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Copyright © 2011
Autora: Noa Pascual
Portada © pixabay.com y Verónica Gm
Todos los derechos reservados
CON TODO MI CARIÑO PARA MIS
PANTERAS INCOMPRENDIDAS
POR ENTRAR EN MI VIDA
Y NO SALIR DE ELLA
Índice
La llegada de Anne
La fiesta
David (las vecinas nuevas)
El preparador físico
La tregua
David (Mis vecinas en el gimnasio)
Visita guiada
El increíble Jordan
David (Sueños del pasado)
Malos entendidos
David (Confidencias)
Navidades en familia
Jordan al ataque
David (La despedida)
Acusaciones
Embarazo inesperado
David (Viaje a Barcelona)
Navidades inolvidables
Los padres de Jesús
La despedida de mis padres
La ruptura
Decisiones
El poder de una canción
David (Malas noticias)
Decisión definitiva
La llegada de Anne
umbada en el sofá, preparándome mentalmente para comenzar un día muy largo.
Acabo de mudarme y tengo el apartamento lleno de cajas todavía por desembalar.
Me levanto y abro la puerta de cristal que da a una enorme terraza.
Respiro hondo y sonrío. Las vistas son maravillosas. Vivir en un octavo piso, delante
de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, te hace sentir poderosa.
Reconozco que mi ego está por las nubes. He trabajado mucho y muy duro para llegar
donde estoy.
Llevo cinco años trabajando en el mundo de la publicidad. Los mismos que he sido
galardonada a premio por año. Cualquier agencia mataría ahora mismo por contar
conmigo.
Tengo treinta años y soy de las más jóvenes en este mundillo. Me han puesto muchos
obstáculos para llegar, pero ahí estoy. Pese a quien pese, he llegado a lo más alto. Y por
ello me he podido permitir el lujo de comprar dos áticos y hacerlos uno. Al igual que pude
darme el gusto de abandonar mi antigua agencia de publicidad y elegir la que yo quería.
Todos pensaron que me había vuelto loca. Es posible que tengan razón. Abandonar
Londres para mudarme a Valencia no tenía mucho sentido. Menos aun cuando la agencia
elegida no está entre las grandes. ¡No importa! Para eso estoy aquí, para llevarla a lo más
alto.
Vuelvo a mirar con atención la panorámica y me doy cuenta que, Valencia es el lugar
perfecto. Su clima, su luz, su esencia. Es posible que acabe siendo el lugar donde echar
raíces. Como ya he dicho, me he esforzado mucho para conseguir lo que tengo, y necesito
que todo en mi vida sea perfecto. Incluso los hombres.
Ahí sí tengo un serio problema. Dos veces creí haberlo encontrado. El hombre perfecto
que encaje en mi vida perfecta. Pero claro, no todo en la vida es como una quiere. Ojalá
fuera tan fácil encontrarlo.
Decido entrar de nuevo y ponerme a trabajar. Quiero tenerlo todo en su sitio. Me
desquicia el desorden y, ver las cajas esparcidas me crea un estado de nerviosismo total.
Voy directa al equipo de música, otra de mis grandes aficiones. Soy una melómana
empedernida. La música es vital en mi vida. Elijo un cd del grupo Queen, me apetece
escuchar un poco de ritmo, así las energías estarán a tope.
Llevo media hora sin parar, estoy con las pilas puestas, voy canturreando las canciones
y de paso moviéndome al son de la música. Justo cuando estoy haciendo mi mejor
actuación con una de las bolas de cristal, una colección de bolas de todas las ciudades
donde he vivido. La tengo sujeta utilizándola de micrófono, llaman al timbre de la puerta
sin parar.
T
Me asusto porque no espero a nadie, y os aseguro que ningún conocido mío, sería
capaz de fundir mi timbre ¡Ay, madre! ¿Y si hay fuego en el edificio?
Dejo la bola en la estantería y me dirijo a la puerta rauda. De hecho salto un par de
cajas que me obstaculizan el camino. Casi me doy de bruces, pero consigo abrir con la
respiración agitada.
¡Madre mía! Hay un hombre con el torso desnudo, con un pantalón de pijama a cuadros
muy hortera para mi gusto personal. Moreno, con ojos grisáceos y un metro ochenta
aproximadamente. Os juro que tiene unas abdominales muy marcadas. Desde luego tiene
un cuerpo rematadamente perfecto.
Apenas  me  da  tiempo  a  decir  nada,  ya  se  encarga  él  de  presentarse…
―¡¿Tía,  te  has  vuelto  loca  o  qué?!  ¡¿Qué  coño  te  pasa?!
―¿Cómo  dices?
―La  gente  intenta  dormir  ¿Sabes?,  así  que  haznos  un  favor  y  ¡Quita  la  puta  música!
No lo puedo creer, viene un gilipollas a mi casa, a gritarme ¡A mi cara nada menos!,
imaginad mi reacción. Puede que esté muy bueno, pero desde luego a mí no me grita
nadie ¡Faltaría más! Pues hea, voy a darle lo que se merece, pegarle un portazo en todas
las narices, por no hacer algo peor.
¿Quién se cree que es para gritarme de esa manera? Regreso al salón y bajo el volumen
de la música. Pero al segundo me doy cuenta de un detalle. Estoy en mi casa, son las once
y media y puedo hacer lo que me venga en gana. Solución: Poner el volumen a tope y ver
quién tiene las de perder.
No pasa ni diez minutos cuando llaman al timbre de nuevo. ¿Quiere guerra? Pues la
vamos a tener. Sin pensarlo y con una mala leche que ni me aguanto, salgo disparada a la
puerta de entrada. El del pijama hortera se va a enterar quien es Abba Winston.
―¡No  me  toques  las  narices,  chaval!...  ―grito  de  fuera  de  mí.  Me  muerdo  los  labios,  
avergonzada y sorprendida por ver a mi amiga Anne.
―No  tenía  intención  de  tocártelas,  pero  si  insistes…
―¡Anne!   ―exclamo   y   me   lanzo   a   sus   brazos.   Necesito   tanto   a   mi   amiga   como  
respirar.
Anne y yo nos conocemos desde la infancia. A la edad de cinco años, algún lumbrera
le dijo a mis padres que su hija «o sea yo», era superdotada. Y mis padres, con la mejor
voluntad del mundo, intentando no interponerse en el buen desarrollo mental de su única
hija, me mandaron a un internado para niños prodigio. Y ahí estaba mi buena amiga Anne.
Con quien crecí. Se convirtió en la hermana que siempre desee tener.
No me puedo quejar de padres, pero al vivir alejados, no hemos compartido la relación
normal de una familia unida. Y doy gracias, porque podría haber sido peor. Sin ir más
lejos, mí querida Anne. Sus padres algo excéntricos, vieron una salvación a sus vidas. No
estaban preparados para ser padres, mi buena amiga con su coeficiente era mil veces más
adulta con cinco años que ellos. Así que, mandarla al extranjero a un internado fue ver la
luz que tanto necesitaban. El problema fue que al mandarle debieron olvidar totalmente
que tenían una hija. Porque no volvió a verlos hasta que a los veintiún años, me amiga se
personó en su antigua casa familiar.
Igual debo agradecer al universo que eso sucediera, porque así no me he separado de
mi amiga. Nuestra infancia y adolescencia siempre juntas. Y teniendo en cuenta que poca
gente nos comprende, debo reconocer que fue una bendición.
También debo hablaros de mi buen amigo Troy. Lo haré en su momento, ahora estoy
encantada de sentirme arropada por los brazos de mi buena amiga Anne.
―¿Qué  te  ha  hecho  reaccionar  así?  ―pregunta  sonriente.
―Calla,  calla.  Una  tontería  ―respondo  intentando  olvidar  el  incidente  con  el  hombre  
de  pijama  hortera―.  Pasa  que  tenemos  mucho  que  hacer.
Cada vez que me mudo de ciudad, Anne viene a pasar conmigo una larga temporada.
Sabe que odio los cambios, al igual que me cuesta adaptarme.
Me encantaría ser como ella. Envidio su espíritu aventurero. Siempre encaja en
cualquier parte. No se amilana con nada. Su sentido del humor es extraordinario. Una
cualidad que me  fascina  en  ella.  Y  en  cuanto  a  su  vida  sexual…  Mejor  no  hablar  de  ello,  
porque necesitaría tres semanas para poneros al día. Con deciros que su lema de vida es:
«Vivir hoy porque no creo que llegue a mañana».
Se dedica al diseño. Ha trabajado para grandes firmas, pero nunca ha querido dar su
nombre. Dice que la fama le impediría vivir la vida que ella desea. Nunca he entendido
porqué. Es buena, sus vestidos han desfilado por las mejores pasarelas, pero nunca sabrá
nadie que son de ella. Yo sería incapaz. Si he trabajado qué menos que se me reconozca.
En fin, es Anne, ella es otro mundo.
En cuestión de hombres, ya os he dicho que la larga lista de conquistas es interminable.
Lo entiendo, porque es preciosa. Morena, ojos verdes con rasgos exóticos. Lo que todo
hombre desea tener. Pero mi amiga no entra en los planes de ningún hombre. Quiero
decir, no importa que un hombre esté locamente enamorado de ella, pues lo único que
quiere ella de un hombre es sexo. Reconozco que la envidio, porque yo soy una mujer
muy clásica.
Para que yo esté con un hombre, tengo que haberlo conocido lo suficiente como para
saber que puedo mantener una relación estable. El aquí te pillo, aquí te mato, no entra en
mi mundo.
Una vez hablamos largo y tendido, reconoció que mostrar sus sentimientos es algo que
le agobia. Se siente vulnerable y la sola idea de que un hombre le parta el corazón, le
asfixia. También reconoció, que el hecho de que sus propios padres, fuesen capaces de
abandonarla sin el menor reparo ¿Por qué iba un hombre a serle fiel? Así que conociendo
a mi amiga, su miedo o mejor dicho pavor, a ser abandonada, puedo garantizar que no
hay un hombre capaz de atravesar ese corazoncito.
Estoy en mi dormitorio, debo reconocer que estoy orgullosa, los decoradores
entendieron a la perfección mis preferencias. Un dormitorio moderno, con las paredes
blancas y granates. Los muebles negros y blancos y por supuesto, la mayor alegría de mi
casa: Mi vestidor.
Soy adicta a la moda. Esto se lo debo a mi buena amiga. Supongo que ella me metió
de lleno en ese mundillo. Y reconozco que ambas somos compradoras convulsivas. Suerte
que mi economía es elevada. No quiero parecer déspota, pero recordad que soy la mejor
en mi trabajo y, trabajar en publicidad es hablar de sumas de dinero desorbitadas.
Anne tampoco puede quejarse, trabajar para los grandes es lo que tiene. En algo se
tenía que ver recompensado el hecho de guardar anonimato y que otros se lleven el mérito.
Abro la puerta del vestidor, que es una habitación modificada para hacer de ello. Sonrío
como una tonta. Ya lo tengo casi todo colgado. En un lado están mis vestidos de diseño,
de grandes firmas, los vestidos más envidiados de la moda. Al otro lado tengo la ropa
formal con la que trabajo; ojo, formal no necesariamente significa que no sea de diseño
¡Faltaría más! Y en el fondo la ropa cómoda sin ser de diseño, pero que para nada es de
mercadillo. En uno de los laterales se abre una compuerta y ahí están mis zapatos. Mejor
no hablar de ellos porque si empiezo no acabo, podéis haceros una idea, ya que zapato y
bolso pocas veces se repite.
―Abba,  tengo  un  hambre  que me muero  ¡No  tienes  nada  en  el  frigorífico!  ―dice  
alterada. Lo entiendo, mi amiga es de buen comer. No sé cómo lo hace, porque tiene un
cuerpo de escándalo.
―Anne,  me  trasladé  ayer,  la  compra  no  venía  en  la  maleta  ―replico―.  ¡Vale, vale, te
invito a comer!
Sonríe y asiente. Ya había puesto cara de pocos amigos. Con la comida no se juega,
mi amiga es capaz de ganar en un campeonato a los tipos más fornidos.
Yo reconozco que tengo un físico aceptable, aunque me cuido mucho. No me atrevo a
comer sin hacer ejercicio. Estoy segura que el día que deje de hacer deporte me convertiré
en una ballena. Según Anne es obsesión mía, porque está convencida que no me pasaría
nada. Que tengo un metabolismo preparado para comer de todo. Lo tengo, porque
tampoco me quedo atrás a la hora de ingerir de todo, pero por si acaso, mejor no
arriesgarme.
Vamos a un japonés, sé que es su comida favorita. Suerte que en la calle de atrás hay
uno en la avenida de Francia.
Tengo memoria eidética, es un fastidio os lo aseguro, porque lo controlo todo. Al entrar
en el restaurante ya he analizado el lugar. Para que os hagáis a una idea, de la puerta de
entrada a nuestra mesa, he memorizado los doce cuadros que hay colgados, cuatro
camareros, dieciocho clientes, dos de ellos por cierto lleven la misma camisa y están en
distinta mesa. En fin cosas así. Imaginad lo agotador que es al cabo del día.
―¿Por  qué  Valencia?  ―pregunta  Anne  mientras  ojea  la  carta.
―El  año  pasado  me  contrataron  para  hacer  un  spot  publicitario  de  la  ciudad.  Ya  me  
conoces, me empapé de todo y la ciudad me cautivó.
Anne me mira y vuelve a la carta. Sé que es está disimulando, pues en un minuto es
capaz de memorizarla. Prefiero no preguntar, porque cuando Anne disimula, algo se
avecina.
Nos toman nota y cuando los platos están ya en nuestra mesa, Anne por fin suelta por
su boca lo que le estaba carcomiendo.
―¿Qué  pasó  con  Dyron?  ―pregunta  sin  más.  Así,  directa  a  la  yugular―.  Y  no  me  
vengas con que no era el perfecto. Te conozco Abba, dos años con un hombre al que
adorabas, no me trago que rompiste con él, por darte cuenta que no era el perfecto.
―Preferiría  no  hablar  de  ello.
―Y  yo preferiría poder curar el cáncer y no puedo.
Comprendo que es una charla que tenía pendiente con Anne. El día que rompí con mi
ex, lo único que fui capaz de contar es que no era el hombre perfecto para mí.
―No  me  vengas  con  tonterías  Abba.  Estuve  a  punto  de ir a buscarte hace seis meses.
Cierto, ella es así. Pude tranquilizarla con evasivas y mintiendo para que no se
preocupara. Conociéndola estaba como loca por llegar a Valencia y saber la verdadera
historia. Y no voy a mentir, igual es el momento de contarlo en voz alta y pasar página.
Es humillante contar tus decepciones sentimentales, pero los amigos están para eso.
―Está  bien,  te  lo  contaré.
―Muy  bien,  soy  toda  oídos.  Porque  te  aseguro  que  no  estoy  dispuesta  a  escuchar  otra  
tontería como la que me dijiste hace seis meses. Te pasaste dos años diciendo que Dyron
Curtis era el hombre perfecto. Que lo habías encontrado y que por fin tu vida era perfecta.
Sonreí con desgana ¡Qué triste haber creído haber encontrado el hombre perfecto!
―Una tarde me llamó Etham  Stamp,  ya  sabes,  uno  de  los  amigos  de  Dyron  ―digo  y  
Anne  asiente  con  la  cabeza―.  Me  pidió  que  le  concediera  una  tarde,  para  poder  hablar  
largo y tendido. Lo hice. Al día siguiente sentados en una cafetería del centro de Londres,
nos  vimos  y…  ―respiré  con dificultad. Recordar siempre duele.
―Venga,  tú  puedes  ―me  dice  a  la  vez  que  me  acaricia  la  mano  para  darme  valor.
―Me  contó  que  Dyron  se  estaba  viendo  con  su  prometida.  Que  eran  amantes  desde  
hacía más de tres meses. Yo no podía creer semejante historia. ¿Dyron? Era imposible.
Para mí Dyron lo era todo. Era perfecto, uno de los hombres más influyentes de Inglaterra.
Un caballero andante, un hombre triunfador y de una dinastía ejemplar.
―Cariño,  te  lo  tengo  dicho,  los  hombres  así  son  los  peores.  ―Me  interrumpió Anne.
―La  cuestión  es,  estuve  dos  días  dándole  vueltas  al  tema.  ¡Joder,  Anne!  Tengo  una  
mente privilegiada, ¿cómo no pude leer su lenguaje corporal y darme cuenta de todo?
Es triste saber que tienes una mente fuera de lo común. Que es capaz de memorizar el
más mínimo detalle. Conseguir hablar doce idiomas, tener cinco carreras universitarias y
no ser capaz de ver que tu novio, el hombre que creías perfecto te estaba siendo infiel.
―Eso  te  pasa  por  querer  encontrar  el  perfecto.  O  mejor  dicho,  eso  te  pasa por querer
creer en el amor.
Mira, puede que tenga razón. Al fin y al cabo, ¿quién nos asegura que de verdad existe
el verdadero amor? No sé si existe o no, pero soy de esas personas que necesitan creer
en él. Demando que el amor exista. Que me toque con sus flechas, pero por favor, que lo
hago con el hombre perfecto.
―Pues  ahí  me  ves,  haciendo  de  detective.  Persiguiendo  a  Dyron  durante  cuatro  días  
seguidos.  No  había  indicios  de  ninguna  infidelidad…  Pero  una  tarde,  cuando  ya  estaba  a  
punto de tirar la toalla, los vi.
―¿A  Margaret  y  Dyron  juntos?  ―pregunta  Anne  muy  curiosa.
―Sí,  fueron  a  un  hotel.  Estuvieron  allí  cuatro  horas.  Cuatro  malditas  horas  en  las  que  
yo me quedé inmóvil en el asiento de mi vehículo.
No me apetece seguir hablando de esto, es doloroso y humillante a más no poder. Me
vino bien que no quedara nadie en el restaurante.
―Anne,  quieren  cerrar,  es  mejor  que  nos  marchemos.
Mi amiga mira a su alrededor y cede, claro que, no piensa quedarse sin saber toda la
historia.
―Cuando  lleguemos  a  casa  terminas  de  contarme  la  historia.
Antes de dirigirnos al apartamento, pasamos por El Corte Inglés que está en la avenida
de Francia. ES bueno tener un lugar así cerca de casa. Sabes que vas a encontrar de todo.
Podéis imaginar, nos lanzamos a comprar sin conocimiento antes de pasar por la
sección de alimentación. Vimos unos cuantos diseños de Anne colgados. Nos acercamos
a comprobar si estaban bien rematados, porque en varias ocasiones hemos visto sus
diseños a precios desorbitados siendo meras imitaciones.
Planta imprescindible, la de cosmética. Los perfumes y cremas faciales son vitales en
mi vida. Segunda parada importante la de música. Os lo dije melómanas totales.
Una vez en el supermercado, decidimos ir por caminos separados. Cada una con un
carro de la compra. Estoy segura que mientras ella lo llena de productos de alto nivel en
grasas, yo voy cogiendo alimentos más salubres, es la única manera de compensar ambas
cosas.
Al llegar a la caja, nos quedamos sorprendidas, la cajera nos dice que al ser sábado
tendremos la compra en una hora en casa. Nos miramos sorprendidas, pero lo
agradecimos, porque todo un fin de semana sin comida no era bueno.
―Por  favor,  los  pastelitos  de  chocolate  que  lleguen  intactos.  Tenemos  una  crisis.
―¡Anne!  ―protesto  por  el  comentario.
La cajera sonríe y los aparta con delicadeza.
―¿Cómo  se  te ocurre?  ―pregunto  avergonzada.
―He  dicho  que  tenemos  una  crisis,  no  sabe  a  qué  clase  de  crisis  me  refiero.
―Como   si   hubiese   muchas   clases   de   crisis   en   las   mujeres   ―replico   molesta.   Es  
vergonzoso que todo el mundo conozca tus intimidades.
―Razón  de  más,  ella también es mujer. Igual se apiada de nosotras y nos mete unos
cuantos más de regalo.
Discutir con Anne es casi imposible. Siempre tiene que sacar puntilla a todo y lo peor
de todo, sabe salirse con la suya.
Tiene un don, es capaz de convencer al mismo diablo de quitar el fuego del infierno y
convertirse en ángel. Os lo aseguro, cuando se propone algo, lo consigue con su gracia
habitual.
La fiesta
legamos cargadas de bolsas, os dije que somos compradoras convulsivas. Montamos
en el ascensor y escuchamos una voz gritando.
―¡Esperad!
No nos da tiempo a nada. Un hombre entra a la carrera en el ascensor, haciendo un
requiebro por el salto que había dado para colarse antes de que le pillaran las puertas.
Se da de pleno con Anne. Y cuando ambos se miran, saltan chispas. En mi vida he
visto cosa igual.
Es un hombre alto, con una pequeña melena castaña clara, tendrá unos treinta dos,
treinta tres años de edad. Viste moderno y lleva zapatillas deportivas, eso sí, son de marca.
―¿A  qué  piso  vais?  ―pregunta  el  hombre  sin  dejar  de  mirar a los ojos de mi amiga.
―Al  último  ¿Y  tú?  ―uisss  conozco  esa  vocecita  de  Anne.  Uff…  acaba  de  elegir  a  su  
próxima conquista.
―También  ―responde  y  da  al  botón―.  Debéis  ser  las  nuevas  vecinas.  Y  dime,  ¿hay  
vecinos nuevos también, o sólo estas dos bellezas?
El chico desde luego tampoco es de perder el tiempo. Y os juro que está comiéndose
a Anne con la mirada.
―No,  no  hay    vecinos  ―responde  Anne  rápida.  Está  claro  que  quiere  dejar  claro  que  
está soltera y a su entera disposición.
―Estupendo ―por  su  entonación quiso decir «Ahh, bien, estupendo. Carne fresca y
sin tíos que puedan molestar»―. Por cierto, damos una fiesta esta noche. Estáis invitadas.
Así conoceréis a gente del edificio, van acudir unos cuantos.
―Y  dime  ¿Hay  alguna  mujer  que  dé  la  fiesta  también?  ―pregunta  Anne  muy  coqueta.
La sonrisa del vecino se ensancha.
―No,  no  hay  ninguna  mujer.  Pero  sí  hay  un  compañero  de  piso  que  estará  encantado  
de recibiros.
Madre mía, no tengo intención de conocer a nadie. No suelo codearme con vecinos.
De hecho es la primera vez que vivo en un edificio, normalmente he comprado casas
unifamiliares. Y además, ¿una fiesta con unos desconocidos? No, va ser que no.
L
Anne ya está fantaseando con esa maldita fiesta. La conozco bien, ella está encantada,
acaba de darle la oportunidad perfecta para que este hombre acabe en su cama.
Me hago la loca, como si no fuera conmigo la cosa. Odio vivir en un octavo, se hace
eterno llegar a tu destino. En cuanto las puertas se abren, salgo escopetada. Le hago un
gesto con la cabeza, pero da lo mismo, podría sacarle la lengua o ponerme a cuatro patas,
que este hombre está hipnotizado con Anne.
Casi media hora después mi buena amiga entra con una sonrisa ladina. La observo
atenta.
—No te lo vas a creer. Resulta que este tío es motero, ¿te lo puedes creer? ¡Motero!
Lo que me gustan a mí las motos.
Busco su mirada, estoy convencida que estará perdida en su fantasía mental. Su cabeza
loca ya está retozando con el vecino.
—Anne, por favor, acabas de llegar, no sabes nada de ese tío, tan solo que es motero.
—No necesito nada más, excepto saber que me voy a poner esta noche para
deslumbrar.
—Dime que se trata de una broma. Dime que no estás pensando en un idilio con este
chico.
―Yo  no  tengo  que  decir  nada  que  es  tan  obvio.  La  que  tienes  que  hablar  eres tú.
Siéntate y cuéntame el final de tu historia don Dyron.
¿Por qué no podía por una vez olvidarse de todo? ¿Por qué hay que saberlo todo? Es
tontería preguntando, pues al final voy a contarle toda la verdad.
―Fui  a  su  despacho,  necesitaba  hablar  con  él.  Debió entender al momento que algo
pasaba, porque jamás pisé su despacho hasta ese mismo momento. ¿Sabes lo que más me
duele?
Anne niega con la cabeza y sube las piernas al sofá, su posición de yoga favorita y me
hace un gesto para que continúe.
―Dos  semanas antes, vino a mi casa. Quería que formalizáramos la relación. Tenía
planeado  dar  una  fiesta  oficial  de  pedida  de  mano.  Yo  estaba  encantada,  feliz…  ―se  me  
nublan  los  ojos  y  no  quiero  llorar―.  No  valió  para  nada.  Le  dije  que  había  descubierto  su  
aventura con Margaret. Lo negó todo hasta la saciedad. Juró y perjuró.
―Ay  Abba,  te  quedarías  helada.
―Me mintió a la cara, para colmo Etham me había dado una larga lista. No pienses
que Margaret era la única. Aquella lista era interminable. Gente de todo tipo ¡Mujeres del
servicio doméstico y todo! ¿Te lo puedes creer? Esas mujeres me servían la comida
cuando iba a cenar a su casa. Es humillante lo que han debido reírse a mi costa.
Me sale una lágrima que limpio con rapidez. Hace tiempo que me negué a llorar por
otro hombre. No aprendo. No sé qué tengo que atraigo a todos los indeseables.
―Anne,  no  sé  qué  hago  mal.  Siempre  acaban  siendo  infieles.  
―Abba,  no  es  culpa  tuya.
―Algo  debo  hacer  mal,  porque  ya  son  dos.  
¡Qué triste! Dos hombres, no uno sino dos. El primer hombre al que me entregué por
completo, pensé que era perfecto también. Le creí hasta la saciedad. Un hombre que me
prometía la luna, que me agasajaba con mil momentos románticos. Alguien que me dijo
te amo con tanta credibilidad que no lo dudé. Y para colmo me hizo creer en un futuro
lleno de amor, de constancia y además de prosperidad. Entendía mi manera de ver el
mundo. Normal que entendiera y aprobara mis incansables horas laborables. Así él
aprovechaba mis ausencias para vivir su propia vida. En la que yo no estaba, en la que
otra mujer le esperaba en casa. Donde esos sueños y promesas que me regalaba al oído,
entregaba y compartía con su propia esposa.
