Es una novela que narra los amoríos de tres amigos que se enredan con sus nuevos vecinos. Troy, Anne y Abba son los mejores amigos y se van a vivir juntos a Valencia siguiendo a Abba. Ella es una mujer triunfadora de 30 años que cuando llega a lo más alto en su carrera laboral decide dar un giro a su vida y trasladarse a vivir a Valencia, aunque sea a una agencia de publicidad más modesta.
3. CON TODO MI CARIÑO PARA MIS
PANTERAS INCOMPRENDIDAS
POR ENTRAR EN MI VIDA
Y NO SALIR DE ELLA
4. Índice
La llegada de Anne
La fiesta
David (las vecinas nuevas)
El preparador físico
La tregua
David (Mis vecinas en el gimnasio)
Visita guiada
El increíble Jordan
David (Sueños del pasado)
Malos entendidos
David (Confidencias)
Navidades en familia
Jordan al ataque
David (La despedida)
Acusaciones
Embarazo inesperado
David (Viaje a Barcelona)
Navidades inolvidables
Los padres de Jesús
La despedida de mis padres
La ruptura
Decisiones
El poder de una canción
David (Malas noticias)
Decisión definitiva
5.
6. La llegada de Anne
umbada en el sofá, preparándome mentalmente para comenzar un día muy largo.
Acabo de mudarme y tengo el apartamento lleno de cajas todavía por desembalar.
Me levanto y abro la puerta de cristal que da a una enorme terraza.
Respiro hondo y sonrío. Las vistas son maravillosas. Vivir en un octavo piso, delante
de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, te hace sentir poderosa.
Reconozco que mi ego está por las nubes. He trabajado mucho y muy duro para llegar
donde estoy.
Llevo cinco años trabajando en el mundo de la publicidad. Los mismos que he sido
galardonada a premio por año. Cualquier agencia mataría ahora mismo por contar
conmigo.
Tengo treinta años y soy de las más jóvenes en este mundillo. Me han puesto muchos
obstáculos para llegar, pero ahí estoy. Pese a quien pese, he llegado a lo más alto. Y por
ello me he podido permitir el lujo de comprar dos áticos y hacerlos uno. Al igual que pude
darme el gusto de abandonar mi antigua agencia de publicidad y elegir la que yo quería.
Todos pensaron que me había vuelto loca. Es posible que tengan razón. Abandonar
Londres para mudarme a Valencia no tenía mucho sentido. Menos aun cuando la agencia
elegida no está entre las grandes. ¡No importa! Para eso estoy aquí, para llevarla a lo más
alto.
Vuelvo a mirar con atención la panorámica y me doy cuenta que, Valencia es el lugar
perfecto. Su clima, su luz, su esencia. Es posible que acabe siendo el lugar donde echar
raíces. Como ya he dicho, me he esforzado mucho para conseguir lo que tengo, y necesito
que todo en mi vida sea perfecto. Incluso los hombres.
Ahí sí tengo un serio problema. Dos veces creí haberlo encontrado. El hombre perfecto
que encaje en mi vida perfecta. Pero claro, no todo en la vida es como una quiere. Ojalá
fuera tan fácil encontrarlo.
Decido entrar de nuevo y ponerme a trabajar. Quiero tenerlo todo en su sitio. Me
desquicia el desorden y, ver las cajas esparcidas me crea un estado de nerviosismo total.
Voy directa al equipo de música, otra de mis grandes aficiones. Soy una melómana
empedernida. La música es vital en mi vida. Elijo un cd del grupo Queen, me apetece
escuchar un poco de ritmo, así las energías estarán a tope.
Llevo media hora sin parar, estoy con las pilas puestas, voy canturreando las canciones
y de paso moviéndome al son de la música. Justo cuando estoy haciendo mi mejor
actuación con una de las bolas de cristal, una colección de bolas de todas las ciudades
donde he vivido. La tengo sujeta utilizándola de micrófono, llaman al timbre de la puerta
sin parar.
T
7. Me asusto porque no espero a nadie, y os aseguro que ningún conocido mío, sería
capaz de fundir mi timbre ¡Ay, madre! ¿Y si hay fuego en el edificio?
Dejo la bola en la estantería y me dirijo a la puerta rauda. De hecho salto un par de
cajas que me obstaculizan el camino. Casi me doy de bruces, pero consigo abrir con la
respiración agitada.
¡Madre mía! Hay un hombre con el torso desnudo, con un pantalón de pijama a cuadros
muy hortera para mi gusto personal. Moreno, con ojos grisáceos y un metro ochenta
aproximadamente. Os juro que tiene unas abdominales muy marcadas. Desde luego tiene
un cuerpo rematadamente perfecto.
Apenas me da tiempo a decir nada, ya se encarga él de presentarse…
―¡¿Tía, te has vuelto loca o qué?! ¡¿Qué coño te pasa?!
―¿Cómo dices?
―La gente intenta dormir ¿Sabes?, así que haznos un favor y ¡Quita la puta música!
No lo puedo creer, viene un gilipollas a mi casa, a gritarme ¡A mi cara nada menos!,
imaginad mi reacción. Puede que esté muy bueno, pero desde luego a mí no me grita
nadie ¡Faltaría más! Pues hea, voy a darle lo que se merece, pegarle un portazo en todas
las narices, por no hacer algo peor.
¿Quién se cree que es para gritarme de esa manera? Regreso al salón y bajo el volumen
de la música. Pero al segundo me doy cuenta de un detalle. Estoy en mi casa, son las once
y media y puedo hacer lo que me venga en gana. Solución: Poner el volumen a tope y ver
quién tiene las de perder.
No pasa ni diez minutos cuando llaman al timbre de nuevo. ¿Quiere guerra? Pues la
vamos a tener. Sin pensarlo y con una mala leche que ni me aguanto, salgo disparada a la
puerta de entrada. El del pijama hortera se va a enterar quien es Abba Winston.
―¡No me toques las narices, chaval!... ―grito de fuera de mí. Me muerdo los labios,
avergonzada y sorprendida por ver a mi amiga Anne.
―No tenía intención de tocártelas, pero si insistes…
―¡Anne! ―exclamo y me lanzo a sus brazos. Necesito tanto a mi amiga como
respirar.
Anne y yo nos conocemos desde la infancia. A la edad de cinco años, algún lumbrera
le dijo a mis padres que su hija «o sea yo», era superdotada. Y mis padres, con la mejor
voluntad del mundo, intentando no interponerse en el buen desarrollo mental de su única
hija, me mandaron a un internado para niños prodigio. Y ahí estaba mi buena amiga Anne.
Con quien crecí. Se convirtió en la hermana que siempre desee tener.
No me puedo quejar de padres, pero al vivir alejados, no hemos compartido la relación
normal de una familia unida. Y doy gracias, porque podría haber sido peor. Sin ir más
lejos, mí querida Anne. Sus padres algo excéntricos, vieron una salvación a sus vidas. No
estaban preparados para ser padres, mi buena amiga con su coeficiente era mil veces más
adulta con cinco años que ellos. Así que, mandarla al extranjero a un internado fue ver la
8. luz que tanto necesitaban. El problema fue que al mandarle debieron olvidar totalmente
que tenían una hija. Porque no volvió a verlos hasta que a los veintiún años, me amiga se
personó en su antigua casa familiar.
Igual debo agradecer al universo que eso sucediera, porque así no me he separado de
mi amiga. Nuestra infancia y adolescencia siempre juntas. Y teniendo en cuenta que poca
gente nos comprende, debo reconocer que fue una bendición.
También debo hablaros de mi buen amigo Troy. Lo haré en su momento, ahora estoy
encantada de sentirme arropada por los brazos de mi buena amiga Anne.
―¿Qué te ha hecho reaccionar así? ―pregunta sonriente.
―Calla, calla. Una tontería ―respondo intentando olvidar el incidente con el hombre
de pijama hortera―. Pasa que tenemos mucho que hacer.
Cada vez que me mudo de ciudad, Anne viene a pasar conmigo una larga temporada.
Sabe que odio los cambios, al igual que me cuesta adaptarme.
Me encantaría ser como ella. Envidio su espíritu aventurero. Siempre encaja en
cualquier parte. No se amilana con nada. Su sentido del humor es extraordinario. Una
cualidad que me fascina en ella. Y en cuanto a su vida sexual… Mejor no hablar de ello,
porque necesitaría tres semanas para poneros al día. Con deciros que su lema de vida es:
«Vivir hoy porque no creo que llegue a mañana».
Se dedica al diseño. Ha trabajado para grandes firmas, pero nunca ha querido dar su
nombre. Dice que la fama le impediría vivir la vida que ella desea. Nunca he entendido
porqué. Es buena, sus vestidos han desfilado por las mejores pasarelas, pero nunca sabrá
nadie que son de ella. Yo sería incapaz. Si he trabajado qué menos que se me reconozca.
En fin, es Anne, ella es otro mundo.
En cuestión de hombres, ya os he dicho que la larga lista de conquistas es interminable.
Lo entiendo, porque es preciosa. Morena, ojos verdes con rasgos exóticos. Lo que todo
hombre desea tener. Pero mi amiga no entra en los planes de ningún hombre. Quiero
decir, no importa que un hombre esté locamente enamorado de ella, pues lo único que
quiere ella de un hombre es sexo. Reconozco que la envidio, porque yo soy una mujer
muy clásica.
Para que yo esté con un hombre, tengo que haberlo conocido lo suficiente como para
saber que puedo mantener una relación estable. El aquí te pillo, aquí te mato, no entra en
mi mundo.
Una vez hablamos largo y tendido, reconoció que mostrar sus sentimientos es algo que
le agobia. Se siente vulnerable y la sola idea de que un hombre le parta el corazón, le
asfixia. También reconoció, que el hecho de que sus propios padres, fuesen capaces de
abandonarla sin el menor reparo ¿Por qué iba un hombre a serle fiel? Así que conociendo
a mi amiga, su miedo o mejor dicho pavor, a ser abandonada, puedo garantizar que no
hay un hombre capaz de atravesar ese corazoncito.
9. Estoy en mi dormitorio, debo reconocer que estoy orgullosa, los decoradores
entendieron a la perfección mis preferencias. Un dormitorio moderno, con las paredes
blancas y granates. Los muebles negros y blancos y por supuesto, la mayor alegría de mi
casa: Mi vestidor.
Soy adicta a la moda. Esto se lo debo a mi buena amiga. Supongo que ella me metió
de lleno en ese mundillo. Y reconozco que ambas somos compradoras convulsivas. Suerte
que mi economía es elevada. No quiero parecer déspota, pero recordad que soy la mejor
en mi trabajo y, trabajar en publicidad es hablar de sumas de dinero desorbitadas.
Anne tampoco puede quejarse, trabajar para los grandes es lo que tiene. En algo se
tenía que ver recompensado el hecho de guardar anonimato y que otros se lleven el mérito.
Abro la puerta del vestidor, que es una habitación modificada para hacer de ello. Sonrío
como una tonta. Ya lo tengo casi todo colgado. En un lado están mis vestidos de diseño,
de grandes firmas, los vestidos más envidiados de la moda. Al otro lado tengo la ropa
formal con la que trabajo; ojo, formal no necesariamente significa que no sea de diseño
¡Faltaría más! Y en el fondo la ropa cómoda sin ser de diseño, pero que para nada es de
mercadillo. En uno de los laterales se abre una compuerta y ahí están mis zapatos. Mejor
no hablar de ellos porque si empiezo no acabo, podéis haceros una idea, ya que zapato y
bolso pocas veces se repite.
―Abba, tengo un hambre que me muero ¡No tienes nada en el frigorífico! ―dice
alterada. Lo entiendo, mi amiga es de buen comer. No sé cómo lo hace, porque tiene un
cuerpo de escándalo.
―Anne, me trasladé ayer, la compra no venía en la maleta ―replico―. ¡Vale, vale, te
invito a comer!
Sonríe y asiente. Ya había puesto cara de pocos amigos. Con la comida no se juega,
mi amiga es capaz de ganar en un campeonato a los tipos más fornidos.
Yo reconozco que tengo un físico aceptable, aunque me cuido mucho. No me atrevo a
comer sin hacer ejercicio. Estoy segura que el día que deje de hacer deporte me convertiré
en una ballena. Según Anne es obsesión mía, porque está convencida que no me pasaría
nada. Que tengo un metabolismo preparado para comer de todo. Lo tengo, porque
tampoco me quedo atrás a la hora de ingerir de todo, pero por si acaso, mejor no
arriesgarme.
Vamos a un japonés, sé que es su comida favorita. Suerte que en la calle de atrás hay
uno en la avenida de Francia.
