plá) y 17 (Victorino Martín). En 1975: 31
actuaciones (4 en plazas de 1 a, 12 de 2 a y 15 de 11). Feria 1975: Toreó dos tardes El día 15
(Murteira Grave), aviso y pitos; el 28 (conde de la Corte), bronca y vuelta al ruedo. Ejecutó
una soberbia estocada.
Manolo Cortés. Actuaciones sólo el día 15 (Hernández Plá). En 1975: 22 actuaciones (9 en
plazas de 1.ª 7 de 2.ª y 6 de 3.ª) Feria. 1975: toreó dos tardes. El 14 de mayo (Juan Mari
Pérez), silencio en su lote. El 16 (Antonio Méndez), división de opiniones y silencio.
Julio Robles. Actuaciones: Día 15 (Hernández Plá) y 20 (El Torero). En 1975: 35
actuaciones (6 en plazas de 1.ª, 19 de, 2.ª y 10 de 3.ª). Feria 1975: toreó dos tardes. Día 18
(Antonio Pérez), petición de oreja y vuelta en ambos toros. El 19, aplausos en un toro de
Martín Berrocal y silencio en otro de Tassara. Ejecutó excelentes verónicas y . en un quite
tuvo que corresponder a las ovaciones montera en mano.
Sustituciones
Sebastián Palomo. Actuaciones: Día 16 (Juan Mari), 18 (Benítez Cubero) y 20 (El Torero).
En 1975: 56 actuaciones (11 en plazas de 1.ª, 24 de 2.ª y 21 de 3.ª). Feria 1975: Toreó tres
tardes. Día 20 (Benítez Cubero), división de opiniones en su lote. Día 23, silencio y bronca,
respectivamente, en sendos toros de Antonio Méndez e insistente petición y vuelta en otro
del Pizarral. Día 28, división de opiniones en un toro del conde de la Corte y oreja
protestadísima en otro de Manolo González. Fueron numerosas las sustituciones de
ganaderías los días en que este torero figuraba en cartel.
Paquirri. Actuaciones: Día 16 (Juan Mari), 19 (Antonio Méndez) y 22 (Alonso Moreno).
En 1975: 68 actuaciones (12 en plazas de 1.ª, 38 de 2.ª y 18 de 3.ª). Feria 1975: Toreó tres
tardes. Día 20 (Benítez-Cubero), silencio y aplausos. Día 23, aplausos en un toro de Carmen
Ordóñez, pitos en uno de Antonio Méndez y silencio en otro de El Pizarral. Día 24 (Alonso
Moreno), oreja protestada y silencio.
Jorge Herrera. Sólo torea el día 16 (reses de Juan Mari Pérez) y confirmará la alternativa.
No actuó en la feria de 1975. Ese año se vistió de luces 31 tardes (5 en plazas de 1.ª, 11 de
2.ª y 15 de 3.ª).
Joaquín Bernadó. Actúa sólo el día 17, con toros de Victorino. En 1975 sumó 30 tardes
(14 en plazas de 1.ª, 8 de 2.ª y 8 de 3.ª). No intervino en la feria.
Miguel Márquez. Actuaciones: Día 17 (Victorino) y 25 (Palha). En 1975: 43 actuaciones
(6 en plazas de 1.ª, 12 de 2.ª y 25 de 3.ª). Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 11 (Victorino),
petición y vuelta en un toro -que lidió magistralmente- y vuelta en el otro. Día 13, hizo una
gran lidia a un toro de Luciano Cobaleda -pese a lo cual escuchó protestas al finalizar la
faena de muleta- y dio una vuelta al ruedo protestada en un toro de Tassara.
18
Reaparación
El Viti. Actuaciones: Día 18 Fernández) y 26 (Fermín Bohórquez). Permaneció retirado
durante la temporada 1975.
Angel Teruel. Actuaciones: Día 18 (Benítez Cubero), 24 (Baltasar Ibán) y 29 (Miura). En
1975: 48 actuaciones (16 en plazas de 1.ª, 23 de 2.ª y 9 de 3.ª). Feria 1975: Toreó tres tardes.
Día 19, oreja en un toro de Martín Berrocal y silencio en otro de Antonio Pérez. Día 22,
oreja protestada en un toro de Los Guateles y oreja en otro de Baltasar Ibán. Día 27 (Pablo
Romero), bronca y silencio.
Paco Camino. Actuaciones: Día 19 (Antonio Méndez) y 24 (Baltasar Ibán). En 1975: 49
actuaciones (11 en plazas de 1.ª, 26 de 2.ª y 12 de 3.ª). Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 22,
ovación en un toro de Baltasar Ibán y dos orejas, con triunfo de verdadera apoteosis en otro
de El Jarail. Día 26, pitos en un toro de Palha y oreja en otro de Buendía.
José Mari Manzanares. Actuaciones: Día 19 (Antonio Méndez), 21 (Atanasio Fernández)
y 23 (La .Laguna). En 1975: 40 actuaciones (8 en plazas de 1.ª, 24 de 2.ª y 18 de Benítez
Cubero), 21 (Atanasio 3.ª). Feria 1975: Toreó tres, tardes. Día 22, aplausos en un toro de
Salvador Domecq y silencio en otro de Los Guateles. Día 27, pitos en sendos toros de El
Jaral y de Pablo Romero. Día 31, división en un toro de El Pizarral y silencio en otro de
Murteira Grave.
Paco Alcalde. Actuaciones: Día 20 (El Torero), 26 (Bohórquez) y 28 (Pablo Romero). En
1975: 75 actuaciones ( 18 en plazas de 1.ª, 33 de 2.ª y 24 de 3.ª) Feria 1975: Toreó tres
tardes. Día 21, debut en la plaza y confirmación de alternativa, con ganado de Lisardo
Sánchez (aplausos y oreja). Día 24 (Alonso Moreno), aviso y oreja. Día 31, división en un
toro de Pío Tabernero -tuvo un gran, fracaso en banderillas- y oreja en otro de Murteira.
Ruiz Miguel. Actuaciones: Día 21 (Atanasio Fernández), 29 (Miura) y 30 (Concurso de
ganaderías). En 1975: 55 actuaciones (12 en plazas de 1.ª, 29 de 2.ª y 14 de 3.ª). Feria 1975:
Toreó tres tardes. Día 21. (Lisardo Sánchez), silencio en su lote. Día 25 (Alonso Moreno),
palmas y cogido, de pronóstico reservado, Día 26, vuelta protestada en un toro de Palha y
aplausos en otro de Buendía.
Niño de la Capea. Actuaciones: Día 22 (Alonso Moreno) y 28 (Pablo Romero). En 1975:
84 actuaciones (16 en plazas de 1.ª, 41 de 2.ª y 27 de 3.ª). Feria 1975: Toreó dos tardes. Día
28 (Lisardo Sánchez), división de opiniones y pitos. Resultó cogido de pronóstico
reservado. Día 27 (Pablo Romero), oreja y bronca.
19
El duende
Rafael de Paula. Actuaciones: Día 23 (La Laguna) y 26 (Bohórquez). En 1975: 41
actuaciones (8 en plazas de 1.ª, 24 de 2.ª y 9 de 3.ª). Feria 1975: Sólo participó en la corrida
del 17 de mayo, con ganado de Bohórquez y mano a mano con Curro Romero. La bronca
fue histórica.
Roberto Domínguez. Actuaciones: Día 23 (La Laguna) y 25 (Palha). En 1975: 32
actuaciones (4 en plazas de 1ª, 16 de 2.ª y 12 de 3.ª) Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 19,
confirmó la alternativa con un toro de Martín Berrocal, en el que tuvo petición y vuelta, y
escuchó palmas en otro de Murteira. Día 1 de junio, aplausos en un toro de La Laguna, y
palmas en otro de El Jaral.
Sebastián Cortés. Actuaciones: Sólo el día 24, con reses de Ibán, y confirmará la
alternativa. En 1975: 33 actuaciones (1 en plaza de 1.ª, 20 de 2.ª y 12 de 3.ª). Feria 1975:
Participó en las dos novilladas que se celebraron. En la primera, con ganado de Diego
Romero, silencio y vuelta protestada. Dio excelentes verónicas. En la segunda, con reses de
Flores Albarrán división y silencio. Al primer novillo le hizo un quite antológico, asimismo
por verónicas.
Dámaso Gómez. Actuaciones: Día 27 (Luciano Cobaleda) y 29 (Miura). En 1975: 13
actuaciones a (5 en plazas de 1.ª, 3 de 2.ª y 5 de 3.ª). Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 11
(Victorino Martín), silencio y vuelta al ruedo. Día 29 (Juan Guardiola), bronca y silencio.
El Puno. Actuaciones: Sólo el día 27, con ganado de Luciano Cobaleda. En 1975 no actuó
más que siete tardes, todas ellas en plazas de 3.ª categoría.
Antonio Rojas. También torea únicamente la corrida de Luciano Cobaleda. En 1975 toreó
nueve tardes (2 en plazas de 1.ª a 6 de 2.ª, y 1 de 3.ª). No participó en la feria.
Los que no vienen
Suman diecisiete los diestros que estuvieron en la feria de 1975 y no vienen a la edición
de 1976. A ellos habría que añadir los nombres de Gabriel Puerta y Manili, que actuaron
entonces en las novilladas del ciclo y que son ahora matadores de toros.
Estos son los ausentes: Sánchez Bejarano, Julián García, Rafaelillo, Juan Martínez, José
Luis Galloso, Antoñete (retirado de la profesión), Santiago López, Paco Bautista, Eloy
Cavazos, Curro Vázquez, Manolo Arruza, Miguelín, Calatraveño, Tinínl, Rafael Ponzo y,
naturalmente, Curro Romero.
En sentido contrario, los toreros que vienen a esta edición de la feria y no participaron, en
la de 1975 son los siguientes: El Viti El, Puno, Antonio Rojas, Antoñito Guerra y Jorge
Herrera. Es evidente que novedades no hay, o al menos no de importancia. Únicamente la
reaparición del Viti, en este sentido, puede tener un interés específico.
14 de mayo de 1976
20
Un espectadorllamado Dámaso González
Entre los espectadores de la corrida inaugural de la feria debía de haber varios Dámasos:
no muchos, la verdad, porque asistió escaso personal. Uno de ellos era Dámaso González,
en la tarjeta de visita matador de toros. Extraño espectador, de nazareno y oro.
Ocurrió que salió el cuarto de la tarde, que no embestía ni a la de tres, y empezaron a
circular las más variadas especies: que si cojo, que si ciego, que si manso. Y por tales
motivos se organizó la gran bronca a la presidencia. Acertaron los que le dieron por manso,
pero no se sabe quién era más ignorante, pues los mansos tienen su lidia, lidia de interés y
emoción, y además el reglamento taurino prohíbe taxativamente que los toros mansos sean
devueltos al corral por esta causa.
La gente estaba contra el señor Corominas, gran presidente, para decirle de todo, y se
olvidaba del espectador Dámaso González, quien en lugar de ir al toro y dirigir la lidia,
como era su obligación, se colocó donde no estorbara, y qué bien lo hizo, el tío, porque el
manso cruzó el ruedo en todas direcciones, docenas de veces, y ni una se encontró con quien
debía ser su matador.
Se ve que la lidia no es el fuerte del señor Dámaso porque a su otro toro, también manso,
le colocó de largo para la primera vara, no acudió al caballo, y al ponerle de nuevo en suerte
lo dejó más lejos aún.
En realidad la lidia no es fuerte de nadie o de casi nadie en estos tiempos de la
tauromaquia. Los toreros se aplican a pegar pases, que es lo suyo. Los tres de ayer eran
pegadores de pases y no se salieron ni un milímetro de su oficio. Dámaso se los pegó al que
abrió plaza, que no los podía admitir, pues tenía una faena corta y variada. ¿Variada? Cinco
tandas de derechazos le dio —bastante vulgares, por cierto— y se quedó tan ancho. En el
cuarto, que tenía un lado derecho aceptable, no se arriesgó a comprobarlo.
Hecha la crítica del señor Dámaso, no sería justo silenciar que por esas extrañas muecas
de la suerte le correspondió el lote de más trapío. Galán, en cambio, por la misma extraña
mueca, salió mejor parado y le tocaron los de menos respeto. El segundo de la tarde,
además, resultó ideal, su embestida por el izquierdo era inagotable. Una embestida con la
que sueña un torero, aunque no le sobre el arte. Pero Galán debe soñar poco, o soñar otras
cosas, porque toreó sin ligar, de costadillo, y metió el pico y se dejó enganchar varias veces
la muleta, como si aquel bombón fuese bacalao rancio. En tres momentos, para tres
naturales, ligó, templó y mandó, y pese a que lo hizo siempre con la pierna contraria
retrasada, aquello sí tuvo sabor torero, y con el sabor la especial conmoción que invade la
plaza cuando la suerte se ejecuta con gusto.
21
Sólo se cayeron dos toros: el quinto y el sexto. A ese quinto lo probó Galán para ver si
pasaba bien, y en las pruebas se dejó la faena. El sexto no permitió lucirse a Antonio Guerra,
el cual en su primero había tenido al alcance de la mano un triunfo que le habría venido muy
bien a su incipiente carrera, no por torería, sino por tremendismo, puesto que inició la faena
con cuatro derechazos, de pecho y de rodillas, y la terminó en la misma postura, lo cual
agradecen los públicos impresionables. Pero ya de pie, que es como se hace el toreo, se
quedaba corto en los pases, eso que el recorrido del toro era largo, y con la espada estuvo
fatal.
Lo de «AP» salió manso. Por lo que se refiere al primer tercio fue un fracaso. Y en
cambio, de presencia, lo que son las cosas, vino mejor que otras veces. Algo vamos
ganando...
15 de mayo de 1976
22
Casta sobre todo
La corrida de Gabriel Hernández Pla, pese a que tuvo acusados defectos, resultó
interesante por su casta. Dio el siguiente juego:
1.° —Cárdeno, 535 kilos, pequeño aunque serio, discreto de cabeza. Busca hierba y se va de
los capotes (protestas). Toma por su cuenta un puyazo, en el que desmonta, y en otro
cabecea con la salida tapada. Llega a la muleta noble por el derecho.
2.° —Cárdeno, 556 kilos, terciado, cornicorto, vuelto. Entra de largo a la primera vara,
acomete con enorme estilo y derriba. Luego se irá suelto y sonará el estribo en dos
encuentros más. Acaba gazapón.
3.° —Negro entrepelao, 550 kilos, correctamente presentado (en terciado), cornicorto. Toma
un gran puyazo, al que se arranca de largo, con alegría, recarga, derriba, y luego levanta al
caballo. Recarga en la segunda vara con mucha fijeza. A la tercera va también con alegría,
pero no se emplea. Noble, pero agotado, para la muleta.
4.° —Negro meano bragao, 561 kilos, es un toro grande, de buen trapío, cornalón y vuelto
de pitones. Escarba y busca hierba de salida. En el primer encuentro se crece y derriba. En
el segundo cabecea. Suelto en un picotazo. Pronto y alegre en banderillas. En el último
tercio parece noble (ovación).
5.° —Negro entrepelao, 585 kilos. Es hondo, tiene trapío, algo abierto de cuerna, astifino.
6.° —Cárdeno, 586 kilos, bien presentado, vuelto. Entra fuerte a la primera vara, desmonta
recarga con fijeza; el puyazo y en sus postrimerías cabecea.
16 de mayo de 1976
23
Julio Robles
En la crónica de la corrida del sábado (publicada el domingo), el imponderable, que nunca
falta, dejó un párrafo fuera. No suele tener importancia la falta de unas líneas en una
crónica, pero en este caso debe hacerse la aclaración oportuna, pues precisamente se refería
a lo más positivo que se hizo por los toreros, aquella tarde. Se quiso decir entonces que Julio
Robles, triunfador de la corrida, había conseguido entre varios naturales uno prácticamente
perfecto, que levantó clamores, y unos ayudados por bajo finísimos, tan templados como
mandones; le ganaba el terreno, al toro hasta rematar en los medios. Todo lo cual figurará -
se quiso decir también- entre lo mejor que vamos a ver en esta, feria. No sería justo que el
esfuerzo y el arte de Julio Robles en la segunda corrida de feria no tuviese aquí otro eco que
el silencio.
18 de mayo de 1976
24
¡ApoteosisVictorino!
Ayer se celebró la cuarta corrida de feria, en la que se lidiaron toros de Victorino Martín,
para Joaquín Bernadó, José Fuentes y Miguel Márquez. Fracasaron los dos primeros y
Márquez cortó una oreja del tercero. La nobleza del quinto, al que se dio la vuelta al ruedo,
resultó excepcional. Los Actorinos, desiguales de presentación, aunque todos tenían respeto,
resultaron tres mansos y tres bravos. Los dos últimos entusiasmaron al público y terminada
la corrida, ganadero fue sacado a hombros. El lleno fue de «no hay billetes». Presidió, con
altibajos, el señor Mínguez. Envió a Fuentes un aviso con dos minutos retraso.
¡Apoteosis Victorino! Ver a un señor bajito, más bien paleto, a hombros, que saluda con
una montera, es todo un espectáculo. Ayer se vio este espectáculo. Victorino Martín -
ganadero de Galapagar, abanderado de uno de los más serios movimientos que en estos
últimos años se han producido para dignificar la fiesta, que nació de pie o eso parece,
obtuvo ayer uno de los triunfos más resonantes que se recuerdan en la plaza de Las Ventas.
El público estuvo con él, lo estaba ya desde el día mismo en que se anunciaron sus toros.
Ayer la plaza se puso a reventar, había un ambiente de máxima gala por todas partes se
pronunciaba el nombre de Victorino. Cuando saltó a la arena el primero, que no pasaba de
terciado, empezaron los aplausos, y se convirtieron en ovación cerrada nada más derribó un
caballo, si bien lo había hecha de latiguillo y porque el jinete marró el puyazo y se
desequilibró.
Pero daba lo mismo. Luego, el toro hizo cosas feas y fue incierto, se arrodilló dos veces
incluso; el siguiente, manso, acabó gazapón y peligroso; el tercero, que asimismo derribó,
salió manso también y no muy claro. Todos berreaban, escarbaban, buscaban tablas,
sembraban el pánico. Pero el público estaba con Victorino: para los toreros, gritos; para los
mansos, ovaciones. Y «¡Victorino, Victorino, Victorino!» Algo increíble.
La corrida iba por la pendiente del fracaso Mayúsculo, porque además no estaba bien
presentada, aunque fuera seria. Se diría, por las apariencias, que cada toro era de su padre y
su madre. Un ganadero escrupuloso, como presume serlo el galapagareño no puede, venir
así a Madrid de saldo. Más la corrida empezaría a arreglarse en el cuarto, que ese: sí fue,
bravo y noble. Atrás quedaban sendas broncas; para Bernadó y Fuentes y una oreja para
Márquez, que había sabido estar decidido y aprovechó medianamente una embestida
aceptable por el derecho. Con ese cuarto Bernadó no llegó ni a medio camino de su propio
arte y se dejó ir el triunfo...
25
Y llegó el quinto; un toro que fue de largo a tres encuentros con el caballo, siempre con
alegría; que acometió con fijeza total; que puso al público en pie a impulsos de su bravura y
su nobleza. Le pegaron a modo, mientras hundía la cabeza bajo el peto, sin abandonarlo
nunca. Y en banderillas se comportó con alegría, si bien se dolió, lo cual hay que apuntar en
la libreta con tinta roja, no sea que se olvide. Ese buen toro, ese toro de bandera -que lo fue
si descontamos ciertos defectillos- le cayó en desgracia a José Fuentes. Lástima me daba
ayer José Fuentes. Hay que ser muy torero, hay que tener una clase extraordinaria para
poder eclipsar semejante calidad de embestida. El victorino embistió docenas y docenas de
veces y Fuentes no se acopló con él nunca, en ningún sitio. En diez minutos de faena,
mientras el toro, una vez y otra, por la derecha y por la izquierda, humillaba, seguía la
muleta con el hocico por los suelos, pasaba, se colocaba y dejaba colocar, volvía a embestir.
Fuentes no acertó jamás a parar, templar y mandar; no consiguió encender, aunque fuera,
fugaz mente, la llamita del arte. Metió el pico -¡a un toro así, qué barbaridad!-, no lo metió,
probó por alto y por bajo ¡nada! Daban ganas de rezar, a ver si el toro, alguna vez, hacía
alguna cosilla fea, para justificar al torero, que cada vez se hundía más en la impotencia y en
el fracaso. "¡Ojalá me embista un toro!" «¡Pobre de ti si te embiste de verdad un toro!» Es
un diálogo clásico en tauromaquia.