¡Casado! Estaba casado. Cuando nos conocimos llevaba cuatro años con su mujer. Y
yo ignorante de la vida. Cierto que yo tenía veinte años y él treinta. Pero los hombres de
mi edad normalmente me aburren. Tened en cuenta que mi mente privilegiada hace
estragos a la hora de mantener una relación. Pocos hombres aceptan que seas cien veces
superior.
― Sabes cuál es el problema Abba, te lo voy a decir. En tu obsesión por buscar el
perfecto, dime ¿Tiene qué ser perfecto?, no puede ser simplemente un hombre normal,
divertido, sensual, excitante, sincero, gracioso. Sin buscar nada más, que te acompañe el
presente, sin buscar un futuro. Siempre conoces gente importante, gente estirada.
Abogados, arquitectos, políticos y ¡Por Dios! Los trepas de tu agencia de publicidad. No
crees que va siendo hora de divertirte. Tener un simple lío de una noche. Hazme caso,
busca un hombre real con el que divertirte. Resulta que si el tío te hace sentir única,
vuelves a quedar, ¿qué no?, pues si te he visto no me acuerdo. Y pasar de todo eso de
buscar el perfecto. Porque tu vida va a más. Pero ir a más en tu profesión no quiere decir
que tengas que encontrar a alguien que pueda estar a tu altura. Encontrar al hombre
perfecto, es encontrar aquella persona por la que nada más despertar tu mente piense en
él, que cuando te acuestes su imagen sea lo último, que durmiendo sigas soñando con él,
que te haga reír y gozar. Eso es encontrar al hombre perfecto y, te diré más, puede que
esta noche lo hagas. Porque mira tú por dónde  tenemos  una  fiesta  jajaja…  Por  fin  hombres  
normales que dan una fiesta sólo para pasarlo bien. No para recaudar fondos, ni nada por
el estilo. Todo lo contrario al tipo de fiestas a las que suelen invitarte y en las que sueles
acabar con hombres de semejante índole como Dyron y Paul.
―Sé  que  las  fiestas  a  las  que  acudo…
―¡Son  un  muermo!  Abba,  cada  vez  que  has  ido a una de esas malditas fiestas, te has
pasado  horas  renegando  de  lo  aburridas  que  han  sido  ―dice  alterada,  y  la  verdad,  tiene  
razón―.  Eres  muy  joven  para  vivir  una  vida  tan  aburrida.
―No  tengo  una  vida  aburrida  ―protesto  enérgica.
―Y   tanto   que   sí.   El   sexo no es malo, ¿sabes? No sé por qué te empeñas en
desaprovechar los mejores años de tu vida. El trabajo no lo es todo Abba. Y para tú
información te diré que si mantuvieses relaciones sexuales más a menudo estarías mucho
más liberada mentalmente. Esa cabeza tuya no para, no es bueno retenerlo todo. ¡Joder!
Qué eres una mujer adulta, espabila, libérate y disfruta de una jodida vez.
Vaya vocabulario que se gasta mi amiga. Puede que tenga razón, pero no me siento
cómoda cuando tengo que relacionarme con hombres. Pienso que van aprovecharse de
mí. No quiero sexo sin sentimientos. Lo quiero todo.
―Déjalo  Anne,  sabes  que  no  puedo.  Necesito  sentirme  querida  y  protegida.  Ansío  que  
me amen por encima de todo. ¿Acaso es mucho pedir?
―No,  no  es  mucho  pedir.  Pero  la  vida  no  tiene  por  qué  ser  tan  perfecta.  No  busques  
la perfección o acabarás perdiéndote la diversión.
Igual tiene razón. Pero he luchado mucho para alcanzar esa perfección y no estoy
dispuesta a bajar el listón.
―De  todas  formas    esta  noche  tenemos  una  fiesta  de  bienvenida  a  Valencia.
―¿Tengo  que  ir?  Puedes  ir  tú,  otras  veces  has  acudido  sin  mí.
No me contesta porque llaman al timbre y las dos salimos raudas. Voy directa por mi
cartera, quiero dar una buena propina por ser tan serviciales.
¡Madre mía, qué rapidez! Abro la puerta con una gran sonrisa y ¡Bang! Pego un
portazo. Anne me mira incrédula.
―Abba,  estás  fatal  ―dice  haciéndome  a  un  lado  para  abrir  de  nuevo.
No sé por qué lo he hecho. Bueno sí, al fin y al cabo esta mañana hice lo mismo. Sí,
se trata del hombre con pijama hortera.
Anne abre la puerta y el moreno de torso duro, con cara de pocos amigos sigue allí.
Pensé que habría desaparecido pero está claro que no.
―Hola,   disculpa   a   mi   amiga.   Hace   tiempo   hizo   de   conejillo   de   indias   para   unos  
fármacos y desde entonces tiene un tic nervioso en los brazos.
¿Ahora va a justificar mi arrebato? No tengo porqué justificarme ante nadie. Estoy en
mi casa, puedo hacer lo que me dé la real gana ¡Vamos, digo yo!
Parece que al moreno le hace gracia el comentario, sonríe y aprieta los labios.
―Venía  a  pedir  disculpas  por  mi  comportamiento  de  esta  mañana.
Anne ladea la cabeza un segundo para mirarme, levanta las cejas y pone cara de «Abba,
vas a tener que darme unas cuantas explicaciones». Sin decir nada, de nuevo vuelve la
cabeza al frente y sonríe al hombre de pijama hortera, asintiendo con la cabeza. Cómo si
supiera a qué se refiere.
Por mi parte, no tengo intención de escuchar ninguna tontería. No quiero disculpas, no
las necesito. Así que, me doy media vuelta y regreso a la cocina. En el trayecto de mi
huida escucho la voz elevada del tipejo que hay en la entrada. Alza la voz para que lo
escuche a la perfección.
―Pero  ya  veo  que  la  borde  de  tu  amiga  no  intención  de  escucharme.
¡¿Me ha llamado borde?! Doy media vuelta para enfrentarme al estúpido de turno.
Justo cuando llego a la puerta los del supermercado hacen acto de presencia y lo único
que sale por mi boca es:
―Por  aquí  por  favor.
Es mejor tranquilizarme, porque si digo lo que me viene a la mente, será rebajarme al
nivel ordinario del estúpido que hay en la puerta de mi casa. No llevo ni veinticuatro horas
en el edificio y ya quiero mudarme ¡Mal vamos!
Mientras ordeno la lacena, escucho la risa exagerada de Anne, la conozco lo está
haciendo para picarme. Quiere que salga a ver de qué se están hablando. Pues lo tiene
clarito. Porque no tengo ninguna intención de salir. No sé qué me pasa, pero el hombre
de pijama hortera me pone muy nerviosa.
Cuarenta minutos después cuando ya lo tengo todo ordenado, entra Anne hablando
sola, como si yo no estuviese allí.
―Vaya,  vaya,  vaya…  A  Abba  se  le  ha  olvidado  comentarnos  que  ha  conocido  a  un  
tipo   encantador,   cachas,   simpático   ―levanto   una   ceja―.   Claro,   debe   estar   muy  
acostumbrada a codearse de tíos tan perfectos.
―Anne…  ―me  acalla  levantando  la  mano  y  sigue  son  su  numerito.
―Suerte  que  yo  si  me  he  fijado  en  él,  porque  te  lo  tenías  muy  guardado.
―No lo conozco de nada. Se presentó en la puerta con un pantalón de pijama a cuadros
muy hortera, para tú información.
―¡No  me  jodas,  Abba!  ¿Un  tío  así  de  cachas,  se  presenta  en tu casa, en pijama y le
dejas escapar sin meterlo en tu cama?
―¿En  mi  cama?
―¡Sí,  en  tu  cama!  No  me  lo  puedo  creer,  tú  no  tienes  sangre  en  las  venas.
Me río y Anne me mira con cara de pocos amigos.
―¿Qué  te  hace  tanta  gracia?
―¿Sabes  que  aquí  en  Valencia tienen un dicho?
―¿Cuál?
―Dicen:  Tienes  horchata  en  la  venas.
Anne no entiende nada, se mosquea porque sigo riéndome. Ya la llevaré a probar la
auténtica horchata valenciana a la horchatería más famosa, llamada Daniel que está en
Alboraya.
―No  sé  lo  que  dicen aquí, pero tú, amiga mía, no tienes sangre. Estás mentalmente
desquiciada. No se puede dejar escapar a un hombre que se presenta en la puerta de tu
casa,  solo  con  un  pantalón  de  pijama  ―voy  a  protestar  y  levanta  la  mano  con  mando―.  
¡No tienes perdón de Dios! ¡Joder, Abba!
Se dirige por un vaso de agua, cuando deposita el vaso en el fregadero me mira
fijamente.
―Al  menos  reconocerás  que  el  chaval  está  para  comérselo.
Lo reconozco, está para comérselo, pero me avergüenza decirlo en voz alta.
―No  está  mal. Pero ya sabes que no es mi tipo.
―Claro,  claro,  claro…  Un  hombre  jodidamente  perfecto  no  es  tu  tipo.
Me molesta que tenga que enfadarse porque no le baile el agua a un guaperas. Además
un hombre que es muy guapo, pero un total maleducado.
―No  sé  qué  le  ves  tú  de  perfecto…
―¡Todo!
Una respuesta tan concisa y directa me alerta. ¿Por qué me tiene que molestar que le
parezca perfecto?
―Vale,  ya  tienes  dos  en  el  edificio,  bienvenida  a  Valencia.
Anne se ríe y sin decir nada se marcha a su dormitorio. Cuando está a punto de cerrar
la puerta, grita:
―¡Ve  arreglándote  que  nos  vamos  de  fiesta!
¡No me lo puedo creer! ¿Qué pinto yo en una fiesta? Tomo aire porque siempre pasa
lo mismo. Anna acaba saliéndose con la suya.
Lo medito un rato en silencio, tampoco tengo mucho que perder. Voy, hago acto de
presencia y en cuanto Anne esté en su salsa desaparezco.
Me meto en el baño y me viene a la cabeza una imagen. Un hombre rematadamente
guapo, con un pijama a cuadros hortera. ¿Qué me pasa? ¿Con la de cosas que mi mente
es capaz de memorizar, por qué precisamente se le ocurre esta?
Y para colmo me doy cuenta que acabo abriendo el grifo de agua fría, porque de verdad
que me han entrado unos calores que no son normal.
Estoy frente al espejo, dando el último retoque a mi cabello. He optado por dejar mi
larga melena suelta y con unos toques rizados, que consigo gracias a mi fabulosa plancha
de pelo.
Me pongo nerviosa y decido que puedo intentar escaquearme. Parece que buena amiga
mi lee la mente, está en la puerta de mi dormitorio con los brazos cruzados.
―No  vas  a  dejarme  tirada.  Mueve  tu  culito  y  entra  en  el  vestidor  a  elegir  ropa.
―Anne…
―¡Ni  Anne,  ni  leches!  Va  siendo  hora  que  disfrutes  de  la  vida.
Lo dicho, no hay nada que hacer cuando Anne se pone sargento. Abro la puerta del
vestidor y me muerdo el labio. Es triste no saber qué ponerte para una fiesta. Normalmente
elijo los vestidos más fantásticos y de diseño, pero para una fiesta en casa de unos vecinos
¿Qué se pone una?
―Anne,  no  sé  qué  ponerme.
―Eso  depende.
―¿Depende  de  qué?
Se ríe y pone los ojos en blanco, como si mi pregunta estuviera fuera de lugar. Ya me
da por un caso perdido. Y claro, visto lo visto, puede que tenga razón.
―Aisss  Abba,  depende  de  cómo  quieres  que  acabe  la  noche.  ¿Normal  o  salvaje?
―Me  conoces  lo  suficiente  como  para  saber  la respuesta.
―¡Te  odio!  No  cambiarás  nunca  ―dice  con  su  deje  protestón―.  Una  lástima.  Porque  
estoy convencida que esta noche podrías encontrar al hombre perfecto.
Ahora me toca a mí reír. Menuda estupidez ¿El hombre perfecto en una fiesta de
vecinos?
―No  te rías, cacho hombretón apareció en tu puerta. Ese hombre tiene que ser puro
fuego en la cama.
Entro en el vestidor, porque recuerdo el calentón que he sufrido pensando en él y no
quiero que Anne se percate de ello.
Decido ponerme un pantalón vaquero que me hace un culo prieto, una blusa de seda
blanca con difuminado color verde oliva. El escote es recto, deja un hombro al aire, así
no mirarán mis pechos. No tengo mucho, pero los hombres siempre acaban mirándote las
tetas. Lo reconozco, soy vergonzosa. Ya estoy casi preparada, me falta por elegir lo más
importante, y por supuesto voy decidida, unas sandalias de tacón de Marc Jacob. Los
zapatos de tacón y los bolsos os dije que son mi gran debilidad.
Me miro en el espejo y pienso si debo maquillarme, la verdad que no me apetece. No
tengo intención de estar mucho rato en la fiesta. Así que, me pellizco las mejillas para
que tengan un poco de color y estoy preparada.
¡Madre mía! Anne va por todas, está claro que esta noche estrena la cama. Lleva un
vestido de diseño propio rojo pasión. Toda la espalda al aire, acaba justo donde sale su
tatuaje de una diminuta rosa. La parte delantera es ceñida, ella sí tiene pechos para lucir,
la naturaleza fue generosa con nuestra Anne. No son exagerados, pero si llamativos. Y el
toque fantástico de este vestido es que la parte baja hace zigzag hacia el lado derecho, es
suelto y su ceñido donde tiene que serlo, en su cinturita y su trasero. ¡Vamos, que esta
noche triunfa!
―Veo  que  quieres  acabar  la  noche  salvaje.
―No  te  quepa  duda, además, yo siempre acabo la noche a lo grande.
No pienso responder a algo tan obvio. Tiene razón, para qué decir lo contrario.
Mientras finjo colocarme bien la tira de los zapatos, sin mirarle a la cara pregunto.
―Entonces  ya tienes un par de vecinos en mente, el hombre de pijama hortera es tu
presa ¿No?
―Vaya,  vaya,  me  da  que  estás  interesada…
―¿Yo?  Para  nada  ―respondo  rápida.
―Para  tú  información,  el  único  que  tengo  en  mente  y  que  acabará  en  mi  cama  es  un  
motero divino.
Pongo los ojos en blanco. Qué responder a algo así. En fin, es Anne.
Salimos y cuando estoy a punto de llamar al timbre me pongo muy nerviosa.
—¿Crees que el  hombre  de  pijama  hortera  vendrá?  ―pregunto  sin  pensar.
—No sé, pero teniendo en cuenta que es uno de los anfitriones yo diría que sí.  ―Anne  
toca  el  timbre  y  sonríe―.  No  pasa  nada,  total  ya  tienes  fama  de  borde.  
Hago el ademán de marcharme.
—Será mejor que me vuelva a casa —digo agobiada. En ese mismo instante el chico
del pijama hortera abre la puerta con una gran sonrisa. Para mí desgracia no tengo
escapatoria. Intentar evadirme me haría parecer todavía más estúpida.
Anne le mira y como si lo conociera de toda la vida le estampa dos besos.
―Qué  tal  David,  ¿llegamos  pronto?
La mira con asombro y exclama «guauuu».
―No,  no,  entrad,  sois las primeras, no creo que tarden en llegar.
Anne entra como si fuera la dueña del lugar. Yo no tengo todavía muy claro qué hacer.
Deseo que la tierra se abra y me trague entera.
Llega el momento odiado, estoy invitada a una fiesta, donde el anfitrión ha aporreado
mi puerta de malas maneras. No me apetece estar aquí. Pero lo estoy, y entonces decido
que debo decir algo para que no haya tirantez entre nosotros. No es agradable esta
situación y, es cierto que él vino a disculparse y le cerré la puerta en las narices por
segunda vez.
Nada, no ha podido ser, se ha largado sin darme la oportunidad. Decido entrar y cierro
con cautela, solo falta que pegue un portazo y el moreno se me eche a la yugular. Al fin
y al cabo esta es su casa.
Anne se encarga de romper el hielo y la tirantez. No sé cómo lo hace, pero ahí está
ella, rodeada de tres hombres nada más entrar.
—Os presento a mi mejor amiga, Abba. —Me acerco y el motero me da dos besos.
—Hola, me llamo Jesús.
Otro hombre es raudo hasta llegar a mi lado y de nuevo recibo dos besos cordiales.
―Encantado,  soy  Vicente,  el  vecino  del  8ªD.
―Encantada,  soy  Abba.
Se aproxima el otro hombre que estaba junto al motero, me estampa dos besos bien
sonoros.
―Soy  Ángel,  compañero  de  piso  de  Vicente.
Está claro que solo queda el hombre de pijama hortera, el que me llama «la borde».
Mi corazón se agita tanto que me da pánico que todos lo escuchen bombear.
Anne, que sabe lo avergonzada que estoy sale al rescate.
—Y el moreno encantador que me está sirviendo una copa, es David, pero ya os
conocéis.
Hace un gesto con la cabeza en plan saludo, en un intento de no parecer descortés.
Pero claro, no iba a venir a darme dos besos después de haberle cerrado la puerta en las
narices.
Vicente un hombre de treinta y ocho años muy atractivo y vestido con mucho gusto y
elegancia, sin llegar a estar fuera de tono para una fiesta como esta, me mira y me pregunta
si me apetece beber algo.
—Me iría bien, gracias.
Mientras agradezco el detalle, suena el timbre y entran dos mujeres muy escandalosas.
Aunque mucho más escandaloso es el vestuario que lleva ¡Madre mía! Ni en los años
ochenta se llevaba tanta hombrera. Debería estar prohibido vender cierta ropa. No digo
que  haya  que  gastarse  una  fortuna,  pero  esto  es…  es…  Sin  palabras.
Anne me busca con la mirada y hace un gesto «por fin competencia, si no esto no tenía
gracia».
La verdad no veo competencia, ver a Anne tan espectacular y ponerse al lado las otras
dos mujeres, es hacer comparaciones odiosas. Ya no es solo la ropa, alguien tiene que
decirle a la rubia que no se puede llevar tintado el pelo casi blanco y las cejas totalmente
negras ¡Aberración! La pelirroja, si le quitamos las hombreras tridimensionales, igual
sacamos partido de ella ¡Madre mía! Mejor bebo, porque si sigo mirando me dará la risa.
Pasa un buen rato en el que no para de entrar gente. Anne parece a gusto y eso ya me
reconforta la noche. A decir verdad, no lo estoy pasando nada mal. Vicente es muy
divertido, estoy segura que encajaría a la perfección con mi amigo Troy.
Como ya sabéis tengo toda la estancia controlada, algo que detesto, aunque esta vez
no voy a negar que le saco partido. Porque intento estar lo más alejada de David (ahora
ya sé su nombre) no hay necesidad de llamarle el hombre de pijama hortera.
¿Por qué lo hago? Porque me pone muy nerviosa. Y os soy sincera, creo que me guarda
rencor. No miento, no deja de lanzarme miradas asesinas.
Casi no he comido, por no alejarme de la única persona que me parece interesante.
Aprovecho que Vicente ha ido al servicio, para picar algo.
¡Os lo dije! Me odia. He cogido el pincho de tortilla de patata que quedaba y David
me ha gruñido. Me invita a su fiesta y no me deja ni comer. Supongo que hay personas
que son rencorosas por naturaleza. Está claro que este hombre lo es.
Decido alejarme, no tengo intención de discutir, me conozco y aquí acabaría ardiendo
Troya.
Sale a mi encuentro Vicente de nuevo, ¡qué alegría! Me cuenta una historia de lo más
graciosa y me río con ganas. Risa desaparece en el acto. ¿Por qué? Pues la respuesta es
sencilla: la pelirroja hombrada y la rubia ceñuda, están maquinando derramar la bebida
encima de Anne.
Mira, por una vez ¡Bendita sea mi memoria fotográfica! Me dirijo lo más rápida que
puedo y justo al interponerme ¡Bang! Un San Francisco en mi seda india. Ya no es blanca
y verde, se ha quedado rosa anaranjada mi blusa.
¡El que faltaba! David dándome una servilleta para que me seque. Y escuchad lo que
me dice.
―No  pasa  nada,  donde  las  dan  las  toman.
¿Dónde las dan las toman? ¡Lo que me faltaba!
Le arrebato la dichosa servilleta de un tirón, y no se la estampo en la cara porque soy
una persona muy civilizada ¡O eso creía yo! Porque ganas no me faltan.
Anne tan observadora, se acerca y para suavizar la situación, ya que parece que todo
el mundo ha decidido ponerme en su campo visual, dice:
―A  ver  bonita,  tú  nunca  has  oído  eso  de  «si  bebes  no  conduzcas…  ¿o  era  si  bebes  no  
se te ocurra derramar bebida en seda india?».
La gente se ríe y parece que todo vuelve a la normalidad. Bueno, todo no, porque a mí
el cabreo no me lo quita nadie.
Me giro y me encaro al gracioso de turno.
―No  te  preocupes,  voy  alegrarte  la  noche  «la  borde  se  va»,  quédate  tranquilo.
Y sin más me doy la vuelta, me acerco a Vicente y me despido. Salgo sin perder
tiempo, porque si me quedo no respondo de mis actos. Estoy segura que cierto individuo
se ha quedado rabioso perdido, ya no va poder reírse a mi costa.
Cuando tengo la llave puesta en la cerradura, Anne sale a buscarme.
―Gracias,  Abba.
Ladeo la cabeza y le sonrío, prefiero perder mi blusa, que llorar por saber que han
destrozado un diseño exclusivo.
―Pásalo  bien,  chica  salvaje.
Me lanza un beso al aire y cada una entra en un apartamento distinto.
No tengo sueño y todavía es temprano, son las doce y media de la madrugada. He visto
una película y no sé si es porque todavía estoy rabiosa o porque la calefacción está
elevada. La cuestión es que decido salir a la terraza.
Se escucha el barullo de la fiesta y sonrío. Imagino a Anne preparándose para matar.
Sé de dos mujeres que se marcharán a casa rabiosas.
Hace demasiado frío para estar aquí en pijama. Aun así me fascina ver la ciudad bajo
mis pies, con las luces encendidas. Soy incapaz de entrar sin seguir contemplando estas
vistas. Me frotó los brazos para entrar en calor y, de pronto, un escalofrío. Estoy segura
que alguien me está observando.
¡Lo sabía! Con la cantidad de gente que hay en la fiesta, justo tenía que salir él.
¡Maldita sea! ¿Por qué he tenido que bajar la mirada? No soy yo la que debe bajarla, sino
él.  Levanto  al  cabeza  con  valentía  para  enfrentarme  y  el  muy…  ha desaparecido.
David (las vecinas nuevas)
stoy agotado, me he pegado una paliza en el gimnasio. La mitad del personal está de
baja. La maldita gripe intestinal.
No aprendo, por más que digo una y otra vez que no volveré hacerlo. Debí negarme a
salir anoche de fiesta. Esto se tiene que acabar. Jesús no puede arrastrarme a todas partes.
Estoy cansado de esa obsesión suya de encontrar la mujer de su vida ¿Qué mosca le ha
picado para querer casarse? ¿Acaso no aprende de los errores de los demás?
¡Joder, las siete de la mañana! Necesito dormir como sea ¡Decidido, ni una fiesta más!
¡Por Dios, quién coño pone la música a estas horas, estoy muerto voy a matar a mi
vecino nuevo! ¡Mal empezamos!
Será mejor que vaya a darle un toque porque así no hay quien duerma. Salgo con una
mala leche en el cuerpo que ni me aguanto y veo un pantalón de pijama de Jesús, lo pillo
y me lo pongo raudo.
Aprieto el timbre con intención de fundirlo. Estas no son formas de entrar a vivir, hay
personas que no comprenden el significado…  Me  abren  la  puerta  y  sale  por  mi  boca  todo  
lo que me viene en gana.
¡Joder, me ha cerrado la puerta en las narices! Y por cierto ¡Cacho rubia impresionante!
Da igual, por muy buenorra que esté no son horas de tocar los cojones ¿Qué se habrá
creído esta pava?, por muy imponente que sea no le da derecho a cerrarme la puerta de
esas maneras. Un poco más y me deja de adorno de navidad.
Regreso a mi apartamento y parece que por lo menos tiene la gentileza de quitar la
música.
¡Será borde la rubia! Ahora va y la pone más alta, creo que voy a ir de nuevo a ponerle
las cosas bien claras.
Miro el reloj y veo que son las 11.30h de la mañana y me doy cuenta que no tengo
ningún derecho a decirle nada. Estoy tan agotado que no puedo con mi alma.
Menos mal, parece que ya no suena, es mi oportunidad para dormir.
Cuando me despierto son las 16.30h de la tarde, y lo primero que me viene a la mente
es la rubia que me cerró la puerta en las narices.
E
¡Joder! Ahora tendré que disculparme. Vaya mierda, con lo poco que me gusta a mí
hacer esas cosas. Reconozco que me he pasado un poco esta mañana, ¿qué culpa tenía
ella de que yo estuviera sin dormir? El problema es que no sé cómo hacerlo. Y para colmo
la tía está tremenda.
Necesito despejarme, sí, esa es la mejor opción. Saldré a dar una vuelta.
Voy por un vaso de agua y leo una nota que me ha dejado Jesús. Había olvidado que
esta noche damos una fiesta en casa.
Entra Jesús con una sonrisa de oreja a oreja ¡Raro, muy raro en él!
—Qué cara de felicidad traes ¿Y eso a qué se debe?
—Tío, no te lo vas a creer, me he dado de bruces en el ascensor con una tía buenorra.
La nueva vecina 8ºA. Es increíble, en un momento, me ha puesto al día de todo, de donde
vienen,  a  que  se  dedican,  los  planes  de  su  amiga  en  esta  ciudad….
No me lo puedo creer, a mí me da con la puerta en las narices y a Jesús le cuenta toda
su vida.