Tengo memoria eidética, es un fastidio os lo aseguro, porque lo controlo todo. Al entrar
en el restaurante ya he analizado el lugar. Para que os hagáis a una idea, de la puerta de
entrada a nuestra mesa, he memorizado los doce cuadros que hay colgados, cuatro
camareros, dieciocho clientes, dos de ellos por cierto lleven la misma camisa y están en
distinta mesa. En fin cosas así. Imaginad lo agotador que es al cabo del día.
―¿Por qué Valencia? ―pregunta Anne mientras ojea la carta.
―El año pasado me contrataron para hacer un spot publicitario de la ciudad. Ya me
conoces, me empapé de todo y la ciudad me cautivó.
10. Anne me mira y vuelve a la carta. Sé que es está disimulando, pues en un minuto es
capaz de memorizarla. Prefiero no preguntar, porque cuando Anne disimula, algo se
avecina.
Nos toman nota y cuando los platos están ya en nuestra mesa, Anne por fin suelta por
su boca lo que le estaba carcomiendo.
―¿Qué pasó con Dyron? ―pregunta sin más. Así, directa a la yugular―. Y no me
vengas con que no era el perfecto. Te conozco Abba, dos años con un hombre al que
adorabas, no me trago que rompiste con él, por darte cuenta que no era el perfecto.
―Preferiría no hablar de ello.
―Y yo preferiría poder curar el cáncer y no puedo.
Comprendo que es una charla que tenía pendiente con Anne. El día que rompí con mi
ex, lo único que fui capaz de contar es que no era el hombre perfecto para mí.
―No me vengas con tonterías Abba. Estuve a punto de ir a buscarte hace seis meses.
Cierto, ella es así. Pude tranquilizarla con evasivas y mintiendo para que no se
preocupara. Conociéndola estaba como loca por llegar a Valencia y saber la verdadera
historia. Y no voy a mentir, igual es el momento de contarlo en voz alta y pasar página.
Es humillante contar tus decepciones sentimentales, pero los amigos están para eso.
―Está bien, te lo contaré.
―Muy bien, soy toda oídos. Porque te aseguro que no estoy dispuesta a escuchar otra
tontería como la que me dijiste hace seis meses. Te pasaste dos años diciendo que Dyron
Curtis era el hombre perfecto. Que lo habías encontrado y que por fin tu vida era perfecta.
Sonreí con desgana ¡Qué triste haber creído haber encontrado el hombre perfecto!
―Una tarde me llamó Etham Stamp, ya sabes, uno de los amigos de Dyron ―digo y
Anne asiente con la cabeza―. Me pidió que le concediera una tarde, para poder hablar
largo y tendido. Lo hice. Al día siguiente sentados en una cafetería del centro de Londres,
nos vimos y… ―respiré con dificultad. Recordar siempre duele.
―Venga, tú puedes ―me dice a la vez que me acaricia la mano para darme valor.
―Me contó que Dyron se estaba viendo con su prometida. Que eran amantes desde
hacía más de tres meses. Yo no podía creer semejante historia. ¿Dyron? Era imposible.
Para mí Dyron lo era todo. Era perfecto, uno de los hombres más influyentes de Inglaterra.
Un caballero andante, un hombre triunfador y de una dinastía ejemplar.
―Cariño, te lo tengo dicho, los hombres así son los peores. ―Me interrumpió Anne.
―La cuestión es, estuve dos días dándole vueltas al tema. ¡Joder, Anne! Tengo una
mente privilegiada, ¿cómo no pude leer su lenguaje corporal y darme cuenta de todo?
Es triste saber que tienes una mente fuera de lo común. Que es capaz de memorizar el
más mínimo detalle. Conseguir hablar doce idiomas, tener cinco carreras universitarias y
no ser capaz de ver que tu novio, el hombre que creías perfecto te estaba siendo infiel.
11. ―Eso te pasa por querer encontrar el perfecto. O mejor dicho, eso te pasa por querer
creer en el amor.
Mira, puede que tenga razón. Al fin y al cabo, ¿quién nos asegura que de verdad existe
el verdadero amor? No sé si existe o no, pero soy de esas personas que necesitan creer
en él. Demando que el amor exista. Que me toque con sus flechas, pero por favor, que lo
hago con el hombre perfecto.
―Pues ahí me ves, haciendo de detective. Persiguiendo a Dyron durante cuatro días
seguidos. No había indicios de ninguna infidelidad… Pero una tarde, cuando ya estaba a
punto de tirar la toalla, los vi.
―¿A Margaret y Dyron juntos? ―pregunta Anne muy curiosa.
―Sí, fueron a un hotel. Estuvieron allí cuatro horas. Cuatro malditas horas en las que
yo me quedé inmóvil en el asiento de mi vehículo.
No me apetece seguir hablando de esto, es doloroso y humillante a más no poder. Me
vino bien que no quedara nadie en el restaurante.
―Anne, quieren cerrar, es mejor que nos marchemos.
Mi amiga mira a su alrededor y cede, claro que, no piensa quedarse sin saber toda la
historia.
―Cuando lleguemos a casa terminas de contarme la historia.
Antes de dirigirnos al apartamento, pasamos por El Corte Inglés que está en la avenida
de Francia. ES bueno tener un lugar así cerca de casa. Sabes que vas a encontrar de todo.
Podéis imaginar, nos lanzamos a comprar sin conocimiento antes de pasar por la
sección de alimentación. Vimos unos cuantos diseños de Anne colgados. Nos acercamos
a comprobar si estaban bien rematados, porque en varias ocasiones hemos visto sus
diseños a precios desorbitados siendo meras imitaciones.
Planta imprescindible, la de cosmética. Los perfumes y cremas faciales son vitales en
mi vida. Segunda parada importante la de música. Os lo dije melómanas totales.
Una vez en el supermercado, decidimos ir por caminos separados. Cada una con un
carro de la compra. Estoy segura que mientras ella lo llena de productos de alto nivel en
grasas, yo voy cogiendo alimentos más salubres, es la única manera de compensar ambas
cosas.
Al llegar a la caja, nos quedamos sorprendidas, la cajera nos dice que al ser sábado
tendremos la compra en una hora en casa. Nos miramos sorprendidas, pero lo
agradecimos, porque todo un fin de semana sin comida no era bueno.
―Por favor, los pastelitos de chocolate que lleguen intactos. Tenemos una crisis.
―¡Anne! ―protesto por el comentario.
La cajera sonríe y los aparta con delicadeza.
―¿Cómo se te ocurre? ―pregunto avergonzada.
12. ―He dicho que tenemos una crisis, no sabe a qué clase de crisis me refiero.
―Como si hubiese muchas clases de crisis en las mujeres ―replico molesta. Es
vergonzoso que todo el mundo conozca tus intimidades.
―Razón de más, ella también es mujer. Igual se apiada de nosotras y nos mete unos
cuantos más de regalo.
Discutir con Anne es casi imposible. Siempre tiene que sacar puntilla a todo y lo peor
de todo, sabe salirse con la suya.
Tiene un don, es capaz de convencer al mismo diablo de quitar el fuego del infierno y
convertirse en ángel. Os lo aseguro, cuando se propone algo, lo consigue con su gracia
habitual.
13. La fiesta
legamos cargadas de bolsas, os dije que somos compradoras convulsivas. Montamos
en el ascensor y escuchamos una voz gritando.
―¡Esperad!
No nos da tiempo a nada. Un hombre entra a la carrera en el ascensor, haciendo un
requiebro por el salto que había dado para colarse antes de que le pillaran las puertas.
Se da de pleno con Anne. Y cuando ambos se miran, saltan chispas. En mi vida he
visto cosa igual.
Es un hombre alto, con una pequeña melena castaña clara, tendrá unos treinta dos,
treinta tres años de edad. Viste moderno y lleva zapatillas deportivas, eso sí, son de marca.
―¿A qué piso vais? ―pregunta el hombre sin dejar de mirar a los ojos de mi amiga.
―Al último ¿Y tú? ―uisss conozco esa vocecita de Anne. Uff… acaba de elegir a su
próxima conquista.
―También ―responde y da al botón―. Debéis ser las nuevas vecinas. Y dime, ¿hay
vecinos nuevos también, o sólo estas dos bellezas?
El chico desde luego tampoco es de perder el tiempo. Y os juro que está comiéndose
a Anne con la mirada.
―No, no hay vecinos ―responde Anne rápida. Está claro que quiere dejar claro que
está soltera y a su entera disposición.
―Estupendo ―por su entonación quiso decir «Ahh, bien, estupendo. Carne fresca y
sin tíos que puedan molestar»―. Por cierto, damos una fiesta esta noche. Estáis invitadas.
Así conoceréis a gente del edificio, van acudir unos cuantos.
―Y dime ¿Hay alguna mujer que dé la fiesta también? ―pregunta Anne muy coqueta.
La sonrisa del vecino se ensancha.
―No, no hay ninguna mujer. Pero sí hay un compañero de piso que estará encantado
de recibiros.
Madre mía, no tengo intención de conocer a nadie. No suelo codearme con vecinos.
De hecho es la primera vez que vivo en un edificio, normalmente he comprado casas
unifamiliares. Y además, ¿una fiesta con unos desconocidos? No, va ser que no.
L
14. Anne ya está fantaseando con esa maldita fiesta. La conozco bien, ella está encantada,
acaba de darle la oportunidad perfecta para que este hombre acabe en su cama.
Me hago la loca, como si no fuera conmigo la cosa. Odio vivir en un octavo, se hace
eterno llegar a tu destino. En cuanto las puertas se abren, salgo escopetada. Le hago un
gesto con la cabeza, pero da lo mismo, podría sacarle la lengua o ponerme a cuatro patas,
que este hombre está hipnotizado con Anne.
Casi media hora después mi buena amiga entra con una sonrisa ladina. La observo
atenta.
—No te lo vas a creer. Resulta que este tío es motero, ¿te lo puedes creer? ¡Motero!
Lo que me gustan a mí las motos.
Busco su mirada, estoy convencida que estará perdida en su fantasía mental. Su cabeza
loca ya está retozando con el vecino.
—Anne, por favor, acabas de llegar, no sabes nada de ese tío, tan solo que es motero.
—No necesito nada más, excepto saber que me voy a poner esta noche para
deslumbrar.
—Dime que se trata de una broma. Dime que no estás pensando en un idilio con este
chico.
―Yo no tengo que decir nada que es tan obvio. La que tienes que hablar eres tú.
Siéntate y cuéntame el final de tu historia don Dyron.
¿Por qué no podía por una vez olvidarse de todo? ¿Por qué hay que saberlo todo? Es
tontería preguntando, pues al final voy a contarle toda la verdad.
―Fui a su despacho, necesitaba hablar con él. Debió entender al momento que algo
pasaba, porque jamás pisé su despacho hasta ese mismo momento. ¿Sabes lo que más me
duele?
Anne niega con la cabeza y sube las piernas al sofá, su posición de yoga favorita y me
hace un gesto para que continúe.
―Dos semanas antes, vino a mi casa. Quería que formalizáramos la relación. Tenía
planeado dar una fiesta oficial de pedida de mano. Yo estaba encantada, feliz… ―se me
nublan los ojos y no quiero llorar―. No valió para nada. Le dije que había descubierto su
aventura con Margaret. Lo negó todo hasta la saciedad. Juró y perjuró.
―Ay Abba, te quedarías helada.
―Me mintió a la cara, para colmo Etham me había dado una larga lista. No pienses
que Margaret era la única. Aquella lista era interminable. Gente de todo tipo ¡Mujeres del
servicio doméstico y todo! ¿Te lo puedes creer? Esas mujeres me servían la comida
cuando iba a cenar a su casa. Es humillante lo que han debido reírse a mi costa.
Me sale una lágrima que limpio con rapidez. Hace tiempo que me negué a llorar por
otro hombre. No aprendo. No sé qué tengo que atraigo a todos los indeseables.
―Anne, no sé qué hago mal. Siempre acaban siendo infieles.
―Abba, no es culpa tuya.
15. ―Algo debo hacer mal, porque ya son dos.
¡Qué triste! Dos hombres, no uno sino dos. El primer hombre al que me entregué por
completo, pensé que era perfecto también. Le creí hasta la saciedad. Un hombre que me
prometía la luna, que me agasajaba con mil momentos románticos. Alguien que me dijo
te amo con tanta credibilidad que no lo dudé. Y para colmo me hizo creer en un futuro
lleno de amor, de constancia y además de prosperidad. Entendía mi manera de ver el
mundo. Normal que entendiera y aprobara mis incansables horas laborables. Así él
aprovechaba mis ausencias para vivir su propia vida. En la que yo no estaba, en la que
otra mujer le esperaba en casa. Donde esos sueños y promesas que me regalaba al oído,
entregaba y compartía con su propia esposa.
