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“LOS CIEGOS” de Maurice Maeterlinck
“LOS CIEGOS”
DE MAURICE MAETERLINCK
Maurice Maeterlinck, junto con otros dramaturgos, ha dejado una huella imborrable en el teatro. Uno podría
creer que en la escena pasa nada o muy poco; pero, realmente es una dramática cargada de ideas, donde el espacio
y el tiempo parecieran transmutar. Este es el teatro simbolista de Maeterlinck, esto es “Los ciegos”.
He aquí mi experiencia:
Sumergida en el ambiente onírico del teatro “Matacandelas” de Medellín, estaba ya asombrada de antemano
y sin siquiera sentarme para apreciar la obra; había recorridoel teatro asombrándome hasta en el baño. ¡Qué lugar
tan encantador!
Empieza la obra, sonidos inesperados, falta de luz, se podía escuchar como los corazones de los
espectadores esperaban con ansias algún destello de luz, nunca llegó;pero no fue problema, al contrario, propició
una mayor conexión entre actores y público. Primer símbolo, oscuridad, al hombre no le gusta la oscuridad, en
nuestra parte más primitiva del cerebro se puede leer un letrerito que dice: “La oscuridad no es tu amiga”. Y es que
quien se aria amigo de algo tan poco revelador, que esconde todo, que es la debilidad de nuestro sentido más
apreciado, la vista. Por eso, y me atrevo a decirlo, a los ciegos tampoco les gusta la oscuridad. Miedo e inseguridad
nos rodea.
Voces, no cualquiera, voces marcadas ya por los años, por los daños; voces con miedo, voces que aunque
suenen bajo, gritan. Voces desesperadas, atrapadas.
Isla, ¿por qué una isla?; acaso ¿los humanos somos una isla? Sumidos a la intemperie, a lo que dicten los
mares ¿quién ha visto una isla luchar? reclamando su lugar. Las islas tienen miedo, el hombre tiene miedo, nadie
funciona bajo el miedo. El miedo nos domina, nos limita. Nadie puede cruzar un mar, un océano así como así. No
hay mejor lugar para poner a un grupo de ciegos que en una isla. ¡Perfecto!
Entre las conversaciones de los ancianos -no falta la joven- pude apreciar que el hombre nunca vive el
presente; es una constante lucha de idealización hacia un futuro que no existe o un mar de remordimientos del
pasado, cosas que no se hicieron, que se pudieron hacer mejor o que nunca se debieron hacer. Es así como el
hombre nunca está conforme donde está. Nuestra mente está en todas partes, menos en la debida. La mente de los
personajes yacía ya en el asilo o en un recuerdo breve de su pasado. Pero su cuerpo, su cuerpo inmóvil, limitado,
estaba en esa especie de cueva, llena de peligros, misterios, temores.
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“LOS CIEGOS” de Maurice Maeterlinck
Ciegos, sordos, locos; al menos ellos sabían que lo estaban; hay quienes viven así no más, sin saberlo, y
esto es peor que lo anterior. Pienso que el hombre nunca podrá conocer la real realidad, aunque parezca
redundante, creo que carga un significado valido; restringidos a sentidos tan defectuosos y poco fiables, el hombre
define como realidad aquello que puede apreciar a través de ellos, imagínese entonces la calidad de esas
apreciaciones. Por eso, tampoco nos gusta estar solos, no sabemos lo que es la realidad; el andar del humano por el
mundo es inseguro. Acompañados, sentir otro hombro al lado, el calor del aliento; como estar en el vientre, que
dicha; el empujón que nos guía, así sea a un vacío, no nos importa, al fin y al cabo es más fácil distribuir la culpa
que aceptarla. Y en este caso la culpa se atribuía al sacerdote. Es que uno con miedo deposita fe en cualquiera. Hay
mi bella Latinoamérica, como me dueles en las manos, en los pies y en la espalda. Cegada, poniendo sus
esperanzas en las autoridades políticas y eclesiásticas; todas te llevan a una isla oscura.
Creo que el sacerdote es indispensable; bueno, su título, al igual que el de las monjas; el hombre en medio
de su desesperación por hallar un camino que lo conduzca fuera de las tinieblas, las inseguridades y necesitado por
atravesar el mar de la isla de sus penas; busca ayuda en lo que buscan la mayoría, así dice para sí: “Tal vez esto
funcione”. Pero le pasa lo que le sucede a los personajes, nadie los puede ayudar más que ellos mismos. No se
puede confiar más que en uno, así es como nos condenamos o encontramos nuestro paraíso, nosotros, solos, sin
ayuda.
Desprovisto de vista, los personajes debieron agudizar otro(s) sentidos para facilitar su paso por el mundo.
Así es como el olfato los guía a una noticia desafortunada. La muerte, muerte que borra y olvida, muerte que libera
o condena. Sufren más los vivos que los muertos; como sufrieron los ancianos al saber esta noticia. Desesperación,
caos, toda esperanza había sido aniquilada por la muerte. Todo parecía retumbar con tal fuerza, que ya sentían el
mar inundando su mente, animales extraños, la muerte los había encontrado.
Luego, el neonato provisto de visión; pronto el alma les entra de nuevo al cuerpo, y la esperanza con
prospectos de culpa se vuelca en la criatura. Un tanto irracional, pero es una fiel imagen de la sociedad; donde se
cree que el futuro es de los jóvenes y que por tanto generan expectativas de toda índole. Que nadie puede luchar
más que los jóvenes, que nadie puede sacarnos de la isla, del fango, de la duna, más que los jóvenes. Por eso joven
es aquel que lucha por sus sueños incansablemente.
La mujer que llega, no sé, tal vez dejada a la imaginación del espectador. Será acaso ¿la muerte? La muerte
siempre huele bien; será una monja que se percató de la ausencia de los inquilinos. El pequeño tenía miedo, ¿a qué
le temen los niños?
“Los ciegos”, ni comedia, ni realidades contemporáneas; va más allá, que digo allá, va más acá; acá de
nosotros mismos, de cada uno, ¿qué es más trágico?, ¿qué genera más terror que la existencia misma?