—¿De quién hablas?
—De las nuevas vecinas, están de vicio, cuál de la dos más guapa. ¡Joder tío, esta
noche vienen seguro!
—¿Tú crees?
—Sí, me lo ha dicho ella de su propia boca; esta noche nos pasamos por allí.
No puedo creer que sea cierto. La rubia imponente toca narices en mi casa. Qué extraño
es todo. Y que cara de felicidad tiene Jesús.
—Me alegro, aunque yo no he tenido tanta suerte como tú, si te cuento lo que me ha
pasado con la vecinita esta mañana vas a alucinar.
Le hago un breve resumen y se descojonaba de risa. Cuando es capaz de calmarse me
explica que la vecina que le ha gustado es la morena, la misma que le ha puesto al día de
todo.
Jesús insiste en que vaya a disculparme, es la mejor solución para que esta noche la
vecinita rubia no me quiera matar.
Y le hago caso. Llamo al timbre y me abre a una velocidad de vértigo, claro que, el
portazo que vuelve a darme ha sido a la velocidad del rayo.
¡Increíble! Dos veces me da en la cara. La puerta vuelve abrirse y aparece la fantasía
sexual de mi amigo. No tiene mal gusto desde luego ¡Joder con las vecinitas!
Intento disculparme, pero la rubia decide que pasa de mi cara. Y algo se me remueve
por dentro ¿Me acaba de hacer un desplante? ¡Hay que joderse!
Cuarenta minutos de conversación me da Anne, así se llama la morena. Desde luego
es una tía bien maja. Ya podía la rubia acercarse a su amiga, igual con suerte se le pegaba
algo. Y ya puestos, poder verla. Porque no ha sido capaz ni de asomarse.
Claro que, me ha jodido tanto su desplante que se me ha ocurrido llamarla «borde».
«Bien David, bien, tú haciendo amistades nuevas», me digo mientras mi vista pasa por
encima del hombro de Anne. Me ha parecido que se acercaba ¡Tus ganas!
Regreso a mi apartamento y Jesús está esperándome ¿Pero qué hace este loco? Me
agarra del brazo y me mete de un tirón.
―¿Qué  te  ha  dicho  eh,  qué  te  ha  dicho?  ―pregunta  acelerado.
¿Esto  está  ocurriendo  de  verdad?  Mi  mejor  amigo,  mi  colega  de  toda  la  vida…  ¿está  
marujeando? Ha permanecido detrás de la mirilla todo el rato.
―Jesús,  estás  muy  mal  ―digo  afirmando  las  palabras.  Lo peor de todo, es que acabo
entrando en su juego y le pongo al corriente de la conversación.
¡Esto me lo cuentan y no me lo creo! ¡Estamos cotilleando!
Me ducho y me arreglo. Mientras voy vistiéndome, una cara preciosa se apodera de
mi mente ¡La rubia! Niego con la cabeza para poder quitármela, no es bueno pensar en
una mujer en estos momentos.
El problema soy yo, últimamente me siento incapaz de concentrarme en las mujeres.
Hace dos años y medio me llevé un buen palo con una mujer y desde entonces mis
relaciones más estables duran veinticuatro horas. No me veo como Jesús, buscando una
mujer para casarme, no me imagino enamorándome. Ni puedo ni quiero hacerlo.
Estoy viviendo un cambio radical. Mi mente trabajaba a toda máquina, intentando
adaptarse a mi nueva situación. Por ello lo que menos me apetece es buscar una mujer.
Primero debo centrarme; una mujer a mi lado sin estar centrado sería un desastre
monumental. Además, si pienso en mi pasado ¿Por qué voy a querer encontrar a una
mujer? No estoy dispuesto a que me jodan la vida de nuevo.
Trabajo como preparador físico en uno de los mejores centros deportivos de España y
me gusta mi trabajo. Aunque mi padre quiere que cambie la gimnasia por el despacho.
Quiere jubilarse, y ha decidido que debo tomar los mandos de una Santa vez. El problema
es que no encuentro la motivación para hacer ese cambio. Sé que puedo asumir ese puesto,
estudié para ello. Ocurrió en mi vida que me desmotivó en todos los aspectos y ¡Cómo
no!, ese algo fue una mujer. Entre ella y mi mala relación con mi padre, digamos que no
tengo todavía la necesidad de dar el cambio.
Llaman al timbre y abro. Vicente y Ángel son los primeros en llegar. No he dado ni
dos pasos cuando suena de nuevo.
¡Joder,  joder  y  joder!  Ufff…  me  da  que  Jesús  esta  noche mata a alguien ¡Qué lujo de
mujer!
Entra sin titubear, cosa no hace su amiga la rubia. No sé si este es un buen momento
para…  No,  no  lo  es.  Parece  que  está  incómoda  con  mi  presencia.  Mejor  voy  a  darle  un  
margen de tiempo para que decida si quiere o no entrar.
Mira, por fin se decide la mujer. Entra y es presentada. Me jode estar preparando la
bebida, porque me hubiese encantado darle dos besos. Pero tampoco voy a lamerle el
culo,  porque  la  muy…  me  ha  hecho  un  buen  desplante.
Joder no para de entrar gente. Jesús y sus malditos conocidos. Para uno que invité yo,
resulta que está también enfermo.
¡Hay que joderse! La rubia me evita a posta, estoy seguro de ello. A ver, no es que esté
interesado en ella, porque no es esa la cuestión. Pero me toca la moral, que uno tiene su
orgullo masculino ¿Por qué tiene que brindarle sonrisas a los demás y a mí solo
desplantes?
Una hora ha pasado y no he comido nada en todo el día, entre que me levanté tarde y
que  la  vecina  educada  me  ha  tenido  ocupado…  Queda  un  trozo  de  tortilla ¡Por Dios que
mato a alguien como se le ocurra tocarlo!
¡Bien David, bien! Vas mejorando. Sí señor, acabo de gruñir como un fiero animal
salvaje a Abba. Estupendo, estupendo, así te perdonará mucho antes.
Me doy cabezazos mentalmente. No puedo evitar dejar  de  mirarla…  Tiene  una  sonrisa  
tan preciosa. ¡Joder! ¿Qué hago siguiéndola con la mirada a todas partes?
Las que faltaban, una amigas muy pesadas de Jesús. No las soporto, siempre tienen
que dar la nota ¡Qué agobio de chavalas!.... ¡Qué hijas de puta! Le querían joder el vestido
a Anne. Y que careto de mala hostia se gasta Abba. Normal, se ha interpuesto en la
trayectoria para que no mancharan a su amiga y se ha llevado la peor parte.
Debo hacer algo o   la   fiesta   acaba   con   pelea   de   gatas…   Ummm   visto   así, igual
quedarme quietecito. No, no, que aquí no hay barro, igual me toca limpiar sangre.
Intento buscar una frase apropiada para relajar el ambiente. No ha sonado tan gracioso
como yo esperaba, o por lo menos Abba, no lo ha entendido así. Porque se va muy
enojada.
¡Joder! Todo me sale mal con esta mujer. Llevo tanto rato deseando poder hablar con
ella… y ahora sale escopetada  pensando…  «Vete  a  saber  qué».
La fiesta desde este mismo momento ya me la trae al pairo. La pelirroja está enfadada
y se le ocurre usarme a mí para dar celos a Jesús. Dudo que mi amigo se encele, ya que
no quiere nada con ella. Y mucho menos cuando tiene al lado a una morena tan estupenda.
Creo que ha pasado hora y media desde que mi «borde» favorita se ha largado
¿Favorita? «David, céntrate que esto no es normal». Será mejor que salga a tomar el aire.
Bendita la hora que se me ha ocurrido salir a la terraza. Mírala qué bonita. Lleva un
pijama negra de raso o seda o lo que sea.
Igual debería decirle algo ahora. Estamos solos, es un buen momento para hacerlo. No
sé, me da miedo que salga corriendo. Aunque si sigue así, voy a tener que saltar la pequeña
valla que separa nuestras terrazas y abrazarla, se debe estar quedando congelada.
¡Madre mía qué ojos más bonitos tiene! ¿Y ahora por qué baja la cabeza? ¿Tanto le
incomoda mi presencia? Se acabó. No voy a chuparle el culo. Maldita la hora que fui
hasta mañana aporrear su puerta.
Por fin se van todos. Qué alivio. Necesito descansar, mañana me espera un día
asfixiante.
Una vez en la cama mi mente no para de dar vueltas, y lo peor de todo, esta vez no
ocupa mis pensamientos mi futuro profesional. Más bien «mi borde particular». No sé si
reír o llorar. Porque tiene cojones la cosa.
¿A qué santo esta mujer tiene que ocupar mi espacio mental? No lo entiendo. Igual es
porque nunca me habían dado un desplante y mi ego está resentido. Sí, debe ser eso.
El preparador físico
on las nueve de la mañana y mis ojos llevan abiertos casi una hora. Raro en mí no
haberme levantado. Pero estoy aquí tumbada con la mente como siempre
maquinando. Para asombro personal, esta vez no es el trabajo el que me tiene
pensativa. Es un hombre con muy mal gusto en pijamas.
Anoche me pareció que me miraba con ternura ¿Podría ser verdad? No, no lo creo, ya
me ha bautizado como la borde, no sé por qué me iba a mirar con simpatía.
Mi estómago reclama y decido levantarme. Al llegar a la cocina me sorprende ver a
Anne preparando el desayuno.
—Buenos días Anne —Lleva una tostada recién hecha en la mano dando saltitos
porque se está abrasando los dedos.
—Buenos días tesoro.
—¿Dónde está tú motero?
―Imagino  que  en  su  casa  ―responde  sin  la  menor  emoción.
—¿Es qué se fue con la pelirroja? ―pregunto  alarmada.  Porque  demostraría  tener  muy  
mal gusto.
―No   me   ofendas,   esa   mujer   no   tenía nada que hacer a mi lado. Aprendices de
pacotillas, eso es lo que son esas dos lagartas.
Esperad, porque algo no me cuadra. Si no se fue con la pelirroja ni la cejuda ¿Con
quién acabó la noche?
—¿Entonces qué pasó? Porque tú estabas muy interesada en pasar la noche
salvajemente.
—En el último momento decidí que no me apetecía terminar la noche así. Me excusé
que te había dado mi palabra para acompañarte y tenía que madrugar.
No entiendo nada. ¿Anne dando excusas? Ver para creer.
―Tú  contando  mentiras…  ―digo irónica.
—No he mentido, ayer te comenté que tenemos que ir de compras. Este fin de semana
está todo abierto por la campaña navideña.
—Uyy uyy… Cuenta cuenta ¿Qué ocurrió cuando me marché para que hayas dado
esa versión?
S
—Si te lo digo no me vas a creer —Lo cierto es que seguramente no lo haré, me parece
todo muy extraño.
—Aun así me gustaría escucharlo, espera que me ponga el café primero, no se me vaya
a caer de la impresión.
—Cuando te marchaste, estuvieron las dos payasas de turno dando por saco. Apenas
me   dejaban   respirar.   Me   aseguré   de   que   Jesús   solo   tuviese   ojos   para   mí   ―sonríe    
triunfadora―.   Una   vez   estuve   segura   de   que   no   había   competencia   posible,   tomé   la  
decisión de marcharme. Puedo tenerlo cuando quiera.
Algo sigue sin cuadrarme, a esta historia le falla algo. Anne es una mujer sorprendente,
igual la conoces a la perfección que no sabes por donde le da el aire.
Suena el teléfono y mi amiga se aleja, me acerca el inalámbrico y escucho la voz de
mi madre. Mientras mantengo una conversación veo en el rostro de Anne algo que no
había visto nunca y entonces todo empieza a tomar sentido.
Tengo prisa por averiguarlo, es necesario que Anne sea franca conmigo. Me despido
con rapidez y en cuanto le doy al botón de colgar llamada exploto.
—Te mola Jesús, es eso ¿Estás coladísima?
Anne se pone tensa y mueve los hombros confirmándolo.
—Abba no me había pasado esto nunca, apenas conozco a Jesús. No sé qué ha pasado,
ocurrió  algo  en  el  ascensor  cuando  nuestras  miradas  se  encontraron…  ¡Maldita  sea,  me  
palpita el corazón! Anoche aunque la pelirroja no era gran competencia, te juro que la
hubiese estrangulado. ¿Te puedes creer que la muy petarda se atrevió abrazarlo delante
de mí?
Me pinchan y no me sale sangre. ¿Anne está celosa? Esto sí que no lo esperaba.
Aunque si soy sincera, estoy encantada de escucharla. Por fin ha llegado su hora. Siempre
he deseado que alguien se cruzase en su camino. Que un hombre consiga apartar de su
mente ese pequeño trauma que la persigue desde que sus padres la dejaron en el internado,
sintiéndose abandonada.
Me alegra verla así. Va siendo hora que acepte la realidad de la vida, que encontrar el
amor es mágico y, que hay que luchar por ese sentimiento. Quién sabe, igual Jesús es su
hombre perfecto.
—No te acostaste con él, porque si lo hacías hoy no querrías volver a verlo, ¿es eso?
―Sí  ―contesta  con  derrota.  
Dejo mi taza de café y me acerco abrazarla. Sé que para ella no es fácil. En su interior
hay una gran pelea, corazón contra razón. Su corazón quiere salir, está cansado de sentirse
excluido, su razón lleva tantos años sintiéndose vencedora que no quiere perder el
liderazgo.
Ahora debo actuar con cautela, conociendo a Anne es mejor darle su tiempo y su
espacio. Presionarla para que acepte la realidad es fastidiarla. Tiene que ser ella la que se
dé cuenta poco a poco que tiene que superar su trauma. Y algo me dice que Jesús está
más que dispuesto a ayudarla en esta encrucijada.
―Bien,   nos   arreglamos   y   vamos   de   compras.   Y   espero   que   te   hayas   traído   ropa  
deportiva, esta tarde vamos al gimnasio.
―¡No!   Por   favor   Abba,   ¿es   que   tenemos   que   conocer   todos   los   malditos   centros  
deportivos del mundo?
Es cierto, cada vez que me traslado lo primero que hago es apuntarme al gimnasio. Y
sabiendo que mi buena amiga siempre viene hacerme compañía en esos traslados le hago
socia a ella también.
―No  te  quejes,  además  para  tu  información  me  han  dicho  que  hay  unos  preparadores  
físicos impresionantes.
Anne tuerce el labio a la derecha, sonríe con picardía y suspira pensativa.
―Aisss…  todo  sea  por  esos  preparadores  físicos.
Me río porque no tiene apaño. Aunque os juro que esta vez no ha sido como en otras
ocasiones, no, no, me da la impresión que el motero ha llamado a su corazón con fuerza.
No sé qué le ha dado a Anne, ya sé que normalmente compramos sin control, pero lo
de hoy es algo exagerado.
Llevamos tres horas en el centro de la ciudad, más exactamente en la calle Colón. De
tienda en tienda, ni qué decir tiene que si van a comisión alguna de las dependientas este
mes tendrá un sobresueldo muy elevado.
―Anne,  no  nos  quedan  más  manos,  ni  siquiera  estoy  segura  que  nos  dejen  subir  a  un  
taxi  con  todo  esto  ―digo  levantando  las  manos  y  subiendo  las  bolsas.
―Tienes  razón.  Vamos  a  casa  a  dejarlo  todo  y  comemos  en  el  centro  comercial  El  
Saler. Lo he visto esta mañana, está justo enfrente de casa.
Cierto, con bajar, cruzar el río Turia, y ya estamos en él. Y así lo hacemos. El taxista
nos miró sorprendido, supongo que no estará acostumbrado a llevar dos compradoras
convulsivas.
Bajamos una pequeña colina que te lleva justo a la Ciudad de Las Artes y las Ciencias,
paseamos aprovechando el buen día que hace, para ser diciembre el sol sigue
regalándonos buenos rayos, volvemos a subir una pequeña rampa y ya estamos en el
centro comercial.
La comida fantástica, un punto más a favor de esta ciudad. En Londres la mayoría de
las veces me alimentaba en puestos callejeros. Es otro ritmo. Claro que, cuando me ponga
a trabajar mañana veremos. Ya os he comentado que mi plena dedicación tiene sus
grandes sacrificios. Las comidas suelo saltármelas muchas veces, no por no tener hambre,
sino por no poder parar ni para respirar. Un gran error lo sé, pues por la noche devoro
todo lo que sale a mi paso. He ahí que tenga que apuntarme a los gimnasios para
compensar mis malas costumbres.
―Anne, por lo que más quieras no pidas más.
―Deja  de  protestar  y  come,  que  estás  últimamente  muy  delgada.
Increible tener que escuchar esto. Pero sí, desde hace meses no tengo ganas de nada.
Lo de Dyron me dejó muy tocada. Apenas comí ni dormí durante dos meses.
Hoy he compensado muchos días, hemos comido de todo, incluso el postre de crepes
de chocolate. Buena idea esta tarde ir al gimnasio.
―Antes  de  marcharnos  tenemos  que  mirar  unas  cuantas  tiendas  más.
―Anne,  no  van  a  cerrarlas,  tendrás  muchos  días  para  venir a comprar lo que quieras.
―Ni  hablar,  ya  estamos  aquí.
No pienso discutir, es tontería, al fin y al cabo sé que está más nerviosa de lo normal.
Ir de compras es su forma de evadirse de ese pensamiento que tiene ahora en la cabeza.
¡Madre mía! Otra vez nos toca buscar un taxi. Con lo cargadas que vamos es imposible
cruzar el río. Y ojo, parece ser que mientras yo pensaba que las compras ayudarían a Anne
de olvidarse de Jesús, debí estar equivocada, porque me temo que llevamos prácticamente
toda la tienda de Intimísimi en las manos.
Estamos cerca de la puerta de salida cuando una voz conocida nos detiene.
―¿Dónde  van  las  dos  chicas  más  guapas  del  edificio?  ―pregunta  Vicente  con  una  
gran sonrisa.
―A  casa,  si  es  que  encontramos  un  taxi.
―Pensaba  que  las  rebajas  eran  en  enero  ―dice  muerto  de  risa―.  Os  acerco,  tengo  el  
coche en el parking.
Muy galante nos ayuda a portar tantas bolsas, os he dicho que es exagerada la cantidad
de bolsas que llevamos.
Al llegar a nuestro edificio, Vicente estaciona su Mercedes todo terreno junto a mi
BMW, me gusta saber que es mi compañero de aparcamiento. Es que nunca sabes si te
va tocar uno que aparca sin miramiento o no.
Dejamos las bolsas y Anne va directa al contestador, no hay mensajes. No digo nada
disimulo. Aprieta los labios y se dirige a su dormitorio. Suspiro y rezo para que Jesús no
sea de los que te hacen sufrir unos cuantos días esperando una llamada. Y mucho menos
teniendo en cuenta que mi buena amiga es la primera vez que espera una.
Preparadas para dirigirnos al gimnasio, montamos en el ascensor. Al igual que un deja
vu, alguien grita que esperemos y se cuela en el último segundo dándose de bruces con
Anne.
Sonrío porque ya van dos veces, claro que, mi sonrisa se evapora cuando David
sonriente saluda. Cuando me mira, bajo la vista al suelo. Mis zapatillas deportivas puma
se convierten al momento en lo más interesante del planeta.
―Hola,  ¿Qué  tal  lo  pasaste  en  la  fiesta?  ―pregunta  a  Anne,  acaba  de  ignorarme.  Muy  
bien, mejor, no tenía intención de decirle nada ¡Qué se ha pensado!
Anne sin embargo contesta en plural.
―Sí,  lo  pasamos  muy  bien…  dentro  de  poco  nosotras  también haremos una fiesta,
para celebrar la bienvenida a esta ciudad.
¿Qué ha dicho? Debe haberle afectado mucho lo de conocer a un hombre, la ha
trastornado mentalmente. Ni loca, vamos.
Levanto la cabeza de golpe, es que estoy perpleja, de verdad que no entiendo como se
le ocurre a esta mujer decir semejante patraña. No debí mirar, porque los ojos color
grisáceos me atraviesan el alma.
―Eso  está  bien,  aunque  dudo  que  yo  sea  bien  recibido  ―hace  una  mueca  dramática―.  
No sé si me dejarán pasar, es posible que reciba un portazo.
Toma indirecta que me ha echado. Además de tener mal gusto para los pijamas, es un
hombre rencoroso. Algo que debe importarme bien poco, no tengo intención de conocer
mucho más de él.
Por fin las puertas se abren y me quedo con la palabra en la boca, tenía intención de
responder. Sale corriendo y casi en la puerta antes de cerrarse dice.
―Nos  vemos  Anne,  me  voy  corriendo que llego tarde.
Hea, que corra, está claro que ni adiós me ha dicho.
Llegamos al gimnasio y no mentían cuando me lo recomendaron es de lo mejorcito
que he visto. La clase de pilates ha sido perfecta y, ya no hablemos del preparador, porque
Anne ha sonreído de oreja a oreja. Mejor, así sé que no seguirá protestando por llevarla
hacer ejercicio.
Nos toca media horita de máquinas y así daremos por finalizada la tarde. Me preparo
y empiezo a estirar los brazos. Anne ha decidido montarse en una bici estática. Desde su
posición estamos encaradas y le guiño un ojo, porque ha pasado un hombre que está
tremendo.
Algo debo estar haciendo mal, porque mi esfuerzo es brutal y me duele incluso la
espalda.
Alguien se toma asiento justo a mi espalda, sus piernas aprietan las mías. No le veo la
cabeza, pero noto que su barbilla reposa en mi hombro, uno de sus brazos me rodean y
deja reposar su mano en mi vientre, la otra en mi espalda.
―No  dobles  la  espalda,  es  primordial  mantener  la  postura  adecuada,  si  no  acabarás  
lesionándote.
Me susurra una voz sensual. Me quedo paralizada, ha sido poner su mano en mi vientre
y notar una corriente eléctrica por todo mi organismo. Su voz ha conseguido que me
estremezca ¿Qué me está pasando? Por un momento me quedo en blanco, no sé que estoy
haciendo aquí.
―Empecemos   por  la  respiración   ―vuelve  hablar  la  voz  que  me  ha  calentado  por  
dentro―.  Yo  marcaré  el  ritmo  y  tú  continuas.
Sí, sí, pero para ello tendré que soltar el aire que tengo retenido en los pulmones desde
que sentí su tacto.
Intento seguir el ritmo que me marca, su respiración me está matando, siento una
extraña necesidad de girarme y ver de quién se trata. No imagináis lo que me hace sentir
cada vez que toma aire, su pecho se hincha y se pega a mi cuerpo.
―Muy  bien,  ahora  que  ya tienes el ritmo de la respiración vamos a sujetar la vara
metálica  con  fuerza  ―¡Ay  Dios!  Me  sostiene  las manos y siento que, un nuevo chispazo
me atraviesa desde la punta de la cabeza hasta el dedo meñique del pie.
No sé si me apetece terminar esta sesión de musculación, nunca había encontrado tanto
placer realizando ejercicios.
―Prepárate,  vamos  a  tirar  con  fuerza  ―dice  a  la  vez  que  pega  su  mejilla  a  la  mía―.  
A la de tres.
No sé cómo lo hago, pero lo consigo, durante diez repeticiones él me ayuda a tirar, a
la onceaba, sus manos se deslizan con suavidad por mis brazos. Me siento acariciada, sé
que es imposible en un lugar público, mucho menos haciendo ejercicios de musculación,
pero os juro que sus dedos recorren mis brazos al completo, continúan hasta mis hombros,
ahí los deja por unos segundos apoyados, sin hacer ningún tipo de presión. Y ¡Por todos
los Santos! De nuevo sus manos se ponen en movimiento. Con una delicadeza
extraordinaria se deslizan por todo mi contorno hasta llegar a mi cintura. Ahí las deja de
nuevo y consigue que una parte de mí vibre. Una parte que no debería hacerlo y mucho
menos en un lugar público.
¿Qué me está pasando? Nunca he sido una mujer orgásmica, ni siquiera soy de las que
fantasean normalmente. Y ahora aquí, en medio de una sala llena de gente, mis hormonas
se han disparado y me siento morir de calor. Solo hay una respuesta a mi pregunta ¡Estoy
cachonda!
No paro de hacer el ejercicio, y aunque deseo que se levante porque siento que este
hombre debe estar oliendo mi testosterona, no puedo evitar desear que se quede
eternamente así. Ni siquiera necesito ver su cara. Sus manos ya se han quedado grabadas
en mi piel. No sé ni cuántas repeticiones llevo.
―Vale,  ahora  deja  los  brazos  arriba  y  respira  como  te  he  enseñado.  Has  hecho una
tanda de cincuenta.
Y eso hago, dejo los brazos alzados sujetando la vara metálica, y este hombre no se
separa. ¡Madre mía, me va dar algo! ¿Cómo se le ocurre acariciarme las piernas, estando
en esta posición. Se me acaba de erizar el vello y si eso no fuera suficiente, siento que
mis pezones se han puesto muy duros.
¡Qué vergüenza! Deben estar marcándose, dudo mucho que la gente en un gimnasio
se excite sexualmente, se supone que vienes a quemar grasas y sufrir con el esfuerzo
físico.
¿Pero qué hace este hombre? ¿Acaba de olerme? Os juro que lo ha hecho. ¿Justo ahora
que estoy empapada de sudor? Qué vergüenza, me gustaría decirle que normalmente suelo
oler muy bien, utilizo perfumes fantásticos.
¡¿Me ha besado?! Debo estar volviéndome loca, no puede ser que me haya besado en
la sien. Es producto de mi imaginación. Sí, estoy segura de ello.
Siento un vacío de golpe, acaba de incorporarse de un salto ¿Qué ha pasado para que
reacciones así?
Por fin voy a verle, se sitúa justo delante y mi vista recorre todo su cuerpo. Una piernas
musculadas  perfectas,  una  cintura  mmmm….  Un bulto marcado en su entrepierna, un
torso que se marca la dureza de unas buenas abdominales y unos hombros anchos fuertes
y…  ¡Y  es  David!
