Los cementerios me intrigan no porque crea en los muertos y en los fantasmas, sino que me produce una profunda reflexión. Sería muy interesante anotar en los epitafios de todas las tumbas cuantos días esa persona fue realmente feliz, que haya disfrutado intensamente, momentos que la hicieron vibrar al máximo con esa inigualable sensación de sentirse plena.
Tal vez al momento que vio nacer un hijo, besar a los seres que amaba, reencontrarse con un amigo, hermano, recibir una caricia, la ayuda inesperada o la fiesta sorpresa, el entregarse plenamente a la persona amada, cuántos años, meses, días, horas y minutos disfruto a lo largo de su vida.
Seguro que en más de un epitafio debería leerse: “Aquí yace alguien que pensó que mañana iba a ser feliz”, pues de tanto esperar la vida se le pasó, se graduó en el arte de no vivir.
Debemos llevar un registro de los momentos de felicidad, proponernos vivirlos cada vez con más frecuencia e intensidad, y el secreto para lograrlo ¿cuál es?: conservar e incrementar nuestra capacidad de admiración, de ser conscientes que el presente es el regalo que día a día nos concede el Creador.
Ser más sensibles a las cosas que aparentemente son simples pero que encierran un mundo maravilloso: un amanecer con su policromía de luces, un ocaso con su infinitud de tintes, la lluvia, la sonrisa de un niño, el arte de una mariposa, el despertar, el disfrutar la comida, el vino y al amigo, el secreto para despertar es vivir intensamente el presente.
Hay quienes están comiendo una manzana y están pensando que sería mejor una naranja, quien está en la playa soñando en estar en la montaña, quien desea que el día termine pues le aburre todo, quien está con una persona pensando en otra. El arte de disfrutar es estar contento, complacido con lo que ese momento nos esta ofreciendo y no añorando lo que en ese momento no tenemos.
La gente piensa que la felicidad es un lujo que no se pueden dar, pues según ellos “han sufrido tanto” que sería casi un sacrilegio el disfrutar. En una ocasión celebrando una reunión de amigos en la playa en un lugar verdaderamente mágico, uno de ellos me retó diciéndome: “ Yo he sufrido más que tú”, a lo cual solamente le respondí: “Pendejo”. La vida no es concurso de felicidad o de sufrimiento, cada quien lleva su propia contabilidad lo cual no es comparable ni transferible.
La sabiduría consiste en saber rectificar y ratificar, cambiar lo que debemos cambiar y confirmar aquellas conductas que nos han producido felicidad.
Los líderes saben que el tesoro más valioso que poseen es su propio tiempo y no se dan el lujo de malgastarlo, su presente es lo único que les pertenece.
La capacidad de admiración es tal vez la principal cualidad que teníamos cuando éramos niños, la vamos perdiendo en una dosificación de problemas, de cosas y de realidades que más que ayudarnos nos han alejado de las maravillas que nos rodean. Es necesario sensibilizarnos a nuestro entorno y no permitir que la cultura de consumo nos consuma la vida, aprender a bien-estar es el secreto para disfrutar.