¡Casado! Estaba casado. Cuando nos conocimos llevaba cuatro años con su mujer. Y
yo ignorante de la vida. Cierto que yo tenía veinte años y él treinta. Pero los hombres de
mi edad normalmente me aburren. Tened en cuenta que mi mente privilegiada hace
estragos a la hora de mantener una relación. Pocos hombres aceptan que seas cien veces
superior.
― Sabes cuál es el problema Abba, te lo voy a decir. En tu obsesión por buscar el
perfecto, dime ¿Tiene qué ser perfecto?, no puede ser simplemente un hombre normal,
divertido, sensual, excitante, sincero, gracioso. Sin buscar nada más, que te acompañe el
presente, sin buscar un futuro. Siempre conoces gente importante, gente estirada.
Abogados, arquitectos, políticos y ¡Por Dios! Los trepas de tu agencia de publicidad. No
crees que va siendo hora de divertirte. Tener un simple lío de una noche. Hazme caso,
busca un hombre real con el que divertirte. Resulta que si el tío te hace sentir única,
vuelves a quedar, ¿qué no?, pues si te he visto no me acuerdo. Y pasar de todo eso de
buscar el perfecto. Porque tu vida va a más. Pero ir a más en tu profesión no quiere decir
que tengas que encontrar a alguien que pueda estar a tu altura. Encontrar al hombre
perfecto, es encontrar aquella persona por la que nada más despertar tu mente piense en
él, que cuando te acuestes su imagen sea lo último, que durmiendo sigas soñando con él,
que te haga reír y gozar. Eso es encontrar al hombre perfecto y, te diré más, puede que
esta noche lo hagas. Porque mira tú por dónde tenemos una fiesta jajaja… Por fin hombres
normales que dan una fiesta sólo para pasarlo bien. No para recaudar fondos, ni nada por
el estilo. Todo lo contrario al tipo de fiestas a las que suelen invitarte y en las que sueles
acabar con hombres de semejante índole como Dyron y Paul.
―Sé que las fiestas a las que acudo…
―¡Son un muermo! Abba, cada vez que has ido a una de esas malditas fiestas, te has
pasado horas renegando de lo aburridas que han sido ―dice alterada, y la verdad, tiene
razón―. Eres muy joven para vivir una vida tan aburrida.
―No tengo una vida aburrida ―protesto enérgica.
―Y tanto que sí. El sexo no es malo, ¿sabes? No sé por qué te empeñas en
desaprovechar los mejores años de tu vida. El trabajo no lo es todo Abba. Y para tú
información te diré que si mantuvieses relaciones sexuales más a menudo estarías mucho
16. más liberada mentalmente. Esa cabeza tuya no para, no es bueno retenerlo todo. ¡Joder!
Qué eres una mujer adulta, espabila, libérate y disfruta de una jodida vez.
Vaya vocabulario que se gasta mi amiga. Puede que tenga razón, pero no me siento
cómoda cuando tengo que relacionarme con hombres. Pienso que van aprovecharse de
mí. No quiero sexo sin sentimientos. Lo quiero todo.
―Déjalo Anne, sabes que no puedo. Necesito sentirme querida y protegida. Ansío que
me amen por encima de todo. ¿Acaso es mucho pedir?
―No, no es mucho pedir. Pero la vida no tiene por qué ser tan perfecta. No busques
la perfección o acabarás perdiéndote la diversión.
Igual tiene razón. Pero he luchado mucho para alcanzar esa perfección y no estoy
dispuesta a bajar el listón.
―De todas formas esta noche tenemos una fiesta de bienvenida a Valencia.
―¿Tengo que ir? Puedes ir tú, otras veces has acudido sin mí.
No me contesta porque llaman al timbre y las dos salimos raudas. Voy directa por mi
cartera, quiero dar una buena propina por ser tan serviciales.
¡Madre mía, qué rapidez! Abro la puerta con una gran sonrisa y ¡Bang! Pego un
portazo. Anne me mira incrédula.
―Abba, estás fatal ―dice haciéndome a un lado para abrir de nuevo.
No sé por qué lo he hecho. Bueno sí, al fin y al cabo esta mañana hice lo mismo. Sí,
se trata del hombre con pijama hortera.
Anne abre la puerta y el moreno de torso duro, con cara de pocos amigos sigue allí.
Pensé que habría desaparecido pero está claro que no.
―Hola, disculpa a mi amiga. Hace tiempo hizo de conejillo de indias para unos
fármacos y desde entonces tiene un tic nervioso en los brazos.
¿Ahora va a justificar mi arrebato? No tengo porqué justificarme ante nadie. Estoy en
mi casa, puedo hacer lo que me dé la real gana ¡Vamos, digo yo!
Parece que al moreno le hace gracia el comentario, sonríe y aprieta los labios.
―Venía a pedir disculpas por mi comportamiento de esta mañana.
Anne ladea la cabeza un segundo para mirarme, levanta las cejas y pone cara de «Abba,
vas a tener que darme unas cuantas explicaciones». Sin decir nada, de nuevo vuelve la
cabeza al frente y sonríe al hombre de pijama hortera, asintiendo con la cabeza. Cómo si
supiera a qué se refiere.
Por mi parte, no tengo intención de escuchar ninguna tontería. No quiero disculpas, no
las necesito. Así que, me doy media vuelta y regreso a la cocina. En el trayecto de mi
17. huida escucho la voz elevada del tipejo que hay en la entrada. Alza la voz para que lo
escuche a la perfección.
―Pero ya veo que la borde de tu amiga no intención de escucharme.
¡¿Me ha llamado borde?! Doy media vuelta para enfrentarme al estúpido de turno.
Justo cuando llego a la puerta los del supermercado hacen acto de presencia y lo único
que sale por mi boca es:
―Por aquí por favor.
Es mejor tranquilizarme, porque si digo lo que me viene a la mente, será rebajarme al
nivel ordinario del estúpido que hay en la puerta de mi casa. No llevo ni veinticuatro horas
en el edificio y ya quiero mudarme ¡Mal vamos!
Mientras ordeno la lacena, escucho la risa exagerada de Anne, la conozco lo está
haciendo para picarme. Quiere que salga a ver de qué se están hablando. Pues lo tiene
clarito. Porque no tengo ninguna intención de salir. No sé qué me pasa, pero el hombre
de pijama hortera me pone muy nerviosa.
Cuarenta minutos después cuando ya lo tengo todo ordenado, entra Anne hablando
sola, como si yo no estuviese allí.
―Vaya, vaya, vaya… A Abba se le ha olvidado comentarnos que ha conocido a un
tipo encantador, cachas, simpático ―levanto una ceja―. Claro, debe estar muy
acostumbrada a codearse de tíos tan perfectos.
―Anne… ―me acalla levantando la mano y sigue son su numerito.
―Suerte que yo si me he fijado en él, porque te lo tenías muy guardado.
―No lo conozco de nada. Se presentó en la puerta con un pantalón de pijama a cuadros
muy hortera, para tú información.
―¡No me jodas, Abba! ¿Un tío así de cachas, se presenta en tu casa, en pijama y le
dejas escapar sin meterlo en tu cama?
―¿En mi cama?
―¡Sí, en tu cama! No me lo puedo creer, tú no tienes sangre en las venas.
Me río y Anne me mira con cara de pocos amigos.
―¿Qué te hace tanta gracia?
―¿Sabes que aquí en Valencia tienen un dicho?
―¿Cuál?
―Dicen: Tienes horchata en la venas.
18. Anne no entiende nada, se mosquea porque sigo riéndome. Ya la llevaré a probar la
auténtica horchata valenciana a la horchatería más famosa, llamada Daniel que está en
Alboraya.
―No sé lo que dicen aquí, pero tú, amiga mía, no tienes sangre. Estás mentalmente
desquiciada. No se puede dejar escapar a un hombre que se presenta en la puerta de tu
casa, solo con un pantalón de pijama ―voy a protestar y levanta la mano con mando―.
¡No tienes perdón de Dios! ¡Joder, Abba!
Se dirige por un vaso de agua, cuando deposita el vaso en el fregadero me mira
fijamente.
―Al menos reconocerás que el chaval está para comérselo.
Lo reconozco, está para comérselo, pero me avergüenza decirlo en voz alta.
―No está mal. Pero ya sabes que no es mi tipo.
―Claro, claro, claro… Un hombre jodidamente perfecto no es tu tipo.
Me molesta que tenga que enfadarse porque no le baile el agua a un guaperas. Además
un hombre que es muy guapo, pero un total maleducado.
―No sé qué le ves tú de perfecto…
―¡Todo!
Una respuesta tan concisa y directa me alerta. ¿Por qué me tiene que molestar que le
parezca perfecto?
―Vale, ya tienes dos en el edificio, bienvenida a Valencia.
Anne se ríe y sin decir nada se marcha a su dormitorio. Cuando está a punto de cerrar
la puerta, grita:
―¡Ve arreglándote que nos vamos de fiesta!
¡No me lo puedo creer! ¿Qué pinto yo en una fiesta? Tomo aire porque siempre pasa
lo mismo. Anna acaba saliéndose con la suya.
Lo medito un rato en silencio, tampoco tengo mucho que perder. Voy, hago acto de
presencia y en cuanto Anne esté en su salsa desaparezco.
Me meto en el baño y me viene a la cabeza una imagen. Un hombre rematadamente
guapo, con un pijama a cuadros hortera. ¿Qué me pasa? ¿Con la de cosas que mi mente
es capaz de memorizar, por qué precisamente se le ocurre esta?
Y para colmo me doy cuenta que acabo abriendo el grifo de agua fría, porque de verdad
que me han entrado unos calores que no son normal.
Estoy frente al espejo, dando el último retoque a mi cabello. He optado por dejar mi
larga melena suelta y con unos toques rizados, que consigo gracias a mi fabulosa plancha
de pelo.
19. Me pongo nerviosa y decido que puedo intentar escaquearme. Parece que buena amiga
mi lee la mente, está en la puerta de mi dormitorio con los brazos cruzados.
―No vas a dejarme tirada. Mueve tu culito y entra en el vestidor a elegir ropa.
―Anne…
―¡Ni Anne, ni leches! Va siendo hora que disfrutes de la vida.
Lo dicho, no hay nada que hacer cuando Anne se pone sargento. Abro la puerta del
vestidor y me muerdo el labio. Es triste no saber qué ponerte para una fiesta. Normalmente
elijo los vestidos más fantásticos y de diseño, pero para una fiesta en casa de unos vecinos
¿Qué se pone una?
―Anne, no sé qué ponerme.
―Eso depende.
―¿Depende de qué?
Se ríe y pone los ojos en blanco, como si mi pregunta estuviera fuera de lugar. Ya me
da por un caso perdido. Y claro, visto lo visto, puede que tenga razón.
―Aisss Abba, depende de cómo quieres que acabe la noche. ¿Normal o salvaje?
―Me conoces lo suficiente como para saber la respuesta.
―¡Te odio! No cambiarás nunca ―dice con su deje protestón―. Una lástima. Porque
estoy convencida que esta noche podrías encontrar al hombre perfecto.
Ahora me toca a mí reír. Menuda estupidez ¿El hombre perfecto en una fiesta de
vecinos?
―No te rías, cacho hombretón apareció en tu puerta. Ese hombre tiene que ser puro
fuego en la cama.
Entro en el vestidor, porque recuerdo el calentón que he sufrido pensando en él y no
quiero que Anne se percate de ello.
Decido ponerme un pantalón vaquero que me hace un culo prieto, una blusa de seda
blanca con difuminado color verde oliva. El escote es recto, deja un hombro al aire, así
no mirarán mis pechos. No tengo mucho, pero los hombres siempre acaban mirándote las
tetas. Lo reconozco, soy vergonzosa. Ya estoy casi preparada, me falta por elegir lo más
importante, y por supuesto voy decidida, unas sandalias de tacón de Marc Jacob. Los
zapatos de tacón y los bolsos os dije que son mi gran debilidad.
Me miro en el espejo y pienso si debo maquillarme, la verdad que no me apetece. No
tengo intención de estar mucho rato en la fiesta. Así que, me pellizco las mejillas para
que tengan un poco de color y estoy preparada.