Me falta el aire, me siento engañada y avergonzada a partes iguales. Me considero
estúpida por no saber qué decir y me siento violenta porque mis pezones continúan duros
como piedras.
Para colmo no deja de mirarme fijamente a los ojos, me da miedo incluso pestañear,
su mirada es adictiva.
―Una   alumna   ejemplar, haz otra tanda de cincuenta y recuerda en no curvar la
espalda.
―S…  Sí,  lo  haré  ―digo  tartamudeando―.  Gra…  gracias.
―Es  mi  trabajo,  no  tienes  porqué  darlas.
Y desaparece como alma que lleva el diablo. Mi mirada no se separa de él y en cuanto
desaparece de mi campo visual, suelto la vara y me dirijo hasta Anne. La agarro del brazo
y la bajo de la bici de un tirón, arrastrándola a toda velocidad hasta los vestuarios.
No deja de reírse y prefiero no entrar en su juego. Sólo quiero salir de aquí lo antes
posible.
―Para  ser  un  vecino  que  te  cae  mal,  te  has  puesto  muy  nerviosa.
Lo sabía, se ha percatado de todo, estoy segura que no se ha perdido ni un detalle. Y
claro, mis malditos pechos siguen confirmando que me he puesto cachonda por culpa de
un hombre que tiene un pijama hortera.
―No  digas  tonterías  ¡Vámonos!
Estoy replanteándome cambiar de gimnasio. Sí, es una buena decisión, así no tendré
que  toparme  nuevamente  con…  con…  ¡Con  el  hortera!
―Acabo  de  darme  cuenta  que  es  mejor  buscar  otro  centro  deportivo,  este  nos  pilla
muy lejos de casa.
Anne suelta una carcajada. Aguanto estoica parada en el semáforo, no creo que sea
capaz de tardar mucho en dar una réplica a mi comentario.
―Es   un   buen   gimnasio,   los   que   te   lo   recomendaron   no   mintieron.   Además   sus  
preparadores físicos son inmejorables.
―¿Desde  cuándo  te  has  hecho  una  experta?
―Querida  Abba,  iremos  al  gim  te  guste  o  no  ―dice  con  tono  malicioso―.  Te  dije  que  
el vecinito tenía  un  cuerpo  perfecto…
―Tampoco  es  para  tanto  ―respondo  irritada.  Está  claro  que  lo  tiene,  al  igual que su
mala educación.
―Para  no  ser  para  tanto,  bien  que  te  has  emocionado…
―¡Cállate!
El resto del trayecto tengo que aguantar una y otra vez su versión de la historia. Por lo
visto mi amiga lo ha debido divisar desde cincuenta ángulos distintos, porque son los
mismos que llevo soportando cuando entramos en casa.
Cinco minutos allí y escucho a Anne gritar como una posesa. Salgo corriendo
sobresaltada y me la encuentro dando saltos de un lado a otro.
―¡Sí,  sí,  Síííí!
―¿Qué  ocurre?
Me agarra de la mano y me acerca al contestador, le da a repetir mensaje y escuchamos
la voz de Jesús.
Hola Anne, espero que lo pasaras bien ayer. Me dijiste que tendrías el
día muy ocupado, pero si tienes algo de tiempo esta tarde o noche, llámame
―se  escucha  una  risa  nerviosa―.  O mejor aún, llama a mi puerta.
Me abraza con fuerza y noto que tiembla. No esperaba una reacción así por su parte,
desde luego el vecino no ha llamado a la puerta de Anne, directamente arrollado todo su
interior.
―¿Qué  hago?  No  sé  si  puedo  con  esto…  ―dice todavía abrazada a mí.
―Me  parece  que  solo  tienes  dos  opciones.
Se separa para mirarme y le sonrío.
―Llamarle  o  mejor  aún,  llamar  a  su  puerta.
Se lleva las manos a la cabeza y empieza a dar vueltas por toda la estancia. Sé que lo
intenta asimilar. Os he dicho que lo suyo viene de mucho tiempo. Confiar en un hombre
es algo que no estaba en su mente ni en sueños.
―No  sé,  Abba,  no  sé  si  esto  es  buena  idea.
Se aleja y la intercepto a mitad camino, no estoy dispuesta a que renuncie al amor por
miedo a un abandono que es muy posible que jamás ocurra.
―Escúchame,  tú  siempre  dices  «vivir  hoy  porque  no  creo  que  llegue  a  mañana».  Ese  
es  tu  lema  de  vida  ―digo  totalmente  seria―.  Pues  hoy  es  tu  momento,  vas  a  ir  a  casa  de  
Jesús, vas a llamar a su puerta y vas a vivir el presente. Puede que salga bien, puede que
salga mal. Pero no vas a dejar de vivir este momento, porque es tuyo. Mereces ser
recompensada por tantos años de nostalgia. Tus padres te fallaron sí, y gracias a ellos me
tienes como hermana.
Anne sonríe con timidez, sigue muy nerviosa.
―Anne,  lo  que  estás  sintiendo  en  este  momento  es  mágico.  No  todo  el  mundo  tiene  la  
suerte de sentir en su interior la llamada del amor ¿Sabes cuánta gente mataría por estar
en tu situación?
―Me  da  pánico,  me  tiembla  todo.
―Lo   sé,   te   entiendo   ―me   río   para   quitar   importancia―.   Mírame,   yo   dándote  
consejos, que soy la menos indicada.
Consigo que mi amiga sonría y se relaje.
―Hazte   un   favor,   sal   ahí   fuera,   llama   a   esa   puerta,   déjate   llevar   y   si   mañana   no  
despiertas, habrás vivido tu momento.
Me abraza y me da un beso con fuerza. Sale corriendo hacia su dormitorio, en menos
de diez minutos aparece con una sonrisa en los labios. Ataviada con un pantalón vaquero
negro, una camiseta negra con un murciélago rojo y una chupa de cuero negro, como
complemento lleva un cinturón de hebilla ancha, que pone Harley.
―¿Qué  te  parece?  
―Estás  perfecta  para  salir  con  un  motero.
Las dos reímos y se dirige a la puerta antes de cerrar me mira y suspira
―Deséame  suerte,  voy  a  lanzarme  al  vacío.
Y cierra la puerta con una mirada llena de alegría. Estoy segura que jamás olvidaré ese
brillo de su mirada. Por fin doy gracias de tener una mente tan especial.
Me quedo tumbada en el sofá, noto un escalofrío al recordar las manos del preparador
físico en mi piel. Cierro  los  ojos  y…
Me despierto sobresaltada, miro el reloj, son las cuatro de la madrugada. Me levanto
del sofá y pongo el despertador a las seis y media. Entro a las ocho a trabajar, mañana es
mi primer día como directora del departamento creativo. Que bien suena. Lo he logrado,
sí, he llegado a la cima de mi carrera profesional.
Suena una canción del Alejandro Fernández en la radio, bajo el volumen para que no
despierte a Anne. Me doy una ducha rápida, así me despejaré.
A las siete estoy con un café recién hecho, está ardiendo, así que lo dejo enfriar y salgo
a la terraza a contemplar la ciudad.
Escucho un ruido y veo a David intentando no perder el equilibrio. Parece que se ha
tropezado.
Nos miramos y me siento de nuevo incómoda. Deseo fervientemente dejar de sentirme
estúpida delante de él. Claro que él tampoco dice nada. Lo que significa que sigue siendo
un rencoroso con gusto hortera en pijamas.
Decido meterme de nuevo, faltaría que encima tenga que escuchar alguna estupidez
por su parte.
«Recuerda que te apoda la borde».
Elijo un traje chaqueta de Chanel, color blanco pálido. Mis zapatos Jimmy Choo a
juego con el bolso y preparada para matar.
Me encuentro a Jesús saliendo del dormitorio de Anne. Cierra con sumo cuidado la
puerta y al verme sonríe complacido.
―Buenos  días  ―digo  susurrante  para  no  molestar  a  la  bella  durmiente.
―Y  tan  buenos  ―responde  con  una  sonrisa  de  oreja  a  oreja  y  me  guiña  un  ojo.
―¿Quieres   desayunar?   ―Soy   una   persona   educada   y   me   gusta   atender   a   mis  
invitados, aunque estos sean los ligues de Anne.
―No,  gracias,  me  vio  volando  porque  llego  tarde.
Y sale escopetado sin mirar atrás. Estoy tentada en llamar a la puerta de Anne, me
obligo a no hacerlo porque yo también llegaría tarde.
Mientras espero el ascensor, me viene a la mente la mirada de David, suspiró con
frustración. Esta mañana había sido el momento perfecto para limar asperezas. Está claro
que  este  hombre  consigue  nublarme  la  razón.  Debe  pensar  que  soy…  uff…  da  igual  lo  
que piense, está claro que me considera una persona borde.
La tregua
entada en mi nuevo despacho sonrío como una tonta. Un ventanal enorme por
donde entra la luz del sol. Observo con atención y mi sonrisa no desaparece, ante
mí está el Paseo Alameda, el río Turia y el Palau de la música ¿No es increíble?
Respiro fuerte y me siento plena.
Tomo asiento y recibo un ramo de flores precioso, el mismo que mi nueva secretaria
se apresura a colocar.
Llaman a la puerta y el Presidente de la empresa en persona viene a darme la
bienvenida.
―Buenos  días,  Abba  ―dice  mientras extiende su mano.
―Buenos  días,  señor  Perpiñá  ―respondo  y  estrecho  con  gusto.
―Creo  que  ha  llegado  el  momento  de  hacer  las  presentaciones.  Sus  compañeros  están  
expectantes reunidos en la sala de conferencias.
Asiento con la cabeza y salgo junto al señor Perpiñá. Recorremos un largo pasillo,
pasando por delante de varios despachos. Hay unas cuantas secretarias observándonos, se
están haciendo muchas preguntas. Sé que conocen mi trabajo y mi reputación, lo que no
tienen claro es ¿Por qué alguien con mi nivel ha elegido una empresa con poco nombre?
En una feria de París, conocí al señor Perpiñá. Su humanidad me fascinó. Estamos
hablando de publicidad, es un mundo lleno de depredadores. Se manejan cantidades de
dinero indecentes. Y eso siempre trae problemas.
Durante los dos días de feria, la compañía de Perpiñá fue grata. Hablamos largo y
tendido de muchas cosas. Fue franco conmigo, no podía ofrecerme el salario que estaba
percibiendo en mi antigua empresa. Su compañía no tenía el prestigio ni el
reconocimiento que otros podrían ofrecerme. Sin embargo supe que no me importaba,
que la transparencia y la sinceridad de sus palabras me auguraban un futuro próspero.
En mi trabajo soy muy concienzuda, recta y muy seria. El dinero a veces no es tan
gratificante y, por suerte he ganado en cinco años mucho más de lo que me puedo gastar.
Después de exponer ante mí todo lo que podía ofrecerme, acepté el puesto de directora
del departamento de creación. Y ahora mi misión es levantar esta empresa y situarla entre
las más grandes.
S
Al llegar veinticinco personas estaban esperándonos. El señor Perpiñá me presento
uno a uno. Eran dos socios y mi equipo. Por supuesto ya están nombres memorizados,
una ventaja, así no pierdo el tiempo intentando recordar quienes son o que puesto tienen.
―Gracias  por  la  acogida  ―digo  desde  un  atril―.  Supongo  que  ya  estaréis  al  corriente  
de todos mis logros. Quiero ante todo que trabajemos en un ambiente relajado. Sé que
nuestra profesión es estresante y de dedicación plena. Por ello el equipo debe estar unido.
Cualquier  problema,  por  mínimo  que  parezca,  siempre  ¡Siempre!  ―recalco  la  palabra―,  
estaré a vuestra disposición para atendeos.
El señor Perpiñá asiente con la cabeza para darme ánimos. No es fácil entrar en un
lugar y mucho menos que las personas que están sentadas frente a ti, sean los que van a
trabajar contigo codo a codo. Sabiendo que entras como jefa y puede que algunos de ellos
llevasen tiempo intentando conseguir mi puesto.
―Tenemos   una   carrera   a   contrarreloj,   estamos   en   diciembre   y las campañas de
primavera no se nos pueden escapar. Sé que parece difícil, pero aseguro que no imposible.
Ahí noté las miradas nerviosas de mi equipo. No dudo que su trabajo haya sido
magnifico, pero si queremos estar entre los grandes no podemos con formarnos con eso.
Claro que hasta este momento sus clientes habían sido a nivel nacional. Ahora estoy aquí
y vamos a jugar en otra liga superior. Y como no soy de las que se duermen en los laureles,
vengo con los deberes hechos.
―Julián  y  Carlos  ―se  asombran  de  que  recuerde  sus    nombres―,  sois  los  especialistas  
en  anuncios  deportivos,  ¿me  equivoco?  ―los  dos  niegan  con  la  cabeza―.  Dentro  de  una  
hora por favor pasad por mi despacho. Tengo preparadas dos carpetas para vosotros. Nike
y Puma quieren lanzar en abril su nueva campaña, debemos estar al corriente de los
productos nuevos.
Sé que esto les pilla desprevenidos a todos. Ya lo he dicho, no soy la mejor en lo mío
por estar en babia. Aquí hay que trabajar duro, conocer a tus adversarios, anticiparte al
enemigo y mostrar tus cartas, y si no las tienes echarte un farol para conseguirlo.
―María   y   Benjamín,   lamento   comunicaros   que   dentro   de   hora   y   media   estaréis  
envueltos  en  la  mayor  de  las  vorágines  ―se  miran  extrañados―.  Hoy  mismo  empezamos  
a trabajar para la campaña de Pepsi-cola. He trabajado con ellos con anterioridad y a pesar
de ser muy estrictos en sus fechas de entrega, es cierto que siempre tienen buena
disposición para atender nuevas campañas.
Noto el desasosiego que tienen todos, lo comprendo, porque estamos hablando de
clientes y campañas a nivel mundial.
―De   verdad,   podemos   conseguirlo.   Quiero   que   penséis   en   una   cosa   ―Todos   me  
miran  expectantes―.  Hasta  hoy  habéis  trabajado  bien,  de  no  haberlo  hecho  esta  empresa  
habría quebrado. Puede que trabajar para ciertas marcas asusten, pero recordad que son
igual que vuestros antiguos clientes, la única diferencia es que son internacionales.
Espero haber dado en la clave, porque si entra el pánico esto será un desastre. No hay
porqué temer nada, cada cliente es distinto y no importa que sus campañas vayan a ser a
un nivel u otro, la cuestión es que tendremos que dar lo mejor de nosotros.
Son las ocho de la tarde y doy por finalizada la jornada, ha sido bastante satisfactoria.
Por el momento la campaña de Pepsi-Cola creo que llegará a buen puerto. Las demás
estamos encarrilando el camino.
Llego a casa y veo a Anne en su despacho. Sí, es lo bueno de comprar dos
apartamentos, los puedes organizar a tu antojo. Y en este habitáculo mi buena amiga tiene
un montón de bocetos esparcidos por todas partes.
―Abba,  no  te  lo  vas  a  creer,  desde  que  me  he  levantado  no  he  parado  de  trabajar.  
Estoy tan inspirada que se me han pasado las horas en un suspiro. Hace un rato me di
cuenta que no había comido, así que una manzana y un poco de queso ¿Qué te parece?
―me  dice  acelerada  y  levantando  uno  de  sus  nuevos  diseños.
―Fantástico.
No miento, lo es, y ahora que lo pienso yo tampoco he comido. Un sándwich de la
máquina y cuatro cafés han sido mi único alimento.
―Sí,  yo  también  lo  creo.  Voy a dejarlo por hoy, te estaba esperando.
―¿A  mí?
―Sí,  cámbiate  rápida  que  tenemos  que  ir  al  gimnasio.
¡Ay Dios! No quiero ir al maldito gimnasio. Eso significa poder encontrarme con mi
vecino nuevo.
―Hoy  no  voy,  estoy  muy  cansada  y  además  se  ha  hecho  tarde.
―No  vengas  con  excusas,  elegiste  ese  centro  porque  abren  incluso  en  domingos,  y  su  
horario es de siete de la mañana a once de la noche. Así que arréglate que nos vamos.
―A  ti  no  te  gusta  el  deporte  ―digo  con  la  intención  de  que  se  percate  que  puede  
escaquearse.
―Pues  hoy  me  apetece.
―Podemos  ir  mañana…
―Abba,  Abba,  Abba,  que nos conocemos. No quieres ir por no encontrarte con David.
―Eso  no  es  cierto.
―Claro  que  sí.
―Y  te  repito  que  no.
―Estupendo,  cámbiate  ―sentencia  con  voz  de  mando.
Y deja zanjado el tema. Se levanta y se dirige a su dormitorio para coger la bolsa de
deporte.
Prefiero no seguir discutiendo, porque la hacerlo le estaría dando la razón y la verdad
no me apetece lo más mínimo.
Llegamos y cuando entramos en nuestra clase de pilates respiro tranquila. No nos
hemos cruzado con David. Y ahora al escuchar la voz del monitor ya sé por qué no lo
hemos hecho, porque hoy se encarga él.
Quiero morirme, que vergüenza, Anne me mira y sé de sobra que tengo las mejillas
encendidas. Ha sido verlo con su equipo de trabajo y entrarme de nuevo los calores
sofocantes. No es bueno hacer esfuerzos físicos con estos calentones internos.
Nuestras miradas se cruzan y me siento pequeña e insignificante. Para colmo durante
toda lo hora no deja de mirarme ¿Acaso lo hace adrede para martirizarme? Estoy segura
que esa es su intención. Maldito sea.
Suerte que acaba la clase, porque por primera vez en mi vida no había hecho las cosas
tan mal. No he dado pie con bola y llevo años practicando pilates, por su culpa parecía
que fuese una principiante.
Nos dirigimos a la sala de musculación, nuestra media horita habitual. David esta vez
tiene la gentileza de no acercarse, la verdad lo agradezco. Eso sí, a Anne si se le acerca,
de hecho pasan la media hora hablando. Ella en la bici estática y él frente a ella.
Después de ducharnos, vamos directa a mi vehículo. De camino a casa me narra su
gran noche tórrida con pelos y señales. Me río porque ahora ya sé el motivo por el que
Jesús llegaba tarde. Lo raro es que haya tenido fuerzas para levantarse.
Mi buena amiga es una bendita. Le encanta la cocina, yo sinceramente soy un total
desastre. Nunca cocino, puedo ser la mejor en todo excepto en los fogones. No tengo la
paciencia necesaria para hacer un buen guiso.
Llama Jesús a las diez y media y la pareja decide marcharse.
Me quedo sola y termino de cenar, porque al no haber comido nada ahora mi estómago
reclama sin cesar.
Una vez saciada, decido salir a la terraza, necesito despejar mi mente. Para variar
saturada de eslóganes y campañas publicitarias.
Una vez satisfecha de nuevo, por ver la ciudad a mis pies, escucho una voz.
―Parece  que  este  se  ha  convertido  en  nuestro  punto  de  encuentro  ―dice  con  un  tono  
de voz cordial.
Ladeo medio cuerpo y David está apoyado en el umbral de la puerta de su terraza.
―Eso   parece   ―respondo   sonriente.   Dando   gracias   por   no   quedarme   callada   ni  
sentirme una estúpida.
Da un par de pasos para estar a mi altura y yo me acerco a la valla que separa nuestras
terrazas.
―Quería…  ―nos  reímos,  porque  los  dos  hemos  dicho lo mismo.
―Tú  primero  ―dice  con  una  grata  sonrisa.
―Quería   disculparme   por   haberte   cerrado   la   puerta   de   ese   modo   ―digo   algo  
avergonzada. Porque ya sé que la primera vez lo merecía, pero la segunda estuvo fuera
de lugar.
―No  tienes  porqué.  En  todo  caso  soy yo el que te debe una disculpa por mi grosero
comportamiento. No había dormido y estaba agotado. Los nervios y el cansancio me
jugaron una mala pasada.
Se nota sinceridad en sus palabras, así que asiento y le hago un gesto de que está
olvidado.
―¿Tregua?  ―pregunta  a  la  vez  que  me  tiende  la  mano.  Y  ya  sabéis  lo  que  se  dice  «si  
no puedes con el enemigo, alíate con él».
―Tregua  ―respondo  y  estrecho  su  mano.  Algo  que  no  he  debido  hacer,  porque  de  
nuevo siento que todos los poros de mi piel se estremecen y mi cuerpo de forma
involuntaria tiembla.
―Me  parece  que  deberías  entrar  en  casa,  estás  temblando  de  frío.
―Sí,  la  verdad  es  que  sí.
―Entonces  buenas  noches  Abba,  recuerda  que  hemos  pactado  una  tregua,  lo  digo  
porque no quiero correr el riesgo de quedarme en un futuro como aldaba en tu puerta.
Nos reímos y me suelta la mano. Por una aparte lo agradezco, por otra me invade un
sentimiento de nostalgia, es como si mi cuerpo quisiera sentir de nuevo su tacto.
Voy directa a mi dormitorio, me lanzo en la cama y me siento flotar. Sonrío como una
tonta y entonces doy un brinco.
«¿Qué estás haciendo? Pareces una adolescente», me digo interiormente. Esto no
puede seguir así. Reconozco que es un hombre de infarto, pero está muy lejos de la
perfección que estoy buscando.
Alargo la mano y cojo el móvil. Llamo a mi buen amigo Troy.
Una hora y media ha pasado cuando cuelgo la llamada, totalmente satisfecha. El bueno
de Troy viene a visitarnos en unos días. Y algo me dice que cuando conozca a Vicente se
alargará su estancia.
Mi amigo es un escritor famoso. De hecho el año pasado adaptó una de sus novelas
para una película y estuvo nominado al Oscar. Otro que al igual que Anne, quieren pasar
desapercibidos. Es un hombre enamoradizo, algo que siempre tiene consecuencias. Sus
tres últimas relaciones han sido tan catastróficas que ha decidido renunciar al amor por
una larga temporada. No tengo muy claro que él sea capaz de hacer tal cosa, porque lleva
en los genes el dejarse querer.
Es cierto que después de ver cómo han utilizado a mi amigo a su antojo, por
conveniencia, se despertó en mí un radar. Cada vez que conozco a alguien que no está
económicamente estable, mi radar se dispara y me grita que me aleje cuanto antes.
Suena mal y lo entiendo. Pero si vieseis la cantidad de hombres que han intentado
utilizarme tanto monetaria como por obtener influencias no pensaríais lo mismo. He
contado que solo he creído encontrar al hombre de mis sueños dos veces, no que no haya
estado conociendo o interesada en otros. Sexualmente sí reconozco que solo he estado
con dos.
Mi amigo Troy no se ha quedado atrás, a diferencia mía, yo pude alejarme a tiempo,
Troy en cambio no tuvo esa suerte. Su último compañero, le sustrajo la friolera de cien
mil dólares, además de conseguir un papel en una serie de televisión gracias a que Troy
trabajaba de guionista.
Suspiro con fuerza y me niego a seguir pensando estas cosas. Cierro los ojos y espero
que Morfeo venga en mi busca.
Una canción que me encanta, Flower of the orient del grupo Artension me despierta.
Bajo el volumen y hasta que no termina de sonar no me levanto.
Hago mi ritual de todos los días y salgo de casa con sumo cuidado. Mientras cierro la
puerta intentando no despertar a Anne, David sale de su apartamento y al verme sonríe.
―Buenos  días.
No respondo y bajo la cabeza sin decir nada. Dos segundo después alzo la mirada y
me encuentro con el ceño fruncido de David. Sonrío con malicia y se percata que le estaba
tomando el pelo.
―Buenos   días   ―respondo   cuando   él   me   hace   un   gesto   para que pase delante al
ascensor.
―Por  un  momento  pensé  que  eras  una  mujer  bipolar.
Nos reímos.
―Quería  demostrarte  que  además  de  borde,  puedo  tener  sentido  del  humor.
―Me  queda  claro,  me  queda  claro  ―se  queda  callado  y  me  mira  con  atención―.  Veo  
que vas muy elegante.
―En  mi  trabajo  es  muy  importante.  La  apariencia  dice  mucho.
―Ya,  aunque  algo  me  dice  que  tú  eres  de  las  que  se  arreglan  incluso  para  ir  a  comprar  
pan.
¿Qué esta insinuando? En pocas palabras me está llamando pija. Vale, lo soy, pero no
quiero que él dé por hecho algo así. La verdad me molesta y mucho. Su insinuación no es
halagadora sino todo lo contrario.
―¿Y  qué  tiene  eso  de  malo?  ―pregunto  algo  soberbia.
―Nada,  a  mí  lo  mismo  me  da.
Se abren las puertas del ascensor y salgo sin titubear, con lo bien que había empezado
la mañana y llega el hombre con gusto pésimo en pijamas y lo estropea.
―Adiós,  que  tengas  un  buen  día  ―me  despido  sin  mirarle  siquiera.
Recorro las calles dándole vueltas a la insinuación, y cada vez me molesta más. ¿Acaso
le he dicho yo que tiene mal gusto eligiendo os pijamas? Es increíble, vuelvo a enfadrame
conmigo misma. No sé qué hago pensando en un hombre como él. No debería robarme
ni un segundo de mi tiempo. Decidido  no  voy  a  caer  de  nuevo…  ¿Dónde  iba  tan  elegante?
Ya estoy otra vez pensando en David. Debo reconocer que la curiosidad me puede. Es
que iba ataviado con un pantalón gris oscuro y se veía debajo de su chaquetón de piel una
camisa  morada  a  rayas  de  Ralph  Lauren…  Sí,  no  necesito  verle  entero  para  reconocer  
camisas de marca.
Llego a mi oficina y por fin puedo despejar mi mente de cierto individuo. Me centro
al mil por mil y ya puedo quedarme tranquila interiormente.
Mi estómago ruge y me doy por vencida. Miro el reloj y un suspiro desgarrador sale
de mi boca. Las nueve y media.
Mientras regreso a casa, reviso todo el día en mi interior. No he comido nada, una
tostada en el desayuno y dos barritas energéticas a la hora del almuerzo. Para un día que
podía haberme tomado mi tiempo en ir a comer, he tenido una emergencia. Han
adelantado la reunión que teníamos prevista para dentro de tres semanas a este sábado.