El victorino murió con la plaza hecha un delirio, pero la pena es que no tuviera un torero
delante. Y fue, a caer en tablas, muy cerquita de toriles, en contradicción a su bravura. Triste
fin para aquel espectáculo de asombro. Se le dio la vuelta al ruedo entre aclamaciones, la
ovación restallaba ensordecedora, y el público, todo el público torista, no quería más toros,
tercio de varas, la emoción de la lidia. Este fue, al fin el milagro de los victorinos. Pases de
muleta, sí, pero como remate del espectáculo, colofón de todo el argumento que debe tener
siempre una corrida. El sexto también acudía de largo al caballo, a veces renunció, Cárdenas
le picó de maravilla. Hubo brindis de Márquez al ganadero. Muleteó con coraje pero
ahogando la embestida. El toro, desde luego noble, entraba despacio, sin que el espada le
diera margen para tomar claramente la muleta; y los pases resultaban inacabados. También
Márquez, que estuvo en gran lidiador y que le echó garra a su actuación, se dejó escapar un
triunfo resonante.
El ganadero, más bien paleto, se llevó el copo. En las gargantas el grito de «¡Victorino!»,
Mientras lo llevaban a hombros. La afición salía de la plaza enronquecida y con los ojos
haciéndole chiribitas. Verdaderamente esta fiesta, cuando no se la mutila, como hacen casi
siempre, es sencillamente arrebatadora.
18 de mayo de 1976
26
Brindis a la tomadura de pelo
Faena importante fue la de Paquirri al segundo de la tarde. Era un toro manso, condenado
a banderillas negras, que el matador había lidiado muy bien con el capote. Se emplazó en
los medios, frente a toriles, a la espera. Estaba claro que no iba a dejarse dar ni un pase.
Tenía peligro. Con mucho reposo, con enorme aplomo, Paquirri lo llevó al centro del ruedo
y le metía en la muleta. Pases por bajo, medidos, los necesarios. Hubo una colada por el
pitón derecho, una tarascada que habría sido certera al muslo si el matador, que es un atleta,
no lo retira en un súbito movimiento reflejo. No era un toro para naturales ni para florituras.
Pero Paquirri, que el domingo estuvo hecho un torerazo, como nunca en esta plaza,
seguramente quiso acoplarse a los gustos del publiquito dominguero y los muchos isidros
que, codo con codo con los aficionados de siempre, llenaban los tendidos. Para isidros y
público dominguero, si no hay naturales, buenos o malos, no hay faena. Y los dio con
remates variados, de afarolado, molinete o de pecho. Tuvieron mérito pues la embestida era
fuerte y no muy clara, y aguantaba con valor. Por supuesto el toro no se le entregó nunca,
que eso lo hubiera conseguido con otro planteamiento de la faena. Después de la estocada la
ovación estalló cerrada y larga, suficiente para dar la vuelta al ruedo. Paquirri también fue
torero entonces, tuvo la dignidad del que siente su profesión en las entrañas, (la «vergüenza
torera», que llaman), y se limitó a saludar desde el tercio.
En el toro siguiente la harina fue de otro costal. Salió un torillo flaco, poco hecho, aunque
tenía la edad y pitones. Los de la andanada, que habían estado discretos y respetuosos toda
la tarde -incluso con Palomo, que fracasó con su primero-, protestaron. No protestaban a
Palomo, protestaban la falta de trapío y hacían bien, estaban en su derecho, porque si no se
trataba del «perro» habitual años atrás, su presencia desmerecía llamativamente de las serias
corridas que se vienen lidiando en la feria. A Palomo, que aviva sus triunfos con estas
polémicas, le vino de perlas pues el griterío le sacó de la absoluta indiferencia con que se
contemplaba su actuación. Y aún más: tuvo el descaro de brindar al público, pese a la
bronca; los que protestaban debieron sentir que les estaban tomando el pelo. Fue aquello de
«hago, lo que me da la gana». «Los veterinarios y el presidente han dado por buena esa
especie, hay un sector de la plaza que le da lo mismo, gozo de privilegios, pues ¡que le den
morcilla a la oposición, allá ella y sus chillidos!» Es el reducto de esa época del chanchullo
que no acabamos de dejarnos atrás. También hay un bunker taurino, que sigue poniéndose el
mundo por montera, con la culpable anuencia de algunos.
27
Al torillo, que se comportó como borrego se hartó Palomo, de darle impecables
derechazos de rodillas, entre grandes delirios. Del pie ya no hubo tanto delirio, porque la
faena siguió vulgarcita, sin arte, en la que resaltaba, más la postura y el aparente esfuerzo
que la consecución de las suertes, nunca armónica ni de empaque. Y hubo oreja, claro, que
la oposición protestó. Palomo la paseaba, triunfalista y marchoso, en un evidente desafío a
quienes -¡aclarémoslo de una vez!- no tienen partidismo, manía persecutoria contra este
torero, sino afición, y se rebelan contra la injusticia de que para unos todo sean facilidades y
componendas, y para otros peligro y exigencias.
Paquirri estuvo muy torero en el quinto, nada claro. Herrera, que confirmaba la
alternativa, no nos dijo nada; aburrió más bien.
18 de mayo de 1976
28
El público exigetoros
Lo que nos faltaba: ayer le dio a Palomo un arrebato. En pocos años, la fiesta de toros -el
espectáculo taurino, para hablar con propiedad- ha dado zancadas de gigante hacia su
autodestrucción por el ridículo, pero lo de ayer es nuevo. La escena fue lamentable: el quinto toro -
nada más que un torillo, no exageremos- se moría por efecto de una mala estocada. Palomo, que le
había hecho una faena larguísima y anodina en medio de crecientes protestas, porque el público no
toleraba el trapío de aquel animal, componía la figura por delante de la res, en ese desplante
pinturero que ya es clásico entre matadores. Nada se le tenía en cuenta. El fracaso se veía venir.
Toro y torero se hallaban pegados a las tablas del 5, bajo la gritería y el abucheo. Y de súbito, he
aquí que a Palomo le entra lo que pareció ser un arranque de histeria, se golpea el pecho en
arrogante actitud, se abalanza sobre el moribundo animalito, se diría que lo quiere abofetear, abraza
el morrillo, los peones le tiran de la chaquetilla, lo arrancan de allí, Palomo está desencajado, se
aferra a las tablas, pugna por repetir el número, lo sujetan. ¿Y después? A la gente le dio lástima.
Juro que a mí también me dio lástima. Muchos que gritaban, callaron. Muchos que callaban
aplaudían. Descabelló Palomo, se fue al callejón, arrastraron al toro de la protesta. La pena de
muchos se vierte en palmas, que suenan sostenidas, y ocurre lo que sería inaudito si no tuviéramos
ya el ánimo dispuesto a lo más insospechado: he aquí que aparece en la arena Palomo, está sereno,
sonríe, saluda ceremonioso mientras nuevamente se levanta la pita. Consumatum est: la pasión que
en absoluto había podido despertar su toreo, el interés que no alcanzó con su muleta, la emoción
que jamás pudo ofrecer con el torillo desmedrado, todo junto lo consiguió en un minuto, no se sabe
si de desesperación o de carnestolendas.
Desde su terreno, ya nos conocemos los argumentos, aseguran que en Madrid hay
«antipalomismo», y no es cierto. De mí, por ejemplo, puedo decir que no soy antipalomista. Me da
lo mismo. Ocurre que si se ve que un torero, al que llaman figura, es incapaz de rematar los pases y,
por lo tanto, tras cada uno ha de rectificar, se señala el defecto, llámese como se llame el artesano, y
santas pascuas. Y si se ve que en el ruedo no hay un toro, pero lo hacen pasar por tal, se protesta y
no hay más que hablar Aquí empieza y termina toda la historia de las filias y las fobias que quieren
inventar desde el «bunker» taurino para justificar lo que no tiene justificación posible. Ayer hubo
lágrimas, otro día habrá ya ni se sabe qué. Pero toro y toreo, eso es lo que aún falta por ver. Es
decir: que se vea, que se vea.
Cuando los cabestros se llevaron al quinto de la tarde, el público aclamó: «¡Toros, toros, toros!».
No hay duda de lo que se pide, e incluso se exige. Lo que salió, sin embargo, fue otro animal sin
trapío, con menos presencia aún. Y suscitó la protesta, naturalmente. ¿Qué esperaba Palomo?
¿Rosas? ¿La gente es tonta, acaso?
Pero, a todo esto, por allí andaba, agazapado, un señor, serísimo, cabeza de cartel, le tienen por
maestro, para cuya corrida de reaparición tuvieron los veterinarios que revisar 18 toros con el fin de
sacar seis que fueran aceptables, y que no lo fueron. Tan serio señor, le llaman El Viti, máximo
responsable del escándalo, no pudo con lo que le echaron, de donde se deducen graves dudas sobre
su maestría y sobre su ética profesional. De tercer hombre estuvo Ángel Teruel, cuya actuación aún
fue más alarmante: aburrió.
Lo oí en la plaza: próximamente, canonización de Victorino.
19 de mayo de 1976
29
Paquirri, el mejor(en lo que va de feria)
De nuevo una faena importante de Paquirri. Por segunda vez en la feria, este torero, al que
creíamos haber perdido para siempre en el amaneramiento y la vulgaridad, ha protagonizado
lo más emotivo de cuanto han sido capaces de hacer los matadores en lo que llevamos de
isidrada. Su primer toro tuvo alguna nobleza, aunque embestida corta. Lo llevó a los medios
y cuajó dos tandas de derechazos muy mandonas y de temple. Después cometió la
equivocación de derivar hacia el tercio y ahogar la embestida. O quizá lo hizo
intencionadamente. El caso es que en estas circunstancias el toro no iba, y además, se llevó
un achuchón. Mató bien, de buena estocada en la cruz.
El otro fue el más serio de la corrida, el de mayor presencia, el único que de verdad se
comportó con la viveza que debe tener el ganado bravo. Salió manso y muy difícil. Peones
fuera, Paquirri se encaró con él y lo lidió. El animal huía despavorido del caballo y toda la
labor, muy ardua labor, de ponerlo en suerte la llevó a cabo Paquirri con serenidad y
eficacia. Condenado el manso a banderillas negras, el tercio fue una angustia, pues estaba a
la defensiva y apretaba para los adentros.
Toro sin picar, aires de marrajo; bajo estos supuestos empezó el trasteo. Hubo ayudados de
castigo. Y enseguida, la muleta a la izquierda. La acometida fortísima la aguantó Paquirri
una vez y otra, en varias tandas. En un derechazo sufrió una colada peligrosísima.
Nuevamente al natural, fue trazando pases hasta que consiguió que el toro le metiera la
cabeza con franquía y cierto temple. Hubo un adorno, un molinete de rodillas, un desplante.
La faena había sido de gran emoción y el público estaba en pie, vibraba hasta los límites del
delirio. Como el espadazo final quedó bajo sólo pudo haber una oreja, pero el público le
obligó a dar dos triunfales vueltas al ruedo, mientras en algunos sectores le aclamaban
«¡torero, torero!». Con la corrida embalada bien que en sus postrimerías, Manzanares supo
exhibir algunos detalles de finura en el sexto: los trincherazos, dos pases de pecho, unos
derechazos largos y suaves. En puridad, podría decirse que el toreo (entendido como
dominio) lo hizo Paquirri, y la exquisitez, Manzanares, aunque éste no siempre: el toro,
gordinflón, embestía como borrego, y si unas veces le mandaba, otras sólo le acompañaba el
viaje. Tuvo un buen éxito.
30
Eso fueron las reses de Méndez: ejemplares excesivamente atacados de carnes, con
predominio del manso, iban a menos en la muleta. De cabeza, comodísimos; algunos se
pasaban hasta la exageración de brochos, astigordos y romos. Varias de esas cabezas no eran
reglamentarias, no debieron pasar el reconocimiento. Los de menos presencia le
correspondieron a Paco Camino, ya es casualidad, la figura máxima del cartel. El gran
triunfador del año pasado ha venido ahora con toda la categoría comercial que se quiera,
pues manda y exige, pero sin la dignidad que debiera exigirse a un mandón del toreo. El
público, o parte del público, estaba dispuesto a tolerarle esto, como le toleraba el pico, y a
magnificar cualquier lance y cualquier pase, pues hay un caminismo cierto, como existen un
vitismo y un victorinismo a ultranza. Pero la realidad es cruda: el primer toro era un borrego
que se asfixiaba el otro y acabó andarín, para apagarse enseguida, y Camino se apagó a su
vez en cuanto midió las dificultades.
Otro toro asfixiado resultó ser el tercero, roncaba como en un estertor, y apenas tenía dos
pases, que Manzanares le dio, con no mucha imaginación. Toda la corrida, excepto el
mencionado quinto, era una masa de carne. Si es para estofado, vale la carne de toro. Para
poco más.
20 de mayo de 1976
31
Esta vez el ataque fue de risa
Antes de saltar al ruedo el cuarto de la tarde, se exhibió la tablilla del peso, que ponía ¡610
kilos! Quien mandó escribir semejante cosa seguramente lo hizo para poner los pelos de
punta al personal, que pensó aparecería el diplodocus. Pero lo que salió por el chiquero fue
un animalote feo, que de seis cientos kilos nada, más se acercaba por apariencia a los 510
que decía el programa oficial, y con unos cuernecillos chiquititos vueltos hacia adentro que
era una delicia verlo.
Y al personal no se le pusieron los pelos de punta sino que se hartó de reír. Esta vez el
ataque no fue en el ruedo y de histeria, sino en el tendido y de risa. Y en plena risa, salió a
lucirse ese torero al que, según dicen, tanta rabia tiene la gente en Madrid. La verdad es que
se lució mucho. Primero, las cosas por su orden, se lució el toro, que derribó y sus
cuernecillos hacia dentro se quedaron un rato enganchados en el peto. El torero, en su turno,
dio unos mantazos brillantísimos, que la fiera le correspondió con geniecillo. Le debía tener
manía. En el primero todo fue al revés por la parte del animal: menos chicha y mucha
cabeza, y desde luego ningún genio. Hubo faena. Vimos unos derechazos corridos, con lo
que se quiere significar que empezaban muy bien y al terminar el maestro tenía que correr
un poco para recuperar el terreno que se dejaba ganar por el enemigo. Y unos naturales
airosos, con lo que se quiere significar que la tela, venteada con brusco ademán, levantaba
aire. Vimos también un sartenazo en los inocentes lomos de la fiera. Y vimos, finalmente,
¡oh, inefable candor presidencial!, el pañuelo blanco que regalaba la oreja.
Los aficionados como el bunker manda, es decir, los que lo aplauden todo y si no les gusta
a callar, palmoteaban muy contentos durante la vuelta al ruedo, y si no se les oía mucho es
porque había pocos. La masa, en cambio, se diría que verde de envidia, pitaba y pitaba. Y es
que no sé donde vamos a llegar. Pero todo se descubre y el fondo de la cuestión es que la
crítica, maldita sea, orquesta estas actitudes. Por envidia, naturalmente. ¡De gorrazos les
daba yo!
Pero la manía y la envidia no se quedó ahí, se extendió a los otros dos espadas: cada vez
les aplaudían menos. Julio Robles intentaba torear a dos pelmas y no se oían más que
palmitas. Paco Alcalde tiraba de trapo frente a dos borregos, y ni eso. Pero éste tiene excusa,
pues no debía estar repuesto de la emoción producida un rato antes con sus pares de
banderillas. ¡Qué dos tercios de banderillas nos dio, Dios mío! ¿Corrió? En mi vida he visto
correr tanto, excepto cuando el que corre es Paquirri. Propongo que Alcalde y Paquirri se
echen una carrera, a ver qué pasa. La salida sería en la puerta de cuadrillas y la llegada en el
burladero de capotes. Al ganador, dos orejas. Y que se fastidien los enemigos de la fiesta,
esos que están muertos de envidia; tanto, que cuando sale al ruedo el toro ideal, como eran
los de ayer, tan lila cuanto haga falta, se ponen a dar palmas de tango o les entra la risa.
21 de mayo de 1976
32
ElVitiuna caricatura desí mismo
Veinticuatro toros, cuatro corridas enteras, han tenido que reconocer la autoridad y veterinarios
para encontrar la que podía ser apta para la tarde de ayer, en la que no había otro torero de
exigencias que El Viti. De manera que El Viti se llevó la responsabilidad de este escándalo, del
ridículo de que una pretendida figura del toreo y su exclusivista intenten dar gato por liebre a todos
unos señores técnicos en la materia y a la autoridad gubernativa. Pero uno no acaba de comprender
el fundamento de tales exigencias. Parecería que la gran figura es un cheque a la vista, la piedra
filosofal, el ombligo, del mundillo taurino. Y ocurre que a la hora de la verdad no es capaz de llenar
la plaza. Ayer hubo mucho menos publico que en las seis corridas anteriores. Lo cual supone el
ridículo mayor de todos, y tendría sus consecuencias si no fuese por en el montaje empresarial, de
este espectáculo no hay otra lógica que lo que interese hacer a unos cuantos.
Bueno al fin salieron los murteiras, que resultaron tres y tres en cuanto a trapío. Con los tres más
hechos, mejor presentados, quien supo estar torero, echarle garra a su actuación, jugársela, fue Ruiz
Miguel, lo cual no es noticia. Ruiz Miguel es un jabato que puede con lo que le echen. Su primero,
el de más trapío de cuantos salieron, el único que tuvo el nervio propio de un toro, probaba las
embestidas y se quedaba en el centro de la suerte, pero el gaditano le metió en la muleta y el animal
acabó por entregársele. No hubo arte y si me apuran tampoco hubo temple, pero al diablo se vaya
todo si para ver temple y arte es forzoso que salga el borrego. Tiene más mérito, mayor emoción y
es más espectáculo someter a un toro de casta que hacerle exquisiteces a ese otro género por el que
se pelean las figuras. Dos borregos tuvo El Viti. El primero se le fue apagando como una llamita y
acabó en nada. No admitía un pase, parecía un moribundo. El otro caminaba como un cochinillo
detrás de los engaños y entonces fue cuando apareció El Viti de las grandes solemnidades para
trazar muletazos largos y hondos y dibujar unos pases de pecho purísimos, una verdadera filigrana.
Y eso vimos, pero junto a lo bueno, muchos tropezones en la muleta también, bastantes banderazos,
y una versión de la estocada, que era un horror. ¿Quiere creerse sin embargo, que a cada pinchazo
feísimo -cegaba al toro con la muleta en lugar de obligarle a humillar, se echaba fuera-, parte del
público ovacionaba como si hubiera presenciado el volapié de Rafael Ortega? Y es triste. Un
matador que sabe hacer el toreo como El Viti, y podemos decirlo porque lo demostró en tiempos, es
ahora la amarga caricatura de sí mismo, se ha amanerado su técnica, ha perdido aquella concepción
del dominio que le permitía construir unas faenas armónicas y acabadas. Y sigue, está claro, sin
querer toros que embistan; prefiere los borregos que topan, intenta colárselos a la autoridad y a la
afición en base a unos privilegios. Dos toros sosos le correspondieron a Manzanares y encima los
aburrió más aún. Citaba con la muleta retrasada, y de esa forma no puede haber toreo. Una vez, en
el tercero, adelantó la mano, se enrabietó, y salió una excelente tanda de derechazos. Ruiz Miguel,
en el quinto, otro borrego, tampoco pudo hacer nada y bordeó el ridículo. La gente estaba hasta la
coronilla de todo aquello y el bostezo se mezclaba con los gritos destemplados. Uno voceó: «¡Eso te
pasa por juntarte con quien no debes!». Y será verdad. Pero, ¿qué ocurriría con este y tantos toreros
que tienen valor y oficio si se salieran del monopolio para hacer la guerra por su cuenta?
22 de mayo de 1976
33
Decepcionó el Niño de la Capea
El público estuvo injusto con Paquirri. Le correspondieron dos toros verdaderamente
difíciles, desarrollaban sentido, e hizo lo que se podía. Nadie negará que bregó con ellos en
el primer tercio y que con la muleta probó, porfió, intentó el toreo. Paquirri aguantó
tarascadas y coladas, se jugó el tipo con serenidad, no recurrió a gestos teatrales para que el
panorama pareciera aún más negro de lo que estaba. La pita con que se le despidió no tiene
sentido, pues ha cumplido sus tres actuaciones en la feria con enorme dignidad. Ha sabido
estar en torero y a él se debe gran parte de lo mejor de cuanto hemos visto en las nueve
tardes que llevamos de isidrada. La única explicación posible a esta actitud del público es
que el sábado era «nuevo en la plaza», o por lo menos nuevo en la feria.
Algo así debía de ocurrir porque, por primera vez en muchos días, se pitaba gratuitamente
a los picadores, aplaudían cuando los espadas pidieron precipitadamente el cambio de
tercio, abroncaban al Niño de la Capea porque su toro tuvo un fuerte derrame después de
una estocada arriba.
En estas condiciones todo el rito de la corrida, todo el interés de la lidia, son difíciles de
cumplir. Y por otra parte, a los toreros les es posible alcanzar el triunfo fácil si saben jugar
con la sensibilidad de los espectadores. Este es el caso de Galán, un maestro en el arte de
conectar con el tendido a base de gestos y francas sonrisas. Le salieron dos toros para
complacerse con el toreo más exquisito y les dio docenas de pases rápidos, de costadillo y
con el pico. La oposición le cantó las verdades y esto frenó bastante el éxito que se veía
venir.