¡Madre mía! Anne va por todas, está claro que esta noche estrena la cama. Lleva un
vestido de diseño propio rojo pasión. Toda la espalda al aire, acaba justo donde sale su
20. tatuaje de una diminuta rosa. La parte delantera es ceñida, ella sí tiene pechos para lucir,
la naturaleza fue generosa con nuestra Anne. No son exagerados, pero si llamativos. Y el
toque fantástico de este vestido es que la parte baja hace zigzag hacia el lado derecho, es
suelto y su ceñido donde tiene que serlo, en su cinturita y su trasero. ¡Vamos, que esta
noche triunfa!
―Veo que quieres acabar la noche salvaje.
―No te quepa duda, además, yo siempre acabo la noche a lo grande.
No pienso responder a algo tan obvio. Tiene razón, para qué decir lo contrario.
Mientras finjo colocarme bien la tira de los zapatos, sin mirarle a la cara pregunto.
―Entonces ya tienes un par de vecinos en mente, el hombre de pijama hortera es tu
presa ¿No?
―Vaya, vaya, me da que estás interesada…
―¿Yo? Para nada ―respondo rápida.
―Para tú información, el único que tengo en mente y que acabará en mi cama es un
motero divino.
Pongo los ojos en blanco. Qué responder a algo así. En fin, es Anne.
Salimos y cuando estoy a punto de llamar al timbre me pongo muy nerviosa.
—¿Crees que el hombre de pijama hortera vendrá? ―pregunto sin pensar.
—No sé, pero teniendo en cuenta que es uno de los anfitriones yo diría que sí. ―Anne
toca el timbre y sonríe―. No pasa nada, total ya tienes fama de borde.
Hago el ademán de marcharme.
—Será mejor que me vuelva a casa —digo agobiada. En ese mismo instante el chico
del pijama hortera abre la puerta con una gran sonrisa. Para mí desgracia no tengo
escapatoria. Intentar evadirme me haría parecer todavía más estúpida.
Anne le mira y como si lo conociera de toda la vida le estampa dos besos.
―Qué tal David, ¿llegamos pronto?
La mira con asombro y exclama «guauuu».
―No, no, entrad, sois las primeras, no creo que tarden en llegar.
Anne entra como si fuera la dueña del lugar. Yo no tengo todavía muy claro qué hacer.
Deseo que la tierra se abra y me trague entera.
Llega el momento odiado, estoy invitada a una fiesta, donde el anfitrión ha aporreado
mi puerta de malas maneras. No me apetece estar aquí. Pero lo estoy, y entonces decido
que debo decir algo para que no haya tirantez entre nosotros. No es agradable esta
21. situación y, es cierto que él vino a disculparse y le cerré la puerta en las narices por
segunda vez.
Nada, no ha podido ser, se ha largado sin darme la oportunidad. Decido entrar y cierro
con cautela, solo falta que pegue un portazo y el moreno se me eche a la yugular. Al fin
y al cabo esta es su casa.
Anne se encarga de romper el hielo y la tirantez. No sé cómo lo hace, pero ahí está
ella, rodeada de tres hombres nada más entrar.
—Os presento a mi mejor amiga, Abba. —Me acerco y el motero me da dos besos.
—Hola, me llamo Jesús.
Otro hombre es raudo hasta llegar a mi lado y de nuevo recibo dos besos cordiales.
―Encantado, soy Vicente, el vecino del 8ªD.
―Encantada, soy Abba.
Se aproxima el otro hombre que estaba junto al motero, me estampa dos besos bien
sonoros.
―Soy Ángel, compañero de piso de Vicente.
Está claro que solo queda el hombre de pijama hortera, el que me llama «la borde».
Mi corazón se agita tanto que me da pánico que todos lo escuchen bombear.
Anne, que sabe lo avergonzada que estoy sale al rescate.
—Y el moreno encantador que me está sirviendo una copa, es David, pero ya os
conocéis.
Hace un gesto con la cabeza en plan saludo, en un intento de no parecer descortés.
Pero claro, no iba a venir a darme dos besos después de haberle cerrado la puerta en las
narices.
Vicente un hombre de treinta y ocho años muy atractivo y vestido con mucho gusto y
elegancia, sin llegar a estar fuera de tono para una fiesta como esta, me mira y me pregunta
si me apetece beber algo.
—Me iría bien, gracias.
Mientras agradezco el detalle, suena el timbre y entran dos mujeres muy escandalosas.
Aunque mucho más escandaloso es el vestuario que lleva ¡Madre mía! Ni en los años
ochenta se llevaba tanta hombrera. Debería estar prohibido vender cierta ropa. No digo
que haya que gastarse una fortuna, pero esto es… es… Sin palabras.
Anne me busca con la mirada y hace un gesto «por fin competencia, si no esto no tenía
gracia».
La verdad no veo competencia, ver a Anne tan espectacular y ponerse al lado las otras
dos mujeres, es hacer comparaciones odiosas. Ya no es solo la ropa, alguien tiene que
22. decirle a la rubia que no se puede llevar tintado el pelo casi blanco y las cejas totalmente
negras ¡Aberración! La pelirroja, si le quitamos las hombreras tridimensionales, igual
sacamos partido de ella ¡Madre mía! Mejor bebo, porque si sigo mirando me dará la risa.
Pasa un buen rato en el que no para de entrar gente. Anne parece a gusto y eso ya me
reconforta la noche. A decir verdad, no lo estoy pasando nada mal. Vicente es muy
divertido, estoy segura que encajaría a la perfección con mi amigo Troy.
Como ya sabéis tengo toda la estancia controlada, algo que detesto, aunque esta vez
no voy a negar que le saco partido. Porque intento estar lo más alejada de David (ahora
ya sé su nombre) no hay necesidad de llamarle el hombre de pijama hortera.
¿Por qué lo hago? Porque me pone muy nerviosa. Y os soy sincera, creo que me guarda
rencor. No miento, no deja de lanzarme miradas asesinas.
Casi no he comido, por no alejarme de la única persona que me parece interesante.
Aprovecho que Vicente ha ido al servicio, para picar algo.
¡Os lo dije! Me odia. He cogido el pincho de tortilla de patata que quedaba y David
me ha gruñido. Me invita a su fiesta y no me deja ni comer. Supongo que hay personas
que son rencorosas por naturaleza. Está claro que este hombre lo es.
Decido alejarme, no tengo intención de discutir, me conozco y aquí acabaría ardiendo
Troya.
Sale a mi encuentro Vicente de nuevo, ¡qué alegría! Me cuenta una historia de lo más
graciosa y me río con ganas. Risa desaparece en el acto. ¿Por qué? Pues la respuesta es
sencilla: la pelirroja hombrada y la rubia ceñuda, están maquinando derramar la bebida
encima de Anne.
Mira, por una vez ¡Bendita sea mi memoria fotográfica! Me dirijo lo más rápida que
puedo y justo al interponerme ¡Bang! Un San Francisco en mi seda india. Ya no es blanca
y verde, se ha quedado rosa anaranjada mi blusa.
¡El que faltaba! David dándome una servilleta para que me seque. Y escuchad lo que
me dice.
―No pasa nada, donde las dan las toman.
¿Dónde las dan las toman? ¡Lo que me faltaba!
Le arrebato la dichosa servilleta de un tirón, y no se la estampo en la cara porque soy
una persona muy civilizada ¡O eso creía yo! Porque ganas no me faltan.
Anne tan observadora, se acerca y para suavizar la situación, ya que parece que todo
el mundo ha decidido ponerme en su campo visual, dice:
―A ver bonita, tú nunca has oído eso de «si bebes no conduzcas… ¿o era si bebes no
se te ocurra derramar bebida en seda india?».
23. La gente se ríe y parece que todo vuelve a la normalidad. Bueno, todo no, porque a mí
el cabreo no me lo quita nadie.
Me giro y me encaro al gracioso de turno.
―No te preocupes, voy alegrarte la noche «la borde se va», quédate tranquilo.
Y sin más me doy la vuelta, me acerco a Vicente y me despido. Salgo sin perder
tiempo, porque si me quedo no respondo de mis actos. Estoy segura que cierto individuo
se ha quedado rabioso perdido, ya no va poder reírse a mi costa.
Cuando tengo la llave puesta en la cerradura, Anne sale a buscarme.
―Gracias, Abba.
Ladeo la cabeza y le sonrío, prefiero perder mi blusa, que llorar por saber que han
destrozado un diseño exclusivo.
―Pásalo bien, chica salvaje.
Me lanza un beso al aire y cada una entra en un apartamento distinto.
No tengo sueño y todavía es temprano, son las doce y media de la madrugada. He visto
una película y no sé si es porque todavía estoy rabiosa o porque la calefacción está
elevada. La cuestión es que decido salir a la terraza.
Se escucha el barullo de la fiesta y sonrío. Imagino a Anne preparándose para matar.
Sé de dos mujeres que se marcharán a casa rabiosas.
Hace demasiado frío para estar aquí en pijama. Aun así me fascina ver la ciudad bajo
mis pies, con las luces encendidas. Soy incapaz de entrar sin seguir contemplando estas
vistas. Me frotó los brazos para entrar en calor y, de pronto, un escalofrío. Estoy segura
que alguien me está observando.
¡Lo sabía! Con la cantidad de gente que hay en la fiesta, justo tenía que salir él.
¡Maldita sea! ¿Por qué he tenido que bajar la mirada? No soy yo la que debe bajarla, sino
él. Levanto al cabeza con valentía para enfrentarme y el muy… ha desaparecido.
24. David (las vecinas nuevas)
stoy agotado, me he pegado una paliza en el gimnasio. La mitad del personal está de
baja. La maldita gripe intestinal.
No aprendo, por más que digo una y otra vez que no volveré hacerlo. Debí negarme a
salir anoche de fiesta. Esto se tiene que acabar. Jesús no puede arrastrarme a todas partes.
Estoy cansado de esa obsesión suya de encontrar la mujer de su vida ¿Qué mosca le ha
picado para querer casarse? ¿Acaso no aprende de los errores de los demás?
¡Joder, las siete de la mañana! Necesito dormir como sea ¡Decidido, ni una fiesta más!
¡Por Dios, quién coño pone la música a estas horas, estoy muerto voy a matar a mi
vecino nuevo! ¡Mal empezamos!
Será mejor que vaya a darle un toque porque así no hay quien duerma. Salgo con una
mala leche en el cuerpo que ni me aguanto y veo un pantalón de pijama de Jesús, lo pillo
y me lo pongo raudo.
Aprieto el timbre con intención de fundirlo. Estas no son formas de entrar a vivir, hay
personas que no comprenden el significado… Me abren la puerta y sale por mi boca todo
lo que me viene en gana.
¡Joder, me ha cerrado la puerta en las narices! Y por cierto ¡Cacho rubia impresionante!
Da igual, por muy buenorra que esté no son horas de tocar los cojones ¿Qué se habrá
creído esta pava?, por muy imponente que sea no le da derecho a cerrarme la puerta de
esas maneras. Un poco más y me deja de adorno de navidad.
Regreso a mi apartamento y parece que por lo menos tiene la gentileza de quitar la
música.
¡Será borde la rubia! Ahora va y la pone más alta, creo que voy a ir de nuevo a ponerle
las cosas bien claras.
Miro el reloj y veo que son las 11.30h de la mañana y me doy cuenta que no tengo
ningún derecho a decirle nada. Estoy tan agotado que no puedo con mi alma.
Menos mal, parece que ya no suena, es mi oportunidad para dormir.
Cuando me despierto son las 16.30h de la tarde, y lo primero que me viene a la mente
es la rubia que me cerró la puerta en las narices.
E
25. ¡Joder! Ahora tendré que disculparme. Vaya mierda, con lo poco que me gusta a mí
hacer esas cosas. Reconozco que me he pasado un poco esta mañana, ¿qué culpa tenía
ella de que yo estuviera sin dormir? El problema es que no sé cómo hacerlo. Y para colmo
la tía está tremenda.
Necesito despejarme, sí, esa es la mejor opción. Saldré a dar una vuelta.
Voy por un vaso de agua y leo una nota que me ha dejado Jesús. Había olvidado que
esta noche damos una fiesta en casa.
Entra Jesús con una sonrisa de oreja a oreja ¡Raro, muy raro en él!
—Qué cara de felicidad traes ¿Y eso a qué se debe?
—Tío, no te lo vas a creer, me he dado de bruces en el ascensor con una tía buenorra.
La nueva vecina 8ºA. Es increíble, en un momento, me ha puesto al día de todo, de donde
vienen, a que se dedican, los planes de su amiga en esta ciudad….
No me lo puedo creer, a mí me da con la puerta en las narices y a Jesús le cuenta toda
su vida.
—¿De quién hablas?
—De las nuevas vecinas, están de vicio, cuál de la dos más guapa. ¡Joder tío, esta
noche vienen seguro!
—¿Tú crees?