Así que he aprovechado para ir a comprarme un vestido nuevo. Sí, lo sé, tengo cientos en
el vestidor, pero si la reunión sale con éxito tendré que acudir a una fiesta y quiero llevar
un modelo recién sacado al mercado.
Entro en casa y escucho música house, lo que me confirma que mi preciosa Anne está
en casa.
―Anne,  no  te  muevas  de  ahí,  voy  a  cambiarme  y  te  enseño  mi  vestido  nuevo.
―Vale  ―responde  a  voz  en  grito.
Voy corriendo a mi dormitorio y me lo pruebo, es precioso, reconozco que demasiado
atrevido. Un vestido vaporoso color amarillo pálido y jaspeados verdes, totalmente
transparente excepto en los dos lugares donde no debe verse nada, con un escote hasta el
ombligo y un corte en la parte inferior que deja todas las piernas al aire al andar. Me doy
Tiene que ser perfecto   noa pascual
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  • 2. Copyright © 2011 Autora: Noa Pascual Portada © pixabay.com y Verónica Gm Todos los derechos reservados
  • 3. CON TODO MI CARIÑO PARA MIS PANTERAS INCOMPRENDIDAS POR ENTRAR EN MI VIDA Y NO SALIR DE ELLA
  • 4. Índice La llegada de Anne La fiesta David (las vecinas nuevas) El preparador físico La tregua David (Mis vecinas en el gimnasio) Visita guiada El increíble Jordan David (Sueños del pasado) Malos entendidos David (Confidencias) Navidades en familia Jordan al ataque David (La despedida) Acusaciones Embarazo inesperado David (Viaje a Barcelona) Navidades inolvidables Los padres de Jesús La despedida de mis padres La ruptura Decisiones El poder de una canción David (Malas noticias) Decisión definitiva
  • 5.
  • 6. La llegada de Anne umbada en el sofá, preparándome mentalmente para comenzar un día muy largo. Acabo de mudarme y tengo el apartamento lleno de cajas todavía por desembalar. Me levanto y abro la puerta de cristal que da a una enorme terraza. Respiro hondo y sonrío. Las vistas son maravillosas. Vivir en un octavo piso, delante de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, te hace sentir poderosa. Reconozco que mi ego está por las nubes. He trabajado mucho y muy duro para llegar donde estoy. Llevo cinco años trabajando en el mundo de la publicidad. Los mismos que he sido galardonada a premio por año. Cualquier agencia mataría ahora mismo por contar conmigo. Tengo treinta años y soy de las más jóvenes en este mundillo. Me han puesto muchos obstáculos para llegar, pero ahí estoy. Pese a quien pese, he llegado a lo más alto. Y por ello me he podido permitir el lujo de comprar dos áticos y hacerlos uno. Al igual que pude darme el gusto de abandonar mi antigua agencia de publicidad y elegir la que yo quería. Todos pensaron que me había vuelto loca. Es posible que tengan razón. Abandonar Londres para mudarme a Valencia no tenía mucho sentido. Menos aun cuando la agencia elegida no está entre las grandes. ¡No importa! Para eso estoy aquí, para llevarla a lo más alto. Vuelvo a mirar con atención la panorámica y me doy cuenta que, Valencia es el lugar perfecto. Su clima, su luz, su esencia. Es posible que acabe siendo el lugar donde echar raíces. Como ya he dicho, me he esforzado mucho para conseguir lo que tengo, y necesito que todo en mi vida sea perfecto. Incluso los hombres. Ahí sí tengo un serio problema. Dos veces creí haberlo encontrado. El hombre perfecto que encaje en mi vida perfecta. Pero claro, no todo en la vida es como una quiere. Ojalá fuera tan fácil encontrarlo. Decido entrar de nuevo y ponerme a trabajar. Quiero tenerlo todo en su sitio. Me desquicia el desorden y, ver las cajas esparcidas me crea un estado de nerviosismo total. Voy directa al equipo de música, otra de mis grandes aficiones. Soy una melómana empedernida. La música es vital en mi vida. Elijo un cd del grupo Queen, me apetece escuchar un poco de ritmo, así las energías estarán a tope. Llevo media hora sin parar, estoy con las pilas puestas, voy canturreando las canciones y de paso moviéndome al son de la música. Justo cuando estoy haciendo mi mejor actuación con una de las bolas de cristal, una colección de bolas de todas las ciudades donde he vivido. La tengo sujeta utilizándola de micrófono, llaman al timbre de la puerta sin parar. T
  • 7. Me asusto porque no espero a nadie, y os aseguro que ningún conocido mío, sería capaz de fundir mi timbre ¡Ay, madre! ¿Y si hay fuego en el edificio? Dejo la bola en la estantería y me dirijo a la puerta rauda. De hecho salto un par de cajas que me obstaculizan el camino. Casi me doy de bruces, pero consigo abrir con la respiración agitada. ¡Madre mía! Hay un hombre con el torso desnudo, con un pantalón de pijama a cuadros muy hortera para mi gusto personal. Moreno, con ojos grisáceos y un metro ochenta aproximadamente. Os juro que tiene unas abdominales muy marcadas. Desde luego tiene un cuerpo rematadamente perfecto. Apenas  me  da  tiempo  a  decir  nada,  ya  se  encarga  él  de  presentarse… ―¡¿Tía,  te  has  vuelto  loca  o  qué?!  ¡¿Qué  coño  te  pasa?! ―¿Cómo  dices? ―La  gente  intenta  dormir  ¿Sabes?,  así  que  haznos  un  favor  y  ¡Quita  la  puta  música! No lo puedo creer, viene un gilipollas a mi casa, a gritarme ¡A mi cara nada menos!, imaginad mi reacción. Puede que esté muy bueno, pero desde luego a mí no me grita nadie ¡Faltaría más! Pues hea, voy a darle lo que se merece, pegarle un portazo en todas las narices, por no hacer algo peor. ¿Quién se cree que es para gritarme de esa manera? Regreso al salón y bajo el volumen de la música. Pero al segundo me doy cuenta de un detalle. Estoy en mi casa, son las once y media y puedo hacer lo que me venga en gana. Solución: Poner el volumen a tope y ver quién tiene las de perder. No pasa ni diez minutos cuando llaman al timbre de nuevo. ¿Quiere guerra? Pues la vamos a tener. Sin pensarlo y con una mala leche que ni me aguanto, salgo disparada a la puerta de entrada. El del pijama hortera se va a enterar quien es Abba Winston. ―¡No  me  toques  las  narices,  chaval!...  ―grito  de  fuera  de  mí.  Me  muerdo  los  labios,   avergonzada y sorprendida por ver a mi amiga Anne. ―No  tenía  intención  de  tocártelas,  pero  si  insistes… ―¡Anne!   ―exclamo   y   me   lanzo   a   sus   brazos.   Necesito   tanto   a   mi   amiga   como   respirar. Anne y yo nos conocemos desde la infancia. A la edad de cinco años, algún lumbrera le dijo a mis padres que su hija «o sea yo», era superdotada. Y mis padres, con la mejor voluntad del mundo, intentando no interponerse en el buen desarrollo mental de su única hija, me mandaron a un internado para niños prodigio. Y ahí estaba mi buena amiga Anne. Con quien crecí. Se convirtió en la hermana que siempre desee tener. No me puedo quejar de padres, pero al vivir alejados, no hemos compartido la relación normal de una familia unida. Y doy gracias, porque podría haber sido peor. Sin ir más lejos, mí querida Anne. Sus padres algo excéntricos, vieron una salvación a sus vidas. No estaban preparados para ser padres, mi buena amiga con su coeficiente era mil veces más adulta con cinco años que ellos. Así que, mandarla al extranjero a un internado fue ver la
  • 8. luz que tanto necesitaban. El problema fue que al mandarle debieron olvidar totalmente que tenían una hija. Porque no volvió a verlos hasta que a los veintiún años, me amiga se personó en su antigua casa familiar. Igual debo agradecer al universo que eso sucediera, porque así no me he separado de mi amiga. Nuestra infancia y adolescencia siempre juntas. Y teniendo en cuenta que poca gente nos comprende, debo reconocer que fue una bendición. También debo hablaros de mi buen amigo Troy. Lo haré en su momento, ahora estoy encantada de sentirme arropada por los brazos de mi buena amiga Anne. ―¿Qué  te  ha  hecho  reaccionar  así?  ―pregunta  sonriente. ―Calla,  calla.  Una  tontería  ―respondo  intentando  olvidar  el  incidente  con  el  hombre   de  pijama  hortera―.  Pasa  que  tenemos  mucho  que  hacer. Cada vez que me mudo de ciudad, Anne viene a pasar conmigo una larga temporada. Sabe que odio los cambios, al igual que me cuesta adaptarme. Me encantaría ser como ella. Envidio su espíritu aventurero. Siempre encaja en cualquier parte. No se amilana con nada. Su sentido del humor es extraordinario. Una cualidad que me  fascina  en  ella.  Y  en  cuanto  a  su  vida  sexual…  Mejor  no  hablar  de  ello,   porque necesitaría tres semanas para poneros al día. Con deciros que su lema de vida es: «Vivir hoy porque no creo que llegue a mañana». Se dedica al diseño. Ha trabajado para grandes firmas, pero nunca ha querido dar su nombre. Dice que la fama le impediría vivir la vida que ella desea. Nunca he entendido porqué. Es buena, sus vestidos han desfilado por las mejores pasarelas, pero nunca sabrá nadie que son de ella. Yo sería incapaz. Si he trabajado qué menos que se me reconozca. En fin, es Anne, ella es otro mundo. En cuestión de hombres, ya os he dicho que la larga lista de conquistas es interminable. Lo entiendo, porque es preciosa. Morena, ojos verdes con rasgos exóticos. Lo que todo hombre desea tener. Pero mi amiga no entra en los planes de ningún hombre. Quiero decir, no importa que un hombre esté locamente enamorado de ella, pues lo único que quiere ella de un hombre es sexo. Reconozco que la envidio, porque yo soy una mujer muy clásica. Para que yo esté con un hombre, tengo que haberlo conocido lo suficiente como para saber que puedo mantener una relación estable. El aquí te pillo, aquí te mato, no entra en mi mundo. Una vez hablamos largo y tendido, reconoció que mostrar sus sentimientos es algo que le agobia. Se siente vulnerable y la sola idea de que un hombre le parta el corazón, le asfixia. También reconoció, que el hecho de que sus propios padres, fuesen capaces de abandonarla sin el menor reparo ¿Por qué iba un hombre a serle fiel? Así que conociendo a mi amiga, su miedo o mejor dicho pavor, a ser abandonada, puedo garantizar que no hay un hombre capaz de atravesar ese corazoncito.
  • 9. Estoy en mi dormitorio, debo reconocer que estoy orgullosa, los decoradores entendieron a la perfección mis preferencias. Un dormitorio moderno, con las paredes blancas y granates. Los muebles negros y blancos y por supuesto, la mayor alegría de mi casa: Mi vestidor. Soy adicta a la moda. Esto se lo debo a mi buena amiga. Supongo que ella me metió de lleno en ese mundillo. Y reconozco que ambas somos compradoras convulsivas. Suerte que mi economía es elevada. No quiero parecer déspota, pero recordad que soy la mejor en mi trabajo y, trabajar en publicidad es hablar de sumas de dinero desorbitadas. Anne tampoco puede quejarse, trabajar para los grandes es lo que tiene. En algo se tenía que ver recompensado el hecho de guardar anonimato y que otros se lleven el mérito. Abro la puerta del vestidor, que es una habitación modificada para hacer de ello. Sonrío como una tonta. Ya lo tengo casi todo colgado. En un lado están mis vestidos de diseño, de grandes firmas, los vestidos más envidiados de la moda. Al otro lado tengo la ropa formal con la que trabajo; ojo, formal no necesariamente significa que no sea de diseño ¡Faltaría más! Y en el fondo la ropa cómoda sin ser de diseño, pero que para nada es de mercadillo. En uno de los laterales se abre una compuerta y ahí están mis zapatos. Mejor no hablar de ellos porque si empiezo no acabo, podéis haceros una idea, ya que zapato y bolso pocas veces se repite. ―Abba,  tengo  un  hambre  que me muero  ¡No  tienes  nada  en  el  frigorífico!  ―dice   alterada. Lo entiendo, mi amiga es de buen comer. No sé cómo lo hace, porque tiene un cuerpo de escándalo. ―Anne,  me  trasladé  ayer,  la  compra  no  venía  en  la  maleta  ―replico―.  ¡Vale, vale, te invito a comer! Sonríe y asiente. Ya había puesto cara de pocos amigos. Con la comida no se juega, mi amiga es capaz de ganar en un campeonato a los tipos más fornidos. Yo reconozco que tengo un físico aceptable, aunque me cuido mucho. No me atrevo a comer sin hacer ejercicio. Estoy segura que el día que deje de hacer deporte me convertiré en una ballena. Según Anne es obsesión mía, porque está convencida que no me pasaría nada. Que tengo un metabolismo preparado para comer de todo. Lo tengo, porque tampoco me quedo atrás a la hora de ingerir de todo, pero por si acaso, mejor no arriesgarme. Vamos a un japonés, sé que es su comida favorita. Suerte que en la calle de atrás hay uno en la avenida de Francia. Tengo memoria eidética, es un fastidio os lo aseguro, porque lo controlo todo. Al entrar en el restaurante ya he analizado el lugar. Para que os hagáis a una idea, de la puerta de entrada a nuestra mesa, he memorizado los doce cuadros que hay colgados, cuatro camareros, dieciocho clientes, dos de ellos por cierto lleven la misma camisa y están en distinta mesa. En fin cosas así. Imaginad lo agotador que es al cabo del día. ―¿Por  qué  Valencia?  ―pregunta  Anne  mientras  ojea  la  carta. ―El  año  pasado  me  contrataron  para  hacer  un  spot  publicitario  de  la  ciudad.  Ya  me   conoces, me empapé de todo y la ciudad me cautivó.
  • 10. Anne me mira y vuelve a la carta. Sé que es está disimulando, pues en un minuto es capaz de memorizarla. Prefiero no preguntar, porque cuando Anne disimula, algo se avecina. Nos toman nota y cuando los platos están ya en nuestra mesa, Anne por fin suelta por su boca lo que le estaba carcomiendo. ―¿Qué  pasó  con  Dyron?  ―pregunta  sin  más.  Así,  directa  a  la  yugular―.  Y  no  me   vengas con que no era el perfecto. Te conozco Abba, dos años con un hombre al que adorabas, no me trago que rompiste con él, por darte cuenta que no era el perfecto. ―Preferiría  no  hablar  de  ello. ―Y  yo preferiría poder curar el cáncer y no puedo. Comprendo que es una charla que tenía pendiente con Anne. El día que rompí con mi ex, lo único que fui capaz de contar es que no era el hombre perfecto para mí. ―No  me  vengas  con  tonterías  Abba.  Estuve  a  punto  de ir a buscarte hace seis meses. Cierto, ella es así. Pude tranquilizarla con evasivas y mintiendo para que no se preocupara. Conociéndola estaba como loca por llegar a Valencia y saber la verdadera historia. Y no voy a mentir, igual es el momento de contarlo en voz alta y pasar página. Es humillante contar tus decepciones sentimentales, pero los amigos están para eso. ―Está  bien,  te  lo  contaré. ―Muy  bien,  soy  toda  oídos.  Porque  te  aseguro  que  no  estoy  dispuesta  a  escuchar  otra   tontería como la que me dijiste hace seis meses. Te pasaste dos años diciendo que Dyron Curtis era el hombre perfecto. Que lo habías encontrado y que por fin tu vida era perfecta. Sonreí con desgana ¡Qué triste haber creído haber encontrado el hombre perfecto! ―Una tarde me llamó Etham  Stamp,  ya  sabes,  uno  de  los  amigos  de  Dyron  ―digo  y   Anne  asiente  con  la  cabeza―.  Me  pidió  que  le  concediera  una  tarde,  para  poder  hablar   largo y tendido. Lo hice. Al día siguiente sentados en una cafetería del centro de Londres, nos  vimos  y…  ―respiré  con dificultad. Recordar siempre duele. ―Venga,  tú  puedes  ―me  dice  a  la  vez  que  me  acaricia  la  mano  para  darme  valor. ―Me  contó  que  Dyron  se  estaba  viendo  con  su  prometida.  Que  eran  amantes  desde   hacía más de tres meses. Yo no podía creer semejante historia. ¿Dyron? Era imposible. Para mí Dyron lo era todo. Era perfecto, uno de los hombres más influyentes de Inglaterra. Un caballero andante, un hombre triunfador y de una dinastía ejemplar. ―Cariño,  te  lo  tengo  dicho,  los  hombres  así  son  los  peores.  ―Me  interrumpió Anne. ―La  cuestión  es,  estuve  dos  días  dándole  vueltas  al  tema.  ¡Joder,  Anne!  Tengo  una   mente privilegiada, ¿cómo no pude leer su lenguaje corporal y darme cuenta de todo? Es triste saber que tienes una mente fuera de lo común. Que es capaz de memorizar el más mínimo detalle. Conseguir hablar doce idiomas, tener cinco carreras universitarias y no ser capaz de ver que tu novio, el hombre que creías perfecto te estaba siendo infiel.
  • 11. ―Eso  te  pasa  por  querer  encontrar  el  perfecto.  O  mejor  dicho,  eso  te  pasa por querer creer en el amor. Mira, puede que tenga razón. Al fin y al cabo, ¿quién nos asegura que de verdad existe el verdadero amor? No sé si existe o no, pero soy de esas personas que necesitan creer en él. Demando que el amor exista. Que me toque con sus flechas, pero por favor, que lo hago con el hombre perfecto. ―Pues  ahí  me  ves,  haciendo  de  detective.  Persiguiendo  a  Dyron  durante  cuatro  días   seguidos.  No  había  indicios  de  ninguna  infidelidad…  Pero  una  tarde,  cuando  ya  estaba  a   punto de tirar la toalla, los vi. ―¿A  Margaret  y  Dyron  juntos?  ―pregunta  Anne  muy  curiosa. ―Sí,  fueron  a  un  hotel.  Estuvieron  allí  cuatro  horas.  Cuatro  malditas  horas  en  las  que   yo me quedé inmóvil en el asiento de mi vehículo. No me apetece seguir hablando de esto, es doloroso y humillante a más no poder. Me vino bien que no quedara nadie en el restaurante. ―Anne,  quieren  cerrar,  es  mejor  que  nos  marchemos. Mi amiga mira a su alrededor y cede, claro que, no piensa quedarse sin saber toda la historia. ―Cuando  lleguemos  a  casa  terminas  de  contarme  la  historia. Antes de dirigirnos al apartamento, pasamos por El Corte Inglés que está en la avenida de Francia. ES bueno tener un lugar así cerca de casa. Sabes que vas a encontrar de todo. Podéis imaginar, nos lanzamos a comprar sin conocimiento antes de pasar por la sección de alimentación. Vimos unos cuantos diseños de Anne colgados. Nos acercamos a comprobar si estaban bien rematados, porque en varias ocasiones hemos visto sus diseños a precios desorbitados siendo meras imitaciones. Planta imprescindible, la de cosmética. Los perfumes y cremas faciales son vitales en mi vida. Segunda parada importante la de música. Os lo dije melómanas totales. Una vez en el supermercado, decidimos ir por caminos separados. Cada una con un carro de la compra. Estoy segura que mientras ella lo llena de productos de alto nivel en grasas, yo voy cogiendo alimentos más salubres, es la única manera de compensar ambas cosas. Al llegar a la caja, nos quedamos sorprendidas, la cajera nos dice que al ser sábado tendremos la compra en una hora en casa. Nos miramos sorprendidas, pero lo agradecimos, porque todo un fin de semana sin comida no era bueno. ―Por  favor,  los  pastelitos  de  chocolate  que  lleguen  intactos.  Tenemos  una  crisis. ―¡Anne!  ―protesto  por  el  comentario. La cajera sonríe y los aparta con delicadeza. ―¿Cómo  se  te ocurre?  ―pregunto  avergonzada.
  • 12. ―He  dicho  que  tenemos  una  crisis,  no  sabe  a  qué  clase  de  crisis  me  refiero. ―Como   si   hubiese   muchas   clases   de   crisis   en   las   mujeres   ―replico   molesta.   Es   vergonzoso que todo el mundo conozca tus intimidades. ―Razón  de  más,  ella también es mujer. Igual se apiada de nosotras y nos mete unos cuantos más de regalo. Discutir con Anne es casi imposible. Siempre tiene que sacar puntilla a todo y lo peor de todo, sabe salirse con la suya. Tiene un don, es capaz de convencer al mismo diablo de quitar el fuego del infierno y convertirse en ángel. Os lo aseguro, cuando se propone algo, lo consigue con su gracia habitual.
  • 13. La fiesta legamos cargadas de bolsas, os dije que somos compradoras convulsivas. Montamos en el ascensor y escuchamos una voz gritando. ―¡Esperad! No nos da tiempo a nada. Un hombre entra a la carrera en el ascensor, haciendo un requiebro por el salto que había dado para colarse antes de que le pillaran las puertas. Se da de pleno con Anne. Y cuando ambos se miran, saltan chispas. En mi vida he visto cosa igual. Es un hombre alto, con una pequeña melena castaña clara, tendrá unos treinta dos, treinta tres años de edad. Viste moderno y lleva zapatillas deportivas, eso sí, son de marca. ―¿A  qué  piso  vais?  ―pregunta  el  hombre  sin  dejar  de  mirar a los ojos de mi amiga. ―Al  último  ¿Y  tú?  ―uisss  conozco  esa  vocecita  de  Anne.  Uff…  acaba  de  elegir  a  su   próxima conquista. ―También  ―responde  y  da  al  botón―.  Debéis  ser  las  nuevas  vecinas.  Y  dime,  ¿hay   vecinos nuevos también, o sólo estas dos bellezas? El chico desde luego tampoco es de perder el tiempo. Y os juro que está comiéndose a Anne con la mirada. ―No,  no  hay    vecinos  ―responde  Anne  rápida.  Está  claro  que  quiere  dejar  claro  que   está soltera y a su entera disposición. ―Estupendo ―por  su  entonación quiso decir «Ahh, bien, estupendo. Carne fresca y sin tíos que puedan molestar»―. Por cierto, damos una fiesta esta noche. Estáis invitadas. Así conoceréis a gente del edificio, van acudir unos cuantos. ―Y  dime  ¿Hay  alguna  mujer  que  dé  la  fiesta  también?  ―pregunta  Anne  muy  coqueta. La sonrisa del vecino se ensancha. ―No,  no  hay  ninguna  mujer.  Pero  sí  hay  un  compañero  de  piso  que  estará  encantado   de recibiros. Madre mía, no tengo intención de conocer a nadie. No suelo codearme con vecinos. De hecho es la primera vez que vivo en un edificio, normalmente he comprado casas unifamiliares. Y además, ¿una fiesta con unos desconocidos? No, va ser que no. L
  • 14. Anne ya está fantaseando con esa maldita fiesta. La conozco bien, ella está encantada, acaba de darle la oportunidad perfecta para que este hombre acabe en su cama. Me hago la loca, como si no fuera conmigo la cosa. Odio vivir en un octavo, se hace eterno llegar a tu destino. En cuanto las puertas se abren, salgo escopetada. Le hago un gesto con la cabeza, pero da lo mismo, podría sacarle la lengua o ponerme a cuatro patas, que este hombre está hipnotizado con Anne. Casi media hora después mi buena amiga entra con una sonrisa ladina. La observo atenta. —No te lo vas a creer. Resulta que este tío es motero, ¿te lo puedes creer? ¡Motero! Lo que me gustan a mí las motos. Busco su mirada, estoy convencida que estará perdida en su fantasía mental. Su cabeza loca ya está retozando con el vecino. —Anne, por favor, acabas de llegar, no sabes nada de ese tío, tan solo que es motero. —No necesito nada más, excepto saber que me voy a poner esta noche para deslumbrar. —Dime que se trata de una broma. Dime que no estás pensando en un idilio con este chico. ―Yo  no  tengo  que  decir  nada  que  es  tan  obvio.  La  que  tienes  que  hablar  eres tú. Siéntate y cuéntame el final de tu historia don Dyron. ¿Por qué no podía por una vez olvidarse de todo? ¿Por qué hay que saberlo todo? Es tontería preguntando, pues al final voy a contarle toda la verdad. ―Fui  a  su  despacho,  necesitaba  hablar  con  él.  Debió entender al momento que algo pasaba, porque jamás pisé su despacho hasta ese mismo momento. ¿Sabes lo que más me duele? Anne niega con la cabeza y sube las piernas al sofá, su posición de yoga favorita y me hace un gesto para que continúe. ―Dos  semanas antes, vino a mi casa. Quería que formalizáramos la relación. Tenía planeado  dar  una  fiesta  oficial  de  pedida  de  mano.  Yo  estaba  encantada,  feliz…  ―se  me   nublan  los  ojos  y  no  quiero  llorar―.  No  valió  para  nada.  Le  dije  que  había  descubierto  su   aventura con Margaret. Lo negó todo hasta la saciedad. Juró y perjuró. ―Ay  Abba,  te  quedarías  helada. ―Me mintió a la cara, para colmo Etham me había dado una larga lista. No pienses que Margaret era la única. Aquella lista era interminable. Gente de todo tipo ¡Mujeres del servicio doméstico y todo! ¿Te lo puedes creer? Esas mujeres me servían la comida cuando iba a cenar a su casa. Es humillante lo que han debido reírse a mi costa. Me sale una lágrima que limpio con rapidez. Hace tiempo que me negué a llorar por otro hombre. No aprendo. No sé qué tengo que atraigo a todos los indeseables. ―Anne,  no  sé  qué  hago  mal.  Siempre  acaban  siendo  infieles.   ―Abba,  no  es  culpa  tuya.