El Niño de la Capea tuvo también dos enemigos perfectamente aprovechables y se los
dejó ir de mala manera. El geniecillo del tercero le asustó y se lo quitó de en medio. Al
sexto, que tenía nobleza por el derecho -por el izquierdo se revolvía- le dio derechazos con
un abuso de pico tal que ni los menos iniciados en estos matices podían pasar por alto. Para
mí, lo del Niño de la Capea ayer, fue un fracaso. Decepcionó su presentación en la feria.
El público protestó la presencia del cuarto. Se oyeron gritos de «¡afeitado!». Quizá no lo
estuviera. Pero ese toro y los seis tenían uno o ambos pitones excesivamente cornicortos,
astigordos y romos, más que ninguno el segundo. Y en consecuencia no eran
reglamentarios. Quedará a salvo el honor del ganadero, damos por cierto que nadie
manipuló las defensas con intención de mermarlas, pero si estas no son íntegras, de ninguna
forma pueden admitirse, aunque se sepa que el propio toro se autoafeitó a causa de
picazones o accidentes. Las características de las astas es algo que debiera mirarse con lupa
en el reconocimiento, para que no pueda haber suspicacias ni malos entendidos.
23 de mayo de 1976
34
Porprimera vez se abrió la puerta grande
Posiblemente ayer vimos la corrida cumbre de la feria. El público salió de la plaza
satisfechísimo y hubo momentos en el festejo que se desarrollaron en medio de una
auténtica apoteosis. Camino y Teruel tuvieron una tarde triunfal. Cortaron entre los dos seis
orejas, que no es ninguna tontería. Suman tantas como se han otorgado en los diez festejos
anteriores. El delirio se produjo en los toro, segundo y quinto, y el entusiasmo, el ambiente
de fiesta mayor, incluso el triunfalismo desatado, se mantuvieron durante todo el festejo. No
hubo más que una sombra, el nubarrón que siempre se forma, en la andanada 8 cuando falta
el toro o parte del toro. A mucha gente se le llevaban los demonios al oír las manifestaciones
detonantes de la contestación, y la increpaba, pero los tonos de protesta seguían y seguían,
no sé si en un intento de colocar las cosas en su sitio, en la medida justa, o como un toque,
bien que sonoro, a los registros de afición que pudieran quedar en la plaza. Porque, la
sombra de la andanada del 8, si no gustó o si parecía inoportuna, tuvo razón de ser. El cuarto
de la tarde no era toro, le faltaban fuerza, trapío y pitones. El quinto llegó al último tercio
con dos picotazos porque no resistía las varas. El segundo -y varios más- era excesivamente
cornicorto para pasarlo sin una protesta.
Pero, al fin, el vendaval del entusiasmo echó fuera el nubarrón y el sol del triunfo pudo
lucir con todo su brillo en una tarde que será inolvidable para cuantos la vivieron. Valía todo
y por valer se dieron como buenos las seis toros de don Baltasar, los cuales, aunque en
verdad resultaron mansos, para la muleta embistieron de maravilla. Difícil, va a ser que
salga una corrida tan insistentemente noble, tan repetidamente pastueña.
Camino y Teruel la entendieron y la aprovecharon a placer. De todo cuanto hicieron, que
fue mucho y de calidad, yo me quedaría con la cadencia que Camino supo imprimir a sus
derechazos y naturales en el segundo de la tarde. Se emborrachó de toreo y emborrachó al
gentío, que se le entregó sin reservas. El secreto fue que supo ligar, sin esfuerzo, sólo al
Conjuro, del temple y del mando. Este fue el revés de Teruel, que ligaba poco, quizá más
pendiente de la postura que del toreo, aunque su faena al quinto resultó extraordinaria de
construcción, perfecta en cuanto a conjunto, no tanto pase a pase, alguno de los cuales no le
salía limpio por no atemperar el movimiento del engaño con el ritmo de la embestida.
Ayer se vio torear en todos, los toros, incluso por parte de Sebastián Cortés, que le hizo al
de la confirmación de alternativa una faena ajustada, en la que intercaló pases de pecho
impecables, los mejores que se instrumentaron a lo largo del festejo. Pero sobre todas las
cosas, ahí está para el recuerdo el dibujo de unos derechazos de Paco Camino y sobre todo
tres ayudados por bajo a dos manos, esencia pura de la tauromaquia de siempre, y que
arrebata, hoy como antes, o quizá más, por que se hace muy cara de ver.
35
Añadiré, fuera ya del arrollador ambiente triunfal, que si días atrás hemos hecho notar que
varios toreros utilizaban sin demasiado fundamento el recurso del pico, ayer lo hicieron
también en ocasiones Camino y Teruel, lo cual no se justificaba en absoluto. Siento de
verdad que sea así. Como siento que el toro más cornalón y el más hecho y más vivo de la
corrida le fuera a corresponder a Cortés, que era precisamente el espada de menos cartel. Se
repiten demasiado estas casualidades. El sexto fue el único que derribó, lo hizo dos veces,
embistió con genio, y cuando ya llevaba encima, cuatro pinchazos, estaba más entero que
sus cinco hermanos de raza al salir del toril. Cortés, que le planteó la faena en las cercanías
de toriles, no pudo con él, aunque aguantó la acometida violenta y cuando el toro se le
quedaba porfió con valentía. Su actuación tuvo mérito, y la gente lo agradeció,
despidiéndole con una ovación. Pero los triunfadores, ya queda dicho, fueron otros, se los
llevaron en hombros por la puerta grande; era la primera vez, después de once corridas, que
se abría aquel portón para rubricar una tarde de apoteosis.
25 de mayo de 1976
36
Paula y el presidente se cargaron la corrida
La llamada «corrida del arte», que transcurría interesantísma, se rompió por la
desconsiderada actitud de Rafael de Paula y una decisión presidencial que será polémica.
Fue en el cuarto de la tarde, un toro de trapío, espléndidamente armado, serio. Salió manso y
Paula no lo quiso ni ver. Ni un capotazo le dio, no se acercó jamás a menos de veinte
metros, andaba por el ruedo como si en lugar de director de lidia fuese el puntillero.
Naturalmente, el toro se hizo el amo, porreteaba, embestía a oleadas. En una de ellas derribó
y cuando huía del caballo, se le cruzó el picador, que acababa de incorporarse de su caída, y
le arrolló. La gente estaba indignada. En aquel momento tomó el mando de la lidia quien
menos estaba llamado a hacerlo, el tercer espada, Roberto Domínguez. Demostró ser el más
torero de la terna del arte. El público gritaba «¡fuera, fuera!», auténticamente soliviantado
contra la intolerable inhibición de Paula. Y he aquí que ante la sorpresa general el
presidente, sacó el pañuelo verde.
Se armó un escándalo mayúsculo, cayeron a la arena almohadillas y botes de cerveza,
porque nadie, absolutamente nadie, a excepción del matador en sus jaculatorias, había
pedido que cambiaran al manso. Sencillamente, el señor Corominas, el gran presidente de
tantas tardes, se equivocó de a medio y literalmente se cargó la corrida. El sobrero del Jaral,
también resultó manso en varas y nuevamente asistimos a la inhibición de Paula, quien se
colocaba allí donde creía que no habría el menor riesgo. Pero no le salió bien porque en una
ocasión el manso escapó por donde menos se esperaba y le arrolló. Cuando el artista se
incorporaba, la tez no tenía color.
El jaral fue pastueño para la muleta, tanto, que el artista de muchos romances le quiso
hacer faena. Dio unos derechazos y un ayudado soberbios, pero el resto fue repetirse, cada
vez peor, se aliviaba con el pico. Pases por todos los terrenos, sin temple, monótono. La
postura aflamencada, que en otras tierras levantará clamores, aquí no le valió para tapar su
escasísimo fundamento torero.
El quinto, hermoso ejemplar, también se devolvió al corral por una dudosa cojera. Otro
sobrero del Jaral, era inválido y el público se lo tomó a chufla. El sexto, de presencia
impresionante, se quedó sin recorrido y tampoco admitía faena.
La Corrida acabó así mal y a las tantas. Pero hasta aquel cuarto toro, si salvamos un
trasteo a la defensiva de Paula en el primero, el festejo marchaba por cauces
interesantísimos. En el segundo los tres espadas compitieron en quites, por verónicas del
delantal. Era el mejor de la corrida y Manzanares lo aprovechó en una faena exquisita. No la
redondeó, aunque la calidad de la res lo admitía, pues tuvo altibajos, faltó armonía y
ligazón; y le faltó también, al torero convicción para centrarse en los naturales y en
ocasiones arranque para suprimir la ventajilla del pico. Sin embargo consiguió derechazos
de sensación, prendía el animal en la muleta y lo llevaba en un recorrido largo y suave, hasta
el remate que consumaba con precisión y mando.
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El tercero se vino abajo en la muleta. Domínguez, construyó la faena en el tercio. Quizá
debió llevarle al centro del ruedo y en todo caso no plantear el cite tan de cerca, como hizo,
pues ahogaba la embestida. Pero estuvo valiente, sacó muletazos impecables. Sobre todo
estuvo torero. Y no sólo en ese toro: siempre permaneció en la plaza con sitio y
responsabilidad, pendiente de la lidia, cuya dirección tomó cuando quien tenía la obligación
de ejercerla perdió los papeles y se dejó ganar por el miedo y la desvergüenza.
Los dos solos, Manzanares y Domínguez, sin los escándalos que provocaron Paula y la
inexplicable decisión presidencial, habrían podido ofrecer una gran tarde de toros.
25 de mayo de 1976
38
La corrida fue una Paliza
Los tres espadas de ayer figuran en el escalafón a medio camino entre las figuras y los
modestos. Dos de ellos ya están de retorno: han disfrutado de puestos más o menos
privilegiados, se han beneficiado del minitoro que dominó la década de los años sesenta,
han copado fechas y ferias. Se trata de Dámaso González y Miguel Márquez. El tercero,
Roberto Domínguez, está en plena escalada, pugna por alcanzar un sitio entre los mandones
del toreo. Mucho me temo que, según les tratan, se van a quedar donde están si no es que
caen en el montón de los olvidados. Ayer, esa empresa que un día antes les echó a las figuras
seis bombones recortaditos «ad majorem gloriam», encerró a los tres diestros de la «zona
media» con seis toros con toda la barba de aspecto, pero que en realidad era un espejismo
pues se comportaron como seis burros, tan burros, que no puede haberlos peores en toda la
burrería peninsular. Llevaban el hierro de Palha, que los aguanta en Villafranca da Xira
hasta que llega una empresa como la de Madrid y, se los cuela de matute.
Todo lo que puede hacer un manso en un ruedo, desde escarbar hasta negarse a embestir
en redondo, pasando por los berridos (yo los llamaría rebuznos), los brincos, las coces, las
huidas a tablas, eso hicieron los palhas, ante la desesperación del público, que se aburrió
como nunca en la feria, y de los toreros, que no tenían la menor ocasión de lucirse.
Digo mal, porque hubo dos palhas, el segundo y el cuarto, que se pudieron torear. Lo
cierto es que ni me acordaría de lo que sucedió en tan propicias ocasiones si no fuera porque
tengo las notas a mano. Cuando hay que mirar las notas para refrescar la memoria -es una
experiencia infalible- malo: en realidad no había nada que mereciese la pena. Y es cierto: las
notas hablan de docenas de derechazos y naturales, rápidos y con el pico. Y de que uno de
los toreros, Miguel Márquez, no paró de darlos hasta que el toro no admitió más. Y que ya
sin embestida el toro, lo citó ¡cuatro veces! a recibir, suerte que naturalmente no pudo
consumar ni en sueños, porque sólo puede matarse recibiendo a los toros que son prontos,
menos a los tardos y jamás a los marmolillos. Con estas cosas de la mansedumbre, los
primeros tercios resultaron movidos, como es lógico, y ya que los maestros fueron
incapaces de recurrir a su ciencia, que se les supone, quienes les suplieron, y en verdad que
con auténtica maestría, fueron los subalternos. Chicorro, y Solanito dieron toda una lección
de toreo. Si algún mando hubo en él ruedo ese mando fue el suyo. Si hubo lidia esa lidia fue
la que ellos esta tarde acertaron a ejecutar. La pena es que no hay premio de oreja para los
subalternos, porque la hubieran ganado, como ganaron y sudaron el sueldo.
Hubo un toro, el que abrió plaza, que parecía burriciego. Iba de largo, de corto no. Se vio
en banderillas y se vio en la muleta cuando Márquez le daba mucha distancia y embestía
alegre para quedarse al llegar a jurisdicción. O no era burriciego y le paraba la
mansedumbre. ¿Qué más da ahora? Ya no tiene remedio: con él empezó una corrida paliza a
la que no se veía el fin.
26 de mayo de 1976
39
La humildad de un presidente
El segundo de la tarde se protestó, como casi todos, y el presidente ordenó su devolución
al corral. Lo hizo con el pañuelo azul, que es el que se utiliza para premiar con vuelta al
ruedo a las reses. Un pintoresco contrasentido. Algunos, que están en todo, pitaron el error,
y el presidente, que se dio cuenta, exhibió el pañuelo verdadero, el verde, se levantó, cruzó
las manos en actitud de súplica, y pidió perdón públicamente y repetidas veces. Fue un
hermoso gesto, creo que sin precedentes en esta plaza. Cuando alguien sabe pedir perdón
por sus errores empieza, a tener toda la razón, y si es en el ejercicio de su autoridad, la
refuerza. Por eso opino que quienes gritaron varias veces en el transcurso de la corrida, «¡no
hay autoridad!», estaban equivocados. Sí hay autoridad. Se demostró en la feria de 1975 y
se está demostrando en la actual. La autoridad está echando atrás corridas enteras, incluso
por triplicado, en busca de la seriedad que el reglamento exige y la afición reclama. Luego,
es cierto, saltan a la arena algunos toros que no tienen trapío. Por ejemplo, los de ayer no lo
tenía casi ninguno. Pero hay que considerar, asimismo, a cuántas presiones deben estar
sometidos estos hombres, cuya responsabilidad, se sabe también, no guarda de ningún modo
proporción con las remuneraciones que perciben por su tarea de presidentes.
Quizá la cuestión esté en cambiar de una vez las estructuras de la fiesta, que permanecen
ancladas en los tiempos de Guerrita, y al paso, hacer una limpia general de tanto
desahogado como anda por ahí, de tanto desaprensivo, de tanto traficante, de tanto
desvergonzado, de tanto enemigo de la fiesta, que le está pegando una puñalada trapera
todos los días, porque, curiosamente, llenarla de inmundicias favorece sus intereses.
La afición protesta y la respuesta desde el «bunker» taurino es insultar a la afición. La
crítica analiza, se echa adelante, denuncia, y la respuesta desde el «bunker» taurino es
insultar a la crítica. Jamás hubo en este espectáculo tan malos modos, peor estilo. Y lo que
ocurre en realidad es que los cuarenta años de meter a la fiesta por la pendiente del
triunfalismo y el abuso están pasando, o han pasado ya, y las nuevas generaciones quieren
luz, verdad, trapos limpios, lo cual produce, está comprobado, una grosera reacción de
violencia en los reductos más afectados.
40
Esta tarde o mañana veremos a tres esforzados bregando de duro con una corrida de una
vez y no les va a valer de nada. El «bunker» es un coto cerrado donde no se admiten nuevos
socios, porque el reparto ya está hecho. Es hora de decirlo: los toros menos serios, menos
pujantes, peor armados, han sido en esta feria para Camino y El Viti, a quienes llevan en
exclusiva poderosas empresas Chopera y Balañá, y no olvidemos a Palomo. Y la gente se da
cuenta. Un día se verá ganada por el brillo de una faena, pero al siguiente no habrá fuerza
humana que le tape los ojos. Así ocurrió ayer. El lote del Viti era una pena. Uno se lo
echaron para atrás y al otro lo mantuvieron en el ruedo contra viento y marea, y a este le
toreó contra viento y marea también, le hizo una faena pulcra y larga, de esas que otras
veces alcanzaban a acallar las protestas. Pero las protestas se fueron arriba, porque el toro no
era toro: era una borrega. El sobrero que le correspondió sí tenía trapío, era astifino, y ahí
pudo alcanzar un triunfo, al menos, en las dos series de derechazos que dio, pero no pudo
convencer sencillamente porque, codilleaba. Paula también tuvo toritos para hacer faenas y
se puso a pegar pases sin fin. No creó arte, sino destajo. Alcalde siguió sin interesar.
El disgusto que todo esto produjo, principalmente la condición de los toros, lo pagó ayer
en gran medida el palco. E insisto en que no es justo. Aquí, donde tantas veces hemos
criticado, en pura objetividad, fallos técnicos de la presidencia, incluso de bulto, abogamos
porque se aligeren las cargas excesivas que echan sobre sus espaldas. Quien pueda -y quien
deba- que limpie la trastienda.
27 de mayo de 1976
41
¡Justicia para los modestos!
Al final de la corrida, una conmoción recorrió los tendidos. Pienso que todos teníamos un
nudo en la garganta. El toro, que ya había sido aclamado por su trapío al saltar a la arena, se
resistía a morir de la estocada, su casta le aferraba a la vida, pugnaba por embestir. Antonio
Rojas, que ya tenía ganado el triunfo, permanecía arrogante, junto a aquella cabeza de
exposición, dos guadañas aceradas, que había sabido salvar en 30 pases de escalofrío. Entre
la ovación restallante, surgió entonces de los magníficos aficionados de la andanada del 8 el
clamor que ponía en lo alto la bandera de la verdad de esta fiesta y magnificaba el triunfo
del torero: «¡Eso es un toro, eso es un toro!». Al instante, toda la plaza, ¡toda!, repetía el
grito: «¡Eso es un toro, eso es un toro!».Tres matadores modestos, tres matadores que no
tienen ni oportunidad de vestirse de luces, le echaron ayer el valor de salir al ruedo de Las
Ventas a ponerse delante de una corrida de toros muy seria, tanto como se ha venido
pidiendo; una de esas corridas de toros que, según dicen los del «bunker», no existe; una
corrida de toros que ni por casualidad remota ha pasado por los corrales de la plaza en esos
desfiles de reses a docenas que intentan trampear las figuras para sorprender la buena fe de
aficionados, veterinarios y autoridad.
Y le echaron también la vergüenza torera de no amilanarse, de crecerse ante el peligro, de
ofrecerlo todo en aras de la profesión que han elegido, aunque de ella no hayan visto más
que aristas, injusticias y a lo mejor ni un duro. Porque la corrida, hemos de insistir, salió
muy seria, pero también difícil. Ninguno de los toros, ésta es la paradoja que a su vez pone
al descubierto la burla que se ha venido produciendo tantos días en la feria, era grande. Es
más: la mayor parte de las reses que se han protestado en tantas tardes echadas a figuras,
tenían mayor peso que éstos. El que abrió plaza pesaba 100 kilos menos que casi todos los
bohórquez del escándalo.
La diferencia estaba en que mientras los cobaledas fueron por dentro y por fuera toros de
lidia, los bohórquez y tantos otros daban la imagen de animales de granja, buenos para el
estofado, y a lo mejor para el derechazo exquisito, pero para nada más. Porque torear no es
dar derechazos a lo bobo. No se ha inventado el toro para acoplarlo a la muleta, sino que la
muleta se ha inventado para dominar al toro. Y para eso sirvió ayer. Los seis ejemplares
desarrollaron sentido y, por lo tanto, no valían para tirar de ellos con mimo en series
interminables de pases, sino que exigían reflejos, el muleteo preciso, no perderles jamás la
cara. Precisamente por esta razón, El Puno sufrió dos cogidas. En la primera no hubo
consecuencias. La segunda se produjo cuando ya llevaba muy avanzada la faena. Había
conseguido pases estimables ante un toro claro que metía la cabeza con nobleza y que
incluso fue bravo en varas. Pero cometió el error de cruzarse confiado, metido en su terreno.
Y el sentido del animal, que no admitía bromas, le atrapó y le dio un volteretón de
escalofrío.
42
Hubo lucha, porque la lidia también es lucha. Y la emoción se mantuvo toda la tarde a un
nivel altísimo, pues cuanto sucedió en el ruedo tenía importancia. La tuvieron, por ejemplo,
los dos trasteos de Dámaso Gómez frente a dos marrajos aquerenciados -curiosamente en la
puerta de arrastre ambos-, que no admitían no ya una floritura, sino ni siquiera acercarse. La
tuvieron los dos pares de banderillas de Curro Álvarez al primero, que estaba a la espera,
derrotaba, defendía su terreno junto a tablas, y supo entrar en él, cuadrar en la cara como
jamás han hecho ni harán esos matadores metidos a banderilleros que todos conocemos, y
salir limpiamente de la suerte. La tuvieron las dos faenas de Antonio Rojas, tanto al tercero,
que se colaba por el derecho y le volteó, como al noble sexto, en el que tras algunas dudas
se centró en varias series de derechazos, intercaló pases de pecho, auténticos y terminó con
unos trincherazos que dejaron a la fiera sometida.
La corrida de ayer fue la más importante de la feria, sin ninguna duda, y toda ella un grito
contra la brutal injusticia que se está cometiendo con la inmensa mayoría de los matadores
de toros en activo.