—Sí, me lo ha dicho ella de su propia boca; esta noche nos pasamos por allí.
No puedo creer que sea cierto. La rubia imponente toca narices en mi casa. Qué extraño
es todo. Y que cara de felicidad tiene Jesús.
—Me alegro, aunque yo no he tenido tanta suerte como tú, si te cuento lo que me ha
pasado con la vecinita esta mañana vas a alucinar.
Le hago un breve resumen y se descojonaba de risa. Cuando es capaz de calmarse me
explica que la vecina que le ha gustado es la morena, la misma que le ha puesto al día de
todo.
Jesús insiste en que vaya a disculparme, es la mejor solución para que esta noche la
vecinita rubia no me quiera matar.
Y le hago caso. Llamo al timbre y me abre a una velocidad de vértigo, claro que, el
portazo que vuelve a darme ha sido a la velocidad del rayo.
¡Increíble! Dos veces me da en la cara. La puerta vuelve abrirse y aparece la fantasía
sexual de mi amigo. No tiene mal gusto desde luego ¡Joder con las vecinitas!
Intento disculparme, pero la rubia decide que pasa de mi cara. Y algo se me remueve
por dentro ¿Me acaba de hacer un desplante? ¡Hay que joderse!
26. Cuarenta minutos de conversación me da Anne, así se llama la morena. Desde luego
es una tía bien maja. Ya podía la rubia acercarse a su amiga, igual con suerte se le pegaba
algo. Y ya puestos, poder verla. Porque no ha sido capaz ni de asomarse.
Claro que, me ha jodido tanto su desplante que se me ha ocurrido llamarla «borde».
«Bien David, bien, tú haciendo amistades nuevas», me digo mientras mi vista pasa por
encima del hombro de Anne. Me ha parecido que se acercaba ¡Tus ganas!
Regreso a mi apartamento y Jesús está esperándome ¿Pero qué hace este loco? Me
agarra del brazo y me mete de un tirón.
―¿Qué te ha dicho eh, qué te ha dicho? ―pregunta acelerado.
¿Esto está ocurriendo de verdad? Mi mejor amigo, mi colega de toda la vida… ¿está
marujeando? Ha permanecido detrás de la mirilla todo el rato.
―Jesús, estás muy mal ―digo afirmando las palabras. Lo peor de todo, es que acabo
entrando en su juego y le pongo al corriente de la conversación.
¡Esto me lo cuentan y no me lo creo! ¡Estamos cotilleando!
Me ducho y me arreglo. Mientras voy vistiéndome, una cara preciosa se apodera de
mi mente ¡La rubia! Niego con la cabeza para poder quitármela, no es bueno pensar en
una mujer en estos momentos.
El problema soy yo, últimamente me siento incapaz de concentrarme en las mujeres.
Hace dos años y medio me llevé un buen palo con una mujer y desde entonces mis
relaciones más estables duran veinticuatro horas. No me veo como Jesús, buscando una
mujer para casarme, no me imagino enamorándome. Ni puedo ni quiero hacerlo.
Estoy viviendo un cambio radical. Mi mente trabajaba a toda máquina, intentando
adaptarse a mi nueva situación. Por ello lo que menos me apetece es buscar una mujer.
Primero debo centrarme; una mujer a mi lado sin estar centrado sería un desastre
monumental. Además, si pienso en mi pasado ¿Por qué voy a querer encontrar a una
mujer? No estoy dispuesto a que me jodan la vida de nuevo.
Trabajo como preparador físico en uno de los mejores centros deportivos de España y
me gusta mi trabajo. Aunque mi padre quiere que cambie la gimnasia por el despacho.
Quiere jubilarse, y ha decidido que debo tomar los mandos de una Santa vez. El problema
es que no encuentro la motivación para hacer ese cambio. Sé que puedo asumir ese puesto,
estudié para ello. Ocurrió en mi vida que me desmotivó en todos los aspectos y ¡Cómo
no!, ese algo fue una mujer. Entre ella y mi mala relación con mi padre, digamos que no
tengo todavía la necesidad de dar el cambio.
Llaman al timbre y abro. Vicente y Ángel son los primeros en llegar. No he dado ni
dos pasos cuando suena de nuevo.
¡Joder, joder y joder! Ufff… me da que Jesús esta noche mata a alguien ¡Qué lujo de
mujer!
27. Entra sin titubear, cosa no hace su amiga la rubia. No sé si este es un buen momento
para… No, no lo es. Parece que está incómoda con mi presencia. Mejor voy a darle un
margen de tiempo para que decida si quiere o no entrar.
Mira, por fin se decide la mujer. Entra y es presentada. Me jode estar preparando la
bebida, porque me hubiese encantado darle dos besos. Pero tampoco voy a lamerle el
culo, porque la muy… me ha hecho un buen desplante.
Joder no para de entrar gente. Jesús y sus malditos conocidos. Para uno que invité yo,
resulta que está también enfermo.
¡Hay que joderse! La rubia me evita a posta, estoy seguro de ello. A ver, no es que esté
interesado en ella, porque no es esa la cuestión. Pero me toca la moral, que uno tiene su
orgullo masculino ¿Por qué tiene que brindarle sonrisas a los demás y a mí solo
desplantes?
Una hora ha pasado y no he comido nada en todo el día, entre que me levanté tarde y
que la vecina educada me ha tenido ocupado… Queda un trozo de tortilla ¡Por Dios que
mato a alguien como se le ocurra tocarlo!
¡Bien David, bien! Vas mejorando. Sí señor, acabo de gruñir como un fiero animal
salvaje a Abba. Estupendo, estupendo, así te perdonará mucho antes.
Me doy cabezazos mentalmente. No puedo evitar dejar de mirarla… Tiene una sonrisa
tan preciosa. ¡Joder! ¿Qué hago siguiéndola con la mirada a todas partes?
Las que faltaban, una amigas muy pesadas de Jesús. No las soporto, siempre tienen
que dar la nota ¡Qué agobio de chavalas!.... ¡Qué hijas de puta! Le querían joder el vestido
a Anne. Y que careto de mala hostia se gasta Abba. Normal, se ha interpuesto en la
trayectoria para que no mancharan a su amiga y se ha llevado la peor parte.
Debo hacer algo o la fiesta acaba con pelea de gatas… Ummm visto así, igual
quedarme quietecito. No, no, que aquí no hay barro, igual me toca limpiar sangre.
Intento buscar una frase apropiada para relajar el ambiente. No ha sonado tan gracioso
como yo esperaba, o por lo menos Abba, no lo ha entendido así. Porque se va muy
enojada.
¡Joder! Todo me sale mal con esta mujer. Llevo tanto rato deseando poder hablar con
ella… y ahora sale escopetada pensando… «Vete a saber qué».
La fiesta desde este mismo momento ya me la trae al pairo. La pelirroja está enfadada
y se le ocurre usarme a mí para dar celos a Jesús. Dudo que mi amigo se encele, ya que
no quiere nada con ella. Y mucho menos cuando tiene al lado a una morena tan estupenda.
Creo que ha pasado hora y media desde que mi «borde» favorita se ha largado
¿Favorita? «David, céntrate que esto no es normal». Será mejor que salga a tomar el aire.
Bendita la hora que se me ha ocurrido salir a la terraza. Mírala qué bonita. Lleva un
pijama negra de raso o seda o lo que sea.
28. Igual debería decirle algo ahora. Estamos solos, es un buen momento para hacerlo. No
sé, me da miedo que salga corriendo. Aunque si sigue así, voy a tener que saltar la pequeña
valla que separa nuestras terrazas y abrazarla, se debe estar quedando congelada.
¡Madre mía qué ojos más bonitos tiene! ¿Y ahora por qué baja la cabeza? ¿Tanto le
incomoda mi presencia? Se acabó. No voy a chuparle el culo. Maldita la hora que fui
hasta mañana aporrear su puerta.
Por fin se van todos. Qué alivio. Necesito descansar, mañana me espera un día
asfixiante.
Una vez en la cama mi mente no para de dar vueltas, y lo peor de todo, esta vez no
ocupa mis pensamientos mi futuro profesional. Más bien «mi borde particular». No sé si
reír o llorar. Porque tiene cojones la cosa.
¿A qué santo esta mujer tiene que ocupar mi espacio mental? No lo entiendo. Igual es
porque nunca me habían dado un desplante y mi ego está resentido. Sí, debe ser eso.
29. El preparador físico
on las nueve de la mañana y mis ojos llevan abiertos casi una hora. Raro en mí no
haberme levantado. Pero estoy aquí tumbada con la mente como siempre
maquinando. Para asombro personal, esta vez no es el trabajo el que me tiene
pensativa. Es un hombre con muy mal gusto en pijamas.
Anoche me pareció que me miraba con ternura ¿Podría ser verdad? No, no lo creo, ya
me ha bautizado como la borde, no sé por qué me iba a mirar con simpatía.
Mi estómago reclama y decido levantarme. Al llegar a la cocina me sorprende ver a
Anne preparando el desayuno.
—Buenos días Anne —Lleva una tostada recién hecha en la mano dando saltitos
porque se está abrasando los dedos.
—Buenos días tesoro.
—¿Dónde está tú motero?
―Imagino que en su casa ―responde sin la menor emoción.
—¿Es qué se fue con la pelirroja? ―pregunto alarmada. Porque demostraría tener muy
mal gusto.
―No me ofendas, esa mujer no tenía nada que hacer a mi lado. Aprendices de
pacotillas, eso es lo que son esas dos lagartas.
Esperad, porque algo no me cuadra. Si no se fue con la pelirroja ni la cejuda ¿Con
quién acabó la noche?
—¿Entonces qué pasó? Porque tú estabas muy interesada en pasar la noche
salvajemente.
—En el último momento decidí que no me apetecía terminar la noche así. Me excusé
que te había dado mi palabra para acompañarte y tenía que madrugar.
No entiendo nada. ¿Anne dando excusas? Ver para creer.
―Tú contando mentiras… ―digo irónica.
—No he mentido, ayer te comenté que tenemos que ir de compras. Este fin de semana
está todo abierto por la campaña navideña.
—Uyy uyy… Cuenta cuenta ¿Qué ocurrió cuando me marché para que hayas dado
esa versión?
S
30. —Si te lo digo no me vas a creer —Lo cierto es que seguramente no lo haré, me parece
todo muy extraño.
—Aun así me gustaría escucharlo, espera que me ponga el café primero, no se me vaya
a caer de la impresión.
—Cuando te marchaste, estuvieron las dos payasas de turno dando por saco. Apenas
me dejaban respirar. Me aseguré de que Jesús solo tuviese ojos para mí ―sonríe
triunfadora―. Una vez estuve segura de que no había competencia posible, tomé la
decisión de marcharme. Puedo tenerlo cuando quiera.
Algo sigue sin cuadrarme, a esta historia le falla algo. Anne es una mujer sorprendente,
igual la conoces a la perfección que no sabes por donde le da el aire.
Suena el teléfono y mi amiga se aleja, me acerca el inalámbrico y escucho la voz de
mi madre. Mientras mantengo una conversación veo en el rostro de Anne algo que no
había visto nunca y entonces todo empieza a tomar sentido.
Tengo prisa por averiguarlo, es necesario que Anne sea franca conmigo. Me despido
con rapidez y en cuanto le doy al botón de colgar llamada exploto.
—Te mola Jesús, es eso ¿Estás coladísima?
Anne se pone tensa y mueve los hombros confirmándolo.
—Abba no me había pasado esto nunca, apenas conozco a Jesús. No sé qué ha pasado,
ocurrió algo en el ascensor cuando nuestras miradas se encontraron… ¡Maldita sea, me
palpita el corazón! Anoche aunque la pelirroja no era gran competencia, te juro que la
hubiese estrangulado. ¿Te puedes creer que la muy petarda se atrevió abrazarlo delante
de mí?
Me pinchan y no me sale sangre. ¿Anne está celosa? Esto sí que no lo esperaba.
Aunque si soy sincera, estoy encantada de escucharla. Por fin ha llegado su hora. Siempre
he deseado que alguien se cruzase en su camino. Que un hombre consiga apartar de su
mente ese pequeño trauma que la persigue desde que sus padres la dejaron en el internado,
sintiéndose abandonada.
Me alegra verla así. Va siendo hora que acepte la realidad de la vida, que encontrar el
amor es mágico y, que hay que luchar por ese sentimiento. Quién sabe, igual Jesús es su
hombre perfecto.
—No te acostaste con él, porque si lo hacías hoy no querrías volver a verlo, ¿es eso?
―Sí ―contesta con derrota.