  • 15. ―Algo  debo  hacer  mal,  porque  ya  son  dos.   ¡Qué triste! Dos hombres, no uno sino dos. El primer hombre al que me entregué por completo, pensé que era perfecto también. Le creí hasta la saciedad. Un hombre que me prometía la luna, que me agasajaba con mil momentos románticos. Alguien que me dijo te amo con tanta credibilidad que no lo dudé. Y para colmo me hizo creer en un futuro lleno de amor, de constancia y además de prosperidad. Entendía mi manera de ver el mundo. Normal que entendiera y aprobara mis incansables horas laborables. Así él aprovechaba mis ausencias para vivir su propia vida. En la que yo no estaba, en la que otra mujer le esperaba en casa. Donde esos sueños y promesas que me regalaba al oído, entregaba y compartía con su propia esposa. ¡Casado! Estaba casado. Cuando nos conocimos llevaba cuatro años con su mujer. Y yo ignorante de la vida. Cierto que yo tenía veinte años y él treinta. Pero los hombres de mi edad normalmente me aburren. Tened en cuenta que mi mente privilegiada hace estragos a la hora de mantener una relación. Pocos hombres aceptan que seas cien veces superior. ― Sabes cuál es el problema Abba, te lo voy a decir. En tu obsesión por buscar el perfecto, dime ¿Tiene qué ser perfecto?, no puede ser simplemente un hombre normal, divertido, sensual, excitante, sincero, gracioso. Sin buscar nada más, que te acompañe el presente, sin buscar un futuro. Siempre conoces gente importante, gente estirada. Abogados, arquitectos, políticos y ¡Por Dios! Los trepas de tu agencia de publicidad. No crees que va siendo hora de divertirte. Tener un simple lío de una noche. Hazme caso, busca un hombre real con el que divertirte. Resulta que si el tío te hace sentir única, vuelves a quedar, ¿qué no?, pues si te he visto no me acuerdo. Y pasar de todo eso de buscar el perfecto. Porque tu vida va a más. Pero ir a más en tu profesión no quiere decir que tengas que encontrar a alguien que pueda estar a tu altura. Encontrar al hombre perfecto, es encontrar aquella persona por la que nada más despertar tu mente piense en él, que cuando te acuestes su imagen sea lo último, que durmiendo sigas soñando con él, que te haga reír y gozar. Eso es encontrar al hombre perfecto y, te diré más, puede que esta noche lo hagas. Porque mira tú por dónde  tenemos  una  fiesta  jajaja…  Por  fin  hombres   normales que dan una fiesta sólo para pasarlo bien. No para recaudar fondos, ni nada por el estilo. Todo lo contrario al tipo de fiestas a las que suelen invitarte y en las que sueles acabar con hombres de semejante índole como Dyron y Paul. ―Sé  que  las  fiestas  a  las  que  acudo… ―¡Son  un  muermo!  Abba,  cada  vez  que  has  ido a una de esas malditas fiestas, te has pasado  horas  renegando  de  lo  aburridas  que  han  sido  ―dice  alterada,  y  la  verdad,  tiene   razón―.  Eres  muy  joven  para  vivir  una  vida  tan  aburrida. ―No  tengo  una  vida  aburrida  ―protesto  enérgica. ―Y   tanto   que   sí.   El   sexo no es malo, ¿sabes? No sé por qué te empeñas en desaprovechar los mejores años de tu vida. El trabajo no lo es todo Abba. Y para tú información te diré que si mantuvieses relaciones sexuales más a menudo estarías mucho
  • 16. más liberada mentalmente. Esa cabeza tuya no para, no es bueno retenerlo todo. ¡Joder! Qué eres una mujer adulta, espabila, libérate y disfruta de una jodida vez. Vaya vocabulario que se gasta mi amiga. Puede que tenga razón, pero no me siento cómoda cuando tengo que relacionarme con hombres. Pienso que van aprovecharse de mí. No quiero sexo sin sentimientos. Lo quiero todo. ―Déjalo  Anne,  sabes  que  no  puedo.  Necesito  sentirme  querida  y  protegida.  Ansío  que   me amen por encima de todo. ¿Acaso es mucho pedir? ―No,  no  es  mucho  pedir.  Pero  la  vida  no  tiene  por  qué  ser  tan  perfecta.  No  busques   la perfección o acabarás perdiéndote la diversión. Igual tiene razón. Pero he luchado mucho para alcanzar esa perfección y no estoy dispuesta a bajar el listón. ―De  todas  formas    esta  noche  tenemos  una  fiesta  de  bienvenida  a  Valencia. ―¿Tengo  que  ir?  Puedes  ir  tú,  otras  veces  has  acudido  sin  mí. No me contesta porque llaman al timbre y las dos salimos raudas. Voy directa por mi cartera, quiero dar una buena propina por ser tan serviciales. ¡Madre mía, qué rapidez! Abro la puerta con una gran sonrisa y ¡Bang! Pego un portazo. Anne me mira incrédula. ―Abba,  estás  fatal  ―dice  haciéndome  a  un  lado  para  abrir  de  nuevo. No sé por qué lo he hecho. Bueno sí, al fin y al cabo esta mañana hice lo mismo. Sí, se trata del hombre con pijama hortera. Anne abre la puerta y el moreno de torso duro, con cara de pocos amigos sigue allí. Pensé que habría desaparecido pero está claro que no. ―Hola,   disculpa   a   mi   amiga.   Hace   tiempo   hizo   de   conejillo   de   indias   para   unos   fármacos y desde entonces tiene un tic nervioso en los brazos. ¿Ahora va a justificar mi arrebato? No tengo porqué justificarme ante nadie. Estoy en mi casa, puedo hacer lo que me dé la real gana ¡Vamos, digo yo! Parece que al moreno le hace gracia el comentario, sonríe y aprieta los labios. ―Venía  a  pedir  disculpas  por  mi  comportamiento  de  esta  mañana. Anne ladea la cabeza un segundo para mirarme, levanta las cejas y pone cara de «Abba, vas a tener que darme unas cuantas explicaciones». Sin decir nada, de nuevo vuelve la cabeza al frente y sonríe al hombre de pijama hortera, asintiendo con la cabeza. Cómo si supiera a qué se refiere. Por mi parte, no tengo intención de escuchar ninguna tontería. No quiero disculpas, no las necesito. Así que, me doy media vuelta y regreso a la cocina. En el trayecto de mi
  • 17. huida escucho la voz elevada del tipejo que hay en la entrada. Alza la voz para que lo escuche a la perfección. ―Pero  ya  veo  que  la  borde  de  tu  amiga  no  intención  de  escucharme. ¡¿Me ha llamado borde?! Doy media vuelta para enfrentarme al estúpido de turno. Justo cuando llego a la puerta los del supermercado hacen acto de presencia y lo único que sale por mi boca es: ―Por  aquí  por  favor. Es mejor tranquilizarme, porque si digo lo que me viene a la mente, será rebajarme al nivel ordinario del estúpido que hay en la puerta de mi casa. No llevo ni veinticuatro horas en el edificio y ya quiero mudarme ¡Mal vamos! Mientras ordeno la lacena, escucho la risa exagerada de Anne, la conozco lo está haciendo para picarme. Quiere que salga a ver de qué se están hablando. Pues lo tiene clarito. Porque no tengo ninguna intención de salir. No sé qué me pasa, pero el hombre de pijama hortera me pone muy nerviosa. Cuarenta minutos después cuando ya lo tengo todo ordenado, entra Anne hablando sola, como si yo no estuviese allí. ―Vaya,  vaya,  vaya…  A  Abba  se  le  ha  olvidado  comentarnos  que  ha  conocido  a  un   tipo   encantador,   cachas,   simpático   ―levanto   una   ceja―.   Claro,   debe   estar   muy   acostumbrada a codearse de tíos tan perfectos. ―Anne…  ―me  acalla  levantando  la  mano  y  sigue  son  su  numerito. ―Suerte  que  yo  si  me  he  fijado  en  él,  porque  te  lo  tenías  muy  guardado. ―No lo conozco de nada. Se presentó en la puerta con un pantalón de pijama a cuadros muy hortera, para tú información. ―¡No  me  jodas,  Abba!  ¿Un  tío  así  de  cachas,  se  presenta  en tu casa, en pijama y le dejas escapar sin meterlo en tu cama? ―¿En  mi  cama? ―¡Sí,  en  tu  cama!  No  me  lo  puedo  creer,  tú  no  tienes  sangre  en  las  venas. Me río y Anne me mira con cara de pocos amigos. ―¿Qué  te  hace  tanta  gracia? ―¿Sabes  que  aquí  en  Valencia tienen un dicho? ―¿Cuál? ―Dicen:  Tienes  horchata  en  la  venas.
  • 18. Anne no entiende nada, se mosquea porque sigo riéndome. Ya la llevaré a probar la auténtica horchata valenciana a la horchatería más famosa, llamada Daniel que está en Alboraya. ―No  sé  lo  que  dicen aquí, pero tú, amiga mía, no tienes sangre. Estás mentalmente desquiciada. No se puede dejar escapar a un hombre que se presenta en la puerta de tu casa,  solo  con  un  pantalón  de  pijama  ―voy  a  protestar  y  levanta  la  mano  con  mando―.   ¡No tienes perdón de Dios! ¡Joder, Abba! Se dirige por un vaso de agua, cuando deposita el vaso en el fregadero me mira fijamente. ―Al  menos  reconocerás  que  el  chaval  está  para  comérselo. Lo reconozco, está para comérselo, pero me avergüenza decirlo en voz alta. ―No  está  mal. Pero ya sabes que no es mi tipo. ―Claro,  claro,  claro…  Un  hombre  jodidamente  perfecto  no  es  tu  tipo. Me molesta que tenga que enfadarse porque no le baile el agua a un guaperas. Además un hombre que es muy guapo, pero un total maleducado. ―No  sé  qué  le  ves  tú  de  perfecto… ―¡Todo! Una respuesta tan concisa y directa me alerta. ¿Por qué me tiene que molestar que le parezca perfecto? ―Vale,  ya  tienes  dos  en  el  edificio,  bienvenida  a  Valencia. Anne se ríe y sin decir nada se marcha a su dormitorio. Cuando está a punto de cerrar la puerta, grita: ―¡Ve  arreglándote  que  nos  vamos  de  fiesta! ¡No me lo puedo creer! ¿Qué pinto yo en una fiesta? Tomo aire porque siempre pasa lo mismo. Anna acaba saliéndose con la suya. Lo medito un rato en silencio, tampoco tengo mucho que perder. Voy, hago acto de presencia y en cuanto Anne esté en su salsa desaparezco. Me meto en el baño y me viene a la cabeza una imagen. Un hombre rematadamente guapo, con un pijama a cuadros hortera. ¿Qué me pasa? ¿Con la de cosas que mi mente es capaz de memorizar, por qué precisamente se le ocurre esta? Y para colmo me doy cuenta que acabo abriendo el grifo de agua fría, porque de verdad que me han entrado unos calores que no son normal. Estoy frente al espejo, dando el último retoque a mi cabello. He optado por dejar mi larga melena suelta y con unos toques rizados, que consigo gracias a mi fabulosa plancha de pelo.
  • 19. Me pongo nerviosa y decido que puedo intentar escaquearme. Parece que buena amiga mi lee la mente, está en la puerta de mi dormitorio con los brazos cruzados. ―No  vas  a  dejarme  tirada.  Mueve  tu  culito  y  entra  en  el  vestidor  a  elegir  ropa. ―Anne… ―¡Ni  Anne,  ni  leches!  Va  siendo  hora  que  disfrutes  de  la  vida. Lo dicho, no hay nada que hacer cuando Anne se pone sargento. Abro la puerta del vestidor y me muerdo el labio. Es triste no saber qué ponerte para una fiesta. Normalmente elijo los vestidos más fantásticos y de diseño, pero para una fiesta en casa de unos vecinos ¿Qué se pone una? ―Anne,  no  sé  qué  ponerme. ―Eso  depende. ―¿Depende  de  qué? Se ríe y pone los ojos en blanco, como si mi pregunta estuviera fuera de lugar. Ya me da por un caso perdido. Y claro, visto lo visto, puede que tenga razón. ―Aisss  Abba,  depende  de  cómo  quieres  que  acabe  la  noche.  ¿Normal  o  salvaje? ―Me  conoces  lo  suficiente  como  para  saber  la respuesta. ―¡Te  odio!  No  cambiarás  nunca  ―dice  con  su  deje  protestón―.  Una  lástima.  Porque   estoy convencida que esta noche podrías encontrar al hombre perfecto. Ahora me toca a mí reír. Menuda estupidez ¿El hombre perfecto en una fiesta de vecinos? ―No  te rías, cacho hombretón apareció en tu puerta. Ese hombre tiene que ser puro fuego en la cama. Entro en el vestidor, porque recuerdo el calentón que he sufrido pensando en él y no quiero que Anne se percate de ello. Decido ponerme un pantalón vaquero que me hace un culo prieto, una blusa de seda blanca con difuminado color verde oliva. El escote es recto, deja un hombro al aire, así no mirarán mis pechos. No tengo mucho, pero los hombres siempre acaban mirándote las tetas. Lo reconozco, soy vergonzosa. Ya estoy casi preparada, me falta por elegir lo más importante, y por supuesto voy decidida, unas sandalias de tacón de Marc Jacob. Los zapatos de tacón y los bolsos os dije que son mi gran debilidad. Me miro en el espejo y pienso si debo maquillarme, la verdad que no me apetece. No tengo intención de estar mucho rato en la fiesta. Así que, me pellizco las mejillas para que tengan un poco de color y estoy preparada. ¡Madre mía! Anne va por todas, está claro que esta noche estrena la cama. Lleva un vestido de diseño propio rojo pasión. Toda la espalda al aire, acaba justo donde sale su
  • 20. tatuaje de una diminuta rosa. La parte delantera es ceñida, ella sí tiene pechos para lucir, la naturaleza fue generosa con nuestra Anne. No son exagerados, pero si llamativos. Y el toque fantástico de este vestido es que la parte baja hace zigzag hacia el lado derecho, es suelto y su ceñido donde tiene que serlo, en su cinturita y su trasero. ¡Vamos, que esta noche triunfa! ―Veo  que  quieres  acabar  la  noche  salvaje. ―No  te  quepa  duda, además, yo siempre acabo la noche a lo grande. No pienso responder a algo tan obvio. Tiene razón, para qué decir lo contrario. Mientras finjo colocarme bien la tira de los zapatos, sin mirarle a la cara pregunto. ―Entonces  ya tienes un par de vecinos en mente, el hombre de pijama hortera es tu presa ¿No? ―Vaya,  vaya,  me  da  que  estás  interesada… ―¿Yo?  Para  nada  ―respondo  rápida. ―Para  tú  información,  el  único  que  tengo  en  mente  y  que  acabará  en  mi  cama  es  un   motero divino. Pongo los ojos en blanco. Qué responder a algo así. En fin, es Anne. Salimos y cuando estoy a punto de llamar al timbre me pongo muy nerviosa. —¿Crees que el  hombre  de  pijama  hortera  vendrá?  ―pregunto  sin  pensar. —No sé, pero teniendo en cuenta que es uno de los anfitriones yo diría que sí.  ―Anne   toca  el  timbre  y  sonríe―.  No  pasa  nada,  total  ya  tienes  fama  de  borde.   Hago el ademán de marcharme. —Será mejor que me vuelva a casa —digo agobiada. En ese mismo instante el chico del pijama hortera abre la puerta con una gran sonrisa. Para mí desgracia no tengo escapatoria. Intentar evadirme me haría parecer todavía más estúpida. Anne le mira y como si lo conociera de toda la vida le estampa dos besos. ―Qué  tal  David,  ¿llegamos  pronto? La mira con asombro y exclama «guauuu». ―No,  no,  entrad,  sois las primeras, no creo que tarden en llegar. Anne entra como si fuera la dueña del lugar. Yo no tengo todavía muy claro qué hacer. Deseo que la tierra se abra y me trague entera. Llega el momento odiado, estoy invitada a una fiesta, donde el anfitrión ha aporreado mi puerta de malas maneras. No me apetece estar aquí. Pero lo estoy, y entonces decido que debo decir algo para que no haya tirantez entre nosotros. No es agradable esta
  • 21. situación y, es cierto que él vino a disculparse y le cerré la puerta en las narices por segunda vez. Nada, no ha podido ser, se ha largado sin darme la oportunidad. Decido entrar y cierro con cautela, solo falta que pegue un portazo y el moreno se me eche a la yugular. Al fin y al cabo esta es su casa. Anne se encarga de romper el hielo y la tirantez. No sé cómo lo hace, pero ahí está ella, rodeada de tres hombres nada más entrar. —Os presento a mi mejor amiga, Abba. —Me acerco y el motero me da dos besos. —Hola, me llamo Jesús. Otro hombre es raudo hasta llegar a mi lado y de nuevo recibo dos besos cordiales. ―Encantado,  soy  Vicente,  el  vecino  del  8ªD. ―Encantada,  soy  Abba. Se aproxima el otro hombre que estaba junto al motero, me estampa dos besos bien sonoros. ―Soy  Ángel,  compañero  de  piso  de  Vicente. Está claro que solo queda el hombre de pijama hortera, el que me llama «la borde». Mi corazón se agita tanto que me da pánico que todos lo escuchen bombear. Anne, que sabe lo avergonzada que estoy sale al rescate. —Y el moreno encantador que me está sirviendo una copa, es David, pero ya os conocéis. Hace un gesto con la cabeza en plan saludo, en un intento de no parecer descortés. Pero claro, no iba a venir a darme dos besos después de haberle cerrado la puerta en las narices. Vicente un hombre de treinta y ocho años muy atractivo y vestido con mucho gusto y elegancia, sin llegar a estar fuera de tono para una fiesta como esta, me mira y me pregunta si me apetece beber algo. —Me iría bien, gracias. Mientras agradezco el detalle, suena el timbre y entran dos mujeres muy escandalosas. Aunque mucho más escandaloso es el vestuario que lleva ¡Madre mía! Ni en los años ochenta se llevaba tanta hombrera. Debería estar prohibido vender cierta ropa. No digo que  haya  que  gastarse  una  fortuna,  pero  esto  es…  es…  Sin  palabras. Anne me busca con la mirada y hace un gesto «por fin competencia, si no esto no tenía gracia». La verdad no veo competencia, ver a Anne tan espectacular y ponerse al lado las otras dos mujeres, es hacer comparaciones odiosas. Ya no es solo la ropa, alguien tiene que
  • 22. decirle a la rubia que no se puede llevar tintado el pelo casi blanco y las cejas totalmente negras ¡Aberración! La pelirroja, si le quitamos las hombreras tridimensionales, igual sacamos partido de ella ¡Madre mía! Mejor bebo, porque si sigo mirando me dará la risa. Pasa un buen rato en el que no para de entrar gente. Anne parece a gusto y eso ya me reconforta la noche. A decir verdad, no lo estoy pasando nada mal. Vicente es muy divertido, estoy segura que encajaría a la perfección con mi amigo Troy. Como ya sabéis tengo toda la estancia controlada, algo que detesto, aunque esta vez no voy a negar que le saco partido. Porque intento estar lo más alejada de David (ahora ya sé su nombre) no hay necesidad de llamarle el hombre de pijama hortera. ¿Por qué lo hago? Porque me pone muy nerviosa. Y os soy sincera, creo que me guarda rencor. No miento, no deja de lanzarme miradas asesinas. Casi no he comido, por no alejarme de la única persona que me parece interesante. Aprovecho que Vicente ha ido al servicio, para picar algo. ¡Os lo dije! Me odia. He cogido el pincho de tortilla de patata que quedaba y David me ha gruñido. Me invita a su fiesta y no me deja ni comer. Supongo que hay personas que son rencorosas por naturaleza. Está claro que este hombre lo es. Decido alejarme, no tengo intención de discutir, me conozco y aquí acabaría ardiendo Troya. Sale a mi encuentro Vicente de nuevo, ¡qué alegría! Me cuenta una historia de lo más graciosa y me río con ganas. Risa desaparece en el acto. ¿Por qué? Pues la respuesta es sencilla: la pelirroja hombrada y la rubia ceñuda, están maquinando derramar la bebida encima de Anne. Mira, por una vez ¡Bendita sea mi memoria fotográfica! Me dirijo lo más rápida que puedo y justo al interponerme ¡Bang! Un San Francisco en mi seda india. Ya no es blanca y verde, se ha quedado rosa anaranjada mi blusa. ¡El que faltaba! David dándome una servilleta para que me seque. Y escuchad lo que me dice. ―No  pasa  nada,  donde  las  dan  las  toman. ¿Dónde las dan las toman? ¡Lo que me faltaba! Le arrebato la dichosa servilleta de un tirón, y no se la estampo en la cara porque soy una persona muy civilizada ¡O eso creía yo! Porque ganas no me faltan. Anne tan observadora, se acerca y para suavizar la situación, ya que parece que todo el mundo ha decidido ponerme en su campo visual, dice: ―A  ver  bonita,  tú  nunca  has  oído  eso  de  «si  bebes  no  conduzcas…  ¿o  era  si  bebes  no   se te ocurra derramar bebida en seda india?».
  • 23. La gente se ríe y parece que todo vuelve a la normalidad. Bueno, todo no, porque a mí el cabreo no me lo quita nadie. Me giro y me encaro al gracioso de turno. ―No  te  preocupes,  voy  alegrarte  la  noche  «la  borde  se  va»,  quédate  tranquilo. Y sin más me doy la vuelta, me acerco a Vicente y me despido. Salgo sin perder tiempo, porque si me quedo no respondo de mis actos. Estoy segura que cierto individuo se ha quedado rabioso perdido, ya no va poder reírse a mi costa. Cuando tengo la llave puesta en la cerradura, Anne sale a buscarme. ―Gracias,  Abba. Ladeo la cabeza y le sonrío, prefiero perder mi blusa, que llorar por saber que han destrozado un diseño exclusivo. ―Pásalo  bien,  chica  salvaje. Me lanza un beso al aire y cada una entra en un apartamento distinto. No tengo sueño y todavía es temprano, son las doce y media de la madrugada. He visto una película y no sé si es porque todavía estoy rabiosa o porque la calefacción está elevada. La cuestión es que decido salir a la terraza. Se escucha el barullo de la fiesta y sonrío. Imagino a Anne preparándose para matar. Sé de dos mujeres que se marcharán a casa rabiosas. Hace demasiado frío para estar aquí en pijama. Aun así me fascina ver la ciudad bajo mis pies, con las luces encendidas. Soy incapaz de entrar sin seguir contemplando estas vistas. Me frotó los brazos para entrar en calor y, de pronto, un escalofrío. Estoy segura que alguien me está observando. ¡Lo sabía! Con la cantidad de gente que hay en la fiesta, justo tenía que salir él. ¡Maldita sea! ¿Por qué he tenido que bajar la mirada? No soy yo la que debe bajarla, sino él.  Levanto  al  cabeza  con  valentía  para  enfrentarme  y  el  muy…  ha desaparecido.
  • 24. David (las vecinas nuevas) stoy agotado, me he pegado una paliza en el gimnasio. La mitad del personal está de baja. La maldita gripe intestinal. No aprendo, por más que digo una y otra vez que no volveré hacerlo. Debí negarme a salir anoche de fiesta. Esto se tiene que acabar. Jesús no puede arrastrarme a todas partes. Estoy cansado de esa obsesión suya de encontrar la mujer de su vida ¿Qué mosca le ha picado para querer casarse? ¿Acaso no aprende de los errores de los demás? ¡Joder, las siete de la mañana! Necesito dormir como sea ¡Decidido, ni una fiesta más! ¡Por Dios, quién coño pone la música a estas horas, estoy muerto voy a matar a mi vecino nuevo! ¡Mal empezamos! Será mejor que vaya a darle un toque porque así no hay quien duerma. Salgo con una mala leche en el cuerpo que ni me aguanto y veo un pantalón de pijama de Jesús, lo pillo y me lo pongo raudo. Aprieto el timbre con intención de fundirlo. Estas no son formas de entrar a vivir, hay personas que no comprenden el significado…  Me  abren  la  puerta  y  sale  por  mi  boca  todo   lo que me viene en gana. ¡Joder, me ha cerrado la puerta en las narices! Y por cierto ¡Cacho rubia impresionante! Da igual, por muy buenorra que esté no son horas de tocar los cojones ¿Qué se habrá creído esta pava?, por muy imponente que sea no le da derecho a cerrarme la puerta de esas maneras. Un poco más y me deja de adorno de navidad. Regreso a mi apartamento y parece que por lo menos tiene la gentileza de quitar la música. ¡Será borde la rubia! Ahora va y la pone más alta, creo que voy a ir de nuevo a ponerle las cosas bien claras. Miro el reloj y veo que son las 11.30h de la mañana y me doy cuenta que no tengo ningún derecho a decirle nada. Estoy tan agotado que no puedo con mi alma. Menos mal, parece que ya no suena, es mi oportunidad para dormir. Cuando me despierto son las 16.30h de la tarde, y lo primero que me viene a la mente es la rubia que me cerró la puerta en las narices. E
  • 25. ¡Joder! Ahora tendré que disculparme. Vaya mierda, con lo poco que me gusta a mí hacer esas cosas. Reconozco que me he pasado un poco esta mañana, ¿qué culpa tenía ella de que yo estuviera sin dormir? El problema es que no sé cómo hacerlo. Y para colmo la tía está tremenda. Necesito despejarme, sí, esa es la mejor opción. Saldré a dar una vuelta. Voy por un vaso de agua y leo una nota que me ha dejado Jesús. Había olvidado que esta noche damos una fiesta en casa. Entra Jesús con una sonrisa de oreja a oreja ¡Raro, muy raro en él! —Qué cara de felicidad traes ¿Y eso a qué se debe? —Tío, no te lo vas a creer, me he dado de bruces en el ascensor con una tía buenorra. La nueva vecina 8ºA. Es increíble, en un momento, me ha puesto al día de todo, de donde vienen,  a  que  se  dedican,  los  planes  de  su  amiga  en  esta  ciudad…. No me lo puedo creer, a mí me da con la puerta en las narices y a Jesús le cuenta toda su vida. —¿De quién hablas? —De las nuevas vecinas, están de vicio, cuál de la dos más guapa. ¡Joder tío, esta noche vienen seguro! —¿Tú crees? —Sí, me lo ha dicho ella de su propia boca; esta noche nos pasamos por allí. No puedo creer que sea cierto. La rubia imponente toca narices en mi casa. Qué extraño es todo. Y que cara de felicidad tiene Jesús. —Me alegro, aunque yo no he tenido tanta suerte como tú, si te cuento lo que me ha pasado con la vecinita esta mañana vas a alucinar. Le hago un breve resumen y se descojonaba de risa. Cuando es capaz de calmarse me explica que la vecina que le ha gustado es la morena, la misma que le ha puesto al día de todo. Jesús insiste en que vaya a disculparme, es la mejor solución para que esta noche la vecinita rubia no me quiera matar. Y le hago caso. Llamo al timbre y me abre a una velocidad de vértigo, claro que, el portazo que vuelve a darme ha sido a la velocidad del rayo. ¡Increíble! Dos veces me da en la cara. La puerta vuelve abrirse y aparece la fantasía sexual de mi amigo. No tiene mal gusto desde luego ¡Joder con las vecinitas! Intento disculparme, pero la rubia decide que pasa de mi cara. Y algo se me remueve por dentro ¿Me acaba de hacer un desplante? ¡Hay que joderse!