Gómez, El Puno y Antonio Rojas, tres valientes que apenas tienen oportunidad de vestirse
de luces, expusieron el argumento de su valentía para reclamar el puesto que les
corresponde en su profesión, y que está por encima de los cursis, de los tramposos y de los
ventajistas que comen a dos carrillos en el banquete de los altos honorarios y las facilidades
todas.
Pero aún hubo más en la corrida de ayer. Se presentó Juan Moura, un rejoneador
portugués, un crío, que es un torerazo. Su actuación resultó completísima. Su toreo a
caballo, el temple con que ejecutó las suertes, el conocimiento de los terrenos, hacen de él
uno de los más importantes caballistas que hayan llegado a esta plaza en los últimos años.
También intervino el rejoneador Moreno Silva, que cumplió.
28 de mayo de 1976
43
Fracaso rotundo de Niño de la Capea y Alcalde
Un torero puede estar bien o mal. Hasta puede esta rematadamente mal. Lo que no, puede, es
hacer el ridículo, mas aún si presume de figura. Niño de la Capea y Paco Alcalde llevan ya unas
temporadas presumiendo de figuras. De aquél se llegó a decir, incluso, que iba para torero de época.
La afición no acababa de creer, pues si con el borrego prodigaba derechazos naturales y el pase de
las flores faltaba que lo demostrara con un toro. De Alcalde nunca se dijo que se tratara,
precisamente, de un maestro, pero tenía fama de fenómeno, sobre todo con las banderillas. Esto la
afición no lo creyó jamás. Ayer salieron toros. No fueron las fiestas terroríficas del día anterior. Se
podían torear, admitían el natural y el derechazo. Los hubo suavísimos, los hubo incómodos, los
hubo prontos y los hubo tardos. Hasta un borrego salió. En fin: lo normal en una corrida de toros de
buena mayoría, exhibieron casta. Y ahí, en la casta fue donde naufragaron las figuras. El naufragio
desembocó en el ridículo. Como lidiadores, no existieron. En los lances, escurrían el bulto.
Incapaces se vieron de domeñar las embestidas, de aguantarlas, de mandar, siquiera fuese un
poquito, en los muletazos.
Buen toro era el segundo. El público lo aclamaba por su bravura en el tercio de varas, pero se
apresuró, a pedir cambio de tercio el Niño de la Capea; un detalle de nula afición y poca vista
porque no se acabó de ver lo que el animal llevaba dentro y además quedó demasiado entero para
las escasísimas posibilidades que tenía su matador. La faena fue fugacísima: dos dobladas, dos
derechazos en los que la casta del toro, que es noble, se "come" al torero. Una voltereta. Muchos
nervios. Dos naturales sin mandar. Macheteo y... ¡a por él! El quinto valía por el pitón izquierdo,
pero el Niño de la Capea se embarulló por ese lado y también se desconfió enseguida, quizá Porque
le iba con la cara alta. Cualquier profesional habría sabido bajársela. ¿Qué le faltaba al toro? ¡Un
torero! Los modestos del día anterior, por ejemplo, que a estos pablorromeros se los hubieran jalado
con patatas.
Lo mismo les faltó al tercero y al sexto. Por la cara le anduvo Alcalde al tercero, sin atreverse a
darle un pase. Al sexto, que se comportó como borrego, le dio varios derechazos con el pico, unos
limpitos y los más no. Ambas reses, por añadidura, fueron las de menos trapío de la corrida.
Extraños sorteos se hacen en la plaza de las Ventas.
Dámaso González, que ya no presume de figura, es un torero vulgarcito -siempre lo fue- pero,
honesto y trabajador. Al noble primero le dio muchos derechazos malos. El cuarto era reservón y
podríamos justificar que no se confiara. Además, si los fenómenos, las figuras y los toreros época
son incapaces de darle un pase aun toro de casta, ¿qué va a hacer un honesto trabajador? El ridículo
del Niño de la Capea, y de Alcalde llegó a ser total. Desde la andanada les toreaban «¡figuritas de
papel!» Más hay una pregunta que hacer ¿de qué clase de papel? Bueno, poco importa ya. Está visto
lo que dan de sí, y los despidieron a almohadillazos. Lo cual no será ningún obstáculo ¡faltaría
más!, para que esta temporada toreen cien corridas y para que el año próximo vuelvan a San Isidro
en el mismo plan de figuras. Por algo pertenecen a las poderosas organizaciones Chopera y Camará,
que con Balañá y la propia empresa de Madrid son quienes mandan aquí, y no se hable más.
29 de mayo de 1976
LITERATURA TAURINA (Volumen 1 - 1976) Joaquín Vidal
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  • 3. 3 Sánchez Puerto, todo un torero La actuación de Sánchez Puerto fue prometedora e interesante desde la primera verónica. Dio unos lances impecables, con media superior, y luego, en la brega, supo llevar al novillo con los capotazos justos, midiendo muy bien distancias y terrenos. Con la muleta, al segundo de la tarde, que era noble, le hizo una faena tan eficaz como variada, atemperada siempre a las condiciones de la res. Quizás le sobró encimismo. Sánchez Puerto toreó el domingo a ese novillo ahogándole la embestida, pero ése debe ser defecto heredado de tanta y tanta figura (de tanto figurón, diría más bien) que no sabe torear, porque lo que en realidad hace es robarle pases al toro. Es un defecto fácilmente corregible, mientras que lo difícil del oficio, por ejemplo el reposo -cabeza fría y corazón caliente-, el temple, eso demostró tenerlo de sobra Sánchez Puerto. Dio naturales, derechazos y pases de pecho finísimos y nos deleitó con unos ayudados a una y dos manos que eran más propios de un matador de toros consumado. Concluida la faena en el momento preciso en que el novillo le pidió la muerte, cobró una estocada magnífica, porque hizo muy bien la suerte, bajó la mano del engaño y cruzó con limpieza. Pero aún más torero se mostró Sánchez Puerto en el quinto, que resultó difícil. Se dobló bien por bajo, mas aquellos muletazos no resolvieron nada. Quedó planteado el eterno problema de la lidia: quién manda en el ruedo. En toreo no hay mando compartido: o manda el toro o manda el torero. La faena fue emocionante precisamente por esto, porque hubo lucha de poder a poder. El novillo, que tenía trapío, probaba las embestidas metía la cabeza sin fijeza, no se entregaba jamás. Sánchez Puerto le citaba por ambos pitones, en distintos terrenos, no le perdía nunca la cara. Sin precipitaciones, con verdadero aplomo, le fue acorralando hasta que, ya en el centro del ruedo, consiguió un muletazo fundamental, un ayudado en el que se lió a su enemigo a la cintura, allí le quebrantó y allí se le entregó. En ese momento el que mandaba en la plaza era el torero y en ese momento justo vino la estocada, que esta vez quedó atravesada. Lo de Sánchez Puerto el domingo fue desplegar la teoría del toreo, para asombro de quienes esperábamos ver, a lo sumo algún detalle remotamente prometedor. Cuajará o no cuajará en figura este espada, pero es evidente que el toreo lo lleva en la cabeza. Sus compañeros, Fernando Domínguez y Manuel Pardo, estuvieron al nivel de lo que hoy se lleva. No les faltó voluntad, por supuesto. Domínguez se dejó ir el mejor lote, a base de torear despegado y con el pico. Pardo no pudo con el genio y los problemas de sus enemigos, que en conjunto resultaron los más difíciles, lo cual es perfectamente lógico en un novillero que empieza. Las reses de Jiménez Pasquau, que infundían respeto, tenían esa chispa propia del toro, que, presta emoción al espectáculo y mide la valía real de los lidiadores. 4 de mayo de 1976
  • 4. 4 Curro Romero y CurroVázquez, mano a mano El próximo día 23 habrá un cartel "sonado" en Madrid: los dos Curros, Curro Romero y Curro Vázquez, toreros con arte si los hay, saldrán mano a mano en Vista Alegre, dentro de una pequeña feria que se organiza en aquel coso. Los aficionados van a tener difícil la elección de corrida ese día, porque en Las Ventas, donde para entonces se estará celebrando, y de lleno, la Feria de San Isidro, hay otro cartel de artistas, en el que figuran nada menos que Rafael de Paula, José Mari Manzanares y Roberto Domínguez. Aunque siempre hay público para todo, y gente en Madrid para llenar ambos cosos y más si hubiere, pues entre ambos aforan poco más de las treinta mil localidades, los aficionados "en activo" no son tantos y es seguro que no quisieran perderse ninguno. En un principio la empresa carabanchelera había montado el acontecimiento para el día 16, fecha en la que están anunciados, en Las Ventas, Palomo, Paquirri, y Jorge Herrera. Ignoramos las causas últimas por las que se ha pasado el festejo al día 23, pero se barrunta que los mentores de los espadas que iban a participar ese día en la isidrada habrán respirado tranquilos, porque no se va a notar tanto el poco tirón. 5 de mayo de 1976
  • 5. 5 Sólo veintematadores detorospuedenvivirdesuprofesión La fiesta de los toros se está moviendo en un duro terreno de injusticia social. Los toreros, literalmente, se mueren de hambre. Y si no se mueren de hambre es porque se dedican a actividades extrataurinas. Los más no pueden ni torear. La inmensa mayoría, aunque toree, no gana lo suficiente para vivir. Los millones se los llevan muy pocos. Y aun de los que ganan millones, el mejor situado no alcanza más que una mínima parte de los saneadísimos beneficios que a algunas empresas les reporta este espectáculo. Un espectáculo que, por otra parte, es caro, se considera un lujo. Se basa en el dominio de una fiera, lo que se hace con evidente riesgo. De manera que la situación es clara: unos profesionales del toreo se juegan la vida para diversión del público y enriquecimiento de determinadas empresas. El dato es escandaloso: de 140 matadores de toros que por lo menos torearon una corrida en la temporada de 1975, sólo 26 alcanzaron una cifra de actuaciones equivalente o superior a 20 actuaciones. Se considera que el mínimo imprescindible que necesita torear un diestro para ganar dinero que simplemente le permita vivir (y mal) son 20 actuaciones. El cálculo lo basan suponiendo que el espada cobra por actuación 125.000 pesetas lo cual es mucho suponer, ya que esta cifra no se paga en todas partes y, por supuesto, casi nunca en plazas que no sean de primera categoría. De las 125.000 pesetas, el matador ha de descontar gastos de cuadrilla, con lo que suponga de dietas, y los cuyos propios, vestidos y utensilios de torear, transportes, atenciones diversas, desde entradas a propinas, etcétera. Entonces, suponiendo que todos esos gastos no hayan sido excesivos, una corrida por otra le dará una media beneficios de 20.000 pesetas. Que multiplicadas por 20 actuaciones arrojan un total de 400.000 pesetas, cifra esta que los más optimistas piensan podría bastar para vivir (mal) todo el año a una persona sola o con poca familia. Luego, en definitiva, si apuramos mucho, aún serán menos de 26 los toreros que realmente pueden vivir de lo que es su profesión, principalmente si consideramos que de todos ellos sólo hubo 10 que llegaron a actuar por lo menos 10 veces en plazas de primera categoría. Este estado de cosas es consecuencia directa de la situación de monopolio empresarial en que se desarrolla el espectáculo e, incluso a otro nivel, pero en parecidas proporciones podría decirse que ocurre algo similar con los empresarios modestos. Las casas Chopera, Balañá y Nueva Plaza de Toros de Madrid, S. A., manejan el mercado taurino en España, establecen acuerdos para eliminar las mutuas competencias, se intercambian toreros a los que apoderan directa o indirectamente, se defienden de cuanto de alguna forma pueda rozar la integridad de sus intereses, como este año ha ocurrido con la unión de ganaderos para elevar los precios de las corridas de toros, etcétera. Ante esta altísima barrera no parece que quepa otra solución que responder de la misma forma: únicamente la unión de los toreros conseguiría que se dignificara su profesión en todos los sentidos, y por supuesto el de las remuneraciones. Un espada que llega a tomar la alternativa debe de tener garantizadas todas las oportunidades que sean precisas para que su profesión le produzca medios de subsistencia. En otro caso habrá que regular las condiciones mínimas para que un torero pueda alcanzar la máxima categoría de matador de toros. 6 de mayo de 1976
  • 6. 6 No habrá corridas enlosalrededoresdeMadrid Hay un cierto desánimo en las empresas de plazas cercanas a Madrid. No se deciden a dar festejos. La plaza de Alcalá, donde parecía que el propósito era ofrecer corridas de toros todas las semanas, cerrará sus puertas desde el sábado hasta el 15 de agosto, fecha en que empieza la feria que, eso sí, va a ser gigantesca, puesto que se van a dar, la friolera de catorce espectáculos consecutivos. Por su parte, la plaza de San Sebastián de los Reyes ni siquiera las abre. Sólo lo hará una vez, el 12 de junio, fecha en que actuarán las mujeres toreras, y volverá a cerrar hasta la feria de agosto. Vista Alegre, en cambio, seguirá con novilladas y una pequeña feria. Es decir, que el panorama taurino en los alrededores de Madrid se presenta bastante pintoresco: en meses tan propicios como son los de mayo, junio julio y primera mitad de agosto pasarán todas o casi todas las fechas en blanco, y en la segunda mitad de agosto, en cambio, vendrá el atracón, porque van a coincidir corridas de toros en todas las plazas al celebrarse las ferias de Alcalá de Henares, San Sebastián de los Reyes y Colmenar Viejo. O sea, que el aficionado va a estar tres meses sin tener donde ir, si exceptuamos los festejos que se organicen en Madrid, y luego quince días sin saber qué elegir. La política taurina es así. Se hace cualquier cosa menos fomentar la afición y ni siquiera se cuida la clientela fija, la que aún queda. La empresa de San Sebastián de los Reyes se justifica, sin duda con toda la razón del mundo, -argumentando que la organización de una novillada le supone una pérdida de unos cuarenta mil duros, cifra de Alcalá- aduce que la feria de San Isidro, las corridas benéficas que se organizan en las Ventas en junio y julio y finalmente los veraneos, aconsejan abstenerse de dar corridas. Y todo ello será cierto pero hay otras posibilidades a estudiar y acaso la mejor sea ir atemperando la mentalidad empresarial taurina, que está detenida en los tiempos de Bombita, a los nuevos modos de vida y a las reales exigencias de la afición. Está claro que ya no se aguanta aquello de ver a tres figuras con seis gatos y el atractivo de la fiesta vuelve a estar en el trapío y la casta del toro, lo cual no se ve en las plazas de cercanías. Está claro también -los mismos empresarios lo dicen- que el habitante de la capital suele preferir el campo al tendido en los Fines de semana. Entonces la solución puede ser -es una sugerencia- trasladar la celebración de corridas a los viernes, en muchas partes último día de la semana laboral, e incluso fijar su comienzo para una hora avanzada de la tarde. Y ofrecer toros, toros de verdad, los toros de la emoción, que por sí solos constituyen espectáculo, para que los públicos vibren y no se pasen la tarde pegando bostezos, que es lo que ahora ocurre. No sería justo silenciar la buena labor que está haciendo la empresa de Vista Alegre, la cual está dando a aquella plaza lo que le ha faltado durante años, que es, ambiente. Con la continuidad en la celebración de novilladas se está ganando una clientela, y si sigue así pronto podrá nivelar sus presupuestos, porque el público está respondiendo. Según nuestras noticias, en lo que va de temporada lleva perdido cerca de un millón de pesetas, que puede ser una inversión rentable si consigue restituir para la plaza la gran popularidad que tuvo hace años. 6 de mayo de 1976
  • 7. 7 La cornada una herida con especiales complicaciones Los próximos días 10, 11 y 12 de junio se celebra en Madrid el II Congreso Internacional de Cirugía Taurina. El primero tuvo lugar en Méjico el año 1974. Lo preside el doctor don Máximo García de la Torre, que es jefe de la enfermería de la plaza de toros de las Ventas y director del Sanatorio de Toreros. Se presentarán numerosas comunicaciones y hay anunciado un programa científico preliminar sobre heridas vasculares y heridas penetrantes en cavidades, estas últimas terna crucial en los procesos producidos por cornadas. Desde el año 1975, mes en concreto desde la cornada que le costó vida a Manolete está planteada la asociación de cirujanos taurinos con vista a un intercambio de experiencias. Recuérdese que aquellas tragedias, más aún todo el proceso que desembocó en el fallecimiento del famoso diestro, levantó grandes polémicas. Fue entonces cuando el famoso doctor don Luis Jiménez Guinea intentó crear la asociación e incluso se constituyó una junta, que pronto quedaría en nada. Posteriormente, el doctor García de la Torre y el doctor Campos Licastro, jefe de la enfermería de la Monumental de Méjico, intercambiaron impresiones, remodelaron la primitiva idea y de ella surgió el I Congreso Internacional de Cirugía Taurina, celebrado en Méjico. Es curioso que de este congreso haya sido de donde ha partido la necesidad de creación de asociaciones nacionales de la especialidad que en lo que representa a España ya está constituida y hace dos meses celebró su primera asamblea general. En realidad, el impulso definitivo del congreso lo dio la necesidad de aportar experiencias por parte de españoles y mejicanos a los cirujanos de las plazas sudamericanas, quienes no parecen estar muy preparados para tratar las heridas producidas por asta de toro. Se limitan a practicar una primera cura para de inmediato remitir al paciente a un centro asistencial. Y naturalmente la función del cirujano taurino debe ser otra. Lo más importante para salvar la vida del torero es, por supuesto, que la enfermería se encuentre suficientemente dotada y en la plaza. -Es fundamental- nos dice el doctor García de la Torre—que podamos intervenir cinco minutos, a lo sumo, después de producido el accidente. Luego, por supuesto, no hay que limitarse a la cura, sino que debe hacerse el acto quirúrgico completo. La herida por asta de toro tiene unas características graves y complicadas: —De un lado está la trayectoria que sigue el pitón; de otro, su forma. Un navajazo, pongo por caso —explica el doctor— ofrece unos cortes de planos claros y continuos. En la cornada, en cambio, nunca sucede así. Como el toro, tras clavar el pitón, zarandea, los orificios en piel, aponeurosis, músculo y en su caso peritoneo, siempre se encuentran en distinto plano. Añadimos a esto que el cuerno no es recto sino curvo a veces en forma de gancho y no rara vez astillado. La consecuencia son grandes destrozos.