Dejo mi taza de café y me acerco abrazarla. Sé que para ella no es fácil. En su interior
hay una gran pelea, corazón contra razón. Su corazón quiere salir, está cansado de sentirse
excluido, su razón lleva tantos años sintiéndose vencedora que no quiere perder el
liderazgo.
31. Ahora debo actuar con cautela, conociendo a Anne es mejor darle su tiempo y su
espacio. Presionarla para que acepte la realidad es fastidiarla. Tiene que ser ella la que se
dé cuenta poco a poco que tiene que superar su trauma. Y algo me dice que Jesús está
más que dispuesto a ayudarla en esta encrucijada.
―Bien, nos arreglamos y vamos de compras. Y espero que te hayas traído ropa
deportiva, esta tarde vamos al gimnasio.
―¡No! Por favor Abba, ¿es que tenemos que conocer todos los malditos centros
deportivos del mundo?
Es cierto, cada vez que me traslado lo primero que hago es apuntarme al gimnasio. Y
sabiendo que mi buena amiga siempre viene hacerme compañía en esos traslados le hago
socia a ella también.
―No te quejes, además para tu información me han dicho que hay unos preparadores
físicos impresionantes.
Anne tuerce el labio a la derecha, sonríe con picardía y suspira pensativa.
―Aisss… todo sea por esos preparadores físicos.
Me río porque no tiene apaño. Aunque os juro que esta vez no ha sido como en otras
ocasiones, no, no, me da la impresión que el motero ha llamado a su corazón con fuerza.
No sé qué le ha dado a Anne, ya sé que normalmente compramos sin control, pero lo
de hoy es algo exagerado.
Llevamos tres horas en el centro de la ciudad, más exactamente en la calle Colón. De
tienda en tienda, ni qué decir tiene que si van a comisión alguna de las dependientas este
mes tendrá un sobresueldo muy elevado.
―Anne, no nos quedan más manos, ni siquiera estoy segura que nos dejen subir a un
taxi con todo esto ―digo levantando las manos y subiendo las bolsas.
―Tienes razón. Vamos a casa a dejarlo todo y comemos en el centro comercial El
Saler. Lo he visto esta mañana, está justo enfrente de casa.
Cierto, con bajar, cruzar el río Turia, y ya estamos en él. Y así lo hacemos. El taxista
nos miró sorprendido, supongo que no estará acostumbrado a llevar dos compradoras
convulsivas.
Bajamos una pequeña colina que te lleva justo a la Ciudad de Las Artes y las Ciencias,
paseamos aprovechando el buen día que hace, para ser diciembre el sol sigue
regalándonos buenos rayos, volvemos a subir una pequeña rampa y ya estamos en el
centro comercial.
La comida fantástica, un punto más a favor de esta ciudad. En Londres la mayoría de
las veces me alimentaba en puestos callejeros. Es otro ritmo. Claro que, cuando me ponga
a trabajar mañana veremos. Ya os he comentado que mi plena dedicación tiene sus
grandes sacrificios. Las comidas suelo saltármelas muchas veces, no por no tener hambre,
32. sino por no poder parar ni para respirar. Un gran error lo sé, pues por la noche devoro
todo lo que sale a mi paso. He ahí que tenga que apuntarme a los gimnasios para
compensar mis malas costumbres.
―Anne, por lo que más quieras no pidas más.
―Deja de protestar y come, que estás últimamente muy delgada.
Increible tener que escuchar esto. Pero sí, desde hace meses no tengo ganas de nada.
Lo de Dyron me dejó muy tocada. Apenas comí ni dormí durante dos meses.
Hoy he compensado muchos días, hemos comido de todo, incluso el postre de crepes
de chocolate. Buena idea esta tarde ir al gimnasio.
―Antes de marcharnos tenemos que mirar unas cuantas tiendas más.
―Anne, no van a cerrarlas, tendrás muchos días para venir a comprar lo que quieras.
―Ni hablar, ya estamos aquí.
No pienso discutir, es tontería, al fin y al cabo sé que está más nerviosa de lo normal.
Ir de compras es su forma de evadirse de ese pensamiento que tiene ahora en la cabeza.
¡Madre mía! Otra vez nos toca buscar un taxi. Con lo cargadas que vamos es imposible
cruzar el río. Y ojo, parece ser que mientras yo pensaba que las compras ayudarían a Anne
de olvidarse de Jesús, debí estar equivocada, porque me temo que llevamos prácticamente
toda la tienda de Intimísimi en las manos.
Estamos cerca de la puerta de salida cuando una voz conocida nos detiene.
―¿Dónde van las dos chicas más guapas del edificio? ―pregunta Vicente con una
gran sonrisa.
―A casa, si es que encontramos un taxi.
―Pensaba que las rebajas eran en enero ―dice muerto de risa―. Os acerco, tengo el
coche en el parking.
Muy galante nos ayuda a portar tantas bolsas, os he dicho que es exagerada la cantidad
de bolsas que llevamos.
Al llegar a nuestro edificio, Vicente estaciona su Mercedes todo terreno junto a mi
BMW, me gusta saber que es mi compañero de aparcamiento. Es que nunca sabes si te
va tocar uno que aparca sin miramiento o no.
Dejamos las bolsas y Anne va directa al contestador, no hay mensajes. No digo nada
disimulo. Aprieta los labios y se dirige a su dormitorio. Suspiro y rezo para que Jesús no
sea de los que te hacen sufrir unos cuantos días esperando una llamada. Y mucho menos
teniendo en cuenta que mi buena amiga es la primera vez que espera una.
33. Preparadas para dirigirnos al gimnasio, montamos en el ascensor. Al igual que un deja
vu, alguien grita que esperemos y se cuela en el último segundo dándose de bruces con
Anne.
Sonrío porque ya van dos veces, claro que, mi sonrisa se evapora cuando David
sonriente saluda. Cuando me mira, bajo la vista al suelo. Mis zapatillas deportivas puma
se convierten al momento en lo más interesante del planeta.
―Hola, ¿Qué tal lo pasaste en la fiesta? ―pregunta a Anne, acaba de ignorarme. Muy
bien, mejor, no tenía intención de decirle nada ¡Qué se ha pensado!
Anne sin embargo contesta en plural.
―Sí, lo pasamos muy bien… dentro de poco nosotras también haremos una fiesta,
para celebrar la bienvenida a esta ciudad.
¿Qué ha dicho? Debe haberle afectado mucho lo de conocer a un hombre, la ha
trastornado mentalmente. Ni loca, vamos.
Levanto la cabeza de golpe, es que estoy perpleja, de verdad que no entiendo como se
le ocurre a esta mujer decir semejante patraña. No debí mirar, porque los ojos color
grisáceos me atraviesan el alma.
―Eso está bien, aunque dudo que yo sea bien recibido ―hace una mueca dramática―.
No sé si me dejarán pasar, es posible que reciba un portazo.
Toma indirecta que me ha echado. Además de tener mal gusto para los pijamas, es un
hombre rencoroso. Algo que debe importarme bien poco, no tengo intención de conocer
mucho más de él.
Por fin las puertas se abren y me quedo con la palabra en la boca, tenía intención de
responder. Sale corriendo y casi en la puerta antes de cerrarse dice.
―Nos vemos Anne, me voy corriendo que llego tarde.
Hea, que corra, está claro que ni adiós me ha dicho.
Llegamos al gimnasio y no mentían cuando me lo recomendaron es de lo mejorcito
que he visto. La clase de pilates ha sido perfecta y, ya no hablemos del preparador, porque
Anne ha sonreído de oreja a oreja. Mejor, así sé que no seguirá protestando por llevarla
hacer ejercicio.
Nos toca media horita de máquinas y así daremos por finalizada la tarde. Me preparo
y empiezo a estirar los brazos. Anne ha decidido montarse en una bici estática. Desde su
posición estamos encaradas y le guiño un ojo, porque ha pasado un hombre que está
tremendo.
Algo debo estar haciendo mal, porque mi esfuerzo es brutal y me duele incluso la
espalda.
34. Alguien se toma asiento justo a mi espalda, sus piernas aprietan las mías. No le veo la
cabeza, pero noto que su barbilla reposa en mi hombro, uno de sus brazos me rodean y
deja reposar su mano en mi vientre, la otra en mi espalda.
―No dobles la espalda, es primordial mantener la postura adecuada, si no acabarás
lesionándote.
Me susurra una voz sensual. Me quedo paralizada, ha sido poner su mano en mi vientre
y notar una corriente eléctrica por todo mi organismo. Su voz ha conseguido que me
estremezca ¿Qué me está pasando? Por un momento me quedo en blanco, no sé que estoy
haciendo aquí.
―Empecemos por la respiración ―vuelve hablar la voz que me ha calentado por
dentro―. Yo marcaré el ritmo y tú continuas.
Sí, sí, pero para ello tendré que soltar el aire que tengo retenido en los pulmones desde
que sentí su tacto.
Intento seguir el ritmo que me marca, su respiración me está matando, siento una
extraña necesidad de girarme y ver de quién se trata. No imagináis lo que me hace sentir
cada vez que toma aire, su pecho se hincha y se pega a mi cuerpo.
―Muy bien, ahora que ya tienes el ritmo de la respiración vamos a sujetar la vara
metálica con fuerza ―¡Ay Dios! Me sostiene las manos y siento que, un nuevo chispazo
me atraviesa desde la punta de la cabeza hasta el dedo meñique del pie.
No sé si me apetece terminar esta sesión de musculación, nunca había encontrado tanto
placer realizando ejercicios.
―Prepárate, vamos a tirar con fuerza ―dice a la vez que pega su mejilla a la mía―.
A la de tres.
No sé cómo lo hago, pero lo consigo, durante diez repeticiones él me ayuda a tirar, a
la onceaba, sus manos se deslizan con suavidad por mis brazos. Me siento acariciada, sé
que es imposible en un lugar público, mucho menos haciendo ejercicios de musculación,
pero os juro que sus dedos recorren mis brazos al completo, continúan hasta mis hombros,
ahí los deja por unos segundos apoyados, sin hacer ningún tipo de presión. Y ¡Por todos
los Santos! De nuevo sus manos se ponen en movimiento. Con una delicadeza
extraordinaria se deslizan por todo mi contorno hasta llegar a mi cintura. Ahí las deja de
nuevo y consigue que una parte de mí vibre. Una parte que no debería hacerlo y mucho
menos en un lugar público.
¿Qué me está pasando? Nunca he sido una mujer orgásmica, ni siquiera soy de las que
fantasean normalmente. Y ahora aquí, en medio de una sala llena de gente, mis hormonas
se han disparado y me siento morir de calor. Solo hay una respuesta a mi pregunta ¡Estoy
cachonda!
No paro de hacer el ejercicio, y aunque deseo que se levante porque siento que este
hombre debe estar oliendo mi testosterona, no puedo evitar desear que se quede
35. eternamente así. Ni siquiera necesito ver su cara. Sus manos ya se han quedado grabadas
en mi piel. No sé ni cuántas repeticiones llevo.
―Vale, ahora deja los brazos arriba y respira como te he enseñado. Has hecho una
tanda de cincuenta.
Y eso hago, dejo los brazos alzados sujetando la vara metálica, y este hombre no se
separa. ¡Madre mía, me va dar algo! ¿Cómo se le ocurre acariciarme las piernas, estando
en esta posición. Se me acaba de erizar el vello y si eso no fuera suficiente, siento que
mis pezones se han puesto muy duros.
¡Qué vergüenza! Deben estar marcándose, dudo mucho que la gente en un gimnasio
se excite sexualmente, se supone que vienes a quemar grasas y sufrir con el esfuerzo
físico.
¿Pero qué hace este hombre? ¿Acaba de olerme? Os juro que lo ha hecho. ¿Justo ahora
que estoy empapada de sudor? Qué vergüenza, me gustaría decirle que normalmente suelo
oler muy bien, utilizo perfumes fantásticos.
¡¿Me ha besado?! Debo estar volviéndome loca, no puede ser que me haya besado en
la sien. Es producto de mi imaginación. Sí, estoy segura de ello.
Siento un vacío de golpe, acaba de incorporarse de un salto ¿Qué ha pasado para que
reacciones así?
Por fin voy a verle, se sitúa justo delante y mi vista recorre todo su cuerpo. Una piernas
musculadas perfectas, una cintura mmmm…. Un bulto marcado en su entrepierna, un
torso que se marca la dureza de unas buenas abdominales y unos hombros anchos fuertes
y… ¡Y es David!
Me falta el aire, me siento engañada y avergonzada a partes iguales. Me considero
estúpida por no saber qué decir y me siento violenta porque mis pezones continúan duros
como piedras.
