1. ¿Y ahora qué?
Colombia se convirtió en uno de los países en donde es costoso producir café.
El gobierno ha gastado, en los últimos tres años, US$300 millones para
sostener el precio interno. El país debe emprender una verdadera batalla
para reestructurar la caficultura y sacudirnos del lastre de la destorcida de
las políticas de la década pasada, pues no es de la OIC de donde saldrán las
soluciones.
Por: José Félix Lafaurie Rivera*
La Cumbre Cafetera pasó con más pena que gloria. La angustiosa alarma,
que se prendió tras la ruptura del pacto de cuotas, no ha sido escuchada por
las inclementes economías desarrolladas y la Organización Internacional del
Café (OIC) se ahoga en el trago más amargo de sus 40 años de historia. Sin
mayor capacidad de maniobra o decisión política, el mundo cafetero no ha
podido encontrar las herramientas para romperle el espinazo a más de diez
años de creciente empobrecimiento de 25 millones de familias de 50 países
en desarrollo.
No han sido pocos los esfuerzos. Eso tenemos que reconocerlo. No obstante,
es preciso pasar de la diplomacia a la acción, pues mientras 100 millones de
personas en el mundo, le ponen la espalda al sol y miran impávidas cómo les
pagan cada vez menos por su cosecha, las economías ricas no mueven un
solo dedo para reducir los jugosos subsidios que otorgan a diario a sus
agricultores y las multinacionales de la industria torrefactora enriquecen
sus bolsillos a manos llenas.
Para la muestra un par de botones. Cuatro grandes: Procter & Gamble,
Kraft, Sara Lee y Nestlé concentran casi la mitad de la comercialización del
grano en el mercado. De US$60.000 millones anuales de ventas en el
mundo, sólo el 10% llega a los países productores. Los caficultores reciben
apenas 24 centavos de dólar por libra, mientras que en los países ricos se
paga US$3.60 por la misma cantidad. No extraña entonces, que una de las
principales tiendas de café, Starbucks, haya pasado de tener 272 locales en
1993 a 6.294 en la actualidad.
El llamado, en nuestro país, es para la institucionalidad del sector. Ya
hemos llevado del bulto. En el entretanto, Colombia se convirtió en uno de
los países en donde es costoso producir café y eso ya no es compensado con la
prima de calidad que reconoce el mercado. No en vano, el país ha gastado,
en los últimos tres años, US$300 millones para sostener el precio interno. A
ello se suma la decisión del 63% de los caficultores de migrar hacia otros
cultivos más rentables, incluyendo los ilícitos. Hoy 7.000 hectáreas de la
zona están sembradas con coca y amapola. Entre 1998 y 2001 el país perdió
63.358 empleos y la economía regional registró un descenso estimado en
$484.700 millones por cuenta de la crisis cafetera.
2. Fue evidente. Después de 30 años de estar bajo el amparo del Acuerdo
Internacional del Café, no estábamos preparados para un mercado libre. Nos
mató la revaluación, las malas inversiones en actividades financieras y de
transporte que nada tenían que ver con el café y, que con la crisis de la
economía se tuvieron que liquidar, la violencia, el terremoto de enero de
1999, la creciente arremetida de países de bajos costos como Vietnam,
Indonesia e inclusive el mismo Brasil, que nos envistieron sin misericordia
ante la pérdida de competitividad de nuestras exportaciones y, en
particular, la inactividad de la institucionalidad que se demoró en
reaccionar ante los indicios de los nuevos tiempos.
¿Y ahora qué hacemos?. No hay duda, las salidas tendrán que salir del
propio mercado interno. El país debe emprender una verdadera batalla para
reestructurar la caficultura y sacudirnos del lastre de la destorcida de las
políticas que se aplicaron durante la década pasada. Las soluciones tendrán
que ser integrales y deberán pasar por incrementar el consumo interno,
buscar alternativas en otros cultivos o actividades productivas que
sustituyan el café, mejorar el acceso a crédito, buscar medidas para una
producción a menor costo y una gran dosis de iniciativa privada para
diversificar y sacar al mercado variedades de alto valor agregado. El tiempo
apremia y por lo pronto no es la OIC la que nos ayudará a salir del
atolladero.
* Superintendente de Notariado y Registro