  • 8. 8 Don Máximo García de la Torre añade que el orificio en la piel, en contra de lo que pudiera parecer, es pequeño, inferior a la superficie de una moneda. —Por muy astifino que sea el toro, su punta es roma, y entonces no punza la piel, sino que la rompe por presión. Los bordes de aquélla se necrosan. —Un tema debatido: ¿es más grave la herida que produce el toro afeitado? —Desde luego que sí. Cierto que la res afeitada coge menos, no calcula las distancias, sufre un trauma que le resta acometividad. Pero cuando llega a pegar la cornada ésta es muy grande. Porque la punta es más roma y porque el cuerno, que fue acortado, es proporcionalmente más grueso. El toro que mató a Manolete estaba afeitado. 7 de mayo de 1976
  • 9. 9 Como siemprelo más cómodoparalasfiguras Se está bien al sol de mayo en la Venta del Batán. Lo mayorales fuman un pitillo y hacen tertulia sentados en la hierba. Cuatro corridas esperan su hora en San Isidro. Cinco de la tarde, ha llegado de Salamanca el camión que trae lo de Juan Mari. Sólo la voz de Paco Parejo, el mayoral de la plaza de las Ventas: « ¡Venga el primero!». Un chasquido, la puerta de guillotina arriba, arañan las pezuñas del primer toro que va a ser desembarcado. Es un colorao, gordo y basto, astigordo, un toro cualquiera. Toda la corrida de Juan Mari Pérez Tabernero es una corrida cualquiera nada bonita, aunque va a dar el peso y la edad, y reglamento en mano tendrá pocos reparos. Habría que ponérselos a algunos pitones quizá, precisamente por astigordos, pero de eso vimos y veremos más en el Batán. A la carrera, el cabestro va reuniendo en una corraleta, toro a toro, al lote completo, que anda revuelto porque la restallante claridad después del viaje y la oscuridad del cajón, es un contraste excesivo. Pasan primero por delante de los «apé», que esos sí tienen envergadura. De las cuatro y con la de Juan Mari cinco corridas que llegaron al Batán como primicia, la de Antonio Pérez es la más grande. Se anotan dos ejemplares largos, de buen esqueleto, con leña arriba. Estos toros abrirán la feria y su presencia (de lo que lleven dentro ya se dirá) va a confiar a los aficionados. Pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones: en la corraleta de al lado caminan los de Benítez Cubero, cuya variedad de capas —dos coloraos, dos berrendos, dos negros— no va a tapar su falta de trapío. Están en la línea del toro comercial, corto y gordito, cabeza discreta y poca cara. Los han traído para la reaparición de Viti en Madrid (parece mentira, un señor tan serio) y para la compañía, que ese día, martes 18, serán Palomo y Ángel Teruel. También estaban en el Batán los de Hernández Plá, que forman un conjunto bonito, en la línea pura Santa Coloma; hay tres cárdenos, línea fina. ¿Podría decirse que es una corrida con personalidad? Lo que ocurre es que viene muy justa de tipo recogida de cabeza y quizá vaya a tener problemas en el reconocimiento. Hay dos que bajan bastante, están anovillados. El ganadero, que con su familia constituía la única visita ayer en el Batán, nos dijo que al embarcar la corrida un toro hirió a otro en el brazuelo, una cornada grande, y tuvieron que sustituirlo a última hora, precisamente con el que más desentonaba. Hay gran ilusión en la casa por el juego que puedan dar sus reses en la corrida del día de San Isidro (las lidiarán Fuentes, Manolo Cortés y Julio Robles), pues va a ser su debut en la feria. Sesteando, los seis ejemplares de Salvador Domecq, que los anuncia con el nombre «El Torero». Aunque son cornalones, la mayor parte también astifinos, y en líneas generales bonitos, tampoco pasan de la consabida línea comercial; es decir, que son cortos y no les sobra seriedad. Naturalmente este ganado no lo han traído para modestos, sino para Palomo, Robles y Paco Alcalde. En suma, que estamos como siempre: lo de más presencia para los de menos cartel, lo cómodo para los que pasan por figuras. Pero hay solución: los veterinarios y la autoridad deben actuar en cumplimiento de su deber, estoy seguro de que lo harán así, y corregir este desequilibrio. Si llegara a pasar alguna de las miniaturas que hemos visto en la Venta, es que la plaza de Madrid y la feria de San Isidro son un coladero. Y no hay tal cosa como ya se demostró el año pasado, en que aficionados, veterinarios y autoridad, supieron estar. 8 de mayo de 1976
  • 10. 10 Galán cantaba ópera Ayer se lidiaron en Alcalá de Henares seis torillos de Martínez Benavides, flojos y sospechosamente romos. Ángel Teruel, oreja en cada uno; Antonio José Galán, dos orejas y saludos; Niño de la Capea, oreja en ambos. Esos que salieron, ayer en Alcalá son figuras del toreo, de manera que arreglados estamos. Tuvieron para lucirse unos animalitos que de presencia nada, y de agresividad tampoco, aunque embestían muy bien, y no fueron capaces más que de trabajar y trabajar, como si el toreo se tratara de semejante cosa. Yo haría una excepción con Ángel Teruel, aunque más bien nos aburrió, porque este espada apunta calidad y se nota. Una suavidad en la ejecución de las suertes, un sentido de la colocación y una cierta enjundia en la ejecución de los pases, indican que sí, que ahí tenemos un torero. Por su parte, Galán toreó a gritos. Un espectador dijo que cantaba ópera. Les dio cientos de pases a los borregos. También el Niño de la Capea, que coloca la mano en la cadera, como si se la pegara allí, y se pone a fabricar pases. 9 de mayo de 1976
  • 11. 11 Una cuadrilla con valory afición Eliseo Capilla, Paco Honrubia y Félix Guillén tuvieron, una espléndida actuación, que el público correspondió con grandes ovaciones. Lo que el domingo pudo verse en el segundo de la tarde es exactamente lo que debería verse todos los días y en todos los toros. Porque el espectáculo taurino es eso: un toro fiero en el ruedo, un matador que no se aflige ante las dificultades, una cuadrilla que está en su sitio y sabe cumplir su obligación. Y de ahí para arriba, si también hay arte, y nunca para abajo, por que ya no hay lidia si falta alguno de aquellos requisitos. Ese segundo toro, nada más que terciado, pero serio, resultó blando en varas, manseó, escarbaba, se puso berreón. A banderillas llegó desarrollando sentido, pero se encontró con tres subalternos que conocen su oficio y dispuestos a superar los problemas con valor y sentido de la responsabilidad. Guillén ponía al toro en suerte. Capilla y Honrubia encontraron terreno donde no parecía haberlo. El «regalito» de Charco Blanco, aunque estuvo a la defensiva y tiraba tarascadas, se vio desbordado y herido con tres pares arriba. Se los pusieron limpiamente. Capilla y Honrubia le iban de frente, despacio, cuadraban en la cara y salían de la suerte andando; dejaban al toro atónito, clavado en la arena. Esto favoreció la faena de Fabra, quien tuvo la gentileza de brindársela, a sus magníficos subalternos. Aun así, la fiera constituía un problema pues probaba las embestidas y acometía sin fijeza. La cuestión era aguantar y mandar, y en definitiva jugarse el tipo. Fabra lo hizo así. Se centró en tres tandas de derechazos aceptables y en dos con la izquierda, la primera de las cuales, buena de veras, obligó al toro a humillar y a seguir todo el recorrido, un largo recorrido, de la muleta. Los pases de pecho fueron ligados y auténticos. Con el toro ya entregado, se adomó. No hubo exquisiteces, pero sí la emoción del toreo, lo cual es más importante. Vibró el público, por supuesto, como no puede hacerlo, ni lo hará nunca, cuando se destapan esencias o se fabrican pases, pero no hay lidia porque por el toril salen unos borregos que nada tienen que lidiar. Ejemplo inmediato, el sábado en Alcalá. Toda la corrida resultó dura y seria. El resto no tenía un pase. Benjumea, nada más salir en su reaparición, vio centellear ante el ojo el gañafán terrible que parecía un rayo, y se tiró de cabeza al callejón. Con la muleta tuvo que hacer otro tanto. Le pudo el genio y el sentido del toro. El cuarto, por flojo, acabó inútil para el toreo. Frascuelo, que hizo quites, puso tres pares de banderillas fáciles y dio cuatro largas de rodillas; hubo de terminar aliñando, sin embargo, pues sus toros, poco picados, le medían las embestidas con ganas de coger. Fabra castigó al quinto en busca de la igualada, después de sufrir una colada escalofriante. Así salió, como se esperaba, lo de Charco Blanco: reses con trapío, que se pasaron la tarde escarbando, berreando, tirando tarascadas; se quitaban el palo, acometían a oleadas, sobre seguro, a veces al bulto. Toros muy difíciles, a los que sólo puede domeñar una cuadrilla con afición, valor y oficio, como la de Fabra, jefe incluido. 11 de mayo de 1976
  • 12. 12 Salvo excepciones,nada importante El eje de la feria, en realidad de la fiesta toda, es el toro. He aquí el capítulo importante que va a concitar en todo el ciclo de San Isidro que ahora comienza las más vivas polémicas. En el informe que presentamos, escueto y lo más objetivo que nos ha sido posible, damos cuenta del comportamiento que tuvieron en la edición de 1975 de la feria, reses cuyas ganaderías están anunciadas para la presente. Podrá apreciarse que en general aquél no ha sido tenido en cuenta o, por lo menos, no ha valido el juicio que sobre el mismo se hicieron los aficionados. Sigue mandando lo que llaman «comercial», el acomodo de las organizaciones que mandan en este espectáculo. Como es obvio, nos hemos abstenido de hacer todo comentario respecto a las ganaderías que no estuvieron presentes en la feria del año pasado. Antonio Pérez. Torean esta corrida, el día 14, Dámaso González, Galán y Antonio Guerra. En la feria de 1975 salió bien presentada en general, resultó mansa y en el último tercio dio desigual juego. Otro toro de esta ganadería se lidió como sobrero al día siguiente, manseó mucho y resultó toreable. Un debut Hernández Pla. Debuta en la feria. La torean Fuentes, Cortés y Robles el día 15. Juan Mari Pérez Tabernero. Día 16, para Palomo, Paquirri y Jorge Herrera. El 14 de mayo de 1975 se lidió una corrida de esta ganadería y resultó un fracaso total. Salió mansa; más aún: aborregada. Por esta razón, no se recuerda tarde más aburrida de la feria que aquélla. El día 17 salió otro toro de esta ganadería como sobrero, y sobre no tener trapío acusó flojedad. Victorino Martín. Día 17, para Bernadó, Fuentes y Márquez. En la feria de 1975 se lidió el 11 de mayo. Estuvo muy bien presentado y dio emoción, con ella importancia, a cuanto sucedía en el ruedo. Otra realidad es que la corrida salió mansa y tuvo dos toros difíciles dos excelentes y dos simplemente manejables. Destacó el tercero, «Jaquetón», que tomó de lejos y con alegría cuatro varas, aunque en dos de ellas empezó renunciando y escarbó. Desarrolló gran nobleza en el último tercio y murió de pie, si bien muy cerca de tablas. Benitez Cubero. Día 18, para El Viti, Palomo y Teruel. No había sido anunciada en la edición 1975 y se jugó el 20 de mayo en sustitución de la de Manuel González, rechazada en el reconocimiento. Sólo se lidiaron cinco, pues uno fue devuelto al corral por chico y derrengado. En general ésa fue la tónica de la corrida, por otra parte muy desigual de presentación y manejable.
  • 13. 13 Antonio Méndez. Día 19, para Camino, Paquirri y Manzanares. En la feria de 1975 fue anunciada dos veces, aunque a la postre en ambas ocasiones hubo de ser remendada. La tarde del 16 de mayo se protestaron casi todas las reses por sus escasas fuerza y presencia. El quinto, cojo, se le sustituyó por otro toro de la misma ganadería En la muleta dieron muchas facilidades. El día 23 sustituyó a los de Atanasio Fernández, que habían sido rechazados en el reconocimiento. Pero, también en reconocimiento, se rechazaron dos productos de Méndez y en la plaza serían devueltos al corral otros dos, por derrengados, de manera que, en realidad, sólo se lidiaron dos, que encima fueron escasos de trapío y mansos. El Torero (Salvador Domecq). Día 20, para Palomo, Robles y Alcalde. En la feria de 1975 sólo lidió un toro, el 22 de mayo, muy bien presentado, manso y difícil para la muleta. Una corrida rechazada Atanasio Fernández. El día 21, para El Viti, Ruiz Miguel y Manzanares. Toda la corrida que estaba anunciada para el 23 de mayo de 1975 fue rechazada por no ser reglamentaria. Alonso Moreno. El día 22, para Paquirri, Galán y Capea. En la feria de 1975 lidió dos corridas. La del día 24 -que sustituía a la de Osborne, rechazada en reconocimiento- tuvo mucho que torear presentó desigualdades en los distintos tercios. Predominaron, sin embargo, los que tuvieron nobleza. Al día siguiente volvieron a lidiarse toros de este hierro, según estaba anunciado. Los pitones dieron que hablar. A dos se les devolvió al corral, uno de ellos por cornicorto, otro por renqueante. Acusaron flojedad. La Laguna. Día 23, para Paula, Manzanares y Domínguez. Fue la corrida mejor presentada de la feria en 1975. Hubo algún ejemplar verdaderamente impresionante de trapío. Uno se devolvió al corral por cojo, pero casi todos tuvieron poder y derribaron con estrépito. En el último tercio dieron juego variado: los hubo con problemas y otros nobles. Baltasar Ibán. Día 24, para Camino, Teruel y Sebastián Cortés. Con dos toros de esta ganadería se remendó la corrida de Los Guateles (la misma cosa, en el fondo) anunciada para el 22 de mayo de 1975. Mansearon ambos. Palha. Día 25, para Dámaso González, Márquez y Domínguez. Anunciada para el 26 de mayo de 1975, tres fueron rechazados en el reconocimiento. De los lidiados, hubo uno bien presentado y los restantes escasos de trapío. Mansearon en varas y para la muleta dieron juego. Bohórquez. Día 26, para El Viti, Paula y Alcalde. La corrida del. 17 de mayo de 1975 fue, por causa de la falta de trapío e invalidez de las reses, uno de los mayores escándalos que se recuerdan en la plaza de Madrid.
  • 14. 14 Luciano Cobaleda. Día 27, para Dámaso Gómez, El Puno y Rojas. En 1975 sólo lidió en la feria un sobrero. Fue la tarde del 13 de mayo. Salió un precioso cárdeno que suscitó ovaciones por su presencia y, muy bien lidiado, tuvo en varas un comportamiento espectacular. En realidad resultó manso y desarrolló sentido. Pablo Romero. Día 28, para Dámaso González, Niño de la Capea y Alcalde. Se lidiaron el 27 de mayo de 1975. Bien presentados, como es habitual, resultaron flojos y toreables, como también es habitual. A uno se le devolvió al corral por cojo. Miura. Día 29, para Dámaso Gómez, Teruel y Ruiz Miguel. No lidió toros en la feria de 1975. 14 de mayo de 1976
  • 15. 15 La autoridad tiene la palabra El eje de la feria va a estar en los toros, que son el elemento fundamental de la fiesta. Su presencia y su comportamiento darán la medida de las posibilidades de los diestros, de quienes no cabe dudar que van a tener el mejor ánimo para salir triunfadores en sus respectivos compromisos, pues no en vano San Isidro y la plaza de Madrid, mal que les pese a muchos, marcan la pauta de toda la temporada. El público, de otro lado, va a tener también parte destacada en el desarrollo de la feria. No debe olvidarse que es en sí mismo componente del espectáculo por cuanto no sólo subraya éxitos y fracasos, sino que sanciona el resultado final de cada actuación. Quizá no fuera ocioso, en este momento, y teniendo muy en cuenta cuanto ocurrió en la edición del año anterior, pedir serenidad a los más exaltados, ecuanimidad en todo caso. La fiesta de toros no puede ser nunca un hecho arbitrario en ningún sentido, pues se traicionaría su propia naturaleza. Como no es, tampoco, un fenómeno social que da tono, ni un suceso salvaje donde impere la dureza y la sangre. Precisamente por eso y por la responsabilidad que el público asume al quedar de su dependencia la sanción final de la lidia, su actitud ante los acontecimientos de todo tipo que van a producirse en la feria debe ser equilibrada. Pero si alguien tiene una responsabilidad máxima es la presidencia. El presidente de la corrida es, ya se sabe, la autoridad máxima, y no exclusivamente en cuestiones de orden público. Por definición es árbitro, dirige la marcha de la lidia, refrenda los resultados que el público aclama y dirime en caso de división de opiniones. Y aún más, porque participa en las tareas previas de reconocimiento de las reses, siempre ostentando la autoridad, que ejerce sin apelación cuando hay criterios encontrados entre los profesionales veterinarios, de tal manera que si una corrida se da por válida en el reconocimiento, es porque el presidente la tiene por reglamentaria. Mas si hubo equivocación, si algún defecto físico del toro no fue advertido en el reconocimiento y se advierte cuando salta a la arena, la autoridad aún tiene opción a corregir el error y puede devolver la res al corral. Sabemos que la disposición de los cinco presidentes -acaso seis- que van a distribuirse la dirección de todo el ciclo, no tienen otro objetivo que cumplir y hacer cumplir el reglamento. Si no fuera así, por cualquier causa, si produciría un error grave e incomprensible, pues no quedan tan lejanas las consecuencias que pudieron obtenerse de la feria última, que en su gran mayoría estuvo jalonada por los escándalos. Estos son los funcionarios del Cuerpo General de Policía que van a turnarse en la presidencia: señores Corominas, comisario-jefe de Ventas; García Valiño, comisario-jefe de Chamartín; Mantecón, jefe del servicio de Intérpretes de la Dirección General de Seguridad; Gómez, jefe del negociado de Armas de la Jefatura Superior de Policía, y Mínguez, de la Brigada Social. Es probable que también se incluya en el equipo al señor Portolés. Todos ellos tienen la palabra. 14 de mayo de 1976
  • 16. 16 En la isidrada,veinticuatro matadores y ninguna novedad Diecisiete corridas de toros y dos novilladas componen la feria de San Isidro. Por lo que se refiere a los festejos mayores, tomarán parte veinticuatro toreros, de ellos nueve con tres actuaciones, ocho con dos y siete con una. Hay una alternativa, la de Antonio Guerra, precisamente en la primera corrida de la feria, y dos confirmaciones, que serán las de Sebastián Cortés y Jorge Herrera. Para una mejor información de nuestros lectores hemos preparado un informe, escueto y absolutamente objetivo, en el que se contienen los datos referidos a número de actuaciones que cada espada tuvo durante la temporada 1975, con especificación de la categoría de la plaza donde se llevaron a cabo; ganaderías que toreó y su resultado artístico en la feria de San Isidro del mismo año y fechas de actuación en esta edición de 1976, con expresión asimismo de la procedencia de las reses que va a lidiar. El primero de estos datos seguramente resultará revelador. No cabe duda que la categoría del torero la otorga el público, por lo que es fundamental saber en qué plazas se sometió a su juicio. Y la realidad es que sólo nueve de los toreros que participan en la feria actuaron durante 1975 más de diez veces en cosos de primera categoría. El de mayor número fue Paco Alcalde, con 18 tardes, seguido del Niño de la Capea y Angel Teruel, con 16, y de: Bernadó -absurdamente considerado modesto- con 14. Informe Este es el informe sobre todos los espadas de la feria, ordenados cronológicamente, en principio, por las fechas en que van a torear: Dámaso González. Actuaciones en la presente feria: día 14 (toros de Antonio Térez), 25 (Palha) y 28 (Pablo Romero). Actuaciones en 1975: 59 13 en plazas de 1.ª categoría, 31 de 2.ª y 15 de 3.1). En la feria de San Isidro de 1975: toreó dos tardes. El 24 de mayo, reses de Juan Mari Pérez Tabernero, escuchó palmas en un toro y tuvo vuelta con protestas en otro. También el 16, con ganado de Antonio Méndez (aplausos y silencio). Antonio José Galán. Actuaciones: Día 14 (Antonio Pérez), 22 (Alonso Moreno) y 3.0 (corrida. concurso). En 1975: 65 actuaciones (12 en plazas de 1ª, 28 de 2.ª y 25 de 3.ª). Feria 1975: toreó tres tardes. Día 16 (Antonio Méndez), división de opiniones y protestas. Día 25 (Alonso Moreno), tuvo que lidiar cuatro reses por cogida de Ruiz Miguel, con quien toreaba mano a mano: división, silencio, pitos y cogido también, de pronóstico reservado. Día 28, oreja en un toro del conde de la Corte y silencio en otro, de Baltasar Ibán. Antonio Guerra. Torea sólo el día 14 (Antonio Pérez). Confirmará la alternativa.
  • 17. 17 José Fuentes. Actuaciones: Día 15 (Hernández Plá) y 17 (Victorino Martín). En 1975: 31 actuaciones (4 en plazas de 1 a, 12 de 2 a y 15 de 11). Feria 1975: Toreó dos tardes El día 15 (Murteira Grave), aviso y pitos; el 28 (conde de la Corte), bronca y vuelta al ruedo. Ejecutó una soberbia estocada. Manolo Cortés. Actuaciones sólo el día 15 (Hernández Plá). En 1975: 22 actuaciones (9 en plazas de 1.ª 7 de 2.ª y 6 de 3.ª) Feria. 1975: toreó dos tardes. El 14 de mayo (Juan Mari Pérez), silencio en su lote. El 16 (Antonio Méndez), división de opiniones y silencio. Julio Robles. Actuaciones: Día 15 (Hernández Plá) y 20 (El Torero). En 1975: 35 actuaciones (6 en plazas de 1.ª, 19 de, 2.ª y 10 de 3.ª). Feria 1975: toreó dos tardes. Día 18 (Antonio Pérez), petición de oreja y vuelta en ambos toros. El 19, aplausos en un toro de Martín Berrocal y silencio en otro de Tassara. Ejecutó excelentes verónicas y . en un quite tuvo que corresponder a las ovaciones montera en mano. Sustituciones Sebastián Palomo. Actuaciones: Día 16 (Juan Mari), 18 (Benítez Cubero) y 20 (El Torero). En 1975: 56 actuaciones (11 en plazas de 1.ª, 24 de 2.ª y 21 de 3.ª). Feria 1975: Toreó tres tardes. Día 20 (Benítez Cubero), división de opiniones en su lote. Día 23, silencio y bronca, respectivamente, en sendos toros de Antonio Méndez e insistente petición y vuelta en otro del Pizarral. Día 28, división de opiniones en un toro del conde de la Corte y oreja protestadísima en otro de Manolo González. Fueron numerosas las sustituciones de ganaderías los días en que este torero figuraba en cartel. Paquirri. Actuaciones: Día 16 (Juan Mari), 19 (Antonio Méndez) y 22 (Alonso Moreno). En 1975: 68 actuaciones (12 en plazas de 1.ª, 38 de 2.ª y 18 de 3.ª). Feria 1975: Toreó tres tardes. Día 20 (Benítez-Cubero), silencio y aplausos. Día 23, aplausos en un toro de Carmen Ordóñez, pitos en uno de Antonio Méndez y silencio en otro de El Pizarral. Día 24 (Alonso Moreno), oreja protestada y silencio. Jorge Herrera. Sólo torea el día 16 (reses de Juan Mari Pérez) y confirmará la alternativa. No actuó en la feria de 1975. Ese año se vistió de luces 31 tardes (5 en plazas de 1.ª, 11 de 2.ª y 15 de 3.ª). Joaquín Bernadó. Actúa sólo el día 17, con toros de Victorino. En 1975 sumó 30 tardes (14 en plazas de 1.ª, 8 de 2.ª y 8 de 3.ª). No intervino en la feria. Miguel Márquez. Actuaciones: Día 17 (Victorino) y 25 (Palha). En 1975: 43 actuaciones (6 en plazas de 1.ª, 12 de 2.ª y 25 de 3.ª). Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 11 (Victorino), petición y vuelta en un toro -que lidió magistralmente- y vuelta en el otro. Día 13, hizo una gran lidia a un toro de Luciano Cobaleda -pese a lo cual escuchó protestas al finalizar la faena de muleta- y dio una vuelta al ruedo protestada en un toro de Tassara.