Para colmo no deja de mirarme fijamente a los ojos, me da miedo incluso pestañear,
su mirada es adictiva.
―Una alumna ejemplar, haz otra tanda de cincuenta y recuerda en no curvar la
espalda.
―S… Sí, lo haré ―digo tartamudeando―. Gra… gracias.
―Es mi trabajo, no tienes porqué darlas.
Y desaparece como alma que lleva el diablo. Mi mirada no se separa de él y en cuanto
desaparece de mi campo visual, suelto la vara y me dirijo hasta Anne. La agarro del brazo
y la bajo de la bici de un tirón, arrastrándola a toda velocidad hasta los vestuarios.
No deja de reírse y prefiero no entrar en su juego. Sólo quiero salir de aquí lo antes
posible.
36. ―Para ser un vecino que te cae mal, te has puesto muy nerviosa.
Lo sabía, se ha percatado de todo, estoy segura que no se ha perdido ni un detalle. Y
claro, mis malditos pechos siguen confirmando que me he puesto cachonda por culpa de
un hombre que tiene un pijama hortera.
―No digas tonterías ¡Vámonos!
Estoy replanteándome cambiar de gimnasio. Sí, es una buena decisión, así no tendré
que toparme nuevamente con… con… ¡Con el hortera!
―Acabo de darme cuenta que es mejor buscar otro centro deportivo, este nos pilla
muy lejos de casa.
Anne suelta una carcajada. Aguanto estoica parada en el semáforo, no creo que sea
capaz de tardar mucho en dar una réplica a mi comentario.
―Es un buen gimnasio, los que te lo recomendaron no mintieron. Además sus
preparadores físicos son inmejorables.
―¿Desde cuándo te has hecho una experta?
―Querida Abba, iremos al gim te guste o no ―dice con tono malicioso―. Te dije que
el vecinito tenía un cuerpo perfecto…
―Tampoco es para tanto ―respondo irritada. Está claro que lo tiene, al igual que su
mala educación.
―Para no ser para tanto, bien que te has emocionado…
―¡Cállate!
El resto del trayecto tengo que aguantar una y otra vez su versión de la historia. Por lo
visto mi amiga lo ha debido divisar desde cincuenta ángulos distintos, porque son los
mismos que llevo soportando cuando entramos en casa.
Cinco minutos allí y escucho a Anne gritar como una posesa. Salgo corriendo
sobresaltada y me la encuentro dando saltos de un lado a otro.
―¡Sí, sí, Síííí!
―¿Qué ocurre?
Me agarra de la mano y me acerca al contestador, le da a repetir mensaje y escuchamos
la voz de Jesús.
Hola Anne, espero que lo pasaras bien ayer. Me dijiste que tendrías el
día muy ocupado, pero si tienes algo de tiempo esta tarde o noche, llámame
―se escucha una risa nerviosa―. O mejor aún, llama a mi puerta.
37. Me abraza con fuerza y noto que tiembla. No esperaba una reacción así por su parte,
desde luego el vecino no ha llamado a la puerta de Anne, directamente arrollado todo su
interior.
―¿Qué hago? No sé si puedo con esto… ―dice todavía abrazada a mí.
―Me parece que solo tienes dos opciones.
Se separa para mirarme y le sonrío.
―Llamarle o mejor aún, llamar a su puerta.
Se lleva las manos a la cabeza y empieza a dar vueltas por toda la estancia. Sé que lo
intenta asimilar. Os he dicho que lo suyo viene de mucho tiempo. Confiar en un hombre
es algo que no estaba en su mente ni en sueños.
―No sé, Abba, no sé si esto es buena idea.
Se aleja y la intercepto a mitad camino, no estoy dispuesta a que renuncie al amor por
miedo a un abandono que es muy posible que jamás ocurra.
―Escúchame, tú siempre dices «vivir hoy porque no creo que llegue a mañana». Ese
es tu lema de vida ―digo totalmente seria―. Pues hoy es tu momento, vas a ir a casa de
Jesús, vas a llamar a su puerta y vas a vivir el presente. Puede que salga bien, puede que
salga mal. Pero no vas a dejar de vivir este momento, porque es tuyo. Mereces ser
recompensada por tantos años de nostalgia. Tus padres te fallaron sí, y gracias a ellos me
tienes como hermana.
Anne sonríe con timidez, sigue muy nerviosa.
―Anne, lo que estás sintiendo en este momento es mágico. No todo el mundo tiene la
suerte de sentir en su interior la llamada del amor ¿Sabes cuánta gente mataría por estar
en tu situación?
―Me da pánico, me tiembla todo.
―Lo sé, te entiendo ―me río para quitar importancia―. Mírame, yo dándote
consejos, que soy la menos indicada.
Consigo que mi amiga sonría y se relaje.
―Hazte un favor, sal ahí fuera, llama a esa puerta, déjate llevar y si mañana no
despiertas, habrás vivido tu momento.
Me abraza y me da un beso con fuerza. Sale corriendo hacia su dormitorio, en menos
de diez minutos aparece con una sonrisa en los labios. Ataviada con un pantalón vaquero
negro, una camiseta negra con un murciélago rojo y una chupa de cuero negro, como
complemento lleva un cinturón de hebilla ancha, que pone Harley.
―¿Qué te parece?
―Estás perfecta para salir con un motero.
38. Las dos reímos y se dirige a la puerta antes de cerrar me mira y suspira
―Deséame suerte, voy a lanzarme al vacío.
Y cierra la puerta con una mirada llena de alegría. Estoy segura que jamás olvidaré ese
brillo de su mirada. Por fin doy gracias de tener una mente tan especial.
Me quedo tumbada en el sofá, noto un escalofrío al recordar las manos del preparador
físico en mi piel. Cierro los ojos y…
Me despierto sobresaltada, miro el reloj, son las cuatro de la madrugada. Me levanto
del sofá y pongo el despertador a las seis y media. Entro a las ocho a trabajar, mañana es
mi primer día como directora del departamento creativo. Que bien suena. Lo he logrado,
sí, he llegado a la cima de mi carrera profesional.
Suena una canción del Alejandro Fernández en la radio, bajo el volumen para que no
despierte a Anne. Me doy una ducha rápida, así me despejaré.
A las siete estoy con un café recién hecho, está ardiendo, así que lo dejo enfriar y salgo
a la terraza a contemplar la ciudad.
Escucho un ruido y veo a David intentando no perder el equilibrio. Parece que se ha
tropezado.
Nos miramos y me siento de nuevo incómoda. Deseo fervientemente dejar de sentirme
estúpida delante de él. Claro que él tampoco dice nada. Lo que significa que sigue siendo
un rencoroso con gusto hortera en pijamas.
Decido meterme de nuevo, faltaría que encima tenga que escuchar alguna estupidez
por su parte.
«Recuerda que te apoda la borde».
Elijo un traje chaqueta de Chanel, color blanco pálido. Mis zapatos Jimmy Choo a
juego con el bolso y preparada para matar.
Me encuentro a Jesús saliendo del dormitorio de Anne. Cierra con sumo cuidado la
puerta y al verme sonríe complacido.
―Buenos días ―digo susurrante para no molestar a la bella durmiente.
―Y tan buenos ―responde con una sonrisa de oreja a oreja y me guiña un ojo.
―¿Quieres desayunar? ―Soy una persona educada y me gusta atender a mis
invitados, aunque estos sean los ligues de Anne.
―No, gracias, me vio volando porque llego tarde.
Y sale escopetado sin mirar atrás. Estoy tentada en llamar a la puerta de Anne, me
obligo a no hacerlo porque yo también llegaría tarde.
Mientras espero el ascensor, me viene a la mente la mirada de David, suspiró con
frustración. Esta mañana había sido el momento perfecto para limar asperezas. Está claro
39. que este hombre consigue nublarme la razón. Debe pensar que soy… uff… da igual lo
que piense, está claro que me considera una persona borde.
40. La tregua
entada en mi nuevo despacho sonrío como una tonta. Un ventanal enorme por
donde entra la luz del sol. Observo con atención y mi sonrisa no desaparece, ante
mí está el Paseo Alameda, el río Turia y el Palau de la música ¿No es increíble?
Respiro fuerte y me siento plena.
Tomo asiento y recibo un ramo de flores precioso, el mismo que mi nueva secretaria
se apresura a colocar.
Llaman a la puerta y el Presidente de la empresa en persona viene a darme la
bienvenida.
―Buenos días, Abba ―dice mientras extiende su mano.
―Buenos días, señor Perpiñá ―respondo y estrecho con gusto.
―Creo que ha llegado el momento de hacer las presentaciones. Sus compañeros están
expectantes reunidos en la sala de conferencias.
Asiento con la cabeza y salgo junto al señor Perpiñá. Recorremos un largo pasillo,
pasando por delante de varios despachos. Hay unas cuantas secretarias observándonos, se
están haciendo muchas preguntas. Sé que conocen mi trabajo y mi reputación, lo que no
tienen claro es ¿Por qué alguien con mi nivel ha elegido una empresa con poco nombre?
En una feria de París, conocí al señor Perpiñá. Su humanidad me fascinó. Estamos
hablando de publicidad, es un mundo lleno de depredadores. Se manejan cantidades de
dinero indecentes. Y eso siempre trae problemas.
Durante los dos días de feria, la compañía de Perpiñá fue grata. Hablamos largo y
tendido de muchas cosas. Fue franco conmigo, no podía ofrecerme el salario que estaba
percibiendo en mi antigua empresa. Su compañía no tenía el prestigio ni el
reconocimiento que otros podrían ofrecerme. Sin embargo supe que no me importaba,
que la transparencia y la sinceridad de sus palabras me auguraban un futuro próspero.
En mi trabajo soy muy concienzuda, recta y muy seria. El dinero a veces no es tan
gratificante y, por suerte he ganado en cinco años mucho más de lo que me puedo gastar.
Después de exponer ante mí todo lo que podía ofrecerme, acepté el puesto de directora
del departamento de creación. Y ahora mi misión es levantar esta empresa y situarla entre
las más grandes.
S
41. Al llegar veinticinco personas estaban esperándonos. El señor Perpiñá me presento
uno a uno. Eran dos socios y mi equipo. Por supuesto ya están nombres memorizados,
una ventaja, así no pierdo el tiempo intentando recordar quienes son o que puesto tienen.
―Gracias por la acogida ―digo desde un atril―. Supongo que ya estaréis al corriente
de todos mis logros. Quiero ante todo que trabajemos en un ambiente relajado. Sé que
nuestra profesión es estresante y de dedicación plena. Por ello el equipo debe estar unido.
Cualquier problema, por mínimo que parezca, siempre ¡Siempre! ―recalco la palabra―,
estaré a vuestra disposición para atendeos.
El señor Perpiñá asiente con la cabeza para darme ánimos. No es fácil entrar en un
lugar y mucho menos que las personas que están sentadas frente a ti, sean los que van a
trabajar contigo codo a codo. Sabiendo que entras como jefa y puede que algunos de ellos
llevasen tiempo intentando conseguir mi puesto.
―Tenemos una carrera a contrarreloj, estamos en diciembre y las campañas de
primavera no se nos pueden escapar. Sé que parece difícil, pero aseguro que no imposible.
Ahí noté las miradas nerviosas de mi equipo. No dudo que su trabajo haya sido
magnifico, pero si queremos estar entre los grandes no podemos con formarnos con eso.
Claro que hasta este momento sus clientes habían sido a nivel nacional. Ahora estoy aquí
y vamos a jugar en otra liga superior. Y como no soy de las que se duermen en los laureles,
vengo con los deberes hechos.
―Julián y Carlos ―se asombran de que recuerde sus nombres―, sois los especialistas
en anuncios deportivos, ¿me equivoco? ―los dos niegan con la cabeza―. Dentro de una
hora por favor pasad por mi despacho. Tengo preparadas dos carpetas para vosotros. Nike
y Puma quieren lanzar en abril su nueva campaña, debemos estar al corriente de los
productos nuevos.
Sé que esto les pilla desprevenidos a todos. Ya lo he dicho, no soy la mejor en lo mío
por estar en babia. Aquí hay que trabajar duro, conocer a tus adversarios, anticiparte al
enemigo y mostrar tus cartas, y si no las tienes echarte un farol para conseguirlo.
―María y Benjamín, lamento comunicaros que dentro de hora y media estaréis
envueltos en la mayor de las vorágines ―se miran extrañados―. Hoy mismo empezamos
a trabajar para la campaña de Pepsi-cola. He trabajado con ellos con anterioridad y a pesar
de ser muy estrictos en sus fechas de entrega, es cierto que siempre tienen buena
disposición para atender nuevas campañas.