  • 26. Cuarenta minutos de conversación me da Anne, así se llama la morena. Desde luego es una tía bien maja. Ya podía la rubia acercarse a su amiga, igual con suerte se le pegaba algo. Y ya puestos, poder verla. Porque no ha sido capaz ni de asomarse. Claro que, me ha jodido tanto su desplante que se me ha ocurrido llamarla «borde». «Bien David, bien, tú haciendo amistades nuevas», me digo mientras mi vista pasa por encima del hombro de Anne. Me ha parecido que se acercaba ¡Tus ganas! Regreso a mi apartamento y Jesús está esperándome ¿Pero qué hace este loco? Me agarra del brazo y me mete de un tirón. ―¿Qué  te  ha  dicho  eh,  qué  te  ha  dicho?  ―pregunta  acelerado. ¿Esto  está  ocurriendo  de  verdad?  Mi  mejor  amigo,  mi  colega  de  toda  la  vida…  ¿está   marujeando? Ha permanecido detrás de la mirilla todo el rato. ―Jesús,  estás  muy  mal  ―digo  afirmando  las  palabras.  Lo peor de todo, es que acabo entrando en su juego y le pongo al corriente de la conversación. ¡Esto me lo cuentan y no me lo creo! ¡Estamos cotilleando! Me ducho y me arreglo. Mientras voy vistiéndome, una cara preciosa se apodera de mi mente ¡La rubia! Niego con la cabeza para poder quitármela, no es bueno pensar en una mujer en estos momentos. El problema soy yo, últimamente me siento incapaz de concentrarme en las mujeres. Hace dos años y medio me llevé un buen palo con una mujer y desde entonces mis relaciones más estables duran veinticuatro horas. No me veo como Jesús, buscando una mujer para casarme, no me imagino enamorándome. Ni puedo ni quiero hacerlo. Estoy viviendo un cambio radical. Mi mente trabajaba a toda máquina, intentando adaptarse a mi nueva situación. Por ello lo que menos me apetece es buscar una mujer. Primero debo centrarme; una mujer a mi lado sin estar centrado sería un desastre monumental. Además, si pienso en mi pasado ¿Por qué voy a querer encontrar a una mujer? No estoy dispuesto a que me jodan la vida de nuevo. Trabajo como preparador físico en uno de los mejores centros deportivos de España y me gusta mi trabajo. Aunque mi padre quiere que cambie la gimnasia por el despacho. Quiere jubilarse, y ha decidido que debo tomar los mandos de una Santa vez. El problema es que no encuentro la motivación para hacer ese cambio. Sé que puedo asumir ese puesto, estudié para ello. Ocurrió en mi vida que me desmotivó en todos los aspectos y ¡Cómo no!, ese algo fue una mujer. Entre ella y mi mala relación con mi padre, digamos que no tengo todavía la necesidad de dar el cambio. Llaman al timbre y abro. Vicente y Ángel son los primeros en llegar. No he dado ni dos pasos cuando suena de nuevo. ¡Joder,  joder  y  joder!  Ufff…  me  da  que  Jesús  esta  noche mata a alguien ¡Qué lujo de mujer!
  • 27. Entra sin titubear, cosa no hace su amiga la rubia. No sé si este es un buen momento para…  No,  no  lo  es.  Parece  que  está  incómoda  con  mi  presencia.  Mejor  voy  a  darle  un   margen de tiempo para que decida si quiere o no entrar. Mira, por fin se decide la mujer. Entra y es presentada. Me jode estar preparando la bebida, porque me hubiese encantado darle dos besos. Pero tampoco voy a lamerle el culo,  porque  la  muy…  me  ha  hecho  un  buen  desplante. Joder no para de entrar gente. Jesús y sus malditos conocidos. Para uno que invité yo, resulta que está también enfermo. ¡Hay que joderse! La rubia me evita a posta, estoy seguro de ello. A ver, no es que esté interesado en ella, porque no es esa la cuestión. Pero me toca la moral, que uno tiene su orgullo masculino ¿Por qué tiene que brindarle sonrisas a los demás y a mí solo desplantes? Una hora ha pasado y no he comido nada en todo el día, entre que me levanté tarde y que  la  vecina  educada  me  ha  tenido  ocupado…  Queda  un  trozo  de  tortilla ¡Por Dios que mato a alguien como se le ocurra tocarlo! ¡Bien David, bien! Vas mejorando. Sí señor, acabo de gruñir como un fiero animal salvaje a Abba. Estupendo, estupendo, así te perdonará mucho antes. Me doy cabezazos mentalmente. No puedo evitar dejar  de  mirarla…  Tiene  una  sonrisa   tan preciosa. ¡Joder! ¿Qué hago siguiéndola con la mirada a todas partes? Las que faltaban, una amigas muy pesadas de Jesús. No las soporto, siempre tienen que dar la nota ¡Qué agobio de chavalas!.... ¡Qué hijas de puta! Le querían joder el vestido a Anne. Y que careto de mala hostia se gasta Abba. Normal, se ha interpuesto en la trayectoria para que no mancharan a su amiga y se ha llevado la peor parte. Debo hacer algo o   la   fiesta   acaba   con   pelea   de   gatas…   Ummm   visto   así, igual quedarme quietecito. No, no, que aquí no hay barro, igual me toca limpiar sangre. Intento buscar una frase apropiada para relajar el ambiente. No ha sonado tan gracioso como yo esperaba, o por lo menos Abba, no lo ha entendido así. Porque se va muy enojada. ¡Joder! Todo me sale mal con esta mujer. Llevo tanto rato deseando poder hablar con ella… y ahora sale escopetada  pensando…  «Vete  a  saber  qué». La fiesta desde este mismo momento ya me la trae al pairo. La pelirroja está enfadada y se le ocurre usarme a mí para dar celos a Jesús. Dudo que mi amigo se encele, ya que no quiere nada con ella. Y mucho menos cuando tiene al lado a una morena tan estupenda. Creo que ha pasado hora y media desde que mi «borde» favorita se ha largado ¿Favorita? «David, céntrate que esto no es normal». Será mejor que salga a tomar el aire. Bendita la hora que se me ha ocurrido salir a la terraza. Mírala qué bonita. Lleva un pijama negra de raso o seda o lo que sea.
  • 28. Igual debería decirle algo ahora. Estamos solos, es un buen momento para hacerlo. No sé, me da miedo que salga corriendo. Aunque si sigue así, voy a tener que saltar la pequeña valla que separa nuestras terrazas y abrazarla, se debe estar quedando congelada. ¡Madre mía qué ojos más bonitos tiene! ¿Y ahora por qué baja la cabeza? ¿Tanto le incomoda mi presencia? Se acabó. No voy a chuparle el culo. Maldita la hora que fui hasta mañana aporrear su puerta. Por fin se van todos. Qué alivio. Necesito descansar, mañana me espera un día asfixiante. Una vez en la cama mi mente no para de dar vueltas, y lo peor de todo, esta vez no ocupa mis pensamientos mi futuro profesional. Más bien «mi borde particular». No sé si reír o llorar. Porque tiene cojones la cosa. ¿A qué santo esta mujer tiene que ocupar mi espacio mental? No lo entiendo. Igual es porque nunca me habían dado un desplante y mi ego está resentido. Sí, debe ser eso.
  • 29. El preparador físico on las nueve de la mañana y mis ojos llevan abiertos casi una hora. Raro en mí no haberme levantado. Pero estoy aquí tumbada con la mente como siempre maquinando. Para asombro personal, esta vez no es el trabajo el que me tiene pensativa. Es un hombre con muy mal gusto en pijamas. Anoche me pareció que me miraba con ternura ¿Podría ser verdad? No, no lo creo, ya me ha bautizado como la borde, no sé por qué me iba a mirar con simpatía. Mi estómago reclama y decido levantarme. Al llegar a la cocina me sorprende ver a Anne preparando el desayuno. —Buenos días Anne —Lleva una tostada recién hecha en la mano dando saltitos porque se está abrasando los dedos. —Buenos días tesoro. —¿Dónde está tú motero? ―Imagino  que  en  su  casa  ―responde  sin  la  menor  emoción. —¿Es qué se fue con la pelirroja? ―pregunto  alarmada.  Porque  demostraría  tener  muy   mal gusto. ―No   me   ofendas,   esa   mujer   no   tenía nada que hacer a mi lado. Aprendices de pacotillas, eso es lo que son esas dos lagartas. Esperad, porque algo no me cuadra. Si no se fue con la pelirroja ni la cejuda ¿Con quién acabó la noche? —¿Entonces qué pasó? Porque tú estabas muy interesada en pasar la noche salvajemente. —En el último momento decidí que no me apetecía terminar la noche así. Me excusé que te había dado mi palabra para acompañarte y tenía que madrugar. No entiendo nada. ¿Anne dando excusas? Ver para creer. ―Tú  contando  mentiras…  ―digo irónica. —No he mentido, ayer te comenté que tenemos que ir de compras. Este fin de semana está todo abierto por la campaña navideña. —Uyy uyy… Cuenta cuenta ¿Qué ocurrió cuando me marché para que hayas dado esa versión? S
  • 30. —Si te lo digo no me vas a creer —Lo cierto es que seguramente no lo haré, me parece todo muy extraño. —Aun así me gustaría escucharlo, espera que me ponga el café primero, no se me vaya a caer de la impresión. —Cuando te marchaste, estuvieron las dos payasas de turno dando por saco. Apenas me   dejaban   respirar.   Me   aseguré   de   que   Jesús   solo   tuviese   ojos   para   mí   ―sonríe     triunfadora―.   Una   vez   estuve   segura   de   que   no   había   competencia   posible,   tomé   la   decisión de marcharme. Puedo tenerlo cuando quiera. Algo sigue sin cuadrarme, a esta historia le falla algo. Anne es una mujer sorprendente, igual la conoces a la perfección que no sabes por donde le da el aire. Suena el teléfono y mi amiga se aleja, me acerca el inalámbrico y escucho la voz de mi madre. Mientras mantengo una conversación veo en el rostro de Anne algo que no había visto nunca y entonces todo empieza a tomar sentido. Tengo prisa por averiguarlo, es necesario que Anne sea franca conmigo. Me despido con rapidez y en cuanto le doy al botón de colgar llamada exploto. —Te mola Jesús, es eso ¿Estás coladísima? Anne se pone tensa y mueve los hombros confirmándolo. —Abba no me había pasado esto nunca, apenas conozco a Jesús. No sé qué ha pasado, ocurrió  algo  en  el  ascensor  cuando  nuestras  miradas  se  encontraron…  ¡Maldita  sea,  me   palpita el corazón! Anoche aunque la pelirroja no era gran competencia, te juro que la hubiese estrangulado. ¿Te puedes creer que la muy petarda se atrevió abrazarlo delante de mí? Me pinchan y no me sale sangre. ¿Anne está celosa? Esto sí que no lo esperaba. Aunque si soy sincera, estoy encantada de escucharla. Por fin ha llegado su hora. Siempre he deseado que alguien se cruzase en su camino. Que un hombre consiga apartar de su mente ese pequeño trauma que la persigue desde que sus padres la dejaron en el internado, sintiéndose abandonada. Me alegra verla así. Va siendo hora que acepte la realidad de la vida, que encontrar el amor es mágico y, que hay que luchar por ese sentimiento. Quién sabe, igual Jesús es su hombre perfecto. —No te acostaste con él, porque si lo hacías hoy no querrías volver a verlo, ¿es eso? ―Sí  ―contesta  con  derrota.   Dejo mi taza de café y me acerco abrazarla. Sé que para ella no es fácil. En su interior hay una gran pelea, corazón contra razón. Su corazón quiere salir, está cansado de sentirse excluido, su razón lleva tantos años sintiéndose vencedora que no quiere perder el liderazgo.
  • 31. Ahora debo actuar con cautela, conociendo a Anne es mejor darle su tiempo y su espacio. Presionarla para que acepte la realidad es fastidiarla. Tiene que ser ella la que se dé cuenta poco a poco que tiene que superar su trauma. Y algo me dice que Jesús está más que dispuesto a ayudarla en esta encrucijada. ―Bien,   nos   arreglamos   y   vamos   de   compras.   Y   espero   que   te   hayas   traído   ropa   deportiva, esta tarde vamos al gimnasio. ―¡No!   Por   favor   Abba,   ¿es   que   tenemos   que   conocer   todos   los   malditos   centros   deportivos del mundo? Es cierto, cada vez que me traslado lo primero que hago es apuntarme al gimnasio. Y sabiendo que mi buena amiga siempre viene hacerme compañía en esos traslados le hago socia a ella también. ―No  te  quejes,  además  para  tu  información  me  han  dicho  que  hay  unos  preparadores   físicos impresionantes. Anne tuerce el labio a la derecha, sonríe con picardía y suspira pensativa. ―Aisss…  todo  sea  por  esos  preparadores  físicos. Me río porque no tiene apaño. Aunque os juro que esta vez no ha sido como en otras ocasiones, no, no, me da la impresión que el motero ha llamado a su corazón con fuerza. No sé qué le ha dado a Anne, ya sé que normalmente compramos sin control, pero lo de hoy es algo exagerado. Llevamos tres horas en el centro de la ciudad, más exactamente en la calle Colón. De tienda en tienda, ni qué decir tiene que si van a comisión alguna de las dependientas este mes tendrá un sobresueldo muy elevado. ―Anne,  no  nos  quedan  más  manos,  ni  siquiera  estoy  segura  que  nos  dejen  subir  a  un   taxi  con  todo  esto  ―digo  levantando  las  manos  y  subiendo  las  bolsas. ―Tienes  razón.  Vamos  a  casa  a  dejarlo  todo  y  comemos  en  el  centro  comercial  El   Saler. Lo he visto esta mañana, está justo enfrente de casa. Cierto, con bajar, cruzar el río Turia, y ya estamos en él. Y así lo hacemos. El taxista nos miró sorprendido, supongo que no estará acostumbrado a llevar dos compradoras convulsivas. Bajamos una pequeña colina que te lleva justo a la Ciudad de Las Artes y las Ciencias, paseamos aprovechando el buen día que hace, para ser diciembre el sol sigue regalándonos buenos rayos, volvemos a subir una pequeña rampa y ya estamos en el centro comercial. La comida fantástica, un punto más a favor de esta ciudad. En Londres la mayoría de las veces me alimentaba en puestos callejeros. Es otro ritmo. Claro que, cuando me ponga a trabajar mañana veremos. Ya os he comentado que mi plena dedicación tiene sus grandes sacrificios. Las comidas suelo saltármelas muchas veces, no por no tener hambre,
  • 32. sino por no poder parar ni para respirar. Un gran error lo sé, pues por la noche devoro todo lo que sale a mi paso. He ahí que tenga que apuntarme a los gimnasios para compensar mis malas costumbres. ―Anne, por lo que más quieras no pidas más. ―Deja  de  protestar  y  come,  que  estás  últimamente  muy  delgada. Increible tener que escuchar esto. Pero sí, desde hace meses no tengo ganas de nada. Lo de Dyron me dejó muy tocada. Apenas comí ni dormí durante dos meses. Hoy he compensado muchos días, hemos comido de todo, incluso el postre de crepes de chocolate. Buena idea esta tarde ir al gimnasio. ―Antes  de  marcharnos  tenemos  que  mirar  unas  cuantas  tiendas  más. ―Anne,  no  van  a  cerrarlas,  tendrás  muchos  días  para  venir a comprar lo que quieras. ―Ni  hablar,  ya  estamos  aquí. No pienso discutir, es tontería, al fin y al cabo sé que está más nerviosa de lo normal. Ir de compras es su forma de evadirse de ese pensamiento que tiene ahora en la cabeza. ¡Madre mía! Otra vez nos toca buscar un taxi. Con lo cargadas que vamos es imposible cruzar el río. Y ojo, parece ser que mientras yo pensaba que las compras ayudarían a Anne de olvidarse de Jesús, debí estar equivocada, porque me temo que llevamos prácticamente toda la tienda de Intimísimi en las manos. Estamos cerca de la puerta de salida cuando una voz conocida nos detiene. ―¿Dónde  van  las  dos  chicas  más  guapas  del  edificio?  ―pregunta  Vicente  con  una   gran sonrisa. ―A  casa,  si  es  que  encontramos  un  taxi. ―Pensaba  que  las  rebajas  eran  en  enero  ―dice  muerto  de  risa―.  Os  acerco,  tengo  el   coche en el parking. Muy galante nos ayuda a portar tantas bolsas, os he dicho que es exagerada la cantidad de bolsas que llevamos. Al llegar a nuestro edificio, Vicente estaciona su Mercedes todo terreno junto a mi BMW, me gusta saber que es mi compañero de aparcamiento. Es que nunca sabes si te va tocar uno que aparca sin miramiento o no. Dejamos las bolsas y Anne va directa al contestador, no hay mensajes. No digo nada disimulo. Aprieta los labios y se dirige a su dormitorio. Suspiro y rezo para que Jesús no sea de los que te hacen sufrir unos cuantos días esperando una llamada. Y mucho menos teniendo en cuenta que mi buena amiga es la primera vez que espera una.
  • 33. Preparadas para dirigirnos al gimnasio, montamos en el ascensor. Al igual que un deja vu, alguien grita que esperemos y se cuela en el último segundo dándose de bruces con Anne. Sonrío porque ya van dos veces, claro que, mi sonrisa se evapora cuando David sonriente saluda. Cuando me mira, bajo la vista al suelo. Mis zapatillas deportivas puma se convierten al momento en lo más interesante del planeta. ―Hola,  ¿Qué  tal  lo  pasaste  en  la  fiesta?  ―pregunta  a  Anne,  acaba  de  ignorarme.  Muy   bien, mejor, no tenía intención de decirle nada ¡Qué se ha pensado! Anne sin embargo contesta en plural. ―Sí,  lo  pasamos  muy  bien…  dentro  de  poco  nosotras  también haremos una fiesta, para celebrar la bienvenida a esta ciudad. ¿Qué ha dicho? Debe haberle afectado mucho lo de conocer a un hombre, la ha trastornado mentalmente. Ni loca, vamos. Levanto la cabeza de golpe, es que estoy perpleja, de verdad que no entiendo como se le ocurre a esta mujer decir semejante patraña. No debí mirar, porque los ojos color grisáceos me atraviesan el alma. ―Eso  está  bien,  aunque  dudo  que  yo  sea  bien  recibido  ―hace  una  mueca  dramática―.   No sé si me dejarán pasar, es posible que reciba un portazo. Toma indirecta que me ha echado. Además de tener mal gusto para los pijamas, es un hombre rencoroso. Algo que debe importarme bien poco, no tengo intención de conocer mucho más de él. Por fin las puertas se abren y me quedo con la palabra en la boca, tenía intención de responder. Sale corriendo y casi en la puerta antes de cerrarse dice. ―Nos  vemos  Anne,  me  voy  corriendo que llego tarde. Hea, que corra, está claro que ni adiós me ha dicho. Llegamos al gimnasio y no mentían cuando me lo recomendaron es de lo mejorcito que he visto. La clase de pilates ha sido perfecta y, ya no hablemos del preparador, porque Anne ha sonreído de oreja a oreja. Mejor, así sé que no seguirá protestando por llevarla hacer ejercicio. Nos toca media horita de máquinas y así daremos por finalizada la tarde. Me preparo y empiezo a estirar los brazos. Anne ha decidido montarse en una bici estática. Desde su posición estamos encaradas y le guiño un ojo, porque ha pasado un hombre que está tremendo. Algo debo estar haciendo mal, porque mi esfuerzo es brutal y me duele incluso la espalda.
  • 34. Alguien se toma asiento justo a mi espalda, sus piernas aprietan las mías. No le veo la cabeza, pero noto que su barbilla reposa en mi hombro, uno de sus brazos me rodean y deja reposar su mano en mi vientre, la otra en mi espalda. ―No  dobles  la  espalda,  es  primordial  mantener  la  postura  adecuada,  si  no  acabarás   lesionándote. Me susurra una voz sensual. Me quedo paralizada, ha sido poner su mano en mi vientre y notar una corriente eléctrica por todo mi organismo. Su voz ha conseguido que me estremezca ¿Qué me está pasando? Por un momento me quedo en blanco, no sé que estoy haciendo aquí. ―Empecemos   por  la  respiración   ―vuelve  hablar  la  voz  que  me  ha  calentado  por   dentro―.  Yo  marcaré  el  ritmo  y  tú  continuas. Sí, sí, pero para ello tendré que soltar el aire que tengo retenido en los pulmones desde que sentí su tacto. Intento seguir el ritmo que me marca, su respiración me está matando, siento una extraña necesidad de girarme y ver de quién se trata. No imagináis lo que me hace sentir cada vez que toma aire, su pecho se hincha y se pega a mi cuerpo. ―Muy  bien,  ahora  que  ya tienes el ritmo de la respiración vamos a sujetar la vara metálica  con  fuerza  ―¡Ay  Dios!  Me  sostiene  las manos y siento que, un nuevo chispazo me atraviesa desde la punta de la cabeza hasta el dedo meñique del pie. No sé si me apetece terminar esta sesión de musculación, nunca había encontrado tanto placer realizando ejercicios. ―Prepárate,  vamos  a  tirar  con  fuerza  ―dice  a  la  vez  que  pega  su  mejilla  a  la  mía―.   A la de tres. No sé cómo lo hago, pero lo consigo, durante diez repeticiones él me ayuda a tirar, a la onceaba, sus manos se deslizan con suavidad por mis brazos. Me siento acariciada, sé que es imposible en un lugar público, mucho menos haciendo ejercicios de musculación, pero os juro que sus dedos recorren mis brazos al completo, continúan hasta mis hombros, ahí los deja por unos segundos apoyados, sin hacer ningún tipo de presión. Y ¡Por todos los Santos! De nuevo sus manos se ponen en movimiento. Con una delicadeza extraordinaria se deslizan por todo mi contorno hasta llegar a mi cintura. Ahí las deja de nuevo y consigue que una parte de mí vibre. Una parte que no debería hacerlo y mucho menos en un lugar público. ¿Qué me está pasando? Nunca he sido una mujer orgásmica, ni siquiera soy de las que fantasean normalmente. Y ahora aquí, en medio de una sala llena de gente, mis hormonas se han disparado y me siento morir de calor. Solo hay una respuesta a mi pregunta ¡Estoy cachonda! No paro de hacer el ejercicio, y aunque deseo que se levante porque siento que este hombre debe estar oliendo mi testosterona, no puedo evitar desear que se quede
  • 35. eternamente así. Ni siquiera necesito ver su cara. Sus manos ya se han quedado grabadas en mi piel. No sé ni cuántas repeticiones llevo. ―Vale,  ahora  deja  los  brazos  arriba  y  respira  como  te  he  enseñado.  Has  hecho una tanda de cincuenta. Y eso hago, dejo los brazos alzados sujetando la vara metálica, y este hombre no se separa. ¡Madre mía, me va dar algo! ¿Cómo se le ocurre acariciarme las piernas, estando en esta posición. Se me acaba de erizar el vello y si eso no fuera suficiente, siento que mis pezones se han puesto muy duros. ¡Qué vergüenza! Deben estar marcándose, dudo mucho que la gente en un gimnasio se excite sexualmente, se supone que vienes a quemar grasas y sufrir con el esfuerzo físico. ¿Pero qué hace este hombre? ¿Acaba de olerme? Os juro que lo ha hecho. ¿Justo ahora que estoy empapada de sudor? Qué vergüenza, me gustaría decirle que normalmente suelo oler muy bien, utilizo perfumes fantásticos. ¡¿Me ha besado?! Debo estar volviéndome loca, no puede ser que me haya besado en la sien. Es producto de mi imaginación. Sí, estoy segura de ello. Siento un vacío de golpe, acaba de incorporarse de un salto ¿Qué ha pasado para que reacciones así? Por fin voy a verle, se sitúa justo delante y mi vista recorre todo su cuerpo. Una piernas musculadas  perfectas,  una  cintura  mmmm….  Un bulto marcado en su entrepierna, un torso que se marca la dureza de unas buenas abdominales y unos hombros anchos fuertes y…  ¡Y  es  David! Me falta el aire, me siento engañada y avergonzada a partes iguales. Me considero estúpida por no saber qué decir y me siento violenta porque mis pezones continúan duros como piedras. Para colmo no deja de mirarme fijamente a los ojos, me da miedo incluso pestañear, su mirada es adictiva. ―Una   alumna   ejemplar, haz otra tanda de cincuenta y recuerda en no curvar la espalda. ―S…  Sí,  lo  haré  ―digo  tartamudeando―.  Gra…  gracias. ―Es  mi  trabajo,  no  tienes  porqué  darlas. Y desaparece como alma que lleva el diablo. Mi mirada no se separa de él y en cuanto desaparece de mi campo visual, suelto la vara y me dirijo hasta Anne. La agarro del brazo y la bajo de la bici de un tirón, arrastrándola a toda velocidad hasta los vestuarios. No deja de reírse y prefiero no entrar en su juego. Sólo quiero salir de aquí lo antes posible.