  • 18. 18 Reaparación El Viti. Actuaciones: Día 18 Fernández) y 26 (Fermín Bohórquez). Permaneció retirado durante la temporada 1975. Angel Teruel. Actuaciones: Día 18 (Benítez Cubero), 24 (Baltasar Ibán) y 29 (Miura). En 1975: 48 actuaciones (16 en plazas de 1.ª, 23 de 2.ª y 9 de 3.ª). Feria 1975: Toreó tres tardes. Día 19, oreja en un toro de Martín Berrocal y silencio en otro de Antonio Pérez. Día 22, oreja protestada en un toro de Los Guateles y oreja en otro de Baltasar Ibán. Día 27 (Pablo Romero), bronca y silencio. Paco Camino. Actuaciones: Día 19 (Antonio Méndez) y 24 (Baltasar Ibán). En 1975: 49 actuaciones (11 en plazas de 1.ª, 26 de 2.ª y 12 de 3.ª). Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 22, ovación en un toro de Baltasar Ibán y dos orejas, con triunfo de verdadera apoteosis en otro de El Jarail. Día 26, pitos en un toro de Palha y oreja en otro de Buendía. José Mari Manzanares. Actuaciones: Día 19 (Antonio Méndez), 21 (Atanasio Fernández) y 23 (La .Laguna). En 1975: 40 actuaciones (8 en plazas de 1.ª, 24 de 2.ª y 18 de Benítez Cubero), 21 (Atanasio 3.ª). Feria 1975: Toreó tres, tardes. Día 22, aplausos en un toro de Salvador Domecq y silencio en otro de Los Guateles. Día 27, pitos en sendos toros de El Jaral y de Pablo Romero. Día 31, división en un toro de El Pizarral y silencio en otro de Murteira Grave. Paco Alcalde. Actuaciones: Día 20 (El Torero), 26 (Bohórquez) y 28 (Pablo Romero). En 1975: 75 actuaciones ( 18 en plazas de 1.ª, 33 de 2.ª y 24 de 3.ª) Feria 1975: Toreó tres tardes. Día 21, debut en la plaza y confirmación de alternativa, con ganado de Lisardo Sánchez (aplausos y oreja). Día 24 (Alonso Moreno), aviso y oreja. Día 31, división en un toro de Pío Tabernero -tuvo un gran, fracaso en banderillas- y oreja en otro de Murteira. Ruiz Miguel. Actuaciones: Día 21 (Atanasio Fernández), 29 (Miura) y 30 (Concurso de ganaderías). En 1975: 55 actuaciones (12 en plazas de 1.ª, 29 de 2.ª y 14 de 3.ª). Feria 1975: Toreó tres tardes. Día 21. (Lisardo Sánchez), silencio en su lote. Día 25 (Alonso Moreno), palmas y cogido, de pronóstico reservado, Día 26, vuelta protestada en un toro de Palha y aplausos en otro de Buendía. Niño de la Capea. Actuaciones: Día 22 (Alonso Moreno) y 28 (Pablo Romero). En 1975: 84 actuaciones (16 en plazas de 1.ª, 41 de 2.ª y 27 de 3.ª). Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 28 (Lisardo Sánchez), división de opiniones y pitos. Resultó cogido de pronóstico reservado. Día 27 (Pablo Romero), oreja y bronca.
  • 19. 19 El duende Rafael de Paula. Actuaciones: Día 23 (La Laguna) y 26 (Bohórquez). En 1975: 41 actuaciones (8 en plazas de 1.ª, 24 de 2.ª y 9 de 3.ª). Feria 1975: Sólo participó en la corrida del 17 de mayo, con ganado de Bohórquez y mano a mano con Curro Romero. La bronca fue histórica. Roberto Domínguez. Actuaciones: Día 23 (La Laguna) y 25 (Palha). En 1975: 32 actuaciones (4 en plazas de 1ª, 16 de 2.ª y 12 de 3.ª) Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 19, confirmó la alternativa con un toro de Martín Berrocal, en el que tuvo petición y vuelta, y escuchó palmas en otro de Murteira. Día 1 de junio, aplausos en un toro de La Laguna, y palmas en otro de El Jaral. Sebastián Cortés. Actuaciones: Sólo el día 24, con reses de Ibán, y confirmará la alternativa. En 1975: 33 actuaciones (1 en plaza de 1.ª, 20 de 2.ª y 12 de 3.ª). Feria 1975: Participó en las dos novilladas que se celebraron. En la primera, con ganado de Diego Romero, silencio y vuelta protestada. Dio excelentes verónicas. En la segunda, con reses de Flores Albarrán división y silencio. Al primer novillo le hizo un quite antológico, asimismo por verónicas. Dámaso Gómez. Actuaciones: Día 27 (Luciano Cobaleda) y 29 (Miura). En 1975: 13 actuaciones a (5 en plazas de 1.ª, 3 de 2.ª y 5 de 3.ª). Feria 1975: Toreó dos tardes. Día 11 (Victorino Martín), silencio y vuelta al ruedo. Día 29 (Juan Guardiola), bronca y silencio. El Puno. Actuaciones: Sólo el día 27, con ganado de Luciano Cobaleda. En 1975 no actuó más que siete tardes, todas ellas en plazas de 3.ª categoría. Antonio Rojas. También torea únicamente la corrida de Luciano Cobaleda. En 1975 toreó nueve tardes (2 en plazas de 1.ª a 6 de 2.ª, y 1 de 3.ª). No participó en la feria. Los que no vienen Suman diecisiete los diestros que estuvieron en la feria de 1975 y no vienen a la edición de 1976. A ellos habría que añadir los nombres de Gabriel Puerta y Manili, que actuaron entonces en las novilladas del ciclo y que son ahora matadores de toros. Estos son los ausentes: Sánchez Bejarano, Julián García, Rafaelillo, Juan Martínez, José Luis Galloso, Antoñete (retirado de la profesión), Santiago López, Paco Bautista, Eloy Cavazos, Curro Vázquez, Manolo Arruza, Miguelín, Calatraveño, Tinínl, Rafael Ponzo y, naturalmente, Curro Romero. En sentido contrario, los toreros que vienen a esta edición de la feria y no participaron, en la de 1975 son los siguientes: El Viti El, Puno, Antonio Rojas, Antoñito Guerra y Jorge Herrera. Es evidente que novedades no hay, o al menos no de importancia. Únicamente la reaparición del Viti, en este sentido, puede tener un interés específico. 14 de mayo de 1976
  • 20. 20 Un espectadorllamado Dámaso González Entre los espectadores de la corrida inaugural de la feria debía de haber varios Dámasos: no muchos, la verdad, porque asistió escaso personal. Uno de ellos era Dámaso González, en la tarjeta de visita matador de toros. Extraño espectador, de nazareno y oro. Ocurrió que salió el cuarto de la tarde, que no embestía ni a la de tres, y empezaron a circular las más variadas especies: que si cojo, que si ciego, que si manso. Y por tales motivos se organizó la gran bronca a la presidencia. Acertaron los que le dieron por manso, pero no se sabe quién era más ignorante, pues los mansos tienen su lidia, lidia de interés y emoción, y además el reglamento taurino prohíbe taxativamente que los toros mansos sean devueltos al corral por esta causa. La gente estaba contra el señor Corominas, gran presidente, para decirle de todo, y se olvidaba del espectador Dámaso González, quien en lugar de ir al toro y dirigir la lidia, como era su obligación, se colocó donde no estorbara, y qué bien lo hizo, el tío, porque el manso cruzó el ruedo en todas direcciones, docenas de veces, y ni una se encontró con quien debía ser su matador. Se ve que la lidia no es el fuerte del señor Dámaso porque a su otro toro, también manso, le colocó de largo para la primera vara, no acudió al caballo, y al ponerle de nuevo en suerte lo dejó más lejos aún. En realidad la lidia no es fuerte de nadie o de casi nadie en estos tiempos de la tauromaquia. Los toreros se aplican a pegar pases, que es lo suyo. Los tres de ayer eran pegadores de pases y no se salieron ni un milímetro de su oficio. Dámaso se los pegó al que abrió plaza, que no los podía admitir, pues tenía una faena corta y variada. ¿Variada? Cinco tandas de derechazos le dio —bastante vulgares, por cierto— y se quedó tan ancho. En el cuarto, que tenía un lado derecho aceptable, no se arriesgó a comprobarlo. Hecha la crítica del señor Dámaso, no sería justo silenciar que por esas extrañas muecas de la suerte le correspondió el lote de más trapío. Galán, en cambio, por la misma extraña mueca, salió mejor parado y le tocaron los de menos respeto. El segundo de la tarde, además, resultó ideal, su embestida por el izquierdo era inagotable. Una embestida con la que sueña un torero, aunque no le sobre el arte. Pero Galán debe soñar poco, o soñar otras cosas, porque toreó sin ligar, de costadillo, y metió el pico y se dejó enganchar varias veces la muleta, como si aquel bombón fuese bacalao rancio. En tres momentos, para tres naturales, ligó, templó y mandó, y pese a que lo hizo siempre con la pierna contraria retrasada, aquello sí tuvo sabor torero, y con el sabor la especial conmoción que invade la plaza cuando la suerte se ejecuta con gusto.
  • 21. 21 Sólo se cayeron dos toros: el quinto y el sexto. A ese quinto lo probó Galán para ver si pasaba bien, y en las pruebas se dejó la faena. El sexto no permitió lucirse a Antonio Guerra, el cual en su primero había tenido al alcance de la mano un triunfo que le habría venido muy bien a su incipiente carrera, no por torería, sino por tremendismo, puesto que inició la faena con cuatro derechazos, de pecho y de rodillas, y la terminó en la misma postura, lo cual agradecen los públicos impresionables. Pero ya de pie, que es como se hace el toreo, se quedaba corto en los pases, eso que el recorrido del toro era largo, y con la espada estuvo fatal. Lo de «AP» salió manso. Por lo que se refiere al primer tercio fue un fracaso. Y en cambio, de presencia, lo que son las cosas, vino mejor que otras veces. Algo vamos ganando... 15 de mayo de 1976
  • 22. 22 Casta sobre todo La corrida de Gabriel Hernández Pla, pese a que tuvo acusados defectos, resultó interesante por su casta. Dio el siguiente juego: 1.° —Cárdeno, 535 kilos, pequeño aunque serio, discreto de cabeza. Busca hierba y se va de los capotes (protestas). Toma por su cuenta un puyazo, en el que desmonta, y en otro cabecea con la salida tapada. Llega a la muleta noble por el derecho. 2.° —Cárdeno, 556 kilos, terciado, cornicorto, vuelto. Entra de largo a la primera vara, acomete con enorme estilo y derriba. Luego se irá suelto y sonará el estribo en dos encuentros más. Acaba gazapón. 3.° —Negro entrepelao, 550 kilos, correctamente presentado (en terciado), cornicorto. Toma un gran puyazo, al que se arranca de largo, con alegría, recarga, derriba, y luego levanta al caballo. Recarga en la segunda vara con mucha fijeza. A la tercera va también con alegría, pero no se emplea. Noble, pero agotado, para la muleta. 4.° —Negro meano bragao, 561 kilos, es un toro grande, de buen trapío, cornalón y vuelto de pitones. Escarba y busca hierba de salida. En el primer encuentro se crece y derriba. En el segundo cabecea. Suelto en un picotazo. Pronto y alegre en banderillas. En el último tercio parece noble (ovación). 5.° —Negro entrepelao, 585 kilos. Es hondo, tiene trapío, algo abierto de cuerna, astifino. 6.° —Cárdeno, 586 kilos, bien presentado, vuelto. Entra fuerte a la primera vara, desmonta recarga con fijeza; el puyazo y en sus postrimerías cabecea. 16 de mayo de 1976
  • 23. 23 Julio Robles En la crónica de la corrida del sábado (publicada el domingo), el imponderable, que nunca falta, dejó un párrafo fuera. No suele tener importancia la falta de unas líneas en una crónica, pero en este caso debe hacerse la aclaración oportuna, pues precisamente se refería a lo más positivo que se hizo por los toreros, aquella tarde. Se quiso decir entonces que Julio Robles, triunfador de la corrida, había conseguido entre varios naturales uno prácticamente perfecto, que levantó clamores, y unos ayudados por bajo finísimos, tan templados como mandones; le ganaba el terreno, al toro hasta rematar en los medios. Todo lo cual figurará - se quiso decir también- entre lo mejor que vamos a ver en esta, feria. No sería justo que el esfuerzo y el arte de Julio Robles en la segunda corrida de feria no tuviese aquí otro eco que el silencio. 18 de mayo de 1976
  • 24. 24 ¡ApoteosisVictorino! Ayer se celebró la cuarta corrida de feria, en la que se lidiaron toros de Victorino Martín, para Joaquín Bernadó, José Fuentes y Miguel Márquez. Fracasaron los dos primeros y Márquez cortó una oreja del tercero. La nobleza del quinto, al que se dio la vuelta al ruedo, resultó excepcional. Los Actorinos, desiguales de presentación, aunque todos tenían respeto, resultaron tres mansos y tres bravos. Los dos últimos entusiasmaron al público y terminada la corrida, ganadero fue sacado a hombros. El lleno fue de «no hay billetes». Presidió, con altibajos, el señor Mínguez. Envió a Fuentes un aviso con dos minutos retraso. ¡Apoteosis Victorino! Ver a un señor bajito, más bien paleto, a hombros, que saluda con una montera, es todo un espectáculo. Ayer se vio este espectáculo. Victorino Martín - ganadero de Galapagar, abanderado de uno de los más serios movimientos que en estos últimos años se han producido para dignificar la fiesta, que nació de pie o eso parece, obtuvo ayer uno de los triunfos más resonantes que se recuerdan en la plaza de Las Ventas. El público estuvo con él, lo estaba ya desde el día mismo en que se anunciaron sus toros. Ayer la plaza se puso a reventar, había un ambiente de máxima gala por todas partes se pronunciaba el nombre de Victorino. Cuando saltó a la arena el primero, que no pasaba de terciado, empezaron los aplausos, y se convirtieron en ovación cerrada nada más derribó un caballo, si bien lo había hecha de latiguillo y porque el jinete marró el puyazo y se desequilibró. Pero daba lo mismo. Luego, el toro hizo cosas feas y fue incierto, se arrodilló dos veces incluso; el siguiente, manso, acabó gazapón y peligroso; el tercero, que asimismo derribó, salió manso también y no muy claro. Todos berreaban, escarbaban, buscaban tablas, sembraban el pánico. Pero el público estaba con Victorino: para los toreros, gritos; para los mansos, ovaciones. Y «¡Victorino, Victorino, Victorino!» Algo increíble. La corrida iba por la pendiente del fracaso Mayúsculo, porque además no estaba bien presentada, aunque fuera seria. Se diría, por las apariencias, que cada toro era de su padre y su madre. Un ganadero escrupuloso, como presume serlo el galapagareño no puede, venir así a Madrid de saldo. Más la corrida empezaría a arreglarse en el cuarto, que ese: sí fue, bravo y noble. Atrás quedaban sendas broncas; para Bernadó y Fuentes y una oreja para Márquez, que había sabido estar decidido y aprovechó medianamente una embestida aceptable por el derecho. Con ese cuarto Bernadó no llegó ni a medio camino de su propio arte y se dejó ir el triunfo...
  • 25. 25 Y llegó el quinto; un toro que fue de largo a tres encuentros con el caballo, siempre con alegría; que acometió con fijeza total; que puso al público en pie a impulsos de su bravura y su nobleza. Le pegaron a modo, mientras hundía la cabeza bajo el peto, sin abandonarlo nunca. Y en banderillas se comportó con alegría, si bien se dolió, lo cual hay que apuntar en la libreta con tinta roja, no sea que se olvide. Ese buen toro, ese toro de bandera -que lo fue si descontamos ciertos defectillos- le cayó en desgracia a José Fuentes. Lástima me daba ayer José Fuentes. Hay que ser muy torero, hay que tener una clase extraordinaria para poder eclipsar semejante calidad de embestida. El victorino embistió docenas y docenas de veces y Fuentes no se acopló con él nunca, en ningún sitio. En diez minutos de faena, mientras el toro, una vez y otra, por la derecha y por la izquierda, humillaba, seguía la muleta con el hocico por los suelos, pasaba, se colocaba y dejaba colocar, volvía a embestir. Fuentes no acertó jamás a parar, templar y mandar; no consiguió encender, aunque fuera, fugaz mente, la llamita del arte. Metió el pico -¡a un toro así, qué barbaridad!-, no lo metió, probó por alto y por bajo ¡nada! Daban ganas de rezar, a ver si el toro, alguna vez, hacía alguna cosilla fea, para justificar al torero, que cada vez se hundía más en la impotencia y en el fracaso. "¡Ojalá me embista un toro!" «¡Pobre de ti si te embiste de verdad un toro!» Es un diálogo clásico en tauromaquia. El victorino murió con la plaza hecha un delirio, pero la pena es que no tuviera un torero delante. Y fue, a caer en tablas, muy cerquita de toriles, en contradicción a su bravura. Triste fin para aquel espectáculo de asombro. Se le dio la vuelta al ruedo entre aclamaciones, la ovación restallaba ensordecedora, y el público, todo el público torista, no quería más toros, tercio de varas, la emoción de la lidia. Este fue, al fin el milagro de los victorinos. Pases de muleta, sí, pero como remate del espectáculo, colofón de todo el argumento que debe tener siempre una corrida. El sexto también acudía de largo al caballo, a veces renunció, Cárdenas le picó de maravilla. Hubo brindis de Márquez al ganadero. Muleteó con coraje pero ahogando la embestida. El toro, desde luego noble, entraba despacio, sin que el espada le diera margen para tomar claramente la muleta; y los pases resultaban inacabados. También Márquez, que estuvo en gran lidiador y que le echó garra a su actuación, se dejó escapar un triunfo resonante. El ganadero, más bien paleto, se llevó el copo. En las gargantas el grito de «¡Victorino!», Mientras lo llevaban a hombros. La afición salía de la plaza enronquecida y con los ojos haciéndole chiribitas. Verdaderamente esta fiesta, cuando no se la mutila, como hacen casi siempre, es sencillamente arrebatadora. 18 de mayo de 1976
  • 26. 26 Brindis a la tomadura de pelo Faena importante fue la de Paquirri al segundo de la tarde. Era un toro manso, condenado a banderillas negras, que el matador había lidiado muy bien con el capote. Se emplazó en los medios, frente a toriles, a la espera. Estaba claro que no iba a dejarse dar ni un pase. Tenía peligro. Con mucho reposo, con enorme aplomo, Paquirri lo llevó al centro del ruedo y le metía en la muleta. Pases por bajo, medidos, los necesarios. Hubo una colada por el pitón derecho, una tarascada que habría sido certera al muslo si el matador, que es un atleta, no lo retira en un súbito movimiento reflejo. No era un toro para naturales ni para florituras. Pero Paquirri, que el domingo estuvo hecho un torerazo, como nunca en esta plaza, seguramente quiso acoplarse a los gustos del publiquito dominguero y los muchos isidros que, codo con codo con los aficionados de siempre, llenaban los tendidos. Para isidros y público dominguero, si no hay naturales, buenos o malos, no hay faena. Y los dio con remates variados, de afarolado, molinete o de pecho. Tuvieron mérito pues la embestida era fuerte y no muy clara, y aguantaba con valor. Por supuesto el toro no se le entregó nunca, que eso lo hubiera conseguido con otro planteamiento de la faena. Después de la estocada la ovación estalló cerrada y larga, suficiente para dar la vuelta al ruedo. Paquirri también fue torero entonces, tuvo la dignidad del que siente su profesión en las entrañas, (la «vergüenza torera», que llaman), y se limitó a saludar desde el tercio. En el toro siguiente la harina fue de otro costal. Salió un torillo flaco, poco hecho, aunque tenía la edad y pitones. Los de la andanada, que habían estado discretos y respetuosos toda la tarde -incluso con Palomo, que fracasó con su primero-, protestaron. No protestaban a Palomo, protestaban la falta de trapío y hacían bien, estaban en su derecho, porque si no se trataba del «perro» habitual años atrás, su presencia desmerecía llamativamente de las serias corridas que se vienen lidiando en la feria. A Palomo, que aviva sus triunfos con estas polémicas, le vino de perlas pues el griterío le sacó de la absoluta indiferencia con que se contemplaba su actuación. Y aún más: tuvo el descaro de brindar al público, pese a la bronca; los que protestaban debieron sentir que les estaban tomando el pelo. Fue aquello de «hago, lo que me da la gana». «Los veterinarios y el presidente han dado por buena esa especie, hay un sector de la plaza que le da lo mismo, gozo de privilegios, pues ¡que le den morcilla a la oposición, allá ella y sus chillidos!» Es el reducto de esa época del chanchullo que no acabamos de dejarnos atrás. También hay un bunker taurino, que sigue poniéndose el mundo por montera, con la culpable anuencia de algunos.