Noto el desasosiego que tienen todos, lo comprendo, porque estamos hablando de
clientes y campañas a nivel mundial.
―De verdad, podemos conseguirlo. Quiero que penséis en una cosa ―Todos me
miran expectantes―. Hasta hoy habéis trabajado bien, de no haberlo hecho esta empresa
habría quebrado. Puede que trabajar para ciertas marcas asusten, pero recordad que son
igual que vuestros antiguos clientes, la única diferencia es que son internacionales.
42. Espero haber dado en la clave, porque si entra el pánico esto será un desastre. No hay
porqué temer nada, cada cliente es distinto y no importa que sus campañas vayan a ser a
un nivel u otro, la cuestión es que tendremos que dar lo mejor de nosotros.
Son las ocho de la tarde y doy por finalizada la jornada, ha sido bastante satisfactoria.
Por el momento la campaña de Pepsi-Cola creo que llegará a buen puerto. Las demás
estamos encarrilando el camino.
Llego a casa y veo a Anne en su despacho. Sí, es lo bueno de comprar dos
apartamentos, los puedes organizar a tu antojo. Y en este habitáculo mi buena amiga tiene
un montón de bocetos esparcidos por todas partes.
―Abba, no te lo vas a creer, desde que me he levantado no he parado de trabajar.
Estoy tan inspirada que se me han pasado las horas en un suspiro. Hace un rato me di
cuenta que no había comido, así que una manzana y un poco de queso ¿Qué te parece?
―me dice acelerada y levantando uno de sus nuevos diseños.
―Fantástico.
No miento, lo es, y ahora que lo pienso yo tampoco he comido. Un sándwich de la
máquina y cuatro cafés han sido mi único alimento.
―Sí, yo también lo creo. Voy a dejarlo por hoy, te estaba esperando.
―¿A mí?
―Sí, cámbiate rápida que tenemos que ir al gimnasio.
¡Ay Dios! No quiero ir al maldito gimnasio. Eso significa poder encontrarme con mi
vecino nuevo.
―Hoy no voy, estoy muy cansada y además se ha hecho tarde.
―No vengas con excusas, elegiste ese centro porque abren incluso en domingos, y su
horario es de siete de la mañana a once de la noche. Así que arréglate que nos vamos.
―A ti no te gusta el deporte ―digo con la intención de que se percate que puede
escaquearse.
―Pues hoy me apetece.
―Podemos ir mañana…
―Abba, Abba, Abba, que nos conocemos. No quieres ir por no encontrarte con David.
―Eso no es cierto.
―Claro que sí.
―Y te repito que no.
―Estupendo, cámbiate ―sentencia con voz de mando.
43. Y deja zanjado el tema. Se levanta y se dirige a su dormitorio para coger la bolsa de
deporte.
Prefiero no seguir discutiendo, porque la hacerlo le estaría dando la razón y la verdad
no me apetece lo más mínimo.
Llegamos y cuando entramos en nuestra clase de pilates respiro tranquila. No nos
hemos cruzado con David. Y ahora al escuchar la voz del monitor ya sé por qué no lo
hemos hecho, porque hoy se encarga él.
Quiero morirme, que vergüenza, Anne me mira y sé de sobra que tengo las mejillas
encendidas. Ha sido verlo con su equipo de trabajo y entrarme de nuevo los calores
sofocantes. No es bueno hacer esfuerzos físicos con estos calentones internos.
Nuestras miradas se cruzan y me siento pequeña e insignificante. Para colmo durante
toda lo hora no deja de mirarme ¿Acaso lo hace adrede para martirizarme? Estoy segura
que esa es su intención. Maldito sea.
Suerte que acaba la clase, porque por primera vez en mi vida no había hecho las cosas
tan mal. No he dado pie con bola y llevo años practicando pilates, por su culpa parecía
que fuese una principiante.
Nos dirigimos a la sala de musculación, nuestra media horita habitual. David esta vez
tiene la gentileza de no acercarse, la verdad lo agradezco. Eso sí, a Anne si se le acerca,
de hecho pasan la media hora hablando. Ella en la bici estática y él frente a ella.
Después de ducharnos, vamos directa a mi vehículo. De camino a casa me narra su
gran noche tórrida con pelos y señales. Me río porque ahora ya sé el motivo por el que
Jesús llegaba tarde. Lo raro es que haya tenido fuerzas para levantarse.
Mi buena amiga es una bendita. Le encanta la cocina, yo sinceramente soy un total
desastre. Nunca cocino, puedo ser la mejor en todo excepto en los fogones. No tengo la
paciencia necesaria para hacer un buen guiso.
Llama Jesús a las diez y media y la pareja decide marcharse.
Me quedo sola y termino de cenar, porque al no haber comido nada ahora mi estómago
reclama sin cesar.
Una vez saciada, decido salir a la terraza, necesito despejar mi mente. Para variar
saturada de eslóganes y campañas publicitarias.
Una vez satisfecha de nuevo, por ver la ciudad a mis pies, escucho una voz.
―Parece que este se ha convertido en nuestro punto de encuentro ―dice con un tono
de voz cordial.
Ladeo medio cuerpo y David está apoyado en el umbral de la puerta de su terraza.
―Eso parece ―respondo sonriente. Dando gracias por no quedarme callada ni
sentirme una estúpida.
44. Da un par de pasos para estar a mi altura y yo me acerco a la valla que separa nuestras
terrazas.
―Quería… ―nos reímos, porque los dos hemos dicho lo mismo.
―Tú primero ―dice con una grata sonrisa.
―Quería disculparme por haberte cerrado la puerta de ese modo ―digo algo
avergonzada. Porque ya sé que la primera vez lo merecía, pero la segunda estuvo fuera
de lugar.
―No tienes porqué. En todo caso soy yo el que te debe una disculpa por mi grosero
comportamiento. No había dormido y estaba agotado. Los nervios y el cansancio me
jugaron una mala pasada.
Se nota sinceridad en sus palabras, así que asiento y le hago un gesto de que está
olvidado.
―¿Tregua? ―pregunta a la vez que me tiende la mano. Y ya sabéis lo que se dice «si
no puedes con el enemigo, alíate con él».
―Tregua ―respondo y estrecho su mano. Algo que no he debido hacer, porque de
nuevo siento que todos los poros de mi piel se estremecen y mi cuerpo de forma
involuntaria tiembla.
―Me parece que deberías entrar en casa, estás temblando de frío.
―Sí, la verdad es que sí.
―Entonces buenas noches Abba, recuerda que hemos pactado una tregua, lo digo
porque no quiero correr el riesgo de quedarme en un futuro como aldaba en tu puerta.
Nos reímos y me suelta la mano. Por una aparte lo agradezco, por otra me invade un
sentimiento de nostalgia, es como si mi cuerpo quisiera sentir de nuevo su tacto.
Voy directa a mi dormitorio, me lanzo en la cama y me siento flotar. Sonrío como una
tonta y entonces doy un brinco.
«¿Qué estás haciendo? Pareces una adolescente», me digo interiormente. Esto no
puede seguir así. Reconozco que es un hombre de infarto, pero está muy lejos de la
perfección que estoy buscando.
Alargo la mano y cojo el móvil. Llamo a mi buen amigo Troy.
Una hora y media ha pasado cuando cuelgo la llamada, totalmente satisfecha. El bueno
de Troy viene a visitarnos en unos días. Y algo me dice que cuando conozca a Vicente se
alargará su estancia.
Mi amigo es un escritor famoso. De hecho el año pasado adaptó una de sus novelas
para una película y estuvo nominado al Oscar. Otro que al igual que Anne, quieren pasar
desapercibidos. Es un hombre enamoradizo, algo que siempre tiene consecuencias. Sus
tres últimas relaciones han sido tan catastróficas que ha decidido renunciar al amor por
45. una larga temporada. No tengo muy claro que él sea capaz de hacer tal cosa, porque lleva
en los genes el dejarse querer.
Es cierto que después de ver cómo han utilizado a mi amigo a su antojo, por
conveniencia, se despertó en mí un radar. Cada vez que conozco a alguien que no está
económicamente estable, mi radar se dispara y me grita que me aleje cuanto antes.
Suena mal y lo entiendo. Pero si vieseis la cantidad de hombres que han intentado
utilizarme tanto monetaria como por obtener influencias no pensaríais lo mismo. He
contado que solo he creído encontrar al hombre de mis sueños dos veces, no que no haya
estado conociendo o interesada en otros. Sexualmente sí reconozco que solo he estado
con dos.
Mi amigo Troy no se ha quedado atrás, a diferencia mía, yo pude alejarme a tiempo,
Troy en cambio no tuvo esa suerte. Su último compañero, le sustrajo la friolera de cien
mil dólares, además de conseguir un papel en una serie de televisión gracias a que Troy
trabajaba de guionista.
Suspiro con fuerza y me niego a seguir pensando estas cosas. Cierro los ojos y espero
que Morfeo venga en mi busca.
Una canción que me encanta, Flower of the orient del grupo Artension me despierta.
Bajo el volumen y hasta que no termina de sonar no me levanto.
Hago mi ritual de todos los días y salgo de casa con sumo cuidado. Mientras cierro la
puerta intentando no despertar a Anne, David sale de su apartamento y al verme sonríe.
―Buenos días.
No respondo y bajo la cabeza sin decir nada. Dos segundo después alzo la mirada y
me encuentro con el ceño fruncido de David. Sonrío con malicia y se percata que le estaba
tomando el pelo.
―Buenos días ―respondo cuando él me hace un gesto para que pase delante al
ascensor.
―Por un momento pensé que eras una mujer bipolar.
Nos reímos.
―Quería demostrarte que además de borde, puedo tener sentido del humor.
―Me queda claro, me queda claro ―se queda callado y me mira con atención―. Veo
que vas muy elegante.
―En mi trabajo es muy importante. La apariencia dice mucho.
―Ya, aunque algo me dice que tú eres de las que se arreglan incluso para ir a comprar
pan.
46. ¿Qué esta insinuando? En pocas palabras me está llamando pija. Vale, lo soy, pero no
quiero que él dé por hecho algo así. La verdad me molesta y mucho. Su insinuación no es
halagadora sino todo lo contrario.
―¿Y qué tiene eso de malo? ―pregunto algo soberbia.
―Nada, a mí lo mismo me da.
Se abren las puertas del ascensor y salgo sin titubear, con lo bien que había empezado
la mañana y llega el hombre con gusto pésimo en pijamas y lo estropea.
―Adiós, que tengas un buen día ―me despido sin mirarle siquiera.
Recorro las calles dándole vueltas a la insinuación, y cada vez me molesta más. ¿Acaso
le he dicho yo que tiene mal gusto eligiendo os pijamas? Es increíble, vuelvo a enfadrame
conmigo misma. No sé qué hago pensando en un hombre como él. No debería robarme
ni un segundo de mi tiempo. Decidido no voy a caer de nuevo… ¿Dónde iba tan elegante?
Ya estoy otra vez pensando en David. Debo reconocer que la curiosidad me puede. Es
que iba ataviado con un pantalón gris oscuro y se veía debajo de su chaquetón de piel una
camisa morada a rayas de Ralph Lauren… Sí, no necesito verle entero para reconocer
camisas de marca.
Llego a mi oficina y por fin puedo despejar mi mente de cierto individuo. Me centro
al mil por mil y ya puedo quedarme tranquila interiormente.
Mi estómago ruge y me doy por vencida. Miro el reloj y un suspiro desgarrador sale
de mi boca. Las nueve y media.
Mientras regreso a casa, reviso todo el día en mi interior. No he comido nada, una
tostada en el desayuno y dos barritas energéticas a la hora del almuerzo. Para un día que
podía haberme tomado mi tiempo en ir a comer, he tenido una emergencia. Han
adelantado la reunión que teníamos prevista para dentro de tres semanas a este sábado.
Así que he aprovechado para ir a comprarme un vestido nuevo. Sí, lo sé, tengo cientos en
el vestidor, pero si la reunión sale con éxito tendré que acudir a una fiesta y quiero llevar
un modelo recién sacado al mercado.
Entro en casa y escucho música house, lo que me confirma que mi preciosa Anne está
en casa.
―Anne, no te muevas de ahí, voy a cambiarme y te enseño mi vestido nuevo.
―Vale ―responde a voz en grito.
Voy corriendo a mi dormitorio y me lo pruebo, es precioso, reconozco que demasiado
atrevido. Un vestido vaporoso color amarillo pálido y jaspeados verdes, totalmente
transparente excepto en los dos lugares donde no debe verse nada, con un escote hasta el
ombligo y un corte en la parte inferior que deja todas las piernas al aire al andar. Me doy