  • 36. ―Para  ser  un  vecino  que  te  cae  mal,  te  has  puesto  muy  nerviosa. Lo sabía, se ha percatado de todo, estoy segura que no se ha perdido ni un detalle. Y claro, mis malditos pechos siguen confirmando que me he puesto cachonda por culpa de un hombre que tiene un pijama hortera. ―No  digas  tonterías  ¡Vámonos! Estoy replanteándome cambiar de gimnasio. Sí, es una buena decisión, así no tendré que  toparme  nuevamente  con…  con…  ¡Con  el  hortera! ―Acabo  de  darme  cuenta  que  es  mejor  buscar  otro  centro  deportivo,  este  nos  pilla muy lejos de casa. Anne suelta una carcajada. Aguanto estoica parada en el semáforo, no creo que sea capaz de tardar mucho en dar una réplica a mi comentario. ―Es   un   buen   gimnasio,   los   que   te   lo   recomendaron   no   mintieron.   Además   sus   preparadores físicos son inmejorables. ―¿Desde  cuándo  te  has  hecho  una  experta? ―Querida  Abba,  iremos  al  gim  te  guste  o  no  ―dice  con  tono  malicioso―.  Te  dije  que   el vecinito tenía  un  cuerpo  perfecto… ―Tampoco  es  para  tanto  ―respondo  irritada.  Está  claro  que  lo  tiene,  al  igual que su mala educación. ―Para  no  ser  para  tanto,  bien  que  te  has  emocionado… ―¡Cállate! El resto del trayecto tengo que aguantar una y otra vez su versión de la historia. Por lo visto mi amiga lo ha debido divisar desde cincuenta ángulos distintos, porque son los mismos que llevo soportando cuando entramos en casa. Cinco minutos allí y escucho a Anne gritar como una posesa. Salgo corriendo sobresaltada y me la encuentro dando saltos de un lado a otro. ―¡Sí,  sí,  Síííí! ―¿Qué  ocurre? Me agarra de la mano y me acerca al contestador, le da a repetir mensaje y escuchamos la voz de Jesús. Hola Anne, espero que lo pasaras bien ayer. Me dijiste que tendrías el día muy ocupado, pero si tienes algo de tiempo esta tarde o noche, llámame ―se  escucha  una  risa  nerviosa―.  O mejor aún, llama a mi puerta.
  • 37. Me abraza con fuerza y noto que tiembla. No esperaba una reacción así por su parte, desde luego el vecino no ha llamado a la puerta de Anne, directamente arrollado todo su interior. ―¿Qué  hago?  No  sé  si  puedo  con  esto…  ―dice todavía abrazada a mí. ―Me  parece  que  solo  tienes  dos  opciones. Se separa para mirarme y le sonrío. ―Llamarle  o  mejor  aún,  llamar  a  su  puerta. Se lleva las manos a la cabeza y empieza a dar vueltas por toda la estancia. Sé que lo intenta asimilar. Os he dicho que lo suyo viene de mucho tiempo. Confiar en un hombre es algo que no estaba en su mente ni en sueños. ―No  sé,  Abba,  no  sé  si  esto  es  buena  idea. Se aleja y la intercepto a mitad camino, no estoy dispuesta a que renuncie al amor por miedo a un abandono que es muy posible que jamás ocurra. ―Escúchame,  tú  siempre  dices  «vivir  hoy  porque  no  creo  que  llegue  a  mañana».  Ese   es  tu  lema  de  vida  ―digo  totalmente  seria―.  Pues  hoy  es  tu  momento,  vas  a  ir  a  casa  de   Jesús, vas a llamar a su puerta y vas a vivir el presente. Puede que salga bien, puede que salga mal. Pero no vas a dejar de vivir este momento, porque es tuyo. Mereces ser recompensada por tantos años de nostalgia. Tus padres te fallaron sí, y gracias a ellos me tienes como hermana. Anne sonríe con timidez, sigue muy nerviosa. ―Anne,  lo  que  estás  sintiendo  en  este  momento  es  mágico.  No  todo  el  mundo  tiene  la   suerte de sentir en su interior la llamada del amor ¿Sabes cuánta gente mataría por estar en tu situación? ―Me  da  pánico,  me  tiembla  todo. ―Lo   sé,   te   entiendo   ―me   río   para   quitar   importancia―.   Mírame,   yo   dándote   consejos, que soy la menos indicada. Consigo que mi amiga sonría y se relaje. ―Hazte   un   favor,   sal   ahí   fuera,   llama   a   esa   puerta,   déjate   llevar   y   si   mañana   no   despiertas, habrás vivido tu momento. Me abraza y me da un beso con fuerza. Sale corriendo hacia su dormitorio, en menos de diez minutos aparece con una sonrisa en los labios. Ataviada con un pantalón vaquero negro, una camiseta negra con un murciélago rojo y una chupa de cuero negro, como complemento lleva un cinturón de hebilla ancha, que pone Harley. ―¿Qué  te  parece?   ―Estás  perfecta  para  salir  con  un  motero.
  • 38. Las dos reímos y se dirige a la puerta antes de cerrar me mira y suspira ―Deséame  suerte,  voy  a  lanzarme  al  vacío. Y cierra la puerta con una mirada llena de alegría. Estoy segura que jamás olvidaré ese brillo de su mirada. Por fin doy gracias de tener una mente tan especial. Me quedo tumbada en el sofá, noto un escalofrío al recordar las manos del preparador físico en mi piel. Cierro  los  ojos  y… Me despierto sobresaltada, miro el reloj, son las cuatro de la madrugada. Me levanto del sofá y pongo el despertador a las seis y media. Entro a las ocho a trabajar, mañana es mi primer día como directora del departamento creativo. Que bien suena. Lo he logrado, sí, he llegado a la cima de mi carrera profesional. Suena una canción del Alejandro Fernández en la radio, bajo el volumen para que no despierte a Anne. Me doy una ducha rápida, así me despejaré. A las siete estoy con un café recién hecho, está ardiendo, así que lo dejo enfriar y salgo a la terraza a contemplar la ciudad. Escucho un ruido y veo a David intentando no perder el equilibrio. Parece que se ha tropezado. Nos miramos y me siento de nuevo incómoda. Deseo fervientemente dejar de sentirme estúpida delante de él. Claro que él tampoco dice nada. Lo que significa que sigue siendo un rencoroso con gusto hortera en pijamas. Decido meterme de nuevo, faltaría que encima tenga que escuchar alguna estupidez por su parte. «Recuerda que te apoda la borde». Elijo un traje chaqueta de Chanel, color blanco pálido. Mis zapatos Jimmy Choo a juego con el bolso y preparada para matar. Me encuentro a Jesús saliendo del dormitorio de Anne. Cierra con sumo cuidado la puerta y al verme sonríe complacido. ―Buenos  días  ―digo  susurrante  para  no  molestar  a  la  bella  durmiente. ―Y  tan  buenos  ―responde  con  una  sonrisa  de  oreja  a  oreja  y  me  guiña  un  ojo. ―¿Quieres   desayunar?   ―Soy   una   persona   educada   y   me   gusta   atender   a   mis   invitados, aunque estos sean los ligues de Anne. ―No,  gracias,  me  vio  volando  porque  llego  tarde. Y sale escopetado sin mirar atrás. Estoy tentada en llamar a la puerta de Anne, me obligo a no hacerlo porque yo también llegaría tarde. Mientras espero el ascensor, me viene a la mente la mirada de David, suspiró con frustración. Esta mañana había sido el momento perfecto para limar asperezas. Está claro
  • 39. que  este  hombre  consigue  nublarme  la  razón.  Debe  pensar  que  soy…  uff…  da  igual  lo   que piense, está claro que me considera una persona borde.
  • 40. La tregua entada en mi nuevo despacho sonrío como una tonta. Un ventanal enorme por donde entra la luz del sol. Observo con atención y mi sonrisa no desaparece, ante mí está el Paseo Alameda, el río Turia y el Palau de la música ¿No es increíble? Respiro fuerte y me siento plena. Tomo asiento y recibo un ramo de flores precioso, el mismo que mi nueva secretaria se apresura a colocar. Llaman a la puerta y el Presidente de la empresa en persona viene a darme la bienvenida. ―Buenos  días,  Abba  ―dice  mientras extiende su mano. ―Buenos  días,  señor  Perpiñá  ―respondo  y  estrecho  con  gusto. ―Creo  que  ha  llegado  el  momento  de  hacer  las  presentaciones.  Sus  compañeros  están   expectantes reunidos en la sala de conferencias. Asiento con la cabeza y salgo junto al señor Perpiñá. Recorremos un largo pasillo, pasando por delante de varios despachos. Hay unas cuantas secretarias observándonos, se están haciendo muchas preguntas. Sé que conocen mi trabajo y mi reputación, lo que no tienen claro es ¿Por qué alguien con mi nivel ha elegido una empresa con poco nombre? En una feria de París, conocí al señor Perpiñá. Su humanidad me fascinó. Estamos hablando de publicidad, es un mundo lleno de depredadores. Se manejan cantidades de dinero indecentes. Y eso siempre trae problemas. Durante los dos días de feria, la compañía de Perpiñá fue grata. Hablamos largo y tendido de muchas cosas. Fue franco conmigo, no podía ofrecerme el salario que estaba percibiendo en mi antigua empresa. Su compañía no tenía el prestigio ni el reconocimiento que otros podrían ofrecerme. Sin embargo supe que no me importaba, que la transparencia y la sinceridad de sus palabras me auguraban un futuro próspero. En mi trabajo soy muy concienzuda, recta y muy seria. El dinero a veces no es tan gratificante y, por suerte he ganado en cinco años mucho más de lo que me puedo gastar. Después de exponer ante mí todo lo que podía ofrecerme, acepté el puesto de directora del departamento de creación. Y ahora mi misión es levantar esta empresa y situarla entre las más grandes. S
  • 41. Al llegar veinticinco personas estaban esperándonos. El señor Perpiñá me presento uno a uno. Eran dos socios y mi equipo. Por supuesto ya están nombres memorizados, una ventaja, así no pierdo el tiempo intentando recordar quienes son o que puesto tienen. ―Gracias  por  la  acogida  ―digo  desde  un  atril―.  Supongo  que  ya  estaréis  al  corriente   de todos mis logros. Quiero ante todo que trabajemos en un ambiente relajado. Sé que nuestra profesión es estresante y de dedicación plena. Por ello el equipo debe estar unido. Cualquier  problema,  por  mínimo  que  parezca,  siempre  ¡Siempre!  ―recalco  la  palabra―,   estaré a vuestra disposición para atendeos. El señor Perpiñá asiente con la cabeza para darme ánimos. No es fácil entrar en un lugar y mucho menos que las personas que están sentadas frente a ti, sean los que van a trabajar contigo codo a codo. Sabiendo que entras como jefa y puede que algunos de ellos llevasen tiempo intentando conseguir mi puesto. ―Tenemos   una   carrera   a   contrarreloj,   estamos   en   diciembre   y las campañas de primavera no se nos pueden escapar. Sé que parece difícil, pero aseguro que no imposible. Ahí noté las miradas nerviosas de mi equipo. No dudo que su trabajo haya sido magnifico, pero si queremos estar entre los grandes no podemos con formarnos con eso. Claro que hasta este momento sus clientes habían sido a nivel nacional. Ahora estoy aquí y vamos a jugar en otra liga superior. Y como no soy de las que se duermen en los laureles, vengo con los deberes hechos. ―Julián  y  Carlos  ―se  asombran  de  que  recuerde  sus    nombres―,  sois  los  especialistas   en  anuncios  deportivos,  ¿me  equivoco?  ―los  dos  niegan  con  la  cabeza―.  Dentro  de  una   hora por favor pasad por mi despacho. Tengo preparadas dos carpetas para vosotros. Nike y Puma quieren lanzar en abril su nueva campaña, debemos estar al corriente de los productos nuevos. Sé que esto les pilla desprevenidos a todos. Ya lo he dicho, no soy la mejor en lo mío por estar en babia. Aquí hay que trabajar duro, conocer a tus adversarios, anticiparte al enemigo y mostrar tus cartas, y si no las tienes echarte un farol para conseguirlo. ―María   y   Benjamín,   lamento   comunicaros   que   dentro   de   hora   y   media   estaréis   envueltos  en  la  mayor  de  las  vorágines  ―se  miran  extrañados―.  Hoy  mismo  empezamos   a trabajar para la campaña de Pepsi-cola. He trabajado con ellos con anterioridad y a pesar de ser muy estrictos en sus fechas de entrega, es cierto que siempre tienen buena disposición para atender nuevas campañas. Noto el desasosiego que tienen todos, lo comprendo, porque estamos hablando de clientes y campañas a nivel mundial. ―De   verdad,   podemos   conseguirlo.   Quiero   que   penséis   en   una   cosa   ―Todos   me   miran  expectantes―.  Hasta  hoy  habéis  trabajado  bien,  de  no  haberlo  hecho  esta  empresa   habría quebrado. Puede que trabajar para ciertas marcas asusten, pero recordad que son igual que vuestros antiguos clientes, la única diferencia es que son internacionales.
  • 42. Espero haber dado en la clave, porque si entra el pánico esto será un desastre. No hay porqué temer nada, cada cliente es distinto y no importa que sus campañas vayan a ser a un nivel u otro, la cuestión es que tendremos que dar lo mejor de nosotros. Son las ocho de la tarde y doy por finalizada la jornada, ha sido bastante satisfactoria. Por el momento la campaña de Pepsi-Cola creo que llegará a buen puerto. Las demás estamos encarrilando el camino. Llego a casa y veo a Anne en su despacho. Sí, es lo bueno de comprar dos apartamentos, los puedes organizar a tu antojo. Y en este habitáculo mi buena amiga tiene un montón de bocetos esparcidos por todas partes. ―Abba,  no  te  lo  vas  a  creer,  desde  que  me  he  levantado  no  he  parado  de  trabajar.   Estoy tan inspirada que se me han pasado las horas en un suspiro. Hace un rato me di cuenta que no había comido, así que una manzana y un poco de queso ¿Qué te parece? ―me  dice  acelerada  y  levantando  uno  de  sus  nuevos  diseños. ―Fantástico. No miento, lo es, y ahora que lo pienso yo tampoco he comido. Un sándwich de la máquina y cuatro cafés han sido mi único alimento. ―Sí,  yo  también  lo  creo.  Voy a dejarlo por hoy, te estaba esperando. ―¿A  mí? ―Sí,  cámbiate  rápida  que  tenemos  que  ir  al  gimnasio. ¡Ay Dios! No quiero ir al maldito gimnasio. Eso significa poder encontrarme con mi vecino nuevo. ―Hoy  no  voy,  estoy  muy  cansada  y  además  se  ha  hecho  tarde. ―No  vengas  con  excusas,  elegiste  ese  centro  porque  abren  incluso  en  domingos,  y  su   horario es de siete de la mañana a once de la noche. Así que arréglate que nos vamos. ―A  ti  no  te  gusta  el  deporte  ―digo  con  la  intención  de  que  se  percate  que  puede   escaquearse. ―Pues  hoy  me  apetece. ―Podemos  ir  mañana… ―Abba,  Abba,  Abba,  que nos conocemos. No quieres ir por no encontrarte con David. ―Eso  no  es  cierto. ―Claro  que  sí. ―Y  te  repito  que  no. ―Estupendo,  cámbiate  ―sentencia  con  voz  de  mando.
  • 43. Y deja zanjado el tema. Se levanta y se dirige a su dormitorio para coger la bolsa de deporte. Prefiero no seguir discutiendo, porque la hacerlo le estaría dando la razón y la verdad no me apetece lo más mínimo. Llegamos y cuando entramos en nuestra clase de pilates respiro tranquila. No nos hemos cruzado con David. Y ahora al escuchar la voz del monitor ya sé por qué no lo hemos hecho, porque hoy se encarga él. Quiero morirme, que vergüenza, Anne me mira y sé de sobra que tengo las mejillas encendidas. Ha sido verlo con su equipo de trabajo y entrarme de nuevo los calores sofocantes. No es bueno hacer esfuerzos físicos con estos calentones internos. Nuestras miradas se cruzan y me siento pequeña e insignificante. Para colmo durante toda lo hora no deja de mirarme ¿Acaso lo hace adrede para martirizarme? Estoy segura que esa es su intención. Maldito sea. Suerte que acaba la clase, porque por primera vez en mi vida no había hecho las cosas tan mal. No he dado pie con bola y llevo años practicando pilates, por su culpa parecía que fuese una principiante. Nos dirigimos a la sala de musculación, nuestra media horita habitual. David esta vez tiene la gentileza de no acercarse, la verdad lo agradezco. Eso sí, a Anne si se le acerca, de hecho pasan la media hora hablando. Ella en la bici estática y él frente a ella. Después de ducharnos, vamos directa a mi vehículo. De camino a casa me narra su gran noche tórrida con pelos y señales. Me río porque ahora ya sé el motivo por el que Jesús llegaba tarde. Lo raro es que haya tenido fuerzas para levantarse. Mi buena amiga es una bendita. Le encanta la cocina, yo sinceramente soy un total desastre. Nunca cocino, puedo ser la mejor en todo excepto en los fogones. No tengo la paciencia necesaria para hacer un buen guiso. Llama Jesús a las diez y media y la pareja decide marcharse. Me quedo sola y termino de cenar, porque al no haber comido nada ahora mi estómago reclama sin cesar. Una vez saciada, decido salir a la terraza, necesito despejar mi mente. Para variar saturada de eslóganes y campañas publicitarias. Una vez satisfecha de nuevo, por ver la ciudad a mis pies, escucho una voz. ―Parece  que  este  se  ha  convertido  en  nuestro  punto  de  encuentro  ―dice  con  un  tono   de voz cordial. Ladeo medio cuerpo y David está apoyado en el umbral de la puerta de su terraza. ―Eso   parece   ―respondo   sonriente.   Dando   gracias   por   no   quedarme   callada   ni   sentirme una estúpida.
  • 44. Da un par de pasos para estar a mi altura y yo me acerco a la valla que separa nuestras terrazas. ―Quería…  ―nos  reímos,  porque  los  dos  hemos  dicho lo mismo. ―Tú  primero  ―dice  con  una  grata  sonrisa. ―Quería   disculparme   por   haberte   cerrado   la   puerta   de   ese   modo   ―digo   algo   avergonzada. Porque ya sé que la primera vez lo merecía, pero la segunda estuvo fuera de lugar. ―No  tienes  porqué.  En  todo  caso  soy yo el que te debe una disculpa por mi grosero comportamiento. No había dormido y estaba agotado. Los nervios y el cansancio me jugaron una mala pasada. Se nota sinceridad en sus palabras, así que asiento y le hago un gesto de que está olvidado. ―¿Tregua?  ―pregunta  a  la  vez  que  me  tiende  la  mano.  Y  ya  sabéis  lo  que  se  dice  «si   no puedes con el enemigo, alíate con él». ―Tregua  ―respondo  y  estrecho  su  mano.  Algo  que  no  he  debido  hacer,  porque  de   nuevo siento que todos los poros de mi piel se estremecen y mi cuerpo de forma involuntaria tiembla. ―Me  parece  que  deberías  entrar  en  casa,  estás  temblando  de  frío. ―Sí,  la  verdad  es  que  sí. ―Entonces  buenas  noches  Abba,  recuerda  que  hemos  pactado  una  tregua,  lo  digo   porque no quiero correr el riesgo de quedarme en un futuro como aldaba en tu puerta. Nos reímos y me suelta la mano. Por una aparte lo agradezco, por otra me invade un sentimiento de nostalgia, es como si mi cuerpo quisiera sentir de nuevo su tacto. Voy directa a mi dormitorio, me lanzo en la cama y me siento flotar. Sonrío como una tonta y entonces doy un brinco. «¿Qué estás haciendo? Pareces una adolescente», me digo interiormente. Esto no puede seguir así. Reconozco que es un hombre de infarto, pero está muy lejos de la perfección que estoy buscando. Alargo la mano y cojo el móvil. Llamo a mi buen amigo Troy. Una hora y media ha pasado cuando cuelgo la llamada, totalmente satisfecha. El bueno de Troy viene a visitarnos en unos días. Y algo me dice que cuando conozca a Vicente se alargará su estancia. Mi amigo es un escritor famoso. De hecho el año pasado adaptó una de sus novelas para una película y estuvo nominado al Oscar. Otro que al igual que Anne, quieren pasar desapercibidos. Es un hombre enamoradizo, algo que siempre tiene consecuencias. Sus tres últimas relaciones han sido tan catastróficas que ha decidido renunciar al amor por
  • 45. una larga temporada. No tengo muy claro que él sea capaz de hacer tal cosa, porque lleva en los genes el dejarse querer. Es cierto que después de ver cómo han utilizado a mi amigo a su antojo, por conveniencia, se despertó en mí un radar. Cada vez que conozco a alguien que no está económicamente estable, mi radar se dispara y me grita que me aleje cuanto antes. Suena mal y lo entiendo. Pero si vieseis la cantidad de hombres que han intentado utilizarme tanto monetaria como por obtener influencias no pensaríais lo mismo. He contado que solo he creído encontrar al hombre de mis sueños dos veces, no que no haya estado conociendo o interesada en otros. Sexualmente sí reconozco que solo he estado con dos. Mi amigo Troy no se ha quedado atrás, a diferencia mía, yo pude alejarme a tiempo, Troy en cambio no tuvo esa suerte. Su último compañero, le sustrajo la friolera de cien mil dólares, además de conseguir un papel en una serie de televisión gracias a que Troy trabajaba de guionista. Suspiro con fuerza y me niego a seguir pensando estas cosas. Cierro los ojos y espero que Morfeo venga en mi busca. Una canción que me encanta, Flower of the orient del grupo Artension me despierta. Bajo el volumen y hasta que no termina de sonar no me levanto. Hago mi ritual de todos los días y salgo de casa con sumo cuidado. Mientras cierro la puerta intentando no despertar a Anne, David sale de su apartamento y al verme sonríe. ―Buenos  días. No respondo y bajo la cabeza sin decir nada. Dos segundo después alzo la mirada y me encuentro con el ceño fruncido de David. Sonrío con malicia y se percata que le estaba tomando el pelo. ―Buenos   días   ―respondo   cuando   él   me   hace   un   gesto   para que pase delante al ascensor. ―Por  un  momento  pensé  que  eras  una  mujer  bipolar. Nos reímos. ―Quería  demostrarte  que  además  de  borde,  puedo  tener  sentido  del  humor. ―Me  queda  claro,  me  queda  claro  ―se  queda  callado  y  me  mira  con  atención―.  Veo   que vas muy elegante. ―En  mi  trabajo  es  muy  importante.  La  apariencia  dice  mucho. ―Ya,  aunque  algo  me  dice  que  tú  eres  de  las  que  se  arreglan  incluso  para  ir  a  comprar   pan.
  • 46. ¿Qué esta insinuando? En pocas palabras me está llamando pija. Vale, lo soy, pero no quiero que él dé por hecho algo así. La verdad me molesta y mucho. Su insinuación no es halagadora sino todo lo contrario. ―¿Y  qué  tiene  eso  de  malo?  ―pregunto  algo  soberbia. ―Nada,  a  mí  lo  mismo  me  da. Se abren las puertas del ascensor y salgo sin titubear, con lo bien que había empezado la mañana y llega el hombre con gusto pésimo en pijamas y lo estropea. ―Adiós,  que  tengas  un  buen  día  ―me  despido  sin  mirarle  siquiera. Recorro las calles dándole vueltas a la insinuación, y cada vez me molesta más. ¿Acaso le he dicho yo que tiene mal gusto eligiendo os pijamas? Es increíble, vuelvo a enfadrame conmigo misma. No sé qué hago pensando en un hombre como él. No debería robarme ni un segundo de mi tiempo. Decidido  no  voy  a  caer  de  nuevo…  ¿Dónde  iba  tan  elegante? Ya estoy otra vez pensando en David. Debo reconocer que la curiosidad me puede. Es que iba ataviado con un pantalón gris oscuro y se veía debajo de su chaquetón de piel una camisa  morada  a  rayas  de  Ralph  Lauren…  Sí,  no  necesito  verle  entero  para  reconocer   camisas de marca. Llego a mi oficina y por fin puedo despejar mi mente de cierto individuo. Me centro al mil por mil y ya puedo quedarme tranquila interiormente. Mi estómago ruge y me doy por vencida. Miro el reloj y un suspiro desgarrador sale de mi boca. Las nueve y media. Mientras regreso a casa, reviso todo el día en mi interior. No he comido nada, una tostada en el desayuno y dos barritas energéticas a la hora del almuerzo. Para un día que podía haberme tomado mi tiempo en ir a comer, he tenido una emergencia. Han adelantado la reunión que teníamos prevista para dentro de tres semanas a este sábado. Así que he aprovechado para ir a comprarme un vestido nuevo. Sí, lo sé, tengo cientos en el vestidor, pero si la reunión sale con éxito tendré que acudir a una fiesta y quiero llevar un modelo recién sacado al mercado. Entro en casa y escucho música house, lo que me confirma que mi preciosa Anne está en casa. ―Anne,  no  te  muevas  de  ahí,  voy  a  cambiarme  y  te  enseño  mi  vestido  nuevo. ―Vale  ―responde  a  voz  en  grito. Voy corriendo a mi dormitorio y me lo pruebo, es precioso, reconozco que demasiado atrevido. Un vestido vaporoso color amarillo pálido y jaspeados verdes, totalmente transparente excepto en los dos lugares donde no debe verse nada, con un escote hasta el ombligo y un corte en la parte inferior que deja todas las piernas al aire al andar. Me doy