  • 27. 27 Al torillo, que se comportó como borrego se hartó Palomo, de darle impecables derechazos de rodillas, entre grandes delirios. Del pie ya no hubo tanto delirio, porque la faena siguió vulgarcita, sin arte, en la que resaltaba, más la postura y el aparente esfuerzo que la consecución de las suertes, nunca armónica ni de empaque. Y hubo oreja, claro, que la oposición protestó. Palomo la paseaba, triunfalista y marchoso, en un evidente desafío a quienes -¡aclarémoslo de una vez!- no tienen partidismo, manía persecutoria contra este torero, sino afición, y se rebelan contra la injusticia de que para unos todo sean facilidades y componendas, y para otros peligro y exigencias. Paquirri estuvo muy torero en el quinto, nada claro. Herrera, que confirmaba la alternativa, no nos dijo nada; aburrió más bien. 18 de mayo de 1976
  • 28. 28 El público exigetoros Lo que nos faltaba: ayer le dio a Palomo un arrebato. En pocos años, la fiesta de toros -el espectáculo taurino, para hablar con propiedad- ha dado zancadas de gigante hacia su autodestrucción por el ridículo, pero lo de ayer es nuevo. La escena fue lamentable: el quinto toro - nada más que un torillo, no exageremos- se moría por efecto de una mala estocada. Palomo, que le había hecho una faena larguísima y anodina en medio de crecientes protestas, porque el público no toleraba el trapío de aquel animal, componía la figura por delante de la res, en ese desplante pinturero que ya es clásico entre matadores. Nada se le tenía en cuenta. El fracaso se veía venir. Toro y torero se hallaban pegados a las tablas del 5, bajo la gritería y el abucheo. Y de súbito, he aquí que a Palomo le entra lo que pareció ser un arranque de histeria, se golpea el pecho en arrogante actitud, se abalanza sobre el moribundo animalito, se diría que lo quiere abofetear, abraza el morrillo, los peones le tiran de la chaquetilla, lo arrancan de allí, Palomo está desencajado, se aferra a las tablas, pugna por repetir el número, lo sujetan. ¿Y después? A la gente le dio lástima. Juro que a mí también me dio lástima. Muchos que gritaban, callaron. Muchos que callaban aplaudían. Descabelló Palomo, se fue al callejón, arrastraron al toro de la protesta. La pena de muchos se vierte en palmas, que suenan sostenidas, y ocurre lo que sería inaudito si no tuviéramos ya el ánimo dispuesto a lo más insospechado: he aquí que aparece en la arena Palomo, está sereno, sonríe, saluda ceremonioso mientras nuevamente se levanta la pita. Consumatum est: la pasión que en absoluto había podido despertar su toreo, el interés que no alcanzó con su muleta, la emoción que jamás pudo ofrecer con el torillo desmedrado, todo junto lo consiguió en un minuto, no se sabe si de desesperación o de carnestolendas. Desde su terreno, ya nos conocemos los argumentos, aseguran que en Madrid hay «antipalomismo», y no es cierto. De mí, por ejemplo, puedo decir que no soy antipalomista. Me da lo mismo. Ocurre que si se ve que un torero, al que llaman figura, es incapaz de rematar los pases y, por lo tanto, tras cada uno ha de rectificar, se señala el defecto, llámese como se llame el artesano, y santas pascuas. Y si se ve que en el ruedo no hay un toro, pero lo hacen pasar por tal, se protesta y no hay más que hablar Aquí empieza y termina toda la historia de las filias y las fobias que quieren inventar desde el «bunker» taurino para justificar lo que no tiene justificación posible. Ayer hubo lágrimas, otro día habrá ya ni se sabe qué. Pero toro y toreo, eso es lo que aún falta por ver. Es decir: que se vea, que se vea. Cuando los cabestros se llevaron al quinto de la tarde, el público aclamó: «¡Toros, toros, toros!». No hay duda de lo que se pide, e incluso se exige. Lo que salió, sin embargo, fue otro animal sin trapío, con menos presencia aún. Y suscitó la protesta, naturalmente. ¿Qué esperaba Palomo? ¿Rosas? ¿La gente es tonta, acaso? Pero, a todo esto, por allí andaba, agazapado, un señor, serísimo, cabeza de cartel, le tienen por maestro, para cuya corrida de reaparición tuvieron los veterinarios que revisar 18 toros con el fin de sacar seis que fueran aceptables, y que no lo fueron. Tan serio señor, le llaman El Viti, máximo responsable del escándalo, no pudo con lo que le echaron, de donde se deducen graves dudas sobre su maestría y sobre su ética profesional. De tercer hombre estuvo Ángel Teruel, cuya actuación aún fue más alarmante: aburrió. Lo oí en la plaza: próximamente, canonización de Victorino. 19 de mayo de 1976
  • 29. 29 Paquirri, el mejor(en lo que va de feria) De nuevo una faena importante de Paquirri. Por segunda vez en la feria, este torero, al que creíamos haber perdido para siempre en el amaneramiento y la vulgaridad, ha protagonizado lo más emotivo de cuanto han sido capaces de hacer los matadores en lo que llevamos de isidrada. Su primer toro tuvo alguna nobleza, aunque embestida corta. Lo llevó a los medios y cuajó dos tandas de derechazos muy mandonas y de temple. Después cometió la equivocación de derivar hacia el tercio y ahogar la embestida. O quizá lo hizo intencionadamente. El caso es que en estas circunstancias el toro no iba, y además, se llevó un achuchón. Mató bien, de buena estocada en la cruz. El otro fue el más serio de la corrida, el de mayor presencia, el único que de verdad se comportó con la viveza que debe tener el ganado bravo. Salió manso y muy difícil. Peones fuera, Paquirri se encaró con él y lo lidió. El animal huía despavorido del caballo y toda la labor, muy ardua labor, de ponerlo en suerte la llevó a cabo Paquirri con serenidad y eficacia. Condenado el manso a banderillas negras, el tercio fue una angustia, pues estaba a la defensiva y apretaba para los adentros. Toro sin picar, aires de marrajo; bajo estos supuestos empezó el trasteo. Hubo ayudados de castigo. Y enseguida, la muleta a la izquierda. La acometida fortísima la aguantó Paquirri una vez y otra, en varias tandas. En un derechazo sufrió una colada peligrosísima. Nuevamente al natural, fue trazando pases hasta que consiguió que el toro le metiera la cabeza con franquía y cierto temple. Hubo un adorno, un molinete de rodillas, un desplante. La faena había sido de gran emoción y el público estaba en pie, vibraba hasta los límites del delirio. Como el espadazo final quedó bajo sólo pudo haber una oreja, pero el público le obligó a dar dos triunfales vueltas al ruedo, mientras en algunos sectores le aclamaban «¡torero, torero!». Con la corrida embalada bien que en sus postrimerías, Manzanares supo exhibir algunos detalles de finura en el sexto: los trincherazos, dos pases de pecho, unos derechazos largos y suaves. En puridad, podría decirse que el toreo (entendido como dominio) lo hizo Paquirri, y la exquisitez, Manzanares, aunque éste no siempre: el toro, gordinflón, embestía como borrego, y si unas veces le mandaba, otras sólo le acompañaba el viaje. Tuvo un buen éxito.
  • 30. 30 Eso fueron las reses de Méndez: ejemplares excesivamente atacados de carnes, con predominio del manso, iban a menos en la muleta. De cabeza, comodísimos; algunos se pasaban hasta la exageración de brochos, astigordos y romos. Varias de esas cabezas no eran reglamentarias, no debieron pasar el reconocimiento. Los de menos presencia le correspondieron a Paco Camino, ya es casualidad, la figura máxima del cartel. El gran triunfador del año pasado ha venido ahora con toda la categoría comercial que se quiera, pues manda y exige, pero sin la dignidad que debiera exigirse a un mandón del toreo. El público, o parte del público, estaba dispuesto a tolerarle esto, como le toleraba el pico, y a magnificar cualquier lance y cualquier pase, pues hay un caminismo cierto, como existen un vitismo y un victorinismo a ultranza. Pero la realidad es cruda: el primer toro era un borrego que se asfixiaba el otro y acabó andarín, para apagarse enseguida, y Camino se apagó a su vez en cuanto midió las dificultades. Otro toro asfixiado resultó ser el tercero, roncaba como en un estertor, y apenas tenía dos pases, que Manzanares le dio, con no mucha imaginación. Toda la corrida, excepto el mencionado quinto, era una masa de carne. Si es para estofado, vale la carne de toro. Para poco más. 20 de mayo de 1976
  • 31. 31 Esta vez el ataque fue de risa Antes de saltar al ruedo el cuarto de la tarde, se exhibió la tablilla del peso, que ponía ¡610 kilos! Quien mandó escribir semejante cosa seguramente lo hizo para poner los pelos de punta al personal, que pensó aparecería el diplodocus. Pero lo que salió por el chiquero fue un animalote feo, que de seis cientos kilos nada, más se acercaba por apariencia a los 510 que decía el programa oficial, y con unos cuernecillos chiquititos vueltos hacia adentro que era una delicia verlo. Y al personal no se le pusieron los pelos de punta sino que se hartó de reír. Esta vez el ataque no fue en el ruedo y de histeria, sino en el tendido y de risa. Y en plena risa, salió a lucirse ese torero al que, según dicen, tanta rabia tiene la gente en Madrid. La verdad es que se lució mucho. Primero, las cosas por su orden, se lució el toro, que derribó y sus cuernecillos hacia dentro se quedaron un rato enganchados en el peto. El torero, en su turno, dio unos mantazos brillantísimos, que la fiera le correspondió con geniecillo. Le debía tener manía. En el primero todo fue al revés por la parte del animal: menos chicha y mucha cabeza, y desde luego ningún genio. Hubo faena. Vimos unos derechazos corridos, con lo que se quiere significar que empezaban muy bien y al terminar el maestro tenía que correr un poco para recuperar el terreno que se dejaba ganar por el enemigo. Y unos naturales airosos, con lo que se quiere significar que la tela, venteada con brusco ademán, levantaba aire. Vimos también un sartenazo en los inocentes lomos de la fiera. Y vimos, finalmente, ¡oh, inefable candor presidencial!, el pañuelo blanco que regalaba la oreja. Los aficionados como el bunker manda, es decir, los que lo aplauden todo y si no les gusta a callar, palmoteaban muy contentos durante la vuelta al ruedo, y si no se les oía mucho es porque había pocos. La masa, en cambio, se diría que verde de envidia, pitaba y pitaba. Y es que no sé donde vamos a llegar. Pero todo se descubre y el fondo de la cuestión es que la crítica, maldita sea, orquesta estas actitudes. Por envidia, naturalmente. ¡De gorrazos les daba yo! Pero la manía y la envidia no se quedó ahí, se extendió a los otros dos espadas: cada vez les aplaudían menos. Julio Robles intentaba torear a dos pelmas y no se oían más que palmitas. Paco Alcalde tiraba de trapo frente a dos borregos, y ni eso. Pero éste tiene excusa, pues no debía estar repuesto de la emoción producida un rato antes con sus pares de banderillas. ¡Qué dos tercios de banderillas nos dio, Dios mío! ¿Corrió? En mi vida he visto correr tanto, excepto cuando el que corre es Paquirri. Propongo que Alcalde y Paquirri se echen una carrera, a ver qué pasa. La salida sería en la puerta de cuadrillas y la llegada en el burladero de capotes. Al ganador, dos orejas. Y que se fastidien los enemigos de la fiesta, esos que están muertos de envidia; tanto, que cuando sale al ruedo el toro ideal, como eran los de ayer, tan lila cuanto haga falta, se ponen a dar palmas de tango o les entra la risa. 21 de mayo de 1976
  • 32. 32 ElVitiuna caricatura desí mismo Veinticuatro toros, cuatro corridas enteras, han tenido que reconocer la autoridad y veterinarios para encontrar la que podía ser apta para la tarde de ayer, en la que no había otro torero de exigencias que El Viti. De manera que El Viti se llevó la responsabilidad de este escándalo, del ridículo de que una pretendida figura del toreo y su exclusivista intenten dar gato por liebre a todos unos señores técnicos en la materia y a la autoridad gubernativa. Pero uno no acaba de comprender el fundamento de tales exigencias. Parecería que la gran figura es un cheque a la vista, la piedra filosofal, el ombligo, del mundillo taurino. Y ocurre que a la hora de la verdad no es capaz de llenar la plaza. Ayer hubo mucho menos publico que en las seis corridas anteriores. Lo cual supone el ridículo mayor de todos, y tendría sus consecuencias si no fuese por en el montaje empresarial, de este espectáculo no hay otra lógica que lo que interese hacer a unos cuantos. Bueno al fin salieron los murteiras, que resultaron tres y tres en cuanto a trapío. Con los tres más hechos, mejor presentados, quien supo estar torero, echarle garra a su actuación, jugársela, fue Ruiz Miguel, lo cual no es noticia. Ruiz Miguel es un jabato que puede con lo que le echen. Su primero, el de más trapío de cuantos salieron, el único que tuvo el nervio propio de un toro, probaba las embestidas y se quedaba en el centro de la suerte, pero el gaditano le metió en la muleta y el animal acabó por entregársele. No hubo arte y si me apuran tampoco hubo temple, pero al diablo se vaya todo si para ver temple y arte es forzoso que salga el borrego. Tiene más mérito, mayor emoción y es más espectáculo someter a un toro de casta que hacerle exquisiteces a ese otro género por el que se pelean las figuras. Dos borregos tuvo El Viti. El primero se le fue apagando como una llamita y acabó en nada. No admitía un pase, parecía un moribundo. El otro caminaba como un cochinillo detrás de los engaños y entonces fue cuando apareció El Viti de las grandes solemnidades para trazar muletazos largos y hondos y dibujar unos pases de pecho purísimos, una verdadera filigrana. Y eso vimos, pero junto a lo bueno, muchos tropezones en la muleta también, bastantes banderazos, y una versión de la estocada, que era un horror. ¿Quiere creerse sin embargo, que a cada pinchazo feísimo -cegaba al toro con la muleta en lugar de obligarle a humillar, se echaba fuera-, parte del público ovacionaba como si hubiera presenciado el volapié de Rafael Ortega? Y es triste. Un matador que sabe hacer el toreo como El Viti, y podemos decirlo porque lo demostró en tiempos, es ahora la amarga caricatura de sí mismo, se ha amanerado su técnica, ha perdido aquella concepción del dominio que le permitía construir unas faenas armónicas y acabadas. Y sigue, está claro, sin querer toros que embistan; prefiere los borregos que topan, intenta colárselos a la autoridad y a la afición en base a unos privilegios. Dos toros sosos le correspondieron a Manzanares y encima los aburrió más aún. Citaba con la muleta retrasada, y de esa forma no puede haber toreo. Una vez, en el tercero, adelantó la mano, se enrabietó, y salió una excelente tanda de derechazos. Ruiz Miguel, en el quinto, otro borrego, tampoco pudo hacer nada y bordeó el ridículo. La gente estaba hasta la coronilla de todo aquello y el bostezo se mezclaba con los gritos destemplados. Uno voceó: «¡Eso te pasa por juntarte con quien no debes!». Y será verdad. Pero, ¿qué ocurriría con este y tantos toreros que tienen valor y oficio si se salieran del monopolio para hacer la guerra por su cuenta? 22 de mayo de 1976
  • 33. 33 Decepcionó el Niño de la Capea El público estuvo injusto con Paquirri. Le correspondieron dos toros verdaderamente difíciles, desarrollaban sentido, e hizo lo que se podía. Nadie negará que bregó con ellos en el primer tercio y que con la muleta probó, porfió, intentó el toreo. Paquirri aguantó tarascadas y coladas, se jugó el tipo con serenidad, no recurrió a gestos teatrales para que el panorama pareciera aún más negro de lo que estaba. La pita con que se le despidió no tiene sentido, pues ha cumplido sus tres actuaciones en la feria con enorme dignidad. Ha sabido estar en torero y a él se debe gran parte de lo mejor de cuanto hemos visto en las nueve tardes que llevamos de isidrada. La única explicación posible a esta actitud del público es que el sábado era «nuevo en la plaza», o por lo menos nuevo en la feria. Algo así debía de ocurrir porque, por primera vez en muchos días, se pitaba gratuitamente a los picadores, aplaudían cuando los espadas pidieron precipitadamente el cambio de tercio, abroncaban al Niño de la Capea porque su toro tuvo un fuerte derrame después de una estocada arriba. En estas condiciones todo el rito de la corrida, todo el interés de la lidia, son difíciles de cumplir. Y por otra parte, a los toreros les es posible alcanzar el triunfo fácil si saben jugar con la sensibilidad de los espectadores. Este es el caso de Galán, un maestro en el arte de conectar con el tendido a base de gestos y francas sonrisas. Le salieron dos toros para complacerse con el toreo más exquisito y les dio docenas de pases rápidos, de costadillo y con el pico. La oposición le cantó las verdades y esto frenó bastante el éxito que se veía venir. El Niño de la Capea tuvo también dos enemigos perfectamente aprovechables y se los dejó ir de mala manera. El geniecillo del tercero le asustó y se lo quitó de en medio. Al sexto, que tenía nobleza por el derecho -por el izquierdo se revolvía- le dio derechazos con un abuso de pico tal que ni los menos iniciados en estos matices podían pasar por alto. Para mí, lo del Niño de la Capea ayer, fue un fracaso. Decepcionó su presentación en la feria. El público protestó la presencia del cuarto. Se oyeron gritos de «¡afeitado!». Quizá no lo estuviera. Pero ese toro y los seis tenían uno o ambos pitones excesivamente cornicortos, astigordos y romos, más que ninguno el segundo. Y en consecuencia no eran reglamentarios. Quedará a salvo el honor del ganadero, damos por cierto que nadie manipuló las defensas con intención de mermarlas, pero si estas no son íntegras, de ninguna forma pueden admitirse, aunque se sepa que el propio toro se autoafeitó a causa de picazones o accidentes. Las características de las astas es algo que debiera mirarse con lupa en el reconocimiento, para que no pueda haber suspicacias ni malos entendidos. 23 de mayo de 1976
  • 34. 34 Porprimera vez se abrió la puerta grande Posiblemente ayer vimos la corrida cumbre de la feria. El público salió de la plaza satisfechísimo y hubo momentos en el festejo que se desarrollaron en medio de una auténtica apoteosis. Camino y Teruel tuvieron una tarde triunfal. Cortaron entre los dos seis orejas, que no es ninguna tontería. Suman tantas como se han otorgado en los diez festejos anteriores. El delirio se produjo en los toro, segundo y quinto, y el entusiasmo, el ambiente de fiesta mayor, incluso el triunfalismo desatado, se mantuvieron durante todo el festejo. No hubo más que una sombra, el nubarrón que siempre se forma, en la andanada 8 cuando falta el toro o parte del toro. A mucha gente se le llevaban los demonios al oír las manifestaciones detonantes de la contestación, y la increpaba, pero los tonos de protesta seguían y seguían, no sé si en un intento de colocar las cosas en su sitio, en la medida justa, o como un toque, bien que sonoro, a los registros de afición que pudieran quedar en la plaza. Porque, la sombra de la andanada del 8, si no gustó o si parecía inoportuna, tuvo razón de ser. El cuarto de la tarde no era toro, le faltaban fuerza, trapío y pitones. El quinto llegó al último tercio con dos picotazos porque no resistía las varas. El segundo -y varios más- era excesivamente cornicorto para pasarlo sin una protesta. Pero, al fin, el vendaval del entusiasmo echó fuera el nubarrón y el sol del triunfo pudo lucir con todo su brillo en una tarde que será inolvidable para cuantos la vivieron. Valía todo y por valer se dieron como buenos las seis toros de don Baltasar, los cuales, aunque en verdad resultaron mansos, para la muleta embistieron de maravilla. Difícil, va a ser que salga una corrida tan insistentemente noble, tan repetidamente pastueña. Camino y Teruel la entendieron y la aprovecharon a placer. De todo cuanto hicieron, que fue mucho y de calidad, yo me quedaría con la cadencia que Camino supo imprimir a sus derechazos y naturales en el segundo de la tarde. Se emborrachó de toreo y emborrachó al gentío, que se le entregó sin reservas. El secreto fue que supo ligar, sin esfuerzo, sólo al Conjuro, del temple y del mando. Este fue el revés de Teruel, que ligaba poco, quizá más pendiente de la postura que del toreo, aunque su faena al quinto resultó extraordinaria de construcción, perfecta en cuanto a conjunto, no tanto pase a pase, alguno de los cuales no le salía limpio por no atemperar el movimiento del engaño con el ritmo de la embestida. Ayer se vio torear en todos, los toros, incluso por parte de Sebastián Cortés, que le hizo al de la confirmación de alternativa una faena ajustada, en la que intercaló pases de pecho impecables, los mejores que se instrumentaron a lo largo del festejo. Pero sobre todas las cosas, ahí está para el recuerdo el dibujo de unos derechazos de Paco Camino y sobre todo tres ayudados por bajo a dos manos, esencia pura de la tauromaquia de siempre, y que arrebata, hoy como antes, o quizá más, por que se hace muy cara de ver.
