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La narrativa del conocimiento vol. ii no. 36
- 1. La Narrativa del Conocimiento ©
Boletín de difusión del Pensamiento
Publicación virtual quincenal
Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón
Nueva época - Vol. II No. 36 Julio de 2012
La importancia y la ruta del Dolor
Por lo general, el ser humano cree que la salud, la felicidad y la libertad
son regalos del cielo o, al menos, elementos obligados de la Naturaleza;
sin embargo, cuesta mucho dolor merecerlas y conquistarlas. La paz no
es un regalo de Dios, sino un deber arduo que hay que conquistar cada
día a fuerza de gracia y de sobrehumano amor. En estos tiempos, el ser
humano sabe muchas cosas pero no se conoce a sí mismo, por lo que
también olvida que sin un mínimo de dolor no se pueden forjar los gran-
des estados de conciencia, personal y colectiva; que la vida se renueva
siempre en el dolor.
Y es que si no se interioriza, si no se medita, se empobrece. Dentro del
ritmo que la vida cotidiana nos imprime, es más que necesario intentar
dos cosas: limitar el reloj y el espíritu binario, que irremediablemente
matan a la espiritualización, a la fuerza humana. Es importante rescatar
la mesura y la paciencia.
Supongamos que nuestra vida se complica, que padecemos un dolor.
Un tormento es tanto más cruel por cuanto es grande el amor que lo
dicta, entendiendo ese amor como la expectativa, la esperanza y el com-
promiso con el que asumimos una vivencia. Sin embargo, un ser huma-
no realmente bueno escapa del infortunio. ¿Acaso el mal que nos ocurre
nos impide ser justos, magnánimos, templados, prudentes, modestos y
libres? . Supongamos que los demás nos lastiman, ¿en qué puede eso
impedir a nuestro espíritu ser puro, sabio, sobrio y justo?.
Con frecuencia se olvida que el dolor nos educa a todos, nos iguala a
todos y a todos nos redime. Es el único elemento que acierta a mirarnos
con compasión. Y del mismo modo, se ignora la vena escondida de
alegría, por lo menos de conformidad, que lleva en sí el contratiempo
más duro, la más terrible adversidad. Y es que la existencia es un miste-
rio total, mantenido a raya por el hábito y la costumbre. Sin embargo, la
base de la verdadera paz es no eludir ninguna de las consecuencias de
nuestra experiencia; no inquietarse porque se és, ni atemorizarse porque
se deja de ser.
La vida no es una novela; es la vida. Y la vida es así: anverso de gloria,
reverso de dolor. El olvidar este reverso es lo que lleva a las grandes
catástrofes personales y sociales. Los seres humanos sabemos que es
preciso repartir el bienestar entre todos. Pero también hay que repartir el
dolor, buscarlo donde exista, beber el trago que a cada quien nos toca; y
saber encontrar en sus heces, la fuente de la paz.
Para encontrarla, necesitamos ubicar y asimilar los recuerdos que estre-
mecen, contentan o lastiman el corazón, hecho que requiere en no po-
cas ocasiones del perdón. Perdonar no significa olvidar, sino recordar
sin dolor. Perdonar significa quitarle la carga emotiva al recuerdo, para
entender y asimilar una experiencia y que, en su caso, nos lastime me-
nos.
Otra manera de afrontar la existencia es la Resignación... Resignar...
Resignificar... La asimilación y la adaptación implican humildad, recibir
de la vida y la propia experiencia sin prejuicios para resignificar las vi-
vencias, porque todo debe retomarse para crecer; o sea, aceptarlo para
responder, ante todo, con tranquilidad y libre albedrío.
Morir al pasado para ubicarnos en el presente, esa es la única vida. La
existencia requiere convertir la culpa en responsabilidad. Lo que no se
repara se repite; y para repararlo, contamos con la intensidad de nues-
tras experiencias, porque la pasión estimula la reflexión.
Ante todo, el dolor es el antecedente necesario de la acción. El valor
agregado del aprendizaje, antes de la acción, supera en mucho los cos-
tos de la sorpresa desagradable. Es necesario reparar para no repetir
porque la comprensión del error pasado es esencial para construir la
verdad futura.
Con demasiada frecuencia hablamos de nuestros sentimientos de pena
y desdicha como si naciesen ya viejos, como si cada uno de nosotros no
tuviese su historia. Con demasiada frecuencia desconocemos lo que aún
hay de infantil, por así decirlo, en la mayor parte de nuestras emociones
de alegría.
Sin embargo, ¡cuántos placeres presentes, si los examinamos de cerca,
se reducirían a recuerdos de placeres pasados! ¿Qué quedaría de mu-
chas de nuestras emociones si las redujésemos a lo que tienen de es-
trictamente sentido, si les suprimiésemos todo lo que no es más que
rememorado?
Incluso, ¡quién sabe si a partir de una edad determinada no nos volve-
mos impermeables a la alegría franca y nueva, y si las dulces satisfac-
ciones del ser humano maduro no serán otra cosa sino sentimientos de
infancia revividos, brisa perfumada que nos envía a bocanadas cada vez
más raras, un pasado cada vez más lejano!
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De mi
Libreta de Apuntes
De mi
Libreta de Apuntes
“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos
los que jugamos ”
William Shakespeare
Sonrisa.
Recreo la experiencia
de paisajes lejanos
y no retengo la amargura
de los campos profanos.
Es tal tu voz
que susurra un suspiro,
la entonada canción
que me regala un zafiro.
©
Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual
Y entre la gracia del mar,
los manantiales,
decoran con fervor
los madrigales.
Que se esmeran cada día
con la brisa,
en mantener vibrante
tu sonrisa.
1989
Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©
Metrobus, México - 2005