  • 35. 35 Añadiré, fuera ya del arrollador ambiente triunfal, que si días atrás hemos hecho notar que varios toreros utilizaban sin demasiado fundamento el recurso del pico, ayer lo hicieron también en ocasiones Camino y Teruel, lo cual no se justificaba en absoluto. Siento de verdad que sea así. Como siento que el toro más cornalón y el más hecho y más vivo de la corrida le fuera a corresponder a Cortés, que era precisamente el espada de menos cartel. Se repiten demasiado estas casualidades. El sexto fue el único que derribó, lo hizo dos veces, embistió con genio, y cuando ya llevaba encima, cuatro pinchazos, estaba más entero que sus cinco hermanos de raza al salir del toril. Cortés, que le planteó la faena en las cercanías de toriles, no pudo con él, aunque aguantó la acometida violenta y cuando el toro se le quedaba porfió con valentía. Su actuación tuvo mérito, y la gente lo agradeció, despidiéndole con una ovación. Pero los triunfadores, ya queda dicho, fueron otros, se los llevaron en hombros por la puerta grande; era la primera vez, después de once corridas, que se abría aquel portón para rubricar una tarde de apoteosis. 25 de mayo de 1976
  • 36. 36 Paula y el presidente se cargaron la corrida La llamada «corrida del arte», que transcurría interesantísma, se rompió por la desconsiderada actitud de Rafael de Paula y una decisión presidencial que será polémica. Fue en el cuarto de la tarde, un toro de trapío, espléndidamente armado, serio. Salió manso y Paula no lo quiso ni ver. Ni un capotazo le dio, no se acercó jamás a menos de veinte metros, andaba por el ruedo como si en lugar de director de lidia fuese el puntillero. Naturalmente, el toro se hizo el amo, porreteaba, embestía a oleadas. En una de ellas derribó y cuando huía del caballo, se le cruzó el picador, que acababa de incorporarse de su caída, y le arrolló. La gente estaba indignada. En aquel momento tomó el mando de la lidia quien menos estaba llamado a hacerlo, el tercer espada, Roberto Domínguez. Demostró ser el más torero de la terna del arte. El público gritaba «¡fuera, fuera!», auténticamente soliviantado contra la intolerable inhibición de Paula. Y he aquí que ante la sorpresa general el presidente, sacó el pañuelo verde. Se armó un escándalo mayúsculo, cayeron a la arena almohadillas y botes de cerveza, porque nadie, absolutamente nadie, a excepción del matador en sus jaculatorias, había pedido que cambiaran al manso. Sencillamente, el señor Corominas, el gran presidente de tantas tardes, se equivocó de a medio y literalmente se cargó la corrida. El sobrero del Jaral, también resultó manso en varas y nuevamente asistimos a la inhibición de Paula, quien se colocaba allí donde creía que no habría el menor riesgo. Pero no le salió bien porque en una ocasión el manso escapó por donde menos se esperaba y le arrolló. Cuando el artista se incorporaba, la tez no tenía color. El jaral fue pastueño para la muleta, tanto, que el artista de muchos romances le quiso hacer faena. Dio unos derechazos y un ayudado soberbios, pero el resto fue repetirse, cada vez peor, se aliviaba con el pico. Pases por todos los terrenos, sin temple, monótono. La postura aflamencada, que en otras tierras levantará clamores, aquí no le valió para tapar su escasísimo fundamento torero. El quinto, hermoso ejemplar, también se devolvió al corral por una dudosa cojera. Otro sobrero del Jaral, era inválido y el público se lo tomó a chufla. El sexto, de presencia impresionante, se quedó sin recorrido y tampoco admitía faena. La Corrida acabó así mal y a las tantas. Pero hasta aquel cuarto toro, si salvamos un trasteo a la defensiva de Paula en el primero, el festejo marchaba por cauces interesantísimos. En el segundo los tres espadas compitieron en quites, por verónicas del delantal. Era el mejor de la corrida y Manzanares lo aprovechó en una faena exquisita. No la redondeó, aunque la calidad de la res lo admitía, pues tuvo altibajos, faltó armonía y ligazón; y le faltó también, al torero convicción para centrarse en los naturales y en ocasiones arranque para suprimir la ventajilla del pico. Sin embargo consiguió derechazos de sensación, prendía el animal en la muleta y lo llevaba en un recorrido largo y suave, hasta el remate que consumaba con precisión y mando.
  • 37. 37 El tercero se vino abajo en la muleta. Domínguez, construyó la faena en el tercio. Quizá debió llevarle al centro del ruedo y en todo caso no plantear el cite tan de cerca, como hizo, pues ahogaba la embestida. Pero estuvo valiente, sacó muletazos impecables. Sobre todo estuvo torero. Y no sólo en ese toro: siempre permaneció en la plaza con sitio y responsabilidad, pendiente de la lidia, cuya dirección tomó cuando quien tenía la obligación de ejercerla perdió los papeles y se dejó ganar por el miedo y la desvergüenza. Los dos solos, Manzanares y Domínguez, sin los escándalos que provocaron Paula y la inexplicable decisión presidencial, habrían podido ofrecer una gran tarde de toros. 25 de mayo de 1976
  • 38. 38 La corrida fue una Paliza Los tres espadas de ayer figuran en el escalafón a medio camino entre las figuras y los modestos. Dos de ellos ya están de retorno: han disfrutado de puestos más o menos privilegiados, se han beneficiado del minitoro que dominó la década de los años sesenta, han copado fechas y ferias. Se trata de Dámaso González y Miguel Márquez. El tercero, Roberto Domínguez, está en plena escalada, pugna por alcanzar un sitio entre los mandones del toreo. Mucho me temo que, según les tratan, se van a quedar donde están si no es que caen en el montón de los olvidados. Ayer, esa empresa que un día antes les echó a las figuras seis bombones recortaditos «ad majorem gloriam», encerró a los tres diestros de la «zona media» con seis toros con toda la barba de aspecto, pero que en realidad era un espejismo pues se comportaron como seis burros, tan burros, que no puede haberlos peores en toda la burrería peninsular. Llevaban el hierro de Palha, que los aguanta en Villafranca da Xira hasta que llega una empresa como la de Madrid y, se los cuela de matute. Todo lo que puede hacer un manso en un ruedo, desde escarbar hasta negarse a embestir en redondo, pasando por los berridos (yo los llamaría rebuznos), los brincos, las coces, las huidas a tablas, eso hicieron los palhas, ante la desesperación del público, que se aburrió como nunca en la feria, y de los toreros, que no tenían la menor ocasión de lucirse. Digo mal, porque hubo dos palhas, el segundo y el cuarto, que se pudieron torear. Lo cierto es que ni me acordaría de lo que sucedió en tan propicias ocasiones si no fuera porque tengo las notas a mano. Cuando hay que mirar las notas para refrescar la memoria -es una experiencia infalible- malo: en realidad no había nada que mereciese la pena. Y es cierto: las notas hablan de docenas de derechazos y naturales, rápidos y con el pico. Y de que uno de los toreros, Miguel Márquez, no paró de darlos hasta que el toro no admitió más. Y que ya sin embestida el toro, lo citó ¡cuatro veces! a recibir, suerte que naturalmente no pudo consumar ni en sueños, porque sólo puede matarse recibiendo a los toros que son prontos, menos a los tardos y jamás a los marmolillos. Con estas cosas de la mansedumbre, los primeros tercios resultaron movidos, como es lógico, y ya que los maestros fueron incapaces de recurrir a su ciencia, que se les supone, quienes les suplieron, y en verdad que con auténtica maestría, fueron los subalternos. Chicorro, y Solanito dieron toda una lección de toreo. Si algún mando hubo en él ruedo ese mando fue el suyo. Si hubo lidia esa lidia fue la que ellos esta tarde acertaron a ejecutar. La pena es que no hay premio de oreja para los subalternos, porque la hubieran ganado, como ganaron y sudaron el sueldo. Hubo un toro, el que abrió plaza, que parecía burriciego. Iba de largo, de corto no. Se vio en banderillas y se vio en la muleta cuando Márquez le daba mucha distancia y embestía alegre para quedarse al llegar a jurisdicción. O no era burriciego y le paraba la mansedumbre. ¿Qué más da ahora? Ya no tiene remedio: con él empezó una corrida paliza a la que no se veía el fin. 26 de mayo de 1976
  • 39. 39 La humildad de un presidente El segundo de la tarde se protestó, como casi todos, y el presidente ordenó su devolución al corral. Lo hizo con el pañuelo azul, que es el que se utiliza para premiar con vuelta al ruedo a las reses. Un pintoresco contrasentido. Algunos, que están en todo, pitaron el error, y el presidente, que se dio cuenta, exhibió el pañuelo verdadero, el verde, se levantó, cruzó las manos en actitud de súplica, y pidió perdón públicamente y repetidas veces. Fue un hermoso gesto, creo que sin precedentes en esta plaza. Cuando alguien sabe pedir perdón por sus errores empieza, a tener toda la razón, y si es en el ejercicio de su autoridad, la refuerza. Por eso opino que quienes gritaron varias veces en el transcurso de la corrida, «¡no hay autoridad!», estaban equivocados. Sí hay autoridad. Se demostró en la feria de 1975 y se está demostrando en la actual. La autoridad está echando atrás corridas enteras, incluso por triplicado, en busca de la seriedad que el reglamento exige y la afición reclama. Luego, es cierto, saltan a la arena algunos toros que no tienen trapío. Por ejemplo, los de ayer no lo tenía casi ninguno. Pero hay que considerar, asimismo, a cuántas presiones deben estar sometidos estos hombres, cuya responsabilidad, se sabe también, no guarda de ningún modo proporción con las remuneraciones que perciben por su tarea de presidentes. Quizá la cuestión esté en cambiar de una vez las estructuras de la fiesta, que permanecen ancladas en los tiempos de Guerrita, y al paso, hacer una limpia general de tanto desahogado como anda por ahí, de tanto desaprensivo, de tanto traficante, de tanto desvergonzado, de tanto enemigo de la fiesta, que le está pegando una puñalada trapera todos los días, porque, curiosamente, llenarla de inmundicias favorece sus intereses. La afición protesta y la respuesta desde el «bunker» taurino es insultar a la afición. La crítica analiza, se echa adelante, denuncia, y la respuesta desde el «bunker» taurino es insultar a la crítica. Jamás hubo en este espectáculo tan malos modos, peor estilo. Y lo que ocurre en realidad es que los cuarenta años de meter a la fiesta por la pendiente del triunfalismo y el abuso están pasando, o han pasado ya, y las nuevas generaciones quieren luz, verdad, trapos limpios, lo cual produce, está comprobado, una grosera reacción de violencia en los reductos más afectados.
  • 40. 40 Esta tarde o mañana veremos a tres esforzados bregando de duro con una corrida de una vez y no les va a valer de nada. El «bunker» es un coto cerrado donde no se admiten nuevos socios, porque el reparto ya está hecho. Es hora de decirlo: los toros menos serios, menos pujantes, peor armados, han sido en esta feria para Camino y El Viti, a quienes llevan en exclusiva poderosas empresas Chopera y Balañá, y no olvidemos a Palomo. Y la gente se da cuenta. Un día se verá ganada por el brillo de una faena, pero al siguiente no habrá fuerza humana que le tape los ojos. Así ocurrió ayer. El lote del Viti era una pena. Uno se lo echaron para atrás y al otro lo mantuvieron en el ruedo contra viento y marea, y a este le toreó contra viento y marea también, le hizo una faena pulcra y larga, de esas que otras veces alcanzaban a acallar las protestas. Pero las protestas se fueron arriba, porque el toro no era toro: era una borrega. El sobrero que le correspondió sí tenía trapío, era astifino, y ahí pudo alcanzar un triunfo, al menos, en las dos series de derechazos que dio, pero no pudo convencer sencillamente porque, codilleaba. Paula también tuvo toritos para hacer faenas y se puso a pegar pases sin fin. No creó arte, sino destajo. Alcalde siguió sin interesar. El disgusto que todo esto produjo, principalmente la condición de los toros, lo pagó ayer en gran medida el palco. E insisto en que no es justo. Aquí, donde tantas veces hemos criticado, en pura objetividad, fallos técnicos de la presidencia, incluso de bulto, abogamos porque se aligeren las cargas excesivas que echan sobre sus espaldas. Quien pueda -y quien deba- que limpie la trastienda. 27 de mayo de 1976
  • 41. 41 ¡Justicia para los modestos! Al final de la corrida, una conmoción recorrió los tendidos. Pienso que todos teníamos un nudo en la garganta. El toro, que ya había sido aclamado por su trapío al saltar a la arena, se resistía a morir de la estocada, su casta le aferraba a la vida, pugnaba por embestir. Antonio Rojas, que ya tenía ganado el triunfo, permanecía arrogante, junto a aquella cabeza de exposición, dos guadañas aceradas, que había sabido salvar en 30 pases de escalofrío. Entre la ovación restallante, surgió entonces de los magníficos aficionados de la andanada del 8 el clamor que ponía en lo alto la bandera de la verdad de esta fiesta y magnificaba el triunfo del torero: «¡Eso es un toro, eso es un toro!». Al instante, toda la plaza, ¡toda!, repetía el grito: «¡Eso es un toro, eso es un toro!».Tres matadores modestos, tres matadores que no tienen ni oportunidad de vestirse de luces, le echaron ayer el valor de salir al ruedo de Las Ventas a ponerse delante de una corrida de toros muy seria, tanto como se ha venido pidiendo; una de esas corridas de toros que, según dicen los del «bunker», no existe; una corrida de toros que ni por casualidad remota ha pasado por los corrales de la plaza en esos desfiles de reses a docenas que intentan trampear las figuras para sorprender la buena fe de aficionados, veterinarios y autoridad. Y le echaron también la vergüenza torera de no amilanarse, de crecerse ante el peligro, de ofrecerlo todo en aras de la profesión que han elegido, aunque de ella no hayan visto más que aristas, injusticias y a lo mejor ni un duro. Porque la corrida, hemos de insistir, salió muy seria, pero también difícil. Ninguno de los toros, ésta es la paradoja que a su vez pone al descubierto la burla que se ha venido produciendo tantos días en la feria, era grande. Es más: la mayor parte de las reses que se han protestado en tantas tardes echadas a figuras, tenían mayor peso que éstos. El que abrió plaza pesaba 100 kilos menos que casi todos los bohórquez del escándalo. La diferencia estaba en que mientras los cobaledas fueron por dentro y por fuera toros de lidia, los bohórquez y tantos otros daban la imagen de animales de granja, buenos para el estofado, y a lo mejor para el derechazo exquisito, pero para nada más. Porque torear no es dar derechazos a lo bobo. No se ha inventado el toro para acoplarlo a la muleta, sino que la muleta se ha inventado para dominar al toro. Y para eso sirvió ayer. Los seis ejemplares desarrollaron sentido y, por lo tanto, no valían para tirar de ellos con mimo en series interminables de pases, sino que exigían reflejos, el muleteo preciso, no perderles jamás la cara. Precisamente por esta razón, El Puno sufrió dos cogidas. En la primera no hubo consecuencias. La segunda se produjo cuando ya llevaba muy avanzada la faena. Había conseguido pases estimables ante un toro claro que metía la cabeza con nobleza y que incluso fue bravo en varas. Pero cometió el error de cruzarse confiado, metido en su terreno. Y el sentido del animal, que no admitía bromas, le atrapó y le dio un volteretón de escalofrío.
  • 42. 42 Hubo lucha, porque la lidia también es lucha. Y la emoción se mantuvo toda la tarde a un nivel altísimo, pues cuanto sucedió en el ruedo tenía importancia. La tuvieron, por ejemplo, los dos trasteos de Dámaso Gómez frente a dos marrajos aquerenciados -curiosamente en la puerta de arrastre ambos-, que no admitían no ya una floritura, sino ni siquiera acercarse. La tuvieron los dos pares de banderillas de Curro Álvarez al primero, que estaba a la espera, derrotaba, defendía su terreno junto a tablas, y supo entrar en él, cuadrar en la cara como jamás han hecho ni harán esos matadores metidos a banderilleros que todos conocemos, y salir limpiamente de la suerte. La tuvieron las dos faenas de Antonio Rojas, tanto al tercero, que se colaba por el derecho y le volteó, como al noble sexto, en el que tras algunas dudas se centró en varias series de derechazos, intercaló pases de pecho, auténticos y terminó con unos trincherazos que dejaron a la fiera sometida. La corrida de ayer fue la más importante de la feria, sin ninguna duda, y toda ella un grito contra la brutal injusticia que se está cometiendo con la inmensa mayoría de los matadores de toros en activo. Gómez, El Puno y Antonio Rojas, tres valientes que apenas tienen oportunidad de vestirse de luces, expusieron el argumento de su valentía para reclamar el puesto que les corresponde en su profesión, y que está por encima de los cursis, de los tramposos y de los ventajistas que comen a dos carrillos en el banquete de los altos honorarios y las facilidades todas. Pero aún hubo más en la corrida de ayer. Se presentó Juan Moura, un rejoneador portugués, un crío, que es un torerazo. Su actuación resultó completísima. Su toreo a caballo, el temple con que ejecutó las suertes, el conocimiento de los terrenos, hacen de él uno de los más importantes caballistas que hayan llegado a esta plaza en los últimos años. También intervino el rejoneador Moreno Silva, que cumplió. 28 de mayo de 1976
  • 43. 43 Fracaso rotundo de Niño de la Capea y Alcalde Un torero puede estar bien o mal. Hasta puede esta rematadamente mal. Lo que no, puede, es hacer el ridículo, mas aún si presume de figura. Niño de la Capea y Paco Alcalde llevan ya unas temporadas presumiendo de figuras. De aquél se llegó a decir, incluso, que iba para torero de época. La afición no acababa de creer, pues si con el borrego prodigaba derechazos naturales y el pase de las flores faltaba que lo demostrara con un toro. De Alcalde nunca se dijo que se tratara, precisamente, de un maestro, pero tenía fama de fenómeno, sobre todo con las banderillas. Esto la afición no lo creyó jamás. Ayer salieron toros. No fueron las fiestas terroríficas del día anterior. Se podían torear, admitían el natural y el derechazo. Los hubo suavísimos, los hubo incómodos, los hubo prontos y los hubo tardos. Hasta un borrego salió. En fin: lo normal en una corrida de toros de buena mayoría, exhibieron casta. Y ahí, en la casta fue donde naufragaron las figuras. El naufragio desembocó en el ridículo. Como lidiadores, no existieron. En los lances, escurrían el bulto. Incapaces se vieron de domeñar las embestidas, de aguantarlas, de mandar, siquiera fuese un poquito, en los muletazos. Buen toro era el segundo. El público lo aclamaba por su bravura en el tercio de varas, pero se apresuró, a pedir cambio de tercio el Niño de la Capea; un detalle de nula afición y poca vista porque no se acabó de ver lo que el animal llevaba dentro y además quedó demasiado entero para las escasísimas posibilidades que tenía su matador. La faena fue fugacísima: dos dobladas, dos derechazos en los que la casta del toro, que es noble, se "come" al torero. Una voltereta. Muchos nervios. Dos naturales sin mandar. Macheteo y... ¡a por él! El quinto valía por el pitón izquierdo, pero el Niño de la Capea se embarulló por ese lado y también se desconfió enseguida, quizá Porque le iba con la cara alta. Cualquier profesional habría sabido bajársela. ¿Qué le faltaba al toro? ¡Un torero! Los modestos del día anterior, por ejemplo, que a estos pablorromeros se los hubieran jalado con patatas. Lo mismo les faltó al tercero y al sexto. Por la cara le anduvo Alcalde al tercero, sin atreverse a darle un pase. Al sexto, que se comportó como borrego, le dio varios derechazos con el pico, unos limpitos y los más no. Ambas reses, por añadidura, fueron las de menos trapío de la corrida. Extraños sorteos se hacen en la plaza de las Ventas. Dámaso González, que ya no presume de figura, es un torero vulgarcito -siempre lo fue- pero, honesto y trabajador. Al noble primero le dio muchos derechazos malos. El cuarto era reservón y podríamos justificar que no se confiara. Además, si los fenómenos, las figuras y los toreros época son incapaces de darle un pase aun toro de casta, ¿qué va a hacer un honesto trabajador? El ridículo del Niño de la Capea, y de Alcalde llegó a ser total. Desde la andanada les toreaban «¡figuritas de papel!» Más hay una pregunta que hacer ¿de qué clase de papel? Bueno, poco importa ya. Está visto lo que dan de sí, y los despidieron a almohadillazos. Lo cual no será ningún obstáculo ¡faltaría más!, para que esta temporada toreen cien corridas y para que el año próximo vuelvan a San Isidro en el mismo plan de figuras. Por algo pertenecen a las poderosas organizaciones Chopera y Camará, que con Balañá y la propia empresa de Madrid son quienes mandan aquí, y no se hable más. 29 de mayo de 1976